Capítulo 11

– ¡No dispares nunca cuando haya civiles de por medio! -el grito de Kane reverberó en toda la calle.

– Hazlo sólo cuando sepas que no puedes herir a nadie -replicó el policía novato.

– ¿Es que no has aprendido nada en esa academia?

Kayla hizo una mueca desde el rincón de la acera en el que permanecía tumbada. Algún policía había decidido atrapar al sospechoso en el momento en el que estaba metiéndola en su coche. Le había herido en la pierna y el sospechoso había caído bruscamente, arrastrándola a ella en su caída.

En ese momento, su atacante permanecía en el suelo, gimiendo y rodeado de policías.

– Y tú -Kane rodeó el círculo de policías y fijó en ella toda su atención-, pensaba que te había dicho que no te movieras. Que te aseguraras de no salir en ningún momento del restaurante. Pero lo de seguir órdenes es algo que no te entra en la cabeza, ¿verdad? -se inclinó sobre ella. Grande, autoritario y atractivo, a pesar de su enfado.

– Me dijo que saliera y salí. No podía hacer otra cosa. No pensé que…

– En eso tienes toda tu condenada razón. No pensaste. No pensaste que podía atraparte, ni que podía querer llevarte a su coche, ni que a un policía novato en busca de un ascenso se le iba a ocurrir disparar en cuanto viera una oportunidad.

– No estoy herida, Kane.

– Pero aun así, tenías que presionarlo -continuó como si no la hubiera oído-. Tenías que saber lo de tu tía. No podías confiar en que yo haría mi trabajo -se le quebró la voz-. Aunque quizá no te haya dado ninguna maldita razón para hacerlo.

Kayla sacudió la cabeza, examinó rápidamente el estado de su cuerpo y, al no encontrar ninguna herida, se levantó. Pero sintió entonces un terrible dolor en el tobillo. Esbozó lo que esperaba fuera una sonrisa.

– Estoy bien.

Kane posó la mano en su mejilla.

– Pues acabas de hacer una mueca de dolor.

– ¿De verdad? -sacudió la cabeza-. No me he dado cuenta. Ese tipo pesaba una tonelada y yo he tenido que soportar todo el peso de su caída. Mira, ahí está el capitán Reid.

Kane le colocó la mano en la espalda, esperando que lo precediera. Kayla tomó aire y dio el primer paso. El tobillo se le dobló al instante.

Kane murmuró un juramento y la levantó en brazos.

– ¿Qué estás haciendo?

– Sacarte de aquí.

– Déjame ahora mismo en el suelo. Esto es humillante -y excitante. Demasiado bueno incluso para algo destinado a terminar.

– Capitán.

El capitán se volvió hacia ellos.

– Todo lo que puede necesitar está grabado en una cinta. Kayla irá mañana a la comisaría a hacer su declaración -dijo Kane.

Reid asintió, en las comisuras de su boca parecía bailar algo parecido a una sonrisa.


El frigorífico de Kayla parecía tan vacío como el apartamento de Kane. Aquel lugar al que llamaba hogar. El lugar al que debería volver aquella noche. Solo. Cerró violentamente la puerta del frigorífico.

– No pagues tu enfado con los electrodomésticos. No voy a poder comprar unos nuevos -le gritó Kayla desde el sofá del salón.

– No encuentro el hielo -replicó Kane.

– Hay unas bolsas de cubitos en el cajón que está debajo del congelador.

Kane sacó la bolsa y se reunió con ella en la sala. Kayla tenía la pierna estirada y el tobillo colocado sobre un montón de cojines. Tras examinar la hinchazón, Kane había comprendido que la cosa no era tan grave como en un primer momento a él le había parecido. Aun así, no le iría nada mal mantener el pie en alto y bajar la hinchazón con un poco de hielo.

Le colocó la bolsa en el tobillo.

– ¿Tienes frío? -le preguntó, al sentirla estremecerse.

Kayla asintió.

Él podía ayudarla a entrar en calor, se dijo Kane. Y al instante estaba tumbado a su lado, aunque no era nada fácil, teniendo en cuenta las dimensiones del sofá.

– Estamos un poco apretados, pero me gusta -susurró Kayla-. Y ya no tengo frío.

– Lo sé -jamás había pensado que fuera tan maravilloso compartir el calor de su cuerpo. Sentía el suave aliento de Kayla contra su mejilla y sus senos henchidos presionando su brazo.

