Darya Lang se sentía terriblemente decepcionada. Viajar tan lejos, prepararse para la confrontación y el peligro, para emocionantes nuevas experiencias…, y que la dejaran haciendo antesala durante días mientras otros decidían si alguna vez le estaría permitido emprender la parte crucial de su viaje.
En la Alianza nadie le había sugerido que su tarea en Sismo fuese a ser sencilla. Pero tampoco nadie le había sugerido que podía tener problemas para llegar al planeta hermano de Ópalo, una vez que estuviese en el sistema Dobelle. Hasta el momento, sólo había visto a Sismo en la lejanía. Estaba varada en el hemisferio Estrellado de Ópalo por un período infinito, sin nada que hacer, sin más que un vehículo de corto alcance, sin forma de saber lo que ocurriría después.
Perry le había asignado todo un edificio para ella sola, justo afuera del espaciopuerto. Le había asegurado que estaba en libertad de vagar por donde quisiese, hablar con cualquiera que tuviese ganas y hacer cualquier cosa que desease hacer.
Muy amable de su parte. Excepto por el hecho de que no había nadie más en el edificio ni nada salvo las habitaciones… y que él le había pedido que estuviese esperándole para una reunión en cuanto regresaran. Él y Rebka estarían fuera durante dos días. ¿Dónde se suponía que debía ir? ¿Qué se suponía que debía hacer?
Darya observó los mapas de Ópalo en las pantallas del ordenador. Para alguien acostumbrado a los continentes fijos y los límites bien definidos de Puerta Centinela, los mapas eran curiosamente deficientes. Las plataformas oceánicas que formaban los contornos de Ópalo se mostraban como características permanentes del planeta, pero sólo parecían ser constantes geográficas. En cuanto a las Eslingas, no pudo encontrar más que las posiciones presentes y las velocidades de desplazamiento de las doscientas más grandes. Además —datos bastante inquietantes— del grosor aproximado y la duración estimada de cada Eslinga. En ese momento ella estaba apoyada sobre un estrato de materia que no alcanzaba los cuarenta metros de profundidad, con un espesor que cambiaba cada año en una forma imposible de predecir.
Darya apagó la pantalla y permaneció sentada frotándose la frente. No se sentía bien. Parte de ello podía deberse a la gravedad, que era sólo cuatro quintos de la normal allí en Estrellado. Tal vez otra parte fuese desorientación producida por el rápido viaje interestelar. Todas las pruebas insistían en que el Propulsor Bose no producía efectos físicos sobre los humanos, pero ella recordaba a los habitantes del antiguo Ark, quienes sólo permitían los viajes subluminales y afirmaban que el alma humana no podía viajar más rápido que la luz.
Si los moradores de Ark estaban en lo cierto, pasaría mucho tiempo antes de que su alma se adaptase.
Darya fue hasta la ventana y observó el cielo nublado de Ópalo. Se sentía solitaria y muy lejos de casa. Hubiese querido poder ver a Rigel, la supergigante más cercana a Puerta Centinela, pero la capa de nubes era continua. Estaba sola y molesta. Hans Rebka podía ser un sujeto interesante y estar interesado en ella —había visto el brillo en sus ojos—, pero ella no había venido desde tan lejos para que todos sus planes fuesen frustrados por los caprichos de un burócrata nacido en algún mundo atrasado.
Por la forma en que se sentía, le haría más bien caminar un poco por la Eslinga que permanecer encerrada en ese edificio bajo y claustrofóbico. Al salir, Darya descubrió que comenzaba a caer una persistente llovizna. En esas condiciones le resultaría difícil explorar la Eslinga a pie… La superficie estaba formada por parterres desiguales de juncias y helechos, en un suelo desmenuzable unido por una maraña resbalosa de raíces y enredaderas.
Como en casa solía andar todo el tiempo descalza, sus pies desnudos lograrían afirmarse bien sobre las resbaladizas plantas. Darya se inclinó y se quitó los zapatos.
El terreno se volvía más accidentado al abandonar la zona controlada por el espaciopuerto; resultaba difícil caminar. Pero ella necesitaba el ejercicio. Había recorrido todo un kilómetro y estaba dispuesta a continuar caminando cuando frente a ella los helechos emitieron un furioso silbido. Las puntas de las plantas se doblaron y quedaron aplastadas bajo el peso de algún gran cuerpo invisible.
