Tate estaba embarazada. Al menos creía estarlo. Se encontraba en la consulta de la doctora Kowalski, esperando a que la llamaran para confirmar si su test del embarazo había sido tan acertado como la empresa farmacéutica que lo vendía aseguraba. Sólo llevaba ocho días de retraso, pero nunca había sucedido algo semejante en el pasado. ¡Quién podía haber pensado que una podía quedarse embarazada la primera vez!
Tenía que haber sido entonces, porque después había acudido a la consulta de la doctora Kowalski para que le diera un diafragma. Lo había usado todas las veces que había hecho el amor con Adam durante las pasadas tres semanas… excepto la vez que lo sedujo después de pasar la noche junto al río con Buck.
De manera que tal vez había sucedido la segunda vez. ¡Eso era lo que se llamaba la suerte del novato!
– ¿Señora Whitelaw? Usted es la próxima.
Tate fue a levantarse, pero entonces se dio cuenta de que la enfermera había dicho «señora Whitelaw». Ella había dado el nombre de Tate Whatly. ¿Quién sería esa misteriosa señora Whitelaw?
La mujer que se levantó estaba embarazada de varios meses. Tenía el pelo rubio y rizado y un rostro que revelaba su edad y carácter en las ligeras arrugas de sonreír que tenía en los bordes de sus ojos azules.
A Tate le costaba creer que fuera pura coincidencia que aquella mujer tuviera el mismo apellido que ella, pues sabía que no era muy común por aquellas tierras. Llevaba tanto tiempo sin tener noticias de su hermano Jess que empezó a fantasear de inmediato con la mujer embarazada. Tal vez fuera la esposa de Jess. Tal vez Jess aparecería en la consulta un rato después.
Tal vez los cerdos volaran.
Tate vio que la mujer entraba en la consulta. Tuvo poco tiempo para seguir elucubrando, porque la llamaron enseguida.
– ¿Señorita Whatly?
– Sí… sí -Tate casi había olvidado el nombre que le había dado a la enfermera.
– Pase aquí, por favor. Necesitamos una prueba de orina. Luego desnúdese y póngase esta bata; se ata por delante. La doctora estará con usted en unos minutos.
Al cabo de quince minutos, la doctora Kowalski entró en la habitación. Tate estaba ligeramente nerviosa, pero la agradable sonrisa de la doctora la tranquilizó de inmediato.
Un rato después salía de la consulta con una receta para vitaminas prenatales y una cita para seis semanas después.
Se encontraba en el aparcamiento, aún aturdida por la confirmación de que estaba embarazada de Adam, cuando se dio cuenta de que la mujer que había sido identificada como la señora Whitelaw estaba tratando de entrar con cierta dificultad en una camioneta.
Tate se apresuró hacia ella.
– Necesita ayuda?
– Creo que podré arreglármelas -dijo la mujer, sonriendo amistosamente-. Gracias de todos modos.
Tate cerró la puerta de la camioneta cuando la mujer estuvo dentro y luego apoyó las manos en el marco de la ventanilla.
– La enfermera la ha llamado señora Whitelaw. ¿Conoce por casualidad a Jesse Whitelaw?
La mujer volvió a sonreír.
– Es mi marido.
Tate se quedó boquiabierta.
– ¿En serio? Jess es tu marido!!Tienes que estar bromeando! ¡Eso significa que va a ser padre!
La mujer rió ante la exuberante reacción de Tate.
– Desde luego que va a serlo. Mi nombre es Honey -dijo-. ¿Y el tuyo?
– Soy Tate. ¡Vaya! ¡Esto es fantástico! ¡No puedo creerlo! ¡Espera a que se enteren Faron y Garth!
Tate se puso repentinamente seria. No podía ponerse en contacto con Faron y Garth para decirles que había encontrado a Jess sin correr el riesgo de que averiguaran dónde estaba ella. Pero Jesse no debía saber que había escapado de casa. Podía verlo y compartir aquella alegría con él.
