– ¿Kane?
Kane se volvió de la ventana al oírla pronunciar su nombre.
– Gracias -le dijo entonces Kayla.
– ¿Por qué?
– Si te acercas a la cama, te lo diré -no era capaz de levantarse, y no podía hablar con él a tanta distancia.
Kane se acercó y se sentó en la cama. Kayla posó la mano en su brazo y le sintió tensar los músculos bajo sus dedos, pero no lo soltó.
– Me alegro de que estés aquí.
– ¿Por qué? Te mentí desde el primer momento que nos vimos.
– Porque estabas cumpliendo con tu trabajo. Ahora lo sé.
– Pero si estaba cumpliendo con mi trabajo, debería haberme encargado de protegerte antes de que te hirieran.
– A veces no acertamos en lo que debemos hacer exactamente. Recuerdo una ocasión, cuando era más joven, que Catherine quería salir con sus amigos. Yo sabía que aquellos amigos eran problemáticos, que podían conducirla en la dirección equivocada. Así que me metí en su habitación y le robé la cartera y el poco dinero que tenía dentro. Salió de todas formas y la sorprendieron yéndose del restaurante sin pagar la cuenta -Kayla ser mordió el labio, recordando al policía que había llevado a su hermana a casa.
– ¿Fue arrestada?
– No. El propietario se negó a presentar cargos contra ella y le ofreció un trabajo en su restaurante. Durante mucho tiempo, me sentí terriblemente culpable de lo que ocurrió. Lo que quiero decir es que quizá yo no hice lo que debía, pero con los años, he llegado a comprender que no fui yo la responsable de todo lo que sucedió después. De la misma forma que, en cuanto salí de la habitación de ese hotel, yo ya dejé de ser asunto tuyo.
– Estoy de acuerdo contigo en lo de Catherine. Pero no en cuanto a mí, puesto que yo seguía estando a cargo de ese caso.
– ¿Entonces acostarte conmigo formaba parte de tu trabajo?
– No tergiverses mis palabras.
– Entonces deja de sentirte culpable -Kayla no tendría ninguna oportunidad de llegar a donde quería si Kane continuaba refugiándose en su trabajo y en su sentido del deber-. Mira, cuando eras adolescente, ¿nunca discutiste con tu madre y te marchaste de casa dando un portazo?
Kane contestó con una mirada inexpresiva.
– Y cuando eso ocurría, supongo que tu madre no podía hacer nada para detenerte e impedir que te metieras en problemas.
– No había una maldita cosa que pudiera hacer. Estaba muerta.
Kayla abrió la boca, y volvió a cerrarla rápidamente antes de decir:
– Lo siento.
– No pierdas el tiempo compadeciéndola a ella. Se suicidó.
Dejando a su hijo detrás. Kayla sabía que lo último que podía hacer en ese momento era mostrar su compasión por aquel niño abandonado. Estaba demasiado agradecida por la confesión que acababa de hacerle Kane como para desanimarlo ahogándolo con sus propios sentimientos.
– ¿Y tu padre?
– Se marchó cuando yo tenía cinco años. ¿Hay algún motivo por el que me estés preguntando todo esto?
A los labios de Kayla asomó una sonrisa.
– Lo había, pero tú has amputado toda posibilidad de comunicación.
Kane descargó inmediatamente la tensión que se había acumulado en sus hombros. Kayla no iba a amenazarlo con la triste mirada que había visto repetida en sus amigos, profesores y en las autoridades cuando era joven. Habían pasado años desde la última vez que había contado esa historia en voz alta, pero no le extrañaba habérsela confiado a Kayla.
Había conocido a muchas mujeres, pero ninguna lo había afectado ni física ni emocionalmente tanto como ella.
Había comenzado a acostarse con mujeres siendo un adolescente, demasiado pronto y demasiado a menudo, como al final había llegado a darse cuenta. Con los años, había ido siendo más selectivo. Sólo en una cosa había permanecido igual que en la adolescencia. Cuando se acostaba con una mujer, no pensaba, ni por lo más remoto, en volver a acostarse con ella ni en revelarle su intimidad. Pero no había sucedido lo mismo con Kayla. Y después de todo por lo que, por su culpa, había tenido que pasar, se merecía un mínimo de sinceridad.
No era ésa la única razón para aquel intercambio de confidencias. Pero Kane todavía no se atrevía a pensar en los motivos por los que quería compartir la parte más dolorosa de su vida con aquella mujer.
Kayla se estiró, revelando con aquel movimiento la pálida piel de su muslo. Una visión que excitó a Kane al instante.
