La Historia… es, en verdad, poco más que una crónica de los crímenes, insensateces y desgracias de la humanidad.
Kate estaba bajo custodia, aguardando su juicio. Llevar el caso a los tribunales estaba tomando bastante tiempo, ya que era uno bastante complejo. Los abogados de Hiram habían sostenido, en comunicación reservada a través del FBI, que el juicio se debía demorar sea como fuere, mientras se estabilizaban las nuevas facultades de ver lo pasado con que ahora contaba la tecnología de las cámaras Gusano.
De hecho, tanta había sido la vasta publicidad que rodeó al caso de Kate, que se consideraba que el fallo iba a sentar jurisprudencia. Aun antes de que hubiera un conocimiento amplio de sus posibilidades de visión retrospectiva, de la cámara Gusano se esperaba que ejerciera influencia inmediata sobre casi todos los casos penales que fueran objeto de controversia. A muchos de los juicios más importantes se los había demorado o pasado a cuarto intermedio en espera de nuevas pruebas y, en general, únicamente los casos leves o los no controvertidos se los estaba procesando a través de los tribunales.
Durante mucho tiempo, cualquiera que fuese el resultado del caso, Kate no iría a ninguna parte.
En tanto, Bobby decidió encontrar a su madre.
Heather Mays vivía en un sitio llamado Thomas City, próximo al límite entre los estados de Utah y Arizona. Bobby voló hasta Cedar City y desde ahí se desplazó en auto. En Thomas detuvo el coche unas cuadras antes de la casa de Heather y fue caminando.
Un patrullero estaba haciendo su recorrida en silencio y un policía rollizo fijó la mirada en Bobby. La cara del hombre era una luna ancha y hostil que estaba toda picada con los hoyos de múltipies carcinomas de células básales. Pero su mirada llena de ferocidad se ablandó cuando reconoció de quién se trataba. Bobby le pudo leer los labios: Buen día, señor Patterson.
Cuando el patrullero siguió su recorrido, Bobby sintió un escalofrío de timidez. La cámara Gusano había convertido a Hiram en la persona más famosa del planeta y, ante el omnividente ojo público, Bobby siempre aparecía al lado de él.
De hecho sabía que mientras se acercaba a la casa de su madre, centenares de puntos de vista de cámaras Gusano debían de estar revoloteando junto a su hombro en ese mismo instante, observando •con fijeza su cara en este difícil momento, como vampiros invisibles de las emociones.
Trató de no pensar en ello: era ésa la única defensa posible contra la cámara Gusano. Pasó caminando a través del corazón del pueblo.
Nieve de abril que caía fuera de estación descendía sobre los techos y jardines de casas de listones de madera barata, que se podrían haber conservado durante cien años. Pasó ante un pequeño estanque en el que había niños patinando, girando sin cesar y describiendo círculos apretados, riendo a carcajadas. Aun bajo el pálido sol invernal, los niños llevaban anteojos para sol y manchas de pomada con pantalla solar plateada y reflectora.
Thomas era un sitio anónimo, pacífico y arraigado, uno más en centenares iguales a él, según suponía Bobby, aquí, en el enorme corazón vacío de Estados Unidos. Era un sitio al que tres meses atrás habría considerado aburrido a muerte; si es que alguna vez se hubiera encontrado acá, es probable que se habría ido más que rápido hacia Las Vegas no bien se le hubiese dado la oportunidad. Y, sin embargo, ahora se encontraba preguntándose qué tal habría sido crecer en este lugar.
Mientras miraba el patrullero alejarse con lentitud por la calle, advirtió que inmediatamente después que el vehículo se alejara se producía una extraña actividad súbita de quebrantamientos triviales de la ley: un hombre, que había salido de una tienda donde se vendían hamburguesas de sushi, hizo un bollo con el papel en que venía envuelta su comida y lo dejó caer en el piso, directamente debajo de la nariz de los policías. En una intersección, una anciana imprudentemente cruzó una de las calles por el medio, no por la esquina, al tiempo que, a través del parabrisas del patrullero, lanzaba una mirada desafiante llena de cólera a los policías. Y así todo el tiempo. Los policías miraban con gesto tolerante y, no bien el patrullero había pasado, la gente, ya satisfecha con haber restregado su desprecio por la nariz de las autoridades, retomaba su vida aparentemente respetuosa de la ley.
Éste era un fenómeno muy difundido. Se había producido una rebelión de vasto alcance, si bien sorda, contra el nuevo régimen de invisibles vigiladores que usaban la cámara Gusano. La idea de que las autoridades dispusieran de tan inmensos poderes de inspección no parecía caer muy bien al instinto de muchos estadounidenses, y por todo el ámbito del país había tenido lugar un ascenso en la tasa de delitos leves. En otro aspecto, parecía como si a los ciudadanos respetuosos de las leyes súbitamente se les hubiera despertado el deseo de realizar pequeños actos de ilegalidad, como arrojar desperdicios en la vía pública, no cruzar la calle por las esquinas y demostrar que seguían siendo libres a pesar de la supuesta mirada escrutadora de las autoridades. Los policías locales estaban aprendiendo a ser tolerantes con esta conducta.
No era más que una muestra de las libertades que se defendía. Pero Bobby supuso que eso era saludable.
Llegó a la calle principal. Imágenes con animación en máquinas expendedoras de diarios sensacionalistas lo instaban a enterarse de las últimas noticias, por sólo diez dólares la imagen. Bobby observó con interés los seductores titulares: había algunas noticias serias, tanto locales como nacionales e internacionales. Aparentemente, en el pueblo se estaba agravando un estallido de cólera relacionada con la tensión derivada del suministro de agua, y también había problemas con la asimilación del cupo de habitantes de la isla Galveston, a los que fue necesario reubicar como consecuencia del ascenso del nivel del mar. Pero los temas en serio quedaban mayormente eclipsados por notas por completo intrascendentes que sólo buscaban el escándalo.
A una miembro local del Congreso se la había obligado a renunciar a su cargo cuando una cámara Gusano dejó al descubierto sus devaneos: se la había atrapado queriendo obligar a un héroe futbolístico de la escuela secundaria, enviado a Washington en virtud de sus méritos deportivos, a que practicara otra forma de actividad atlética… pero el muchacho ya había pasado de la edad en que la ley le permitía dar consentimiento, por lo que, en lo que a Bobby concernía, el delito principal que la diputada había cometido, en esta época en que alboreaba la cámara Gusano, era el de estupidez.
Pero esa funcionaria no fue la única. Se decía que el veinte por ciento de los miembros del Congreso, y casi un tercio de los del Senado, había anunciado que no iba a buscar la reelección o, si no, que se iba a jubilar temprano o, lisa y llanamente, ya había renunciado. Algunos comentaristas estimaban que una buena mitad de todos los funcionarios electos de Estados Unidos se pudo haber visto forzada a abandonar su cargo antes de que la cámara Gusano se hiciera carne en la conciencia nacional y en la individual.
Estaban los que decían que esto era algo bueno, que a la gente se la asustaba para que se comportara con decencia. Otros señalaban que la mayoría de los seres humanos tenía instantes que preferiría no compartir con el resto de la humanidad. Quizá dentro de algunos ciclos electorales, los únicos sobrevivientes entre los funcionarios ya elegidos, o entre los que se aprontaran para postularse para un cargo, serían patológicamente estúpidos y directamente desprovistos de una vida personal de la que pudieran hablar.
No cabía duda de que, como siempre, la verdad habría de estar entre esos dos extremos.
Todavía había algo de cobertura de la gran noticia de la semana anterior: el intento de funcionarios inescrupulosos de la Casa Blanca por desacreditar a un oponente potencial de la presidenta Juárez en la próxima campaña presidencial; lo habían tomado con una cámara Gusano cuando el hombre estaba sentado en el inodoro con los pantalones bajados hasta los tobillos, mientras se hurgaba la nariz y se extraía pelusa del ombligo.
Pero esto había hecho que a los fisgones les saliera el tiro por la culata y no había afectado en absoluto al gobernador Beauchamp. Después de todo, todo el mundo tenía que usar el inodoro y era probable que todos, sin importar cuan humilde fuese su lugar en la sociedad, lo hicieran sin preguntarse si había un punto de vista de cámara Gusano mirándolo hacia abajo (o, peor aún, hacia arriba).
Hasta Bobby había adquirido el hábito de usar el lavatorio en la oscuridad. No era sencillo, ni siquiera con las nuevas instalaciones sanitarias de fácil uso y con texturas para reconocimiento táctil que rápidamente se estaban volviendo cosa de todos los días. Y a veces se preguntaba si en el mundo civilizado había alguien que todavía mantenía relaciones sexuales con la luz encendida…
Dudaba de que aun los vendedores de diarios sensacionalistas en los supermercados insistieran con esas revelaciones que hacían los paparazzi, ya que el valor de ellas como elemento para llamar la atención se había desgastado. Una indicación de eso la daba el hecho de que esas imágenes, que apenas unos meses atrás habrían sido revelaciones conmocionantes, ahora, en medio de la tarde, desde puestos ubicados en la calle principal de esta comunidad mormona, trataban de atraer al público con imágenes en colores brillantes, y prácticamente ningún transeúnte les prestaba atención, así fueran jóvenes o viejos, niños o concurrentes a la iglesia.
A Bobby le daba la impresión de que la cámara Gusano estaba obligando a la especie humana a abandonar algunos tabúes, para poder crecer un poco.
Siguió caminando.
El hogar de los Mayse fue fácil de hallar. Delante de esta casa que, en todo otro aspecto, carecía de detalles distintivos, aquí, en medio del Estados Unidos clásico de pueblos pequeños, Bobby encontró el símbolo, de décadas de antigüedad, de la fama y la notoriedad: una docena, más o menos, de dotaciones de noticiosos congregadas delante de la verja de estacas puntiagudas pintadas de blanco que bordeaba el jardín. Con tecnología de acceso instantáneo por cámara Gusano o sin ella, iba a transcurrir mucho tiempo antes de que el público que miraba noticias se desacostumbrara a ver la presencia interpretante de una reportera interponiéndose ante alguna nota que constituyera primicia sensacional.
La llegada de Bobby era, por supuesto, todo un acontecimiento noticioso por sí mismo. En ese momento, los periodistas vinieron corriendo hacia él, sus cámaras teleguiadas flotando sobre su cabeza como globos metálicos y angulares, para dispararle preguntas: Bobby, para acá, por favor… Bobby… Bobby, ¿ es cierto que ésta es la primera vez que ve a su madre desde que usted tenía tres años?… ¿Es cierto que su padre no quiere que usted esté aquí o esa escena en la sala de conferencias de Nuestro Mundo no fue más que algo preparado para las cámaras Gusano?… Bobby… Bobby…
Bobby sonrió con tanta tranquilidad como le fue posible mostrar. Los reporteros no intentaron seguirlo cuando abrió el pequeño portón y atravesó la verja. Después de todo no había necesidad: era indudable que en ese mismo momento mil puntos de vista de cámara Gusano lo estaban siguiendo.
Sabía que no tenía el menor sentido pedir que se respetara su vida privada. Aparentemente no había otra alternativa más que aguantar. Pero sentía esa mirada invisible como si hubiera sido una presión tangible sobre la nuca.
Y el pensamiento más pavoroso de todos era que entre esta multitud invisible que se juntaba como una manga de langostas podría haber observadores provenientes del futuro inimaginable, que a lo largo de los túneles del tiempo estaban atisbando de manera retrospectiva este momento. ¿Qué pasaría si él mismo, un Bobby futuro, se contara entre ellos?…
Pero tenía que vivir el resto de su vida, a pesar de esta supuesta mirada escrutadora.
Golpeó suavemente la puerta y esperó, sintiendo un nerviosismo que aumentaba a cada instante. Ninguna cámara Gusano, suponía, podría ver la manera en que estaba martillando su corazón pero, con seguridad, los millones que miraban podrían ver lo crispado de sus mandíbulas, las gotas de transpiración que él podía sentir en la frente a pesar del frío.
La puerta se abrió.
Se había necesitado un poco de trabajo de persuasión de Bobby para conseguir que Hiram le diera su aprobación a ese encuentro.
Hiram había estado sentado a solas ante el enorme escritorio imitación caoba, delante de una montaña de papeles y pantallas flexibles. Estaba con el torso inclinado hacia adelante, en postura defensiva. Había adquirido el hábito de mirar permanentemente en derredor, recorriendo el aire con mirada escudriñadora en busca de puntos de vista de cámara Gusano, como si fuera un ratón temeroso de un depredador.
—Quiero verla —le había dicho Bobby—. A Heather Mays. Mi madre. Quiero ir a encontrarme con ella.
Hiram parecía tener un agotamiento y una irresolución como Bobby jamás recordaba haberle visto antes:
—Sería un error. ¿Para qué te serviría hacerlo?
Bobby vaciló.
—No lo sé. No sé cómo es la sensación de tener una madre.
—Ella no es tu madre. No en el sentido real. No te conoce y no la conoces.
—Me siento como si la conociera, la veo en toda exhibición de diarios sensacionalistas…
—Pues entonces sabes que tiene una familia nueva. Una familia nueva que nada tiene que ver contigo. —Hiram lo miró. —Y ya sabes respecto del suicidio.
Bobby frunció el entrecejo.
—Su marido.
—Se suicidó debido a la intromisión de los medios de prensa. Y todo porque tu novia reveló lo de la cámara Gusano a los reptiles periodísticos más detestables de todo el planeta. Ella es responsable…
—Papá…
—Sí, sí, lo sé. Ya tuvimos una discusión por eso. —Hiram se levantó de su silla, fue hacia el ventanal y se masajeó la nuca. —Dios, estoy cansado. Mira, Bobby, en el momento que se te ocurra que quieres volver al trabajo, me vendría muy bien algo de ayuda.
—No creo estar listo en este preciso momento…
—Todo se ha ido al demonio desde que se lanzara la cámara Gusano. Toda la seguridad adicional es una molestia permanente…
Bobby sabía que esto era cierto: la reacción, casi toda hostil, contra la existencia de la cámara Gusano había venido de todo el espectro de grupos de protesta, desde venerables militantes como del Centro de Distribución de los Derechos a la Vida Privada, hasta llegar a intentos de ataque a las casa matriz de la compañía, la Fábrica de Gusanos e, inclusive, a la casa privada de Hiram. Una cantidad enorme de gente, de ambos lados de la ley, se sentía lesionada por la inexorable revelación de la verdad que hacía la cámara Gusano. Mucha de esa gente parecía tener la necesidad de alguien a quien culpar por su congoja… ¿Y a quién mejor que a Hiram?
—Estamos perdiendo gran cantidad de gente útil, Bobby. Muchos de ellos no tienen el coraje de quedarse junto a mí ahora, cuando me he convertido en el enemigo público número uno, en el hombre que destruyó la vida privada. Y no puedo decir que los culpo, ellos no tienen nada que ver en esta pelea.
“Y aun aquellos que permanecieron a mi lado no pueden mantener las manos fuera de las cámaras Gusano. La utilización ilícita ha sido increíble… y ya te puedes imaginar para qué: espiar a los vecinos, a la esposa, a los compañeros de trabajo. Hemos tenido interminables trifulcas, peleas a puñetazos y un intento de tiroteo, cuando la gente descubre lo que los amigos piensan de ellos en realidad, lo que hacen a sus espaldas. Y ahora que se puede mirar lo pasado es imposible de esconder. Es adictivo. Supongo que esto es una muestra de lo que nos cabe esperar cuando la cámara Gusano de visión retrospectiva llegue al público en general. Vamos a despachar millones de unidades, de eso no hay duda alguna pero, por ahora, es una molestia de la que no nos podemos deshacer. Tuve que prohibir el uso ilícito y poner las terminales bajo llave… —Miró a su hijo fijamente:
—Mira, hay mucho por hacer y el mundo no va a esperar hasta que las heridas de tu refinada alma hayan sanado.
—Pensaba que los negocios marchaban bien… aun cuando hubiéramos perdido el monopolio de la cámara Gusano.
—Todavía llevamos la delantera. —La voz de Hiram estaba adquiriendo fuerza; se estaba volviendo más fluida la manera de expresión, según observó Bobby, Hiram estaba hablando al público invisible que suponía que lo estaba vigilando aun ahora. —Ahora que podemos dar a conocer la existencia de la cámara Gusano, hay una de nuevas aplicaciones que podemos producir en nuestras instalaciones. Videófonos, por ejemplo: un par de agujeros de gusano en línea directa entre emisor y receptor; prevemos un mercado en el nivel de las empresas más importantes que se inaugurará de inmediato, a lo que han de seguir modelos para el público en general. Naturalmente que eso tendrá influencia sobre el negocio de la Cadena de Datos, pero aun así seguirá existiendo la necesidad de una tecnología de seguimiento e identificación… pero no es ahí donde radican mis problemas. Bobby, la semana que viene tenemos una asamblea de inversionistas y tengo que enfrentar a mis accionistas.
—No van a hacerte pasar un mal momento, las finanzas andan soberbias.
—No es eso. —Recorrió la sala con la mirada, con gesto temeroso. —¿Cómo lo puedo expresar? Antes del advenimiento de la cámara Gusano, este negocio era un coto cerrado de caza. Nadie conocía mis cartas, ni mis competidores, ni mis empleados, ni siquiera los inversionistas ni los accionistas, si yo quería que fuera de ese modo. Y eso me brindaba mucho poder para simular o actuar contra las simulaciones de los competidores.
—¿Mintiendo?
—Eso nunca —contestó Hiram con firmeza, tal como Bobby sabía que tenía que hacerlo—. Es una cuestión de postura: yo podía reducir al mínimo mis puntos débiles, dar a conocer mis puntos fuertes, sorprender a los competidores con una estrategia nueva, hacer cualquier cosa, en síntesis. Pero ahora las reglas cambiaron. Ahora el juego se parece más al ajedrez, y yo llegué a perro viejo jugando al poker. Ahora, por un precio, cualquier accionista o competidor, o regulador tal vez, puede venir a comprobar cualquier aspecto de mi operación. Pueden ver todas mis cartas, incluso antes de que las juegue. Y ésa no es una sensación confortable.
—Le puedes hacer lo mismo a tus competidores —dijo Bobby—.
Leí muchos artículos que dicen que la nueva administración de empresas a libro abierto será algo bueno: si estás abierto a las inspecciones, aun las de tus empleados, puedes explicar todo lo que haces, y es más probable que te lleguen críticas válidas, con lo que cometerás menos errores…
Los economistas argumentaban que la apertura había traído muchos beneficios a las empresas. Al no haber una sola de las partes que tuviera el monopolio de la información, se presentaba una oportunidad mejor de celebrar un acuerdo comercial dado: con la información sobre costos reales disponible para todo el mundo, sólo era admisible un margen razonable de obtención de utilidades. Un mejor flujo de la información llevaba a una competencia más perfeccionada; los monopolios y cárteles, y otros manipuladores del mercado, encontraban que les resultaba imposible mantener sus actividades. Al haber flujos abiertos y explicables de dinero, los delincuentes y los terroristas ya no podían ocultar dinero que hubiera escapado al registro. Y así sucesivamente.
—Por Dios —gruñó Hiram—. Cuando oigo pavadas como ésa desearía con todas mis fuerzas haberme dedicado a la venta de libros de texto sobre administración de empresas. En este preciso instante estaría ganando dinero a carradas. —Con un ademán abarcador señaló los edificios del centro de la ciudad que se veían más allá del ventanal. —Pero ahí afuera no hay un grupo de discusión de la facultad de ciencias económicas.
“Es parecido a lo que ocurrió con las leyes sobre los derechos de la propiedad intelectual, cuando se produjo el advenimiento de Internet. ¿Recuerdas eso?… No, eras demasiado joven. La Infraestructura Global de la Información, esa cosa que se suponía iba a reemplazar la Convención de Berna sobre derechos de la propiedad intelectual, volvió a caer estrepitosamente sobre todo aquello que no se podía hacer. De repente, la Red se vio inundada por basura que no se había preparado ni revisado para su publicación. Todas y cada una de las malditas editoriales se vieron forzadas a cerrar las puertas, y todos los escritores volvieron a ser programadores de computadora, y todo porque alguien estaba dando a conocer, gratis, el material que editoriales y autores solían vender para ganarse el pan.
“Ahora estamos volviendo a pasar otra vez por lo mismo: hay una tecnología poderosa que conduce a una revolución en la información, a una nueva apertura. Pero eso entra en conflicto con el interés de la gente que originó, o añadió, valor a esa información en primer lugar. Únicamente puedo obtener un rédito en lo creado por Nuestro Mundo y eso deriva, en gran medida, de la titularidad de las ideas. Pero pronto no va a ser posible obligar al cumplimiento de las leyes sobre titularidad de la propiedad intelectual.
—Papá, eso es lo mismo para todos.
Hiram resopló.
—Puede ser. Pero no todos van a prosperar. En cada una de las salas donde se reúne la junta directiva de cada empresa de esta ciudad hay revoluciones y pugnas por el poder. Lo sé, observé la mayoría de ellas… del mismo modo que ellas observaron las mías. Lo que te estoy diciendo es que me hallo en un mundo totalmente nuevo. Y necesito que estés a mi lado.
—Papá, tengo que ordenar mi mente.
—Olvídate de Heather. Estoy tratando de advertirte que vas a salir lastimado.
Bobby negó moviendo la cabeza.
—Si estuvieras en mi lugar, ¿no querrías conocerla? ¿No tendrías curiosidad?
—No —dijo de modo contundente—. Nunca regresé a Uganda para buscar a la familia de mi padre. Nunca lo lamenté. Ni siquiera una vez. ¿Para qué habría servido? Tenía que construir mi propia vida. Lo pasado, pisado; no hace el menor bien examinarlo demasiado de cerca. —Miró hacia el aire con gesto desafiante. —Y todos ustedes, sanguijuelas que están trabajando para poner al desnudo más defectos de Hiram Patterson, pueden escribir eso también.
Bobby se puso de pie.
—Pues si duele tanto, siempre puedo encender la llave que pusiste en mi cabeza, ¿no?
Hiram lo miró con tristeza.
—Tan sólo no olvides dónde está tu verdadera familia, hijo.
En la puerta estaba parada una muchacha esbelta, no más alta que el hombro de Bobby, llevaba un vestido recto y suelto, en color azul eléctrico chillón que tenía un estampado refulgente Lincoln rosado. Miró a Bobby con gesto severo.
—Sé quién eres —comenzó él—, eres Mary. —La hija del segundo matrimonio de Heather.
Otra media hermana de cuya existencia recién se había enterado. La muchacha aparentaba menos de los quince años que tenía.
Llevaba el cabello cortado de manera brutalmente corta y en la mejilla apareció un morfotatuaje liso. Era bonita, tenía pómulos altos y ojos de mirada cálida, pero su cara estaba contraída en un gesto de disgusto que parecía habitual.
Bobby forzó una sonrisa.
—Tu madre está…
—Esperándote, lo sé. —Miró más allá de él al nido de reporteros. —Es mejor que entres.
Bobby se preguntó si debía decir algo sobre el padre de la muchacha, expresar sus condolencias. Pero no pudo hallar las palabras y la cara de ella era dura y desprovista de expresión. Había pasado el momento.
Pasó al lado de su media hermana y entró en la casa. Estaba en un vestíbulo estrecho atestado con botas y abrigos de invierno; alcanzó a ver una cocina de aspecto cálido, una sala de estar con grandes pantallas flexibles que colgaban de las paredes, parecía ser un estudio casero.
Mary le golpeó el brazo.
—Observa esto. —Avanzó un paso, encaró a los reporteros y se levantó el vestido por encima de la cabeza, llevaba bombacha pero sus pequeños pechos estaban desnudos. Se bajó el vestido y cerró la puerta de un golpe. Bobby pudo ver que tenía puntos de sonrojo en las mejillas. ¿Ira, vergüenza?
—¿Por qué hiciste eso?
—De todos modos, me miran todo el tiempo. —Y giró sobre los talones y corrió al piso de arriba, los zapatos taconeando sobre las tablas de madera desnuda, dejando a Bobby varado en el vestíbulo.
—…Lamento lo que pasó. Mary no se está adaptando muy bien.
Y aquí, por fin, estaba Heather, caminando lentamente por el vestíbulo hacia él. Era más menuda de lo que había esperado. Parecía esbelta, incluso muy delgada pero fuerte, si bien un tanto cargada de hombros. Su cara alguna vez pudo haber compartido la apariencia de niña traviesa de Mary, pero ahora esos pómulos eran sobresalientes bajo una piel envejecida por la exposición al sol, y esos ojos pardos, hundidos en lo profundo de pozos formados por el entrecruzamiento de arrugas, se veían cansados. El cabello, con vetas de gris, estaba recogido formando un rodete apretado.
Lo miraba con curiosidad.
—¿Estás bien?
Durante el lapso de varios latidos, Bobby no confió en sí mismo para hablar.
—…Sí …No estoy seguro de cómo te debo llamar.
Ella sonrió.
—¿Qué te parece Heather? Esto ya es bastante complicado tal como está.
Y, sin advertencia alguna, dio un paso hacia él y le envolvió el pecho con los brazos.
Bobby había tratado de ensayar qué decir y hacer cuando sobreviniera este momento; trató de imaginar cómo iba a manejar la tormenta de emoción que esperaba que se produjera. Pero ahora el momento había llegado y él se sentía…
Vacío.
Y todo el tiempo estaba consciente, dolorosamente consciente, de que millones de ojos estaban sobre él, sobre cada gesto y expresión que hacía.
Heather dejó de abrazarlo y se alejó de él.
—No te veía desde que tenías cinco años y ahora que te veo tiene que ser así. Bueno, creo que hemos dado suficiente espectáculo.
Lo condujo a la sala que Bobby provisoriamente había identificado como estudio. En una mesa de trabajo había una gigantesca pantalla flexible, del tipo de grano fino que empleaban los dibujantes y los diseñadores gráficos. Las paredes estaban cubiertas con listas, imágenes de gente y de lugares, trozos de papel amarillo cubiertos con escritura de trazos muy finos, escritura incomprensible. Sobre cada superficie, y eso incluía el piso, había guiones cinematográficos y libros de referencia abiertos. Con brusquedad, Heather tomó una masa de papeles apilados sobre una silla giratoria y la dejó caer al suelo. Bobby aceptó la invitación implícita, sentándose.
Ella le sonrió.
—Cuando eras pequeño te gustaba el té.
—¿De veras?
—No bebías otra cosa. Ni siquiera gaseosas. Así que… ¿Querrías?
Iba a rehusarse, pero era probable que ella lo hubiera comprado especialmente. ¡Y ésta es tu madre, pedazo de imbécil!
—Claro que sí —mintió—. Gracias.
Heather fue a la cocina y volvió con una tetera humeante de lo que resultó ser té de jazmín. Se inclinó hacia él para servírselo.
—No me puedes engañar —susurró— …pero gracias por ser indulgente conmigo.
Silencio embarazoso. Bobby sorbió el té.
Señaló la gran pantalla flexible y la parva de papel.
—Eres cineasta, ¿no es así?
Ella suspiró.
—Solía serlo. Documentales. Me considero a mí misma como periodista de investigación. —Sonrió. —Gané premios. Deberías estar orgulloso. No es que a alguien le importe más ese costado de mi vida, en comparación con el hecho de que una vez me acosté con el grandioso Hiram Patterson.
Bobby preguntó.
—¿Todavía trabajas? ¿Aun cuando…
—¿Aun cuando mi vida está deshecha? Estoy tratando de trabajar. ¿Qué otra cosa puedo hacer? No quiero que se me defina en función de Hiram. Y no es que eso resulte fácil. Todo ha cambiado con tanta rapidez.
—¿La cámara Gusano?
—¿Qué otra cosa?… Ya nadie quiere pedazos de película elegidos por un director. Y al género dramático se lo borró por completo del mapa. Todos estamos fascinados por este nuevo poder que tenemos de observarnos los unos a los otros, así que ya no queda trabajo, con la excepción de las novelas documentales, seguir gente real en el transcurso de su vida real… con el consentimiento y la aprobación de esa gente, claro está. Eso es irónico, si se tiene en cuenta mi propia posición, ¿no crees? Mira —hizo aparecer una imagen en la pantalla flexible, una joven en uniforme.
—Anna Petersen. Recién salida de la escuela de la Armada en Annapolis.
Bobby sonrió.
—¿Anna de Annapolis?
—Ya puedes ver por qué se la eligió. Tenemos dotaciones rotativas para hacer el seguimiento de Anna veinticuatro horas por día. Seguiremos su carrera en los primeros destinos que le asigne la Fuerza, durante sus triunfos y desastres, sus amores y pérdidas. Según se rumorea se la ha de enviar con la fuerza de tareas a los puntos candentes de la guerra por el agua que se está librando en el mar de Aral, así que estamos esperando algo de buen material. Por supuesto, la Armada sabe que estamos haciendo el seguimiento de Anna. —Heather miró hacia el aire vacío. —¿No es así, muchachos? De modo que tal vez no sería una sorpresa que ya se le haya dado una misión así; y no cabe la menor duda de que tendremos abundancia de metraje de película de guerra apto para que lo puedan ver las mamitas de los combatientes y que les muestre lo bien que sus hijos lo están pasando.
—Eres cínica.
—Pues espero que no. Pero no es fácil. La cámara Gusano está destrozando mi carrera. Ah sí, por el momento hay demanda por gente que sepa interpretar su información —analistas, editores, comentadores—, pero aun eso va a desaparecer cuando las enormes masas humanas de clase baja que están ahí afuera puedan apuntar sus propias cámaras Gusano a quien mejor les plazca.
—¿Crees que eso va a ocurrir?
La mujer resopló.
—Oh, pero naturalmente que sí. Esto ya nos pasó antes con las computadoras personales. Sólo es cuestión de cuan rápido vaya a ocurrir ahora. Empujadas por la presión de la competencia y por las fuerzas sociales, las cámaras Gusano van a volverse más baratas y más poderosas y de más amplia asequibilidad, hasta que toda la gente tenga una.
Y quizá —pensó Bobby con inquietud, recordando los experimentos de David con la visión a través del tiempo— más poderosas que lo que ya conoces.
—…Háblame sobre ti y Hiram —disparó de pronto Bobby.
Heather sonrió, dando la impresión de sentirse cansada.
—¿Estás seguro de querer eso? ¿Acá, en el planeta de la Cámara Indiscreta?
—Por favor.
—¿Qué te dijo Hiram sobre mí?
Con lentitud, vacilante en ocasiones, repitió la narración de Hiram.
Heather asintió con la cabeza.
—Entonces eso es lo que ocurrió. —Y ella sostuvo la mirada de Bobby durante muchos segundos. —Escúchame, soy más que un apéndice de Hiram, que una especie de anexo de tu vida. Lo mismo vale para Mary. Somos gente, Bobby. ¿Sabías que perdí un hijo y Mary, un hermano menor?
—No, Hiram no me lo dijo.
—Estoy segura de que no lo hizo porque eso nada tenía que ver con él. Gracias a Dios que nadie puede mirar eso, No aún, pensó Bobby sombríamente.
—…Quiero que entiendas esto, Bobby. —Miró al aire. —Quiero que todos entiendan. Mi vida se está destruyendo, pedazo por pedazo, porque se la está observando. Cuando perdí a mi hijo me escondí. Cerré las puertas con llave, cerré las cortinas, hasta me escondí debajo de la cama. Por lo menos había momentos en los que podía estar en privado. No ahora. Ahora es como si cada pared de mi casa se hubiera convertido en un espejo que permite ver desde el otro lado. ¿Puedes imaginar la sensación que eso produce?
—Creo que sí —contestó con gentileza.
—Dentro de unos días el centro de atención se va a desplazar, a quemar a alguna otra persona. Pero nunca sabré cuándo algún obseso, en alguna parte del mundo, estará fisgando en mi alcoba, todavía curioso, aun cuando hubieran transcurrido años desde hoy. E incluso si la cámara Gusano desapareciera mañana, nunca podría traer de vuelta a Desmond.
“Mira, las cosas ya han ido bastante mal para mí pero, por lo menos, sé que todo eso se debe a algo quejo hice, hace mucho tiempo. Mi esposo y mi hija nada tuvieron que ver con eso. Y, aun así, se vieron sometidos a la misma mirada escrutadora e inmisericorde. Y Desmond…
—Lo siento.
Heather bajó la mirada. Su taza estaba temblando, produciendo un delicado tintineo de porcelana en el platillo.
—Yo lo siento también. No acepté verte para hacer que te sientas mal.
