«Y llego ya al final de mi relato. Tomé parte en dos expediciones más. La primera contra el sistema solar que había sido escenario de la aventura del n.° 8. Esta vez, el kilsim depositado por el ksill gigante, al mando de Souilik, funcionó gracias a que un centenar de pequeños ksills habían atacado simultáneamente los planetas destruyendo las fortalezas con bombas infranucleares. Y yo era su comandante, a bordo de mi viejo Ulna-ten-sillon.
«A mi regreso de la segunda expedición fui llamado por el Consejo de los Sabios, que me hizo esta sorprendente proposición:
«En la fase en que se halla actualmente nuestra civilización, no existe posibilidad alguna de que los Hiss intenten iniciar un contacto oficial con la Tierra. En otras ocasiones ya hablan querido imponer la paz en planetas donde la guerra seguía haciendo estragos y siempre habían acabado indisponiéndose con las poblaciones de estos planetas y habían tenido que recurrir ellos mismos a la guerra. Esta era la única razón de la Ley de Exclusión. Así, pues, su proposición era que regresara a la Tierra y buscara voluntarios para emigrar al planeta virgen Sefan-Theseon, que se halla situado a nueve años-luz de Ela. Una vez allí podríamos multiplicarnos hasta alcanzar el número que nos permitiera participar eficazmente en la lucha. El factor tiempo tenía poca importancia, ya que era una lucha de siglos la que se habían entablado.
«Fui con Souilik y Ulna a ver ese planeta. Es algo mayor que la Tierra, pero sin que la gravedad sea sensiblemente más fuerte, está poblado por diversas especies animales, ninguna de las cuales es demasiado peligrosa. La vegetación es verde como aquí, el clima es suave y agradable, tiene dos lunas, montañas, mares, etc. Acepté la proposición que se me hacía y aquí me tienes.
«Ahora, ya en mi casa natal, casi me siento forastero a todo eso. Estoy por creer que Souilik tenía razón cuando bromeando me decía que yo era más Hiss que los mismos Hiss.
«Un ksill me dejó una noche en el claro de Magnou, hace seis meses. Salí inmediatamente de viaje por el extranjero y regresé a los dos meses para recibir a Ulna a quien hice pasar por una finlandesa conocida durante mi viaje. Hasta el momento he hablado con varias personas de distintas nacionalidades. Muchos han aceptado y están dispuestos a venir.
— Pero — dije yo —, no has estado hablando de una estancia en Ela de unos tres años, y antes has dicho que tu marcha tuvo lugar este último mes de octubre. ¿Cómo compaginar esto?
— Pues sencillamente. Para los terrestres no he estado ausente más de dos días. Desde luego, fue un quebradero de cabeza bastante considerable solucionar el viaje de vuelta cuando les dije que convenía a mis planes que mi ausencia de la Tierra no hubiera durado más que unos pocos días. El paso en el ahun permite, según cómo, con la ayuda de un enorme consumo de energía, trasladarse en el Tiempo con ciertos límites. No sé exactamente cómo lo hicieron. Lo que sí sé es que he vivido tres años en Ela, que tengo ahora tres años más que tú cuando antes sólo nos llevábamos un mes, que salí de aquí un 5 de octubre y que el 8 del mismo mes ya estaba de vuelta. Pero si vienes, los Sabios te lo explicarán.
— ¿Qué? ¿Me estás proponiendo que vaya con vosotros?
— ¿Por qué no? Ahora estás solo en el mundo y un físico joven y entusiasta como tú…
— Tendría que aprender muchas cosas — dije con cierta amargura.
— Aprenderás con mucha facilidad con los métodos semihipnóticos de los Hiss. ¡Piénsalo bien! ¡El universo está al alcance de tu mano!
Clair se calló. No se oyó más que el tic-tac del viejo reloj de pared. Yo estaba aturdido por lo que acababa de oír. Este relato fantástico y las sorprendentes posibilidades que se abrían ante mi.
Clair reanudó su monólogo:
— Esto es todo. No sé con exactitud dónde he estado, lo que si es un hecho, es que los Hiss viven en el mismo universo que nosotros. Y los Misliks también. Esta es la amenaza que pesa sobre todos nosotros igual que sobre ellos.