– Lo que pretendía decirte es que yo no soy responsabilidad tuya.
– Eres responsabilidad mía por lo menos hasta que este caso esté resuelto -bramó prácticamente Kane. Para su sorpresa, Kayla ni siquiera pestañeó-, así que de momento puedes olvidarte de esa parte de la conversación.
– De acuerdo.
Kane la miró estupefacto. No esperaba que renunciara sin discutir.
– ¿Entonces no estás enfadada?
– Por lo del inicio de la investigación, no.
– ¿Y por todo lo demás?
– Eso ha sido responsabilidad de las feromonas.
– ¿Qué?
– Las personas se sienten atraídas por los demás por culpa de estímulos que no pueden controlar. Es una reacción química -continuó-. Así que, si todavía te estás culpando a ti mismo por haber perdido el control, no lo hagas. Yo soy tan culpable como tú.
– ¿Lo dices en serio?
– Yo también te deseaba -jugueteaba con su jersey, sin atreverse a mirarlo a los ojos. Aquélla era la Kayla que Kane había conocido al principio. Una mujer inocente que amenazaba con socavar su corazón si se lo permitía.
Cosa que, por supuesto, no haría.
– ¿Lo dices en pasado?
– ¿Por qué lo preguntas? Tú eres un hombre de palabra y has dicho que no volvería a ocurrir. ¿De verdad importa algo lo que pueda o no desear yo?
Kane se sintió atrapado en una repentina oleada de emoción.
– Todo lo que tú deseas importa.
Kayla se quedó completamente paralizada, y sintió cómo resbalaba una lágrima por su mejilla.
– Nadie me había dicho nunca nada parecido. Gracias, Kane.
– No quiero tu gratitud.
– ¿Entonces qué es lo que quieres?
– Esa es una pregunta difícil.
– Lo sé. Por eso te la hago -a pesar de sus lágrimas, bailaba en las comisuras de sus labios una sonrisa traviesa.
Kane sabía lo que quería. Quería sentir la suavidad de Kayla bajo él. Pero sabía que no volvería a suceder.
La miró a los ojos, unos ojos en los que Kayla parecía estar mostrándole su alma y en los que Kane pudo ver reflejado su propio deseo. Le enmarcó el rostro con las manos y le acarició la mejilla suavemente, evitando que moviera la cabeza.
– ¿Estás segura de que quieres saber lo que deseo?
– Si no, no te lo habría preguntado -posó la mano en su barbilla-. Tú también me importas, Kane. Y me pregunto si alguien te ha dicho eso alguna vez.
Nadie se lo había dicho. Y nadie volvería a decírselo. Kane se inclinó lentamente y cubrió sus labios. Intentaba borrar la verdad… y aceptarla al mismo tiempo. Kayla abrió la boca y acarició su lengua con la suya, ávidamente, sin vacilar. Dibujó sus labios con la lengua y le acarició los dientes en una intrépida exploración.
Kane se moría de deseo por ella. Kayla era como una droga de la que nunca tendría suficiente. Hundió los dedos en su pelo todavía húmedo y se inclinó sobre ella. Los brazos le temblaban por el esfuerzo que tenía que hacer para respetar la distancia que había entre ellos. Temía perder el control y hacerla sufrir todavía más.
Kayla alzó las caderas sin previa advertencia y rozó su erección. Kane exhaló un gemido y se colocó entre sus muslos. Pero tampoco eso era suficiente. Estaba terriblemente excitado. Quería rasgarle la ropa y… Un suave gemido penetró en medio de la niebla de su deseo. Se había movido demasiado rápido. Maldita fuera, había cometido un error. Se apartó hacia un lado y le preguntó.
– ¿Estás bien?
– Creo que estamos yendo demasiado rápido -contestó ella, repitiendo las palabras que el propio Kane le había dicho la primera vez.
Kane le rodeó la cintura con los brazos y la estrechó suavemente contra él. Una vez más, el deseo había conseguido dominar a su sentido común.
– Intenta descansar -le dijo, con voz ronca por el deseo reprimido y enfadado consigo mismo.
– Lo siento -susurró Kayla.
– ¿Por qué?
– Es posible que tenga muchos defectos, Kane, pero no soy una provocadora.
– ¿He dicho yo que lo seas?
– No, pero seguro que lo estás pensando.
Kane comprendió que la fuente de la preocupación de Kayla estaba en su propio pasado.
– Pues la verdad es que no.
– ¿En qué estás pensando entonces?