—No te preocupes. Ya me sentía mal desde antes. Y traje al público. He sido egoísta.
Su madre sonrió con esfuerzo.
—Estaban aquí de todas maneras. —Blandió la mano por el aire, alrededor de la cabeza. —A veces imagino que puedo dispersar a los fisgones como quien ahuyenta insectos. Pero no supongo que eso sirva para algo. Me agrada que vinieras, cualesquiera que fuesen las circunstancias… ¿Querrías más té?
“…Ella tenía ojos pardos.
No fue sino hasta que soportó el largo viaje de regreso a Cedar City que ese simple detalle se le ocurrió de pronto a Bobby.
Llamó.
—Motor de búsqueda. Genética Básica. Genes dominantes y recesivos. Por ejemplo, los ojos azules son recesivos; los pardos, dominantes. Así que si un padre tiene ojos azules y la madre los tiene pardos, los hijos deberían tener…
—¿Ojos pardos? No es así de sencillo, Bobby. Si los cromosomas de la madre llevan un gen para ojos azules, entonces algunos de los hijos tendrán ojos azules también.
—Azul-azul proveniente del padre; azul-pardo proveniente de la madre. Cuatro combinaciones…
—Sí. Así que uno de cuatro hijos tendrá ojos azules.
“…Hmmm, tengo ojos azules, pensó. Heather los tiene pardos.
El motor de búsqueda era lo suficientemente sagaz como para interpolar la verdadera pregunta de Bobby.
—No tengo información sobre los antecedentes genéticos de Heather, Bobby. Si lo deseas puedo averiguarlo…
—No importa. Gracias.
Se arrellanó en su asiento. Sin duda era una pregunta estúpida. Heather debía de tener ojos azules en los antecedentes de su familia.
Sin duda.
El auto avanzó velozmente a través de la vasta noche que cada vez se iba haciendo más oscura.
Con fuerte golpeteo de los tacos, Hiram caminaba de un lado para otro de la pequeña habitación de David, su silueta recortándose contra la ventana panorámica que dejaba ver el cielo nocturno de Seattle. Levantó un papel al azar, una fotocopia cuyo texto ya estaba muy desvaído y leyó el título:
—“Agujeros Lorentzianos de Gusano Provenientes del Vacío Comprimido por la Gravedad”. ¿Más teoría revientacerebros?
David estaba sentado en el sofá, irritado y molesto por la visita no anunciada de su padre. Entendía la necesidad de Hiram por tener compañía, por gastar su adrenalina, por escapar de la intensamente escudriñada pecera de pececillos dorados en que se había convertido su vida… Simplemente pasaba que habría preferido que Hiram no lo hubiera hecho en su espacio privado.
—Hiram, ¿quieres tomar algo? Café o…
—Una copa de vino vendría bien. No francés.
David fue a la heladera.
—Guardo un Chardonnay. Pocos de los viñedos californianos son casi aceptables. —Trajo las copas de vuelta al sofá.
—¿Así que —retomó Hiram— agujeros lorentzianos de gusano?
David se reclinó en el sofá y se rascó la cabeza.
—A decir verdad, nos estamos acercando a un callejón sin salida. La tecnología de Casimir parece tener limitaciones intrínsecas. El equilibro de las dos placas superconductoras del condensador, equilibrio entre las fuerzas de Casimir y la repulsión eléctrica, es inestable y se pierde con facilidad. Y las cargas eléctricas que tenemos que transportar son tan grandes que en los alrededores hay frecuentes descargas violentas. Tres personas ya han muerto en las operaciones de la cámara Gusano, Hiram, como ya sabes por las demandas de pago del seguro. La próxima generación de cámaras Gusano va a necesitar algo más robusto y, si tuviéramos eso, podríamos fabricar instalaciones para cámaras Gusano mucho más pequeñas y baratas, y propagar la tecnología mucho más allá.
—¿Y existe esa manera?
—Pues, quizá sí. Los inyectores de Casimir son una manera bastante aparatosa, propia del siglo XIX, de obtener energía negativa. Pero sucede que esas regiones pueden ocurrir en forma natural. Si al espacio se lo distorsiona suficientemente fuerte, al vacío cuántico y a otras fluctuaciones se las puede amplificar hasta… Bueno. Este es un efecto cuántico sutil. Se lo denomina vacío comprimido. El problema es que la mejor teoría que tenemos dice que se necesita un agujero negro cuántico para que dé un campo suficientemente fuerte de gravedad. Y, por eso…
—Y, por eso, estás buscando una teoría mejor. —Hiram hojeó los papeles y quedó con la mirada fija en las notas manuscritas de David, las ecuaciones a las que unían flechas que formaban circuitos cerrados. Lanzó una mirada furibunda por toda la habitación.
—Y ni una sola pantalla flexible a la vista. ¿Sales mucho? ¿Alguna vez? ¿O te dejas llevar por el auto con control inteligente hacia el trabajo y de vuelta de él, con la cabeza puesta en un papel polvoriento o en otro? Desde el momento en que llegaste te metiste esa cabeza francoestadounidense que tienes en lo profundo de tu amplio y generoso culo, y es ahí donde quedó.
David se encrespó.
—¿Es eso un problema para ti, Hiram?
—Ya sabes cuánto dependo de tu trabajo. Pero no puedo dejar de sentir que no comprendes el verdadero sentido de lo que está pasando aquí.
—¿Sentido? ¿El sentido de qué?
—De la cámara Gusano. Que lo que es realmente importante de ella es lo que está haciendo ahí afuera. —Hizo un gesto señalando la ventana.
—¿En Seattle?
Hiram rió.
—En todas partes. Y esto antes de que ese asunto de la visión retrospectiva empiece en verdad a hacer sentir su influencia. —Pareció haber tomado una decisión. Depositó la copa. —Escucha: ven a hacer un viaje conmigo mañana.
—¿Adonde?
—A la planta Boeing. —Le dio a David una tarjeta: mostraba un código de barras para conducción de vehículos por inteligencia artificial. —¿A las diez de la mañana, en punto?
—Está bien. Pero…
Hiram se puso de pie.
—Me considero responsable de completar tu educación, hijo. Te mostraré la diferencia que representa la cámara Gusano.
Bobby trajo a Mary, su media hermana, al cubículo abandonado de Kate en la Fábrica de Gusanos.
Mary caminó alrededor del escritorio, tocando la pantalla flexible en blanco que estaba tendida ahí, los tabiques acústicos circundantes. Todo estaba clínicamente limpio, impoluto, monótono.
—¿Esto es todo?
—Se han sacado sus pertenencias personales. La Policía se llevó algunos objetos, material de trabajo. Al resto lo hemos empaquetado para mandárselo a su familia. Y, desde entonces, el personal del laboratorio forense estuvo arrastrándose por todas partes.
—Es como una calavera a la que los animales carroñeros hubieran lamido hasta dejarla monda.
Bobby hizo la mueca de una sonrisa.
—Agradable imagen.
—Tengo razón,¿no?
—Sí, pero…
Pero, pensó, todavía permanecía un algo inefable de Kate en este escritorio anónimo, en esta silla, como si en los meses que ella había pasado aquí, de alguna manera hubiera dejado su impronta en este monótono trozo de espacio-tiempo. Se preguntaba cuánto tiempo tendría que transcurrir para que se desvaneciera esta sensación.
Mary lo estaba contemplando.
—Estar acá te está molestando, ¿no?
—Eres perceptiva… y franca hasta más no poder.
Mary sonrió de oreja a oreja, mostrando diamantes —supuestamente falsos— engarzados en los dientes de adelante.
—Tengo quince años. Ese es mi trabajo. ¿Es cierto que las cámaras Gusano pueden mirar hacia el pasado?
—¿Dónde oíste eso?
—¿Lo es o no lo es?
—…Sí.
—Muéstrame a la mujer.
—¿A quién?
—A Kate Manzoni. Nunca la conocí. Muéstramela. Tienes cámaras Gusano acá, ¿no?
—Por supuesto. Esta es la Fábrica de Gusanos.
—Todo el mundo sabe que se puede ver el pasado con una de estas cámaras. Y tú sí sabes cómo operarlas… ¿o tienes miedo? Igual que como tuviste miedo de venir acá…
—Vete, si se me permite decirlo, a cagar. Sígueme.
Irritado ahora, condujo a su media hermana hasta el ascensor jaula que los habría de llevar hasta el puesto de trabajo, unos niveles más abajo.
David no estaba ahí ese día. El técnico que supervisaba le dio la bienvenida a Bobby y le ofreció ayuda. Bobby se aseguró de que el equipo estuviera en línea y no aceptó más colaboración. Se sentó en la silla giratoria que estaba delante del escritorio de David y empezó a preparar la ejecución del ciclo; sus dedos pulsaban con torpeza las poco conocidas teclas manuales que brillaban en la pantalla flexible.
Mary había sacado un taburete y se había sentado al lado de Bobby.
—Esa interfaz es repugnante. Este David debe de ser una especie de engendro que adora lo antiguo.
—Deberías hablar con más respeto, es mi medio hermano.
La muchacha resopló:
—¿Por qué debo tener respeto, nada más que porque el viejo Hiram no pudo dejar de tirar el chorro? De todos modos, ¿qué hace David todo el día?
—David está trabajando en una nueva generación de cámaras Gusano. Es algo que se llama tecnología de vacío comprimido. Acá está. —Tomó un par de referencias del escritorio de David y se las mostró a la muchacha, que hojeó las páginas con ecuaciones escritas en letra muy apretada.
—El sueño es que pronto podamos abrir agujeros de gusano sin necesidad de una fábrica llena de imanes superconductores. Mucho más baratos y pequeños…
—Pero seguirán estando en manos del Estado y de las empresas importantes, ¿no es así?
La pantalla flexible grande fijada en el tabique que tenían frente a ellos se encendió con un siseo de píxels. Bobby podía oír el gemido de los generadores que alimentaban los enormes y torpes inyectores de Casimir, en la fosa de abajo; percibir el olor penetrante del ozono, proveniente de los poderosos campos eléctricos y, a medida que las máquinas acumulaban su ingente energía, sentir, como siempre le ocurría, una oleada de excitación, de expectativa.
Y, para alivio de Bobby, Mary estaba en silencio, por lo menos en forma temporaria.
La tormenta estática de nieve se despejó y una imagen —un tanto fraccionada, pero reconocible de inmediato— llenó la pantalla flexible.
Estaban mirando desde arriba el lugar de trabajo de Kate, que se hallaba un par de pisos por encima de ellos ahí, en la Fábrica de Gusanos. Pero lo que veían ahora no era una cáscara que había quedado vacía, ahora. Una pantalla flexible estaba sesgada en ángulo de un lado al otro del escritorio y había datos que iban apareciendo por uno de sus extremos y desapareciendo por el otro, sin que nadie reparara en ellos. En uno de los rincones, un cuadro representaba lo que parecía ser una emisión noticiosa: una cabeza parlante con gráficos en miniatura. Había más señales de trabajo en proceso: una lata de gaseosa adaptada como portalápices, lápices y lapiceras desparramados sobre el escritorio con grandes blocks de papel oficio amarillo, un par de periódicos en papel doblados sobre sí y mantenidos en posición de lectura con un sostén.
Pero lo que era más revelador —y desgarrador— era el ambiente del lugar, las cosas y el desorden personales que definían a éste como el espacio de Kate y de ninguna otra persona: el café humeante en una taza con autocontrol de la temperatura, envolturas de papel estrujadas, un almanaque con pata de sostén, un reloj digital angular, feo, estilo década de 1990, un retrato con una foto personal (Bobby y Kate con el exótico fondo de Tierra de la Revelación), irónicamente unido con tachuelas a uno de los tabiques.
La silla estaba apartada del escritorio y todavía estaba girando con lentitud.
La perdimos por segundos, pensó Bobby.
Mary contemplaba la imagen sin quitarle los ojos de encima; estaba boquiabierta, fascinada por esa ventana hacia el pasado, como lo estaba todo el que miraba por primera vez.
—Estuvimos precisamente ahí. Es tan diferente. Es increíble.
…Y ahora Kate hizo su entrada desde bastidores a la imagen, tal como Bobby sabía que haría. Llevaba puesta una camisa larga sencilla y práctica, y un mechón de cabello colgaba sobre la frente, molestándole los ojos. Estaba con el entrecejo fruncido, concentrada, los dedos sobre el teclado aun antes de haberse sentado.
A Bobby le resultaba difícil hablar.
—Ya lo sé.
Las instalaciones de rv de Boeing resultaron ser una cámara equipada con hilera tras hilera de jaulas abiertas de acero. Quizá, casi un centenar, pensó David. Más allá de las paredes de vidrio, ingenieros vestidos con guardapolvo blanco se desplazaban entre bancos brillantemente iluminados de equipo de procesamiento electrónico de datos.
Las jaulas tenían suspensión cardánica para desplazarse en tres dimensiones, y en cada una de ellas había un traje parecido a un esqueleto, hecho de caucho y acero y provisto de censores y manipuladores. A David se lo sujetó con correas apretadas dentro de uno de esos trajes y tuvo que luchar contra la sensación de claustrofobia cuando los técnicos le pusieron los brazos y piernas en posición, pero sin posibilidad de moverlos. Con un ademán rechazó el aditamento genital, que era absurdamente enorme, con forma de matraz para destilación al vacío.
—No creo necesitar eso en este viaje…
Una técnica sostuvo en alto un casco delante de la cabeza de David. Era una masa de equipo electrónico con una oquedad. Antes de que se lo colocaran buscó con la mirada a Hiram, su padre estaba en una jaula del otro extremo, en una hilera a unas pocas filas por delante.
—Pareces estar muy alejado.
Hiram alzó una mano enguantada, dobló y estiró los dedos.
—No habrá diferencia alguna una vez que estés inmerso. —Su voz retumbó en el cavernoso salón. —¿Qué opinas de esta instalación? Impresiona bastante, ¿eh? —Y guiñó un ojo.
David pensó en el Ojo de la Mente, el sencillo aparato por banda cefálica de Bobby: unos pocos centenares de gramos de metal que, al ponerse en interfaz directa con el sistema nervioso central, podía reemplazar todo estos aparatitos de Boeing para envolvimiento-con-tacto-total. Una vez más, según parecía, Hiram tenía un producto mejor.
Dejó que la técnica hiciera caer el casco sobre su cabeza y quedó suspendido en la oscuridad…
… que se fue aclarando con lentitud, como una bruma disipándose.
—Primeras impresiones —dijo Hiram secamente. Dio un paso hacia atrás, revelando un paisaje.
David miró en derredor: agua, un terreno en pendiente cubierto de guijarros, un cielo rojo. Cuando movía la cabeza con demasiada rapidez, la imagen se hacía añicos y centelleaba hasta convertirse en píxels, y podía sentir el momento difícil del casco.
El horizonte se curvó de manera bastante abrupta, como si se lo hubiera estado viendo desde una gran altura. En ese horizonte había colinas bajas, erosionadas, cuyas laderas podían verse reflejadas en el agua.
El aire parecía ser tenue y David sintió frío. Dijo:
—¿ Primeras impresiones ? Una playa en el momento de una puesta de sol… pero ése no es un sol que yo haya visto alguna vez.
El “Sol” era una bola de luz roja que iba descolorando hasta adoptar un color amarillo anaranjado en el centro. Estaba posado sobre un horizonte abrupto, libre de bruma, y estaba aplanado hasta adquirir la forma de una lente, posiblemente por la refracción. Pero era inmenso, mucho más grande que el Sol de la Tierra; se trataba de una cúpula al rojo vivo que cubría un décimo del cielo quizás. A lo mejor se trataba de una gigante, reflexionó, una estrella dilatada que está envejeciendo.
También el cielo era de un tono más fuerte que un cielo de puesta de sol: carmesí intenso en lo alto, escarlata alrededor de ese sol voluminoso, negro más allá. Pero incluso alrededor del sol, las estrellas brillaban: de hecho, según podía advertir David, se distinguían estrellas de brillo tenue a, través, del difuso limbo del sol en sí.
Precisamente a la derecha de ese sol había una constelación compacta que era perturbadoramente familiar: esa forma de W, sin duda alguna, era Casiopea, una de las figuras estelares de más fácil reconocimiento; lástima que había una estrella adicional a la izquierda de esa configuración que convertía la constelación en un burdo zigzag.
David dio un paso hacia adelante. Los guijarros crujían de manera convincente y podía sentir piedras agudas debajo de los pies; aunque se preguntaba si los puntos de presión que tenía en la planta de los pies coincidían con lo que veía en el suelo.
Dio unos pasos hasta el borde del agua. Sobre las rocas brillaba hielo y había témpanos de hielo en miniatura que se extendían hacia adentro del agua, aproximadamente a una distancia de un metro. El agua era plana, casi inmóvil y subía y bajaba con movimiento suave, con lentitud. Se inclinó e inspeccionó un guijarro: era duro, negro y estaba sumamente desgastado. ¿Basalto? Por debajo se veía el brillo de un depósito cristalino: sal quizás. Alguna estrella brillante que estaba detrás de David arrancó destellos amarillos blancos de la piedra, que hasta proyectaba una sombra.
Se irguió y lanzó la roca al agua, voló a mucha distancia, pero con lentitud. ¿Escasa gravedad? Finalmente chocó con el agua produciendo un débil chapoteo; gruesas ondas se extendieron en círculos lánguidos con centro en el punto de impacto.
Hiram estaba parado a su lado. Llevaba un sencillo traje enterizo de ingeniero con el logo redondo de Boeing en la espalda.
—¿Ya descubriste dónde te encuentras?
—Es una escena de una novela de ciencia ficción que una vez leí. Una visión del fin del mundo.
—No —dijo Hiram—. No es ciencia ficción. Tampoco es un juego. Esto es real… el escenario lo es, por lo menos.
—¿Una visión de la cámara Gusano?
—Sí. Con un montón de mejoramiento e interpolación de rv, al que la escena responde de manera convincente si tratas de interactuar con ella como, por ejemplo, cuando recogiste esa piedra.
—Infiero que ya no estamos en el Sistema Solar. ¿Puedo respirar este aire?
—No, en su mayor parte es dióxido de carbono. —Hiram señaló las colinas redondeadas. —Todavía hay algo de vulcanismo aquí.
—Pero éste es un planeta pequeño: lo puedo ver por el modo en que se curva el horizonte. Y la gravedad es baja: la piedra que tiré… Entonces, ¿por qué este pequeño planeta no perdió todo su calor interno, como la Luna? …Ah, la estrella. —Señaló la cáscara incandescente que se alzaba sobre el horizonte. —Debemos de estar lo suficientemente cerca como para que las mareas mantengan fundido el núcleo de este mundito. Como lo, que está en órbita alrededor de Júpiter. De hecho, eso tiene que significar que la estrella no es la gigante que yo creí que era: es una enana, y estamos cerca de ella, lo suficientemente cerca como para que persista el agua en estado líquido… si es que ese lago o mar que hay allí es agua.
—Oh, sí, aunque no te recomiendo bebería. Y te confirmo: estamos en un planeta pequeño que está en órbita alrededor de una estrella enana roja. Aquí, el año sólo dura alrededor de nueve de nuestros días.
—¿Hay vida?
—Los científicos que están estudiando este sitio no han encontrado que hubiera vestigios del pasado. Una pena. —Hiram se inclinó y levantó otro guijarro de basalto: proyectaba dos sombras en la palma de su mano, una color gris y difusa, proveniente de la gorda estrella roja que estaba delante de ellos; y otra, más tenue pero más definida, proveniente de la fuente de luz que estaba detrás de ellos.
David se dio vuelta siguiendo con su vista este último haz de luz. En el cielo había una estrella doble, más rutilante que cualquier otra estrella, u otro planeta, que se viera desde la Tierra y, sin embargo, todavía reducida a puntos de luz debido a la distancia. Los puntos de luz le lastimaron los ojos y levantó la mano para protegerse la cara.
—Es bellísimo —comentó.
Volvió a darse vuelta y alzó la vista para mirar la constelación a la que provisoriamente había identificado como Casiopea, esa brillante estrella adicional acoplada sobre el extremo de la constelación.
—Sé dónde estamos. Las estrellas brillantes que hay detrás de nosotros son el par binario de Alfa del Centauro, las estrellas brillantes que están más cerca de nuestro Sol, a unos cuatro años luz de distancia…
—A cuatro coma tres, según se me dijo.
—Y entonces éste tiene que ser un planeta de Próxima del Centauro, la estrella más cercana de todas. Alguien hizo funcionar una cámara Gusano hasta tan lejos como Próxima del Centauro. A través de cuatro años luz. Es increíble.
—Excelente deducción. Te lo dije, no estás al corriente de las cosas, éste es el frente de vanguardia de la tecnología de la cámara Gusano. Este poder. Por supuesto, las constelaciones no han cambiado demasiado: cuatro años luz es muy poca cosa en la escala interestelar. Pero ese rutilante intruso que hay hacia arriba de Casiopea es un sol. Nuestro Sol.
David contempló el Sol, nada más que un punto de luz amarillo pálido, brillante pero no en grado excepcional… y, aun así, esa chispa de luz era la fuente de toda la vida que hay sobre la Tierra. Y el Sol, la Tierra y todos los planetas, y todo lugar que algún ser humano hubiera visitado, se podría haber eclipsado con un grano de arena.
—Es bonita —dijo Mary.
Bobby no contestó.
—Realmente es una ventana hacia el pasado.
—No es tan mágica —dijo Bobby—. Cada vez que miras una película estás mirando el pasado.
—Oh, vamos —susurró la muchacha—, todo lo que puedes ver es lo que algún operador de cámara o editor decidió mostrarte. Y lo principal: incluso en un programa de noticias la gente a la que estás observando sabe que la cámara está ahí. Ahora, con esto, puedes mirar a cualquiera, en cualquier momento, en cualquier parte, ya fuere que una cámara estuviese o no presente. Tú miraste esta escena antes, ¿no?
—Tuve que hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque éste es el momento en que se supone que Kate cometió el delito.
—¿Robar secretos sobre realidad virtual de IBM? No me da la impresión de que esté cometiendo delito alguno.
Eso molestó a Bobby.
—¿Y qué esperabas que hiciera, ponerse un antifaz negro?… Lo siento.
—No importa. Sé que esto es difícil. ¿Por qué habría de hacerlo? Sé que estaba trabajando para Hiram, pero no era exactamente amor lo que sentía por él… Ah. Ella te amaba a ti.
Bobby desvió la mirada.
—El caso que arguye elfbi es que Kate quería quedarse con parte del mérito ante los ojos de Hiram. Entonces, Hiram podría aceptar su relación conmigo. Ése era el motivo que ella tendría, según el fbi. Por eso, esto. En algún momento Kate iba a decirle lo que había hecho.
—¿Y tú no lo crees?
—Mary, no conoces a Kate, eso simplemente no corresponde a su manera de ser. —Sonrió. —Créeme, si quiere tenerme, simplemente me toma, no importa lo que Hiram pudiera sentir. Pero hay pruebas contra ella: los técnicos recorrieron minuciosamente todo el equipo que ella usó, restauraron archivos suprimidos que mostraban que datos sobre los ciclos de ensayo deibm habían estado presentes en la memoria que Kate usó.
Mary hizo un ademán amplio hacia la pantalla:
—Pero podemos mirar en el pasado.¿A quién le importan los vestigios que quedan en una computadora? ¿Existe alguien que realmente la haya visto abrir un archivo monstruo cargado de datos y con el logotipo de ibm?
—No. Pero eso no prueba cosa alguna, no a los ojos de la fiscalía, por lo menos. Kate sabía lo de la cámara Gusano. Quizás hasta conjeturó que, al final, la cámara iba a tener facultades de visión retrospectiva y que, por eso, podía vigilar a Kate en forma retrospectiva, por lo que ella se cubrió.
Mary volvió a resoplar.
—Tendría que haber sido un genio desviado como para idear algo como eso.
—No conoces a Kate —repitió Bobby con frialdad.
—Y, de todos modos, todo esto son pruebas circunstanciales… ¿Es ésa la palabra correcta?
—Sí. De no ser por la cámara Gusano, en estos momentos ya estaría ante el tribunal. Pero ni siquiera pasó la instancia del juicio aún. La Corte Suprema se encuentra trabajando en un nuevo marco jurídico que rige la admisibilidad de las pruebas obtenidas con cámaras Gusano y, entre tanto, muchos casos, entre ellos el de Kate, se hallan en espera.
Con un teclear impulsivo, Bobby borró la pantalla.
—¿Esto no te preocupa? —preguntó entonces Mary—. ¿El modo en que todos ellos están usando la cámara Gusano?
—¿Todos ellos?
—Las grandes empresas, vigilándose unas a otras. El FBI, vigilándonos a todos nosotros. Tengo la convicción de que Kate es inocente. Pero es seguro que alguien de aquí sí espió aibm con una cámara Gusano. —Con la certeza de su juventud, afirmó: —O todos deben tener la cámara Gusano o nadie la debe tener.
Bobby respondió:
—Puede ser que tengas razón. Pero eso no va a ocurrir.
—Pero esas cosas que me mostraste, la próxima generación, el concepto del vacío comprimido…
—Tendrás que encontrar a alguien más con quien puedas debatir.
Quedaron sentados en silencio durante algún tiempo.
Después, Mary dijo:
—Si yo tuviera un visor en el tiempo, lo usaría en toda ocasión. Pero no lo usaría para mirar una y otra vez cosas de mierda. Yo miraría cosas buenas. ¿Por qué no mirar hacia atrás un poquito más, llegar hasta aquellos momentos en que fuiste feliz con ella?
Por algún motivo eso no se le había ocurrido a Bobby, y se sintió disgustado.
Mary insistió:
—Y bien, ¿por qué no?
—Porque eso se fue. Está en el pasado. ¿Qué sentido tiene mirar hacia atrás?
—Si el presente es una basura y el futuro es peor, el pasado es todo lo que te queda.
Bobby frunció el entrecejo. La cara de su medio hermana, al igual que la de su madre, era pálida, serena y sus ojos azules llenos de franqueza miraban directamente a los ojos del interlocutor.
Bobby comprendió.
—Extrañas a tu padre.
—Por supuesto que lo extraño —dijo Mary con una chispa de enojo. —Quizá las cosas son diferentes en el planeta, cualquiera que fuere, del que vienes. —En ese momento se suavizó su mirada. —Me gustaría verlo. Nada más que un ratito.
No debí haberla traído acá, pensó Bobby.
—Quizá más tarde —contestó con delicadeza—. Vamos. El clima está agradable. Vayamos al golfo de Puget. ¿Alguna vez saliste a navegar?…
Le tomó varios minutos de persuasión conseguir que la muchacha saliera.
Más tarde, luego de recibir una llamada de David, se enteró de que algunas de las referencias y notas manuscritas sobre agujeros de gusano por vacío comprimido estaban faltando de la oficina de su hermano David.
—En realidad era Disney —dijo Hiram como al pasar, parado ahí, bajo la luz de Próxima. —En sociedad con Boeing instalaron una instalación gigantesca para cámaras Gusano en el antiguo edificio de armado de automóviles que está en Cabo Cañaveral. En otras épocas se armaban cohetes allí. Ahora envían cámaras espía a las estrellas. Todo un cambio, ¿no? Por supuesto, mayormente alquilan sus instalaciones virtuales a los científicos, pero la gerencia de Boeing permite que el personal juegue aquí durante la hora del almuerzo. Ya están divisando a todos los planetas y lunas del Sistema Solar, sin abandonar la calidez que les brinda el aire acondicionado que tienen en su laboratorio.
—Y Disney gana con todo eso. La Luna y Marte parecen ser sitios factibles para convertirse en parques temáticos a los que irán viajeros virtuales con cámaras Gusano. Me contaron que los emplazamientos de salida de las Apolo y Viking gozan de particular popularidad; y compiten con ellos los antiguos Lúnojod soviéticos que son una atracción por sí mismos.
Y, pensaba David, no hay duda de que Nuestro Mundo tiene que ver en todo esto.
Hiram sonrió.
—Estás muy callado, David.
David exploraba sus emociones, sentía una admiración entremezclada con cierto temor.
Levantó un puñado de rocas y lo dejó caer, su lento rebote en un ambiente de poca gravedad no era del todo auténtico.
—Esto es real. Debo de haber leído cien obras dramáticas de ficción, mil estudios teóricos, sobre las misiones a Próxima. Y ahora estamos aquí. Es el sueño de un millón de años pararse aquí y ver esto. Es probable que sea un sueño lo suficientemente magnífico como para liquidar finalmente los vuelos espaciales. Qué lástima. Pero es todo lo que es: un sueño. Todavía nos hallamos en ese frío hangar de las afueras de Seattle. Al mostrarnos el destino del viaje, sin exigirnos el desgastante viaje, la cámara Gusano nos convertirá a todos en un planeta de seres perezosos cuya única actividad gimnástica será cambiar de canal de televisión con el control remoto.
—¿No crees que eres un tanto irritable?
—No, no lo creo. Hiram, antes de la cámara Gusano dedujimos la existencia de este planeta de Próxima, a partir de desplazamientos minúsculos de la trayectoria de la estrella. Calculamos cuáles debían de ser las condiciones de su superficie; leímos detenidamente los análisis espectroscópicos de su borrosa luz, para ver si podíamos deducir de qué estaba hecho; nos esforzamos por fabricar nuevas generaciones de telescopios que nos brindaran un mapa de su superficie. Hasta soñamos con fabricar naves que pudieran llegar hasta aquí. Ahora tenemos la cámara Gusano y ya no necesitamos hacer deducciones, ni esforzarnos, ni pensar siquiera.
—¿Y eso no es algo bueno?
—¡No! —contestó David con brusquedad—. Es como cuando un niño se apresura a buscar las respuestas en la parte de atrás de un libro de ejercicios. La cuestión, ¿ves?, no son las respuestas en sí, sino el desarrollo mental de que disfrutamos al esforzarnos por obtener esas respuestas. La cámara Gusano va a liquidar toda una gama de ciencias, como la planetología, la geología, la astronomía. En las generaciones venideras nuestros científicos se limitarán a contar y clasificar, igual que como lo hacía un coleccionista de mariposas del siglo xviii. La ciencia se habrá de transformar en taxonomía.
—Te olvidaste de la historia.
—¿La historia?
—Tú fuiste quien descubrió que una cámara Gusano puede extenderse cuatro años luz, así como, con la misma facilidad, extenderse cuatro años en el pasado. Nuestra comprensión del tiempo es insignificante en comparación con la que tenemos del espacio, pero es seguro que se habrá de desarrollar. Y entonces sí que todo se va a ir al demonio.
“Piensa en ello. Hasta ahora podemos retroceder días, semanas, meses. Podemos espiar a nuestra esposa, vernos a nosotros mismos en el retrete, los policías pueden hacer el seguimiento de delincuentes en el momento de cometer el hecho. Pero todo esto es nada, trivialidades personales. Cuando podamos retroceder años, entonces estaremos hablando de abrir la Historia… ¡Y eso será la lata de gusanos!
“Hay gente ahí afuera que ya está preparando el terreno. Debes de haber oído sobre los Doce Mil Días, un proyecto jesuíta bajo las órdenes del Vaticano: completar la historia del desarrollo de la Iglesia, de primera mano; remontándose hasta Cristo mismo. —Hiram hizo una mueca a modo de sonrisa. —Gran parte de los sucesos no serán agradables de ver. Pero el Papa es astuto: es mejor que la Iglesia encare este proyecto en primer lugar antes que algún otro. Aun así, hará que el cristianismo se deshaga como un castillo de arena, al que seguirán las demás religiones.
—¿Estás seguro?
—Maldición, sí. —Los ojos de Hiram refulgían bajo la luz roja.—¿Acaso Bobby no denunció que Tierra de la Revelación era un fraude ideado por un delincuente?
En realidad, pensó David, aunque Bobby ayudó, fue un triunfo de Kate Manzoni.
—Hiram, Cristo no era Billybob Meeks.
—¿Estás seguro? ¿Crees que podrías soportar averiguarlo? ¿Podría tu Iglesia sobreponerse a eso?
…Quizá no, pensó David. Pero debemos esperar fervientemente a que sí pueda.
David se dio cuenta de que Hiram había tenido razón al obligarlo a salir de su celda académica, casi monástica, para ver todo esto. Había sido un error suyo esconderse, trabajar en la cámara Gusano sin tener la menor percepción de sus consecuencias ulteriores. Tomó la firme resolución de sumergirse en la aplicación de la cámara, así como en su teoría.
