Adam vio a Tate sonriendo a los vaqueros que la rodeaban en el corral mientras les contaba otra de sus increíbles historias sobre la vida en el Hawk’s Way, como había hecho a menudo durante la semana pasada. Y como de costumbre, vestía vaqueros, botas y una camiseta con un chocante lema escrito en ella.
Pero la camiseta de ese día tenía el cuello abierto hacia los lados, de manera que se deslizaba hacia abajo por uno de sus hombros, y también era evidente que no llevaba sostén. Cualquiera con ojos en la cara podría haberse dado cuenta de que estaba desnuda bajo la camiseta. Desde luego, los tres vaqueros que estaban con ella no le quitaban la vista de encima. El viento soplaba y el algodón se pegaba al cuerpo de Tate, moldeando sus generosos senos.
Adam se dijo que no debía comportarse como un idiota acercándose y alejándola a rastras de aquellos tres pares de ojos dispuestos a comérsela. Sin embargo, cuando se encaminó en aquella dirección, no fue capaz de detener sus pasos.
Llegó a tiempo para oírle decir:
– Mis hermanos me enseñaron cómo mantenerme erguida cuando un caballo inquieto me tiraba.
– ¿Cómo, Tate? -preguntó uno de los vaqueros.
– ¡Dejándole volver solo al establo!
Los vaqueros rieron y Tate se unió a ellos. Adam sintió que sus labios se curvaban para reír, pero se reprimió.
– ¿No tenéis nada que hacer? -preguntó a los tres vaqueros.
– Sí, jefe.
– Claro, jefe.
– Estábamos a punto de irnos, jefe.
Los tres se llevaron la mano al sombrero para despedirse de Tate, pero no dejaron de mirarla mientras se alejaban.
Adam maldijo y los vaqueros se desperdigaron rápidamente en tres direcciones distintas.
– Creía haberte dicho que te mantuvieras alejada de los vaqueros -dijo, mirando a Tate con frialdad.
– Creo que tus palabras exactas fueron, «termina tu trabajo antes de salir a merodear por el rancho» -replicó Tate en un tono ideal para irritar aún más a su ya irritado jefe.
– ¿Ya has hecho tu trabajo?
– Si hubieras estado en casa a la hora de comer, te habría enseñado el sistema de contabilidad que he organizado. Ya está todo cargado en el ordenador y…
Adam la interrumpió.
– ¿Qué diablos haces aquí medio desnuda, de juerga con los vaqueros contratados?
– ¿De juerga? ¡Sólo estaba hablando con ellos! -replicó Tate.
– Quiero que dejes a esos chicos en paz.
– ¿Chicos? A mí me parecen hombres hechos y derechos. Desde luego, tienen edad suficiente para decidir si quieren o no quieren pasar su tiempo conmigo.
Adam se quitó el sombrero y lo golpeó contra su muslo.
– Maldita sea, Tate. ¡Eres una cría! ¡Estás jugando con fuego y te vas a quemar! No puedes andar por aquí medio desnuda y no esperar…
– ¿Medio desnuda? ¡Supongo que estás bromeando!
– ¡Esa camiseta no deja mucho a la imaginación! Puedo ver tus pezones con toda claridad.
Tate bajó la vista y comprobó por primera vez que sus dos pezones sobresalían con toda claridad bajo la tela de la camiseta. Decidió defenderse con descaro.
– ¿Y qué? Supongo que estás bastante familiarizado con la anatomía femenina, ¿no? Además, no eres mi padre ni mi hermano. ¡No tienes ningún derecho a decirme lo que puedo y lo que no puedo llevar puesto!
Ya que los sentimientos eróticos que estaba experimentando Adam en esos momentos no tenían nada de fraternales ni paternales, no discutió con ella. Sin embargo, sí se había erigido en guardián de Tate en ausencia de su padre y sus hermanos. Como tal, sentía el deber se advertirla de los peligros que podía acarrearle ir vestida de aquella manera.