Con la mención del nombre de Tate, y luego el de Faron y Garth, la mirada se Honey se volvió especulativa, y luego preocupada. Cuando averiguó que estaba embarazada, insistió para que Jess volviera a ponerse en contacto con su familia. Le costó un poco convencerlo, pero finalmente lo consiguió.
Cuando Jess llamó al Hawk’s Way, encontró a sus hermanos muy preocupados. Tate, su hermana pequeña, había desaparecido de la faz de la tierra, y Garth y Faron temían que hubiera sufrido alguna desgracia.
Si Honey no se equivocada, en esos momentos estaba mirando a la hermana pequeña de su marido, la que llevaba desaparecida dos meses y medio. La receta para vitaminas prenatales que Tate llevaba en la mano sugería que debía haberse visto envuelta en algunas aventuras desde que había huido del rancho
– Tengo una confesión que hacer -dijo Tate, interrumpiendo los pensamientos de Honey-. ¡Tu marido Jess es mi hermano! Supongo que eso nos hace cuñadas. Nunca he tenido una cuñada. ¡Esto es fantástico!
Honey sonrió ante el entusiasmo de Tate.
– Puede que te apetezca venir a casa conmigo para ver a Jesse -ofreció.
Tate frunció el ceño al tratar de imaginar la reacción de Jesse cuando supiera que estaba allí por su cuenta. Tras pensarlo un momento, decidió que sería más seguro que la viera en su propio terreno.
– ¿Por qué no venís tú y Jess a comer a mi casa? -sugirió.
– ¿A tu casa?
Tate sonrió y dijo:
– Bueno, no es exactamente mía. Estoy viviendo en el Lazy S, trabajando como administradora del rancho para Adam Philips.
– Vaya -murmuró Honey.
– ¿Sucede algo?
– No. Nada -excepto que Adam Philips era el hombre que Honey había rechazado para casarse con Jesse Whitelaw.
– ¿Y, bien? -preguntó Tate-. ¿Crees que podréis venir?
Si Tate no sabía en lo que se estaba metiendo, Honey no iba a ser la que se lo dijera. Temía que si no aceptaba la propuesta de Tate, ésta se topara con Jess en algún momento sin estar ella presente. Y por los datos que tenía, y de los que Tate evidentemente carecía, podían surgir problemas en aquel reencuentro. Honey quería estar presente para asegurarse de que nadie resultara dañado.
– Por supuesto que iremos -dijo-. ¿A qué hora?
– Hacia las siete. Hasta entonces, Honey. Oh, y me alegro de haberte conocido.
– Yo también -murmuró Honey mientras Tate se volvía y se alejaba. Honey vio cómo abría la puerta de la vieja camioneta Chevy que según sus hermanos se había llevado de casa cuando huyó-. Vaya, vaya -añadió para sí, sintiendo un inquietante presagio respecto a la tarde que se avecinaba.
Entretanto, Tate se sentía como flotando en el aire. Aquello iba a salir de maravilla. Presentaría a Adam a su hermano y a su esposa, y más tarde, cuando estuvieran a solas, le diría a Adam que iba a ser padre.
¡Menuda sorpresa iba a llevarse!
Tate pensaba que Adam se mostraría encantado. Después de todo, lo mismo que dos personas no tenían por qué estar casadas para mantener relaciones sexuales, tampoco tenían por qué estar casadas para tener un hijo. Muchas estrellas de cine estaban haciendo aquello últimamente. ¿Por qué no iban a hacerlo ellos?
Bastante antes de las siete, Tate oyó que alguien llamaba a la puerta. Sabía que no podían ser sus invitados, y por la insistencia de los golpes dedujo que se trataba de una emergencia. Corrió a abrir la puerta y se quedó boquiabierta al ver quién estaba allí.
– ¡Jesse!
– ¡Así que eras tú!.