Hiram miró lo poco que quedaba del sol que se ocultaba.
—Creo que está haciendo frío. A veces nieva aquí. Vamos. —Empezó a operar los invisibles botones de abortamiento que había en su casco.
David atisbo la astilla de luz que era el distante Sol e imaginó a su alma regresando a casa, volando desde esta desolada playa hasta aquella calidez primordial.
Bobby encontró la sala de entrevistas, ubicada en las entrañas de este antiguo edificio de tribunales, deprimente en extremo. Las paredes deslucidas daban la impresión de que no se las hubiera pintado desde principios de siglo y aun se distinguía el verde pálido propio de las reparticiones del Estado.
Y sería en esa sala que se habría de desollar, pedazo por pedazo, la vida privada de Kate.
Kate y su asesora letrada, una mujer excedida de peso y que no sonreía, estaban sentadas en duras sillas de plástico, detrás de una deslucida mesa de madera, sobre la que se agrupaban distintos dispositivos de grabación. A solicitud de Kate, Bobby mismo estaba sentado en una posición algo más elevada sobre un banco duro, en la de atrás de la sala, como único testigo de esta extraña representación teatral.
Clive Manning, el psicólogo designado por el tribunal que oficiaría de perito en el caso de Kate, se hallaba parado en el frente de la sala, pulsando una pantalla flexible que estaba fijada en la pared. Las imágenes de la cámara Gusano, tenuemente iluminadas y padeciendo de una distorsión tipo ojo de pescado, parpadearon cuando Manning buscó el punto de iniciación. Al final encontró el lugar que deseaba: era la imagen congelada de Kate con un hombre; estaban parados en una sala de estar atiborrada de objetos, evidentemente en medio de una acalorada discusión, gritándose entre sí.
Mannmg, alto, delgado, calvo, rondando la cincuentena, se quitó los lentes de metálico y con él se dio leves golpecitos rítmicos en los dientes: una pose que Bobby ya estaba encontrando irritante por el sonido molesto que producía, además de que los anteojos en sí eran ya una afectación anticuada.
—¿Qué es la memoria humana? —preguntó Manning. Miraba con fijeza el aire, como si hubiera estado dando una conferencia a un público invisible. Y quizá sí lo estaba haciendo. —Por cierto que no es un mecanismo pasivo de grabación, como un disco digital o una cinta. Es más que una máquina que narra cuentos. La información que proviene de los sentidos se descompone en trozos de percepción, los que se vuelven a descomponer para que se los almacene como fragmentos de memoria. Y a la noche, cuando el cuerpo descansa, a estos fragmentos se los extrae de su almacenamiento, se los rearma y se los vuelve a mostrar. Cada nueva lectura los graba con más profundidad en la estructura nerviosa del cerebro.
“Y cada vez que a un recuerdo se lo repasa o se lo vuelve a traer a la memoria, se lo modifica, le podemos agregar un poco de algo, quitar un poco de algo, manipular la lógica, llenar secciones que están borrosas, quizás hasta combinar sucesos esencialmente diferentes.
“En los casos extremos, nos referimos a esto denominándolo confabulación. El cerebro crea y vuelve a crear lo pasado, produciendo al final una versión de los sucesos que puede tener muy poco que ver con lo ocurrido en realidad. En primera instancia tengo la convicción de que es válido decir que todo lo que recuerdo es falso. —Bobby creyó oír una nota de temor reverencial que vibraba en la voz de Manning…
—Esto lo asusta —le dijo Kate con curiosidad.
—Yo sería un tonto si no estuviera asustado. Todos somos seres complejos, llenos de defectos, Kate, seres que caminan a los tropezones por la oscuridad. Quizá nuestra mente, diminuta burbuja transitoria de conciencia que se mueve a la deriva en este universo hostil y avasallante, necesita una sensación ampulosa de su propia importancia, de la lógica del universo, con el objeto de reunir la voluntad de sobrevivir. Pero ahora la cámara Gusano, sin piedad, ya nunca más nos permitirá eludir la verdad. —Quedó en silencio un instante; después le sonrió a Kate. —Quizá todos nos volveremos locos por la verdad. O, quizá, todos, despojados de lo ilusorio por fin, nos volveremos cuerdos y yo me quedaré sin trabajo. ¿Qué opina usted?
Kate, que llevaba un vestido negro de una sola pieza sin el menor adorno y estaba sentada con las manos apretujadas entre los muslos, los hombros encorvados, contestó:
—Opino que usted debe continuar con su espectáculo de “Desnudemos la Verdad”.
Manning suspiró y se volvió a poner los lentes. Pulsó la esquina de la pantalla flexible y un fragmento del pasado de Kate empezó a representarse.
En la pantalla, Kate le había arrojado algo al tipo, que lo esquivó; el objeto chocó contra la pared y estalló produciendo salpicaduras.
—¿Qué había sido eso? ¿Un durazno?
—Según recuerdo —contestó Kate— fue un quinoto. Un poco pasado de maduro.
—Buena elección —murmuró Manning—. Necesita mejorar un poco la puntería, empero.
…imbécil. Todavía te estás viendo con ella, ¿no?
¿ Y eso qué tiene que ver contigo?
Tiene todo que ver conmigo, pedazo de mierda. Por qué crees que voy a tolerar esto, es algo que no sé…
El hombre que aparecía en la pantalla se llamaba Kingsley, según se enteró Bobby. Él y Kate habían sido amantes durante varios años y habían vivido en pareja durante tres… hasta ese punto, el momento en que Kate finalmente lo había echado.
Mirar era difícil para Bobby. Sentía que estaba tomando parte del fisgoneo en la vida de esta mujer diferente, más joven, que en aquel entonces ni siquiera sabía que él existía y que tampoco le había contado los sucesos de aquella etapa de su existencia. En su mayoría los pasajes de la vida de Kate que registraba la cámara Gusano resultaban difíciles de seguir; la conversación era ilógica, tortuosa y reiterativa y las palabras estaban diseñadas para expresar las emociones de quien las empleaba, en vez de hacerlo para avanzar hacia el encuentro de una manera racional.
Más de un siglo de televisión y cine producidos sobre un guión habían sido una mala preparación para la realidad de la cámara Gusano. Pero este drama real era típico de la vida humana: desordenado, carente de estructura, confuso; donde los participantes andaban a tientas, como personas en una habitación a oscuras que buscaran la comprensión de lo que les estaba ocurriendo, de cómo se estaban sintiendo.
La acción se desplazó desde la sala de estar hasta un dormitorio catastróficamente desarreglado. Ahora Kingsley estaba metiendo ropa sin orden ni método en un bolso de cuero y Kate estaba agarrando más de las pertenencias de él y arrojándolas fuera de la habitación. Todo el tiempo sostenían un diálogo a los gritos.
Por fin, Kingsley salió con furia del departamento. Kate cerró la puerta violentamente detrás de él. Quedó rígida por un instante, con la mirada fija en la puerta cerrada, antes de hundir la cara en las manos.
Manning extendió la mano y pulsó la pantalla: la imagen se congeló en un acercamiento de la cara de Kate, oculta por las manos, aunque eran visibles las lágrimas que se escapaban por entre los dedos, el cabello en mechones enredados alrededor de la frente, el todo rodeado por una débil distorsión tipo ojo de pescado.
Manning dijo:
—Tengo la idea de que este incidente es la clave de su historia, Kate. De la historia de su vida, de quién es usted.
La verdadera Kate, sombría y sometida, miró a la joven de la pantalla con gesto inexpresivo.
—Me tendieron una trampa —dijo con tono tranquilo—, respecto de lo del espionaje a ibm. Fue sutil, más allá del alcance de la cámara Gusano inclusive. Pero de todos modos es cierto. Y es en eso en lo que nos deberíamos estar concentrando, y no en este psicoanálisis de mesa de café.
Manning retrocedió.
—Puede que eso sea así… pero los temas de probatoria trascienden mi esfera de competencia. El juez me solicitó que presentara un marco para su estado psíquico en el momento del delito en sí. Motivo e intención: una verdad más profunda, incluso, que la que nos puede brindar la cámara Gusano. Y —dijo con tono acerado— recordemos que usted no tiene otra alternativa más que cooperar.
—Pero eso no altera mi opinión —dijo Kate.
—¿Qué opinión?
—La de que, al igual que todos los demás reducidores de cabezas que he conocido, usted es un imbécil.
La asesora letrada tocó el brazo de Kate, pero ésta se lo sacó de encima con un gesto brusco.
Los ojos de Manning brillaron, un fulgor duro, detrás de sus espejuelos. Bobby se dio cuenta de que ese hombre iba a disfrutar doblegando con su poder a esa mujer porfiada.
El psicólogo se volvió hacia su pantalla flexible y volvió a recorrer la breve escena de la ruptura.
—Permítame recordar lo que usted me dijo respecto de este período de su vida: había estado viviendo con Kingsley Román durante tres años, cuando usted decidió que trataran de tener un hijo. Usted sufrió un aborto espontáneo tardío.
—Estoy segura de que disfrutó mirando eso —dijo Kate con tono lúgubre.
—Por favor —dijo Manning, dolorido—. Usted manifestó que según lo acordado con Kingsley habrían de intentarlo otra vez.
—Nunca decidimos eso. Nunca lo discutimos de esa manera.
Manning parpadeó como un búho, mientras leía lo que tenía escrito en un anotador:
—Pero es que sí lo hicieron: el 24 de febrero de 2032 es el ejemplo más claro. Se lo puedo mostrar si quiere. —La miró por encima de los lentes. —No se alarme si sus recuerdos difieren de los del registro de la cámara Gusano. Es algo común. De hecho, hasta me atrevería a decir que es normal. La confabulación, ¿recuerda? ¿Puedo continuar?
“A pesar de la decisión manifestada, usted no queda embarazada. De hecho, regresa al empleo regular de anticonceptivos, por lo que la concepción es imposible de todos modos. Seis meses después del aborto, Kingsley comienza un amorío con una colega del trabajo. Una mujer llamada Jodie Morris. Y pocos meses después de eso, ese hombre es lo suficientemente descuidado como para dejar que usted lo descubra. —La volvió a estudiar. —¿Recuerda lo que me dijo respecto de eso?
Kate dijo con renuencia:
—Le conté la verdad. Creo que Kingsley había decidido, en algún nivel de su mente, que lo del bebé era mi culpa. Y entonces él se desentendió del tema. Además, después del aborto, el trabajo estaba empezando a mejorar para mí. El Ajenjo… Creo que Kingsley estaba celoso.
—Y por eso él empezó a buscar en alguien más la atención que anhelaba.
—Algo así. Cuando descubrí lo que pasaba, lo eché.
—Él afirma que se fue.
—Pues entonces es un maldito mentiroso.
—Pero acabamos de ver el incidente —dijo Manning con gentileza—. No vi evidencia alguna de una clara toma de decisiones, de una acción unilateral por parte de cualquiera de ustedes dos.
—No importa qué muestra la cámara Gusano. Sé cuál es la verdad.
Manning asintió con la cabeza.
—No estoy negando que usted nos esté diciendo la verdad tal como la ve, Kate. —Le sonrió con su aire de búho, y se alzó ante ella con aire amenazador.
—Usted no está mintiendo. Ése no es el problema en absoluto. ¿No se da cuenta?
Kate fijó la mirada en sus manos, cuyos dedos estaban enlazados entre sí.
Pasaron a un cuarto intermedio. A Bobby no se le permitió estar con ella.
El tratamiento de Kate fue uno de los muchos experimentos que se llevaron a cabo mientras políticos, expertos en temas jurídicos, grupos de presión y ciudadanos preocupados trabajaban con ritmo febril para encontrar la manera de adaptar el pavoroso alcance histórico de la cámara Gusano —que todavía no era ampliamente conocido por el público— a algo que se asemejara al debido proceso jurídico existente y, lo que era aún más desafiante, a la justicia natural.
En esencia, de pronto se había vuelto drásticamente más fácil establecer la verdad física.
La conducción de los pleitos en los tribunales también parecía probable que se transformara de modo drástico. Con seguridad los juicios no iban a ser tanto una disputa entre dos partes: iban a ser más justos, a depender mucho menos del aspecto del sospechoso o de la calidad de sus asesores letrados. Cuando la cámara Gusano fue accesible en los niveles federal, estadual y condal, algunos comentadores preveían ahorros de miles de millones de dólares anuales: habría juicios más cortos, más aceptaciones de culpabilidad a cambio de penas más leves, más conciliaciones civiles.
Y los juicios importantes de lo futuro quizá se habrían de concentrar en lo que quedaba más allá de los hechos desnudos: motivo e intención. Por eso es que al caso de Kate se le había asignado un psicólogo como Manning.
Entre tanto, mientras los servicios encargados de hacer cumplir la ley, armados con cámaras Gusano se ponían a trabajar diligentemente en casos no resueltos, una inmensa cantidad de casos nuevos se dirigía hacia los tribunales. Algunos miembros del Congreso habían propuesto que para acelerar la velocidad de esclarecimiento, se debía declarar una amnistía general para los delitos de menor gravedad que se hubiesen cometido hasta el último año calendario completo previo a la invención de la cámara Gusano: es decir, una amnistía a cambio de desistir de la protección que otorgaba la Quinta Enmienda[5] en el caso en cuestión. De hecho, gracias a la cámara Gusano se había vuelto tan poderosa la reunión de pruebas, que los derechos que tutelaban la quinta enmienda fueron susceptibles de discusión. Pero esto estaba demostrando ser sumamente controvertido: la mayoría de los estadounidenses no se sentía cómodo con la pérdida de la protección que les daba la Quinta Enmienda.
Las recusaciones por violación del derecho a tener vida privada eran aún más contenciosas, y el responsable de esto era que, incluso ahora, no existiese una definición del derecho a la vida privada que contase con aceptación generalizada, ni siquiera dentro de Estados Unidos.
El derecho a la vida privada no se mencionaba en la constitución. La Cuarta Enmienda de la Declaración de Derechos y Garantías hablaba de un derecho con respecto a la intrusión por parte del Estado… pero les dejaba un amplio margen de maniobra a aquellos funcionarios que deseaban investigar a los ciudadanos. Por cierto, a los ciudadanos virtualmente no les daba protección alguna contra otras instituciones, corporaciones, la prensa, e inclusive, contra otros ciudadanos. A partir de una verdadera confusión de leyes dispersas en los niveles estadual y federal, así como de una masa de casos en el derecho consuetudinario que sentaban precedente, lentamente había surgido una cierta aceptación en común del significado de vida privada: por ejemplo, el derecho de que a alguien se “lo dejara a solas”, de que ese alguien estuviera libre de interferencias, que no fueren las razonables, provenientes de fuerzas exteriores a ese alguien.
Pero a todo esto lo desafiaba la cámara Gusano.
A las salvaguardas jurídicas que rodeaban el uso de la cámara Gusano las estaban promoviendo los organismos encargados del cumplimiento de la ley y los de investigaciones, tales como elfbi y la Policía, como equilibrio compensatorio de la pérdida de vida privada y de otros derechos. Por ejemplo, a los registros hechos con cámara Gusano para ser destinados a fines de aplicación jurídica se los tendría que tomar en circunstancias controladas, y probablemente por observadores adiestrados y con la debida constancia otorgada por escribano público. Eso no era probable que fuese a representar un problema, ya que cualquier observación que se hiciera con esa cámara siempre se podía repetir tantas veces como se precisara, nada más que con establecer un nuevo enlace de agujero de gusano con el incidente en cuestión.
Hasta había sugerencias de que la gente debía estar preparada para someterse a una forma de vida tipo documental, la que concedería a las autoridades, de manera efectiva, el acceso legal a cualquier incidente del pasado de una persona, sin necesidad de efectuar procedimientos formales de antemano. Asimismo, también constituiría un poderoso escudo contra las acusaciones falsas y la apropiación ilícita de la identidad.
Pero, a pesar de las protestas de los activistas por la pérdida de los derechos, toda la gente parecía aceptar que, en lo concerniente a su uso en la investigación de delitos y en el procesamiento, la cámara Gusano había venido y se iba a quedar, sencillamente era demasiado poderosa como para que no se la tomara en cuenta.
Algunos filósofos argumentaron que esto no estaba mal. Después de todo, los seres humanos habían evolucionado para vivir en pequeños grupos en los que todos conocían a todos y raramente se topaban con extraños. No fue sino hasta hace poco, en términos de evolución, que a la gente se la había forzado a vivir en comunidades más grandes, como las ciudades, donde tenían que vivir apretujados con amigos y extraños por igual. La cámara Gusano estaba brindando un regreso a las antiguas maneras de vivir, de pensar en otra gente y de interactuar con ella.
Pero eso representaba un escaso consuelo para quienes temían que la necesidad que sentían de tener su propiedad cercada, o sea, un espacio definido dentro del cual pudieran lograr privacidad, anonimato, vivir de manera reservada e íntima con los seres queridos, ya no podría ser posible jamás.
Y ahora, cuando se profundizaban las capacidades de visión histórica de la cámara Gusano, ni siquiera el pasado constituía un refugio.
A mucha gente la había lastimado, de un modo o de otro, la revelación de la verdad. Mucha de esa gente culpaba, no a la verdad o a sí mismos, sino a la cámara Gusano y a quienes la habían impuesto al mundo.
Hiram mismo seguía siendo el blanco más evidente.
Al principio, eso era lo que Bobby sospechaba. Hiram casi había gozado su mala reputación (cualquier forma de renombre era buena para los negocios). Pero la andanada de amenazas, intentos de asesinato y sabotaje lo habían desgastado. Hasta habían iniciado contra él acciones judiciales por difamación, ya que la gente afirmaba que Hiram de alguna manera estaba adulterando lo que la cámara Gusano mostraba sobre esa gente, sobre sus seres queridos, sobre sus enemigos o sobre sus héroes.
Hiram había tomado la costumbre de vivir bajo la luz. Su mansión de la Costa Oeste estaba inundada con la luz proveniente de reflectores, a los que alimentaban importantes generadores. Hasta dormía bajo una brillante iluminación. Ningún sistema de seguridad era a prueba de errores de operación pero, por lo menos, Hiram podía asegurar que cualquier persona que lograra penetrar sería visible para las cámaras Gusano del futuro.
Así vivía Hiram, rodeado por cantidad de luces, solo, sometido a constantes cuestionamientos, aborrecido.
El horrendo proceso se reanudó.
Manning consultó su libreta.
—Permítame exponer algunos de los hechos: verdades históricas incontrovertibles, todas adecuadamente observadas y certificadas por escribano público. Primero, el amorío de Kingsley con Ms. Morris no fue el primero que tuvo durante el lapso que vivió con usted: hizo un intento de conquista, breve y en apariencia insatisfactorio, con otra mujer, que se inició un mes después de que usted y él se conociesen. Y luego otro, seis meses después…
—No.
—En total parece haber tenido seis relaciones consumadas con otras mujeres, antes de que usted le pidiera explicaciones por lo de Jodie. —Sonrió. —Si le sirve de consuelo, también engañó a otras parejas, antes y después. Este hombre parece ser algo así como un adúltero en serie.
—Eso es ridículo. Me habría enterado.
—Pero usted es un ser humano también. Puedo mostrarle incidentes en los que las pruebas de la infidelidad de Kingsley estaban claramente al alcance de usted y, sin embargo, usted miró para otro lado, tratando de darle una explicación racional sin siquiera estar consciente de lo que estaba haciendo. Confabulación…
Kate dijo con indiferencia:
—Ya le conté cómo fue: Kingsley empezó a engañarme; el aborto arruinó nuestra relación.
—Ah, el aborto, el gran suceso causal en su vida. Pero temo que no fue así en absoluto. Las pautas de conducta de Kingsley quedaron bien establecidas desde mucho antes de conocerla a usted y apenas se las alteró el incidente del aborto. Usted también ha dicho que está convencida de que el aborto le dio el incentivo para trabajar con más fuerza en el desarrollo de su propia carrera.
—Sí. Eso es obvio.
—Eso es un tanto más difícil de establecer pero, una vez más, puedo demostrarle que la trayectoria ascendente de su carrera empezó algunos meses antes del aborto. Una vez más, usted estaba mejorando en su trabajo de todos modos; el aborto realmente no cambió cosa alguna. —La estudió. —Kate, usted fabricó una especie de cuento alrededor del aborto. Usted quería creer que eso era importante más allá de sí mismo. El aborto fue una prueba horrible que usted tuvo que soportar… pero, en realidad, no cambió demasiado las cosas. Percibo que usted no me cree.
Kate nada dijo.
Manning juntó las yemas de los dedos de una mano sobre su mentón.
—Pienso que usted ha estado acertada y errada a la vez acerca de sí misma. Pienso que el aborto que padeció sí le cambió la vida, pero no de la manera bastante superficial en que usted cree que se la cambió. No la obligó a trabajar con más intensidad ni produjo fisuras en su relación con Kingsley. Pero la muerte de su hijo sí la hirió profundamente. Y pienso que a usted ahora la impulsa el miedo de que eso pudiera suceder otra vez.
—¿Miedo?
—Por favor, créame que no la estoy juzgando. Tan sólo estoy tratando de explicar. Su actividad de compensación es su trabajo. Quizás este miedo más profundo la impulsó a conseguir mayores logros, mayor suceso. Pero también la ha vuelto obsesiva. Únicamente fue su trabajo lo que la ha distraído de lo que usted considera que es una terrible oscuridad en el centro de su ser. Y, por eso, se siente impulsada a llegar cada vez más lejos…
—Exacto. Y ésa es la razón por la que utilicé los agujeros de gusano de Hiram para espiar a sus competidores. —Sacudió la cabeza en gesto de negación. —¿Cuánto le pagan por todo esto, doctor?
Manning caminó con paso regular y lento delante de su pantalla flexible.
—Kate, usted es uno de los primeros seres humanos que tiene que soportar este… mmm…, este choque con la verdad… pero no habrá de ser el último. Todos vamos a tener que aprender sin las confortantes mentiras que nos musitamos a nosotros mismos en la oscuridad de nuestra mente…
—Soy capaz de establecer relaciones sentimentales, incluso duraderas y estables. ¿Cómo cuadra eso con el retrato que trazó de mí, una víctima del trauma producido por conmoción?
Manning frunció el entrecejo, como si la pregunta lo hubiera dejado perplejo.
—¿Se refiere al señor Patterson? Pero es que ahí no hay contradicción. —Fue hasta donde estaba Bobby y, con una disculpa susurrada, lo estudió.
—En muchos sentidos, Bobby Patterson es uno de los adultos con más rasgos infantiles que yo hubiera encontrado jamás. Él es, en consecuencia, el encaje perfecto para el… mmm… agujero en forma de niño que hay en el centro de su personalidad. —Se volvió hacia Kate. —¿Se da cuenta?
Kate se quedó mirándolo, la cara completamente sonrojada.
Heather estaba sentada ante la pantalla flexible de su casa. Ingresó parámetros nuevos de búsqueda. país: Uzbekistán. ciudad: Nukus…
No la sorprendió ver que delante de ella aparecía un atrayente bloqueo en turquesa: Nukus era, después de todo, zona de guerra.
Pero eso no iba a detener a Heather durante mucho tiempo. Ya antes, en sus tiempos, había encontrado razones para descubrir maneras de vulnerar los soportes lógicos de censura. Y ganar acceso a una cámara Gusano propia era una motivación poderosa.
Sonriente, se puso a trabajar.
Cuando las primeras corporaciones, debido a la intensa presión pública, empezaron a brindar el acceso a cámaras Gusano a ciudadanos privados a través de la Internet, Heather Mays fue rápida para suscribirse.
Hasta podía trabajar desde su casa. A partir de un menú directo y simple seleccionaba un sitio para ver. Este sitio podía hallarse en cualquier parte del mundo y se lo especificaba mediante coordenadas geográficas o la dirección postal, con la mayor precisión con que Heather podía circunscribir. El soporte lógico de intervención convertía la solicitud en coordenadas de latitud y longitud y le ofrecía a Heather opciones adicionales. La idea era circunscribir su selección hasta llegar a especificar un volumen del tamaño de una habitación, en alguna parte sobre, o cerca de, la superficie de la Tierra, donde se habría de establecer la boca de un agujero de gusano.
También permitía definir rasgos aleatorios, si es que no se tenía preferencias: por ejemplo, si Heather quería ver algún atolón coralino lejano en foto o postal, pero no le importaba cuál. Hasta se podía, con un costo adicional, seleccionar vistas intermedias con lo que, por ejemplo, se podía ver una calle y seleccionar una casa que visitar.
Una vez hecha la selección, se abría un agujero de gusano entre la localización central del servidor del proveedor y el sitio que el usuario hubiese elegido. Imágenes provenientes de la cámara Gusano se enviarían entonces, en forma directa, a la terminal de la casa de Heather, en este caso. Hasta se podía guiar el punto de vista, dentro de un volumen limitado.
La interfaz comercial de la cámara Gusano hacía que se la sintiera como juguete, cada una de las imágenes venía marcada de manera indeleble con los entrometidos logos y avisos de Nuestro Mundo. Pero Heather sabía que intrínsecamente la cámara Gusano era mucho más poderosa que lo que parecía, en esta primera aparición pública.
Cuando dominó el sistema por primera vez se sintió excesivamente complacida y llamó a Mary para que viniera a ver.
—Mira —le dijo señalando la imagen de la cámara. Era la de una casa no identificada bajo la luz natural de un atardecer estival; el marco de la imagen estaba cubierto por completo con molestos logotipos de avisos—. Ésta es la casa en que nací; está en Boise, Idaho. En esa misma habitación, de hecho.
Mary se encogió de hombros.
—¿Vas a llevarme de excursión?
—Por supuesto. A decir verdad, lo conseguí para ti, en parte. Los deberes que te dieron como tarea en el colegio…
—Sí, sí.
—Escucha, esto no es un juguete. —Bruscamente, la pantalla se llenó con un bloqueo en color apaciguador.
Mary frunció el entrecejo.
—¿Qué pasa?… Ah, ya entiendo, viene con un filtro nodriza. De esa manera únicamente vemos lo que ellos nos permiten ver.
La idea era que a las cámaras Gusano no se las podía usar para fisgonear, para espiar a la gente en su casa o en otros lugares privados, ni para violar lo que había de confidencial en las grandes empresas, ni para ver edificios del Estado, instalaciones militares, estaciones de policía y otros lugares sensibles. Se suponía que el soporte lógico nodriza también vigilaba los patrones de utilización y, en el caso de conducta morbosa o excesiva, interrumpía el servicio y brindaba asesoramiento, ya fuere por parte de sistemas expertos o de un agente humano.
Y, por ahora, sólo se había puesto a disposición del público las facultades de visión a distancia de la cámara Gusano. A la visión retrospectiva, la mayoría de los expertos la consideraba más que peligrosa como para que se la pusiera en manos de la gente común. En verdad, según se argumentaba, ya era peligroso que se diera a conocer la existencia de la facultad de retrospección.
Pero, claro está, todo este cuidado primoroso únicamente habría de ser tan efectivo como el ingenio de los diseñadores humanos que estaban detrás de la cámara. Y alimentados por rumores en Internet, y por filtraciones y especulaciones en la industria, se extendía cada vez más fuerte el clamor para que al público se le diera un mayor acceso a toda la potencia de la cámara Gusano: a los observadores retrospectivos mismos.
Heather presentía que esta nueva tecnología iba a ser, por su misma naturaleza, difícil de contener…
Pero eso no era algo que estuviera por compartir con su hija de quince años de edad.
Heather puso claro el agujero de gusano y se preparó para iniciar una nueva búsqueda.
—Necesito trabajar. Ve. Puedes jugar más tarde. Una hora solamente.
Con una mirada de desprecio, Mary salió y Heather volvió su atención a Uzbekistán.
Anna Petersen, Armada de Estados Unidos, heroína de una telenovela documental por cámara Gusano de veintisiete por siete, se había destacado al participar en la intervención de las Naciones Unidas, dirigida por Norteamérica, en la guerra por el agua que rugía en la zona del mar de Aral. Una guerra de precisión es la que estaban librando los aliados contra el principal agresor, Uzbekistán, una agresión que había amenazado los intereses del Occidente en los depósitos de aceite y azufre y en diversos sitios de producción de minerales, comprendida una fuente fundamental de cobre. Brillante y técnica, Anna había trabajado mayormente en el comando y en operaciones de control y comunicaciones.
La tecnología de la cámara Gusano estaba cambiando la naturaleza de la actividad bélica, del mismo modo que lo había hecho con muchas cosas más. Estas cámaras ya habían reemplazado en gran medida la compleja tecnología de vigilancia —satélites, aviones de comprobación y centrales en tierra firme— que había regido los campos de batalla durante décadas. Si hubiese habido ojos con la capacidad de verlo, cada uno de los blancos principales de Uzbekistán habría destellado con bocas evanescentes de agujero de gusano. Bombas con guía de precisión, misiles crucero y otras armas, muchas de las cuales no eran más grandes que pájaros, habían llovido sobre los centros de defensa aérea sobre las instalaciones militares de comando y control, sobre casamatas que ocultaban tropas, y sobre tanques, plantas hidroeléctricas y cañerías de gas natural; y sobre todo blanco posible en ciudades tales como Samarkanda, Andiyán, Namangán y la capital, Tashkent.
La precisión no reconocía precedentes y, por primera vez en operaciones así, podían verificarse buenos resultados.
Por supuesto, por ahora las tropas aliadas tenían el dominio en el despliegue de cámaras Gusano. Pero las guerras futuras se iban a tener que librar sobre la base de la presunción de que ambos bandos tenían información perfecta y al día sobre la estrategia, los recursos y el despliegue del otro. Heather suponía que era demasiado esperar que semejante cambio en la naturaleza de la guerra pudiese llevar a su final definitivo, pero, por lo menos, le iba dando a los combatientes una pausa para la meditación, y eso podría conducir a evitar mayores pérdidas.
De todos modos, esta guerra, la guerra de Anna, la fría batalla de la información y la tecnología, era la guerra de la que el público estadounidense había sido testigo, en parte gracias al punto de vista de la cámara Gusano que Heather misma había operado, volando junto al bien torneado hombro de Petersen mientras su dueña se desplazaba desde un libreto clínico, sin derramamiento de sangre, a otro.
Pero se habían oído rumores, la mayoría de los cuales circulaba en los rincones de la Internet que aún permanecían exentos de control, de que otra guerra, más primitiva, estaba teniendo lugar en el terreno, cuando las tropas iban a afianzar lo ganado mediante los ataques aéreos.
Entonces, un canal inglés de noticias dio a conocer un informe sobre un campamento de prisioneros que estaba en el campo de batalla, en el que a cautivos de las Naciones Unidas, entre ellos estadounidenses, los uzbecos mantenían en detención. También había rumores de que a las prisioneras, incluidas las de las tropas aliadas, las habían raptado de los campamentos para violarlas, o se las introducía en burdeles por la fuerza, en lo más profundo de la campiña.
Estaba claro que revelar todo beneficiaba a los fines de los Estados que estaban detrás de la alianza antiuzbeca. Los magos de la pluma que escribían los relatos para el gobierno de Juárez estaban de acuerdo en poner de relieve la perturbadora idea de que la muy saludable Anna de lowa estuviera en manos de atezados abusadores uzbecos.
Para Heather todo esto era la prueba de que se estaba librando un conflicto sucio, que distaba mucho del videojuego limpio y sin consecuencias con el que Anna Petersen estaba en connivencia. Los pelos de la nuca de Heather se habían erizado ante la idea de que ella podría estar desempeñando un papel en una inmensa máquina de propaganda. Pero cuando solicitó permiso de su empleador, Noticias En Línea de la Tierra, para descubrir la verdad de esa guerra, se lo rehusaron. Su acceso a las instalaciones de la empresa de la Fábrica de Gusanos sería revocado si ella intentaba investigar.
Mientras estaba en el centro de la atención pública, en su carácter de ex esposa de Hiram, tuvo que mantener la cabeza gacha.
Pero en aquel entonces la feroz atención del foco público se alejó de los Mayse… y ella pudo permitirse obtener su propio acceso a la cámara Gusano. Renunció a NET; consiguió un nuevo trabajo que le permitía pagar las facturas, trabajando en una biografía de Abraham Lincoln por cámara Gusano y puso manos a la obra.
Le tomó un par de días encontrar lo que estaba buscando.
Siguió a prisioneros uzbecos a los que estaban subiendo a un camión abierto de las Naciones Unidas e iban a trasladar bajo la lluvia. Pasaron a través de la ciudad de Nakus, controlada por tropas aliadas, y siguieron hacia la campiña que estaba más allá.