– En que estoy presionando demasiado a una mujer frágil y herida -dijo con una sonrisa traviesa.
Kayla se echó a reír.
– Eso no es verdad. Venga, dímelo en serio.
– Estaba pensando -dijo entonces Kane, interrumpiéndose para acariciar su pelo-, que lo que sucedió…
– ¿Sí?
– Fue la mejor noche de sexo que he tenido en mi vida -le bastaba estar con ella para sentirse bien. Kane había aceptado ya lo mucho que la deseaba, aunque supiera que al final la dejaría marcharse. Y, durante el tiempo que durara el caso, estaba dispuesto a protegerla con su vida.
Tras una refrescante ducha, aquella vez sin incidentes, Kayla se asomó a la puerta de la sala. Kane estaba examinando las cajas en las que guardaba las cosas de su tía.
– No he oído el timbre de la puerta.
Kane la miró por encima del hombro.
– Deberías estar descansando.
– Ayer estuve durmiendo durante gran parte del día y toda la noche. Estoy bien -o al menos todo lo bien que podía estar tras la llamada amenazante de aquel matón, sabiendo que estaba en juego la reputación del negocio de su tía… y habiendo compartido con Kane McDermott las últimas doce horas.
Al igual que ella, Kane también se había duchado y cambiado. Y, a juzgar por su aspecto, Kayla comprendió que le habían llevado algo de ropa limpia junto a las cajas.
Entró en el salón y se arrodilló a su lado. Sus muslos se rozaron de forma accidental y sintió que su vientre se tensaba a causa de la excitación y el deseo.
– Ya no estás tan pálida, incluso te ha vuelto el color a las mejillas -advirtió Kane.
– Me encuentro mejor -replicó Kayla, consciente de que la recuperación del color no tenía nada que ver con su salud-, y dispuesta a empezar a revisar todas estas cajas -señaló con un gesto las cajas que había por toda la habitación.
– Y te has duchado. Deberías haberme llamado.
– ¿Para que hubieras hecho guardia en la puerta del baño? No soy una inválida, Kane -le aseguró. Y tampoco quería que la tratara como si lo fuera. Agradecía su atención, pero no quería su compasión.
– He empezado sin ti.
– ¿Y has encontrado algo interesante?
Kane negó con la cabeza.
– Todavía no he mirado esas tres cajas grandes de allí.
– Dos de ellas las preparé yo. Mis tíos vivían en un apartamento alquilado y el propietario quería que lo vaciáramos cuanto antes -hizo una mueca-. En cualquier caso, Catherine y yo llevamos la mayor parte de sus pertenencias al Ejército de Salvación. Mi tío tenía una sobrina que se llevó sus cosas más personales. Catherine y yo nos encargamos de empaquetar el resto.
– Entonces los pasatiempos, los crucigramas y todas esas cosas… -señaló la caja que tenía más cerca.
– A mi tía le encantaban, y también a mi madre. Yo hacía muchos cuando era más joven -se encogió de hombros-. La otra caja está llena de adornos y chucherías que han pertenecido a mi familia desde hace años.
– ¿Cuántos años tenías cuando murió tu madre?
La pregunta la sorprendió. Era tan inesperada como innecesaria.
– ¿No tuviste acceso durante tu investigación a todos los detalles de mi vida?
– Sí -tuvo la deferencia de mostrarse avergonzado.
– ¿Entonces por qué lo preguntas?
– Porque me gustaría saberlo de ti.
Kayla bajó la mirada hacia sus manos.
Fue a ella a la que le tocó avergonzarse en ese momento. Kayla creía lo que Kane le había dicho antes, que cuando se había acostado con ella no estaba pensando en su trabajo. Y sabía que podía haber salido para siempre de su vida si hubiera querido. Cuando el capitán Reid le había negado protección, Kane podía haber seguido su camino. Y, sin embargo, allí estaba.
– ¿Sabes algo de los libros de contabilidad? -preguntó Kane, sugiriendo así un cambio de tema.
– Tenía veinte años y Catherine veintiuno -comenzó a explicarle Kayla-. Fue como si mi madre hubiera elegido el mejor momento para morir. Ninguna de nosotras tuvo que enfrentarse a los servicios sociales y tampoco tuvieron que separarnos.
– ¿Y tu tía no podía haberse hecho cargo de vosotras?
– Supongo que sí. Aunque la tía Charlene nunca tuvo hijos y sólo se relacionaba conmigo porque ambas tenemos esa… -se palmeó la cabeza- inteligencia superior a la normal, bueno, así es como lo llaman. Con Catherine se llevaba peor, porque tenían muchas menos cosas en común.
