– Dale esa plata, cucufato, y no reniegues tanto-se ríe el Tigre Collazos-. Pantoja lo está haciendo bien y hay que apoyarlo. Y dile que a las nuevas reclutas las elija ricotonas, no te olvides.
– Me da usted una inmensa alegría con la noticia, Bacacorzo-respira hondo el capitán Pantoja-. Ese esfuerzo va a sacar al Servicio de un gran apuro, estábamos al borde del colapso por exceso de trabajo.
– Ya ve, salió con su gusto, puede contratar a cinco más-le entrega un comunicado, le hace firmar un recibo el teniente Bacacorzo-. Qué le importa tener en contra a Scavino y a Beltrán si los jefazos de Lima, como Collazos y Victoria, lo respaldan.
– Naturalmente que no molestaremos a su señora mamá, no se preocupe, capitán-lo toma del brazo, lo acompaña hasta la puerta, le da la mano, le hace adiós el Comisario-. Le confieso que va a ser difícil encontrar a los crucificadores. Hemos detenido a 150 hermanas y a 76 hermanos y todos lo mismo. ¿Sabes quién clavo al niño? Sí. ¿Quién? Yo. Uno para todos y todos para uno, como en los tres mosqueteros, esa película de Cantinflas, ¿la vio?
– Además, me va a permitir dar un cambio cualitativo al Servicio-relee el comunicado, lo acaricia con la yema de los dedos, dilata la nariz el capitán Pantoja-. Hasta hoy elegía al personal por factores funcionales, era sólo cuestión de rendimiento. Ahora, por primera vez entrará en juego el factor estético artístico.
– Carambolas -aplaude el teniente Bacacorzo-.
¿Quiere decir que se ha encontrado una Venus de Milo aquí en Iquitos?
– Pero con los brazos completos y una carita de resucitar cadáveres-tose, pestañea, se toca la oreja el capitán Pantoja-. Discúlpeme, tengo que irme. Mi señora está donde el ginecólogo y quiero saber cómo la encuentra. Sólo faltan dos meses para que nazca el cadetito.
– ¿Y si en vez de cadetito le nace una visitadorcita, señor Pantoja?-echa a reír, calla, se asusta Chuchupe-. No se moleste, no me mire así. Ah, nunca se le pueden hacer bromas, es usted demasiado serio para sus años.
– ¿No has leído esa consigna, tú que debes dar aquí el ejemplo?-señala la pared el señor Pantoja.
– "Ni bromas ni juegos durante el servicio", mami -lee Chupito.
– ¿Por qué no está lista la unidad para la inspección?-mira a derecha e izquierda, chasquea la lengua el señor Pantoja-. ¿Terminó la revista médica? Qué esperan para hacer formar y pasar lista.
– ¡Formen fila, visitadoras! -hace bocina con las manos Chupito.
– ¡Vuela volando, mamacitas!-corea el Chino Porfino.
– Y ahora nómbrense y numérense-taconea entre las visitadoras Chupito-. Vamos, vamos, de una vez.
– ¡Uno, Rita!
– ¡Dos, Penélope!
– ¡Tres, Coca!
– ¡Cuatro, Pichuza!
– ¡Cinco, Pechuga!
– ¡Seis, Lalita!
– ¡Siete, Sandra!
– ¡Ocho, Maclovia!
– ¡Nueve, Iris!
– ¡Diez, Peludita!
– Entelitas y completas, señol Pantoja-se dobla en una reverencia el Chino Porfirio.
– Se le ha quitado la superstición, pero se está volviendo beata, Panta-traza una cruz en el aire Pochita-. ¿Sabes adónde eran las escapadas de tu mamá que nos tenían tan intrigados? A la iglesia de San Agustín.
– Parte del servicio médico-ordena Pantaleón Pantoja.
– "Efectuada la revista, todas las visitadoras se hallan en condiciones de salir en operación"-descifra Chupito-. "La llamada Coca muestra algunos hematomas en la espalda y brazos, que tal vez perjudiquen su rendimiento en el trabajo. Firmado: Asistente Sanitario del SVGPFA-"
– Mentira, ese degenerado me odia por el sopapo que le aventé, quiere vengarse-se baja el cierre, expone el hombro, el brazo, mira con odio a la Enfermería Coca -. Sólo tengo unos rasguñitos que me hizo mi gato, señor Pantoja.
– Bueno, en todo caso eso está mejor, chola-se encoge bajo las sábanas Panta-. Si con los años le ha dado por la religión, mejor que sea por la verdadera y no por creencias bárbaras.
– Un gato que se llama Juanito Marcano y es idéntico a Jorge Mistral-susurra Pechuga al oído de Rita.
– Que tú ya te lo quisieras aunque sea para Fiestas Patrias-zigzaguea como una víbora Coca-. Tetas de chancha.
– Diez soles de multa a Coca y Pechuga por hablar en filas-no pierde la calma, saca un lápiz, un cuaderno el señor Pantoja-. Si crees que estás en condiciones de salir en el convoy, puedes hacerlo, Coca, ya que te autoriza el servicio sanitario, así que no te pongas histérica.
Y ahora, plan de trabajo de la jornada.
– Tres convoyes, dos de 48 horas y uno que regresa-esta misma noche-emerge de detrás de la formación Chuchupe-. Ya hice el sorteo con los palitos, señor Pantoja. Un convoy de tres chicas al campamento de Puerto América, en el río Morona.
– Quién lo comanda y quiénes lo integran-moja la punta del lápiz en los labios y anota Pantaleón Pantoja.
– Lo comanda este cristiano y van conmigo Coca, Pichuza y Sandra-indica Chupito-. Loco ya está dándole su mamadera a Dalila, así que podemos partir en diez minutos.
– Que Loco se porte bien y no haga las travesuras de siempre, señor Pan Pan señala al hidroavión que se balancea en el río y a la figurita que lo cabalga Sandra-. Mire que si me mato, usted sale perdiendo. Le he dejado mis hijitas en herencia. Y tengo seis.
– Diez soles a Sandra, por el mismo motivo que a las otras-levanta el índice, escribe Pantaleón Pantoja-.
Lleva tu convoy hacia el embarcadero, Chupito. Buen viaje y a trabajar con temperamento y convicción, muchachas.
– Convoy a Puerto América, nos fuimos-manda Chupito-. Cojan sus maletines. Y ahora, en dirección a Dalila, vuela volando, chuchupitas.
– Los convoyes dos y tres salen en Eva dentro de una hora-da parte Chuchupe-. En el dos, Bárbara, Peludita, Penélope y Lalita. Lo llevo yo, a la guarnición Bolognesi, en el río Mazan.
– ¿Y si con tanto susto por el niñito crucificado, el cadete nace fenómeno?-hace pucheros Pochita-. Qué tragedia tan horrible sería, Panta.
– Y el tecelo sigue conmigo aguas aliba, hasta Campo Yavali-surca el aire con la mano el Chino Porfirio-.
La vuelta el jueves a mediodía, señol Pantoja.
– Bien, vayan embarcando y a portarse como se pide chumbeque -hace adiós a las visitadoras Pantaleón Pantoja-. Ustedes vengan un momento a mi oficina, Chino y Chuchupe. Tengo que hablarles.
– ¿Cinco chicas más? Qué buena noticia, señor Pantoja-se frota las manos Chuchupe-. Apenas regrese este convoy, se las consigo. No habrá ninguna dificultad, hay lluvia de solicitantes. Ya se lo he dicho, nos estamos haciendo famosos.
– Muy mal hecho, nosotros no debemos salir de la clandestinidad-muestra el cartel que dice "En boca cerrada no entran moscas" Pantaleón Pantoja-. Preferiría que me trajeras unas diez candidatas, para elegir yo a las cinco mejores. A cuatro, en realidad, porque la otra, he pensado…
– ¡En Olguita la Blasileña!-esculpe senos, caderas, muslos el Chino Porfirio-. Una idea luminosa, señol Pan Pan. Ese monumento nos da la fama. Vuelvo del viaje y con las mismas se la busco.
– Búscala ahorita y me la traes sin más-se ruboriza, cambia de voz Pantaleón Pantoja-. Antes de que Moquitos la enrole para sus bulines. Tienes todavía una hora, Chino.
– Vaya, qué apuradito, señor Pantoja-rezuma mermelada, azúcar, merengue Chuchupe-. Me están dando unas ganas de volver a verle la cara a la bella Olguita.
– Cálmate, amor, no pienses más en eso-se preocupa, recorta un cartón, lo pintarrajea, lo cuelga Panta-.
Desde ahora, queda terminantemente prohibido hablar en esta casa del niño crucificado y de los locos del Arca.
Y para que no se te olvide a ti tampoco, mamá, voy a clavar un cartel.
– Encantada de verlo de nuevo, señor Pantoja-se come todo con los ojos, se curva, perfuma el aire, pía la Brasileña -. Así que ésta es la famosa Pandilandia. Vaya, había oído hablar tanto y no podía imaginarme cómo sería.
– ¿La famosa qué?-avanza la cabeza, acerca una silla Pantaleón Pantoja-. Siéntate, por favor.
– Pantilandia, así le llama la gente a esto-abre los brazos, luce las axilas depiladas, se ríe la Brasileña -.