Pero antes de que pudiera disfrutar de aquella sensación, empezó a resbalar por el borde del sofá y tuvo que moverse rápidamente para no caer al suelo.

La risa de Kayla reverberaba por todo su cuerpo.

– Tú eliges, Kane.

Kane la respetaba profundamente por su actitud. Los días del juego de poder habían terminado. En realidad, él no contaba con volver a aquella casa, pero tampoco había supuesto que las cosas marcharían tal como habían ido. En el terrible instante que había antecedido a su salida a la calle, había imaginado a Kayla tumbada en el suelo y cubierta de sangre. Una imagen que ya había visto en otra ocasión, aunque con un final diferente. Porque Kayla estaba viva y ofreciéndose a él. Una invitación que podía aceptar o declinar.

Y siendo el canalla bastardo que era, sabía que no podía rechazarla. Que aquella era una batalla perdida.

Antes de que la fuerza de la gravedad lo tirara de nuevo hacia el suelo, cambió de postura, colocando las piernas alrededor de las caderas de Kayla. Al sentir una clara e inconfundible presión en su vientre, Kayla gimió de placer.

Kane comenzó a desabrocharle la camisa con manos temblorosas.

– Al diablo con esto -exclamó, exasperado con su torpeza, y le abrió la camisa de par en par.

Los botones saltaron en todas direcciones. Kayla gimió. Kane miró hacia bajo y enmudeció. Los senos de Kayla asomaban por encima del encaje del sujetador, a la vez que se erguían los pezones contra el mismo tejido. Kane los acarició con los pulgares y Kayla se arqueó inmediatamente bajo él.

Tomándolo por sorpresa, Kayla lo agarró por la camisa y lo atrajo hacia ella. Sin esperar a su próximo movimiento, Kane capturó su boca en un beso tan posesivo como desesperado. ¿Acaso no era así como se encontraba desde que había conocido a Kayla Luck? Desesperado por conseguir su amor y su aceptación, aun sabiendo que no podía aceptar ninguna de las dos cosas.

Sintió los redondeados senos de Kayla contra su pecho y un instante después la lengua de la joven invadiendo su boca. Aquella mujer era capaz de hacer lo que nadie había podido. Lo distraía, detenía el curso de sus pensamientos. Estando a su lado ni siquiera era capaz de recordar que tenía que marcharse. No podía hacer otra cosa más que pensar en ella.

Kayla se movía como si pretendiera imitar los sensuales movimientos de su lengua, al tiempo que se retorcía frustrada contra la barrera de ropa que todavía los separaba. Sin previa advertencia, comenzó a temblar violentamente. Era evidente que estaba al borde del orgasmo, tan desesperada como lo estaba Kane por fundir sus cuerpos por última vez.

– Kane… -susurró su nombre contra su boca.

– Mmm -Kane alzó la cabeza y contempló aquellos maravillosos ojos verdes que podría estar mirando eternamente-. ¿Qué te pasa, cariño?

– Mi pie -aquello era lo último que Kane esperaba oír-. El hielo. Colócamelo bien -dijo con una risa frustrada, moviendo el pie herido en un obvio intento de deshacerse de la bolsa-. Por favor.

Kane también se echó a reír y tomó la bolsa con una mano.

– Ah -suspiró Kayla satisfecha.

– Y yo que pensaba que era yo el que te estaba haciendo suspirar de placer -sacó un cubito de la bolsa-. En fin, no seré yo el que te niegue ese placer.

Kayla abrió los ojos de par en par mientras lo observaba deslizar el cubito por la línea de encaje del sujetador. Lo movía hacia delante y hacia atrás, deteniéndose únicamente cuando el agua se acumulaba para lamer las gotitas. Los ojos de Kayla resplandecían de placer y deseo. Y los gemidos que escapaban de su garganta lo excitaban como ninguna otra cosa conseguía hacerlo.

Kayla lo agarró nuevamente de la camisa y tiró suavemente de ella. Kane la ayudó a quitársela y a los pocos segundos la prenda estaba en el suelo. Pero cuando la joven buscó la cremallera de los pantalones, él se detuvo. Quería permitirle continuar, quitarle también a ella los pantalones y terminar lo qué él mismo había comenzado.

Pero aquél era precisamente el problema. Acababan de comenzar. Y si aquélla iba a ser la última vez que iban a estar juntos, quería que durara todo lo posible.