– Cuando un hombre ve a una mujer con ese aspecto, normalmente se le ocurren ideas -dijo en tono razonable.
Tate lo miró fijamente.
– ¿Qué clase de ideas?
– Ideas equivocadas.
Tate sonrió traviesamente y batió sus pestañas como si fueran dos mariposas.
– Creía que no estabas interesado en mí.
– Basta ya, Tate.
– ¿Basta, qué?
– En primer lugar, deja de pestañearme
Tate hizo morritos como un niño al que acabaran de quitarle un caramelo.
– ¿Quieres decir que no está funcionando?
Estaba funcionando. Demasiado bien. Tate era lo suficientemente precoz como para resultar encantadora. Y Adam estaba encantado a pesar de su deseo de no estarlo. Sintió que su cuerpo empezaba a excitarse cuando Tate apartó la mirada de sus labios y la deslizó hasta su boca, a su pecho y finalmente hasta su entrepierna… que estaba poniendo en escena un buen espectáculo para ella.
– Lo estás pidiendo a gritos -dijo Adam entre dientes.
Tate volvió a batir sus pestañas.
– ¿Y voy a conseguirlo?
– ¡Ya es suficiente!
Lo próximo que supo Tate fue que Adam se la había echado al hombro como si fuera un saco de patatas y que se dirigía a grandes zancadas hacia la casa.
– ¡Bájame! -gritó-. Estoy muy incómoda, Adam.
– ¡Te lo mereces! No te has preocupado en lo más mínimo por mi comodidad durante las pasadas tres semanas.
– ¿A dónde me llevas? ¿Qué piensas hacerme?
– ¡Algo con lo que voy a disfrutar mucho!
¿De verdad pensaba hacerle el amor? ¿Sería rudo o suave? ¿Cómo debía comportarse? ¿Habría unas normas específicas que seguir para tratar a vírgenes? Aunque a Tate nunca le habían preocupado demasiado las normas. Pero se sentía nerviosa y ansiosa por el encuentro que se avecinaba. Finalmente, Adam tendría que reconocer que entre ellos había fuerzas que escapaban a su poder y a las que no debían resistirse.
La repentina oscuridad del interior de la casa dejó a Tate momentáneamente cegada. Pero cuando su vista empezaba a adaptarse al nuevo ambiente, salieron de nuevo a la luz y volvió a quedar cegada. Tras unos pasos, sintió que Adam la bajaba de su hombro:
Apenas tuvo tiempo de darse cuenta que se hallaban en el patio cuando Adam la sostuvo en brazos. Mirándola con una amplia sonrisa en el rostro, dijo:
– ¡Puede que esto te refresque! -y, sin ninguna ceremonia, la hundió en el estanque de agua que rodeaba la fuente.
Tate se irguió de inmediato, balbuceando.
– Pero… ¿pero qué? -parpadeó furiosamente, tratando de apartar el agua de sus ojos.
– ¿Qué pasa, señorita Tate? ¿Vuelves a pestañearme? Supongo que tendré que volver a sumergirte.
Adam dio un paso hacia ella y Tate se alejó hasta el otro extremo del estanque.
– ¡Me vengaré por esto! ¡Canalla! ¡Sinvergüenza!
Adam rió. Hacía tanto tiempo que no lo hacía que el sonido de su risa atrajo a María hasta la ventana para ver qué era lo que encontraba tan divertido el señor Adam. Movió la cabeza y se llevó las manos al rostro al ver a la nueva administradora del rancho de pie en la fuente, empapada. Tomó una toalla del montón de ropa que acababa de planchar y salió rápidamente al patio.
Se la dio a Adam, diciendo en español:
– Esa no es forma de tratar a una joven mujer.
Los ojos de Adam se arrugaron en los extremos de risa.
– Lo es cuando se empeña en seducir a un hombre mayor.
María se quedó un instante sin aliento y se volvió a mirar a la empapada criatura que se hallaba en la fuente. De manera que así era como iban las cosas. Desde luego, no sería ella la que se interpusiera en el camino de una mujer que había sido capaz de hacer reír de nuevo al señor Adam.