No sólo en Iquitos, por todas partes. Oí hablar de Pantilandia en Manaos. Qué nombrecito raro ¿vendrá de Disneylandia?
– Me temo que más bien venga de Panta-la observa de arriba abajo, de lado a lado, le sonríe, se pone serio, sonríe de nuevo, transpira el señor Pantoja-. Pero tú no eres brasileña sino peruana ¿no? Por tu manera de hablar, al menos.
– Nací aquí me pusieron eso porque he vivido en Manaos-se sienta, se sube la falda, saca una polvera, se empolva la nariz, los hoyuelos de las mejillas la Brasileña -. Pero, ya ve, todos vuelven a la tierra en que nacieron, como en el vals.
– Mejor sacas de ahí ese cartel, hijito-se tapa los ojos la señora Leonor-. Eso de estar leyendo "Prohibido hablar del mártir" hace que Pochita y yo no hablemos de otra cosa todo el santo día. Tienes unas ideas, Panta.
– ¿Y qué cosas se dicen de Pantilandia?-tamborilea en el escritorio, se hamaca en el asiento, no sabe qué hacer con sus manos Pantaleón Pantoja-. ¿Qué has oído por ahí?
– Exageran mucho, no se le puede creer a la gente-cruza las piernas, los brazos, hace dengues, guiños, se humedece los labios mientras habla la Brasileña -. Figúrese que en Manaos decían que era una ciudad de varias manzanas y con centinelas armados.
– Bueno, no te decepciones, sólo estamos comenzando-sonríe, se muestra amable, sociable, conversador Pantaleón Pantoja-. Te advierto que, por lo pronto, ya tenemos un buco y un hidroavión. Pero esa publicidad internacional sí que no me gusta nada.
– Decían que había trabajo para todo el mundo en condiciones fabulosas-alza y baja los hombros, juega con sus dedos, agita las pestañas, cimbra el cuello, ondea los cabellos la Brasileña -. Por eso me ilusioné y tomé el barco. En Manaos dejé a ocho amigas de una casa buenísima haciendo maletas para venirse a Pantilandia. Se van a llevar la misma prendida que yo.
– Si no te importa, te ruego que llames a este lugar el centro logístico en vez de Pantilandia-se esfuerza por parecer serio, seguro y funcional el señor Pantoja-. ¿Te explicó Porfirio para qué te he hecho venir?
– Me adelantó algo-frunce la nariz, las pestañas, entorna los párpados, incendia las pupilas la Brasileña -.
¿Es verdad que hay posibilidades de trabajo para mí?
– Sí, vamos a ampliar el Servicio-se enorgullece, contempla un panel con gráficos Pantaleón Pantoja-.
Empezamos con cuatro, luego aumentamos a seis, a ocho, a diez, y ahora habrá quince visitadoras. Quién sabe algún día seremos eso que se dice.
– Me alegro mucho, ya pensaba regresarme a Manaos porque veía aquí la cosa negra-se muerde los labios, se limpia la boca, se examina las uñas, sacude una mota de polvo de su falda la Brasileña -. Me pareció que no le había hecho buena impresión el día que nos conocimos en "La lámpara de Aladino Panduro".
– Te equivocas, me hiciste muy buena, muy buena-ordena lápices, cartapacios, abre y cierra los cajones del escritorio, tose Pantaleón Pantoja-. Te habría contratado antes, pero no lo permitía el presupuesto.
– ¿Y se pueden saber el sueldo y las obligaciones, señor Pantoja?-estira el cuello, hace un ramillete con sus manos, trina la Brasileña.
– Tres convoyes semanales, dos por aire y uno por barco-enumera Pantaleón Pantoja-. Y diez prestaciones mínimas por convoy.
– ¿Convoyes son los viajes a los cuarteles? -se asombra, palmotea, suelta una carcajada, hace un guiño pícaro, se disfuerza la Brasileña -. Y prestaciones deben ser, ay, qué risa.
– Ahora que déjame decirte una cosa, Alicia-besa la estampita del niño-mártir la señora Leonor-. Si, hicieron una monstruosidad sin nombre. Pero, en el fondo, no era maldad sino miedo. Estaban aterrados con tanta lluvia y creyeron que con el sacrificio Dios aplazaría el fin del mundo. No querían hacerle daño, pensaban que era mandarlo derechito al cielo. ¿No has visto cómo en todas las arcas que descubre la policía, le han levantado altares?
– En cuanto al porcentaje, es 50% de lo deducido a los clases y soldados por planilla-escribe en una hoja, se la entrega, puntualiza Pantaleón Pantoja-. El otro 50% se invierte en mantenimiento. Y ahora, aunque sé que contigo no es necesario, porque lo que vales, hmm, está a la vista, tengo que cumplir con la norma. Quítate el vestido un segundo, por favor.
– Ay, qué lástima-pone cara de duelo, se levanta ensaya unos pasos de maniquí, hace un mohín la Brasileña -. Estoy con mi cosa, señor Pantoja, me vino ayer justamente. ¿Le importaría entrar por la puerta falsa, esta vez? En el Brasil les encanta, incluso lo prefieren.
– Sólo quiero verte, darte el visto bueno-queda rígido, palidece, encrespa las cejas, articula Pantaleón Pantoja-. Es el examen de presencia que deben pasar todas. Tienes una imaginación calenturienta.
– Ah, bueno, ya decía yo dónde va a ser la cosa, si aquí no hay ni siquiera una alfombra da un golpecito con el pie en el entarimado, sonríe aliviada, se desviste, dobla su ropa, posa la Brasileña – ¿Le parezco bien?
Estoy un poco flaquita, pero en una semana recupero mi peso. ¿Cree que tendré éxito con los soldaditos?
– Sin la menor duda-mira, asiente, se estremece, carraspea Pantaleón Pantoja-. Tendrás más que Pechuga, nuestra estrella. Bueno, aprobada, ya puedes vestirte
– Y no sólo eso, señora Leonor-examina la imagen, se persigna Alicia-. Figúrese que, además de estampitas y oraciones, también han comenzado a aparecer estatuas del niñito-mártir. Y dicen que en vez de disminuir, ahora hay más hermanos del Arca que antes.
– ¿Qué hacen ustedes ahí?-brinca del asiento, va a trancos hacia la escalerilla, acciona furioso Pantaleón Pantoja-. ¿Con qué permiso? ¿No saben que cuando tomo examen está terminantemente prohibido subir al puesto de mando?
– Es que lo busca un señor que se llama Sinchi, señor Pantoja -tartamudea, queda boquiabierto Sinforoso Caiguas.
– Que es urgente y muy importante, señor Panta-observa hipnotizado Palomino Rioalto.
– Fuera de aquí los dos-les obstruye la visión con su cuerpo, da un manazo en la baranda, estira el brazo Pantaleón Pantoja-. Que ese sujeto espere. Fuera, prohibido mirar.
– Bah, no se moleste, a mí no me importa, esto no se gasta-se va poniendo la enagua, la blusa, la falda la Brasileña -. ¿Así que usted se llama Panta? Ahora entiendo lo de Pantilandia. Ah, las ocurrencias de la gente.
– Mi nombre de pila es Pantaleón, como mi padre y mi abuelo, dos militares ilustres-se emociona, se acerca a la Brasileña, aluga dos dedos hacia los botones de su blusa el señor Pantoja-. Ten, deja que te ayude.
– ¿No podrías aumentarme el porcentaje a 70%? -ronronea, retrocede hasta pegarse contra él, le echa su aliento a la cara, busca con la mano y aprieta la Brasileña -. La casa está haciendo una buena adquisición, te lo demostraré cuando se me pase la cosa. Sé comprensivo, Panta, no te arrepentirás.
– Suelta, suelta, no me agarres ahí-da un brinquito, se inflama, se avergüenza, se irrita Pantaleón Pantoja-.
Tengo que advertirte dos cosas: no puedes tutearme sino tratarme de usted, como todas las visitadoras. Y nunca más esas confianzas conmigo.
– Pero si tenía la bragueta hinchadita, fue para hacerle un favor, no quise ofenderlo-se compunge, apena, asusta la Brasileña -. Perdóneme, señor Pantoja, le juro que nunca más.
– Por una excepción especialísima te daré el 60%, considerando que eres un aporte de categoría para el Servicio-se arrepiente, se serena, la acompaña hasta la escalerilla Pantaleón Pantoja-. Y, además, porque viniste desde tan lejos. Pero ni una palabra, me crearías un lío terrible con tus compañeras.
– Ni una, señor Pantoja, será un secretito-entre los dos, un millón de gracias-recobra la risa, las gracias, las coqueterías, baja los peldaños la Brasileña -. Ahora me voy, ya veo que tiene vista. ¿Cuando nadie nos oiga podré decirle señor Pantita? Es más bonito que Pantaleón o que Pantoja. Adiós, hasta lueguito.
– Claro que me parece horrible lo que hicieron, Pochita-levanta el matamoscas, espera unos segundos, golpea y ve caer al suelo el cadáver la señora Leonor-.
Pero si los conocieras como yo, te darías cuenta que no son malos de naturaleza. Ignorantes sí, no perversos.