Con los dedos húmedos y un cubo de hielo ya empequeñecido, dibujó los labios llenos de Kayla y posó el hielo en el interior de su boca. El beso que siguió a aquel gesto fue una erótica y ardiente mezcla de la gelidez del hielo y el confortable calor de Kayla.

Kane tomó entonces uno de sus senos con una mano mientras acariciaba el otro con la otra. Kayla gemía y echaba la cabeza hacia atrás con obvia sumisión. Kane parecía decidido a prolongar aquella deliciosa tortura, rodeaba sus senos con una lentitud insoportable. Con cada movimiento se acercaba cada vez más a los pezones que encumbraban sus senos… Y cuando llegó al centro, Kayla alzó la cabeza y lo miró con decisión.

– Los juegos ya se han terminado, Kane.

– Créeme, no estoy jugando…

– Sí, claro que estás jugando -se humedeció los labios con la lengua-. Y ya es hora de que dejes de hacerlo. No es que no esté disfrutando con ello, pero ya no quiero seguir jugando a esto.

A Kane no debería sorprenderle que conociera sus intenciones antes de que hubiera podido averiguarlas él mismo. Kayla había sabido comprenderlo prácticamente desde que se habían conocido. Y no iba a ser él el que se pusiera a discutir. La deseaba tanto que le dolía.

Y supo que probablemente le seguiría doliendo durante el resto de su vida. Pero no era eso algo en lo que quisiera pensar en ese momento.

Dejó de acariciarla, pero sólo para desprenderse de las últimas prendas de ropa que los separaban. Buscó con la mano el rincón húmedo y caliente que parecía estar esperando sólo para él y se hundió en el interior de Kayla con la sensación de haber vuelto por fin a casa.


Kayla todavía sentía vibrar su piel. El corazón continuaba latiéndole descontroladamente tras la intensidad que había encontrado en sus brazos. Kane había hecho todo lo que ella había soñado y algunas cosas en las que ella ni siquiera se había atrevido a soñar.

Kane había perdido el control. Y al hacerlo le había cedido una parte de sí mismo en medio de su pasión. Una ironía, puesto que Kayla sabía que lo había perdido para siempre.

Se vistieron en silencio, como si fueran dos extraños. Pero Kayla había hecho una promesa y pretendía cumplirla. «No espero nada de ti. Cuando todo esto haya terminado, podrás marcharte sin mirar atrás. Yo no te detendré», le había dicho. Y había llegado el momento de respetar sus palabras, aunque tuviera el corazón roto.

– Si se te hincha el tobillo -le dijo Kane, volviéndose hacia ella-, llаmа…

– Sí, llamaré al médico -si pensaba marcharse, lo menos que podía hacer era irse rápidamente.

– Bien. Esta noche puedes ponerte hielo.

Kayla se levantó cuidadosamente del sofá y se acercó a Kane por última vez.

– No te olvides de acercarte mañana por comisaría para declarar -le recomendó Kane. Y añadió con expresión más suave-: Yo lo haré esta noche y la semana que viene estaré fuera. Reid podrá encargarse de ti.

Kayla se encogió de hombros.

– De acuerdo. Y ahora, si ya has terminado de encargarte de mí, te importaría… -señaló hacia la puerta, incapaz de continuar la frase-. Vete, Kane.

Kane asintió bruscamente. Su rostro había vuelto a convertirse en aquella inexpresiva máscara que había perfeccionado durante años. Alzó la mano y le acarició la mejilla.

– Si necesitas algo…

– No lo necesitaré.

Kane asintió nuevamente y retiró la mano. Antes de dar media vuelta y dirigirse hacia la puerta, la miró a los ojos por última vez.

– Adiós, Kane.

La puerta se cerró tras él después de aquella silenciosa despedida. Kayla tenía que admitirlo. Aquel hombre era especial. Demasiado especial, pensó, y se dispuso a sacar de su casa todo lo que pudiera recordarle aquellos días de convivencia con Kane McDermott.


– Ha pasado ya una semana desde que tuvimos que vérnoslas con esos tipos -Reid rodeó el escritorio de Kane y se sentó frente a él-. Y qué semana.