– Asegúrese de secar a la señorita rápidamente. De lo contrario, puede que agarre un catarro.
María dejó a Adam con la toalla en la mano y una presumida sonrisa en el rostro.
En cuanto la asistenta se fue, se volvió de nuevo hacia Tate. Y la sonrisa desapareció rápidamente de su rostro. Por que la camiseta que hacía unos momentos era sencillamente reveladora, se había vuelto totalmente indecente ahora. Podía ver con toda claridad la carne de Tate a través del empapado algodón. El agua fría había hecho que sus pezones se endurecieran.
Sintió que se le secaba la boca. Su voz sonó extrañamente ronca al decir:
– Toma. Envuélvete con esto.
Pero no alargó la toalla hacia ella. La sostuvo para que Tate tuviera que salir del estanque y acercarse a él. Cuando la rodeó con la toalla, Tate temblaba y se arrimó a él.
– ¡Estoy helada! -dijo
Sin embargo, Adam estaba ardiendo. ¿Cómo lo lograba? Aunque en esa ocasión sólo podía culparse a sí mismo. Sintió la fría nariz de Tate enterrándose en su hombro mientras el apoyaba la barbilla en su mojado pelo. Aspiró su aroma a lilas y comprendió que no quería soltarla.
Frotó vigorosamente la espalda de Tate con la toalla, esperando disipar así la intimidad del momento.
– Mmm. Que agradable -murmuró ella. Adam sintió de inmediato que su cuerpo lo traicionaba, respondiendo con asombrosa rapidez al ronco sonido de la voz de Tate. Se apartó un poco de ella, negándose a admitir su deseo. De hecho, sintió una clara necesidad de negarlo.
– No voy a hacerte el amor, Tate.
Ella se quedó helada en sus brazos. Alzó la cabeza y lo miró a los ojos.
– ¿Por qué no, Adam? ¿Es que no te parezco atractiva?
– ¡No! Por supuesto que me pareces atractiva… -Adam gruñó al darse cuenta de lo que acababa de admitir.
– ¿De verdad soy atractiva?
¿Qué le habrían estado contando sus hermanos para hacerle dudar de sí misma de aquella manera?, se preguntó Adam.
– ¿Es porque no visto como una señorita?
La única objeción de Adam a la ropa que llevaba Tate era su reacción a ella.
– Aunque hayas oído decir lo contrario, la ropa no hace al hombre… ni a la mujer.
– Entonces debe ser porque soy virgen -dijo Tate.
Adam sintió que se ruborizaba.
– Tate, no puedes ir por ahí hablando de eso con tanta naturalidad.
– ¿Ni siquiera a ti?
– ¡Sobre todo a mí!
– ¿Por qué no?
Ya estaban otra vez. Adam hizo que Tate se volviera y la empujó con suavidad hacia la casa manteniendo un brazo apoyado sobre sus hombros.
– Creo que ya va siendo hora de que te cambies de ropa.
La traviesa sonrisa de Tate reapareció en su rostro.
– ¿Te gustaría ayudarme?
– ¡Ni hablar! -Adam abrió las puertas corredizas de la habitación de Tate y la empujó al interior-. Te espero en el despacho dentro de quince minutos para que me enseñes las maravillas que has hecho con la contabilidad.
Mientras se cambiaba de pantalones y camiseta, Tate repasó los acontecimientos de las tres semanas transcurridas desde que había llegado al Lazy S. Tomar el pelo a Adam había empezado como una forma de hacerle admitir la atracción sexual, y algo más, que existía entre ellos. Pero ya había comprobado que bromear con algunos tipos era imposible.
Y últimamente no había disfrutado demasiado de aquellos juegos, sobre todo porque la carga de sexualidad que había en ellos empezaba a pesarle tanto como a Adam. Además, para ella al menos, el problema era que su corazón seguía a sus hormonas.
