— ¡Pues lo pagará, ya lo creo que lo pagará! — gritó Hertug rechinando los dientes de un modo horrible. Estaba bebiendo un vaso de brandy de Jason, y sus ojos y nariz estaban más colorados que de costumbre.
— Me alegro de oírte decir eso, porque es lo mismo que yo pensaba — dijo Jason, echándose hacia atrás sobre un cojín con un vaso más grande todavía apoyado sobre el pecho. Se había limpiado la herida de la pierna con agua hervida, y la había cubierto con vendas esterilizadas, Le dolía un poco en aquellos momentos, pero estaba seguro de que no le traería problemas. Prefirió olvidarse de ello y volvió a sus proyectos:
— Empecemos la guerra ahora — dijo.
Hertug parpadeó perplejo,
— ¿No es demasiado pronto? Quiero decir, ¿estamos ya preparados?
— Invadieron tu castillo, mataron a tus soldados, te produjeron pérdidas…
— ¡Muerte a los trozelligoj! — gritó Hertug estampando el vaso contra la pared.
— Eso me gusta más. No olvides lo bastardos que son. No les puedes dejar que se vayan así como así. Además. es la mejor ocasión para empezar la guerra ahora, o nunca tendremos otra oportunidad. Si los trozelligoj armaron tanto lío para apoderarse de mi, ahora deben estar preocupados. Puesto que sus planes no salieron bien, deben estar pensando en un ataque más potente y probablemente recurrirán a otras tribus para que les ayuden. Están ya empezando a temerte, Hertug, de modo que será mejor empezar la guerra ahora antes de que decidan asociarse y nos barran a nosotros. Aún podemos caer sobre las tribus, unas tras otra, y asegurarnos la victoria.
— Sería mejor si tuviéramos más hombres y un poco de tiempo…
— Tenemos aproximadamente dos días… el tiempo suficiente para equipar a los hombres que formarán en la invasión. Eso te dará también el tiempo requerido para llamar a todas las reservas. Hay que asegurarse bien, ya que nuestro fin debe ser atacar y apoderarnos de la fortaleza de los trozelligoj, aparte de que ésta es la única oportunidad que tenemos. ¡La nueva catapulta de vapor estoy seguro de que hará un buen trabajo!
— ¿Ya ha sido probada?
— Lo suficiente como para demostrar que cumplirá con sus designios. Empezaré a trabajar con las primeras luces, pero sugiero que envíen mensajeros para que recluten a todos los hombres posibles y puedan estar aquí con tiempo suficiente. ¡Muerte a los trozelligoj!
— ¡Muerte! — repitió Hertug.
Había muchas cosas que hacer y Jason decidió continuar los preparativos sin ir a dormir ni un momento. Cuando se cansara pensaría en el traicionero Mikah y preguntaría lo que le habría ocurrido a Ijale, y la incertidumbre y la ira le devolverían al trabajo. No estaba seguro de que Ijale continuara viviendo; llegaba solamente a la conclusión de que había sido raptada. En cuanto a Mikah, tendría que responder de muchas cosas.
Puesto que los motores de vapor y el propulsor ya habían sido instalados en un barco y experimentados en el mar interior, con lo que terminar la guerra no sería muy largo. Todo quedaba reducido a un acoplamiento. Primero pensó en instalar la catapulta de vapor en el barco de guerra, pero después decidió lo contrario. Había un sistema más sencillo y mejor. La catapulta fue instalada en una barcaza ancha, con la caldera, tanques de fuel y una gran selección de escogidos misiles.
Los perssonoj fueron llegando, todos ellos destilando irritación y sed de venganza. A pesar de los gritos que lanzaban, Jason consiguió dormir unas horas en la segunda noche, y se despertó al amanecer. La flota estaba reunida, y con gran redoble de tambores se hicieron a la mar.
En primer lugar iba el barco de guerra, el Dreamnaught, con Jason y Hertug en el puente. A su alrededor, una gran variedad de naves, de todos los tamaños, repletas de tropas. Toda la ciudad sabía lo que estaba ocurriendo y los canales estaban desiertos, mientras que la fortaleza de los trozelligoj estaba guardada y al acecho. Jason dejó escapar un silbido de la caldera de vapor, antes de llegar al alcance de las armas enemigas, y toda la flota se detuvo.
— ¿Por qué no atacamos? — preguntó Hertug.