Yo los he visitado en sus casas, hablado con ellos: zapateros, carpinteros, albañiles. La mayoría ni siquiera saben leer. Desde que se hacen hermanos ya no se emborrachan ni engañan a sus mujeres ni comen carne ni arroz.
– Encantado, mucho gusto, choque esos cinco-hace una reverencia japonesa, cruza el puesto de mando como un emperador, chupa su puro y sopla humo el Sinchi-. A sus órdenes, para todo lo que se le ofrezca.
– Buenos días-olfatea la atmósfera, se desconcierta, tiene un acceso de tos Pantaleón Pantoja-. Tome asiento. ¿En qué puedo servirle?
– Ese portento de mujer que me encontré en la puerta me dio mareos-señala la escalera, silba, se entusiasma, fuma el Sinchi-. Caramba, me habían dicho que Pantilandia era el paraíso de las mujeres y veo que es cierto. Qué lindas flores crecen en su jardín, señor Pantoja.
– Tengo mucho trabajo y no puedo malgastar mi tiempo, así que apúrese-respinga, coge un cartapacio y trata de disipar la nube que lo envuelve Pantaleón Pantoja-. En cuanto a eso de Pantilandia, le prevengo que no me hace gracia. No tengo sentido del humor.
– El nombre no lo inventé yo, sino la fantasía popular-abre los brazos y discursea como ante una rugiente multitud el Sinchi-, la imaginación loretana, siempre tan buida y sápida, tan ingeniosa. No lo tome a mal, señor Pantoja, hay que ser sensitivo para con las creaciones populares.
– Me está usted dando miedo, señora Leonor-se toca la barriga Pochita-. Aunque se haya salido del Arca, en el fondo sigue siendo hermana, con qué cariño habla de ellos. Ojalá nunca se le ocurra crucificar al cadetito.
– ¿Usted no dirige un programa en Radio Amazonas?-tose, se ahoga, se seca los ojos llorosos Pantaleón Pantoja-. ¿A las seis de la tarde?
– Yo mismo, aquí tiene a la famosísima Voz del Sinchi en persona-engola la voz, empuña un micro invisible, declama el Sinchi-. Terror de autoridades corrompidas, azote de jueces venales, remolino de la injusticia, voz que recoge y prodiga por las ondas las palpitaciones populares.
– Sí, en alguna ocasión he oído su programa, ¿bastante popular, no?-se pone de pie, va en busca de aire puro, respira con fuerza Pantaleón Pantoja-. Muy honrado con su visita. Qué se le ofrece.
– Soy un hombre de mi tiempo, desprejuiciado, progresista, así que vengo a echarle una mano-se levanta, lo persigue, lo arrebosa de humo, le tiende unos dedos fláccidos el Sinchi-. Además, me cae usted simpático, señor Pantoja, y sé que podemos ser buenos amigos. Yo creo en las amistades a primera vista, mi olfato no me falla. Quiero servirlo.
– Muy agradecido -se deja sacudir, palmear los hombros, se resigna a volver al escritorio, a seguir tosiendo Pantaleón Pantoja-. Pero, la verdad, no necesito sus servicios. Al menos por el momento.
– Eso es lo que se cree, hombre cándido e inocente -abarca todo el espacio con un ademán, se escandaliza medio en serio medio en broma el Sinchi-. En este enclave erótico vive lejos del mundanal ruido y, por lo visto, no se entera de las cosas. No sabe lo que se anda diciendo por las calles, los peligros que lo rodean.
– Dispongo de muy poco tiempo, señor-mira la hora, se impacienta Pantaleón Pantoja-. O me indica de una vez lo que quiere o me hace el favor de irse.
– Si no le exiges que me pida disculpas, no pongo más los pies en esta casa-llora, se encierra en su cuarto, no quiere comer, amenaza la señora Leonor-. ¡Crucificar a mi futuro nieto! ¿Crees que voy a aguantarle una malacrianza así, por más nerviosa que esté con su embarazo?
– Estoy sometido a presiones irresistibles-aplasta el puro en el cenicero, lo despedaza, se atlige el Sinchi-. Amas de casa, padres de familia, colegios, instituciones culturales, iglesias de todo color y pelo, hasta brujas y ayahuasqueros. Soy humano, mi resistencia tiene un límite.
– Qué chanfaina es ésa, de qué me habla-sonríe viendo desvanecerse la última nubecilla de humo Pantaleón Pantoja-. No entiendo palabra, sea más explícito y vaya al grano de una vez.
– La ciudad quiere que hunda a Pantilandia en la ignominia y que lo mande a usted a la quiebra-sintetiza risueñamente el Sinchi-. ¿No sabía que Iquitos es una ciudad de corazón corrompido pero de fachada puritana? El Servicio de Visitadoras es un escándalo que sólo un tipo progresista y moderno como yo puede aceptar.
El resto de la ciudad está espantado con esta vaina y, hablando en cristiano, quiere que lo hunda.
– ¿Que me hunda?-se pone muy serio Pantaleón Pantoja-. ¿A mí? ¿Que hunda al Servicio de Visitadoras?
– No existe nada lo bastante sólido en toda la Amazonía que La Voz del Sinchi no pueda echar abajo-da un tincanazo en el vacío, resopla, se envanece el Sinchi-. Modestia aparte, si yo le pongo la puntería, el Servicio de Visitadoras no dura una semana y usted tendrá que salir pitando de Iquitos. Es la triste realidad, mi amigo.
– O sea que ha venido a amenazarme-se endereza Pantaleón Pantoja.
– Nada de eso, al contrario-da estocadas a fantasmas, se ciñe el corazón como un tenor, cuenta billetes que no existen el Sinchi-. Hasta ahora he resistido las presiones por espíritu combativo y por una cuestión de principios. Pero, en adelante, puesto que yo también tengo que vivir y el aire no alimenta, lo haré por una compensación mínima. ¿No le parece justo?
– O sea que ha venido a chantajearme-se pone de pie, se demacra, vuelca la papelera, corre hacia la escalerilla Pantaleón Pantoja.
– A ayudarlo, hombre, pregunte y verá la fuerza ciclónica de mi emisión-saca músculos, se levanta, se pasea, gesticula el Sinchi-. Tumba jueces, subprefectos matrimonios, lo que ataca se desintegra. Por unos cuantos miserables soles, estoy dispuesto a defender radialmente al Servicio de Visitadoras y a su cerebro creador.
A dar la gran batalla por usted, señor Pantoja.
– Que me pida disculpas a mí esa vieja bruja que no entiende chistes-rompe tazas, se tira bocabajo en la cama, araña a Panta, solloza Pochita-. Entre tú y ella me van a hacer perder el bebe a punta de colerones.
¿Crees que se lo dije en serio, pedazo de idiota? Fue de mentiras, fue bromeando.
– ¡Sinforoso! ¡Palomino!-da palmadas, grita Pantaleón Pantoja-. ¡Sanitario!
– Qué le pasa, nada de ponerse nervioso, cálmese-queda quieto, suaviza la voz, mira a su alrededor alarmado el Sinchi-. No necesita responderme de inmediato. Haga sus consultas, averigüe quién soy yo y discutimos la próxima semana.
– Sáquenme a este zamarro de aquí y zambullanlo en el río-ordena a los hombres que aparecen corriendo en la boca de la escalera Pantaleón Pantoja-. Y no le vuelvan a permitir la entrada al centro logístico.
– Oiga, no se suicide, no sea inconsciente, yo soy un superhombre en Iquitos-manotea, empuja, se defiende, se resbala, se aleja, desaparece, se empapa el Sinchi-.
Suéltenme, qué significa esto, oiga, se va a arrepentir, señor Pantoja, yo venía a ayudarlo. ¡Yo soy su amigoooo!
– Es un gran zamarro, sí, pero su programa lo oyen hasta las piedras-curiosea una revista abandonada en una mesa del "Lucho's Bar" el teniente Bacacorzo-.
Ojalá que ese remojón en el Itaya no le traiga problemas, mi capitán.
– Prefiero los problemas antes que ceder a un sucio chantaje-un titular que pregunta "¿Sabe quién es y qué hace el Yacuruna?" intriga al capitán Pantoja-. He dado parte al Tigre Collazos y estoy seguro que él comprenderá. Más bien, me preocupa otra cosa, Bacacorzo.
– ¿Las diez mil prestaciones, mi capitán?-"Un príncipe o demonio de las aguas que provoca los remolinos o malos pasos de los ríos" se llega a leer entre los dedos del teniente Bacacorzo-. ¿Subieron a quince mil con el calorcito del verano?
– Las habladurías-"Cabalga en el lomo de los caimanes o sobre la piel de las gigantescas boas del río" dice una ilustración sobre la que ha inclinado la cabeza el capitán Pantoja-. ¿Cierto que hay tantas? Aquí, en Iquitos. Sobre el Servicio, sobre mi persona.
– Anoche me soñé otra vez lo mismo, Panta-se toca la sien Pochita-. A ti y a mí nos crucificaban en la misma cruz, uno de cada lado. Y la señora Leonor venía y nos clavaba una lanza, a mí en la barriga y a ti en el pajarito. ¿Qué sueño más loco, no amor?