«Aparte de las fotos que puedo enseñarte, sólo tengo una prueba definitiva de cuanto te he contado, y aquí está: Ulna, hija de Andrómeda, nacida a ochocientos mil años-luz de aquí, en el planeta Arbor de la estrella Apber, el único planeta conocido, además de la Tierra, cuyos habitantes tengan sangre roja y resistan sin daño el mortal rayo de los Misliks. «aquellos-que-apagan-las-estrellas». «Me marché hace seis meses, a los tres días ya estaba de vuelta y, sin embargo, he vivido tres años en Ela, he visitado una galaxia maldita, he luchado con los Misliks, he torpedeado soles muertos y, en Ressan, he conocido a los representantes de todas las humanidades en la Liga de Tierras Humanas. Si no fuera por la presencia de Ulna, yo mismo creería que todo eso es un sueño o una alucinación y me sometería a los cuidados de algún psiquiatra ¡Ah, no! ahora me olvidaba, está también el hassrn, que antes estabas mirando en mi laboratorio — no lo niegues porque nunca has sabido mentir —. Pero ese aparato no lo dejaré en la Tierra. Sí, ya sé que con él libraríamos a la humanidad de la mayor parte de las enfermedades que la aquejan. Recientemente lo utilicé para curar a la hermana de nuestro amigo Lepeyre que padecía de un cáncer mortal, pero bastaría que el secreto cayera en manos de políticos o militares malintencionados para convertirlo en la más espantosa máquina de guerra: los rayos abióticos diferenciales. No, decididamente no puedo dejarlo. Tal vez más adelante…
Clair quedó un momento pensativo y después, sonrió socarronamente y dijo:
— Me pregunto qué van a pensar los gobiernos cuando se den cuenta de esas desapariciones entre los mejores elementos de sus respectivos pueblos. Sin duda acusarán una vez más a los rusos. Aunque a decir verdad, también ellos notarán desapariciones, ya que no hay razón alguna para excluirlos de Nova Terra.
«Bueno, son las tres de la madrugada y hay que ir a dormir. Piénsalo.
— Es que mañana por la noche tengo que estar en París, — dije.
— No importa. La respuesta no es tan urgente. Estaré todavía unos meses en la Tierra, y además, pienso volver de vez en cuando. ¡Ah! un dalo divertido: Devolví el bloque de tungsteno que me prestaron. ¡Poco se piensa mi antiguo cliente que el mineral que guarda ahora en su cajón es el producto de un laboratorio de Ressan!
No sé cómo pude dormirme aquella noche. Por la mañana, Clair y su mujer me esperaban en el comedor. Todo lo que había oído la noche anterior me parecía un lejano sueño, increíble a la luz del día. Tuve que mirar la mano de Ulna y pensar en lo que llevaba grabado en el magnetófono para convencerme de lo contrario.
Al despedirnos, Ulna me entregó un paquetito y Clair dijo:
— Ulna te da esto para la mujer que elijas en el caso de que no te decidas a venir con nosotros. Es un regalo de Arbor a la Tierra. Escríbeme cuando te hayas decidido.
— De acuerdo, — respondí —. Pero ten en cuenta que he de meditarlo un poco. Además, necesito oír tu relato un par de veces más.
Me fui. Unos kilómetros más allá paré el coche y abrí el paquete. Contenía una sortija de un metal blanco, con un magnífico diamante azul tallado en forma de estrella de seis puntas.
A la mañana siguiente ya había reanudado mi rutinaria actividad diaria. Cada noche, conectaba mi magnetófono y escuchaba el relato de Clair hasta que me lo aprendí de memoria. Lo he transcrito sobre este cuaderno. También enseñé el anillo a un famoso joyero. Su dictamen fue categórico: jamás, hasta aquel momento, había visto o había oído hablar de un brillante tallado en forma de estrella. En cuanto al metal, era platino del más puro. He hecho la tontería de prestar este cuaderno a Irene M…, la bella especialista en neutrones. Me lo ha devuelto dos días después aconsejándome que abandonara la Física y me dedicara a escribir novelas futuristas. «¿Si fuera cierto, querrías venir? — le pregunté. — Por qué no — me contestó». Entonces le hice oír el relato y le enseñé la sortija.
Ya está decidido: me voy. Se lo he escrito a Clair y voy a ver si convenzo a Irene.
Este manuscrito sorprendente ha sido hallado en la casa de M. F. Borie. Como recordarán nuestros lectores, el doctor M. Borie, joven y prestigioso físico nuclear, desapareció hace seis meses al mismo tiempo que una de sus colegas del centro de investigaciones atómicas, la Srta. Irene Masón. Hemos hecho indagaciones en la Dordogne sobre el doctor Clair de que se habla en el manuscrito y, al parecer, desapareció en aquellas mismas fechas. Unos meses antes había vuelto de un viaje con una joven muy hermosa con la que se había casado en el extranjero. Según el portero de la casa de M. F. Borie, la víspera de su desaparición recibió la visita de un hombre moreno de gran estatura acompañado de una joven rubia, muy bella.
Finalmente, colmando ya nuestra capacidad de sorpresa, hemos podido averiguar — a pesar de la discreción de los gobiernos — que tanto en Europa como en América, desaparecieron en aquella misma época centenares de personas de ambos sexos, la mayor parte gente joven, pero todos ellos de un elevado nivel intelectual: sabios, artistas, estudiantes, obreros especializados, algunos con toda su familia. En todas partes donde eso ocurrió, observaron, poco tiempo antes, el paso del hombre alto y moreno y la hermosa mujer rubia.
FIN