Darya lanzó una exclamación y saltó hacia atrás, cayendo sentada en el suelo húmedo. De pronto, caminar descalza —o de cualquier otra manera— le pareció muy mala idea. Regresó rápidamente al espaciopuerto y solicitó un coche. Éste, aunque tenía un alcance de vuelo limitado, la llevaría fuera de la Eslinga y le permitiría echar un vistazo al océano de Ópalo.
—No tiene por qué preocuparse —dijo el ingeniero que le entregó el coche. Insistía en enseñarle a utilizar sus sencillos controles, aunque ella estaba segura de que hubiese podido hacerlo sola—. Nunca llega nada malo hasta la costa. Y la gente no trajo consigo nada peligroso cuando se estableció aquí. Ni tampoco nada venenoso.
—¿Qué ha sido?
—Una tortuga vieja y grande. —Era un hombre alto y pálido con un mono muy sucio, una sonrisa en la que faltaban algunos dientes y una actitud muy informal—. Pesan como media tonelada y comen sin cesar. Pero sólo helechos, pastos y cosas así. Usted podría subirse a su espalda, y ella ni siquiera lo notaría.
—¿Una forma nativa?
—No. —Ya había terminado con su breve lección sobre cómo utilizar el coche aéreo, pero no tenía prisa por partir—. No hay ningún vertebrado nativo de Ópalo. El bicho más grande de tierra es una especie de cangrejo de cuatro patas.
—¿Hay algo peligroso en el océano?
—No para usted o para mí. Al menos, no con intención. Cuando se aleje un poco de la costa, preste atención por si ve una gran giba verde que aparece en la superficie. Es una Dowser. Cada tanto choca contra algún bote y lo daña, pero es sólo porque no sabe que se encuentran allí.
—¿Y si una se metiera debajo de la Eslinga?
—¿Por qué iba a ser tan tonta como para hacer algo así? —Su voz era risueña—. Emerge para respirar y para recibir el sol, y no hay ninguna de las dos cosas debajo de una Eslinga. Vaya y trate de ver a una Dowser… Es toda una experiencia. Salen mucho en esta época del año. Ha sido afortunada al encontrarse con esa vieja tortuga, ¿sabe? Al cabo de pocos días se habrán ido. Este año parten más temprano.
—¿Adonde van?
—Al océano. ¿Adonde si no? Saben que pronto llegará la Marea Estival y quieren estar a buen resguardo para ese entonces. Deben de saber que este año será mayor que de costumbre.
—¿Estarán a salvo allí?
—Seguro. Lo peor que puede pasarles es quedarse en un lugar alto y seco durante una marea muy baja. Un par de horas después estarán nadando de nuevo.
Bajó del estribo del costado izquierdo del coche.
—Si quiere encontrar el camino más rápido al borde de la Eslinga, vuele bajo y observe hacia donde señalan las cabezas de las tortugas. Ellas la guiarán. —Se limpió las manos en un trapo sucio, dejándolas tan negras como antes, y dirigió a Darya una sonrisa seductora—. ¿Alguien le ha dicho que tiene una forma muy atractiva de caminar? Si quiere compañía cuando regrese, estaré aquí. Vivo muy cerca. Mi nombre es Cap.
Darya Lang se alejó pensando en lo extraños que eran los mundos del Círculo Phemus. ¿O tal vez había algo en el aire de Ópalo que hacía que los hombres la mirasen de un modo diferente? En sus doce años adultos vividos en Puerta Centinela sólo había tenido un romance amoroso, recibido unos cuatro cumplidos y notado seis miradas de admiración. Aquí ya habían sido dos en dos días.
Bueno, la delegada Pereira le había dicho que no se sorprendiese por nada de lo que ocurriera fuera del territorio de la Alianza. Y el tío Matra había sido mucho más explícito cuando se enteró de que iba a viajar: «En los mundos del Círculo todos están desesperados por el sexo. Tiene que ser así; de otro modo se morirían.»
Las grandes tortugas no eran visibles desde la altura en que ella decidió volar, pero era sencillo encontrar el camino al borde de la Eslinga. Darya voló sobre el océano durante un rato y fue recompensada con el espectáculo del monstruoso lomo verde de una Dowser, emergiendo de las profundidades. A la distancia podía haber parecido una Eslinga pequeña y perfectamente redonda. Todo el lomo se abría en diez mil bocas que despedían sendos chorros de vapor blanco. Después de diez minutos, las ventosas se cerraron con lentitud, pero la Dowser permaneció flotando en la tibia superficie del agua.