– Es usted él hombre más famoso de la ciudad, naturalmente-"Calza sus pies con la caparazón de las tortugas" asegura una frase interrumpida por el codo del teniente Bacacorzo-. El más odiado por las mujeres, el más envidiado por los hombres. Y Pantilandia, con su perdón, el centro de todas las conversaciones. Pero como usted no ve a nadie y sólo vive para el Servicio de Visitadoras, qué le importa.
– No me importa por mí sino por la familia-"Y en las noches duerme protegido por cortinas hechas con alas de mariposas" consigue leer por fin el capitán Pantoja-. Mi esposa es muy sensible y en su estado actual, si descubre esto, le haría una impresión tremenda. Y no se diga a mi madre.
– A propósito de habladurías-arroja la revista al suelo, se vuelve, recuerda el teniente Bacacorzo-. Tengo que contarle algo muy gracioso. Scavino ha recibido a una comisión de vecinos notables de Nauta, encabezados por el Alcalde. Venían a traerle un memorial, jajá.
– Consideramos un privilegio abusivo que el Servicio de Visitadoras sea exclusividad de los cuarteles y de las bases de la Naval -se cala los lentes, mira a sus compañeros, adopta una postura solemne y lee el alcalde Paiva Runhui-. Exigimos que los ciudadanos mayores de edad y con libreta militar de los abandonados pueblos amazónicos, tengan derecho a utilizar ese Servicio, y a las mismas tarifas reducidas que los soldados.
– Ese Servicio solo existe en sus mentes podridas, mis amigos-lo interrumpe, les sonríe, los mira con benevolencia, con afecto paternal el general Scavino-. ¿Cómo se les ocurre pedir audiencia para semejante disparate?
Si la prensa se enterara de esta petición, no le duraría mucho la Alcaldía, señor Paiva Runhui.
– Estamos dando el mal ejemplo a los civiles, llevando tentaciones a pueblos que vivían en una pureza bíblica-se demuda el padre Beltrán-. Espero que cuando lean este memorial, se les tuerza la cara de vergüenza a los estrategas de Lima.
– Escucha esto y cáete de espaldas, Tigre-estruja el teléfono, lee el memorial con ira el general Scavino-.
Ya empezó a circular la noticia por todas partes, mira lo que piden esos tipos de Nauta. Se nos viene encima el escándalo que tanto te advertí.
– Qué cuentas saca con los dedos-alza la presa de pollo y da un mordisco el teniente Bacacorzo-. Como dice Scavino, ustedes los de Intendencia terminan siempre con la locura matemática.
– Vaya conchudos, antes protestaban porque la tropa se tiraba a sus mujeres y ahora porque les hacen falta mujeres para tirarse juguetea con un secante el Tigre Collazos-. No hay manera de tenerlos contentos, lo que les gusta es protestar. Ponlos de patitas en la calle y no les recibas solicitudes tan cojudas, Scavino.
– Horror de los horrores-se cuelga la servilleta en el pecho. condimenta la ensalada con aceite y vinagre, empuña el tenedor y come el capitán Pantoja-. Si ampliaran el Servicio a los civiles, teniendo en cuenta la población masculina de la Amazonía la demanda subiría de diez mil a un millón de prestaciones mensuales cuando menos.
– Tendría que importar visitadoras del extranjero-liquida los últimos restos de carne, deja el hueso blanquísimo, bebe un trago de cerveza, se limpia la boca y las manos y delira el teniente Bacacorzo-. La selva se convertiría en un solo bulín y usted, en su oficinita del Itaya, tomaría el tiempo de ese diluvio de polvos con un millón de cronómetros. Confiese que le gustaría, mi capitán.
– No te imaginas lo que he visto, Pochita-pone la canasta en el repostero, saca un paquete y lo ofrece Alicia-. En la panadería de Abdón Laguna, que es hermano, han comenzado a hacer panes del mártir de Moronacocha. Les llaman los panes- niño y la gente los compra a montones. Te traje uno, mira.
– Te pedí diez y me traes veinte-observa desde la baranda las cabezas lacias, crespas, morenas, pelirrojas, castañas Pantaleón Pantoja-. ¿Crees que voy a pasarme el día tomando examen a las candidatas, Chuchupe?
– No es mi culpa-va bajando la escalerilla prendida del pasamanos Chuchupe-. Se corrió la voz que había cuatro vacantes y empezaron a salir mujeres como moscas de todos los barrios. Hasta de San Juan de Munich y de Tamshiyaco vinieron. Qué quiere, señor Pantoja, a todas las chicas de Iquitos les gustaría trabajar con nosotros.
– La verdad es que no lo entiendo-baja tras ella mirando las rollizas espaldas, las gelatinosas nalgas, las tuberosas pantorrillas Pantaleón Pantoja-. Aquí ganan poco y les sobra trabajo. ¿Qué caramelo las atrae tanto? ¿El buen mozo de Porfirio?
– La seguridad, señor Pantoja-señala con la cabeza los vestidos multicolores, los grupos que zumban como enjambres de abejas Chuchupe-. En la calle no hay ninguna. Para las lavanderas, a un día bueno siguen tres malos, nunca vacaciones y no se descansa el domingo.
– Y el Mocos es un negrero en sus bulines-las hace callar con un silbido y les indica que se acerquen Chupito-. Las mata de hambre, las trata mal y a la primera quemada a su casa. No sabe lo que es consideración ni humanidad.
– Aquí es distinto-se endulza, se toca los bolsillos Chuchupe-. Siempre hay clientes, las jornadas son de ocho horas y usted lo tiene todo tan organizado que a ellas les encanta. ¿No ve que hasta las multas le aguantan sin chistar?
– Lo cierto es que el primer día me dio un poco de aprensión-corta, pone mantequilla, mermelada, prueba un bocado y mastica la señora Leonor-, pero que le vamos a hacer, el pan-niño es el más rico de Iquitos. ¿A ti no te parece, hijito?
– Bueno, vamos a seleccionar a esas cuatro-decide Pantaleón Pantoja-. Qué esperas, hazlas formar Chino.
– Sepálense un poco, muchachas, pa que se luzcan mejol-coge brazos, presiona espaldas, hace avanzar, retroceder, ladearse, coloca, mide el Chino Porfirio-.
Las enanitas delante y las gigantas detlás.
– Aquí las tiene, señor Pantoja-brinca de un lado a otro, indica silencio, da ejemplo de seriedad, las alinea Chupito-. Ordenadas y formalitas. A ver, chicas, volteen a la derecha. Así, muy bien. Ahora a la izquierda, muestren su lindo perfil.
– ¿Que suban una pol una a su oficina pal examen calatitas, señol?-se acerca y le susurra al oído el Chino Porfirio.
– Imposible, me demoraría toda la mañana-mira su reloj, reflexiona, se anima, da un paso al frente y las encara Pantaleón Pantoja-. Voy a pasar revista colectiva, para ganar tiempo. Escúchenme bien, todas: si alguna tiene reparos en desvestirse en público, salga de la fila y la veré después. ¿Ninguna? Tanto mejor.
– Todos los hombres afuera-abre el portón del embarcadero, los azuza, les da empellones, regresa Chuchupe-. Rápido, flojos ¿no han oído? Sinforoso, Palomino, enfermero, Chino. Tú también, Chupón. Cierra esa puerta, Pichuza.
– Abajo faldas, blusas y sostenes, me hacen el favor -se coge las manos a la espalda y camina muy grave escudriñando, sopesando, comparando Pantaleón Pantoja-. Pueden quedarse en calzón, las que llevan.
Ahora, media vuelta en el mismo sitio. Eso mismo. Bueno vamos a ver. Una pelirroja, tú. Una morena, tú. Una oriental tú. Una mulata, tú. Listo, cubiertas las vacantes. Las otras, déjenle la dirección a Chuchupe, tal vez haya una nueva oportunidad pronto. Muchas gracias y hasta la próxima.
– Las seleccionadas, aquí mañana a las nueve en punto, para la revista médica-anota calles y números, las acompaña hasta la salida, las despide Chuchupe-. Bien bañaditas, muchachas.
– A ver, a ver, sírvanse esto calientito que si no, no es rico-distribuye los platos de sopa humeante la señora Leonor-. El famoso timbuche loretano, por fin me animé a hacerlo. ¿Qué tal me salió, Pocha?
– Qué buen gusto ha tenido para elegirlas, señor Pan Pan -sonríe con malicia, mira chispeando, canta la Brasileña -. De todos los colores y sabores. Sáqueme de la curiosidad ¿no tiene miedo que viendo tanta calata un día se acostumbre y ya no sienta nada con las mujeres?
Dicen que les pasa a algunos médicos.
– Está riquísimo, señora Leonor-toma la temperatura con la punta de la lengua, sorbe una cucharada Pochita-. Se parece mucho a lo que en la costa llamamos chilcano.
– ¿Estás tratando de tomarme el pelo, Brasileña? -arruga las cejas Pantaleón Pantoja-. Te advierto que ser un hombre serio no es ser un cojudo, no te equivoques.
– La diferencia es que todos los pescados de esta sopita son del Amazonas y no del Océano Pacífico-vuelve a llenar los platos la señora Leonor-. Paiche, palometa y gamitana. Uy, qué gustosa.