Tate se lanzó a los brazos de su hermano. Este la alzó y dio un par de vueltas con ella, tal y como había hecho la última vez que se vieron, cuando Tate sólo tenía ocho años.
Jesse parecía el mismo, pero también había cambiado. Sus oscuros ojos seguían tan intensos como siempre, y su pelo negro tan espeso, pero su rostro se había afilado y su cuerpo era el de un hombre maduro, no el del muchacho de veinte años que se había ido cuando Tate sólo era una niña.
– Tienes un aspecto estupendo, Tate -dijo Jesse.
– Y tú también -contestó ella, sin poder dejar de sonreír. Inclinó la cabeza en torno al ancho pecho de su hermano, tratando de localizar a Honey-. ¿Dónde está tu esposa?
– He venido antes que ella -de hecho, Jesse se había ido sin decirle nada para acudir a salvar a su hermana pequeña de las garras de aquel maldito Adam Philips. A Jesse no le había gustado nunca aquel hombre, y ahora sus sentimientos quedaban justificados. ¡Philips se había aprovechado de su hermanita! -Faron y Garth han estado muy preocupados por ti -añadió en tono de reproche.
– ¿Te has puesto en contacto con ellos? ¿Cuándo? ¿Cómo?
– Honey me convenció para que los llamara cuando supo que estaba embarazada. ¿Es cierto lo que me ha dicho? ¿Estás viviendo con Adam Philips? -preguntó Jesse.
– Trabajo aquí -dijo Tate, mostrando en el tono de su voz el orgullo que sentía por su trabajo-. Soy la administradora del rancho de Adam.
– ¿Y qué más haces para Adam?
Tate contuvo el aliento al oír aquello.
– Creo que no me gusta tu tono de voz.
– Recoge tus cosas -ordenó Jesse-. Vas a irte de aquí.
Tate apretó los puños y los apoyó en sus caderas.
– Me fui de casa para no tener que aguantar más esa clase de trato. Tampoco pienso aguantártelo a ti -dijo con firmeza-. Resulta que me gusta mi trabajo, y no tengo intención de renunciar a él.
– ¡No tienes idea de lo que puede sucederle a una joven viviendo sola con un hombre!
– ¿Ah, no?
– ¿Quieres decir que tú y Philips…?
– Mi relación con Adam no es asunto tuyo.
Jesse entrecerró los ojos especulativamente.
– Honey me ha dicho que te ha encontrado en el aparcamiento de la consulta de la doctora Kowalski, pero no me ha dicho qué hacías allí. ¿Estás enferma o algo parecido?
Jesse estaba dando palos de ciego, pensó Tate. No podía saber nada. Pero incluso un cerdo ciego era capaz de encontrar una bellota de vez en cuando. Tenía que hacer algo para distraerlo.
– Honey es una mujer muy guapa, Jesse. ¿Cómo la conociste?
– No cambies de tema, Tate.
Jesse acababa de tomar a su hermana por el brazo cuando apareció Adam.
– Me ha parecido oír voces -al ver que Jesse estaba sujetando a Tate, Adam se puso tenso. Por otro lado, se alegró de que por fin se produjera la confrontación con el hermano de Tate-. Hola, Jesse. ¿Te importa decirme qué está pasando?
– Me llevo a mi hermana a casa -dijo Jesse.
Adam miró el rostro de Tate, buscando en la profundidad de sus ojos avellanados.
– ¿Es eso lo que quieres?
– Quiero quedarme.
– Ya la has oído, Jesse -dijo Adam en tono acerado-. Suéltala.
– ¡Maldito miserable! Hará frío en el infierno antes de que deje a mi hermana entre tus garras.
Adam dio un paso adelante, con los ojos centelleantes y los puños apretados.
– ¡Basta ya! ¡Los dos! -Tate se liberó del agarrón de su hermano, pero permaneció entre los dos hombres, creando una barrera humana para contener la violencia que amenazaba estallar en cualquier momento.