Por primera vez, Darya comprendió el perfecto sentido ecológico que tenían las Eslingas en un mundo cubierto de mares como Ópalo. Las mareas eran una fuerza destructiva en planetas como Puerta Centinela, donde las aguas que subían y bajaban encontraban un impedimento en los límites fijos de la tierra firme. Aquí, por el contrario, todo podía moverse con libertad, y las Eslingas flotaban sobre la cambiante superficie del agua. De hecho, aunque en ese mismo instante la Eslinga que sostenía al espaciopuerto de Estrellado debía estar subiendo o bajando como respuesta a las fuerzas gravitatorias de Mandel y Amaranto, aparecía en completo reposo en relación con la superficie del océano. Cualquier fuerza destructora provenía de los efectos de tercer orden producidos por su gran extensión.
Las formas de vida debían de estar igualmente a salvo. A menos que una Dowser fuese lo bastante infortunada para quedar atrapada en una zona donde las mareas bajas dejasen expuesto el lecho del mar, el animal ni siquiera tenía por qué notar la Marea Estival.
Darya voló hasta un sitio cercano al borde de la Eslinga, lo suficientemente tierra adentro como para sentirse segura, y luego descendió. Allí no estaba lloviendo. Incluso parecía que el disco de Mandel podía llegar a mostrar su rostro entre las nubes. Darya salió del vehículo y miró a su alrededor. Resultaba extraño estar en un mundo con tan poca gente que no había nadie a la vista de horizonte a horizonte. Pero no era una experiencia desagradable. Se acercó al borde de la Eslinga. Junto al océano, las plantas de tallos suaves y hojas largas estaban cargadas de frutos amarillos, cada uno tan grande como su puño. Aunque, si lo que Cap le había dicho era cierto, eran comestibles, a Darya le pareció un riesgo innecesario. Por más que sus capacidades intestinales hubiesen sido reforzadas para adaptarse a los alimentos de Ópalo, era probable que en su interior los microorganismos todavía estuviesen decidiendo qué hacía cada uno. Se acercó aún más al límite irregular de la Eslinga, se quitó los zapatos y se inclinó para recoger un poco de agua marina. Hasta allí estaba dispuesta a arriesgarse.
Bebió unas gotas de las palmas. Era salobre, no del todo salada. Más bien era como el sabor de su propia sangre.
El complicado equilibrio químico de un planeta como Ópalo hizo que se sentara en cuclillas para pensar. En un mundo sin continentes, los ríos y arroyos no podían efectuar su constante lixiviación de sales y bases desde profundas estructuras solevantadas. La microfiltración del metano primordial y de los hidrocarburos de cadena larga debían ocurrir sobre el lecho del mar, efectuándose la absorción a través de la columna de agua. Todo el sistema tierra-agua debía ser radicalmente distinto al del mundo que ella conocía. ¿Se trataría en verdad de una situación estable? ¿O sería que Ópalo y Sismo todavía evolucionaban de su condición después de aquella hora tan traumática, cuarenta millones de años atrás, cuando fueran arrojados a su nueva órbita alrededor de Mandel?
Darya caminó unos cien metros tierra adentro y se sentó con las piernas cruzadas sobre un montecillo de pastos verdes.
La estrella madre se veía como un remiendo brillante, bien alta en el cielo nublado. Todavía quedarían al menos dos horas de luz. Ahora que había conocido Ópalo un poco mejor, lo veía como un mundo cálido y amistoso, en nada parecido a la furia incontenible de su imaginación. Seguramente los humanos podrían prosperar allí, incluso durante la Marea Estival. Y si Ópalo era tan agradable, su gemelo, Sismo, ¿podía ser tan diferente?
Debía serlo, si sus propias conclusiones tenían alguna validez. Darya observó el horizonte gris, sin rastros de barcos o de otras tierras, y por milésima vez repasó la sucesión de pensamientos que la habían llevado a Dobelle. ¿Cuan persuasivos eran aquellos resultados, los de la correlación mínimo-cuadrática? Para ella, no había forma en que datos tan precisos ocurriesen por pura coincidencia. Pero si los resultados eran tan persuasivos e irrefutables, ¿por qué otros no habían llegado a la misma conclusión?