– Es usted el que se equivoca, no estoy tomándole el pelo sino haciéndole una broma-hace una caída de pestañas, quiebra la cadera, palpita los senos, modula la Brasileña -. ¿Por qué no me deja ser su amiga? Apenas le hablo se pone chúcaro, señor Pan-Pan. Cuidadito, mire que soy como los cangrejos, me encanta ir contra la corriente. Si me basurea tanto, me voy a enamorar de usted.
– Uf, pero qué calor da-se abanica con la servilleta, se toma el pulso Pochita-. Pásame el ventilador, Panta. Me ahogo.
– Ese calor no es del timbuche, sino del cadetito-le toca el vientre, le acaricia la mejilla Panta-. Debe estar bostezando, estirándose. A lo mejor es esta noche, chola. Buena fecha: 14 de marzo.
– Ojalá no sea antes del domingo-mira el calendario Pochita-. Que primero llegue la Chichi, quiero que esté aquí cuando el parto.
– Según mis cálculos todavía no has salido de cuentas-transpira, acerca la cara congestionada a las aspas susurrantes la señora Leonor-. Te falta lo menos una semana.
– Claro que sí, mamá ¿no has visto el organigrama de mi cuarto? Será entre hoy y el domingo-chupa las espinas de pescado, frota el plato con un pedazo de pan, toma agua Panta-. ¿Le hiciste caso al doctor, caminaste un poco hoy? ¿Con tu inseparable Alicia?
– Sí, fuimos hasta " La Favorita " a tomar un helado -resopla Pochita-. Oye, de veras ¿tú sabes qué es eso de Pantilandia, amor?
– ¿Eso de qué?-se inmovilizan las manos, los ojos, la cara de Pantita-. ¿Cómo has dicho, amor?
– Algo cochino, se me ocurre-recibe el aire del ventilador suspirando Pochita-. Unos tipos hacían chistes colorados en " La Favorita " sobre las mujeres de, oye, qué gracioso, ¡Pantilandia es como si viniera de Panta!
– Achis, hmmm, pshhh-se atora, estornuda, lagrimea, tose Pantita.
– Toma un poco de agua-le coge la frente, le alcanza un pañuelo, le alza los brazos la señora Leonor-.
Eso te pasa por comer tan rápido, siempre te lo digo. A ver, unos golpecitos en la espalda, otro trago de agüita.
SVGPFA
Instrucciones para los centros usuarios
El Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines se permite hacerle llegar estas instrucciones, que, de ser estrictamente aplicadas, permitirán a su unidad aprovechar de manera racional y fructífera los servicios del SVGPFA y a este organismo cumplir su misión con eficacia y prontitud:
1. Apenas alertado por el SVGPFA de la llegada del convoy, el jefe de la unidad hará disponer los emplazamientos de las visitadoras, los mismos que deberán reunir las siguientes características: techados, no contiguos, dotados de cortinas que los protejan de miradas indiscretas y aseguren una luz pobre o penumbra y de mecheros o focos provistos de pantallas rojas o recubiertas de trapos o papeles de dicho color por si las prestaciones son nocturnas. Cada emplazamiento estará equipado de: camastro con colchón de paja o jebe, revestido de hule o lona impermeable y sabana; silla, banco o clavo para colocar las prendas de vestir; bacinica o recipiente que haga sus veces como balde o lata grande; lavador con su respectivo depósito de agua limpia; un jabón; una toalla; un rollo de papel higiénico- un irrigador con tripa y vitoque. Se sugiere añadir algún complemento estético femenino, como ramo de flores, grabado o dibujo artístico, para imprimirle una atmósfera atrayente. Aunque conviene que la unidad tenga listos los emplazamientos a la llegada de las visitadoras, para el arreglo de los mismos el oficial responsable puede asesorarse por el jefe del convoy, quien le brindará toda la ayuda necesaria.
2. El oficial responsable tomará las providencias para que el convoy permanezca en su unidad el tiempo estrictamente suficiente al cumplimiento de sus funciones y no lo prolongue sin razón. Desde su llegada hasta su partida los miembros del convoy deberán mantenerse dentro del recinto de la unidad, no permitiéndoseles en ningún caso tener contacto con el elemento civil de las localidades vecinas, ni dentro de la unidad alternar con los clases y soldados fuera del período
de la prestación. Antes y después de la misma, las visitadoras quedaran acuarteladas en sus emplazamientos y no podrán compartir los ranchos con la tropa, ni departir con los soldados, ni visitar las instalaciones de la plaza. A fin de que la presencia del convoy pase desapercibida del elemento civil de las cercanías, se aconseja impedir el ingreso a la unidad a toda persona ajena a la misma durante la permanencia en ella de las visitadoras. La unidad tiene obligación de proporcionar gratuitamente albergue y tres alimentos (desayuno, almuerzo y comida) a todos los miembros del convoy.
3. Se aconseja no anunciar a los clases y soldados la venida del convoy hasta la llegada del mismo, pues la experiencia ha demostrado que si la noticia se comunica con anticipación, cunde en la tropa una ansiedad y un nerviosismo que perjudica notoriamente el cumplimiento de sus obligaciones. Apenas llegado el convoy, el jefe de la unidad establecerá una lista de usuarios, exclusivamente entre clases y soldados, autorizando para ello a todos éstos a solicitar ser candidatos. Conocidas las candidaturas, procederá a eliminar de la lista a quienes padezcan cualquier enfermedad infecto contagiosa, y muy en especial de tipo venéreo (gonorrea, chancro) y a quienes domicilien ácaros, chinches, piojos, ladillas y demás variedades de anopluros. Se aconseja hacer pasar una visita médica a los candidatos.
4. Elaborada la lista de usuarios, se hará conocer de éstos a las visitadoras presentes y se los conminará a manifestar sus preferencias. Como, a juzgar por la experiencia, la elección espontánea nunca permite una distribución equitativa de usuarios por visitadora, el jefe de la unidad utilizará el método que crea mejor (sorteo, méritos y deméritos según foja de servicios) para dividir a los usuarios en grupos parejos por visitadora, teniendo en cuenta que cada una de éstas tiene el compromiso de asegurar un mínimo de diez prestaciones en cada unidad. Excepcionalmente, si el número de usuarios supera esa cifra, se romperá el principio de equidad y simetría atribuyendo un mayor número de usuarios a la visitadora más solicitada o menos fatigada del convoy.
5. Establecidos los grupos, se procederá a sortear el orden de ingreso de cada usuario en el emplazamiento y se instalarán controladores en la puerta de los mismos. El tiempo máximo por prestación es de veinte minutos. Excepcionalmente, en las unidades donde el número de usuarios no alcance a cubrir la cifra mínima laboral de las visitadoras (diez) se podrá extender el tiempo de la prestación a treinta minutos pero en ningún caso más. En las instrucciones previas, se debe advertir a los usuarios que la prestación será del tipo considerado normal, no estando obligada la visitadora a satisfacer ninguna demanda de carácter insólito o aberrante, fantasías antinaturales, perversiones o caprichos fetichistas. No se permitirá a ningún usuario repetir la prestación ni con la misma ni con diferente visitadora.
6. A fin de distraer y preparar a los usuarios mientras se hallan esperando turno para entrar al emplazamiento, el jefe del convoy les distribuirá material impreso adecuado, de carácter fotográfico y literario, el mismo que deberá ser devuelto a los controladores al ingresar el usuario donde la visitadora y en el mismo estado que lo recibió. La destrucción o el deterioro de grabados y textos serán sancionados con multas y privación de futuras prestaciones del SVGPFA.
7. El SVGPFA tratará siempre de hacer llegar los convoyes a los centros usuarios de tal modo que
las prestaciones puedan efectuarse a las horas más convenientes (el atardecer o la noche), es decir terminadas las tandas del servicio diurno, pero si ello no es posible por razones de tiempo o distancia, el jefe de la unidad permitirá que las prestaciones tengan lugar de día y no retendrá el convoy en espera de la oscuridad.
8. Una vez terminadas las prestaciones, el jefe de la unidad enviará al SVGPFA un parte estadístico, cuidadosamente verificado, con los siguientes datos: (a) número exacto de usuarios atendidos por cada visitadora; (b) nombre y apellido de cada usuario con el número de la foja de servicios y boleta de cargo con el descuento correspondiente en la planilla; (c) un breve informe sobre el comportamiento de los miembros del convoy (jefe, visitadoras, personal de transporte) durante su estancia en la unidad y (d) crítica constructiva y sugerencias para la mejora del SVGPFA.
Firmado:
capitán EP (Intendencia) PANTALEÓN PANTOJA,
V.B. general EP FELIPE COLLAZOS,
jefe de Administración, Intendencia y Servicios
Varios del Ejército.