– Lo siento… por ambas.
– Tú has tenido que enfrentarte a cosas peores.
Los ojos de Kane parecieron velarse, como si acabara de caer sobre ellos un telón, ocultando su alma a cualquier posible público.
Kayla sabía que todavía no había llegado a lo más profundo de él, pero también que con tiempo y paciencia conseguiría hacerlo.
– Yo tengo todos los libros -le dijo, aceptando el cambio de tema que el propio Kane había propuesto-. Esa es una de las cosas que me extrañan. El tipo que me llamó por teléfono me dijo que quería los cuadernos, pero yo he sido la que ha estado llevando la contabilidad desde el año pasado y nunca he visto nada raro. No hemos tenido ningún ingreso extra por…
– Puede ser que escondieran el dinero en otro sitio.
Aunque ella no hubiera sido capaz de conmover sus emociones, desde luego él acababa de conseguirlo. Kayla lo agarró del jersey, desesperada por que la comprendiera y la creyera.
– No hables en plural, Kane. No sé lo que mi tío pudo hacer o dejar de hacer, pero te aseguro que mi tía no tenía nada que ver con la prostitución.
Kane fijó en ella su mirada; sus ojos habían adquirido el color del mar en medio de la tormenta.
– Eso está por ver.
– No. Es posible que mi familia no haya sido la mejor del mundo, pero te aseguro que no nos hemos dedicado a nada ilegal.
– No estoy acusando a nadie, ni a ella ni a ti. Pero los hechos demuestran que hay alguien que quiere algo de ti… Y no parece que le importe cómo conseguirlo.
– Lo sé -le bastó pensar en la voz de su atacante para sentir escalofríos.
Kane la agarró por la muñeca, aliviando su terror.
– No te va a pasar nada, pero tenemos que averiguar quiénes son esas personas y qué libros están buscando para poner fin a todo esto de una vez por todas.
Y en «todo esto», estaba también incluida ella. Podía leer la verdad en sus ojos, pero pensaba luchar contra ella. Aunque todavía no estaba segura de cómo.
Buscando aumentar la distancia entre ellos, Kayla se levantó. Kane siguió su movimiento con la mirada, recorriéndola de pies a cabeza. Un brillo sensual iluminó su expresión. Y Kayla decidió que ponerse el top negro de Catherine había sido una buena idea, y no sólo por el calor. Dudaba que cualquiera de sus blusas de seda hubiera provocado la misma respuesta en Kane.
Aparentemente, el camino hacia el corazón de Kane comenzaba en el sexo. En circunstancias normales, Kayla se habría negado a ofrecerse como un objeto sexual; había pasado demasiados años luchando contra aquella imagen. Pero Kane era diferente. Y por primera vez en su vida Kayla estaba dispuesta a sacar partido de su atractivo.
– He empezado con esta caja -dijo Kane-, pensando que podía haber algo escondido en uno de estos cuadernos de pasatiempos.
– ¿Como por ejemplo?
– Todavía no lo sé.
Kayla deseaba respuestas tanto como deseaba a Kane. Volvió a sentarse a su lado. Cada uno de sus movimientos estaba totalmente calculado. Se colocaba suficientemente cerca de él como para oler su colonia y lo bastante lejos como para permitirle a él echar de vez en cuando un vistazo a su top… Si realmente quería mirar.
Al cabo de un rato, lo descubrió mirándola. Kane no sabía que lo estaba observando. Tenía la mirada clavada en la hendidura de sus senos, que asomaba por encima del borde del top, los ojos nublados por el deseo y los dientes apretados.
Kayla disimuló una sonrisa. A pesar de aquellas circunstancias tan poco favorables, había conseguido poner al detective Kane McDermott donde quería. La última vez que había conseguido desconcentrarlo habían terminado disfrutando de una noche de sexo. Pero aquella vez no iba a bastarle con el sexo. Después de conseguir que se abriera a ella, no se conformaría con menos que con hacer el amor.
Continuó trabajando. Leía cuidadosamente cada una de aquellas páginas llenas de crucigramas, sonriendo al recordar las horas que su madre y su tía habían dedicado a aquel pasatiempo.
– Aquí no he visto nada -comentó, tras repasar unos cuantos cuadernos.
– Los que yo he estado mirando están todos repletos. Tu tía era una experta.
– No es difícil ser una experta cuando los haces con lápiz. Borras tus errores, miras de vez en cuando la solución -rió-. Sí, la tía Charlene era muy buena. Mi madre era más tramposa, y también cometía más errores.