Darya sólo lograba dar con una respuesta. Su pensamiento había sido ayudado por el hecho de que ella era una persona hogareña, alguien que nunca viajaba entre las estrellas. La humanidad y sus vecinos de otras especies habían sido condicionados para pensar en el espacio y las distancias en términos del Propulsor Bose. Los viajes interestelares empleaban un sistema muy preciso de Nodos Bose. Las antiguas medidas de distancia geodésica ya no significaban demasiado; era el número de Transiciones Bose lo que contaba. Sólo los moradores de Ark, o tal vez los antiguos colonizadores que se desplazaban lentamente por el espacio, verían un cambio en un artefacto de los Constructores como generando un frente de onda, expandiéndose de su punto de origen para moverse por la galaxia a la velocidad de la luz. Y sólo alguien como Lang, fascinada por todo lo relacionado con los Constructores, era capaz de preguntar si había lugares y momentos precisos en los cuales se cruzaban aquellos frentes de onda esféricos.
Aunque cada razonamiento parecía carecer de consistencia, al juntarlos todos Darya se persuadía por completo. Sintió un nuevo arrebato de ira. Ahora estaba en el lugar indicado… O lo estaría, ¡si tan sólo pudiese abandonar Ópalo y llegar hasta Sismo! Pero, en lugar de ello, estaba varada en un adormecido país de ensueños.
Adormecido país de ensueños. En el instante en que aquellas palabras se formaban en su mente hubo un fuerte zumbido a sus espaldas. Una figura emergida de una pesadilla voló por el aire y aterrizó justo frente a ella, con sus seis patas articuladas completamente extendidas.
Si Darya no gritó, fue sólo porque su garganta se negó a funcionar.
La criatura alzó dos de sus patas oscuras y se elevó sobre ella. Darya pudo ver una parte inferior segmentada y roja oscura y un cuello corto rodeado por franjas de frunces de color escarlata y blanco. Estaba coronado por una cabeza blanca y sin ojos, del doble de tamaño que la suya. No había ninguna boca, pero una delgada trompa prensil crecía en medio del rostro y se enrollaba para introducirse en una bolsa en la base del mentón plegado.
Darya oyó una serie de chillidos agudos. En el medio de la gran cabeza, unos tentáculos amarillos giraron para examinar su cuerpo. Sobre ellos, un par de antenas de color castaño claro, desproporcionadamente largas incluso para aquella cabeza tan grande, se extendieron hasta formar unos abanicos de dos metros que vibraron con delicadeza en el aire húmedo.
Darya gritó y saltó hacia atrás, cayendo sobre el pasto. En ese momento, una segunda figura dio un largo salto y cayó agazapada frente al caparazón de la primera. Era otro artrópodo, casi tan alto como el anterior pero con un cuerpo tan delgado como el brazo de Darya. La estrecha cabeza de la criatura estaba dominada por unos ojos de color limón, sin párpados, que giraron sobre sus cortos pedúnculos para examinarla.
Darya tomó conciencia de un olor almizcleño. Aunque era un aroma extraño y complejo, no resultaba desagradable. Un instante después se abrió la pequeña boca de la segunda criatura.
—Atvar H’sial te saluda —dijo una voz suave en un lenguaje humano, deformado pero reconocible.
La otra criatura no dijo nada. Pasado el primer sobresalto, Darya pudo volver a pensar de forma racional.
Había visto fotografías. En ellas no se notaba el tamaño y el aspecto tan amenazante, pero la primera en llegar era una cecropiana, miembro de la especie dominante de la Federación Cecropia, formada por ochocientos mundos. El segundo animal debía de ser un intérprete, la especie inferior que, según se decía, cada cecropiana necesitaba para interactuar con la humanidad.
—Yo soy Darya Lang —respondió con lentitud. Los otros dos eran tan diferentes a ella que probablemente sus expresiones faciales no tenían ningún significado para ellos. De todos modos sonrió.
Hubo una pausa. Darya volvió a percibir ese olor extraño. Los tentáculos amarillos de la cecropiana giraron hacia ella. Su interior estaba revestido por delicados tubos en espiral.
—Atvar H’sial ofrece disculpas a través del otro. —Un brazo articulado de la silenciosa cecropiana se movió para señalar a la bestia más pequeña que se encontraba a sus pies—. Nos parece que te hemos asustado.