Parte estadístico
Lagunas, 2 de septiembre de 1957
El capitán EP Alberto J. Mendoza R. tiene el agrado de enviar al SVGPFA, el siguiente parte sobre el paso del convoy número 16 por el campamento Lagunas (río Huallaga) a su mando:
El convoy número 16 llegó al campamento Lagunas el jueves 1 de septiembre, a las 15 horas, procedente de Iquitos, en el transporte fluvial Eva y partió a las 19 horas del mismo día en dirección al campamento Puerto Arturo (sobre el mismo río Huallaga). Presidía el convoy la señora Leonor Curinchila, Chuchupe, y lo integraban las visitadoras Dulce María, Lunita, Pichuza, Bárbara, Penélope y Rita. Conforme instrucciones, se dividió a los 83 usuarios en seis grupos (cinco de catorce hombres y uno de trece) que fueron atendidos por las mencionadas visitadoras dentro de los plazos reglamentarios y a su entera satisfacción. En vista de que la menos solicitada por la tropa fue la visitadora Dulce María, se le asignó a ella el grupo de sólo trece hombres. Adjunto lista de los 83 usuarios con nombre, apellido, número de foja de servicios y boleta de descuento por planilla. El comportamiento del convoy durante su permanencia en Lagunas fue correcto. Sólo se registró un incidente, a la llegada del barco, al reconocer el número Reinaldino Chumbe Quisqui entre las visitadoras a una hermana materna suya (la denominada Lunita) y proceder a insultarla e
impartirle un castigo corporal, felizmente de leves consecuencias, antes de ser contenido por la guardia. El número Chumbe Quisqui fue privado de la prestación y encerrado en el calabozo con seis días de rigor por su mal carácter y proceder, pero luego amnistiado de esta segunda parte del castigo a instancias de su hermana materna Lunita y de las otras visitadoras. El suscrito se permite sugerir al SVGPFA, organismo cuya labor encomian todos los clases y soldados, que estudie la posibilidad de ampliar sus servicios a los suboficiales, por haberlo solicitado éstos repetidamente, y de crear una brigada especial de visitadoras de alta categoría para oficiales solteros o con familia residiendo lejos de la región a donde sirven.
S.e.uo.
Firmado:
capitán EP ALBERTO J. MENDOZA R.
SVGPFA
Parte número quince
ASUNTO GENERAL: Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines.
ASUNTO ESPECÍFICO: Celebración y balance del primer aniversario e Himno de las Visitadoras.
CARACTERÍSTICAS: secreto.
FECHA Y LUGAR: Iquitos, 16 de agosto de 1957.
El suscrito, capitán EP (Intendencia) Pantaleón Pantoja, jefe del Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines, respetuosamente se presenta ante el general Felipe Collazos, jefe de Administración, Intendencia y Servicios Varios del Ejército, lo saluda y dice:
1. Que con motivo de celebrarse el día 4 de este mes el primer aniversario del SVGPFA, el suscrito se permitió ofrecer al personal masculino y femenino de este organismo, un sencillo almuerzo de camaradería en el local del río Itaya, que, para no gravar demasiado el magro presupuesto del Servicio, fue elaborado por un grupo voluntario de visitadoras bajo la dirección de nuestra jefe de personal, doña Leonor Curinchila (a) Chuchupe. Que en el transcurso del ágape no sólo se fraternizó sanamente con alegría y humor, mientras se degustaban las excelencias de la cocina amazónica -el menú constó de la célebre sopa de maní de la región, el Inchic Capi, Juane de arroz con gallina helados de cocona y, como bebida, cerveza-sino que, asimismo, se aprovechó esta conmemoración para hacer un alto en el camino, pasar revista a lo cosechado por el Servicio en su primer año de vida e intercambiar apreciaciones, sugerencias y críticas positivas, siempre con los ojos de la mente puestos en el mejor cumplimiento de la tarea que el Ejército nos tiene confiada.
2. Que, en resumen, el balance de este primer año del SVGPFA-sintetizado por el suscrito ante sus colaboradores en una breve alocución, a los postres del agape-contabiliza un total de 62.160 prestaciones ofrecidas por el Servicio a los clases y soldados de nuestras unidades de frontera y a la marinería de las bases navales amazónicas, guarismo que, aunque muy por debajo de la demanda, constituye un modesto éxito para el Servicio: dicha cifra prueba que, en todo momento, el SVGPFA utilizó su potencia operativa al máximo de su rendimiento-ambición suprema de toda empresa productora-como se desprende de la descomposición del total de 62.160 prestaciones en sus sumandos componentes. Que, en efecto, los dos primeros meses, cuando el SVGPFA contaba apenas con cuatro visitadoras, el volumen de prestaciones alcanzó a 4.320,lo que arroja un promedio de 540 prestaciones mensuales por visitadora, es decir veinte diarias, marca que (la superioridad recordará el parte número uno enviado por el suscrito) caracteriza a las visitadoras de máxima eficiencia. Que, en el cuarto y quinto mes, cuando el equipo de visitadoras era de seis miembros, las prestaciones ascendieron a 6.480, lo que da, asimismo, una media de una veintena de prestaciones diarias por unidad de trabajo. Que los meses quinto, sexto y séptimo representan 13.560 prestaciones, o sea siempre un promedio diario de veinte por cada una de las ocho visitadoras que constituían el personal del SVGPFA. Que en el octavo, noveno y décimo mes, el ritmo se mantuvo idéntico-máximo nivel de eficacia-pues las 16.200 prestaciones de ese trimestre
tabulan también promedios de veinte para las diez visitadoras del SVGPFA, en tanto que estos dos últimos meses las 21.600 prestaciones realizadas indican una vez más que las veinte visitadoras con que contamos en la actualidad han sabido mantener ese alto promedio sin inflexión alguna. Que el suscrito se permitió concluir su alocución conmemorativa felicitando al personal del SVGPFA por su buen comportamiento y regularidad en el trabajo y exhortándolo a redoblar esfuerzos para alcanzar en el futuro metas más altas de rendimiento tanto cuantitativas como cualitativas.
3. Que en un gesto simpático, luego del brindis final por el SVGPFA, las visitadoras cantaron ante el suscrito una obrita musical secretamente compuesta por ellas para la ocasión y que propusieron fuera adoptada como Himno de este Servicio. Que el suscrito accedió a dicha solicitud, luego de ser interpretado el Himno varias veces con verdadero entusiasmo por todas las visitadoras, medida que espera sea ratificada por la superioridad, teniendo en cuenta la conveniencia de estimular las iniciativas que, como ésta, denotan interés y cariño del personal por el organismo del que forman parte, fomentan el espíritu fraternal indispensable para la realización de las tareas conjuntas y revelan una alta moral, espíritu joven y aún algo de ingenio y picardía, que, en pequeñas dosis por supuesto, nunca están de más para añadir sal y pimienta a la tarea realizada.
4. Que ésta es la letra de la aludida composición, la misma que debe ser entonada con la música de la universalmente conocida " La Raspa ":
HIMNO DE LAS VISITADORAS
Servir, servir, servir
Al Ejército de la Nación
Servir, servir, servir
Con mucha dedicación
Hacer felices a los soldaditos
– ¡Vuela volando, chuchupitas!-
Y a los sargentos y a los cabitos
Es nuestra honrosa obligación
Servir, servir, servir
Al Ejército de la Nación
Servir, servir, servir
Con mucha dedicación
Por eso vamos contentas y alegres
En los convoyes de nuestro Servicio
– sin pelearnos, sin meter vicio-con Chinito, Chuchupe o Chupon
Servir, servir, servir
Al Ejército de la Nación
Servir, servir, servir
Con mucha dedicación
En la tierra, en la hamaca, en la hierba
Del cuartel, campamento o solar
Damos besos, abrazos y afines
Cuando lo ordena el superior
Servir, servir, servir
Al Ejército de la Nación
Servir, servir, servir
Con mucha dedicación
Cruzamos selvas, ríos y cochas
Ni al otorongo, ni al puma ni al tigre
Tenemos ningún temor
Porque nos sobra patriotismo
Hacemos riquísimo el amor
Servir, servir, servir
Al Ejército de la Nación
Servir, servir, servir
Con mucha dedicación
Y ahora a callar visitadoras
Hay que partir a trabajar
Dalila nos está esperando
Y Eva loquita por zarpar
Adiós, adiós, adiós
Chinito, Chuchupe y Chupón
Adiós, adiós, adiós
Señor Pantaleón
Dios guarde a Usted.
Firmado:
capitán RP (Intendencia) PANTALEÓN PANTOJA
C.C. al general Roger Scavino, Comandante en Jefe de la V. Región (Amazonía).
ANOTACIÓN:
Comuníquese al capitán Pantoja que la Administración, Intendencia y Servicios Varios del Ejército, ratifica sólo provisionalmente su decisión de reconocer el Himno de las Visitadoras concebido por el personal femenino del SVGPFA, pues hubiera preferido que dicha letra fuera coreada con música de alguna canción del rico acervo folklórico patrio, en vez de utilizar una melodía foránea como es " La Raspa ”: sugerencia que deberá ser tomada en cuenta en el porvenir.
Firmado:
general FELIPE COLLAZOS,
Jefe de Administración, Intendencia y Servicios
Varios del Ejército.
Mensaje radial en clave del alférez EP Alberto Santana, jefe del Puesto de Horcones (sobre el
río Napo), captado en el Campamento Militar Vargas Guerra de Iquitos y transmitido al destinatario (c.c. a la Comandancia de la V Región, Amazonía).