Habría dado cualquier cosa porque Adam estuviera tan interesado por ella como Buck parecía estarlo. El joven vaquero le había pedido varias veces aquella semana que saliera con él el sábado por la noche. Y Tate estaba pensando en aceptar. Si Adam veía que había otro hombre con intenciones de conquistarla tal vez se le ocurriera hacer lo mismo.
Tate entró en el despacho con una animada sonrisa en el rostro. Adam ya había encendido el ordenador y estaba examinando las estadísticas que Tate había grabado previamente.
– ¿Qué te parece? -preguntó ella, apoyándose en el brazo de la silla giratoria en que estaba sentado Adam.
– Tiene buen aspecto -aunque, desde luego, la oficina no estaba tan ordenada como solía. Había varias tazas medio llenas de café en el escritorio, un montón de piedrecillas dispersas, algunas revistas y una camiseta decorando el suelo junto a la papelera. Y también algunas bridas y otros utensilios de montar que Tate estaba reparando en sus ratos libres.
Pero Adam no podía negar que su trabajo con la contabilidad era excelente. Tate había organizado un programa muy cómodo en el que todo quedaba muy claro.
– No me habías dicho que sabías tanto de ordenadores.
Tate sonrió y dijo:
– No me lo habías preguntado.
Se inclinó hacia él y empezó a discutir animadamente otras ideas que tenía respecto a la utilización del ordenador para organizar los negocios del rancho.
Adam empezó a limpiar automáticamente su escritorio.
– No te molestes con eso -dijo Tate, quitándole un puñado de guijarros de las manos-. ¿No te parecen bonitos? Los encontré junto al riachuelo -volvió a dejarlos en la mesa-. Jugueteo con ellos mientras estoy pensando, como si fuera un rosario o algo parecido.
– Comprendo.
Adam hizo un esfuerzo por concentrarse en lo que le estaba diciendo, más que en como le rozaba el brazo con sus senos. Para cuando terminó de hablar de sus proyectos, Tate había cambiado cuatro veces de posición. Adam lo sabía porque Tate se las había arreglado para que alguna parte diferente de sus anatomías se rozara cada vez que se movía.
Tate era totalmente ajena a las dificultades de Adam, porque ella también estaba teniendo problemas para concentrarse. Estaba ocupada pensando en como hacer que Adam se fijara en que había aceptado la invitación de Buck para salir al día siguiente por la tarde. Sólo tenía que asegurarse de que la viera saliendo con el vaquero de pelo castaño.
Sus pensamientos debieron conjurar a Buck, porque de pronto apareció en la puerta de la oficina.
– Necesito que venga a ver el sistema de irrigación para que decida si hay que repararlo o sustituirlo -dijo Buck.
– Enseguida voy -dijo Adam.
Buck ya se había vuelto para irse cuando Tate comprendió que aquella era una oportunidad perfecta para llevar adelante su plan.
– Oh, Buck…
El vaquero se volvió de inmediato al oírla
– ¿Sí?
– He decidido aceptar tu oferta de ir a bailar mañana por la noche.
El rostro de Buck se animó inmediatamente al oírla.
– ¡Estupendo! Si te parece bien, te recogeré a las siete.
La tormentosa expresión que se apoderó del rostro de Adam fue todo lo que Tate deseaba.
– Muy bien. Nos veremos a las siete -dijo.
– ¿Viene ya, jefe? -preguntó Buck.
– Dentro de unos minutos.
Adam mantuvo los puños apretados mientras se volvía hacia Tate.
– ¿De qué iba todo eso?
– Buck me había invitado a bailar en Knippa el sábado por la noche y he pensado que podía ser divertido.
Adam no podía prohibirle ir. Como Tate le había aclarado, no tenía ninguna relación de parentesco con ella. Pero no podía evitar tener recelos. No había forma de saber cómo reaccionaría Buck Magnesson si Tate lo sometía al mismo juego sensual que él había tenido que soportar durante las pasadas tres semanas. Si Tate decía «por favor», lo más probable sería que Buck dijera «gracias» y aceptara lo que le ofrecían.