Ahí, según descubrió Heather, las tropas aliadas habían establecido un campamento propio de prisioneros.
Era un complejo para la extracción de hierro, que estaba abandonado. A los prisioneros se los mantenía encerrados en jaulas de un metro de altura, de metal, y apiladas sobre un cargador de mineral. Los prisioneros estaban imposibilitados de estirar piernas o espalda. Se los mantenía sin condiciones de higiene, ni alimento adecuado, ni ejercicio ni acceso a la Cruz Roja o su equivalente musulmán, la Merjamet. A través del enrejado goteaba la mugre de las jaulas de arriba a las que estaban abajo.
Heather estimó que ahí debía de haber no menos de mil hombres. Sólo se les daba una taza de sopa aguachenta por día. La hepatitis era epidémica y se estaban difundiendo otras enfermedades.
Día por medio se elegían prisioneros, aparentemente al azar, y se los sacaba para golpearlos. Tres o cuatro soldados rodeaban a cada prisionero y le pegaban con barras de hierro, con bastones de madera para reprimir manifestaciones, o con bastones cortos de policía. Luego de un tiempo, la paliza cesaba. Si el prisionero podía caminar se lo volvía a arrojar al ruedo para someterlo a más de ese tratamiento, y los golpes continuaban. Después, los otros prisioneros los llevaban de vuelta a la correspondiente jaula.
Ésta era una pauta general de conducta. Existían tratamientos especiales, que los guardianes les infligían a los prisioneros casi con espíritu de experimentación, por ejemplo, no se les permitía defecar; o se los forzaba a comer arena; o bien a tragar sus propias heces.
Seis personas habían muerto en el lapso que Heather vigiló el campamento. Las muertes se produjeron como consecuencia de los castigados, de la exposición a las condiciones climáticas o por enfermedad. En ocasiones, se le disparaba a un prisionero si intentaba huir o devolver los golpes. Cuando se liberaba a un detenido era para que llevara a sus camaradas la noticia de la firmeza con que actuaban estas tropas de casco azul.
Heather observó que los guardias tenían sumo cuidado de utilizar nada más que armas capturadas al enemigo, como si hubieran estado decididos a no dejar rastros inequívocos de sus actividades. Era evidente, pensaba Heather, que la potencia de la cámara Gusano todavía no había hecho impacto en la imaginación de estos soldados, aún no se habían acostumbrado a la idea de que se los podía observar en cualquier lugar, en cualquier momento, incluso en forma retrospectiva desde el futuro.
Habría resultado casi imposible mirar esos sanguinarios hechos, invisibles para el público en general, tan sólo unos meses atrás.
Esto sería dinamita a punto de estallar en el culo de la presidenta Juárez que, en opinión de Heather, ya había dado pruebas suficientes de ser la peor y más ruin gobernante que hubiera contaminado jamás la Casa Blanca desde que empezara el siglo, lo cual era decir demasiado, por no mencionar que, en su carácter de primera mujer Presidente, era el principal motivo de vergüenza para la mitad de la población.
Y quizá —Heather se permitió tener la esperanza— la conciencia de las masas se agitaría una vez más cuando la gente viera cómo era la guerra en realidad, en toda su sanguinaria belleza, tal como había podido apreciar brevemente cuando Vietnam se convirtió en la primera guerra transmitida por televisión, y antes de que quienes la comandaban hubieran vuelto a imponer el control sobre la cobertura que hacían los medios de prensa.
Hasta albergaba la esperanza de que el acercamiento del Ajenjo hiciera cambiar el modo en que la gente pensaba de su prójimo. Si todo iba a terminar dentro de nada más que unas pocas generaciones, ¿qué importaban los antiguos enconos? ¿Y era el propósito del tiempo que quedaba, de los días que le quedaban a la existencia humana, infligirse dolor y sufrimiento los unos a los otros?
Seguiría habiendo guerras justas, de eso no había dudas, pero ya no iba a ser posible despojar al adversario de su carácter de ser humano ni hacerlo aparecer como si fuera el Diablo en persona… no cuando cualquier persona podía pulsar una pantalla flexible y ver por sí misma a los ciudadanos de cualquiera nación a la que se considerase enemiga. Y no habría más mentiras de los que fomentaban las guerras, respecto de la capacidad, la intención y la resolución del adversario. Si la cultura del secreto finalmente se quebraba, ningún Estado se saldría con la suya con actos como éste, nunca más.
O, quizás, ella no era otra cosa que una idealista.
Insistió, decidida, motivada; no importaba qué intensamente objetiva trataba de ser, a esas escenas las hallaba insoportablemente desgarradoras: ver a esos hombres desnudos, lastimados, retorciéndose de agonía a los pies de soldados que llevaban casco azul y tenían la cara limpia, dura, de ciudadanos de Estados Unidos de Norteamérica.
Se tomó un respiro. Durmió un poco, se bañó, después se preparó algo para comer (el desayuno, a las tres de la tarde).
Sabía que no era el único ciudadano que le estaba dando esta clase de uso a los nuevos dispositivos.
Por todo el país, según había oído decir, se estaban formando escuadrones de la verdad que usaban cámaras Gusano y la Internet. Algunos de los escuadrones no eran más que proyectos de observación en los vecindarios. Pero una de las organizaciones, llamada Vigilancia de la Policía, estaba difundiendo instrucciones respecto de cómo seguir minuciosamente a los policías en su tarea, con el objeto de constituirse en testigos imparciales de cada actividad de esos funcionarios. Por lo que se decía, esta nueva situación —la de estar sujetos a que se conociera con precisión lo que hacían— ya estaba teniendo un señalado efecto sobre la calidad de la actividad de los policías: los agentes perversos y corruptos que, por fortuna, eran escasos de todos modos, quedaban al descubierto casi de inmediato.
Los grupos de consumidores habían ganado poder de manera repentina, y todos los días se descubrían negocios fraudulentos, además de exponerse a sus artífices. En la mayoría de los estados de la Unión se daban a conocer análisis detallados de la información sobre financiamiento de campañas políticas, en algunos casos por primera vez. Se hacía gran hincapié sobre las actividades más tenebrosas del Pentágono y sobre su oscuro presupuesto. Y así todo el tiempo.
Heather se regodeaba con la idea de que ciudadanos comunes y corrientes, pero responsables, armados con cámaras Gusano y suspicacia, se apiñaran alrededor de los corruptos y delincuentes, como glóbulos blancos alrededor de una bacteria. En la mente de ella había una simple cadena de causalidad que subyacía a las libertades fundamentales: el aumento de la apertura aseguraba que hubiera responsabilidad ante la sociedad lo que, a su vez, mantenía la independencia. Y ahora un milagro tecnológico… o un accidente… parecía estar entregando en manos de los ciudadanos comunes la herramienta más poderosa, imaginable para la difusión abierta.
Jefferson y Franklin probablemente la habrían adorado, aun si eso hubiera significado el sacrificio de su propia vida privada…
Había ruido en su estudio, risitas entrecortadas apagadas.
Descalza, Heather avanzó con sigilo hasta la puerta semiabierta, Mary y una amiga estaban sentadas ante el escritorio de Heather:
—Mira a ese cretino —estaba diciendo Mary—, su mano sigue resbalándose de la punta.
Heather reconoció a la amiga: Sasha, estaba un curso por encima de Mary en la escuela secundaria; era conocida entre la mafia de los padres locales como una mala influencia. El aire estaba denso con el humo proveniente de un porro… probablemente uno de la propia reserva de Heather.
La imagen que daba la cámara Gusano era la de un adolescente. También a él lo tenía Heather como uno de los muchachos de la escuela… ¿Jack? ¿Jacques? Estaba en su dormitorio. Tenía los pantalones bajados hasta alrededor de las pantorrillas y, delante de una pantalla flexible, con más entusiasmo que aptitud se estaba masturbando.
Heather dijo con tono calmo:
—Felicitaciones. Así que lograste abrirte paso a través del bloqueo nodriza.
Tanto Mary como Sasha dieron un salto, asustadas. Sasha agitó inútilmente la mano en el aire, para esparcir la nube de humo de marihuana.
Mary volvió a la pantalla.
—¿Por qué no? Tú lo hiciste.
—Yo lo hice por una razón válida.
—Así que está bien para ti, pero no para mí. Eres tan hipócrita, mamá.
Sasha se puso de pie.
—Yo me largo.
—Sí, es lo mejor que puedes hacer —le dijo Heather con tono cortante a la espalda de la muchacha en retirada—. ¿Mary, ésta eres tú? ¿Espiando a tus vecinos como una vil voyeur?
—¿Qué otra cosa hay para hacer? Admítelo, mamá: tú misma también te estás poniendo un poco húmeda…
—¡Lárgate de acá!
La carcajada de Mary se convirtió en una afectada risa despectiva, y salió de la habitación.
Heather, temblando, se sentó ante la pantalla y estudió al muchacho. La pantalla flexible en la que tenía fijada la vista mostraba otra toma de la cámara Gusano. Había una muchacha en la imagen, desnuda, que también se estaba masturbando, pero sonreía y en los labios modulaba palabras para el muchacho.
Heather se preguntó cuántos mirones más tenía esta pareja. Quizás estos dos no habían pensado en eso: a una cámara Gusano no se la podía intervenir, pero resultaba difícil recordar que la cámara Gusano significaba acceso global para toda la gente, cualquier persona podía mirar a esa parejita jugar.
Estaba lista para apostar a que en esos primeros meses, el noventa y nueve por ciento del uso que se habría de dar a las cámaras Gusano sería para esta clase de crudo voyeurismo. Quizás era como el súbito acceso libre a la pornografía desde el hogar, sin tener que entrar a una tienda sórdida, que Internet había hecho posible. De alguna forma, todo el mundo alguna vez quiso ser un voyeur; ése era el argumento que se esgrimía, y ahora podían serlo sin el peligro de que se los descubriera.
Por lo menos, ésa era la impresión que se tenía: la verdad era que cualquier persona podría estar mirando a los voyeur también, y a su vez alguien pudo haber estado observando a Mary y Sasha, dos bonitas adolescentes que gratamente se estaban excitando sexualmente. Y quizás hasta había una comunidad que podría obtener alguna clase de placer observándola a ella, a Heather, una mujer madura que contemplaba en forma analítica todo este tonto material.
Quizá, decían algunos de los comentaristas, fue la oportunidad del fisgoneo sexual lo que estaba impulsando las primeras ventas de este acceso a la cámara Gusano desde la casa, y que incluso estaba impulsando su desarrollo tecnológico, del mismo modo en que los abastecedores de material pornográfico habían impulsado el desarrollo inicial de las instalaciones de la Internet. A Heather le habría agradado creer que sus congéneres eran un poco más profundos que eso. Pero, quizás, una vez más ella no era otra cosa más que una idealista.
Y, después de todo, no todo el fisgoneo era para producir una excitación agradable. Todos los días se leía titulares sobre gente que, por un motivo o por otro, había espiado a quienes tenía cerca, descubriendo secretos y traiciones y asquerosidades que se infiltraban de manera furtiva: eso había originado una oleada de divorcios, violencia doméstica, suicidios, guerras intestinas entre amigos, cónyuges, hermanos, hijos y sus padres; un montón de basura para resolver en un montón de relaciones personales, suponía Heather, antes de que toda la gente creciera un poco y se habituara a la idea de una apertura como la de quien vive en una casa con paredes de cristal.
Observó que en la pared de su dormitorio el muchacho tenía una imagen espectacular de los anillos de Saturno, obtenida por la sonda espacial Cassini. Naturalmente, en esos momentos no le prestaba la más mínima atención: estaba mucho más interesado en su pene. Heather recordó cómo su propia madre, por Dios, hacía casi cincuenta años, le contaba sobre la clase de futuro en el que ella había crecido, en años más optimistas y con ideas de expansión. En el año 2025, solía decir su madre, espacionaves impulsadas por energía atómica harían vuelos regulares entre los planetas colonizados, transportando agua y minerales preciosos extraídos de los asteroides. Quizá la primera sonda interestelar ya se habría lanzado. Y así todo el tiempo.
A lo mejor, a los adolescentes de ese mundo les pudo haber desviado su atención de las mutuas partes corporales. ¡Por lo menos, parte del tiempo!, el espectáculo de los exploradores que se hallaban en el Valle del Mariner, en Marte, o en la gran cuenca del Calor, en Mercurio o en los cambiantes campos de hielo en la luna Europa, de Júpiter.
Pero, pensó, en nuestro mundo todavía estamos atascados aquí, en la Tierra, e incluso lo futuro parece terminar en una negra muralla de roca contra la que nos estrellamos a toda velocidad, y pareciera que todo lo que nos interesa hacer es espiarnos los unos a los otros.
Cortó el enlace con el agujero de gusano y agregó nuevos protocolos de seguridad a su terminal: eso no impediría para siempre el acceso de Mary, pero sí haría que se moviera con un poco más de lentitud.
Una vez hecho eso, exhausta y deprimida, volvió al trabajo.
David y Heather se sentaron ante una parpadeante pantalla flexible, las caras iluminadas por la severa luz de sol de un día que se había ido hacía mucho.
Era un soldado raso, uno del Primero de Infantería de Maryland. Era uno de una línea que se extendía a la distancia, los rifles de chispa levantados. Se podía oír el redoble de un tambor, continuo y ominoso.
Todavía no se habían enterado del nombre del soldado.
Su cara estaba tiznada, manchada por el sudor; el uniforme, asqueroso, sucio por la lluvia y con parches por todas partes. Era visible que cada vez se estaba poniendo más nervioso a medida que se acercaba al frente.
El humo cubría las líneas a lo lejos. Pero David y Heather ya podían oír el crujir de las armas portátiles, el retumbar del cañón.
El soldado que observaban ahora pasó frente a un hospital de campaña: había tiendas montadas en el centro de un campo empantanado. Se veían hileras de cuerpos inmóviles, descubiertos, yaciendo afuera de la tienda más cercana y, algo que era más horroroso, una pila de brazos y piernas cortados, algunos todavía llevando jirones de ropa. Dos hombres estaban alimentando con esos miembros un brasero. El lamento de los heridos que estaban dentro de las tiendas era perturbador, lejano, agónico.
El soldado hurgó dentro de su guerrera y extrajo un mazo de barajas, percudidas y atadas con una piola, y una fotografía.
David, operando los controles de la cámara Gusano, congeló la imagen e hizo un acercamiento sobre la pequeña fotografía, muy ajada por el contacto repetido con los dedos, su imagen una granosidad tosca en blanco y negro.
—Es una mujer —dijo en tono pausado—. Y eso parece un burro. Y… Oh.
Heather estaba sonriendo.
—Tiene miedo. Piensa que éste podría ser el último día de su vida. No quiere que esas cosas tan privadas se envíen a casa junto con sus efectos personales.
David retomó la secuencia. El soldado dejó caer sus posesiones en el lodo y las hundió en él con el taco de la bota.
Heather dijo:
—Escucha. ¿Qué está cantando?
David ajustó los filtros de volumen y frecuencia. El acento del soldado raso era notablemente marcado, pero las palabras eran reconocibles.
—…Dentro del pabellón de las limpias y blanqueadas salas / Donde los muertos duermen y los agonizantes yacen / Heridos por sables, bayonetas y balas / Un día fue transportado el amado de alguien…
Un oficial montado vino por detrás de la línea, su caballo negro y sudado visiblemente nervioso.
—Cerrar filas. Alinearse, ahí… Cerrar filas. —Su acento era afectado, extraño al oído de David…
Hubo una explosión, tierra que salía volando. Los cuerpos de unos soldados simplemente parecieron estallar en fragmentos grandes, sanguinolentos.
David se espantó. Había sido una granada de cañón. Repentinamente, la guerra estaba allí.
El nivel de ruido se elevó en forma abrupta: se oyeron vítores, imprecaciones, un martilleo de fusiles de chispa y de pistolas. El soldado raso levantó su rifle, disparó con rapidez y sacó otro cartucho de su canana. Lo mordió, dejando expuestas la pólvora y la bala esférica, y partículas de pólvora negra quedaron pegadas en sus labios.
Heather murmuró:
—Dicen que la pólvora tenía el gusto de la pimienta.
Otra granada cayó cerca de la rueda de una pieza de artillería. Un caballo que estaba cerca del cañón pareció explotar; sanguinolentos pedazos del animal volaron en todas direcciones. Un hombre que caminaba al lado cayó y se quedó mirando con evidente sorpresa el muñón en que ahora terminaba su pierna.
En estos momentos, todo alrededor del soldado raso era horror: humo, fuego, cuerpos mutilados, muchos hombres desparramados en el suelo, retorciéndose. Pero el soldado parecía estar cada vez más calmado. Continuó su avance.
David dijo:
—No lo entiendo, está en medio de una matanza en masa. ¿No sería una actitud racional que retrocediera, que se escondiera?
Heather contestó:
—Él mismo puede no entender siquiera de qué se trata la guerra. A los soldados les ocurre a menudo. En este preciso instante este hombre es responsable de sí mismo; su destino está en sus propias manos. Quizá siente alivio porque el momento ha llegado. Y, además, tiene una reputación, la estima de sus compañeros.
—Es una forma de locura —dijo David.
—Por supuesto que lo es…
No oyeron la bala de rifle que venía.
Pasó a través de la órbita de uno de los ojos y salió por la parte de atrás de la cabeza del soldado raso, llevándose consigo un pedazo de cráneo del tamaño de la palma de una mano. David pudo ver adentro materia roja y gris.
El soldado raso quedó unos segundos más de pie, todavía portando su arma, pero el cuerpo se sacudía, las piernas entraron en convulsión. Después cayó hecho un guiñapo.
Otro soldado dejó caer el rifle y se arrodilló al lado del primero. Levantó la cabeza del soldado raso con delicadeza y parecía estar tratando de volver a meterle el cerebro adentro del cráneo destrozado…
David pulsó su control: la pantalla flexible quedó en blanco. Se arrancó los auriculares de los oídos.
Durante un instante quedó sentado sin moverse, permitiendo que las imágenes y los sonidos del horrendo campo de batalla de la Guerra Civil estadounidense se alejaran de su cabeza, para ser reemplazados por la serena calma científica de la Fábrica de Gusanos, el murmullo apaciguado de los investigadores.
En hileras de cabinas similares a la de ellos, a su alrededor la gente trabajaba afanosamente sobre poco claras imágenes de la cámara Gusano: pulsando en pantallas flexibles, escuchando en los auriculares el bisbiseo, tomando notas en blocks de hojas oficio amarillas. La mayor parte de esa gente había ganado su admisión a través de la presentación de propuestas de investigación que examinaba una comisión que había constituido David y, después, se seleccionaban por sorteo. A otros se los había traído en calidad de invitados de Hiram, como Heather y su hija. Eran periodistas, investigadores, académicos, que intentaban resolver disputas históricas; también estaban quienes tenían intereses especiales, entre ellos algunos teóricos de las conspiraciones, con algunos puntos por demostrar.
En alguna parte, alguien estaba silbando suavemente una canción infantil. La melodía hacía extraño contrapunto a los horrores que todavía restallaban alrededor de la cabeza de David… pero él supo la importancia de inmediato. Uno de los investigadores más entusiastas que allí estaba se había propuesto resolver la sencilla tonada que se decía constituyó la base de las variaciones Enigma de 1899, de Edward Elgar. Se había propuesto muchos candidatos, desde las tonadas religiosas de los negros del sur de Estados Unidos y éxitos de comedias musicales olvidadas, hasta la canción de cuna Titila, Titila, Estrellita. Ahora, empero, el sonido daba la impresión de que el investigador hubiera descubierto la verdad y David dejó que su mente le pusiera la letra a la delicada melodía: Mary tenía un corderito…
A los investigadores se los había traído hasta ahí porque Nuestro Mundo todavía estaba muy adelante de los competidores en cuanto a potencia de su tecnología de cámara Gusano. La profundidad del pasado que era accesible al análisis moderno estaba aumentando todo el tiempo; algunos investigadores ya habían logrado remontarse tan atrás como tres siglos. Pero, por el momento, para bien o para mal, el empleo de las poderosas cámaras Gusano retrospectivas permanecía bajo rígido control y únicamente se lo ofrecía en instalaciones como éstas, en las que a los usuarios se los seleccionaba y se los disponía por orden de prioridad y se los mantenía bajo vigilancia; a los resultados que obtenían se los corregía con todo cuidado y se les aplicaba pruebas de interpretación, antes de ponerlos al alcance del público.
Pero Davis sabía que no importaba cuan atrás en el tiempo mirase, o qué fuese aquello a presenciar, o el modo en que a las imágenes se las analizara y discutiera: los quince minutos de la Guerra de Secesión que acababa de soportar permanecerían con él para siempre.
Heather le tocó el brazo.
—No tienes un estómago fuerte, ¿no? Tan sólo rasguñamos la superficie de esta guerra… apenas si hemos empezado a estudiar el pasado.
—Pero es una inmensa y desgastante carnicería.
—Por supuesto que sí. ¿No lo es siempre? De hecho, la Guerra Civil fue una de las primeras guerras verdaderamente modernas. Más de seiscientos mil muertos, casi un millón de heridos, en un país cuya población sólo era de treinta millones de personas. Es como si hoy perdiéramos cinco millones. Fue un triunfo peculiarmente estadounidense que un país tan joven organizara un conflicto tan vasto.
—Pero fue justa —dijo David. Heather estaba trabajando en el período de la Guerra Civil estadounidense, como parte de sus investigaciones para la primera biografía verdadera de Abraham Lincoln, compilada por cámaras Gusano, a la que financiaba una asociación de estudios históricos. —¿Ésa será tu conclusión? Después de todo, la guerra llevó a la erradicación de la esclavitud en Estados Unidos.
—Pero no era ése el objetivo de esa guerra. Estamos a punto de perder nuestras ilusiones románticas respecto de ella, a punto de enfrentar la verdad que los historiadores más valientes enfrentaron todo el tiempo: la guerra fue el choque de intereses económicos, del Norte contra el Sur. Los esclavos eran un bien de capital que valía miles de millones de dólares. Y fue un asunto sanguinario que hizo erupción desde una sociedad con desigualdades, dominada por las diferencias de clase. Tropas de Gettysburg se enviaron a Nueva York para sofocar disturbios por la oposición al reclutamiento obligatorio. Lincoln hizo encerrar alrededor de treinta mil presos políticos sin juicio…
David lanzó un silbido.
—¿Crees que la reputación de Lincoln podrá sobrevivir después que veamos todo eso? —Empezó a preparar un nuevo ciclo de trabajo.
Heather se encogió de hombros.
—Lincoln sigue siendo una figura impresionante… aun cuando no fuera homosexual.
Eso hizo estremecer a David.
—¿Qué? ¿Estás segura?
Heather sonrió.
—Ni siquiera bisexual.
Desde el cubículo vecino pudo oír el débil sonido de chillidos en tono alto.
Heather dirigió a David una sonrisa de cansancio.
—Mary. Está mirando a los Beatles otra vez.
—¿Los Beatles?
Heather escuchó un instante.
—El Top Ten Club de Hamburgo. Abril de 1961 probablemente. Actuaciones legendarias, en las que se cree que los Beatles tocaron mejor que lo que nunca volvieron a hacerlo. Nunca se las filmó y, claro está, nunca se las volvió a ver hasta ahora. Mary está repasando todas y cada una de las actuaciones, repitiéndolas noche tras noche.
—Hmmm. ¿Cómo andan las cosas entre ustedes dos?
Heather lanzó una rápida mirada hacia el tabique; después habló en tono quedo:
—Me preocupa que nuestra relación esté enfilada hacia un fracaso total y absoluto. David, no sé qué hace Mary la mitad del tiempo, ni adonde va, ni con quién se encuentra… Todo lo que recibo es ira. No fue sino el soborno de usar una cámara Gusano de Nuestro Tiempo lo que la trajo aquí hoy. Aparte de hacerlo para los Beatles, ni siquiera sé para qué está usando la cámara.
David vaciló.
—Tengo mis dudas respecto de cuan ético es lo que te ofrezco, pero… ¿querrías que lo averigüe?
Heather frunció el entrecejo y de los ojos se apartó cabellos que se estaban poniendo grises.
—¿Puedes hacer eso?
—Hablaré con ella.
La imagen de la pantalla flexible se estabilizó.
El mundo apenas si reparará en, ni recordará durante mucho tiempo, lo que decimos acá, pero nunca, podrá olvidar lo que ellos hicieron acá…
El auditorio de Lincoln —con esos rígidos sombreros de copa alta y abrigos negros, casi todos ellos hombres— tenía un aspecto por completo extraño, pensó David. Y Lincoln mismo se destacaba entre todos ellos, tan alto y enjuto que parecía casi grotesco; su voz tenía un tono lastimoso irritantemente alto y nasal. Y aun así…
—Y aun así —dijo David—, sus palabras todavía tienen el poder de conmover.
—Sí —dijo Heather—. Creo que Lincoln sobrevivirá al proceso de biografía verdadera. Era complejo, ambiguo, nunca era directo. Le decía a sus oyentes lo que querían oír, a veces era proabolición; a veces, no. Por cierto que no era el Abe de la leyenda. El viejo Abe, el honesto Abe, Abe el padre… Pero estaba viviendo en tiempos difíciles. Salió bien de una guerra, convirtiéndola en una cruzada. De no haber sido por Abe, quién sabe si la nación podría haber sobrevivido.
—Y no era homosexual.
—Nop.
—¿Y qué hay respecto del diario de Joshua Speed?
—Una astuta falsificación que, después de la muerte de Lincoln, armó una camarilla de simpatizantes confederados que estaba detrás del asesinato. Todo estaba diseñado para denigrar el carácter de Lincoln, aún después de que le quitaran la vida…
La vida sexual de Abraham Lincoln había caído bajo una inspección minuciosa después del descubrimiento de un diario supuestamente escrito por Joshua Speed, comerciante de Springfield, Illinois, con el cual Lincoln, cuando era un abogado joven y empobrecido, se había hospedado durante algunos años. Aunque tanto Speed como Lincoln más tarde se casaron —y, de hecho, ambos tuvieron fama de tenorios—, habían corrido rumores de que los dos habían vivido juntos una relación homosexual.
En los difíciles años de principios del siglo XXI, Lincoln había renacido como figura de permisividad y amplia atracción: “Lincoln Rosado”, un héroe dividido para una era dividida. En las Pascuas de 2015, el sesquicentenario del asesinato de Lincoln, esto había llegado a su climax con una celebración al aire libre que se hizo en torno al monumento a Lincoln en Washington, D.C.: durante una sola noche, a la gran figura de piedra se la había bañado con una luz rosado chillón proveniente de reflectores.
—…Hice certificar por escribano los registros de la cámara Gusano, para demostrarlo —dijo ahora Heather—. Hice que sistemas expertos recorrieran rápidamente todos y cada uno de los encuentros sexuales de Lincoln, desde los más antiguos hasta los últimos: ahí no existe el menor vestigio de conducta homo o bisexual.
—Pero Speed…
—El y Lincoln compartieron una cama en aquellos años en Illinois, pero eso no era algo fuera de lo común en aquellos tiempos: ¡Lincoln no tenía dinero para pagarse una cama propia!
David se rascó la coronilla.
—Esto —dijo— va a incomodar a todos.
Heather le contestó:
—Sabes, vamos a tener que habituarnos a eso. No más héroes, no más cuentos de hadas. Los líderes que logran suceso son pragmáticos. Casi todas las elecciones que hacen son entre opciones malas; los más sagaces de ellos, como Lincoln, eligen el mal menor, y lo hacen de manera constante. Y eso es prácticamente todo lo que se les puede pedir.
David asintió con la cabeza.
—Quizá. Pero ustedes, los estadounidenses, tienen la suerte de que ya se les está acabando la historia. A nosotros, los europeos, nos quedan miles de años más para presenciar.
Quedaron en silencio y contemplaron las almidonadas imágenes de Lincoln y de sus oyentes, las voces agudas, el crujido de los aplausos de hombres que habían muerto hacía ya largo tiempo.
Después de seis meses, el caso de Kate todavía estaba retenido.
Bobby hacía llamadas varias veces por semana para ver al agente especial Michael Mavens, del FBI. Mavens constantemente rehusaba verlo.
Entonces, de manera repentina y para sorpresa de Bobby, Mavens lo invitó a venir al Departamento Central delfbi en Washington, D. C. Bobby arregló apresuradamente la plaza en un vuelo.
Lo halló a Mavens en la oficina de éste: una pequeña caja anónima que carecía de ventanas y era sofocante. Mavens estaba sentado detrás de un escritorio atestado de papeles, con los pies apoyados sobre una pila de cajas con carpetas; se había quitado la chaqueta y llevaba la corbata suelta, mientras miraba un noticiario en una pequeña pantalla flexible. Con un ademán le indicó a Bobby que permaneciera en silencio.
La noticia que estaban pasando se refería al alcance de las actividades del escuadrón de la verdad de los ciudadanos, que llegaba hasta los rincones más sombríos del pasado ahora que, en respuesta a un clamor poderoso e inmediato, las facultades de retrospección de las cámaras Gusano por fin se habían hecho accesibles al uso privado.
En medio de la investigación del sucio pasado del prójimo, entre la contemplación con admiración o sorpresa o vergüenza de cómo habían sido ellos mismos cuando eran más jóvenes, las personas habían empezado a dirigir la mirada impía de las cámaras Gusano hacia los ricos y poderosos. Se había producido un aluvión nuevo de renuncias a cargos públicos y a instituciones y empresas prominentes, cuando se exhumaron diversos delitos cometidos en el pasado. Se estaba dando a conocer toda una serie de antiguos atropellos. Una vez más se revolvían las brasas del antiguo escándalo relativo al conocimiento que las compañías fabricantes de cigarrillos tenían —en verdad, más que conocimiento, manipulación— de los efectos tóxicos y adictivos de los productos que elaboraban. La complicidad y la obtención de utilidades que tuvieron las compañías más grandes del mundo en la Alemania nazi, habían sido aun más amplias de lo que se había imaginado; muchas compañías todavía seguían operando y algunas de ellas eran estadounidenses; la justificación de que se había dejado sin completar la desnazificación con el objeto de ayudar a la recuperación económica después de la guerra parecía ser, vista a la distancia, dudosa. La mayor parte de los fabricantes de computadoras en verdad habían tomado recaudos inadecuados para proteger a sus clientes, cuando los microprocesadores en frecuencia de microonda habían aparecido en el mercado durante la primera década del siglo, lo que desembocó en una enorme cantidad de casos de cáncer…
Bobby dijo:
—Esto da por tierra con las predicciones agoreras respecto de cómo nosotros, la gente común y corriente, no íbamos a ser lo suficientemente maduros como para manejar una tecnología tan poderosa como la del visor retrospectivo: todo esto me parece una actitud bastante responsable.
Mavens gruñó:
—Puede ser. Aunque todos estamos usando las cámaras Gusanos para las cosas baladíes también. Por lo menos, esos ciudadanos que actúan como cruzados no se limitan a fustigar al Estado. Siempre pensé que las grandes empresas representaban una amenaza para la libertad mucho mayor que la que nosotros hubiéramos podido significar. De hecho, los del Estado somos los únicos que los mantenemos bajo control.
Bobby sonrió.
—En Nuestro Mundo tenemos una serie de denuncias por el conflicto de las microondas. Todavía se está fijando el monto de las demandas por compensación.
—Toda la gente se está disculpando con toda la gente. ¡Qué mundo!… Bobby, tengo que decirle que sigo sin creer que podamos lograr mucho progreso con el caso de Ms. Manzoni. Pero podemos hablar sobre ello, si usted lo prefiere. —Mavens daba la impresión de estar agotado y tenía ojeras, como si hubiera estado sin dormir.
—Si no hay progresos, ¿por qué estoy aquí?
Mavens parecía sentirse desdichado, incómodo, un tanto fuera de lugar. Había perdido la intrépida certeza juvenil que Bobby recordaba de él.
—Debido a que tengo tiempo a mi disposición, que me llegó en forma súbita. No, no estoy suspendido, en caso que usted lo piense. Digamos que es un período sabático. Uno de mis antiguos casos fue sometido a revisión. —Miró fijamente a Bobby. —Y…
—¿Qué?
—Quiero que vea lo que la cámara Gusano nos está haciendo realmente. Tan sólo una vez, un ejemplo. ¿Recuerda el asesinato de Wilson?
—¿Wilson?
—Ciudad de Nueva York, hace unos años. Un adolescente de Bangladesh… había quedado huérfano como consecuencia de las inundaciones de 2033.