Ruego comunicar al capitán EP (Intendencia) Pantaleón Pantoja, jefe del Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines, el siguiente mensaje:
1. En mi nombre y en el de los suboficiales, clases y soldados del Puesto de Horcones, le hago llegar nuestra más sincera felicitación por el nacimiento de su hijita Gladys y nuestros votos por la felicidad y muchos éxitos en la vida de la flamante heredera, siendo la causa de lo tardío de esta congratulación el habernos enterado del venturoso suceso sólo ayer, con motivo de la llegada a Horcones del convoy SVGPFA número 11.
2. Asimismo, en mi nombre y en el de todos los soldados a mi mando le participo nuestra solidaridad más fraternal y nuestra repulsa y decidida condena por las pérfidas insinuaciones y viborescas sugerencias que contra el Servicio de Visitadoras viene haciendo desde hace algún tiempo el programa La Voz del Sinchi, de Radio Amazonas, el mismo que, en prueba de nuestra indignación, ya no se escuchará más en el Puesto de Horcones, radiándose ahora a la tropa por el altavoz la emisión Música y Cantos del Ayer de Radio Nacional.
Muy agradecido,
Alférez EP ALBERTO SANTANA,
jefe del Puesto de Horcones (sobre el río Napo)
Oficio del jefe de la Guarnición de Borja, coronel EP Peter Casahuanqui, al Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Fronteras y Afines.
Borja, 1 de octubre de 1957
El coronel EP Peter Casahuanqui, jefe de la Guarnición de Borja, lamenta tener que comunicar al SVGPFA que, durante la permanencia en esta unidad del convoy número 25, presidido por el sujeto apodado Chupito e integrado por las visitadoras Coca, Peludita, Flor y Maclovia, permanencia que debió prolongarse ocho días debido a la inclemencia del tiempo que impedía despegar al hidroavión Dalila de las aguas del Marañón, se han registrado algunos incidentes que a continuación pormenoriza:
1. A fin de impedir que al terminar las prestaciones (efectuadas con normalidad el día de la llegada del convoy) las visitadoras tuvieran contactos extra reglamentarios con la tropa, se las acuarteló a todas en la sala de suboficiales debidamente acondicionada para ello. Gracias a una oportuna denuncia, esta jefatura fue informada que el piloto de Dalila, alias Loco, preparaba un ilícito negocio, ya que había propuesto a los suboficiales de Borja, prestaciones de las visitadoras mencionadas, a cambio de dinero. Sorprendidos en plena operación en horas de la noche, tres suboficiales de la unidad recibieron castigos de rigor, el sujeto apodado Loco quedo encerrado en el calabozo hasta la partida del convoy y las visitadoras fueron amonestadas.
2. Al tercer día de la estancia del convoy en la Guarnición de Borja, pese a la severa vigilancia tendida en torno al emplazamiento donde se hallaba concentrado, se registró la fuga conjunta de la visitadora Maclovia y del jefe de la guardia encargada de la protección del convoy, sargento primero Teófilo Gualino. Inmediatamente se tomaron las disposiciones necesarias para la persecución y captura de los prófugos, quienes, se descubrió, habían huído apoderándose delictuosamente de un deslizador de la Guarnición.
Luego de dos días de intensas búsquedas, los fugitivos fueron hallados en la localidad de Santa María de Nieva, donde habían recibido protección y amparo en un refugio clandestino de los Hermanos del Arca, después de atravesar milagrosamente, teniendo en cuenta el tiempo reinante y lo embravecido del río (por intercesión divina del niño mártir de Moronacocha, según creencia ingenua de la pareja) los Pongos del Marañón. El refugio de los fanáticos del Arca fue denunciado a la Guardia Civil, la que procedió a efectuar una redada, por desgracia sin éxito, pues los hermanos y hermanas consiguieron internarse en el monte. Los desertores de Borja, en cambio, sí fueron detenidos, pretendiendo al principio oponer resistencia, pero el grupo de caza, al mando del alférez Camilo Bohórquez Rojas, los redujo fácilmente. Se comprobó entonces, por documentos decomisados a los interfectos, que ese mismo día en la mañana habían contraído matrimonio, ante el Teniente Gobernador de Santa María de Nieva, por lo civil, y ante el capellán de la Misión por lo religioso. El sargento primero Teófilo Gualino ha sido despojado de todos sus grados retrocedido a la condición de soldado raso, castigado con ciento veinte días de calabozo a pan y agua, y consignada su reprobable acción en su foja de servicios con la calificación "falta gravísima". En cuanto a la visitadora Maclovia, es devuelta al centro logístico para que el SVGPFA le imponga la sanción que crea Justa.
Dios guarde a Usted.
Firmado:
coronel EP PETER CASAHUANQUI
jefe de la Guarnición de Borja (sobre el río Marañón)
Iquitos, 12 de octubre de 1957
Amigo Pantoja:
La paciencia, como todo lo que es humano, tiene su límite. No quiero insinuar que abusa usted de la mía, pero cualquier observador imparcial diría que la pisotea, pues ¿cómo calificar si no el silencio pétreo que han merecido todos los mensajes verbales y amistosos que le he mandado en las últimas semanas con sus empleados Chupito, Chuchupe y Chino Porfirio? La cosa es tristemente simple, tiene que entenderlo y aprender a distinguir de una vez entre sus amigos y quienes no lo son, o, perdóneme señor Pantoja, su floreciente negocio se irá a pique. La ciudad entera me exige que arremeta contra usted y contra lo que todas las personas decentes de Iquitos consideran un escándalo sin precedentes ni atenuantes. Ya sabe que soy hombre de mi tiempo, dispuesto a verlo, hacerlo y conocerlo todo antes de morir y capaz, en aras del progreso, de aceptar que en esta hermosa tierra loretana donde vi la luz, florezca una industria como la suya. Pero incluso yo, con mi mente ancha, no puedo menos que comprender a quienes se asustan, se persignan y ponen el grito en el cielo. Al principio eran sólo cuatro, amigo Pantoja, y ahora ¿veinte, treinta, cincuenta?, y usted lleva y trae a las pecadoras por los aires y por los ríos de la Amazonía. Sepa que al pueblo se le ha metido entre ceja y ceja que su negocio se cierre. Las familias no duermen en paz sabiendo que a poca distancia de sus casas, a la vista de sus menores hijas, hay ese absceso de desenfreno y vicio, y usted seguramente se habrá percatado que el gran acontecimiento de todos los niños de Iquitos es ir al Itaya a ver partir y llegar el barco y el hidroavión con su variopinto cargamento. Ayer mismo me lo comentaba, con lágrimas en los ojos, el director del Colegio San Agustín, ese viejecito tan santo como sabio, el Padre José María.
Acepte la realidad: la vida y la muerte de su millonario negocio están en mis manos. Hasta ahora he resistido las presiones y me he limitado, de cuando en cuando, para aplacar algo la cólera de la ciudadanía, a lanzar discretas advertencias, pero si continúa en su incomprensión y terquedad y si antes de fin de mes no está en mi poder lo que me es debido, no habrá para su empresa, ni para su cerebro y gerente, más que guerra a muerte, sin piedad ni compasión, y ambos sufrirán las fatales consecuencias.
De estas y otras muchas cosas me hubiera gustado platicar amistosamente con usted, señor Pantoja. Pero temo su carácter, sus intemperancias, esos malos modos que tiene, y, además, con una sonrisa en los labios déjeme decirle que dos zambullidas forzadas en las sucias aguas del Itaya son lo máximo que este su servidor puede tomar a broma y perdonar: a la tercera le respondería como hombre, pese a que a mí no me gusta la violencia.
Ayer lo vi, amigo Pantoja, de tardecita, paseándose por la avenida González Vigil, muy cerca del Asilo de Ancianos. Iba a acercarme a saludarlo pero lo noté tan bien acompañado y viviendo un momento tan tierno, que no lo hice, pues sé ser discreto y comprensivo. Me alegró mucho reconocer a la bella damita que usted tenía cogida de la cintura y que le daba esos mordisquitos tan cariñosos en la oreja. Pero si resulta que no es su gentil esposa, dije para mi capote, sino esa joya de mujer importada de Manaos por este industrial emprendedor, la de pasado tan glorioso. Tiene usted un exquisito gusto, señor Pantoja, y entérese que todos los hombres de la ciudad lo envidiamos, porque la Brasileña es lo más tentador y apetecido que haya pisado Iquitos, dichoso usted y también los soldaditos. ¿Se dirigían a ver el crepúsculo en el lindo lago de Morona, a jurarse eterno amor en el barranco donde fue crucificado el niño mártir, como se ha puesto de moda hacerlo entre los enamorados de esta tierra?
Un cordial apretón de manos de quien ya sabe,
XXX
SVGPFA
Parte número dieciocho
ASUNTO GENERAL: Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines.
ASUNTO ESPECÍFICO: Incidentes ocurridos al convoy número 25, en Borja, entre el 22 y el 30 de septiembre de 1957.
CARACTERÍSTICAS: secreto.
FECHA Y LUGAR: Iquitos, 6 de octubre de 1957.