— Porque nosotros los tenemos a tiro, mientras que ellos no pueden alcanzarnos. Mira. — Inmensa, una gran nube en forma de flechas se hundía en el agua, a unos treinta metros de la quilla del barco.
— Flechas jetilo — murmuró Hertug —. Les he visto traspasar el cuerpo de siete hombres sin detenerse.
— Pero no sucederá esto en esta ocasión. Dentro de poco te demostraré las glorias de una guerra científica.
El fuego de los jetiloj no era más efectivo que el grito de los soldados en las murallas, donde alzaban las espadas y lanzaban maldiciones, y que pronto se detuvieron. Jason se pasó a la barcaza, comprobó que estaba bien anclada y que estaba perfectamente orientada hacia la fortaleza. Mientras subía la presión del vapor, apuntó la catapulta y la emplazó en posición de disparo.
El arma era simple, pero poderosa, y tenía grandes esperanzas puestas en ella. Sobre la plataforma, que podía desplazarse tanto en elevación como en rotación, había un cilindro, cuyo pistón estaba conectado directamente al brazo corto de una larga palanca. Cuando el vapor llegara al cilindro, la poderosa fuerza del pistón impulsarla el brazo del mecanismo. Tal brazo, lanzado con enorme potencia, se vería detenido por una barra cruzada, pero cualquier carga que hubiera en la cazoleta del extremo del brazo saltaría por el aire con una fuerza terrible. Todo el mecanismo había sido probado y funcionaba perfectamente, aunque no se había hecho todavía ningún ensayo de tiro.
— Presión al máximo — ordenó Jason a los técnicos —. Poned una de esas piedras en la cazoleta. — Había preparado una cantidad de misiles, todos ellos del mismo peso aproximadamente. Mientras cargaban el arma, verificó una vez más todas las piezas.
— ¡Ahí va! — gritó apretando sobre la válvula.
El pistón saltó con velocidad suficiente, el brazo saltó y se estrelló estrepitosamente contra la barra de contención. La piedra salió silbando. Todos los perssonoj lanzaron gritos de alegría. Pero tales gritos de satisfacción se acallaron cuando la piedra pasó por encima de la guarnición, yendo a parar a unos cincuenta metros del blanco escogido, desapareciendo por el otro lado. Los trozelligoj estallaron en estruendosas risas al ver la inofensividad de la piedra que se hundía en el canal por el lado contrario.
— Fue un tiro de ensayo — dijo Jason tratando de quitar importancia a aquel fallo —. Un poco menos de elevación y haré caer una piedra como una bomba en el patio.
Repasó las válvulas y con evidente preocupación puso el brazo articulado en la posición horizontal, al mismo tiempo que ponía el pistón en posición de disparo. Con mucho cuidado Jason cerró la válvula y operó sobre la rueda de elevación. Pusieron la piedra nuevamente y disparó.
En esta ocasión los únicos que lanzaron gritos de júbilo fueron los trozelligoj, ya que la piedra tomó bastante altura y cayó casi en vertical hundiendo uno de los botes atacantes a menos de cincuenta metros de la barcaza.
— No tengo mucha confianza en tu máquina — dijo Hertug.
— Siempre hay problemas de campo de acción — respondió Jason entre dientes —. Ya verás el próximo disparo. Decidió abandonar todo intento de cálculo de trayectorias, ya que la máquina era mucho más poderosa de lo que había calculado. Maniobró con diligencia otra vez sobre la rueda de elevación, y levantó la parte posterior de la catapulta, hasta situarla de forma que la piedra tuviera que salir de la cazoleta casi paralela al agua.
— Este es el tiro de la verdad — anunció con mucha más convicción de la que en realidad sentía; cruzó uno sobre otro los dedos de la mano libre, y disparó. La piedra salió con un impulso terrible y fue a estrellarse contra la parte más alta del muro, debajo justo de las almenas. Esto hizo saltar en pedazos una gran parte del sitio donde se había producido el impacto, derribando al mismo tiempo a los soldados que se hallaban en aquel lugar. Ya no se oyeron más gritos de júbilo por parte de los trozelligoj.
— ¡Se retiran asustados! — gritó Hertug exultante ¡Al ataque!
— Todavía no — explicó Jason tranquilamente —. No hay que olvidar la verdadera misión de las armas que tienen que poner sitio a la fortaleza. Les tenemos que hacer tanto daño como podamos antes de atacar… lo cual nos será de gran utilidad después. — Dio media vuelta a la rueda de elevación y el siguiente proyectil hizo saltar otra parte del muro.