—Lo recuerdo.
—La oficina de reubicación de las Naciones Unidas le había encontrado a este refugiado en particular, llamado Mían Shanf, un hogar adoptivo en Nueva York. Una pareja de edad madura, sin hijos, que ya antes había hecho una adopción —una niña, Barbara—y la había criado muy bien… en apariencia.
El desarrollo de los hechos pareció ser simple: a Mian lo mataron en su hogar. Mutilado, antes y después de que se lo matara; en apariencia, se lo había violado. El padre fue el sospechoso principal. —Hizo una mueca que se parecía a una sonrisa. —Los miembros de la familia siempre lo son.
“Trabajé en el caso. El personal forense fue ambiguo en la expresión de sus hallazgos y los mapas psíquicos de Wilson no exhibían una propensión especial hacia la violencia, ya fuese sexual o de cualquier otra índole. Pero tuvimos suficientes pruebas como para que se lo declarara culpable. Philip George Wilson fue ejecutado mediante una inyección letal el 27 de noviembre de 2034.
—Pero ahora…
—Debido a la exigencia que se le impone al tiempo de uso de la cámara Gusano para casos nuevos e irresueltos, la revisión de casos cerrados como el de Wilson tuvo baja prioridad. Pero ahora el público, que se puso en línea con estas cámaras, está buscando por sí mismo y está empezando a promover agitación para que se vuelva a abrir casos antiguos: los amigos, la familia, hasta los convictos mismos.
—Y ahora le toca al caso Wilson.
—Sí.—Mavens sonrió a medias. —Quizás usted pueda entender cómo me estoy sintiendo: verá, antes de la cámara Gusano nunca podía estar seguro de cuál era la verdad en un caso cualquiera dado. No existe testigo que sea ciento por ciento confiable. Los perpetradores saben cómo mentir en los exámenes psiquiátricos. Yo no podía conocer lo que había ocurrido, a menos que hubiera estado ahí.
“Wilson fue el primer criminal convicto al que se ejecutara como consecuencia de mis investigaciones. Yo sabía que había hecho lo mejor que podía para llegar a la verdad. Pero ahora, años después del hecho, he podido ver el supuesto crimen de Wilson por primera vez… y descubrí la verdad sobre el hombre a quién yo envié a la inyección.
—¿Está seguro de que me lo tiene que mostrar?…
—Estará en el dominio público muy pronto. —Mavens torció la pantalla flexible hacia Bobby para que éste pudiera ver, y empezó a teclear para llamar una grabación.
La pantalla se encendió para mostrar un dormitorio: había una cama amplia, un ropero y estantes; en la pared había carteles animados de estrellas del rock y de los deportes y afiches de películas. Un adolescente estaba tendido boca abajo sobre la cama. Era delgado, vestía una camiseta de manga corta y pantalones de denim y estaba apoyado sobre los codos leyendo libros y mirando una pantalla flexible de colores primarios, mientras mordisqueaba un lápiz. Era moreno y su cabello era una mata negra como el azabache.
Bobby preguntó:
—¿Ese es Mian?
—Sí. Un muchacho brillante, que vivía tranquilo y se esforzaba mucho. Acá está haciendo sus tareas para la escuela. Shakespeare, casualmente. Tiene trece años, aunque supongo que parece un poco menor… bueno, ya no va a envejecer más. Dígame si quiere que detenga esto.
Bobby hizo un movimiento breve con la cabeza, para que prosiga. Estaba resuelto a llegar hasta el final. Esto era una prueba, pensó, una prueba de su nueva humanidad.
La puerta se abrió hacia afuera, dando paso a un hombre maduro y corpulento.
—Aquí viene el padre, Philip George Wilson. —Wilson llevaba una botella de gaseosa, la abrió y la puso sobre la mesa de luz. El muchacho miró a su alrededor y dijo unas palabras.
Mavens explicó:
—Sabemos lo que dijeron: qué estás estudiando, a qué hora vuelve mamá a casa, bla, bla. Nada de importancia; tan sólo un diálogo común y corriente.
Wilson despeinó afectuosamente el cabello del muchacho y salió de la habitación, Mian se lo volvió a alisar y regresó a su tarea.
Mavens congeló la imagen: el muchacho se convirtió en una estatua, la imagen de la cual titilaba levemente.
—Permítame decirle lo que creímos que había pasado después, tal como lo reconstruimos allá por 2034:
“Wilson regresa a la habitación. Hace una especie de propuesta indecorosa al muchacho. El muchacho lo rechaza. Así que Wilson lo ataca. Quizás el muchacho se defiende; de haber sido así, no le hizo daño alguno a Wilson. Wilson tiene un cuchillo que, dicho sea de paso, nunca encontramos. Corta y desgarra la ropa de Mian. Lo mutila. Después de matar al muchacho cortándole la garganta, puede haber tenido contacto sexual con él o puede haberse masturbado: encontramos salpicaduras del semen de Wilson sobre el cuerpo.
“Y después, con el cuerpo inerte en brazos, cubierto de sangre, grita 911 al motor de búsqueda.
—No me dirá en serio que hizo esto.
Mavens se encogió de hombros.
—La gente actúa de manera extraña. Los hechos concretos son que no había manera de que alguien entrara o saliera del departamento, con excepción de las ventanas y puertas, que estaban cerradas con llave y ninguna de las cuales había sido violentada. Las cámaras de segundad del vestíbulo nada mostraban.
“No teníamos más sospechosos que Wilson y un montón de pruebas contra él. Nunca negó lo que había hecho. Creo que, quizás, él mismo creía que lo había hecho, aun cuando no lo recordara en absoluto.
“Nuestros expertos estaban divididos: tenemos psicoanalistas que dicen que saber que había cometido ese acto aberrante fue demasiado para la psiquis de Wilson y no lo pudo soportar, así que lo reprimió, salió del episodio y volvió a algo parecido a la normalidad. Pero también tenemos cínicos que dicen que estaba mintiendo, que sabía con exactitud lo que estaba haciendo y que, cuando se dio cuenta de que no podía salir airoso en la resolución del crimen, fingió problemas mentales para asegurarse una sentencia más leve. Y tenemos neurólogos que dicen que es probable que padeciera de una forma de epilepsia.
Bobby dio el pie para el remate de esta exposición.
—Pero ahora conocemos la verdad.
—Sí. Ahora, la verdad. —Mavens pulsó la pantalla flexible y se reanudó la grabación.
En el rincón del dormitorio había una tapa enrejada para el sistema de aire acondicionado: la tapa saltó de su marco repentinamente, dejando la boca de ventilación abierta. El muchacho, Mian, se puso de pie enseguida, con aspecto de estar sobresaltado y retrocedió hasta el rincón opuesto.
—Hasta ese instante, Mian no había gritado —dijo Mavens en voz baja—. Si lo hubiera hecho…
En ese momento una figura se arrastró hacia afuera de la boca de ventilación: era una muchacha, vestida con un ajustado traje de esquiar hecho de spandex. Parecía tener dieciséis años; pudo haber (sido algo mayor. Sostenía un cuchillo. Mavens volvió a congelar la imagen. Bobby frunció el entrecejo.
—¿Quién diablos es ella?
—La primera hija que habían adoptado los Wilson. Se llama Barbara: recordará usted que la mencioné. Acá tenía dieciocho años y había estado viviendo lejos del hogar desde hacía unos dos años. —Pero seguía teniendo el código de seguridad para ganar acceso al interior del edificio.
—Sí. Vino disfrazada. Después penetró en los conductos de aire, que en un edificio de esa antigüedad eran del tipo grande y muy amplio.
“Usamos la cámara para hacer el seguimiento de la muchacha unos años más allá en el pasado: resulta ser que la relación con su padre era un poco más compleja de lo pensable.
“Se llevaban bien cuando Barbara vivía en el hogar. Después que se fue a la universidad tuvo algunas experiencias malas. Quiso volver al hogar. Los padres discurrieron sobre el asunto pero la alentaron para que se quedara fuera de casa, para que se volviera independiente.
Quizás estuvieron equivocados al proceder así, quizás estuvieron en lo correcto. Pero tuvieron buena intención.
“La muchacha volvió a su casa de todos modos, una noche en que la madre había salido. Se metió subrepticiamente en la cama donde dormía el padre y practicó sexo oral con él. Ella fue la iniciadora, pero él no la detuvo. Después, el padre se sintió lleno de culpa. El muchacho, Mian, estaba durmiendo en la habitación de al lado.
—Entonces tuvieron una riña…
—No. Wilson estaba angustiado, avergonzado, pero trató de mantener la sensatez. Volvió a enviar a la hija a la universidad y habló sobre olvidar todo lo que había pasado; era algo que no se volvería a repetir. Quizá realmente creía que el tiempo cerraría las heridas. Pues bien, se equivocó.
Lo que no había entendido eran los celos de Barbara. La muchacha se había convencido de que Mian la había desplazado en el afecto de sus padres y que él era la causa de que a ella se la hubiera enviado lejos del hogar.
—Claro. Entonces ella trata de seducir al padre, de encontrar otra manera de volver…
—No fue exactamente así. —Mavens pulsó la pantalla flexible y el pequeño drama volvió a desarrollarse una vez más.
“Mian, al reconocer a su hermana adoptiva, se sobrepuso a la conmoción y avanzó. Pero, con velocidad sorprendente, Barbara saltó hacia él. Le aplicó un golpe en la garganta con el codo, lo que dejó al muchacho tomándose el cuello con desesperación, boqueando por aire.
—Astuta —señaló Mavens con tono profesional—, ahora Mian no puede gritar pidiendo ayuda.
Barbara empujó al muchacho poniéndolo de espaldas y se puso a horcajadas sobre él. Le agarró las manos, las retuvo sobre la cabeza de él y empezó a acuchillarle la ropa.
—No parece tan fuerte como para hacer eso —comentó Bobby.
—No es la fuerza lo que importa: es la decisión. Mian no podía creer, ni siquiera en este mismo momento, que esta muchacha, una muchacha a la que consideraba su hermana, le fuera a hacer daño en serio. ¿Lo creería usted?
Para estos momentos, el pecho del muchacho estaba desnudo. Barbara llevó el cuchillo hacia abajo…
Bobby interrumpió secamente:
—Suficiente.
Mavens pulsó un botón y la pantalla flexible se borró, para profundo alivio de Bobby.
Mavens dijo:
—El resto son detalles. Cuando Mian estuvo muerto lo apoyó contra la puerta y llamó a gritos a su padre. Wilson vino corriendo.
Al abrir la puerta, el cuerpo tibio de su hijo cayó en sus brazos. Y ahí fue cuando llamó al motor de búsqueda.
—Pero el semen de Wilson…
—Barbara lo había conservado, después de esa noche en que le hizo sexo oral, en un encantador criofrasquito que la muchacha había extraído de un laboratorio médico. Había estado planeando todo, aun desde fecha tan lejana como ésa. —Se encogió de hombros. —Todo salió bien. Venganza, la destrucción del padre que, tal como ella lo veía, la había desdeñado. Todo funcionó, por lo menos hasta el advenimiento de la cámara Gusano. Y, por eso…
—Y por eso se condenó al hombre equivocado.
—Ejecutó.
Mavens pulsó la pantalla flexible e hizo aparecer una imagen nueva: era la de una mujer cuarentona, rubia. Estaba sentada en una oficina deprimente y despintada. Tenía la cara contraída por el dolor.
—Ésta es Mae Wilson —explicó Mavens—, la esposa de Philip, la madre de los dos hijos adoptados. Ya se había resignado a la muerte del hijo, resignado a lo que consideraba el espantoso crimen perpetrado por su marido. Hasta se había reconciliado con Barbara, había hallado consuelo en ella. Ahora —en este mismo momento— tuvo que enfrentar una verdad mucho más espantosa.
Bobby se sentía incómodo enfrentado a este horror, a este dolor en carne viva. Pero Mavens congeló la imagen.
—Ahí mismo —murmuró—. Fue ahí mismo cuando le partimos en dos el corazón. Y eso es mi responsabilidad.
—Usted hizo las cosas lo mejor que pudo.
—No. Pude haber hecho mejor las cosas. La muchacha, Barbara, tenía una coartada pero, al mirarla en forma retrospectiva, es una coartada que pude haber destruido. Había otros detalles pequeños: discrepancias en los horarios, la distribución de la sangre. Pero no vi todo eso. Eso es lo que la cámara Gusano es: es una máquina de la verdad.
Bobby movió la cabeza en gesto de desacuerdo.
—No. Es una máquina de percepción retrospectiva.
—Tiene que ser justa para que la verdad reluzca —dijo Mavens—. Sigo creyendo en eso. Claro que creo en eso. Pero, a veces, la verdad hiere más allá de las convicciones. Como a esta pobre de Mae Wilson. ¿Y sabe qué? La verdad no la ayudó: no le devolvió a Mían ni a su marido. Todo lo que hizo fue arrebatarle a la hija también.
—Todos vamos a tener que pasar por eso, de una forma o de otra, vernos forzados a enfrentar cada error que hayamos cometido. —Puede ser —dijo Mavens en voz baja. Sonrió y pasó el dedo por el borde del escritorio. —He aquí lo que la cámara Gusano hizo por mí. Mi trabajo ya no es más un ejercicio intelectual, enigmas tipo Sherlock Holmes. Ahora me siento todos los días y me pongo a observar la decisión, el salvajismo, el… el frío cálculo. Somos animales, Bobby. Bestias, debajo de estos limpios trajes con que nos vestimos. —Sacudió la cabeza sin dejar de sonreír y pasó el dedo por el escritorio, para atrás y para adelante, para atrás y para adelante.
A medida que la accesibilidad y la potencia de la cámara Gusano se extendía de manera inexorable, así ojos invisibles caían como copos de nieve a través de la historia humana, cada vez más profundamente en el tiempo…
Princeton, Nueva Jersey, Estados Unidos de América, 17 de abril de 1955 de nuestra era:
Su buen humor, en esas últimas horas, impresionaba a sus visitantes. Hablaba con perfecta calma y bromeaba sobre sus médicos y, en general, parecía contemplar el fin que se aproximaba como nada más que un fenómeno natural que se debía esperar.
Y, claro está, aun en el final, dio órdenes con su voz ronca: le preocupaba no convertirse en objeto de peregrinación y a su oficina del Instituto le dio instrucciones para que no se lo conservara tal como él lo había dejado, y que su casa no se convirtiera en un santuario, y otras instrucciones por el estilo.
El doctor Dean lo revisó por última vez a las once de la noche y lo encontró durmiendo pacíficamente.
Pero poco después de medianoche, la enfermera —la señora Alberta Roszel— advirtió un cambio en la respiración. Gritó pidiendo ayuda y, con el auxilio de otra enfermera, levantaron la cabecera de la cama.
Él estaba musitando algo y la señora Roszel se acercó para oír.
Aun cuando la mente más aguda desde la de Newton empezara, por fin, a desenmarañarse, pensamientos finales flotaban hacia la superficie de su conciencia. Quizá lamentaba el gran proyecto de unificación de la física que había dejado sin terminar. Quizá se preguntaba si su pacifismo había seguido el curso correcto después de todo: si había estado en lo correcto al alentarlo a Roosevelt para que se ingresara en la Era Atómica. Quizá, simplemente lamentaba cómo siempre había puesto primero la ciencia, inclusive ante aquellos que lo amaban.
Pero era demasiado tarde para todo eso. Su vida, tan intensa y compleja en su juventud y en la edad madura, ahora se estaba reduciendo, tal como tienen que hacerlo todas las vidas, a una sola hebra de absoluta simplicidad.
La señora Roszel se inclinó para oír su tenue voz. Pero las palabras eran en alemán, el idioma de su juventud, y no lo entendió.
…Y ella no vio, no podía ver, el enjambre de hendeduras en el espacio-tiempo que, en esos últimos instantes, se apiñaban en torno de los temblorosos labios de Einstein para oír esas palabras finales:
—…¡Lieserl! ¡Oh, Lieserl!
Extraído del testimonio del profesor Maurice Patefield, Instituto Tecnológico de Massachusetts, cátedra del grupo para la campaña “Semilla de Gusano “, a la Comisión del Congreso para el Estudio del Electorado Estadounidense., 23 de septiembre de 2037:
No bien resultó evidente que la cámara Gusano puede pasar no sólo a través de las paredes sino hacia el pasado, por todo el globo se inició una obsesión de la especie humana por su propia historia.
Al principio se nos convidó con películas verdaderas de factura profesional tomadas por la cámara Gusano, en las que se mostraban sucesos tan importantes como guerras, asesinatos, escándalos políticos. Imposible de hundir, la reconstrucción con muchos puntos de vista del desastre del Titanic, fue un espectáculo desgarrador, pero que no se podía dejar de ver, aun cuando demoliera muchos de los mitos del mar propagados por narradores carentes de sentido crítico y de que gran parte del suceso hubiese tenido lugar en la oscuridad absoluta del Atlántico Norte. Pero pronto nos pusimos impacientes con la interpolación que hacían los profesionales: queríamos ver por nosotros mismos. La presurosa inspección de muchos momentos desgraciados del pasado reciente reveló trivialidad y sorpresa. La deprimente verdad que rodeaba a Elvis Presley, O. J. Simpson, y hasta la muerte de los Kennedy, con seguridad no resultaron una sorpresa. Por otro lado, las revelaciones sobre el asesinato de tantas mujeres descollantes —desde Marilyn Monroe hasta Diana, princesa de Gales, pasando por la Madre Teresa —causaron una oleada de conmoción, aun en una sociedad que se estaba acostumbrando a recibir semejante cantidad de revelaciones. La existencia de una camarilla tenebrosa e implacable de hombres misóginos cuyas actividades contra las (tal como ellos las veían) demasiado poderosas mujeres, actos que se extendieron durante dos décadas, causaron un profundo examen de conciencia entre ambos sexos. Pero muchas versiones en narración verídica de sucesos históricos, la crisis de los misiles en Cuba, Watergate, la caída del Muro de Berlín, el colapso del euro; si bien de interés para los aficionados, han resultado ser confusas, desconcertantes y complejas. Produce consternación advertir que aun quienes supuestamente ocupan el centro del poder, por lo general saben poco y entienden menos de lo que está sucediendo a su alrededor.
Con el mayor de los respetos por las grandes tradiciones de esta Cámara, casi todos los incidentes clave de la historia humana son, según parece, metidas de pata, así como casi todas las grandes pasiones no son más que torpezas burdas y manipuladoras.
Y, peor que eso, la verdad generalmente resulta ser aburrida. La falta de patrón y de lógica en la avasalladora, casi irreconocible, historia verdadera que ahora se está revelando demuestra ser tan difícil y hastiante para todos, menos para el erudito más ardiente, que las narraciones de ficción realmente están haciendo su regreso en historias que brindan una estructura narrativa lo suficientemente simple como para atrapar al observador. Necesitamos narración y significado, no la contundencia de los hechos…
Toulouse, Francia, 14 de enero de 1636 d. C:
En la polvorienta calma de su estudio tomó la amada copia de la Arithmetica de Diofanto. Con gran excitación pasó al Libro II, Problema 8 y buscó con afán una pluma de ave para escribir.
…Por otro lado es imposible que a un cubo se lo escriba como suma de dos cubos o que a una potencia cuarta se la escriba como suma de dos potencias cuarta o que, en general, a cualquier número que fuere una potencia mayor que el cuadrado se la escriba como suma de dos potencias similares. Tengo una verdaderamente maravillosa demostración de esta proposición, que este margen es demasiado estrecho para contener…
Bernadette Winstanley, alumna de catorce años de edad proveniente de Harare, Zimbabwe, reservó tiempo en su cámara Gusano de la escuela secundaria y se dedicó a hacer el seguimiento retrospectivo del momento en que Fermat hizo ese breve garabato en el margen de aquella hoja.
…Aquí fue donde todo empezó para él y, por eso, era lo adecuado que fuese aquí donde debía terminar. Después de todo fue el octavo problema de Diofanto lo que había despertado tanto su curiosidad y lo había hecho partir en su viaje de descubrimiento matemático: Dado un número que es cuadrado perfecto, escribirlo como suma de otros dos cuadrados. Ésta era la expresión algebraica del teorema de Pitágoras, claro, y cualquier escolar conocía soluciones: tres al cuadrado más cuatro al cuadrado, por ejemplo, lo que significaba nueve más dieciséis, que daban un total de veinticinco, que es cinco elevado al cuadrado.
Ah, ¿pero qué pasaba con una extensión del concepto más allá de esta trivialidad geométrica? ¿Existían números a los que se podía expresar como sumas de potencias mayores? Tres elevado al cubo más cuatro elevado al cubo constituían veintisiete más sesenta y cuatro, lo que daba el resultado de noventa y uno que, por sí mismo, no es el valor de un número elevado al cubo. Pero ¿existía alguno de esos triplos? ¿Y qué pasaba con las potencias más altas, la cuarta, la quinta, la sexta?
Era evidente que los antiguos no habían conocido casos así, ni habían conocido una prueba de la imposibilidad.
Pero ahora él, abogado y magistrado, ni siquiera matemático profesional, se las había ingeniado para probar que no existía el triple de números para índice alguno mayor que dos.
Bernadette obtuvo la imagen de tres hojas de notas que expresaban la esencia de la prueba que Fermat estaba convencido de haber encontrado y, con algo de ayuda de un profesor, descifró el significado.
…Pues ahora estaba urgido por sus obligaciones, pero cuando tenía tiempo armaba una expresión formal de esta prueba a partir de las notas garrapateadas y de los bocetos que había acumulado. Entonces se la comunicaba a Desargues, Descartes, Pascal, Bernouilli y los demás… ¡Cómo se maravillaban ante la trascendental elegancia de la demostración!
Y después podía explorar los números yendo más lejos: esas entidades diáfanas y, sin embargo, tozudamente complejas que, en ocasiones, parecían tan extrañas que imaginaba que debían de tener una existencia independiente de la mente humana que las había concebido…
Fierre de Fermat nunca escribió la prueba de lo que se habría de conocer como su Ultimo Teorema. Pero esa breve acotación en el margen, descubierta después de la muerte de Fermat por su hijo, iba a exasperar y a fascinar a generaciones posteriores de matemáticos. Una prueba sí se encontró, pero recién en la década de los noventa y fue de tal complejidad técnica, al entrañar propiedades abstractas de curvas elípticas y otras entidades matemáticas no usuales, que los eruditos se convencieron de que era imposible que Fermat pudiera haber hallado la prueba en sus tiempos. Quizá se había equivocado… o incluso había perpetrado un tremendo engaño para las generaciones posteriores.
Entonces, en el año 2037 y para asombro general, armada con nada más que la matemática de la escuela secundaria, Bernadette Winstanley, de catorce años, logró demostrar que Fermat había tenido razón.
Y cuando la prueba de Fermat finalmente se publicó, comenzó una revolución en la matemática.
Testimonio de Patefield: Naturalmente, el desquiciado grupo extremista de inmediato encontró la manera de ponerse en línea con la historia. En mi carácter de científico y racionalista considero como una gran suerte que la cámara Gusano hubiera demostrado ser la más grande máquina de desenmascaramiento que se hubiera descubierto jamás. Y por eso es que ahora es indiscutible que, por ejemplo, no existió un OVNI estrellado en Roswell, Nuevo México, en 1947. Ni un solo secuestro por extraterrestres inspeccionado hasta la fecha, resultó ser más que una mala interpretación de algún fenómeno inocente… a menudo complicado por estados de perturbación neurológica. De manera análoga, no ha surgido ni una pizca de evidencia de que hubiera existido algún fenómeno paranormal o sobrenatural, no importa cuan público y conocido pudiera haber resultado ser. A industrias enteras de psíquicos, médiums, astrólogos, sanadores por la fe, homeópatas y otros se las está demoliendo de manera sistemática. Debemos aguardar con ansia el día en que los sondeos de la cámara Gusano lleguen tan lejos como la construcción de las pirámides, Stonehenge, los geoglifos de Nazca y otras fuentes de sabiduría o misterio. Y después vendrá la Atlántida…
Puede ser que esté llegando un nuevo día. Puede ser que en un futuro no muy lejano la mayoría de la humanidad por fin llegue a la conclusión de que la verdad es más interesante que las falsas ilusiones.
Florencia, Italia, 12 de abril de 1506 d. C.:
Bernice admitiría sin el menor problema que no era más que una investigadora de nivel inferior en la oficina de conservación del Louvre. Y por eso fue una sorpresa (¡y muy agradable por cierto!) cuando se le pidió que le practicara la primera verificación de procedencia a una de las pinturas más famosas del museo.
Aun si el resultado era menos que agradable.
Al principio, la investigación había sido sencilla: de hecho, se limitaba a las paredes del Louvre en sí. Ante una nube de visitantes, asistida por generaciones de conservadores, la fina y anciana dama se sentó en la semioscuridad detrás de sus láminas de vidrio protector, observando en silencio cómo el tiempo se iba devanando.
Los años anteriores a la transferencia al Louvre eran más complejos.
Bernice tuvo la fugaz visión de una serie de bellas casas, de generaciones de elegancia y poder interrumpidas por intervalos de guerra, agitación social y pobreza. Mucho de esto, hasta tan atrás como el siglo XVII, confirmaban el registro documentado de la pintura.
Pero entonces, en los primeros años de ese siglo, lo que significaba más de cien años después de la supuesta composición de la pintura, llegó la primera sorpresa. Bernice miraba, pasmada, cómo un joven pintor flacucho, con aspecto de estar pasando hambre, se hallaba parado delante de dos copias idénticas de la famosa imagen y cómo, al invertirse el transcurso del tiempo, con pincelada tras pincelada eliminaba la copia que había estado todos estos siglos al cuidado del Louvre.
Brevemente la dama se desvió para hacer el seguimiento hacia adelante en el tiempo, yendo detrás de la pista del original más antiguo a partir del cual la copia que tenía el Louvre —¡nada más que la copia, una réplica!— se había hecho. Ese original iba a durar poco más de dos siglos, según vio Bernice, antes de perderse en un inmenso incendio de la totalidad del museo durante la Revolución Francesa.
Estudios realizados con la cámara Gusano habían dejado al descubierto que muchas de las obras de arte más conocidas de todo el mundo no eran más que falsificaciones y copias: más del setenta por ciento de las pinturas del siglo XX (y una proporción menor de esculturas, menor, supuestamente, debido al esfuerzo que se necesitaba para hacer las copias). La historia era un corredor peligroso y destructivo a través del cual muy pocas cosas de valor lograban pasar indemnes.
Pero aún no había aparecido indicación alguna de que esta pintura, de entre todas ellas, hubiera sido una falsificación. Aunque se había sabido que, como mínimo, una docena de réplicas circularon en diversos tiempos y lugares, el Louvre llevaba un registro continuo de la titularidad desde que el artista hubiera dejado el pincel. Además, debajo de la capa superior de pintura había pruebas de la existencia de cambios que se le había hecho a la composición: una indicación más de un original, ensayado y vuelto a trabajar, más que de una copia.
Pero entonces, reflexionó Bernice, las técnicas y los registros de composición también se pudieron falsificar.
Azorada volvió atrás en las décadas hasta ese cuartucho de mala muerte, al pintor ingenioso y falsificador. Y empezó a seguir, cada vez más profundamente en el tiempo, el original que ese pintor había copiado.
Más décadas pasaron con desplazamiento centelleante, más transferencias de titularidad, todo ellos un borrón carente de interés en torno de la pintura misma que no experimentaba cambios.
Al fin, Bernice se aproximó a principios del siglo xvii, y se estaba acercando al estudio del artista en Florencia. Ya en ese entonces se hacían copias, y las hacían los propios alumnos del maestro. Pero todas las copias eran de éste, el original perdido que Bernice había identificado.
Quizá no habría más sorpresas.
Pronto vería que estaba en un error.
Puede verlo ahora. Allí estaba él, absorbido por la composición, por los bocetos preliminares y por mucho del diseño de la pintura. Iba a ser el retrato ideal, declaraba con voz imponente, los rasgos y los reflejos simbólicos de su sujeto sintetizados en una unidad perfecta y, con estilo abarcador y fluido, iba a dejar atónitos a sus contemporáneos y a fascinar a las generaciones venideras. La concepción, en verdad, era de él, así como el triunfo.
Pero no la ejecución: el maestro, con la atención diversificada en sus muchos encargos y en su vasto interés en la ciencia y la tecnología, le dejó eso a sus discípulos.
Bernice, con el pavor y la consternación debatiéndose en el corazón, miró cómo un joven que venía de las provincias, llamado Rafael Sanzio, con todo esmero aplicaba los últimos toques a esa sonrisa delicada, enigmática…
Testimonio de Patefield: Es digno de lamentar que muchos mitos apreciados e inofensivos que ahora se exponen a la fría luz de esta época futura, se estén evaporando. Betsy Ross es un ejemplo notorio reciente. En verdad existió una Betsy Ross. Pero nunca la visitó George Washington ni se le pidió que haga una bandera para la nueva nación; tampoco trabajó en el diseño junto con Washington ni cosió la bandera en su trastienda. Hasta lo que se puede establecer, todo este asunto fue una maquinación del nieto de ella, casi un siglo después.
El mito de Davy Crocket fue autofabricado; su leyenda sobre la piel de mapache la desarrolló en el Congreso —de manera bastante cínica para crear popularidad— el partido predecesor del actual Republicano. Ni siquiera hubo una sola observación de la cámara Gusano, en la que Crockett usara la expresión cazar al oso en el Congreso estadounidense. Para Paul Reveré, en cambio, la cámara Gusano mejoró su reputación.
Durante muchos años, Reveré actuó como jinete principal de la comisión de seguridad de Boston. Su viaje más famoso a caballo —a Lexington, para advertir a los jefes revolucionarios que los ingleses venían marchando— fue, irónicamente, el más peligroso; la hazaña de Reveré, todavía más heroica, aun más que la leyenda del poema de Longfellow. Pero todavía muchos estadounidenses modernos quedaron consternados por el fuerte acento francés que Reveré había heredado de su padre.
Y así para todo, no sólo en Estados Unidos sino por todo el mundo. Hasta hay famosas figuras —los comentaristas los denominan hombres de nieve— que se ha demostrado que lisa y llanamente, ¡no existieron! Lo que está resultando más interesante que los mitos en sí fue el estudio de cómo los mitos se crearon a partir de hechos dispersos o poco prometedores (en verdad, a veces a partir de ningún hecho), en una especie de conspiración muda de añoranza y muy raramente bajo el control consciente de alguien.
Tenemos que preguntarnos adonde nos ha de conducir esto. Así como la memoria humana no es una grabadora pasiva sino una herramienta en la construcción del yo, del mismo modo la historia nunca fue un simple registro del pasado, sino un instrumento de construcción de la conciencia colectiva de un pueblo.
Pero, del mismo modo que cada ser humano ahora tendrá que aprender a construir la personalidad bajo el fulgor de la impía inspección de las cámaras Gusano, así las comunidades tendrán que llegar a aceptar la verdad absolutamente desnuda de su propio pasado… y encontrar nuevas maneras de expresar sus valores e historia en común, si es que han de sobrevivir al futuro. Y cuanto antes sigamos adelante con ello, mejor.
Glaciar Similaun, Alpes, abril de 2321 a. C.:
Era un mundo elemental: roca negra, cielo azul, hielo blanco duro. Éste era uno de los pasos más elevados de los Alpes. El hombre, que estaba solo, se desplazaba por este letal ambiente con absoluta confianza.
Pero Marcus sabía que el hombre al que observaba ya se estaba acercando al sitio en el que, desplomado encima de un bloque de piedra y con su juego de herramientas neolíticas apiladas pulcramente a su lado, iba a encontrar la muerte.
Al principio —cuando había explorado las posibilidades de la cámara Gusano acá, en el Instituto de Estudios Alpinos de la Universidad de Innsbruck—, Marcus Pinch había temido que la cámara destruyera la arqueología y la reemplazara por algo que se asemejara más a la cacería de mariposas: la burda observación de la verdad, quizá por ojos no preparados. No habría más Schliemmans, no más Troyas, no más el paciente devanado del pasado a partir de fragmentos y rastros.
Pero sucedió que todavía hubo un papel para la sabiduría acumulada de la arqueología, por su condición de mejor reconstrucción intelectual accesible del pasado verdadero. Sencillamente había demasiado para ver, y el horizonte de la cámara Gusano se ampliaba todo el tiempo. Por el momento, el papel de la cámara Gusano era el de complementar las técnicas convencionales de la arqueología para brindar piezas clave de evidencia en la resolución de disputas, para reforzar o derribar hipótesis, a medida que una narración consensual más correcta de lo pasado surgía lentamente.