– Apártate, Tate -dijo Jesse.
– Haz lo que te dice -ordenó Adam.
Tate extendió los brazos para mantenerlos separados.
– ¡He dicho que basta, y lo he dicho en serio!
– Voy a llevarte a casa, Tate -dijo Jesse. Pero el tono retador de sus palabras iba dirigido en realidad a Adam.
– ¡Si Tate quiere quedarse, se quedará! -replicó Adam, aceptando implícitamente el reto.
Para el caso que le hacían, habría dado lo mismo que Tate no hubiera estado allí. Ella sólo era el trofeo en disputa. Lo único que les preocupaba a Jesse y a Adam era el conflicto que se avecinaba.
Alguien llamó en ese momento con fuerza a la puerta, y antes de que ninguno se moviera, Honey pasó al interior.
– ¡Menos mal que he llegado a tiempo! -dijo, interponiéndose entre los dos hombres, que se apartaron de inmediato en deferencia a su estado-. ¿Qué le estáis haciendo a la pobre chica? -pasó un brazo consolador por los hombros de Tate-. ¿Te encuentras bien, Tate?
– Estoy bien -dijo Tate-. ¡Pero estos dos idiotas están a punto de empezar a pegarse!
– ¡El se lo ha buscado! -gruñó Jesse-. ¡Sólo una miserable hiena es capaz de seducir a una cría inocente!
– ¡Jesse! -exclamó Tate, tan mortificada por el termino «cría» como por la acusación de su hermano. Era posible que Jesse siguiera recordándola como una niña, pero ya era una mujer.
Adam se había puesto pálido.
– Te estás pasando mucho, Whitelaw -espetó.
– ¿Vas a negarme que te estás acostando con ella? -preguntó Jesse.
– ¡Eso no es asunto tuyo!
Honey se apartó unos pasos con Tate, alejándola de la animosidad que irradiaba de los dos poderosos hombres.
Tate se volvió hacia su hermano, tratando de calmarlo.
– Quiero a Adam -dijo.
– Pero seguro que él no ha dicho que te quiere a ti -replicó Jesse en tono burlón.
Tate bajó la mirada y se mordió el labio.
– ¡Lo sabía! -dijo Jesse en tono triunfal.
Tate alzó la barbilla y lo miró con gesto desafiante.
– ¡No pienso dejarlo!
– Te está utilizando para vengarse de mí -dijo Jesse-. El motivo por el que sé que no puede amarte es porque yo le quité la mujer a la que quería de delante de sus narices.
– ¿Qué? -confundida, Tate deslizó la mirada de su hermano a su amante. Los ojos de Adam estaban oscurecidos por el dolor y el arrepentimiento.
Tate volvió la cabeza para mirar a Honey. Los brazos de la mujer embarazada estaban protectoramente cruzados en torno a su vientre. Sus mejillas estaban intensamente ruborizadas. Alzó lentamente las pestañas y dejó que Tate viera la culpabilidad que había en sus preciosos ojos azules.
¡No podía ser cierto! Adam no podía haber hecho algo tan miserable como seducirla sólo para vengarse de Jesse por haberle robado a la mujer a la que amaba. Pero ninguna de las tres partes implicadas lo estaba negando.
Tate volvió a mirar a Adam, esperando encontrar alguna señal en su rostro que le dijera que su hermano mentía.
– ¿Adam?
La pétrea expresión de Adam fue más reveladora que cualquier palabra.
– ¡Oh, Dios mío! -murmuró Tate-. ¡Esto no puede estar pasándome!
Jesse lanzó el puño contra el hombre que le había causado tanto dolor a su hermana. Adam se echó atrás instintivamente y el puño sólo golpeó el aire. Antes de que Jesse pudiera lanzar el otro puño, Honey se colocó frente a su marido.
– ¡No pelees, por favor! ¡Por favor, Jesse!