– Siempre has sido una persona modesta, jefe -pero, en aquella ocasión, el orgullo de Reid era comprensible. No sólo habían desmantelado una red de prostitución, sino que habían podido probar que los tíos de Kayla habían sido asesinados y que su tía en particular, además de ser inocente, había intentado poner en manos de la policía toda la información que tenía sobre la red.

– Déjame presumir de mi éxito, McDermott. Después de todos estos años, creo que me lo merezco. Estoy a punto de jubilarme… Y jamás había pensado que me vería envuelto en un caso como éste.

– En cuanto se enteró de que podía ser acusado de asesinato nuestro hombre comenzó a soltar nombres, fechas, casos que creíamos que no íbamos a resolver jamás…

Reid sonrió de oreja a oreja.

– Es sorprendente lo que la promesa de permitirle acogerse a un programa de protección de testigos puede conseguir de un tipo desleal.

– Él era leal -lo contradijo Kane-, aunque sólo al ganador.

– ¿Y qué me dices de ti?

Kane se levantó bruscamente.

– ¿Qué demonios se supone que estás insinuando? ¿Estás dudando acaso de mi lealtad?

– Al departamento no, pero a ti mismo sí.

Kane gimió y volvió a dejarse caer en la silla.

– Te diré una cosa. Tú preocúpate de tu jubilación y ya me preocuparé yo de mí mismo.

– ¿De verdad? No creo que te hayas ocupado de ti mismo una sola vez desde que tu madre murió bajo las ruedas de un autobús.

– Si fueras otra persona, te pegaría por lo que acabas de decir.

– ¿La has vuelto a ver?

– ¿A quién?

El capitán se levantó de su silla.

– ¿Sabes, McDermott? He quedado a comer con el abogado del distrito y no tengo tiempo de andarme con rodeos. Si quieres seguir viviendo solo como has vivido hasta ahora, adelante. Si quieres que esa mujer abandone tu cama para meterse en la de otro…

– Eh, un momento Reid.

– ¿Qué pasa? Ya te he dicho que no iba a andarme con rodeos. Y lo que quería decirte es que esa mujer te convirtió en un ser humano. Necesitas a Kayla Luck, McDermott -Reid se enderezó-. Ah, y por cierto. Hiciste un trabajo condenadamente bueno en este caso. Intuiste que era un caso importante incluso antes de que yo creyera que la dama necesitaba protección y conseguiste mantenerla a salvo. Estoy orgulloso de ti, hijo.

Antes de que Kane pudiera contestar, Reid salía ya por la puerta de la comisaría.


Cerrado. Al menos temporalmente. Charmed había dejado de existir. Kayla y Catherine lo habían vendido.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Catherine.

– De momento tenemos pagada tu matrícula para todo el año, así que de eso no tenemos por qué preocuparnos.

– A mí sí me preocupa. Si en septiembre hubiera sabido que íbamos a tener que cerrar…

– Habrías tenido que usar ese dinero de todas formas. Yo tengo una carrera en la que apoyarme, ahora tú también tendrás la tuya.

– ¿Te refieres a la de contable? -Catherine frunció el ceño-. ¿Cómo puedes pensar siquiera en volver a trabajar de contable después de las últimas emociones que ha tenido tu vida?

– Creo que se valoran demasiado ese tipo de emociones -contestó Kayla secamente. Kane había desaparecido de su vida y tenía que seguir adelante. Y, a pesar de lo que su hermana le había dicho, no pretendía volver a ser la antigua Kayla de antes-. Es fácil conseguir trabajo como contable y así podremos pagar las deudas que tenemos.

– La mayor parte de las deudas podremos pagarlas con la venta de Charmed y el de contable no es un trabajo para ti. Me gustaría que me prometieras algo, Kayla. Te dejaré trabajar como contable durante lo que queda de curso, mientras yo termino de estudiar. Pero el año que viene, seré yo la que gane el dinero y tú volverás a la universidad.

Kayla negó con la cabeza.

– Los libros, la universidad, idiomas… Estoy cansada de todas esas cosas. Pero no me había dado cuenta hasta… -hasta la llegada de Kane, había estado a punto de decir.

Su hermana sonrió e inclinó la cabeza en un gesto de compasión que Kayla reconoció inmediatamente.

– No te preocupes por mí, Cat. Estaré estupendamente.