Y, en este caso, para Marcus la verdad que se iba a revelar, aquí y ahora, por las imágenes en azul, blanco y negro que se transmitían a través del tiempo y del espacio a su cámara, le iba a proporcionar respuestas para las preguntas más apremiantes de su propia carrera profesional.
A este hombre, este cazador, se lo había exhumado del hielo cincuenta y tres siglos después de que hubiera muerto. Las manchas de sangre, tejido, almidón, cabello, y los fragmentos de plumas en sus herramientas y vestimenta habían permitido que los científicos, Marcus entre ellos, reconstruyeran mucho de su vida. Los investigadores modernos hasta habían llegado caprichosamente a darle un nombre: Ötzi, el Hombre de Hielo.
Sus dos flechas eran de especial interés para Marcus; de hecho, habían servido como base para el doctorado de Marcus. Ambas flechas estaban rotas y Marcus había podido demostrar que antes de morir, el cazador había estado tratando de desarmar las flechas con la intención de hacer una sola flecha buena a partir de las dos rotas, mediante el encaje de la punta mejor en el astil que estaba en buenas condiciones.
Fue un trabajo detectivesco así de minucioso el que había atraído a Marcus a la arqueología. Marcus no veía límites al alcance de esas técnicas. Quizás, en cierto sentido, todo suceso dejaba alguna marca en el universo, marca que algún día podría ser descifrada por instrumentos suficientemente ingeniosos. En un aspecto, la cámara Gusano era la cristalización de la intuición sin palabras de todo arqueólogo: que el pasado es un país real, que está por allá, en alguna parte, y que se puede explorar palpándolo con cada una de las yemas de los dedos.
Pero se estaba abriendo un nuevo libro de la verdad. La cámara podía responder preguntas que quedaban sin tocar por la arqueología tradicional, no importaba lo poderoso de las técnicas… inclusive sobre este hombre Ötzi, que se había convertido en el ser humano más conocido de todos los que hubieran vivido en el transcurso de la prehistoria.
Lo que nunca se había respondido, y resultaba imposible de responder a partir de los fragmentos que se había recuperado, era por qué había muerto el Hombre de Hielo. Quizás estaba huyendo de una guerra que se libraba o buscaba con afán proseguir un amorío. A lo mejor era un delincuente que escapaba de la dura justicia de su época.
Marcus había intuido que todas estas explicaciones eran estrechas de miras, que eran proyecciones de un mundo moderno sobre un pasado más austero. Pero, al igual que el resto del mundo, Marcus anhelaba conocer la verdad.
Pero ahora el mundo había olvidado a Ötzi con sus vestimentas de piel y herramientas de pedernal y cobre; había olvidado el misterio de su solitaria muerte. Ahora, en un mundo en el que a cualquier figura del pasado se la podía hacer volver a la vibrante vida, Ötzi ya no era una novedad, ni siquiera gozaba de interés particular. A nadie le interesaba enterarse de cómo, después de todo, había muerto.
A nadie, con excepción de Marcus. Así que Marcus se había sentado en la frígida lobreguez de esa instalación de la universidad, luchando por atravesar aquel paso alpino al que veía desde el hombro de Ötzi, hasta que se hubiera hecho patente la verdad.
Ötzi era un cazador alpino de elevada condición social. La cabeza de cobre de su hacha y el tocado de piel de oso eran señales de proezas y de prestigio en la caza. Y la meta de este hombre, en esta expedición fatal, había sido la presa más escurridiza de todas, el único animal alpino que se recluye en las zonas rocosas altas durante la noche: el íbice.
Pero Ötzi era viejo: cuarenta y seis años era una edad avanzada para un hombre de su época. Lo atormentaba la artritis y ese día lo afligía una infección intestinal que le había dado diarrea crónica. Quizá se había debilitado; se movía con más lentitud que lo que se daba cuenta… o que le importaba admitir.
Había perseguido a su presa cada vez más hacia lo profundo de las heladas alturas de las montañas. Había hecho su sencillo campamento en ese paso, con la intención de reparar las puntas de flecha que había roto y continuar la persecución al día siguiente. Había tomado una comida final de carne salada de cabra y ciruelas secas.
Pero la noche se había vuelto diáfana como el cristal y el viento había aullado a través del paso, arrastrando consigo el calor vital de Ötzi.
Fue una muerte triste y solitaria y Marcus, al observarla, pensó que hubo un momento en el que Ötzi trató de levantarse, como si se hubiera dado cuenta del terrible error que había cometido, como si hubiera sabido que estaba muriendo. Pero no se pudo levantar y Marcus no pudo extender la mano a través de la cámara Gusano para ayudarlo.
Y así, Ötzi quedó tendido solo, sepultado en el hielo que lo rodeaba, durante cinco mil años.
Marcus apagó la cámara Gusano y una vez más Ötzi quedó en paz.
Testimonio de Patefield: Muchas naciones, no sólo Estados Unidos, están enfrentando serios diálogos internos respecto de las nuevas verdades que se revelan sobre el pasado, verdades de las que, en muchos casos, apenas si se informa —si es que se informa, en primer lugar— en la historia convencional. En Francia, por ejemplo, hubo un profundo examen de conciencia respecto de la naturaleza inesperadamente amplia de la colaboración con el régimen nazi durante la ocupación alemana, en la Segunda Guerra Mundial. Las nuevas revelaciones dañaron seriamente mitos tranquilizadores sobre la importancia de la Resistencia en tiempos de la guerra; y no en poca medida lo hicieron las nuevas revelaciones sobre David Moulin, un líder venerado de la Resistencia: prácticamente nadie de los que conocen la leyenda de Moulin estaba preparado para enterarse de que ese hombre había comenzado su carrera corno espía infiltrado de los nazis, si bien más tarde se lo persuadió para que se incorporara a la causa nacional y, de hecho, los SS lo torturaron y ejecutaron en 1943. Los belgas modernos parecen estar abrumados cuando confrontan la brutal realidad del Estado Libre de Congo, una colonia rígidamente centralizada que se había diseñado para despojar el territorio de sus riquezas naturales, caucho principalmente, y a la que se mantenía por medio de atrocidades, asesinatos, muerte por inanición, exposición a los elementos meteorológicos, enfermedad y hambre, lo que dio por resultado el desarraigo de comunidades enteras y la matanza, entre 1885 y 1906, de ocho millones de almas. En las tierras de la antigua Unión Soviética, la gente se concentró en la era del terror stalinista. Los alemanes se están enfrentando con el Holocausto una vez más. Los japoneses, por primera vez en generaciones, están teniendo que aprender a admitir la verdad de sus matanzas durante la guerra y de sus otras brutalidades en Shechuán y otros sitios. Los israelíes están incómodamente conscientes de sus propios crímenes contra los palestinos. La frágil democracia serbia está amenazando derrumbarse bajo las nuevas revelaciones de los horrores cometidos contra Bosnia y otras comunidades, después del desmembramiento de la antigua Yugoslavia. Y así todo el tiempo.
La mayor parte de los horrores del pasado se conocía bien desde antes de la cámara Gusano, claro está, y se había escrito una estimable cantidad de textos de historia honestos y conscientes. Pero, así y todo, la interminable y deprimente trivialidad vigente, la realidad humana de tanta crueldad, dolor y devastación, sigue siendo por completo desalentadora. Y se agitaron emociones más intensas que el desaliento. Disputas étnicas y religiosas de siglos de antigüedad fueron el disparador de muchos conflictos del pasado. Y así ocurrió esta vez: hemos visto disputas interpersonales, disturbios, luchas entre diferentes etnias, inclusive hasta golpes de Estado y guerras de poca extensión. Y aún gran parte de la ira se dirige hacia Nuestro Mundo, el heraldo que trajo el mensaje de tanta verdad desalentadora.
Pero pudo haber sido peor.
Ocurre que, si bien hubo mucha ira que se expresaba en antiguas injusticias, a algunas nunca se las dio a conocer antes; en un sentido general, cada comunidad se ha vuelto demasiado consciente de sus propios crímenes, contra su propia gente y contra la de otras comunidades, como para buscar la expiación por los crímenes cometidos por otros. Ninguna nación está libre de pecado; ninguna parece estar preparada para arrojar la primera piedra y casi todas las instituciones principales que sobreviven, sean éstas una nación, una gran empresa o una iglesia, se ven forzadas a pedir disculpas por crímenes que se cometieron en su nombre en el pasado. Pero hay una conmoción más profunda que falta enfrentar. La cámara Gusano, después de todo, no muestra sus lecciones de historia en forma de resúmenes verbales o de pulcros mapas animados. Tampoco tiene mucho para decir sobre la gloria o el honor: en vez de eso se limita a mostrarnos a nosotros, los seres humanos, a razón de uno por vez… y con mucha frecuencia muriendo de hambre o sufriendo o muriendo en manos de otros seres humanos. La grandeza ya no importa. Ahora vemos que cada ser humano que muere es el centro del universo: una chispa única de esperanza y desesperanza, de amor y odio, que avanza sola hacia el interior de la oscuridad que abarca todo. Es como si la cámara Gusano hubiera traído una nueva democracia a la visión de la historia. Tal como Lincoln pudo haber señalado, la historia que surge de toda esta inspección intencional a través de la cámara Gusano será una nueva historia de la humanidad: el relato de la gente, por la gente, para la gente. Ahora lo que importa más es mi relato… o la historia de mi amante, o la de uno de mis padres o la de mi antepasado, que sufrió la más prosaica, más carente de importancia de las muertes, en el barro de Stalingrado o de Passchendaele o de Gettysburg o, simplemente, en algún campo implacable, quebrado por una vida deslomándose como esclavo en un trabajo rutinario y devastador. Facultados por la cámara Gusano, auxiliados por centros de registro genealógico tan importantes como los de los mormones, todos hemos descubierto a nuestros antepasados. Están aquellos que sostienen que todo esto es peligroso y que destruye la estabilidad. Después de todo, al aluvión de divorcios y suicidios que vino a continuación del primer don de apertura de la cámara Gusano lo siguió una oleada nueva: ahora que adquirimos la capacidad de espiar a nuestros compañeros, no sólo en el tiempo real del presente sino, también, en el del pasado, remontándonos tan atrás como nos interese mirar, y toda fechoría, abierta u oculta, se hace accesible a la mirada escrutadora; y así las antiguas heridas se vuelven a abrir. Pero éste es un proceso de ajuste al que sobrevivirán las relaciones que estén unidas con más fuerza. Y, sea como fuere, esas consecuencias relativamente triviales de la cámara Gusano son insignificantes, sin duda, en comparación con el grandioso don de una verdad histórica más profunda que, por vez primera, se pone al alcance de nosotros. Así que no doy mi respaldo a los que predicen desgracias. Yo digo: confíen en la gente. Dennos las herramientas y terminaremos el trabajo.
Hay un clamor cada vez mayor, trágicamente imposible de satisfacer, para que se encuentre un modo, algún modo, cualquier modo, de cambiar el pasado: ayudar a los que murieron hace mucho sufriendo; rescatándolos, inclusive. Pero el pasado es inmutable; únicamente queda el futuro para que se lo moldee.
Con todas las dificultades y todos los peligros somos privilegiados por estar vivos en una época así. Seguramente nunca volverá a existir una época en que la luz de la verdad y de la comprensión se extiendan con una rapidez tan abrumadora hacia las tinieblas del pasado; nunca volverá a haber una época en que la conciencia en masa de la humanidad se transforme de forma tan espectacular. Las nuevas generaciones, nacidas en la omnipresente sombra de la cámara Gusano, crecerán con una visión muy diferente de su especie y de su pasado. Para bien o para mal.
Oriente Medio, cerca del 1250 a. C.:
Miriam era profesora tutora de sistemas expertos para contabilidad; por cierto, no era una historiadora profesional. Pero, al igual que todas las demás personas que conocía, había tomado tiempo de cámara Gusano no bien estuvo disponible y empezó a investigar sus propias pasiones. Y, en el caso de Miriam, la pasión se concentraba en un solo hombre, un hombre cuya historia había sido la inspiración de Miriam durante toda la vida de ella.
Pero cuanto más cerca de su sujeto la cámara Gusano llevaba a Miriam, más aún, y de forma enloquecedora, parecía disolverse ese hombre. El acto mismo de observarlo era destruirlo, como si ese hombre hubiera estado obedeciendo a alguna forma inoportuna de principio de incertidumbre histórica.
Sí, Miriam insistió.
Por fin, después de haber transcurrido muchas horas en busca de ese hombre bajo la dura y confusa luz del día de esos antiguos desiertos, Miriam empezó a consultar a los historiadores profesionales que la habían precedido en esos eriales del tiempo. Y así, pieza por pieza, confirmó por sí misma lo que había inferido.
La carrera del hombre mismo, despojada de sus elementos sobrenaturales, era una fusión bastante tosca de las biografías de varios líderes de esa era, cuando la nación de Israel se había conformado a partir de grupos de refugiados palestinos que huían del colapso de las ciudades-estado de Canaan. El resto fue invención o robo.
Ese asunto, por dar un ejemplo, de que se lo había ocultado en una canasta de mimbre que flotó por el Nilo, con el objeto de salvarlo del asesinato por su carácter de primogénito israelita, no fue más que la fusión de leyendas más antiguas provenientes de Mesopotamia y Egipto, acerca del dios Horus por ejemplo, ninguna de las cuales se basaba sobre hechos reales tampoco. Y ese hombre nunca había sido príncipe egipcio: ese fragmento parecía provenir del relato de un sirio llamado Bay, que había actuado como tesorero en jefe de Egipto y había llegado hasta faraón, con el nombre de Ramosejaiemnetyero.
Pero, ¿cuál es la verdad?
Después de todo, tal como lo había conservado el mito, él había sido un hombre complejo, humano, inspirador. Se caracterizaba por sus imperfecciones: había sido tartamudo y a menudo reñía con la propia gente a la que conducía. Hasta discutió con Dios. Pero su triunfo sobre esas imperfecciones había sido una inspiración durante tres mil años para mucha gente, incluyendo a Miriam misma, a quien habían llamado así por la amada hermana de ese hombre, quien había tenido que superar los obstáculos que en su propia vida había colocado la parálisis cerebral que padecía.
Ese hombre era irresistible, tan intensamente real como un personaje cualquiera de la historia verdadera, y Miriam sabía que él iba a seguir viviendo en lo futuro. Y teniendo en cuenta eso, ¿importaba que Moisés nunca hubiera existido en verdad?
Era una nueva obsesión, según lo veía Bobby, cuando millones de figuras de la historia, renombradas o que no lo fueran, volvían brevemente a la vida una vez más bajo la mirada atenta de esta primera generación de testigos con cámara Gusano.
El ausentismo parecía estar alcanzando el nivel más alto de todos los tiempos, pues la gente abandonaba su trabajo, su vocación, hasta a sus seres amados, para dedicarse a la fascinación interminable de la cámara Gusano. Era como si la especie humana repentinamente se hubiera vuelto vieja, satisfecha con esconderse, alimentándose de sus recuerdos.
Y quizás así es como era, pensó Bobby. Después de todo, si al Ajenjo no se lo podía obligar a que dé la vuelta, entonces no había futuro del que se pudiera hablar.
Quizá la cámara Gusano, con su don del pasado, era, precisamente, lo que la especie humana necesitaba en estos precisos momentos: el agujero para un perno.
Y cada uno de esos testigos estaba llegando a entender que un día también ella no iba a ser más que una cosa de luz y sombra, engarzada en el tiempo, quizá sometida, a su vez, a la mirada escrutadora de algún futuro incognoscible.
Pero, para Bobby, no era la humanidad en masa lo que le interesaba, ni las grandes corrientes de la historia y del pensamiento a las que se estaba agitando, sino el corazón de su hermano, que se estaba haciendo pedazos.
David se había convertido en un ermitaño: ésa era la impresión que tenía Bobby. Venía a la Fábrica de Gusanos sin hacerse anunciar, llevaba a cabo abstrusos experimentos y retornaba a su departamento, donde según los registros de Nuestro Mundo, continuaba haciendo amplio uso de la tecnología de cámaras Gusano, yendo en pos de sus propios proyectos oscuros y de los que nada explicaba.
Al cabo de tres semanas, Bobby lo fue a buscar. David lo recibió en la puerta y pareció estar a punto de rehusarse a dejarlo ingresar. Después se hizo a un lado para hacerlo entrar.
El departamento era un caos, sin orden ni concierto, con libros y pantallas flexibles por todas partes. Un sitio en el que un hombre estaba viviendo solo, y cuyos hábitos no estaban moderados por los miramientos hacia el resto de la gente.
—¿Qué demonios te ocurre?
David se las ingenió para sonreír.
—La cámara Gusano, Bobby. ¿Qué otra cosa?
—Heather dijo que la ayudaste con el proyecto sobre Lincoln.
—Sí, pero eso hizo que me picara el bichito de la curiosidad… quizá. Pero ahora vi demasiada historia… Soy un mal anfitrión: ¿querrías algo para beber, una cerveza…?
—Vamos, David, habla conmigo.
David se rascó la rubia coronilla.
—Esto es lo que se llama una crisis de fe, Bobby. No espero que lo entiendas.
Era cierto: Bobby, irritado, no entendía y estaba decepcionado con lo vulgar del estado en que estaba su hermano. Todos los días, adictos a las cámaras Gusano que se dedicaban al estudio de la historia venían a golpear las puertas de la empresa Nuestro Mundo, para exigir cada vez más acceso a las cámaras. Pero David se había aislado; quizá no sabía qué tan miembro de la especie humana seguía siendo, qué tan común se había vuelto su adicción.
Pero, ¿cómo decírselo?
Bobby dijo con cuidado:
—Estás padeciendo conmoción por la historia. Es… es un estado… que está de moda hoy en día. Ya pasará.
—¿De moda? ¿Eso es todo? —David le respondió con mirada colérica.
—Todos estamos sintiendo lo mismo. —Miró a su alrededor en busca de ejemplos. —Asistí a la premiere de la Novena Sinfonía de Beethoven: el teatro Karntnertor de Viena, 1824. ¿La viste? A la ejecución de la sinfonía se la había grabado de manera profesional y la había retransmitido una agrupación de medios de prensa. Pero las críticas habían sido malas. Fue terrible: la interpretación fue olvidable; el coro, discordante. El Shakespeare fue aún peor.
—¿Shakespeare?
—Realmente te enclaustraste, ¿no? Fue la premiére de Hamlet en el teatro del Globo, en 1601. La interpretación fue como de aficionados, los trajes eran ridículos; la multitud, una chusma ebria, y el teatro en sí no era mucho más que una letrina con techo. El acento de los actores sonaba tan extraño que hubo que subtitular la obra. Cuanto más profundamente viajamos en el pasado, más extraño parece ser.
“Mucha gente está encontrando que la nueva historia es dura de aceptar. Nuestro Mundo es el chivo expiatorio para la ira de esa gente, de modo que sé que es verdad. A Hiram lo golpearon demandas interminables, difamación escrita, instigación al desorden público, instigación a la provocación de odio racial, por parte de grupos nacionales y patrióticos, organizaciones religiosas, familias de héroes desenmascarados; incluso, de los gobiernos de algunos países. Eso es aparte de las amenazas físicas. Por supuesto, no ayuda mucho que Hiram esté tratando de obtener los derechos de propiedad intelectual sobre la historia.
David no pudo evitar una carcajada.
—¡Estás bromeando!
—Nop: está argumentando que la historia está para que se la descubra, como el genoma humano. Si se puede patentar trozos de eso… ¿Por qué no la historia, por lo menos, aquellos tramos a los que las cámaras Gusano de Nuestro Mundo fueron las primeras en llegar? El siglo XIV es el caso de prueba. Si eso falla, Hiram tiene planes para obtener los derechos de propiedad intelectual sobre los hombres de nieve. Así como Robín Hood.
“Al igual que muchos héroes casi míticos del pasado, bajo la luz intensa, molesta e impía de la cámara Gusano, Robin Hood sencillamente se habría disuelto en la leyenda y la confabulación, sin dejar el menor vestigio de verdad histórica. A decir verdad, la leyenda había surgido de una serie de baladas inglesas del siglo XIV, que nacieran de una época de rebeliones de los señores feudales y de descontento de los villanos, todo lo cual culminó en la revuelta de los campesinos de 1381.
David sonrió.
—Me gusta eso. A Hiram siempre le gustó Robin Hood. Creo que se considera a sí mismo como el equivalente moderno, aun cuando se esté autoengañando; de hecho es probable que tenga más en común con el rey Juan Sin Tierra… ¡Qué irónico sería que Hiram se convirtiera en nuestro Robin!
—Mira, David, mucha gente piensa exactamente igual que tú. La historia está llena de horror, de gente olvidada, de esclavos, de gente a la que se le robó la vida. Pero no podemos alterar el pasado. Todo lo que podemos hacer es seguir adelante, con la firme resolución de no volver a cometer los mismos errores.
—¿Crees eso? —replicó David con amargura. Se puso de pie y, con movimientos enérgicos, volvió opacas las ventanas de su atestado departamento, impidiendo el paso de la luz de la tarde. Después se sentó al lado de Bobby y desenrolló una pantalla flexible: —Mira ahora y dime si sigues creyendo que es tan fácil.
Con pulsaciones certeras de las teclas dio inicio a un registro que estaba almacenado en la cámara Gusano.
Uno al lado del otro, los hermanos se sentaron bañados por la luz de otros días.
…El pequeño barco de vela redondeado y desgastado se aproximaba a la playa. En el horizonte se podían ver dos barcos más. La arena era pura; el agua, calma y azul; el cielo, enorme.
Sobre las playas aparecía gente: hombres y mujeres desnudos, de piel oscura, garbosos. Parecían estar llenos de admiración. Algunos de los nativos fueron nadando a recibir la nave que se acercaba.
—Colón —murmuró Bobby.
—Sí. Ésos son los arahuacos, los nativos de las Bahamas. Eran amistosos. A los europeos les dieron regalos, papagayos y bolas de algodón, además de lanzas hechas con caña. Pero también tenían oro, que usaban como adornos en las orejas.
Colón inmediatamente tomó por la fuerza a varios arahuacos, de modo de poder extraerles información sobre el oro. Y todo empezó a partir de eso. Los españoles tenían armaduras, mosquetes y caballos. Los arahuacos no tenían hierro ni medios para defenderse de las armas y la disciplina de los europeos.
A los arahuacos se los usó como mano de obra esclava. En Haití, por ejemplo, se arrasaron montañas desde la cumbre hasta la base, en busca de oro. Los arahuacos murieron por miles; más o menos la tercera parte de los trabajadores cada seis meses. Pronto empezaron los suicidios en masa, mediante el empleo del veneno de yuca. A los bebés se los mataba para salvarlos de los españoles. Y así sucesivamente. Parece que en Haití había alrededor de un cuarto de millón de arahuacos cuando llegó Colón: al cabo de unos pocos años, la mitad había muerto por asesinato, mutilación o suicidio y, para 1650, después de décadas de feroz trabajo en esclavitud, en Haití no quedaba uno solo de los arahuacos originales ni de sus descendientes.
—Resultó que no había yacimientos de oro después de todo: nada más que pizcas de polvo que los arahuacos acopiaban para elaborar sus patéticas, letales, joyas.
—Y así, Bobby, es como empezó nuestra invasión de América.
—David…
—Observa —pulsó la pantalla y trajo una nueva escena.
Bobby vio imágenes borrosas de una ciudad: pequeña, ruidosa, atestada de gente, hecha con piedra blanca que refulgía bajo la luz del Sol que caía a plomo y sin piedad.
—Jerusalén —dijo David en ese momento—. 15 de julio de 1099. Llena de judíos y musulmanes. Los cruzados, en misión militar proveniente del cristianismo del Occidente, habían puesto sitio a la ciudad desde hacía un mes. Ahora su ataque estaba alcanzando la intensidad máxima.
Bobby miró figuras de gran talla que trepaban con dificultad por los muros y soldados que venían con premura para enfrentarlas. Pero los defensores retrocedían y los atacantes de armadura avanzaban blandiendo su espada. Bobby vio, sin poder creerlo, a un hombre al que se descabezaba de un solo tajo.
Los cruzados se abrieron paso a brazo partido hasta la zona del Templo. Ahí, los defensores otomanos habían mantenido el sitio durante un día. Por fin, chapoteando en sangre que les llegaba hasta las pantorrillas, los cruzados lograron vencer la resistencia y prontamente aniquilaron a los defensores sobrevivientes.
Los caballeros de armadura y sus seguidores pasaron como manga de langostas por la ciudad, apoderándose de caballos y muías, oro y plata. A la Cúpula de la Roca se la despojó de lámparas y candelabros. A los cuerpos se los abrió en canal, pues a veces los cruzados hallaban monedas en el vientre de los muertos.
Y, mientras proseguía ese largo día de pillaje y carnicería, Bobby vio a cristianos que arrancaban lonjas de carne de sus enemigos caídos, las ahumaban y las comían.
Todo esto en pantallazos violentos, llenos de color: la salpicadura en bermellón de las sanguinolentas espadas, los relinchos de miedo de los caballos, la mirada dura de caballeros que, mugrientos y semimuertos de hambre, cantaban espectralmente salmos e himnos, aun mientras blandían sus grandes espadas. Pero la lucha era extrañamente silenciosa: acá no había armas de fuego, no había cañones; a las únicas armas las operaban músculos humanos.
David murmuró:
—Esto fue un absoluto desastre para nuestra civilización. Fue un acto de violación y causó una escisión entre Oriente y Occidente que nunca se curó del todo. Y todo se hizo en nombre de Cristo.
“Bobby, gracias a la cámara Gusano tuve el privilegio de mirar siglos de terrorismo cristiano, una orgía de crueldad y destrucción que se extendió desde las Cruzadas pasando por el saqueo de México en el siglo XVI y llegando más allá; y todo eso impulsado por la religión de los Papas, mi religión; y el frenesí por la obtención de dinero y propiedades, del capitalismo del cual mi propio padre es un paladín tan conspicuo.
“Con su cota de malla y sus cruces brillantes, los cruzados eran como magníficos animales que avanzaban rabiosos bajo el polvo iluminado por el Sol. La barbarie era pasmosa.
“Y, aun así…
—David, esto ya lo sabíamos. Hay buenas crónicas de las Cruzadas. Los historiadores pudieron separar la verdad de la propaganda, y lo hicieron mucho antes de la cámara Gusano.
—Quizá. Pero somos seres humanos, Bobby. El cruel poder de la cámara Gusano estriba en la capacidad de recuperar la historia desde el polvo de los libros de texto y de hacerla vivir otra vez, de hacerla accesible a nuestros pobres sentidos humanos. Y, por eso, tenemos que experimentarla de nuevo, cuando la sangre que se salpicara hace siglos vuelve a fluir una vez más.
“La historia es un río de sangre, Bobby. Eso es lo que la cámara nos fuerza a ver. La historia es un río que arrastra las vidas como si fueran granos de arena y las hunde en el mar de la oscuridad. Y cada una de esas vidas es y fue tan preciosa y vibrante como la tuya o la mía. Y nada de eso, ni una sola gota de sangre, se puede cambiar. —Miró fijamente a Bobby. —¿Estás listo para ver más?
—David…
David, no eres el único. Todos nosotros compartimos el horror. Te estás hundiendo en la autocomplacencia, si supones que sólo tú eres testigo de estas escenas, que sólo tú te sientes así.
Pero no tenía forma de decirle eso.
David trajo otra imagen. Bobby anhelaba irse, dar vuelta la cara. Pero sabía que tenía que enfrentar esto, si es que quería a ayudar a su hermano.
Una vez más, vida y sangre cruzaron de un extremo a otro de la pantalla.
En medio de ésta, su hora más difícil, David mantuvo la promesa que le hiciera a Heather, y fue a buscar a Mary.
Nunca se había considerado a sí mismo como persona especialmente competente en las cuestiones del corazón de los seres humanos. Así que, en su humildad, y consumido por su propio torbellino interior, había pasado largo tiempo buscando la manera de acercarse a la difícil y angustiada hija de Heather. Y la manera que encontró fue, al final, técnica: a través de un soporte lógico, de hecho.
Se dirigió al puesto de trabajo que Mary tenía en la Fábrica de Gusanos. Era tarde y la mayor parte de los demás investigadores se había ido. La muchacha estaba sentada en un manchón de luz, coloreada por el titilante fulgor de la pantalla flexible del puesto de trabajo y rodeada por la mucho más fuerte oscuridad de este polvoriento sitio de ingeniería y electrónica, que se cernía sobre ella. Cuando David llegó, la muchacha se apresuró a borrar lo que había en la pantalla. Pero David alcanzó a ver un día soleado, un jardín, niños que corrían con un adulto y reían, antes de que volviera la oscuridad. Mary le lanzó una mirada llena de odio y resentimiento. Llevaba puesta una camiseta holgada y mugrienta de manga corta, que tenía impreso un mensaje desfachatado:
PAPÁ NOEL ESTÁ LLEGANDO A LA CIUDAD
David admitió para sus adentros que no entendía el significado, pero no era ése el momento de preguntárselo a su media hermana.
Por su silencio y su postura, la muchacha indicó bien a las claras que no era bienvenido. Pero David no estaba dispuesto a que se desembarazaran de él con tanta facilidad. Se sentó al lado de ella.
—Tuve buenos comentarios acerca del soporte lógico de seguimiento que estuviste desarrollando.
Mary lo miró con severidad.
—¿Quién te estuvo contando lo que hice? Mi madre, supongo.
—No, no tu madre.
—¿Entonces, quién? Bah, supongo que no importa. Piensas que soy paranoica, ¿no? Estoy demasiado a la defensiva; soy demasiado cáustica.
David contestó con tono calmo:
—Todavía no tomé una decisión al respecto.
Al oír eso sonrió con ganas.
—Por lo menos es una respuesta justa. De todos modos, ¿cómo supiste lo de mi soporte lógico?
—Eres usuaria de la cámara Gusano —fue la respuesta—, una de las condiciones para emplearla en la Fábrica de Gusanos es que cualquier innovación que se le hiciere al equipo es propiedad intelectual de Nuestro Mundo. Eso figura en el contrato que tuve que celebrar contigo en nombre de tu madre… y de ti.
—Un Hiram Patterson típico.
—¿Te refieres a hacer buenos negocios? Me parece una cosa razonable. Todos sabemos que esta tecnología todavía tiene un largo trecho por delante…
—Ni que lo digas. Toda la interfaz con el usuario es una basura, David.
—¿Y a quién se le puede ocurrir una idea mejor que a ellos mismos, para optimizar lo que la propia gente necesita?
—¿Así que tienen espías? ¿Gente que observa a los observadores del pasado?
—Tenemos un nivel de metasoporte lógico que controla las adaptaciones que cada usuario introduce para su uso personal, y que evalúa su funcionalidad y calidad. Si vemos una buena idea podemos tomarla y desarrollarla. Lo mejor de todo es, claro, encontrar algo que sea una idea brillante y bien desarrollada.
La muchacha mostró una llamita de interés, de orgullo inclusive.
—¿Como la mía?
—Tiene potencial. Eres una persona lista, Mary, con un futuro brillante delante de ti… pero… ¿cómo podría expresarlo? Sabes poco y nada respecto de desarrollar soportes lógicos de calidad.
—Funciona, ¿no?
—La mayor parte del tiempo. Pero dudo que alguien, a excepción tuya, podría introducir un perfeccionamiento sin reconstruir todo el asunto a partir de cero. —Suspiró. —Ya no estamos en la década de 1990, Mary, ahora, el desarrollo de soportes lógicos es un arte.
—Ya lo sé, ya lo sé. Nos machacan todo el tiempo con eso en la escuela… Tú crees que mi idea funciona, empero.
—¿Por qué no me lo demuestras?
Mary extendió las manos hacia la pantalla flexible: David pudo ver que iba a borrar los ajustes de lectura y disponer un ciclo nuevo de ejecución de la cámara Gusano.
Con gesto deliberado puso la mano sobre la de ella.
—No. Muéstrame lo que estabas mirando cuando me senté.
Mary lo miró con furia.
—Así que es eso, mi madre te envió, ¿no? Y no tienes el más mínimo interés en mi soporte lógico de seguimiento.
—Creo firmemente en la verdad, Mary.
—Pues entonces empieza a decirla.
David retiró la punta de los dedos.