Lo cual podía haber sido la subestimación del año. Resultaba desconcertante escuchar palabras originadas en la mente de un ser y pronunciadas por la boca de otro. Pero Darya sabía que el planeta originario de la cecropiana, su planeta madre tal como la Tierra lo había sido para los humanos, era un globo cubierto de nubes que giraba en torno al resplandor de una estrella enana roja. En ese ambiente estigio, los cecropianos nunca habían desarrollado el sentido de la vista. En lugar de ello, «veían» por medio de eco-sonidos, utilizando pulsaciones sonoras de alta frecuencia emitidas en el resonador que tenían replegado en el mentón. La señal era recibida por los tentáculos amarillos. Como ventaja, un cecropiano no sólo reconocía el tamaño, la forma y la distancia de cada objeto que se encontraba en su campo visual, sino que también podía utilizar el efecto Doppler del retorno sonoro para conocer la velocidad a la cual se movía su blanco.
Pero había desventajas. Al utilizar el oído para reemplazar a la visión, la comunicación entre los cecropianos debía efectuarse de alguna otra manera. Lo hacían químicamente, «hablando» entre ellos mediante la transmisión de feromonas, mensajes químicos cuya composición variable les permitía un lenguaje rico y completo. Un cecropiano no sólo sabía lo que decían sus congéneres; las feromonas también le permitían sentirlo, percibir sus emociones de forma directa. Las antenas desplegadas podían detectar e identificar una sola molécula entre los miles de olores transportados por el aire.
Para un cecropiano, cualquier ser que no emitiera las feromonas apropiadas no existía como ser comunicante. Eran capaces de «verlo», pero no lo percibían. Estas nulidades incluían a todos los humanos. Darya sabía que los primeros contactos entre cecropianos y humanos habían sido totalmente infructuosos hasta que, en su propia federación, los cecropianos produjeron una especie que poseía ambas capacidades, la de hablar y la de producir y percibir las feromonas.
Darya señaló a la otra criatura, quien en forma desconcertante había girado sus ojos amarillos de tal modo que mientras uno la miraba a ella, el otro observaba a la cecropiana, Atvar H’sial.
—¿Y tú quién eres?
Hubo un largo y enigmático silencio. Finalmente, la pequeña boca con sus largos bigotes de antenas sensoras volvió a abrirse.
—El nombre del intérprete es J’merlia. Posee una inteligencia reducida y no tiene ningún papel en este encuentro. Por favor, olvídate de su presencia. Es Atvar H’sial quien desea hablar contigo, Darya Lang. Quiero conversar sobre el planeta Sismo.
Al parecer, Atvar H’sial utilizaba al otro del mismo modo que los mundos más ricos de la Alianza empleaban a sus robots. Pero se necesitaría un robot muy complejo para ejecutar el tipo de traducción que realizaba J’merlia…, más sofisticado que cualquier robot del que Darya hubiese oído hablar, con excepción de los que había en la misma Tierra.
—¿Qué sucede con Sismo?
La cecropiana se agachó, apoyando sus dos patas delanteras en el suelo, de tal modo que su cabeza ciega quedó a poco más de un metro de Darya.
Gracias a Dios que no tiene colinas ni mandíbulas, pensó Darya. De otro modo no podría soportarlo.
—Atvar H’sial es una especialista en dos campos —dijo J’merlia—. En formas de vida adaptadas a condiciones ambientales extremas y también en los Artífices…, la raza desaparecida a la que los humanos llaman Constructores. Hemos llegado a Ópalo hace pocas unidades de tiempo. Mucho antes enviamos una solicitud de permiso para visitar Sismo cerca de la Marea Estival. Ese permiso no ha sido concedido aún, pero en el espaciopuerto de Ópalo hemos hablado con una persona que nos ha dicho que tú también planeabas ir a Sismo. ¿Es eso cierto?
—Bueno, no del todo. Yo quiero ir a Sismo. —Darya vaciló—. Y quiero estar allí cerca de la Marea Estival. ¿Pero cómo han hecho para encontrarme?
—Ha sido sencillo. Hemos seguido el localizador de emergencia de tu coche.
No hablo de eso, pensó Darya. Me refiero a cómo han hecho para saber que existo.
Pero la cecropiana continuaba.
—Dinos, Darya Lang. ¿Puedes conseguir un permiso para que Atvar H’sial también visite Sismo?
¿Se estaría perdiendo con la traducción lo que Darya decía?
—Tú no comprendes. Sin duda yo quiero visitar Sismo. Pero no tengo ningún control sobre los permisos para ir allí. Eso está en manos de dos hombres que se encuentran en Sismo en este momento, evaluando las condiciones.