Cuando las piedras habían llevado a efecto una gran parte de sus funciones sobre el muro, y habían conseguido abrir grandes brechas en la cara principal del edificio,
Jason cambió de sistema.
— Poned un proyectil especial — ordenó —. Se trataba de unos fardos de tela, impregnados con aceite, que llevaban en su interior piedras y bien sujetas con cuerdas.
El mismo la prendió fuego, y no la disparó hasta que estuvo bien encendida. La gran velocidad del proyectil dejó una estela de humo en el aire y cuando cayó sobre el tejado del reducto enemigo, se mantuvo bien prendido.
— Vamos a lanzar unos cuantos más de éstos — dijo Jason, mostrándose contento y frotándose las manos.
La parte posterior del muro estaba agujereada por varios sitios, dos torres hablan caído y la mayor parte del techo estaba en llamas, antes de que los desesperados trozelligoj pudieran hacer nada por apagarlo. Jason había estado esperando este momento y se dio cuenta perfectamente cuando las puertas que se abrían al mar comenzaban a ponerse en movimiento.
— ¡Alto el fuego! — ordenó —, y estad bien atentos a la presión. Yo mismo me encargo de matar y despedazar a cualquiera de vosotros que sobreviva, si dejáis que estalle la caldera. — Saltó al bote que esperaba al lado de la barcaza —. ¡Hacia los barcos de guerra! — dijo, mientras el bote se ponía en movimiento y Hertug, viniendo tras él, gritaba:
— ¡Hertug es siempre el que dirige! — gritó, dándole un golpe sin querer a uno de los remeros, con la espada que blandía sin mucho acierto.
— Me parece muy bien — dijo Jason —, pero ten mucho cuidado en el sitio en que pones la espada, y esconde la cabeza cuando empiecen los disparos.
Cuando Jason llegó al puente del Dreamnaught vio que los trozellinoj habían decidido hacerse a la mar y se dirigían directamente hacia ellos. Jason había oído escalofriantes descripciones de poderosas armas de destrucción y se alegró al ver que no se trataba más que de un barco de remos y desarmado, tal como esperaba.
— ¡Adelante a toda velocidad! — gritó a través de un altavoz.
Los barcos avanzaban uno hacia otro, de frente, a toda velocidad, y las flechas de los jetiloj se estrellaban contra la armadura del Dreamnaught y caían rebotadas al agua. Sin haber sufrido todavía ningún daño, las dos embarcaciones continuaban su loca carrera hacia una terrible colisión. Pero la vista a corta distancia de la envergadura del Dreamnaught debió asustar un tanto al capitán enemigo, dándose cuenta de que un choque a aquella velocidad no les beneficiaría en nada a ellos, por lo cual hizo cambiar rápidamente el rumbo. Jason hizo instantáneamente la maniobra necesaria para seguir al otro, y dirigió la quilla hacia el flanco de la nave enemiga.
— ¡Agarraos… vamos a chocar! — gritó en el momento en que la proa de dragón del otro barco pasaba cerca de ellos y sobre la cual se apercibían rostros expectantes llenos de horror. El terrible impacto que se produjo hizo saltar de los puestos que ocupaban a los hombres del Dreamnaught, en el mismo momento en que éste se detenía.
— ¡Marcha atrás a los motores para que podamos salir de aquí! — ordenó Jason.
Un soldado, que a causa de la fuerza del choque había caído desde el otro barco sobre la cubierta del Dreamnaught, había quedado medio inconsciente. Lanzando gritos de guerra, Hertug salió por la ventana del puente y atacó al soldado, dándole un golpe en el cuello y arrojándolo al agua. Después Hertug, entre gritos de dolor, chillidos y estertores de agonía de algunos soldados, corrió a ponerse a salvo en el puente, en el instante en que comenzaban a caer flechas sobre la nave.
Los propulsores rugían, puestos a toda velocidad, pero el Dreamnaught sólo vibraba y no se movía. Jason se hizo cargo de la maniobra y, poniendo el motor en posición de avance, aceleró, y después intentó avanzar de costado. El barco quedó libre y comenzó a moverse lentamente.
— ¿Viste cómo me deshice del insolente que se atrevió a atacarnos? — preguntó Hertug con inmensa e incontenible satisfacción.