– Lo sé. Y lo vas a estar más cuando te cuente la idea que tengo en mente. He pensado que podríamos montar un negocio de catering. Comenzaremos ofreciendo todo tipo de cosas imaginables: decoración, entremeses, fiestas… Podremos utilizar el dinero que nos quede de la venta para los costes iniciales -se detuvo para tomar aire antes de continuar-. Y al cabo de un tiempo, yo haré uso de mis habilidades para la cocina y tú de tu capacidad de gestión. Poco a poco iremos labrándonos una reputación y…

Kayla se echó a reír.

– Más despacio, Cat -sacudió la cabeza ante el entusiasmo de su hermana, aunque tenía que decir que le gustaba más la idea de planificar fiestas que la de trabajar con números-, es un proyecto muy ambicioso.

– Pero te encanta y además he conseguido hacerte sonreír por primera vez desde hace una semana. Desde que ese canalla repugnante traicionó mi fe en él y se marchó.

– Hizo lo que tenía que hacer -durante la semana anterior, había pasado mucho tiempo en la biblioteca leyendo libros de psicología sobre el tema del suicidio y las personas que sobrevivían al pariente o amigo suicidado. En muchos de los artículos que había estudiado, describían el abandono sentido por Kane y el dolor consiguiente perfectamente.

Saberlo no la hacía sentirse menos sola, pero al menos la ayudaba a comprender al hombre al que había amado y perdido. Kane nunca se había desprendido de su culpa, su enfado y su miedo. Y probablemente jamás lo haría.

– Eres demasiado comprensiva. Personalmente, me gustaría retorcerle el cuello… o esa otra parte de su anatomía en la que él estaba pensando cuando…

– Ya basta. Kane no se merece eso. Y me las estoy arreglando perfectamente sin él.

– Repite eso un millón de veces más y a lo mejor puedes empezar a creértelo. Ese hombre te ha hecho daño y tienes que reconocerlo. Estoy segura de que en cuanto te desahogues, te sentirás mucho mejor.

– ¿Por eso te dedicas a amenazar a Kane? ¿Para ayudarme a desahogarme?

– Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa que funcione.

En ese momento sonaron las campanillas de la puerta, llamando inmediatamente la atención de las dos hermanas.

– Buenas tardes, señoras.

Kayla cerró los ojos al oír aquella voz profunda y familiar. Estaba soñando otra vez, como la noche anterior.

– ¿Hay alguien con quien pueda hablar? -preguntó Kane.

– Será mejor que te vayas inmediatamente de aquí porque no pienso permitir que vuelvas a hacerle daño.

– Yo también me alegro de verte, Catherine.

Al oír aquella respuesta, Kayla abrió los ojos y Kane fijó en ella su intensa mirada.

– ¿Quieres que me vaya?

Kayla suspiró, comprendiendo que no tenía opción. Lo amaba demasiado para negarse a oírlo, aunque sólo hubiera ido hasta allí para darle alguna información sobre su caso. Se volvió hacia su hermana.

– Catherine, creo que deberías irte.

Catherine se encogió de hombros y se dirigió hacia la silla en la que había dejado su abrigo.

– Tú verás lo que haces. Sólo espero que te demuestre que ha valido la pena tu elección.

Kane miró a Kayla a los ojos por encima de la cabeza de Cat.

– ¿Va a seguir siendo así de dura conmigo durante el resto de mi vida?

Kayla quería besarlo. Y quería también que se fuera antes de que la hiciera sufrir más. Apretó los puños.

– Probablemente.

Catherine tomó su bolso y le dirigió a Kane una última mirada cuando estuvo frente a la puerta.

– Si esto te ha parecido duro es que todavía no has visto nada.

– Adiós, Catherine -urgió Kayla a su hermana.

– Me voy. Pero espero que al menos te des cuenta de que esto se está convirtiendo en un hábito. Basta que ese tipo aparezca, para que me eches -y sin decir nada más, se marchó.

– ¿Qué quieres de mí, Kane? -preguntó Kayla, en cuanto su hermana cerró la puerta tras ella-. Ya he hecho mi declaración, he respondido a todo lo que el capitán ha necesitado y tú y yo ya nos hemos dicho adiós.

– Bueno, en realidad por eso he venido. Porque no creo que nos hayamos despedido como es debido.

– No me gustan los juegos, Kane -sobre todo cuando le estaban haciendo tanto daño.

– Créeme, cariño, esto no es ningún juego. Recuerda lo que ocurrió, tú me dijiste adiós, pero yo no.