– ¿Y tú no cometías ninguno?
– No soy perfecta, Kane.
Hora y media más tarde, Kayla empezaba a sentir ganas de gritar. Habían revisado ya la mitad de la caja. Y no habían encontrado absolutamente nada.
– Esto es ridículo.
– Tú sigue mirando.
Kayla se colocó en una postura más cómoda y sacó el siguiente cuaderno. Quince minutos más tarde y tres cuadernos después, comenzó a encontrar errores en los crucigramas. Errores evidentes, que su tía jamás habría cometido.
A no ser que los hubiera hecho a propósito. En cuanto comenzó a encontrar repetidos algunos de los nombres que aparecían en los crucigramas, Kayla tuvo la certeza de que aquellos errores eran voluntarios. Gimió en voz alta.
– ¿Has encontrado algo?
Kayla miró a Kane, sabiendo que tenía que revelarle su descubrimiento y odiándolo al mismo tiempo por ello.
– Algunos errores. Hay nombres, en vez de respuestas -murmuró.
– Déjame ver.
Kayla le tendió los dos cuadernos.
– Las cifras que aparecen en los acertijos podrían ser pagos en dinero negro.
– ¿Y qué es esa fecha que viene al principio? -preguntó Kayla.
– ¿Qué fecha?
– Cada uno de los cuadernos tiene una fecha escrita a mano al lado del primer acertijo.
– No lo había notado -murmuró Kane.
– Indica un progreso de mes a mes o de año a año.
– Vamos.
– ¿Adónde?
– Esos cuadernos tienen que ser descodificados, y para eso tienes que estar fuerte.
– ¿Y qué ocurriría si terminara demostrando la culpabilidad de mi tía y perdiera mi negocio en el proceso? -preguntó.
– También es posible que consigamos exonerarla y salvar la reputación de Charmed gracias a ti -miró hacia el primer cuaderno que le había entregado a Kayla-. Estos cuadernos son de hace ocho meses. Pero Charmed es un negocio que funciona desde hace quince años. Kayla asintió.
– Tu tía se casó hace poco más de un año y su marido comenzó a formar parte del negocio casi inmediatamente.
– Sí -Kayla hizo cálculos mentalmente-, la fecha del primer cuaderno coincide con la entrada de Charles en el negocio.
– ¿Y tienes algún motivo para sospechar de ese hombre?
– Ninguno, salvo que fue capaz de hacerle perder la cabeza a la tía Charlene. Pero los nombres empiezan a aparecer en la época en la que se incorporó al negocio.
– Lo que lo convierte en un sospechoso -Kane le tomó la mano-. Kayla, es posible que tengas que enfrentarte al hecho de que quizá tu tía no haya sido una víctima inocente.
Kayla sacudió la cabeza.
– No hasta que no tenga la prueba irrefutable -la clase de prueba con la que pretendía demostrar la inocencia de su tía. Odiaba creer que su tía había sido traicionada por el hombre que le había profesado su amor, pero prefería que fuera él el culpable a que lo fuera su tía. Ella creía plenamente en la inocencia de Charlene.
– De acuerdo. Pero eso va a costamos algún trabajo.
– ¿Significa eso que me crees?
– Sí.
Nunca una palabra tan pequeña había encerrado tantos significados. Miró a Kane a los ojos, queriendo confirmar su percepción y descubrió en ellos una calidez conmovedora.
– Kayla… Creo que tu fe en tu tía es inalterable, pero yo tengo que reservarme el juicio hasta que tengamos las pruebas.
Acababa de hablar Kane el policía. Pero no le importaba. Porque, por encima de su condición, había un hecho irrefutable: Kane creía en ella.
Sin pensárselo dos veces, Kayla le rodeó el cuello con los brazos.
– Gracias -susurró, moldeándose contra su cuerpo, como si quisiera mostrarle de esa forma su gratitud.
Kane posó las manos en su cintura. Si pretendía separarla, pensó Kayla, aquél era el momento. Pero el gemido de Kane y la presión inconfundible de su erección contra ella le dijo que ninguno de ellos iba a moverse.
Además sabía que, si se lo permitía, Kane elevaría nuevamente todas las barreras con las que pretendía protegerse. Y ella no podía perder aquella oportunidad. Así que, decidida a correr un nuevo riesgo y desafiando los principios con los que hasta entonces había vivido, retrocedió dos pasos, se quitó el top con manos temblorosas y lo arrojó descuidadamente al suelo.