—Tu madre está preocupada por ti. Fue idea mía venir a ti, no de ella. Sí pienso que tendrías que mostrarme lo que estás mirando. Sí, si sirve como pretexto para hablar contigo, pero también estoy interesado en tu soporte lógico por él mismo. ¿Hay algo más?
—Si me niego a seguir adelante con esto, ¿me echarás de la Fábrica de Gusanos?
—No haría eso.
—En comparación con el equipo que tienen acá, lo que yo tengo para ganar acceso a través de la red es una verdadera basura…
—Ya te lo dije, no estoy amenazando con echarte.
El instante de silencio se prolongó.
De modo sutil, la muchacha se fue dejando caer en su asiento: David supo que había ganado ese round.
Con unos pocos toques en el teclado, Mary restableció la escena.
Era un jardín pequeño, un patio en realidad, con franjas de césped calcinado al sol separadas por parches de grava; había unos canteros mal atendidos. La imagen era brillante; el cielo, azul; las sombras, largas. Había juguetes por todas partes, como salpicaduras de color; algunos iban en forma autónoma para atrás y para adelante, obedeciendo las tareas y las rutinas con las que cada uno estaba programado.
Aparecieron dos niños, un varón y una niña, que tendrían quizá seis y ocho años respectivamente. Los niños estaban riendo, pateando una pelota entre ellos y los perseguía un hombre, que también reía. El hombre agarró a la niña y la hizo girar por el aire, de modo tal que ella voló a través de las sombras y las luces…
Mary congeló la escena.
—Una frase gastada —dijo—. ¿De acuerdo? Un recuerdo de la niñez, una tarde de verano larga y perfecta.
—Ésos son tu padre y tu hermano… y tú misma.
La cara de Mary se contrajo formando una sonrisa amarga.
—La escena no llega a tener ocho años de antigüedad, pero dos de los protagonistas ya murieron. ¿Qué piensas de eso?
—Mary…
—Querías ver mi soporte lógico.
David asintió con la cabeza.
—Muéstramelo.
La muchacha tocó la pantalla: el punto de vista tomó una vista panorámica de un lado para otro y avanzaba y retrocedía en el tiempo, aunque nada más que segundos. A la niña se la alzaba y se la bajaba y se la volvía a alzar, el cabello despeinándose para un lado y para otro, como si se tratara de una película a la que se hubiera estado haciendo avanzar y retroceder.
—En este preciso momento estoy empleando la interfaz clásica con el puesto de trabajo. El punto de vista es como una pequeña cámara que flota en el aire. Puedo controlar su ubicación en el espacio y desplazarlo por el tiempo, mediante el ajuste de la posición de la boca del agujero de gusano; esto está bien para algunas aplicaciones, pero si lo que se desea es explorar períodos más extensos se avanza lento, como ya sabes.
Dejó que la escena siguiera pasando: el padre bajó a Mary niña. Mary enfocó el punto de vista en la cara del padre y, con suaves pulsaciones en la pantalla flexible, lo siguió en imágenes que se movían espasmódicamente, cuando el padre corría detrás de su hija por ese césped ya desaparecido.
—Puedo seguir al sujeto —dijo la muchacha con tono clínico—, pero eso es difícil y tedioso, así que estuve buscando una manera para automatizar el seguimiento. —Pulsó más botones virtuales. —Usé rutinas para reconocimiento de configuraciones visuales para mantenerme en posición sobre las caras. Así.
El punto de vista de la cámara Gusano descendió, como guiado por un camarógrafo invisible, y se concentró en la cara del padre. La cara permaneció ahí, en el centro de la imagen, como si moviera la cabeza hacia un lado y hacia otro, asintiendo, riendo, gritando; el fondo oscilaba alrededor de él de manera desconcertante.
—Todo automatizado —comentó David.
—Sí. Tengo subrutinas para vigilar mis preferencias y hacer que todo tenga un aspecto un poco más profesional…
Más toques del teclado y entonces el punto de vista retrocedió un poco. Los ángulos de toma de imagen eran más convencionales, estaban estabilizados y ya no se hallaban atados a esa cara. El padre seguía siendo el protagonista central, pero el contexto en que se hallaba se había vuelto más claro.
David hizo un gesto de aprobación con la cabeza.
—Esto es valioso, Mary. Esto, unido a un soporte lógico de interpretación, hasta nos podría permitir automatizar la recopilación de la biografía de figuras históricas, en un primer borrador al menos. Felicitaciones.
Mary suspiró.
—Gracias. Pero todavía crees que soy una chiflada porque estoy mirando a mi padre en vez de mirar a John Lennon, ¿no es así?
David se encogió de hombros y dijo, eligiendo las palabras:
—Todos los demás están mirando a John Lennon. La vida de él, para bien o para mal, pertenece al dominio público. Tu vida, esa tarde dorada, es exclusivamente tuya.
—Pero soy obsesa. Como esos locos a los que se encuentra mirando a sus propios padres haciendo el amor, mirando su propia concepción…
—No soy psicoanalista —dijo con delicadeza—. Tu vida fue dura, nadie niega eso. Perdiste a tu hermano, a tu padre. Pero…
—¿Pero qué?
—Pero estás rodeada de gente que no desea que seas desdichada. Tienes que creer en eso.
Ella dio un profundo suspiro.
—Sabes, cuando éramos pequeños —Tommy y yo—, mi madre tenía el hábito de usar a otros adultos en contra de nosotros: si me portaba mal, me señalaba algo del mundo de los adultos, un auto que hacía sonar el claxon a un kilómetro de distancia, incluso un avión de reacción que aullaba en lo alto, y decía: Ese hombre oyó lo que le dijiste a tu madre y te está demostrando lo que piensa al respecto. Era aterrorizante. Crecí con la impresión de que estaba sola en un inmenso bosque de adultos y que todos ellos vivían vigilándome, juzgándome todo el tiempo.
David sonrió.
—Vigilancia de tiempo completo. Entonces no te resultará difícil acostumbrarte a la vida con la cámara Gusano.
—¿Te refieres al daño que ya se me hizo? No estoy segura de que eso sea un consuelo. —Y después lo miró fijamente. —Así, pues, David… ¿Qué miras tú cuando tienes la cámara Gusano con exclusividad para ti?
David volvió a su departamento. Puso su propia estación de trabajo subordinada a la de Mary que estaba en la Fábrica de Gusanos y recorrió los registros que Nuestro Mundo efectuaba, de modo rutinario, de la utilización que de sus cámaras Gusanos hacía cada usuario.
Ya había hecho lo suficiente, pensó, como para no sentirse culpable de lo que iba a tener que hacer después para satisfacer su obligación hacia Heather… que era espiarla a Mary.
No le tomó mucho tiempo llegar al corazón del asunto: después de todo, Mary miraba el mismo incidente en forma incesante.
Había sido otra tarde brillante de sol y juego y familia, no mucho tiempo después de la otra tarde que había observado al lado de Mary. En ésta, su media hermana tenía ocho años y estaba con su padre y su familia haciendo una excursión a pie, con facilidad, a la velocidad de marcha de un niño de seis años, a través del parque nacional Rainier. Luz de sol, rocas, árboles.
Y entonces llegó a eso: al punto crucial en la vida de Mary. Duró nada más que segundos.
No es que hubieran corrido riesgos; tampoco se habían desviado del sendero marcado ni habían intentado algo ambicioso. Simplemente fue un accidente.
Tommy había estado montado en el cuello del padre, aferrándose de manojos de espeso cabello negro y sentado a horcajadas sobre los hombros del padre, cuyas anchas manos lo sostenían con firmeza. Mary los había pasado corriendo, ansiosa por perseguir lo que parecía ser la sombra de un ciervo. Tommy extendió la mano hacia ella, desequilibrándose un poco, y la mano del padre que lo agarraba con fuerza resbaló… nada más que un poco, pero fue suficiente.
El impacto en sí no fue espectacular: un suave crujido cuando ese cráneo grande chocó contra una roca volcánica aguda; el extraño desplome flaccido del cuerpo. Tan sólo un hecho desafortunado, inclusive en el modo en que golpeó el suelo de manera tan letal. Culpa de nadie.
Y eso fue todo. Terminó en lo que dura un latido del corazón. Desafortunado, común y corriente, fue culpa de nadie… con la salvedad, pensó David con un enojo no deseado, de que el Creador del Universo había optado por alojar algo tan precioso como el alma de un niño de seis años en un continente tan frágil.
La primera vez que Mary (y ahora David, como si fuera un inoportuno fantasma) observara el accidente había empleado un punto de vista notable de la cámara Gusano: mirar a través de los propios ojos de Mary niña. Era como si el punto de vista hubiera estado alojado precisamente en el centro del alma de la niña, ese sitio misterioso de su cabeza en el que residía ella, rodeada por la suave maquinaria del cuerpo.
Mary vio al niño cayendo. Reaccionó, extendió los brazos, dio un paso hacia él. El hermanito parecía caer con lentitud, como si se tratara de un sueño. Pero Mary estaba demasiado lejos como para alcanzarlo; nada, pudo hacer para alterar lo que iba a ocurrir.
…Y ahora, al hacer el seguimiento del usuario de Mary, David se vio forzado a observar el mismo incidente desde el punto de vista del padre: era como mirar hacia abajo desde un atalaya, con Mary niña, nada más que un borrón debajo de él; y el niño, una cosa de sombras oscuras que tenía alrededor de la cabeza. Pero los mismos eventos se desplegaron con espeluznante inevitabilidad: el desequilibrio, el resbalón, el niño cayendo, sus piernas estorbándolo, por lo que cayó inclinado hacia abajo y descendió de cabeza hacia el rocoso suelo.
Pero lo que Mary observaba una vez y otra de manera obsesiva no era la muerte en sí, sino los instantes previos: el pequeño Tommy cayendo, que estaba a nada más que un metro de Mary, pero eso era demasiado lejos, y a no menos que centímetros del desesperado intentó del padre por agarrarlo, una fracción de un tiempo de reacción de un segundo. Pudo haber sido un kilómetro, horas de demora: no habría significado la menor diferencia.
Y esto, sospechó David, fue la causa real por la que el padre se había suicidado, y no la publicidad que súbitamente los había rodeado a él y a su familia, aunque sí pudo haber servido de ayuda para concretar el suicidio. Si ese hombre fue en algo parecido a Mary, debió de haber comprendido de inmediato las consecuencias que la cámara Gusano iba a tener para él mismo, al igual que para millones de personas más, que ahora exploraban las facultades de la cámara y la oscuridad que tenían en su propio corazón.
¿Cómo ese padre acongojado podría no haber mirado esto'? ¿Cómo podría no haber vuelto a vivir esos terribles momentos una vez y otra? ¿Cómo podía dar vuelta la cara y no mirar a ese niño atrapado dentro de la máquina, tan vivido como la vida misma y, sin embargo, imposibilitado para siempre de envejecer un solo segundo más o de hacer algo que fuese diferente, aunque más no fuera algo insignificante?
¿Y cómo habría podido ese padre soportar seguir viviendo en un mundo en que la terrible claridad del incidente estuviera a su disposición para que la pudiera volver a ver cuando quisiese, desde cualquier ángulo que deseara… y, aun así, sabiendo que nunca podría cambiar m un solo detalle?
Cuan indulgente había sido él —David mismo— como para sentarse y mirar episodios horrorosos de la historia de la Iglesia, incidentes que estaban a una distancia de siglos de su propia realidad. Después de todo, los crímenes de Colón a nadie herían hoy… salvo al hombre mismo, fue el tétrico pensamiento de David. ¡Cuánto más grande había sido el coraje de Mary, una niña aislada, imperfecta, cuando, sola, había enfrentado el instante que iba a moldear su vida, para bien o para mal.
Pues esto, entendió entonces David, es el quid de la experiencia con la cámara Gusano: no un tímido espiar para excitarse sexualmente, no la visión de algún período remotamente imposible de la historia, sino la oportunidad de rever los candentes sucesos que constituyen la propia vida.
Pero mis ojos no evolucionaron para ver tales imágenes. Mi corazón no evolucionó para tener que enfrentarse a esas revelaciones repetidas. En otras épocas, al tiempo se lo denominaba gran sanador, ahora, al sanador bálsamo de la distancia se lo hizo pedazos.
Se nos concedió la mirada de Dios, pensó David, ojos que pueden ver lo pasado inmutable, ensangrentado, como si fuera hoy. Pero no somos Dios y la quemante luz de esa historia nos puede destruir.
La ira se conglutinó. Inmutabilidad. ¿Por qué debería aceptar tal falta de equidad? Quizás había algo que él pudiera hacer al respecto.
Pero primero tendría que resolver qué decirle a Heather.
La siguiente vez que lo llamó, después de transcurridas unas semanas, Bobby quedó conmocionado por el deterioro de David.
David llevaba una camisola suelta, y daba la impresión de que no se hubiera cambiado durante días. Tenía el cabello sucio y desaliñado y tan sólo se había afeitado de manera descuidada. El departamento estaba todavía más desordenado, los muebles cubiertos desordenadamente por pantallas flexibles, libros y revistas abiertos, blocks de papel amarillo, lapiceras abandonadas. Sobre el piso, apilados alrededor de un cesto del que desbordaban los desperdicios, había platos sucios de papel, cajas de pizza y envases de cartón para microondas que contuvieron comida chatarra.
Pero David parecía estar a la defensiva, quizás hasta culposo.
—No es lo que estás pensando: adicción a la cámara Gusano, ¿no? Puedo ser un obseso, Bobby, pero creo que me pude emancipar de eso.
—¿Entonces, qué?
—Estuve trabajando.
En una de las paredes había colgado un pizarrón blanco; estaba cubierto con garabatos, ecuaciones y fragmentos de frases en inglés y francés escritos en escarlata y conectados por flechas y semicírculos que formaban circuitos cerrados.
Bobby dijo con cuidado:
—Heather me dijo que abandonaste el proyecto de los Doce Mil Días, la verdadera biografía de Cristo.
—Sí, lo abandoné. Estoy seguro de que entenderás el porqué.
—Entonces, ¿qué estuviste haciendo aquí, David?
David suspiró.
—Traté de modificar el pasado, Bobby. Traté… y fracasé.
—¡Huy! —Exclamó Bobby.—¿Entendí bien lo que dijiste? ¿Trataste de usar un agujero de gusano para afectar el pasado? ¿Es eso lo que me estás diciendo? Pero tu teoría dice que es imposible, ¿no?
—Sí. Lo intenté de todos modos. Ejecuté algunos ensayos en la Fábrica de Gusanos. Traté de enviarme a mí mismo una señal de vuelta en el tiempo, a través de un agujero de gusano pequeño. Tan sólo a través de unos pocos milisegundos, pero lo suficiente como para demostrar el principio.
~¿Y?
David sonrió con gesto irónico.
—Las señales pueden desplazarse hacia adelante en el tiempo a través de un agujero de gusano. Así es como vemos el pasado. Pero cuando hice un intento de enviar una señal de vuelta en el tiempo, hubo realimentación. Imagina un fotón que sale de la boca de mi agujero de gusano unos segundos en el pasado: puede volar hacia la boca del futuro, viajar hacia atrás en el tiempo y surgir de la boca del pasado en el preciso instante en que empezara su viaje. Vuelve a pasar sobre el fotón que él mismo era antes…
—…y duplica su energía.
—En realidad, hace más que eso, debido a efectos Doppler. Es un bucle de realimentación positiva. Ese pedacito de radiación puede viajar a través del agujero de gusano una vez y otra, acumulando energía que extrae del agujero mismo de gusano. Con el tiempo se vuelve tan fuerte que destruye el agujero de gusano… una fracción de segundo antes de operar una máquina completa del tiempo.
—Y así tu agujero de gusano de prueba hizopum.
David contestó secamente:
—Con más vigor que el que yo había previsto. Parece que el viejo Hawking tuvo razón respecto de la protección de la cronología: las leyes de la física no permiten las máquinas del tiempo que operan hacia atrás. El pasado es un universo relativista en bloque, el futuro es incertidumbre cuántica y los dos se unen en el presente, lo que, supongo, es una interfaz de gravedad cuántica… Lo siento. Los detalles técnicos no importan. El pasado, ves, es como un manto de hielo que avanza y va invadiendo el futuro fluido; cada suceso queda congelado en su sitio dentro de la estructura cristalina, queda fijado para siempre.
“Lo que importa es lo que yo sé, mejor que cualquier otro ser humano del planeta: que el pasado es inmutable, inalterable, que está abierto a nuestra observación a través de los agujeros de gusano, pero que es fijo. ¿Entiendes cómo me hace sentir esto?
Bobby caminó por el departamento, pisando sobre las montañas de papeles y libros.
—Es claro que estás sufriendo. Utilizas una abstrusa física como terapia. ¿Y qué hay sobre tu familia? ¿Alguna vez nos dedicas un pensamiento?
David cerró los ojos.
—Dime. Por favor.
Bobby tomó aire.
—Bien, Hiram se fue a un escondite aún más recóndito pero planea ganar una mayor cantidad de dinero todavía, a partir de los pronósticos meteorológicos, predicciones enormemente mejoradas sobre datos precisos de siglos de antigüedad, gracias a la cámara Gusano. Piensa que hasta puede ser posible desarrollar sistemas para el control del clima, dada la nueva comprensión que tenemos de los cambios climáticos a largo plazo.
—Hiram es —David buscó la palabra adecuada—… un fenómeno. ¿Es que no hay límites para su imaginación capitalista? ¿Y las noticias sobre Kate?
—El jurado está en receso.
—Creí que las pruebas eran circunstanciales.
—Lo son. Pero verla realmente en su terminal en el momento en que el delito se cometió, ver que tuvo la oportunidad… Creo que eso influyó sobre muchos de los miembros del jurado.
—¿Qué harás si la declaran culpable?
—No lo he decidido.
Lo que era cierto. El final del juicio fue un agujero negro esperando consumir el futuro de Bobby, de manera tan inevitable y tan inoportuna como la muerte. Así que él puso lo mejor de sí mismo para no pensar en ello.
—Vi a Heather —dijo, cambiando de tema—. Está bien, a pesar de todo. Publicó su biografía verdadera de Lincoln.
—Un buen trabajo. Y sus escritos sobre la guerra en el mar de Aral fueron notables. David miró atentamente a Bobby. —Tienes que estar orgulloso de ella… de tu madre.
Bobby meditó sobre eso.
—Supongo que debiera estarlo. Pero no estoy seguro de cómo se supone que me tengo que sentir respecto de ella. Ya sabes, la miré cuando estaba con Mary; a pesar de toda la fricción, hay un vínculo entre ellas. Es como una cuerda de acero que las conecta. Yo no siento cosa alguna como ésa. Probablemente es mi culpa…
—Dijiste que las miraste, ¿tiempo pasado?
Bobby lo miró de frente.
—Imagino que no me oíste: Mary abandonó el hogar.
—…Ah. Qué lástima.
—Sostuvieron una pelea final sobre la manera en que Mary estaba usando la cámara Gusano. Heather esta preocupada, al borde de la desesperación.
—¿Por qué no localiza a Mary?
—Lo intentó.
David resopló de furia.
—¡Eso es ridículo! ¿¡Cómo puede alguno de nosotros esconderse de la cámara Gusano!?
—Evidentemente, hay maneras de hacerlo… Mira, David, ¿no es hora de que te vuelvas a incorporar a la especie humana?
David entrelazó los dedos de una mano con los de la otra; era un hombre corpulento profundamente angustiado.
—Pero es tan insoportable —dijo—. Seguramente es por eso que Mary escapó. Traté, recuerda, traté de encontrar el modo de arreglar las cosas… de arreglar el pasado. Y descubrí que ninguno de nosotros tiene oportunidad alguna con la historia. Ni siquiera Dios. ¡Tengo pruebas experimentales! ¿No te das cuenta? Mirar toda esa sangre, esa rapiña y ese saqueo y esos asesinatos… Si tan sólo pudiera desviar la espada de uno solo de los cruzados, salvar la vida de un solo niño arahuaco…
—Y por eso te estás escapando hacia el terreno de la árida física.
—¿Qué sugieres que haga?
—No puedes arreglar el pasado… pero te puedes arreglar a ti. Incorpórate al trabajo sobre los Doce Mil Días.
—Ya te dije…
—Te ayudaré. Estaré ahí. Hazlo, David: ve y encuentra a Jesús. —Bobby sonrió. —Te desafío a hacerlo.
Después de un prolongado silencio, David le devolvió la sonrisa.
Extraído de la introducción que hiciera David Curzon para Los Doce Mil Días: Comentario Preliminar, S. P. Kozlov y G. Risha editores, Roma 2040:
El proyecto escolástico internacional que se conoce entre el público en general como Los Doce Mil Días llegó a la conclusión de su primera fase. Fui uno de los componentes de un equipo (en realidad, un poco más que eso) de doce mil observadores con cámara Gusano de todo el mundo, a los que se encomendó la tarea de estudiar la vida y la época histórica del hombre a quien sus contemporáneos conocieron como lesho Ben Pantera, y generaciones posteriores como Jesucristo. Es un honor que se me hubiera pedido que redacte esta introducción…
Siempre hemos sabido que cuando encontramos a Jesús en los Evangelios, lo vemos a través de los ojos de los redactores del Evangelio. Mateo, por ejemplo, creía que el Mesías iba a nacer en Belén, tal como parecía haber predicho el profeta Miqueas en el Antiguo Testamento y, por eso, informa que Jesús iba a nacer en Belén (aunque, en verdad, Jesús de Galilea nació, como es natural, en Galilea).
Entendemos esto; lo compensamos. Pero, ¿cuántos cristianos de todos los siglos anhelaron encontrarse con Jesús por sí mismos a través del medio neutral de una cámara… o, mejor aún, cara a cara? ¿Y cuántos hubieran creído que la nuestra habría de ser la primera generación para la cual un encuentro así iba a ser posible? Pero eso es exactamente lo que sucedió.
A cada uno de nosotros, los Doce Mil, se nos asignó un único Día de la breve vida de Jesús, un Día que habríamos de observar con la tecnología de la cámara Gusano en tiempo real, de medianoche a medianoche.
De esta manera se pudo recopilar con rapidez un primer borrador de la verdadera biografía de Jesús. Esta biografía visual e informes anexos no son otra cosa que un primer borrador: una simple observación, una exhibición de los acontecimientos de la trágicamente breve vida de Jesús. Todavía hay que realizar mucho de investigación auxiliar: por ejemplo, hasta hay que establecer la identidad de los catorce Apóstoles (¡No doce!), y el destino que corrieran sus hermanos, hermanas, Su esposa e hijo, sólo se conocen de manera superficial. Después vendrá la configuración organizada de los sucesos del relato humano central, tal como se dieran, sin tapujos, en función de las diversas narraciones, canónicas y apócrifas, que sobrevivieron para hablarnos de Jesús y de Su ministerio.
Y entonces comenzará, por supuesto, el verdadero debate: el debate sobre el significado de Jesús y de Su ministerio… debate que puede durar tanto como la especie humana en sí. Este primer encuentro no fue fácil, pero ya la límpida luz de Galilea ha quemado muchas falsedades.
David yacía en su otomana y estaba sometiendo sus sistemas a prueba: el aparato mismo de rv, los agentes de atención sanitaria que iban a encargarse de la alimentación intravenosa y los catéteres, y de hacer que su cuerpo gire para reducir el peligro de formación de escaras por la permanencia prolongada en una misma posición e incluso hasta de limpiarlo si así lo desease, como si fuera una víctima en coma.
Bobby se sentó delante de él en esa habitación silenciosa a la que se había puesto a oscuras. Su cara brillaba bajo la compleja luz de la pantalla flexible.
David se sentía absurdo en medio de todo este equipo, como un astronauta que se preparaba para el lanzamiento. Pero el Día clave, en el pasado, embebido en el tiempo como un insecto en ámbar, inmutable y brillante, estaba esperándolo para que lo inspeccionara. Y David se sometió.
Levantó el conjunto cefálico del Ojo de la Mente y lo acomodó sobre la cabeza: sintió la familiar textura de retorcimiento, cuando el conjunto cefálico se cerró apretadamente en torno a sus sienes.
Luchó contra el pánico. ¡Y pensar que la gente se sometía voluntariamente a esto por mera diversión!
…Y la luz estalló sobre él, cruda y brillante.
Había nacido en Nazaret, un pequeño y próspero pueblo que estaba en la colina de Galilea. El nacimiento fue de rutina para la época. En verdad nació de María, que había sido una virgen, una Virgen del Templo.
Tal como Sus contemporáneos Lo conocían, Jesucristo era el hijo ilegítimo de un legionario romano, un ilirio llamado Pantera.
Fue una relación basada en el amor, y no en la coacción, aun cuando en aquel entonces María había sido prometida en matrimonio a Jose, un próspero maestro mayor de obras viudo. Pero a Pantera lo transfirieron de esa provincia romana cuando se tuvo conocimiento de la gravidez de María. Habla muy bien de José el hecho de que aceptara a María y criara al niño como si hubiera sido de él.
De todos modos, Jesús no se avergonzaba de Su origen y, tiempo después, Se haría llamar lesho Ben Pantera, es decir, Jesús, hijo de Pantera.
Ésta es la suma de los hechos históricos sobre el nacimiento de Jesús. Todo otro misterio más profundo se encuentra más allá del alcance de' cualquier cámara Gusano. No hubo censo, no hubo travesía hasta Belén, no hubo caballeriza, no hubo pesebre, no hubo animales de corral, no hubo Reyes Magos, no hubo pastores, no hubo estrella. Todo eso, ideado por los redactores de los Evangelios para demostrar cómo este bebé era el cumplimiento de la profecía, no fue más que un invento.
La cámara Gusano está dejando sin base muchas de las ilusiones que tenemos sobre nosotros mismos y nuestro pasado. Están aquellos que argumentan que la cámara Gusano es una herramienta para terapia en masa, que nos permite volvernos más cuerdos en cuanto especie. Puede ser. ¡Pero duro tiene el corazón la persona que no siente pesar por el desenmascaramiento del cuento de Navidad!…
Estaba parado en una playa. Podía sentir el calor como si hubiera sido una pesada frazada empapada y el sudor le producía alfilerazos en la frente.
Hacia la izquierda tenía colinas cubiertas de verdor; hacia la derecha, un mar azul lamía con suavidad las orillas. En el horizonte, que estaba cargado de neblina, pudo distinguir barcas de pesca, sombras marrón azulado tan quietas y planas como figuras recortadas en cartulina. En la orilla boreal del mar, distante unos cinco kilómetros quizá, pudo divisar una ciudad: un enjambre de edificios de techo plano y paredes marrones. Ésa debía de ser Cafarnaum. Supo que podría usar el motor de búsqueda para estar ahí en un instante. Pero le pareció más adecuado caminar.
Cerró los ojos: pudo sentir la calidez del Sol en la cara, oír el mar acariciando la orilla, oler la hierba y el olor ácido de los peces. Acá, la luz era tan intensa que a través de sus párpados cerrados brillaba con tono rosado; pero, en el rabillo del ojo, dentro de los párpados, refulgía un pequeño logotipo dorado de Nuestro Mundo.
Partió. En sus pies, la penetrante frialdad del mar de Galilea..
…Tenía varios hermanos y hermanas y, también, medio hermanos de ambos sexos (provenientes del matrimonio anterior de José). Uno de Sus hermanos, Jacobo, tenía notable parecido con Él, y habría de guiar la Iglesia (por lo menos, una rama de ella) luego de la muerte de Jesús. Jesús fue aprendiz de Su tío, José de Arimatea: no fue carpintero sino maestro de obras. Pasó mucho del final de Su juventud y comienzos de la adultez en la ciudad de Sepforis, cinco kilómetros al norte de Nazaret.
Sepforis era una ciudad importante: de hecho, la más grande de Judea, aparte de Jerusalén y de la capital de Galilea. En aquel entonces, en la ciudad había abundante trabajo para maestros de obras, albañiles y arquitectos, pues a Sepforis la había destruido en gran medida una acción militar romana contra un alzamiento judío en el año 4 a. C. El tiempo que pasó en Sepforis fue importante para Jesús, pues aquí Jesús se volvió cosmopolita. Estuvo expuesto a la cultura helénica a través de, por ejemplo, el teatro griego; y, lo que tuvo más significación, a la tradición pitagórica del número y de la proporción. Jesús hasta se incorporó, durante un tiempo, a un grupo pitagórico judío conocido como el de los esenios. Esto, a su vez, fue parte de una tradición mucho más antigua que abarcó toda Europa y que, en verdad, había logrado extenderse hasta los druidas de Bretaña.
Jesús se convirtió, no en un humilde carpintero sino en artesano de una tradición sumamente compleja y antigua. El oficio de José llevaría al joven Jesús a viajar extensamente por todo el mundo romano.
La vida de Jesús fue completa. Se casó. (La narración bíblica sobre el matrimonio de Cana, cuando el agua se convirtió en vino, parece haberse adornado con detalles fantásticos a partir de un suceso ocurrido en el propio casamiento de Jesús). Su esposa murió al dar a luz y Él no se volvió a casar. Pero sobrevivió el fruto de la unión, una hija, que desapareció en la confusión que rodeó el final de la vida de su padre. (La búsqueda de la hija de Jesús, y de cualesquiera descendientes que vivieran hoy, es una de las zonas más activas de las investigaciones con la cámara Gusano).
Pero Jesús era inquieto: a una edad precozmente temprana empezó a formular Su propia filosofía. De ella se podía considerar, haciendo un análisis simplista, que se basaba en una peculiar síntesis de erudiciones mosaica y pitagórica. El cristianismo nacería de esta colisión entre el misticismo oriental y la lógica occidental. Jesús se vio a Sí mismo, metafóricamente hablando, como una proporción media entre Dios y la humanidad. Y el concepto de la proporción, en especial el de la Proporción Áurea fue, claro está, tema de mucha meditación en la tradición pitagórica. Fue, y siempre seguiría siendo, un buen judío. Pero sí desarrolló ideas muy definidas sobre cómo mejorar la práctica de Su religión.
Empezó a cultivar la amistad entre aquellos a los que Su familia juzgaba absolutamente inadecuados para un hombre de Su posición social: los pobres, los delincuentes. Hasta forjó tenebrosos vínculos con diversos grupos de lestai, insurrectos en potencia.
Discutió con Su familia y partió para Cafarnaum, donde habría de vivir con sus amigos. Y, es durante esos años, que empezó a realizar milagros.
Dos hombres venían caminando hacia él.
Eran más bajos que él, pero con robusta musculatura; cada uno llevaba el espeso cabello negro atado en una cola detrás de la cabeza. Su ropa era funcional: lo que parecían ser prendas de una pieza hechas de algodón, con faltriqueras profundas y muy usadas. Estaban caminando por la orilla del mar, sin prestar atención a las olas pequeñas que rompían a sus pies. Daban la impresión de tener cuarenta años, pero era probable que fueran más jóvenes. Se los veía saludables, bien alimentados, prósperos. Probablemente eran mercaderes, pensó.
Estaban tan enfrascados en su conversación que aún no habían advertido su presencia.
…No, se recordó a sí mismo: no lo podían ver a David…porque él no había estado ahí, en ese día desaparecido hacía ya mucho, cuando esa conversación bajo un sol candente había tenido lugar. Ninguno de los circunstantes era consciente de que un hombre que vendría del futuro remoto, un día se maravillaría al verlos, un hombre que tenía la capacidad de hacer que este instante cotidiano cobrara vida y se repitiera una vez y otra, absolutamente inmutado.
Él retrocedió cuando los hombres chocaron suavemente con él. La luz pareció disminuir de intensidad y no sintió más la agudeza de las piedras debajo de los pies.
Pero después siguieron de largo, alejándose de él, y su conversación no se vio perturbada ni en una palabra por el fantasmal encuentro. La vivida realidad del paisaje se restableció con tanta tranquilidad como si él hubiera ajustado los controles de una invisible pantalla flexible.
Siguió caminando hacia Cafarnaum.
Jesús podía curar enfermedades de origen psicosomático y causadas por sugestión, tales como los dolores de espalda, la tartamudez, las úlceras, el estrés, la fiebre del heno, las parálisis y ceguera por histeria; incluso los falsos embarazos. Algunas de las curaciones eran notables y muy conmovedoras de presenciar. Pero se limitaban a aquellas gentes cuya creencia en Jesús era más fuerte que su creencia en la enfermedad y, al igual que con cualquier otro sanador antes de Él o después, Jesús no tenía la capacidad de curar enfermedades orgánicas más profundas. (Hay que reconocerle que Él jamás afirmó poder hacerlo).