De pronto, Adam se oyó a sí mismo prohibiéndole a su hermana Melanie salir con un joven al que él consideraba un poco lanzado. Se oyó diciéndole que él sabía mejor que ella misma lo que le convenía. Y recordó las terribles consecuencias de su excesivo control sobre ella. A Adam no tenía por qué gustarle que Tate hubiera decidido aceptar la invitación de Buck. Pero si no quería repetir las equivocaciones que cometió con su hermana pequeña, debía aceptarlo.
– Que lo pases bien mañana por la noche con Buck -dijo y se volvió para salir.
Tate frunció el ceño mientras veía cómo se alejaba. Esa no era exactamente la reacción que había esperado. ¿Dónde estaban los celos? ¿Por qué no le proponía quedarse con él? De pronto, deseó haber pensado las cosas con más cuidado. Aceptar la invitación de Buck no había servido para que Adam se diera cuenta de lo que se estaba perdiendo.
Se sintió un poco culpable por haber pensado en utilizar a Buck para provocar los celos de Adam. Pero ya que su plan había fallado, lo menos que podía hacer era disfrutar de la salida con Buck teniendo la conciencia tranquila.
Tate había hecho arreglar su camioneta y la utilizó para ir hasta San Antonio aquella tarde para hacer unas compras. Podía haber llevado los vaqueros al baile, pero decidió que lo menos que podía hacer por Buck era acompañarlo con el mejor aspecto posible.
Encontró un bonito vestido que se sujetaba al cuello y apenas tenía espalda. El corpiño le quedaba como un guante y tenía un poco de escote. El tono amarillo con flores blancas contrastaba con su pelo negro y realzaba el tono dorado de sus ojos. Giró una vez frente al espejo y comprobó que la falda iba a revelar una buena porción de sus piernas si Buck era la clase de bailarín al que le gustaba hacer girar mucho a su pareja.
La sonrisa de Buck cuando Tate le abrió la puerta el sábado hizo que mereciera la pena el esfuerzo de haberse comprado el vestido. Pero Tate no pudo evitar sentir cierta decepción porque Adam no estuviera allí para verla irse. Al parecer, había hecho sus propios planes para esa tarde.
Tate descubrió que Buck era un compañero muy entretenido. El vaquero también tenía varios hermanos mayores, y se pusieron rápidamente de acuerdo.
– ¡Nada es peor que soportar un buen ejemplo!
Buck y Tate intercambiaron historias terribles sobre hermanos mayores que les hicieron reír durante casi toda la cena.
Cuando cruzaron el umbral del Grange Hall, en Knippa, el grupo de música country ya estaba tocando. El local estaba cargado de humo de tabaco que competía con el olor a sudor y a colonia. La pista de baile estaba abarrotada de parejas, los hombres con el típico sombrero vaquero y las mujeres con faldas vaqueras y botas.
Mientras se dirigían a la pista, el grupo empezó a tocar un vals.
– ¿Bailamos? -preguntó Buck, abriendo los brazos.
– ¡Por supuesto! -dijo Tate, aceptando su abrazo. Tate se llevó otra agradable sorpresa cuando empezaron a bailar. Buck lo hacía muy bien y la sometió a varias complicadas variantes del baile que la dejaron sin aliento para cuando la música dejó de sonar.
– ¡Ha sido maravilloso! -dijo, jadeando.
– ¡Te apetece algo de beber? -preguntó Buck.
– Sólo una soda, por favor.
Tras ocupar una de las mesas que rodeaban la pista de baile, Buck fue a la barra a por las bebidas.
Tate estaba marcando el compás de la siguiente canción con el pie y disfrutando del baile de las parejas cuando creyó reconocer a alguien. Siguió a la pareja con la vista hasta que se volvieron. Al verlos se quedó sin aliento. ¡Era Adam! Estaba bailando con una pelirroja preciosa.
Cuando pasaron cerca de la mesa de Tate, Adam sonrió y dijo:
– ¡Hola! ¿Lo estás pasando bien?