— Nadie duda de tu fuerte brazo — respondió Jason —. ¿Y viste la brecha que abrí en la barcaza? ¡Ahhh! ¡La caldera! — añadió mientras hasta ellos llegaba un terrible zumbido desde la posición enemiga, seguida de una nube de vapor y humo, mientras la nave, partida por la mitad, se hundía lentamente.
— Tras los sobrevivientes — ordenó Hertug, pero Jason no le hizo caso.
— Hay agua abajo — dijo un hombre asomando la cabeza por una trampilla —. Sin duda cubre los pies.
— Alguna de las juntas que se ha abierto con el choque — le dijo Jason —. ¿Pues qué se pensaba? Por esta razón precisamente instalé las bombas achicadoras, y tenemos diez hombres esclavos extra a bordo. Ponerlos a trabajar.
— Hoy es un día de victoria — dijo Hertug contemplando su espada teñida de sangre —. ¡Qué arrepentidos deben estar esos cerdos de haber atacado nuestra fortaleza!
— Y aún se arrepentirán más a medida que pase el día — dijo Jason —. Ahora vamos hacia la última fase. ¿Estás seguro de que tus hombres saben perfectamente lo que hay que hacer?
— Yo mismo se los he dicho muchas veces, e incluso les he dado hojas impresas con las órdenes que tú preparaste. Todo está a punto para dar la señal. ¿La damos ya?
— Es demasiado pronto. Tú quédate aquí en el puente, con la mano sobre el silbato, mientras yo voy a hacer unos disparos más.
Jason se pasó a la barcaza y lanzó unas cuantas bombas incendiarias especiales sobre el tejado enemigo para mantener el fuego vivo. Después, colocó pesadas piedras sobre la catapulta y las lanzó contra la fortaleza, hasta conseguir que algunas de ellas alcanzaran la puerta que se abría al mar. Le bastaron cuatro disparos para dejarlas totalmente rotas. El camino estaba abierto. Jason hizo señas con las manos y saltó al bote. El silbato sonó tres veces y los impacientes perssonoj en sus naves se lanzaron al ataque.
Puesto que allí no se podía confiar a nadie un trabajo determinado, Jason no era solamente el comandante en jefe de los atacantes, sino también el capitán del barco, el artillero, el estratega y todo lo demás, y las piernas empezaban a cansársele de tanto correr arriba y abajo y de un sitio a otro. El subir al puente del Dreamnaught ya constituyó un esfuerzo. Una vez que los atacantes estuviesen en el reducto enemigo, podía empezar a descansar y dejar que los otros terminaran el trabajo con su característica sed de venganza. Él ya había hecho su parte: había debilitado las defensas enemigas y causado un gran número de destrozos. Ahora el grueso de las fuerzas se estrecharían en un combate mano a mano, abriendo el camino de la victoria.
Todas las naves estaban en movimiento. Algunas ya habían llegado a mitad de camino de las puertas del mar, y el Dreamnaught todavía no se había movido. En cuanto lo consiguió, lanzaron los motores a pleno desarrollo y en pocos minutos estuvo en cabeza de la formación. Cerca de las puertas, la noble guardia de Hertug marchaba en cabeza, y el resto de las naves, en formación desplegada.
Jason sacó el frasco de emergencia, del brebaje de destilación casera y engulló una buena dosis. Se sirvió un segundo vaso para saborearlo más tranquilamente, mientras desde el lugar privilegiado que ocupaba en el puente contemplaba la batalla.
Desde el primer momento en que las fuerzas se encontraron no había la menor duda de cuál sería el desenlace. Los defensores estaban abatidos, disminuidos en número, y desmoralizados. No podían hacer otra cosa que resignarse a la carga de los perssonoj. El patio quedó limpio en un momento, y la batalla comenzó a llegar al corazón de la guarnición: había llegado el momento de que Jason hiciera el resto.
Agotó el vaso, colgó un pequeño escudo de su brazo izquierdo, y en la otra mano blandió su estrella de la mañana, que había demostrado ser de efectos incuestionables. Estaba seguro de que Ijale tenía que estar allí, y tenía que encontrarla antes de que tuviera que sufrir mayores peligros. Se sentía en cierto modo responsable de la muchacha — ella estaría aún caminando a lo largo de las costas desérticas, con una tribu de nativos, si él no hubiera llegado allí —. Para bien, o para mal, ella estaba metida en aquel lío por su culpa, y tenía que sacaría de allí sana y salva. Saltó a tierra.
