EPÍLOGO

—…¡Bobby, por favor despierta! ¡Bobby, ¿me puedes oír?!…

La voz le llegó desde muy lejos. Una voz de mujer. Oyó la voz, entendió las palabras, aun antes de que le volviera la sensación de su propio cuerpo.

Sus ojos estaban cerrados.

Estaba flotando acostado boca arriba sobre lo que sentía como un lecho profundo y suave. Se podía sentir los miembros, la suave pulsación del corazón, la dilatación que producía su respiración. Todo parecía normal.

Y, sin embargo, sabía que no lo era: algo andaba mal, tan sutilmente desviado como el cielo violeta del cretáceo.

Se sintió indescriptiblemente asustado.

Abrió los ojos.

La cara de una mujer flotaba delante de él: de rasgos finos, ojos azules, cabello rubio, algunas arrugas en los ojos; podría haber tenido cuarenta años, inclusive cincuenta. Aun así, la reconoció.

¿…Mary?

¿Era su propia voz?

Alzó la mano: una muñeca huesuda sobresalió de una manga elaborada con alguna tela plateada. La mano tenía huesos delicados, los dedos eran finos y largos, como los de un pianista.

¿Era su propia mano?

Mary —si es que era Mary— se inclinó hacia adelante y le tomó la cara con las manos.

—Estás despierto. Gracias a Hiram por eso. ¿Me puedes entender?

—Sí. Sí, yo…

—¿Qué recuerdas?

—David. La Fábrica de Gusanos. Estábamos…

—Viajando. Sí. Bien, recuerdas. En su anastasis, David nos contó lo que habían visto.

Anastasis, pensó. Resurrección. Su miedo se intensificó.

Trató de sentarse. Ella lo ayudó, se sentía débil, liviano.

Estaba en una cámara de paredes lisas. Estaba oscuro. Un vano de puerta conducía hacia un corredor inundado de luz. Había una sola ventana pequeña, circular, revelaba una losa de azul y negro.

La Tierra azul. El cielo negro.

El aire de la Tierra estaba claro como un cristal. Sobre los océanos había un delicado entrecruzamiento de líneas plateadas, una especie de estructura a centenares de kilómetros por encima de la superficie. ¿Se hallaba él en órbita? No, la Tierra estaba rotando. Se hallaba en alguna especie de torre orbital, entonces.

Dios mío, pensó.

—¿Estoy muerto? ¿Me resucitaron, Mary?

Ella gruñó y se pasó la mano por entre el cabello suelto.

—David dijo que serías así. Preguntas, preguntas. —Su entonación era desmañada; la voz, seca, como si ella no hubiera estado acostumbrada a hablar en voz alta.

—¿Por qué fui traído de regreso?… Ah, el Ajenjo. ¿Ésa es la razón?

Mary frunció el entrecejo y, durante un breve lapso, pareció estar escuchando voces distantes.

—¿El Ajenjo?… quieres decir el cometa. Eso lo hicimos alejarse hace mucho tiempo —dijo ella con tono indiferente, como si se hubiera ahuyentado una polilla.

Perplejo, Bobby preguntó:

—¿Entonces, qué?

—Te puedo contar cómo llegaste aquí—repuso ella—. En cuanto al porqué, tendrás que deducirlo por ti mismo…

Sesenta años más habían transcurrido, se enteró Bobby.

Era la cámara Gusano, claro; ahora resultaba posible mirar hacia atrás en el tiempo y leer la secuencia completa de adn de un instante cualquiera de la vida de una persona. Y era posible descargar una copia de la mente de esa persona —haciendo que se volviera un ser Unificado durante un breve lapso, a través de años, de décadas inclusive— y, uniendo el cuerpo regenerado y la copia de la mente, restaurar a esa persona.

Traerla de vuelta de entre los muertos.

—Estabas muriendo —dijo Mary—. En ese instante te copiamos… aunque aún no lo sabías.

—Mi clonificación.

—Sí. El procedimiento todavía estaba en etapa experimental en la época de Hiram. Hubo problemas con tus telómeros —estructuras genéticas que controlan el envejecimiento de las células—. Tu deterioro fue rápido después de…

—Después de mi último retorno al pasado, en la Fábrica de Gusanos.

—Sí.

Qué extraño resultaba pensar que aun mientras le alcanzaba aquella última taza de café a David, su vida efectivamente había terminado, y lo que restaba de ella evidentemente no valía la pena vivirse.

Mary le tomó la mano. Cuando Bobby se puso de pie se sintió liviano, como si estuviera en un sueño, frágil. Recién entonces, Bobby advirtió que Mary estaba desnuda, pero que llevaba un patrón de implantes en la carne de sus brazos y vientre; los pechos parecían moverse de manera extraña, lánguida, como si en este sitio la gravedad no fuera realmente tal.

Mary dijo:

—Hay tanto que tienes que aprender. Ahora tenemos lugar. La población de la Tierra es estable. Vivimos en Marte, las lunas de los planetas exteriores, y nos estamos dirigiendo hacia las estrellas. Se realizaron experimentos sobre descarga de mentes humanas dentro de la espuma cuántica.

—¿…Lugar para qué?

—Para la anastasis. Intentamos restaurar todas las almas humanas, retrotrayéndonos hasta el comienzo de la especie. Cada refugiado, cada niño abortado. Pretendemos corregir el pasado, derrotar la horrible tragedia de la muerte en un universo que puede durar decenas de miles de millones de años.

Qué maravilloso, pensó Bobby: cien mil millones de almas, restauradas como las hojas de un árbol en otoño. ¿Cómo será'?

—Pero —preguntó con lentitud—, ¿son la misma gente? ¿Yo soy yo? —Algunos filósofos argumentan que es posible. La Identidad de los Indiscernibles, de Leibniz, nos dice que tú eres tú. Pero…

—Pero no crees que sea así.

—No, lo lamento.

Bobby meditó sobre eso.

—Cuando hayamos revivido todos, ¿qué haremos después? Mary pareció estar perpleja por la pregunta. —Pues… cualquier cosa que queramos, por supuesto. —Tomó la mano de Bobby: —Ven, Kate está aguardando por ti. Tomados de la mano caminaron adentrándose en la luz.

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