Antes de que pudiera contestar, la pareja ya se había alejado bailando y Tate se quedó con el sonido de la risa de la mujer en los oídos.
¿Quién sería?, se preguntó, sintiéndose enferma. Teniendo una mujer tan hermosa por compañía, no era extraño que Adam no se hubiera molestado en tratar de conquistarla.
– ¿Qué ha llamado tu atención? -preguntó Buck cuando volvió con las bebidas, fijándose en la expresión de Tate.
– Adam está aquí -contestó ella, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la pareja-. Con una pelirroja.
Para sorpresa de Tate, Buck frunció el ceño y maldijo entre dientes.
– ¿Qué sucede? -preguntó Tate.
– Nada que pueda remediarse.
– Esa es la clase de comentario que puede despertar con toda garantía la curiosidad de cualquier mujer -dijo Tate-. Vamos, suéltalo.
Buck sonrió.
– De acuerdo -suspiró profundamente y continuó-: Esa mujer que está bailando con Adam es mi ex-mujer.
– ¡Bromeas!
– Me temo que no.
Tate se fijó en la expresión de Buck mientras contemplaba a la mujer pelirroja. Sus sentimientos eran dolorosamente transparentes.
– Sigues enamorado de ella.
Buck hizo una mueca.
– Pero no me sirve de nada.
– Supongo que Adam sabe lo que sientes.
– Me pidió permiso antes de pedirle a Velma que saliera con él la primera vez.
– ¿Y se lo diste? -preguntó Tate, incrédula.
– Ya no es mi esposa. Puede salir con quien le plazca.
Tate dio un bufido.
– Mientras tú sufres en noble silencio. ¡Hombres!
Estaba tan distraída hablando con Buck que no se fijó en que la música había parado. No le hizo ninguna gracia ver que Adam y Velma se habían acercado a su mesa.
– ¿Os importa que nos sentemos? -preguntó Adam.
Tate se mordió el labio para no decir algo censurable. Enlazó su brazo con el de Buck, sonrió de oreja a oreja y dijo:
– ¡Por supuesto! Nos encanta tener compañía, ¿verdad, Buck?
Era difícil saber cuál estaba más sorprendido por su actuación, si Buck o Adam. Lo que no esperaba Tate fue el brillo que iluminó los ojos verdes de Velma cuando ella enlazó su brazo con el de Buck. «Vaya, vaya, vaya», pensó. «Puede que aquí haya bastante más salsa de la que parece».
Adam hizo las presentaciones y, tras sentarse, llamó a una camarera para pedir unas bebidas.
– No esperaba verte aquí -le dijo Tate a Adam.
– Me gusta bailar y Velma es una gran pareja.
Tate supuso para qué otra cosa sería una buena pareja. Se había fijado en que la pelirroja tenía muy buen sentido del ritmo.
Buck permaneció en silencio, completamente rígido. ¿Sería Adam tan insensible como para no percibir las vibraciones que había entre el vaquero y su ex-esposa?
Pero Adam sabía muy bien cuánto amaba todavía Buck Magnesson a su ex-esposa. Ese era el motivo por el que había ido con Velma al baile esa tarde. Adam sabía que estando Velma allí, Buck no pasaría mucho tiempo pensando en Tate.
Había más de una forma de despellejar a un gato, pensó con satisfacción. Sabía que Tate se habría rebelado contra un ultimátum, de manera que no había protestado al enterarse de su cita con Buck. Simplemente había buscado una manera más sutil de conseguir lo que quería.
Llevar a Velma al baile le pareció la respuesta al problema. Estaba bastante seguro de que Velma seguía tan enamorada de Buck como él de ella. No le importaba jugar a hacer de Cupido, sobre todo si eso significaba separar a Tate de su viril y joven vaquero.
– ¿Qué tal si cambiamos de pareja? -preguntó Adam, levantándose de la silla y tomando la mano de Tate.
Antes de que ésta pudiera protestar, Buck dijo:
– Me parece bien -y tomó a Velma de la mano y se dirigió a la pista de baile.