Jesse apretó los puños, pero se contuvo por amor a su esposa. Pasó un brazo por los hombros de Honey y luego alargó una mano hacia Tate.
– ¿Vienes?
– Me… me quedo -al menos hasta que tuviera la oportunidad de hablar con Adam en privado para escuchar su versión de aquella increíble historia. Entonces decidiría si decirle que iba a tener un hijo suyo.
Honey vio que su marido estaba a punto de volver a discutir y dijo:
– Ya no es una niña, Jesse. Tiene que tomar sus propias decisiones.
– ¡Pero va a tomar la equivocada! -exclamó Jesse.
– Pero es la mía -dijo Tate con calma.
Honey pasó un brazo por la cintura de su marido.
– Vamos a casa, Jesse.
– Me voy -dijo Jesse-. Pero volveré con Faron y Garth -abrió la puerta, dejó que su mujer pasara delante de él y luego cerró de un portazo.
Tate sintió que el estómago se le caía a los pies. Le había sorprendido ver a Adam enfrentándose a su hermano; de hecho, le había alegrado. Pero si se presentaban allí los tres Whitelaw, no podría hacer nada frente a ellos. Se la llevarían de vuelta a casa antes de que tuviera tiempo de decir nada.
– Ya puedes ir despidiéndote de mí -dijo Tate sombríamente-. Cuando Faron y Garth averigüen dónde estoy vendrán a por mí.
– Nadie, incluido tus hermanos, va sacarte del Lazy S si no quieres irte -dijo Adam con firmeza.
– ¿Significa eso que quieres que me quede?
Adam asintió secamente.
Tate no quería preguntar, pero tuvo que hacerlo.
– ¿Es cierto lo que ha dicho mi hermano? ¿Querías a Honey?
Adam volvió a asentir.
Tate sintió que el pecho se le encogía.
– Te habrías casado con ella si no hubiera aparecido Jesse?
Adam se pasó una mano por el pelo, inquieto.
– No lo sé. Quería casarme con ella. Pero no estoy seguro de que ella quisiera casarse conmigo. Se lo pregunté. Nunca dijo sí.
Eso era poco consuelo para Tate, que aún estaba aturdida tras averiguar lo cerca que había estado Adam de casarse con la actual esposa de su hermano.
– ¿Es ese el motivo por el que no puedes amarme? -preguntó-. ¿Porque sigues enamorado de ella?
La torturada expresión de Adam hizo creer a Tate que había dado en el clavo. Pero no se desesperó por ello. De hecho, sintió que sus esperanzas renacían. Adam sabía que ya nunca podría tener a Honey Whitelaw. El tiempo era el mejor sanador para las heridas del corazón. Y el tiempo estaba de su lado.
Con mucho tacto, no sacó a relucir la acusación de Jesse de que Adam le había hecho el amor para vengarse de él. Sabía en el fondo de su corazón que Adam nunca la habría utilizado para eso. Tal vez no fuera capaz de amarla, todavía, pero estaba segura de que algún día la amaría.
– Necesito un abrazo -susurró.
Adam abrió los brazos y Tate se refugió entre ellos. Se acurrucó contra él, dejando que el amor que sentía fluyera entre ellos. Pero el cuerpo de Adam permaneció rígido e impenetrable.
– Adam, estoy… -la palabra «embarazada» no lograba salir de los labios de Tate.
– ¿Qué quieres decirme?
La voz de Adam sonó áspera en los oídos de Tate. Tal vez sería mejor esperar un poco antes de decirle que llevaba dentro un hijo suyo.
– Estoy contenta de que quieras que me quede -dijo finalmente.
Adam la estrechó con más fuerza, hasta que su abrazo resultó casi doloroso. Tate sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Culpó de ello a la emoción que le había producido la noticia de su embarazo.
Pero en el fondo tuvo que admitir que empezaba a dudar que todo fuera a salir tan bien como deseaba.