Como era natural, sus milagros de curación atrajeron a gran cantidad de seguidores. Pero lo que distinguía a Jesús de los muchos otros jasidim de Su época era el mensaje que Él predicaba junto con Sus curaciones.
Jesús estaba convencido de que la Era Mesiánica prometida por los profetas llegaría no cuando los judíos hubieran obtenido la victoria en lo militar sino cuando se volvieran puros de corazón. Estaba convencido de que esta pureza interior se iba a lograr no mediante una vida que fuera nada más que de pureza en lo exterior sino a través del sometimiento a la terrible clemencia de Dios. Y creía que esta clemencia se hacía extensiva a todo Israel: a los intocables, a los impuros, a los desclasados y a los pecadores. A través de Sus curaciones y exorcismos demostró la realidad de ese amor. Jesús fue la Proporción Áurea entre lo divino y lo humano. Eso explica por qué la atracción que ejercía era eléctrica: parecía poder lograr que el pecador más abyecto se sintiera cerca de Dios.
Pero en esa nación ocupada, pocos tenían el refinamiento suficiente como para entender Su mensaje. Jesús se volvió impaciente ante las vociferantes exigencias que se Le hacían para que revelara de Sí mismo que era el Mesías. Y los lestai que se sentían atraídos por Su presencia carismática empezaron a ver en Él un conveniente punto focal para un alzamiento contra los odiados romanos. Los problemas empezaron a acumularse.
David vagó por las habitaciones pequeñas y cuadradas como un fantasma, mirando a la gente, las mujeres, los sirvientes y los niños, que iban y venían.
La casa era más impresionante de lo que había esperado. Estaba construida según el modelo de una casa de campo romana, con un atrio abierto central y diversas habitaciones que se abrían hacia él, a manera de un claustro. El decorado era muy mediterráneo, la luz, densa y brillante; las habitaciones, abiertas al aire sereno.
Ya en época tan temprana del ministerio de Jesús, más allá de las paredes de Su casa había un campamento permanente: los enfermos, los lisiados, los potenciales peregrinos; una ciudad en miniatura formada por tiendas.
Tiempo después, en este sitio se iba a construir un convento y después, en el siglo V, una iglesia bizantina que habría de sobrevivir hasta los días mismos de David, junto con la leyenda de aquellos que una vez habían vivido ahí.
En ese momento hubo un ruido fuera de la casa: el sonido de pies que corren, de gente gritando. David salió con paso vivo al exterior.
La mayoría de los habitantes de la ciudad de tiendas, algunos de los cuales exhibían una sorprendente y jovial presteza, se apresuraba por llegar hacia el centelleante mar, al que David pudo distinguir por entre las casas. Siguió a la multitud que se estaba congregando, alzándose por encima de la muchedumbre que lo rodeaba, y trató de no hacer caso del hedor causado por la suciedad en la gente y en las cosas, mucho del cual era extrapolado por el soporte lógico de control con inoportuna autenticidad; la percepción directa de los olores a través de las cámaras Gusano todavía era una cuestión nada confiable.
La muchedumbre se desplegaba a medida que llegaba al muelle rudimentario. David se abrió camino a través del gentío y alcanzó el borde del agua, sin hacer caso de las temporarias disminuciones de luminosidad que se producían cuando los galileos, en su avidez por llegar, pasaban rozándolo o a través de él.
Había una sola barca en el agua mansa: quizá tenía seis metros de largo, era de madera y su construcción era tosca. Cuatro hombres estaban remando con paciencia hacia la orilla. Al lado de un fornido timonel que estaba en la popa había una red de pesca recogida formando una pila sobre sí misma.
Otro hombre estaba parado en la proa, mirando hacia la gente que estaba en la orilla.
David oyó los murmullos: Él había estado predicando, desde la barca, en otros sitios a lo largo de la orilla. Tenía una voz imponente que se transmitía muy bien por el agua, éste es lesho, éste es Jesús.
David se esforzó por verlo con más claridad. Pero la luz que se reflejaba en el agua lo encandilaba.
…Y, por eso, debemos volver, con renuencia, al verdadero relato de la Pasión.
Jerusalén, compleja, caótica, edificada con la radiantemente brillante piedra blanca local, en esta Pascua judía[6] estaba atestada de peregrinos que habían venido a comer el cordero pascual dentro de los confines de la ciudad santa, como lo exigía la tradición. Pero la ciudad también contaba con la pesada presencia de soldados romanos. Y en esta Pascua, en particular, se sucedía un tiempo de mucha tensión, pues había muchos grupos de insurrectos operando allí, por ejemplo, los zelotes, feroces opositores a Roma, y los iscarii, asesinos que habitualmente actuaban sobre las multitudes que asistían a las conmemoraciones. Era en medio de este epicentro del conflicto histórico que caminaban Jesús y Sus seguidores.
El grupo de Jesús comió su ágape de Pascua judía. (Pero no se recitó la Eucaristía; no existió la orden de Jesús de tomar pan y vino en recuerdo de Él, como si fueran fragmentos de Su propio cuerpo. Es evidente que este rito es una creación de los redactores del Evangelio. Esa noche, Jesús tenía muchas ideas en su cabeza… pero no el invento de una nueva religión).
Ahora sabemos que Jesús tenía contactos con muchas de los sectas y grupos que operaban en la periferia de Su sociedad. Pero la intención de Jesús no fue la insurrección. Jesús fue hasta el lugar que se llama Getsemaní, en el que los olivos aún crecen en la actualidad, algunos de ellos (lo podemos verificar ahora) sobrevivientes de los días del propio Jesús. Jesús había trabajado para purificar al judaismo de sus aspectos sectarios. Él pensaba que ahí se reuniría con las autoridades y los caudillos de diversos grupos rebeldes y buscaría una unidad pacífica. Como siempre, Jesús buscaba ser la Áurea Proporción, el puente entre esos grupos en conflicto. Pero la humanidad de los tiempos de Jesús no era más racional que la de cualquier otra época: lo recibió un grupo de soldados armados que habían enviado los sumos sacerdotes. Y los acontecimientos que se sucedieron de ahí en adelante se desarrollaron según una lógica letal que nos es familiar. El Juicio no fue un gran suceso teológico. Todo lo que le importaba al sumo sacerdote —un anciano cansado, concienzudo, desgastado— era mantener el orden público. Sabía que tenía que proteger a su gente de las salvajes represalias de Roma mediante la aceptación del menor de los males, que era entregar a este difícil y anárquico sanador por la fe. Una vez hecho eso, el sumo sacerdote regresó a su cama y a un sueño incómodo.
Pilatos, el procurador romano, tuvo que salir al encuentro de los sacerdotes que no entraban en la pretoria por temor a quedar impuros. Pilatos era un hombre cruel y competente, el representante de un poder conquistador que tenía siglos de antigüedad. Sin embargo, él también vaciló, parece que por temor de incitar a una violencia peor al ejecutar a un líder popular.
Ahora hemos podido presenciar los miedos y el aborrecimiento y las espantosas intrigas que impulsaban a los hombres que esa noche oscura se enfrentaron… y cada uno de ellos creía, sin duda, que estaba haciendo lo que correspondía hacerse.
Una vez que tomó su decisión, Pilatos actuó con brutal eficiencia. De lo que sigue conocemos los detalles demasiado bien. Ni siquiera fue un espectáculo grandioso pero, si es por eso, la Pasión de Cristo es un acontecimiento que no tardó dos días en desarrollarse, sino dos mil años. Pero todavía quedan muchas cosas que no conocemos. El momento de Su muerte está extrañamente oculto; la exploración de la cámara Gusano es limitada ahí. Algunos científicos propusieron la teoría de que en esos segundos clave hay tal densidad de puntos de vista que la trama del espacio-tiempo en sí se daña por la intrusión de agujeros de gusano. Y a estos puntos de vista supuestamente los envían observadores provenientes de nuestro propio futuro… o, quizá, provenientes de múltiples futuros posibles, si lo que se encuentra adelante de nosotros es indeterminado.
Del mismo modo, todavía no hemos oído Sus últimas palabras a Su madre; todavía no sabemos si, apaleado, agonizante, azorado, Le clamó a Su Dios. Aún ahora, a pesar de toda nuestra tecnología, Lo vemos oscuramente a través de un vidrio.
En el centro de la ciudad había un mercado, ya lleno de gente. Suprimiendo un escalofrío, David se forzó a pasar a través de los circunstantes.
En el centro de la multitud un soldado, uniformado de manera tosca, estaba reteniendo por el brazo a una mujer: ella tenía aspecto abyecto, su túnica estaba rota; el cabello estaba apelmazado y mugriento y la cara, otrora bonita, estaba surcada por arroyos de llanto. Al lado de ella había dos hombres que llevaban vestiduras religiosas limpias, de buena calidad. Quizás eran sacerdotes o fariseos. Estaban señalando a la mujer, gesticulando con ira y discutiendo con una figura que estaba delante de ellos y que, oculta por la multitud, estaba en cuclillas en el polvo.
David se preguntó si este incidente habría dejado huella alguna en el Evangelio. Quizás ésta era la mujer a la que se había condenado por adulterio y los fariseos lo estaban enfrentando a Jesús con otra de las preguntas capciosas de ellos, tratando de dejar al desnudo Su blasfemia.
El hombre que estaba en el polvo tenía una falange de amigos. Eran hombres de aspecto robusto, quizá pescadores. Con suavidad, pero con firmeza, mantenía alejado al gentío. Pero, así y todo —David lo pudo ver cuando se acercó como un fantasma—, algunos de los presentes se estaban aproximando, extendiendo una mano vacilante para tocar la túnica, acariciar un mechón de cabello aunque más no fuere.
No creo que Su muerte —humillado, quebrado— necesite seguir siendo el centro de nuestra obsesión por Jesús, como lo ha sido durante dos mil años: para mí, el cénit de Su vida, tal como la pude presenciar, es el momento en que Pilatos lo presenta a El, ya torturado y sangrante, para someterlo al escarnio de los soldados, sacrificado por Su propio pueblo. Con todo lo que Él había intentado aparentemente en ruinas, quizá sintiéndose ya abandonado por Dios, Jesús se debía de haber derrumbado y, sin embargo, se mantuvo erguido. Un hombre inmerso en Su época, derrotado y, sin embargo, no vencido, Él es Gandhi, Él es San Francisco, Él es Wilberforce, Él es Elizabeth Fry, Él es el padre Damián entre los leprosos. Él es Su propio pueblo y el horrible sufrimiento que ese pueblo habría de soportar en nombre de la religión que se había fundado en Su nombre.
Todas las religiones importantes enfrentaron crisis cuando su origen y su enrevesado pasado quedaron expuestos a una mirada escrutadora. Ninguna de ellas salió indemne; algunas se desplomaron por completo. Pero la religión no trata simplemente sobre la moralidad, o sobre la personalidad de sus fundadores y de quienes la profesan. Trata sobre lo espiritual, sobre una dimensión más elevada de nuestra naturaleza. Y todavía están aquellos que sienten el anhelo de lo trascendente, del significado de todo lo que es. Ya —purificada, reformada, vuelta a fundar— la Iglesia está empezando a brindar consuelo a mucha gente a la que dejó azorada la demolición de la vida privada y de la certeza histórica.
Quizá lo hemos perdido a Cristo… pero lo hemos encontrado a Jesús. Y Su ejemplo todavía puede conducirnos a un futuro desconocido, aun si ese futuro sólo consta del Ajenjo y el único papel que le queda a nuestras religiones es el de confortarnos.
Y, sin embargo, la historia todavía tiene sorpresas para nosotros pues, contra todas las expectativas, una de las leyendas más peculiares y, aun así, obstinadas sobre la vida de Jesús se ha comprobado…
El hombre que estaba en el polvo era delgado. Su cabello, estirado hacia atrás con rigurosidad, estaba poniéndose prematuramente gris en las sienes. La toga estaba manchada con polvo y se arrastraba por el suelo. La nariz era prominente, orgullosa y aguileña. Sus ojos, negros, impetuosos e inteligentes. Parecía estar enojado y estaba dibujando en el polvo con un dedo.
Este hombre silencioso, meditativo, estaba a la misma altura que los fariseos, sin siquiera la necesidad de hablar.
David avanzó. Debajo de los pies podía sentir el polvo de este mercado de Cafarnaum. Extendió la mano hacia el ruedo de esa túnica.
…Pero, por supuesto, los dedos se deslizaron a través del paño y aunque el sol se amortiguó, David no sintió nada.
El hombre que estaba en el polvo alzó la vista y miró directamente en los ojos a David.
David lanzó un grito. La luz de Galilea se disipó y la cara —con gesto de preocupación— de Bobby flotó delante de él.
Cuando joven, siguiendo con Su tío, José de Arimatea, una ruta comercial bien establecida, Jesús visitó la zona de minas de estaño de Cornwall.
Con compañeros se adentró más en la isla, llegando tan lejos como hasta Glastonbury, en aquel entonces un puerto de importancia, donde estudió con los druidas y ayudó a diseñar y construir una casa pequeña, en el sitio donde se habría de erigir la futura abadía de Glastonbury. Esta visita se recuerda, hasta cierto punto, en fragmentos de tradiciones locales. Hemos perdido tanto. El crudo fulgor de la cámara Gusano reveló que tantas de nuestras fábulas no son más que sombras y susurros; la Atlántida se evaporó como el rocío; el rey Arturo retrocedió a las sombras de las que nunca salió verdaderamente. Y, no obstante, es, después de todo, verdad, como cantara Blake, que esos pies en tiempos antiguos sí caminaron por el verdor de las montañas de Inglaterra.
En la semana de Navidad de 2037 concluyó el juicio de Kate.
La sala del tribunal era pequeña, revestido en roble y la bandera de las Barras y las Estrellas colgaba fláccida en la parte de atrás de la sala. El juez, los asesores letrados y los funcionarios del tribunal estaban sentados con solemne esplendor delante de hileras de bancos que estaban ocupados por unos pocos espectadores dispersos: Bobby, funcionarios de Nuestro Mundo, reporteros que escribían notas pulsando el teclado de pantallas flexibles.
El jurado era una colección de ciudadanía de aspecto impensado, aunque algunos de ellos llevaban las máscaras muy coloreadas y las ropas de recubrimiento inteligente que se habían puesto de moda en los últimos meses. Si Bobby no miraba con demasiado cuidado podía perder de vista a una jurado hasta que ésta se moviera y, entonces, aparecía como de la nada una cara o un mechón de cabello o una mano que se agitaba y el resto del cuerpo se hacía visible en forma tenue, delineado por una distorsión imperfecta e irregular del fondo.
Era una dulce ironía, pensó Bobby, que las prendas de recubrimiento inteligente hubieran sido otra brillante idea de Hiram: un nuevo producto de Nuestro Mundo que se vendía dejando elevadas ganancias, para contrarrestar el efecto de intrusión de otro producto.
…Y ahí, sentada sola en el banquillo, se hallaba Kate. Estaba vestida de negro con total sencillez, el cabello recogido detrás de la cabeza, la boca seca, la mirada vacía.
Se habían prohibido las cámaras en la sala misma del tribunal y en la entrada a la sala había tenido lugar un poco del forcejeo usual entre los medios de Prensa. Pero todos sabían que las órdenes que imponían prohibiciones nada significaban ahora: Bobby imaginaba el aire que lo rodeaba cribado por puntos de vista de cámara Gusano que andaban revoloteando, de los cuales, y sin la menor duda, grandes enjambres se concentraban sobre la cara de Kate y la propia de él.
Bobby sabía que Kate se había autoacondicionado para no olvidar la estrecha vigilancia de la cámara Gusano ni por un segundo; no podía evitar que los fisgones invisibles siguieran todo lo que hacía, pero sí les podía negar la satisfacción de que vieran cuánto le dolía. Para Bobby, la figura solitaria y frágil de esa joven representaba más fuerza que la del poderoso proceso jurídico al que esa joven estaba sometida, y también de la gran y millonaria compañía que le había entablado juicio.
Pero ni siquiera Kate pudo ocultar la desesperación cuando finalmente se le hizo saber la sentencia.
—Olvídala, Bobby —dijo Hiram. Estaba dando vueltas a zancadas en torno de su enorme mesa de conferencias. Una lluvia torrencial azotaba la ventana panorámica, llenando la sala de ruido.
—No te ha hecho más que daño. Y ahora es una delincuente convicta. ¿Qué pruebas más necesitas? Vamos, Bobby. Libérate de ella. No la necesitas.
—Ella está convencida de que tú la incriminaste falsamente.
—Pues eso no me importa en absoluto. ¿Qué es lo que tú crees? Eso es lo que cuenta para mí. ¿Realmente piensas que soy tan tortuoso como para tenderle una celada a la amante de mi hijo… sin importar lo que yo pueda pensar de ella?
—No lo sé, papá —dijo Bobby con tranquilidad. Se sentía sereno, controlado: la bravata de Hiram, evidentemente dicha con fines de manipulación, fue incapaz de alcanzarlo. —Ya no sé en qué creer.
—¿Por qué discutir sobre eso? ¿Por qué no usas la cámara Gusano para comprobar si estoy mintiendo?
—No tengo intención de espiarte.
Hiram miró fijamente a su hijo.
—Si estás tratando de encontrar mi conciencia, vas a tener que cavar hasta una profundidad mayor. De todos modos, no es más que reprogramar. ¡Demonios, deberían encerrar a esa mujer y perder la llave! La reprogramación es nada.
Bobby negó con movimiento de la cabeza.
—No a Kate. Luchó contra tu metodología durante años. Ella le tiene verdadero pavor, papá.
—Oh, diantres. A ti se te reprogramó. Y no te hizo mal en absoluto.
—No sé si lo hizo o no lo hizo. —Bobby se puso de pie y encaró al padre. Sentía aumentar su propia ira. —Me sentí diferente cuando al implante se lo apagó. Estaba enojado, aterrorizado, confuso. Ni siquiera sabía cómo se suponía que me sintiera.
—Hablas como ella —gritó Hiram—. Ella te reprogramó más con sus palabras y su vagina, que lo que yo jamás pude con un pedacito de silicio. ¿No te das cuenta de eso? ¡Ah, maldición! Lo único de bueno que el condenado implante sí te hizo fue volverte demasiado estúpido como para ver lo que te estaba ocurriendo… —Se interrumpió y desvió la mirada.
Bobby contestó con tono glacial:
—Es mejor que me expliques qué quieres decir con eso.
Hiram se dio vuelta: el enojo, la impaciencia, incluso algo parecido a la culpa parecían pugnar dentro de él para tener el dominio.
—Piénsalo un poco. Tu hermano es un físico brillante, y no uso la palabra a la ligera: se lo puede proponer como candidato para el Premio Nobel. Y en cuanto a mí… —Alzó las manos. —Levanté todo esto de la nada. Ningún imbécil podría haber logrado eso. Pero tú…
—¿Estás diciendo que eso se debe al implante?
—Yo sabía que había riesgos. La creatividad se vincula con la depresión. Grandes logros a menudo se relacionan con una personalidad obsesiva… y bla, bla. Pero tú no necesitas un inmundo cerebro para convertirte en presidente de Estados Unidos de Norteamérica. ¿No está bien eso?… ¿no? —Y extendió la mano hacia la mejilla de Bobby, como para pellizcarla del modo que se hace con un niño.
Bobby retrocedió para esquivarla.
—Recuerdo que, cuando niño, solías decirme eso cien, mil, veces. En aquellos tiempos nunca entendí lo que querías decir.
—¡Pero vamos, Bobby…!
—Tú lo hiciste, ¿no? Tú la implicaste a Kate. Sabes que es inocente y estás dispuesto a que le manoseen el cerebro y se lo arruinen… exactamente del mismo modo que lo hicieron con el mío.
Hiram quedó inmóvil un instante; después dejó caer los brazos.
—¡Vete al infierno! Vuelve a ella si quieres, entiérrate en su vagina: al final siempre vuelves corriendo, pedazo de mierda. Tengo trabajo para hacer. —Y se sentó ante la mesa, pulsó la superficie para abrir sus pantallas flexibles y pronto el fulgor de dígitos que iban pasando por la pantalla le encendió la cara, como si Bobby hubiera dejado de existir.
Después de que se la liberara, Bobby la llevó a casa.
No bien hubieron llegado, Kate empezó a recorrer el departamento a zancadas, cerrando cortinas de manera compulsiva, impidiendo el paso de la brillante luz del mediodía, dejando una estela de habitaciones a oscuras.
Se sacó la ropa que había estado usando desde que dejara la sala del tribunal y la arrojó a la basura. Bobby se tendió en la cama, escuchándola bañarse bajo la ducha en la oscuridad más completa, durante varios minutos. Después, Kate se deslizó debajo del acolchado de lana: estaba fría, tiritaba y el cabello no estaba del todo' seco. Se había estado bañando con agua fría. Bobby no la interrogó, se limitó a abrazarla hasta que su calor penetró en ella.
Por fin, Kate dijo en un susurro:
—Necesitas comprar cortinas más gruesas.
—La oscuridad no te esconde de una cámara Gusano.
—Ya lo sé —contestó ella—. Y sé que aun ahora están escuchando cada una de las palabras que decimos. Pero no tenemos que hacerles las cosas fáciles. No puedo soportarlo. Hiram me derrotó, Bobby… y ahora me va a destruir.
Del mismo modo que, pensó Bobby, Hiram me destruyó a mí.
En cambio, dijo:
—Por lo menos, tu sentencia no te obliga a estar bajo custodia. Por lo menos, nos tenemos el uno al otro.
Ella cerró la mano formando un puño y le golpeó el pecho, lo suficientemente fuerte como para producir dolor.
—Ésa es la cuestión, precisamente, ¿no te das cuenta?: no me tendrás más, porque para el momento en que hayan terminado, ya no habrá más de mí. No importa en qué me vaya a convertir, seré… diferente.
Le cubrió el puño con su propia mano, hasta que sintió que los dedos de Kate se aflojaban.
—No es más que una reprogramación…
—Dijeron que yo debía de sufrir del Síndrome E: espasmos de hiperactividad en mis lóbulos órbitofrontal y prefrontal mediano.
Un tráfico excesivo proveniente de la corteza evita que las emociones lleguen a mi nivel consciente. Y es así como puedo cometer un delito, dirigido al padre de mi amante, sin conciencia ni remordimiento ni repugnancia por mí misma.
—Kate…
—Y después se me ha de acondicionar contra el empleo de la cámara Gusano. A los delincuentes convictos como yo, ves, no se les ha de permitir el acceso a la tecnología. En mi núcleo amigdalino, el asiento de mis emociones, van a poner falsos vestigios de memoria. Tendré una fobia invencible respecto de considerar siquiera el uso de una cámara Gusano o de ver sus resultados.
—No hay de qué temer.
Kate se apoyó sobre los codos. Su cara en sombras se alzó delante de él; las órbitas oculares eran pozos de oscuridad de bordes redondeados.
—¿Cómo puedes defenderlos? Tú, sobre todo.
—No estoy defendiéndolos. De todos modos, no creo que haya un ellos: todos los que intervinieron sencillamente estaban haciendo su trabajo, el FBI, los tribunales…
—¿Y Hiram?
Bobby no intentó contestar. Sólo dijo:
—Lo único que quiero es abrazarte.
Ella suspiró y dejó que su cabeza se apoyara en el pecho de él: Bobby la sintió pesada; la mejilla, cálida contra su carne.
Bobby vaciló.
—Sea como fuere, sé cuál es el verdadero problema.
Pudo sentir cómo se fruncía el entrecejo de Kate.
“Soy yo, ¿no? No quieres un interruptor en la cabeza porque eso es lo que yo tenía cuando me encontraste. Tienes pavor de convertirte en algo como yo… como lo que yo fui. En cierto sentido…. —Se obligó a decirlo: —En cierto sentido, me desprecias.
Kate se irguió, apartándose de él.
—En todo lo que piensas es en ti mismo. Pero yo soy a quien están a punto de sacarle los sesos con una cuchara para helados. —Se levantó de la cama, salió de la habitación y cerró la puerta fríamente, sin perder el control, dejando a Bobby en la oscuridad.
Él durmió un rato.
Cuando despertó fue a buscarla. La sala de estar todavía estaba a oscuras, las cortinas cerradas y las luces apagadas… pero podía asegurar que Kate estaba ahí.
—Luces, encenderse.
Luz, cegadora y brillante, inundó la habitación.
Kate estaba sentada en un sofá, completamente vestida. Estaba frente a una mesa, sobre la que había una botella de un fluido transparente y otra botella, más pequeña: barbitúricos y alcohol. Ambas botellas estaban sin abrir, con el sello intacto. El licor era un absintio de mucho precio.
Ella señaló:
—Siempre tuve buen gusto, sí señor.
—Kate…
Los ojos de ella se estaban humedeciendo bajo la luz y las pupilas se habían abierto enormemente, lo que le daba un aspecto infantil.
—Qué extraño, ¿no? Debo de haber hecho la cobertura de una docena de suicidios y de una cantidad mayor de intentos. Sé que hay formas más rápidas que ésta: me podría cortar las muñecas, o el cuello inclusive; me podría volar los sesos, antes de que los manoseen. Esto será más lento. Probablemente más doloroso. Pero es fácil. ¿Ves?, bebes y tragas, bebes y tragas. —Lanzó una carcajada helada. — Hasta te emborrachas en el proceso.
—No quieres hacer eso.
—No. Tienes razón. No quiero hacerlo. Es por eso que necesito que me ayudes.
Como respuesta, Bobby levantó la botella del licor y la lanzó a través de la habitación. Se hizo añicos contra una pared, dejando una espectacular mancha sobre el yeso.
Kate suspiró.
—Ésa no es la única botella del mundo. Finalmente lo haré. Prefiero morir a permitirles manosear mi cerebro.
—Tiene que haber otra forma. Volveré donde está Hiram y le diré…
—¿Decirle qué? ¿Que si no confiesa me voy a autodestruir? Se reirá de ti, Bobby. Me quiere destruida, de una forma o de otra.
Bobby midió la habitación a zancadas, como una fiera enjaulada, sintiéndose cada vez más desesperado.
—Pues entonces, larguémonos de aquí.
Kate suspiró.
—Nos pueden ver cuando abandonamos esta habitación, seguirnos a cualquier parte. Podríamos ir a la Luna y nunca ser libres…
La voz pareció provenir de la nada:
—Si estás convencida de eso, entonces es mejor que te rindas ya mismo.
Kate dio un respingo. Bobby saltó y giró velozmente sobre los talones. Había sido la voz de una mujer o de una muchacha… una voz familiar. Pero la habitación parecía estar vacía.
Bobby preguntó en voz baja:
—¿Mary?
Primero vio la cara de ella flotando en el aire, cuando empezó a sacarse una capucha. Después, cuando empezó a desplazarse contra el fondo, la perfección del ocultamiento que le brindaba el recubrimiento inteligente empezó a deshacerse y Bobby pudo discernir el contorno de Mary: una extremidad en sombras por aquí, un vago borrón descolorido donde debía de estar el torso, el todo recubierto por un extraño efecto ojo de pescado que engañaba a la vista, como ocurría en las primeras imágenes de la cámara Gusano. Bobby observó, como al pasar, que Mary parecía estar limpia, saludable, hasta bien alimentada.
—¿Cómo entraste acá?
La muchacha sonrió de oreja a oreja.
—Si vienes conmigo, Kate, te lo mostraré.
Kate respondió con lentitud:
—¿Ir contigo? ¿Adonde?
—¿Y por qué? —completó Bobby.
—El porqué es obvio, Bobby —dijo Mary, con voz en la que regresaba un eco de su causticidad adolescente—. Porque, como sigue diciendo Kate, si no se larga de aquí el hombre va a revolverle los sesos con una cuchara.
Bobby dijo con tono razonable:
—No importa dónde vaya, se le puede seguir la pista.
—Es cierto —dijo Mary con pesadumbre—. La cámara Gusano. Pero no pudiste seguir mi pista desde que abandoné mi casa hace tres meses. No me viste venir. No sabías que estaba en el departamento hasta que revelé mi presencia. Mira, la cámara Gusano es una herramienta fantástica… pero no es una varita mágica. La gente se paraliza por ella y ha dejado de pensar. Si hasta Papá Noel te puede ver, ¿qué se puede hacer? Para el momento en que llega, tú te puedes haber ido hace mucho.
Bobby frunció el entrecejo.
—¿Papá Noel?
Kate repuso con lentitud:
—Papá Noel te puede ver todo el tiempo. En víspera de Navidad puede mirar retrospectivamente por todo el mundo y ver si fuiste travieso o si te portaste bien.
Otra sonrisa amplia de Mary.
—Papá Noel debe de haber tenido la primera cámara Gusano de todas, ¿no es así? Feliz Navidad.
—Siempre pensé que ése era un mito siniestro —dijo Kate—, pero únicamente nos podemos mantener alejados de Papá Noel si lo podemos ver cuando está viniendo.
Mary sonrió suavemente.
—Eso es fácil. —Alzó el brazo, tiró hacia atrás de la manga de su recubrimiento inteligente y reveló lo que parecía ser un reloj gordo de pulsera. Era compacto, estaba raspado por el uso y tenía aspecto de algo que había salido de un taller casero. La esfera del instrumento era una pantalla flexible en miniatura; mostraba vistas del corredor que estaba afuera, de la calle, de los ascensores, de lo que debían de ser departamentos vecinos.
—Todo vacío —susurró Mary—. Puede ser que un estúpido que está en alguna parte esté escuchando todo lo que decimos. ¿A quién le importa? Para el momento en que llegue aquí, ya nos habremos ido.
—Esa es una cámara Gusano —dijo Kate—. En la muñeca de ella. Alguna clase de diseño pirata.
—No puedo creerlo —se sorprendió Bobby—, en comparación con los aceleradores gigantescos de la Fábrica de Gusanos…
—Y —dijo Mary—, Alexander Graham Bell probablemente nunca pensó que se podría fabricar un teléfono sin cable y tan pequeño que se pudiera implantar en la muñeca.
Los ojos de Kate se achicaron.
—Un inyector de Casimir nunca se podría convertir en una miniatura como ésta. Esto tiene que ser tecnología de vacío comprimido. El asunto en el que estaba trabajando David.
—Si lo es —dijo Bobby con tono lúgubre—, ¿cómo se filtró el desarrollo de la tecnología fuera de la Fábrica de Gusanos? —Miró directamente a Mary: —¿Tu madre sabe dónde estás?
—Típico —replicó Mary—, unos minutos atrás, Kate se iba a suicidar, y ahora me están acusando de hacer espionaje industrial y se están preocupando por la relación que tengo con mi madre.
—¡Dios mío! —se alarmó Kate—. ¿Qué clase de mundo va ser aquel en que cada condenado niño lleve una cámara Gusano en la muñeca?
—Te diré un secreto —dijo Mary—, ya la llevamos. Los detalles están en la Internet. Hay talleres caseros, que están por todo el planeta, donde los están fabricando en profusión. —Sonrió de oreja a oreja. —El genio de la botella está fuera de ella. Mira, estoy aquí para ayudarte. No hay garantías. Papá Noel no es todopoderoso, pero ha hecho que resulte más difícil esconderse. Todo lo que te estoy brindando es una oportunidad. —Fijó la vista en Kate. —Creo que es mejor que lo que tienes que enfrentar ahora, ¿no?
Kate preguntó:
—¿Por qué me quieres ayudar?
Mary pareció estar avergonzada.
—Porque eres parte de mi familia… más o menos.
Bobby le respondió:
—Tu madre también es parte de la familia.
Mary lo miró con furia.
—Haré un trato contigo, si eso te hace sentir mejor: déjenme sacarlos de aquí. Déjenme impedir que a la cabeza de Kate la abran. A cambio de eso llamaré a mi madre. ¿Trato hecho?
Kate y Bobby cambiaron una mirada.
—Trato hecho.
Mary buscó dentro de su túnica y extrajo una muestra de tela que sacudió hasta que se extendió.
—Cubrimiento inteligente.
Bobby preguntó:
—¿Hay lugar para dos ahí dentro?
Mary estaba sonriendo con alegría.
—Esperaba que dijeras eso. Vamos, larguémonos de aquí.
Los guardias de seguridad de Hiram, alertados por un monitor cámara de Gusano de rutina, llegaron diez minutos más tarde. El departamento, brillantemente iluminado, estaba vacío. Los guardias empezaron a disputar respecto de quién se lo iba a decir a Hiram y aceptar la culpa… y después quedaron en silencio, cuando comprendieron que él estaba, o iba a estar, mirándolos de todos modos.