Tate no sabía qué pensar de la treta de Adam.
– Eso me ha parecido un truco bastante rastrero -dijo cuando la otra pareja se alejó.
– Quería bailar contigo.
– ¿Seguro que no estás haciendo de casamentero?
Adam sonrió.
– ¿Tú también lo has notado?
– Creo que Buck aún la ama.
– Yo estoy seguro.
– ¿Entonces por qué has traído a Velma aquí esta noche?
– Creo que es evidente.
– Para mí no.
– Disfruto con su compañía.
– Oh.
Adam sonrió.
– Y sabía que Buck estaría aquí contigo.
Entonces obligó a Tate a hacer unos giros que impidieron que hiciera ningún comentario. Para cuando volvió a estar entre sus brazos, la canción había terminado y Adam la empujó con suavidad hacia la mesa, donde Buck y Velma estaban sentados frente a frente, discutiendo a voces.
– ¿Buck? -Tate no quería intervenir, pero tampoco estaba segura de si debía dejarlo a solas con Velma.
– Vámonos de aquí -dijo Buck, saltando del asiento y dando la espalda a Velma-. Buenas noches, Adam. Nos vemos mañana.
Mientras se alejaban, Tate oyó que Velma decía:
– Me gustaría volver a casa, Adam. ¿Te parece bien?
Tate no estaba segura de a dónde pensaba llevarla Buck cuando entraron en el coche. Pero por su sombría expresión, no parecía tener intenciones románticas hacia ella.
– ¿Quieres hablar de ello? -preguntó tras un rato de silencio.
Buck la miró rápidamente y luego volvió a fijar su atención en la carretera.
– No quiero aburrirte con mis problemas.
– Sé escuchar.
Buck suspiró y dijo:
– Velma y yo nos hicimos novios en el colegio. Nos casamos en cuanto nos graduamos. Pero Velma empezó a sentir pronto que se había perdido algo y tuvo una aventura.
Tate se mordió el labio para no emitir ningún juicio. Se alegró cuando Buck continuó hablando.
– Me enteré y me enfrenté a ella. Me pidió el divorcio y se lo concedí.
– ¿Por qué?
– Por orgullo. ¡Por estúpido orgullo!
– ¿Y ahora te arrepientes?
– Mi vida sin ella es bastante desastrosa.
– ¿Y por qué no haces algo al respecto?
– No sirve de nada. Velma no cree que pueda llegar a perdonarla por lo que hizo.
– ¿Y puedes?
– Buck tardó unos segundos en contestar.
– Creo que sí.
– ¿No estás seguro?
– Si lo estuviera, la tendría de vuelta en casa y en mi cama con más rapidez que un rayo.
Tate pensaba que estaban conduciendo sin rumbo fijo, pero de pronto se dio cuenta que estaban frente a la puerta de la casa de Adam. Vio la camioneta de éste aparcada. De manera que había vuelto a casa. Y había luz en el cuarto de estar.
Bajó de la camioneta y Buck se reunió con ella en el porche. Le pasó una mano por la cintura y se apartaron de la luz.
– ¿Puedo darte un beso de despedida, Tate?
Por un instante, Tate contuvo el aliento. Aquello se parecía tanto a la escena que tuvo lugar unos días atrás, la noche que se fue de su casa… La diferencia era que allí no estaban sus hermanos para protegerla del hombre malo.
– Por supuesto que puedes besarme -dijo finalmente.
Buck se tomó su tiempo, y Tate fue consciente de la dulzura de su beso. Cuando alzó la cabeza, se miraron a los ojos y sonrieron.
– No hay fuego, ¿no? -dijo Buck.
Tate denegó con la cabeza.
– Me gustas mucho, Buck. Espero que podamos ser amigos.
– Me gustaría mucho -contestó el vaquero.
Se inclinó y volvió a besarla. Ambos sabían cuánto, y cuán poco, significaba aquello.
Sin embargó, el hombre que los veía a través de la rendija en la cortina del cuarto de estar no era consciente de ello.