Hubo un breve destello de Mandel a través de las nubes. Con actitud reflexiva, Atvar H’sial desplegó sus tectrices negras, revelando cuatro delicados vestigios de alas marcados por unas manchas alargadas en rojo y blanco. Eran estas señales, el cuello encrespado y la extraordinaria sensibilidad a los productos químicos del aire, lo que había inducido a los zoólogos que examinaron a los primeros especímenes a denominarlos «cecropianos»…, aunque no tenían más en común con la mariposa cecropia de la Tierra que con cualquier otra especie terrestre. Darya sabía que ni siquiera eran insectos, aunque compartían con ellos un esqueleto externo, una estructura artrópoda y una metamorfosis de la infancia a la edad adulta.
Las alas oscuras vibraron lentamente. Atvar H’sial parecía sumida en el placer sensual del calor. Después de unos segundos de silencio, las nubes se cerraron y J’merlia dijo:
—Pero los hombres son machos. Tú los controlas, ¿verdad?
—Yo no los controlo. En lo más mínimo.
Darya volvió a dudar sobre la exactitud con la cual tanto ella como Atvar H’sial recibían los mensajes. El proceso de conversión parecía imposible, pasando de sonidos a recaderos químicos para regresar a través de un extraño intermediario que probablemente provenía de una cultura que no tenía ningún punto en común con las de ellas. Y entre Darya y Atvar H’sial tampoco había referentes culturales comunes. Ella sabía que Atvar H’sial era una hembra. ¿Pero cuál era el papel desempeñado por los machos en la cultura cecropiana, ¿Zánganos? ¿Esclavos?
J’merlia emitió un fuerte zumbido, pero ninguna palabra.
—No tengo control sobre los hombres que tomarán la decisión —repitió Darya, hablando lo más fuerte y claro que pudo—. Si me niegan el acceso a Sismo, no habrá nada que pueda hacer al respecto.
El zumbido se tornó más fuerte.
—Eso es inaceptable —dijo J’merlia al fin—. Atvar H’sial debe visitar Sismo durante la Marea Estival. Hemos viajado desde muy lejos para llegar hasta aquí. No es concebible que nos detengamos aquí. Si no puedes obtener permiso para nosotras y para ti, habrá que utilizar otros métodos.
La gran cabeza ciega giró tan cerca de Darya que ésta pudo ver cada uno de sus poros. La trompa se extendió hasta tocar su mano. Era tibia y algo pegajosa. Darya se obligó a no moverse.
—Darya Lang —prosiguió J’merlia—. Cuando los seres tienen un interés en común, deberían trabajar juntos para alcanzar ese objetivo. A pesar de todos los obstáculos que otros intenten poner en su camino, no deberían dejarse vencer. Si tú nos garantizas tu cooperación, existe una forma para que Darya Lang y Atvar H’sial visiten Sismo. Juntas. Con o sin permiso oficial.
¿Estaría interpretando mal J’merlia los pensamientos de Atvar H’sial, o sería Darya quien no comprendía las intenciones de la cecropiana? De otro modo, estaba siendo reclutada por ese ser increíble para unirse a un proyecto secreto.
Y se mostró cautelosa, pero al mismo tiempo sintió una gran expectativa. Era casi como si la cecropiana hubiese estado leyendo sus pensamientos. Si Rebka y Perry aceptaban dejarla ir a Sismo, tanto mejor. Pero si no…, podía haber otro plan en marcha.
Y no un plan cualquiera; una aventura destinada a llevarla hasta su objetivo… durante la Marea Estival.
Darya pudo escuchar el silbido del aire que era bombardeado continuamente a través de los espiráculos de la cecropiana. La trompa de Atvar H’sial rezumaba un fluido oscuro, y el rostro sin ojos era un demonio sacado de la pesadilla de un niño. Junto a Darya, la figura negra y de ocho patas que era J’merlia salía de la misma pesadilla.
Pero los humanos habían aprendido a no hacer caso de la apariencia. Dos seres que compartían sus procesos de pensamiento y que tenían objetivos en común no debían mostrarse hostiles el uno con el otro.
Darya se inclinó hacia delante.
—Muy bien, Atvar H’sial. Estoy interesada en escucharte. Cuéntame.
Por supuesto que no se proponía acceder a cualquier cosa; pero sin duda no pasaría nada malo si escuchaba.