– ¿Para eso has venido? ¿Para asegurarte de que había comprendido que aquello era una despedida? No soy ninguna estúpida, detective.

– Jamás he pensado que lo fueras.

– Entonces comprenderás que no necesitaba que me lo deletrearas para saber que no ibas a volver y que no debería esperar nada de ti en el futuro.

Kane caminó hacia ella con paso firme, como la primera vez que había aparecido en aquel lugar, poniendo de cabeza toda su vida. Le tomó la mano y se la sostuvo con firmeza.

– ¿Y en ningún momento se te ha ocurrido pensar que no mencioné la palabra «adiós» porque no quería que nos despidiéramos?

– ¿De la misma forma que no dijiste nunca que me querías porque no me querías? -nada más pronunciarlas, se arrepintió de sus palabras, pero por lo menos, una vez dichas, ya había quedado clara la verdad entre ellos. Suspiró-. Mira, he aceptado tus limitaciones, Kane, y ahora te toca aceptar a ti las mías. Sabes lo que siento por ti, así que por favor, respétame lo suficiente como para…

– ¿Quieres una explicación?

– Creo que ya comprendo suficientemente bien tus razones. Lo que preferiría es que me dejaras sola. Es mejor para los dos. Estoy segura de que tú también lo piensas.

– Eso era lo que pensaba, pero no es verdad. Soy mejor cuando estás a mi lado, y me gustaría pensar que a ti también te pasa.

Su tímida sonrisa despertó una espiral de deseo en el interior de Kayla. Eran esperanzas vanas. Pero Kane había vuelto, y eso era mucho más de lo que había creído siquiera posible.

– E incluso en el caso de que estuvieras mejor sin mí, soy suficientemente egoísta como para pedirte que te quedes a mi lado de todas formas.

A Kayla le latía a tal velocidad el corazón que apenas podía respirar.

– ¿Y qué ha sido de tus prejuicios? -le preguntó con recelo, sin atreverse a albergar ninguna ilusión-. Dijiste que te distraía… que amenazaba tu capacidad de ser un buen policía.

– Me equivocaba. Tú tenías razón. Me he estado aferrando a un montón de viejas culpas, intentando expiarlas en cada uno de mis casos y asegurándome al mismo tiempo de continuar estando triste en el proceso.

Kayla miró su tensa expresión, producto del esfuerzo que estaba haciendo para desnudar su alma. Por ella.

– Ella era tu madre, Kane. Estoy segura de que jamás habría deseado esa tristeza para su hijo.

– Ahora lo sé -por fin se había dado cuenta de que Reid tenía razón. Había dejado de sentir el día que su madre se había lanzado bajo las ruedas de aquel autobús. Y no había vuelto a sentir hasta que había entrado en aquel lugar por primera vez.

– Sé que no te he dado muchos motivos para creer lo que te voy a decir, pero estás equivocada -la miró a los ojos y, por primera vez, se permitió tener alguna esperanza en el futuro-: No dije que te amaba, no porque no te quisiera, sino porque tenía miedo de no merecerte.

– ¿Y ahora? -un suave sonrojo teñía sus mejillas.

– Todavía no te merezco, pero sería un estúpido si te dejara marcharte.

– ¿Así que quieres volver a ser tú el que controle la situación? -dijo Kayla, riendo.

La enorme sonrisa de Kayla borró la tensión que Kane había sentido en el pecho durante toda la semana.

– Podría dejarlo en tus manos por una vez, Kane. Pero para eso tienes que decir las palabras adecuadas.

Kane la miró a los ojos.

– Te amo -dijo.

Kayla se acurrucó entonces contra su pecho.

– Mmm -susurró Kane, aspirando el aroma a fruta de su pelo-, creo que podría acostumbrarme a esto.

– Será mejor que lo hagas, porque ahora que he conseguido atraparte, no pienso dejar que te marches -respondió ella riendo.

– Me alegro de oírlo.

Kayla deslizó las manos por la espalda de Kane, las metió en los bolsillos traseros de sus vaqueros y lo estrechó contra ella.

– Espero que estés pensando en lo mismo que yo -dijo Kane-, porque en caso contrario, te advierto que estás jugando con fuego.

La suave risa de Kayla inflamó todavía más su deseo.

– ¿Quieres probar suerte, detective?

Aquellas fueron las últimas palabras que se dijeron durante un largo, largo rato.

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