El fuego del techo parecía que se apagaba sin llegar a causar mayores daños a las piedras del edificio, pero aún humeaba y por todas partes se hacía difícil la respiración. En la entrada a la fortaleza no había más que muerte: cuerpos y sangre y unos cuantos heridos. Jason abrió de una patada una puerta y se internó en el reducto enemigo. Un último vestigio de lucha se desarrollaba en uno de los salones, pero Jason hizo caso omiso y se internó en lo que resultó las cocinas. Aquí y allí no había más que esclavos que se escondían debajo de las mesas y el jefe de cocina que le atacó con un cuchillo. Jason le desarmó de un golpe y le amenazó con promesas de una muerte horrible si no le decía dónde estaba Ijale. El cocinero habló de buen grado, sosteniendo su brazo herido, pero no sabía nada. Los esclavos no hacían más que temblar de miedo y estaban indefensos. Jason pasó entre ellos y salió de allí.
Entró en una habitación, atraído por los gritos y el ruido de las armas, hallando un lugar totalmente cubierto de hombres muertos y heridos, y donde el suelo se hacía resbaladizo con la sangre.
Toda una alineación de hombres armados y protegidos con escudos se desplegaba en la habitación, y detrás de ellos había un pequeño grupo de hombres más ricamente vestidos y enjoyados que indudablemente debían ser la noble familia de los trozelligoj. Se hallaban sobre el entarimado que en otras ocasiones sirviera para cobijar grandes festines, y desde el lugar que ocupaban veían perfectamente a los hombres que se batían abajo. Uno de ellos se apercibió de la presencia de Jason cuando entró y señaló hacia él con la espada, mientras hablaba rápidamente con los otros. Todos volcaron su atención en él, y el grupo se desplegó.
Jason vio que sostenían a Ijale, cruelmente encadenada y atada, y que uno de ellos apoyaba la espada en los riñones de la joven. No obstante, le hicieron señas para que se apercibiera de ello, y el significado de sus gestos era evidente: no ataques, o ella morirá. Ellos no se hacían Idea de lo que Ijale significaba para él, pero debieron vislumbrar en él algún afecto.
La reacción de Jason fue instintiva y se lanzó hacia adelante. La victoria estaba en las manos de los perssonoj, pero aquella situación podía acabar con la vida de Ijale. ¡Tenía que llegar hasta ella!
Los soldados trozelligoj fueron cayendo a su lado, con el impulso de su arma, hasta que llegó a la alineación de los guardianes de Ijale. Una flecha pasó silbando por su lado, pero ni siquiera se apercibió de ello. La rapidez del ataque y la furia que desplegaba hizo retroceder de momento a los defensores, mientras que su estrella de la mañana iba dejando fuera de combate a algunos hombres.
Había otro miembro en el grupo del entarimado, del que Jason no se había dado cuenta antes; lo vio en el momento en que se lanzaba al ataque de los opresores de la joven. ¡Era Mikah! ¡El traidor aquí! Se hallaba al lado de Ijale, que iba a ser asesinada porque Jason no llegaría a tiempo. La espada estaba a punto de traspasarla.
Con renovadas fuerzas se lanzó a un ataque furibundo, derribando al primer hombre que le salió al paso. Después Jason fue atacado desesperadamente por los dos flancos al mismo tiempo y tuvo que entregarse a luchar hasta el último soplo de fuerza en defensa de su propia vida.
La diferencia era considerable, cinco, seis, contra uno.
Todos formidablemente armados. Pero él no tenía que ganar aquella contienda, sino solamente resistir unos segundos más hasta que llegaran sus hombres. Se hallaban tras él; oía los gritos victoriosos de los que avanzaban sobre los defensores. Jason detuvo una espada con el escudo, consiguió apartar de una patada en el pecho a un atacante y derribó a un tercero con su estrella de la mañana.
Pero eran demasiados. Y todos contra él. Hizo retroceder a dos y luego se volvió hacia los que le atacaban por detrás. De pronto… el más viejo, el jefe de aquellas gentes, con los ojos preñadas de ira… y una espada larga en la mano… cayó sobre él.
— ¡Muere, demonio! ¡Muere, destructor — gritó el trozelligoj.
La larga y fría hoja de la espada le alcanzó por encima del cinturón, se hundió en su cuerpo con un horrible dolor, le traspasó y salió por la espalda.