El suscrito, capitán EP (Intendencia) Pantaleón Pantoja, jefe del Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines, respetuosamente se presenta ante el general Felipe Collazos, jefe de Administración, Intendencia y Servicios Varios del Ejército, lo saluda y dice:
1. Que, respecto a los graves acontecimientos registrados en la Guarnición de Borja, a los que se refiere el oficio del coronel EP Peter Casahuanqui que le adjunta, el SVGPFA ha efectuado una minuciosa investigación que ha permitido establecer los hechos siguientes:
a. Durante los ocho días que permaneció el convoy número 25 en Borja (22 al 30 de septiembre), el tiempo en toda esa región no dejó absolutamente nada que desear, resplandeciendo el sol, no lloviendo ni una sola vez y estando las aguas del río Marañón muy tranquilas, según los partes meteorológicos de la Fuerza Aérea Peruana y de la Armada Peruana que se acompañan.
b. Las declaraciones de todos los miembros del convoy número 25 coinciden en afirmar de manera
categórica que su permanencia en Borja se debió a que la hélice de Dalila fue aviesamente desmontada por manos ignotas, a fin de impedir la partida del avión y retener al convoy en Borja, puesto que al octavo día la hélice reapareció montada en el aparato de la misma manera misteriosa.
c. Asimismo, todos los miembros del convoy número 25 coinciden en afirmar que durante los ocho días de estacionamiento obligatorio en Borja, las visitadoras Coca, Peludita, Flor y Maclovia (esta última sólo mientras estuvo en la Guarnición, claro está) fueron inducidas a conceder prestaciones diarias y repetidas a todos los oficiales y suboficiales de la unidad, en contra del reglamento del SVGPFA que exceptúa de sus beneficios a los mandos altos e intermedios, y sin que dichas prestaciones fueran económicamente retribuidas.
d. El piloto de Dalila asegura que la razón de su encierro en el calabozo de Borja fue, exclusivamente, haber intentado impedir que las visitadoras brindaran las prestaciones antirreglamentarias y
adhonorem que se les exigían, las que suman, según cálculos aproximados de ellas mismas, la elevada cifra de 247.
e. El suscrito quiere hacer constar que no comunica los resultados de esta investigación con el ánimo de contradecir el testimonio del coronel EP Meter Casahuanqui, destacado jefe del Ejército a quien estima y respeta, sino como una simple colaboración encaminada a ampliar el informe de dicho jefe y a que resplandezca toda la verdad.
2. De otro lado, tiene el honor de hacerle saber que la investigación llevada a cabo por el SVGPFA sobre la fuga y posterior matrimonio de la visitadora Maclovia con el ex sargento primero Teófilo Gualino, coincide matemáticamente con la versión contenida en el oficio del coronel EP Peter Casahuanqui, alegando sólo la suscrita que el ex sargento Gualino y ella se apoderaron de un deslizador de la Guarnición en calidad de préstamo, por ser el río el único medio de salir de Borja,
y que era su firme intención devolverlo en la primera oportunidad. La visitadora Maclovia ha sido expulsada del SVGPFA, sin indemnizaciones y sin carta de recomendación por su irresponsable comportamiento.
3. El suscrito se permite hacer observar a la superioridad que el origen de estos incidentes, como de la mayoría que se han registrado pese a los esfuerzos del SVGPFA y de los oficiales responsables de los centros usuarios, es la dramática falta de efectivos de este Servicio. El equipo de veinte (20) visitadoras (diecinueve en la actualidad, pues la dicha Maclovia no ha sido aún reemplazada), no obstante la dedicación y buena voluntad de todos los colaboradores del SVGPFA, es totalmente insuficiente para cubrir la absorbente demanda de los centros usuarios, a los que no podemos atender como sería nuestro deseo, sino, con perdón de la expresión, a cuentagotas, y este racionamiento motiva ansiedad, sentimientos de frustración y, a veces, actos precipitados y lamentables. Una vez más el suscrito se permite exhortar a la superioridad a que dé un paso vigoroso y audaz, consintiendo en que el SVGPFA aumente su equipo operacional de veinte (20) a treinta (30) visitadoras, lo que significará un progreso importante en pos de la todavía remota cobertura de la llamada por la ciencia "plenitud viril" de nuestros soldados de la Amazonía.
Dios guarde a Usted.
Firmado:
capitán EP (Intendencia) PANTALEÓN PANTOJA
Adjuntos: oficio del coronel EP Peter Casahuanqui, jefe de la Guarnición de Borja (sobre el río Marañón) y dos (2) partes meteorológicos de la FAP y de la AP.
ANOTACIÓN:
Transmítase el anterior informe del capitán Pantoja al general Roger Scavino, comandante en jefe de la V Región, con las siguientes instrucciones:
1. Efectuar una investigación inmediata y detallada sobre lo ocurrido en la Guarnición de Borja, entre el 22 y el 30 de septiembre, con el convoy número 25 del SVGPFA y castigar severamente a quienes resulten responsables, y
2. Acceder a la solicitud del capitán Pantoja y suministrar al SVGPFA los fondos necesarios para que aumente su equipo operacional de veinte a treinta visitadoras.
Firmado:
general FELIPE COLLAZOS, jefe de Administración, Intendencia y Servicios Varios del Ejército.
Lima, 10 de octubre de 1957
Oficio confidencial del contralmirante AP Pedro G. Carrillo, jefe de la Fuerza Fluvial del Amazonas, al general EP Roger Scavino, comandante en jefe de la V Región (Amazonía).
Base de Santa Clotilde, 2 de octubre de 1957
De mi consideración:
Tengo el honor de hacerle saber que hasta mí han llegado, desde las diferentes bases que la Armada tiene dispersas por la Amazonía, manifestaciones de sorpresa y descontento, tanto de la marinería como de la oficialidad, en relación con el Himno del Servicio de Visitadoras. Los hombres que visten el inmaculado uniforme de la Naval lamentan que el autor de la letra de dicho Himno no haya creído necesario mencionar ni una sola vez a la Armada Peruana y a la marinería, como si esta institución no fuera también auspiciadora de dicho Servicio, al que, ¿es preciso recordarlo?, contribuimos con un barco transporte y su respectiva tripulación, y con un porcentaje equitativo de los gastos de mantenimiento, habiendo cotizado hasta ahora con puntualidad sin tacha los honorarios que nos han sido fijados por las prestaciones requeridas.
Convencido de que esta omisión es únicamente atribuible a descuido y azar y que no ha habido en
ella ánimo alguno de ofender a la Armada ni fomentar un sentimiento de postergación entre la marinería respecto a sus colegas del Ejército, le hago llegar este oficio, junto con mis saludos y la súplica de remediar, si está en sus manos, la deficiencia que le participo, pues, aunque pequeña y banal, podría ser causa de susceptibilidades y resquemores que no deben enturbiar jamás la relación entre instituciones hermanas.
Dios guarde a Usted.
Firmado:
contralmirante AP PEDRO G. CARRILLO,
jefe de la Fuerza Fluvial del Amazonas
ANOTACIÓN:
Entérese del contenido del precedente oficio al capitán Pantoja, repréndasele por la inexcusable falta de tacto de que ha hecho gala el SVGPFA en el asunto en cuestión y ordénesele dar debidas y prontas satisfacciones al contralmirante Pedro G. Carrillo y a los compañeros de la Armada Nacional.
Firmado:
general ROGER SCAVINO,
Comandante en jefe de la V Región (Amazonía)
Iquitos, 4 de octubre de 1957
Requena, beintidos Octuvre de mil 957.
Baliente Sinshi:
Requinta en tu emizión asote de la injusticia de "Radio Amasona" que todos aquí oyimos y te aplaudyimos, porque los nabales de la Base de Santa Ysabelita se trayen aquí sus putas desde iquitos, en un señor barco de nombre Eba y se dan sus baños de agua rica ayi entre ellos, y no permyten que nadie se las toque y las despashan sin que nosotros, la juventu progresista de Requena, podamos hacelles nada. ¿Es justo eso, Baliente Sinshi? Ya fuyimos una comisión de hombres deste pueblo, llendo a la cabeza el propio alcalde Teófilo Morey, a protestalle al jefe de la Base de Santa Ysabelita, pero este covarde nos negó todo diciendo como boy permitir a los jóvenes de Requena que nos casharamos a las Bisitadoras si las Bisitadoras no existían, jurando encima por el niño mártir este ereje. Como si no tubiéramos ojos ni oyidos, Sinshi, qué te parece la consha. ¿Por qué los nabales sí y nosotros no? ¿Acaso no tenemos pishula? Metele letra a esto en tu emizión, Baliente Sinshi, haslos temblar y dales contra el zuelo.
Tus ollentes
ARTIDORO SOMA
NEPOMUCENO QUILCA
CAIFÁS SANSHO
Con esta cartyta te mandamos de regalo un lorito que es un Piko de Oro como tú, Sinshi.
SVGPFA
Parte número veintiséis
ASUNTO GENERAL: Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines.
ASUNTO ESPECÍFICO: Explicación de intenciones y trastornos del Himno de las Visitadoras.
CARACTERÍSTICAS: secreto.
FECHA Y LUGAR: Iquitos, 16 de octubre de 1957.
El jefe, capitán EP (Intendencia) Pantaleón Pantoja, jefe del Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines, respetuosamente se presenta ante el contralmirante AP Pedro G. Carrillo, jefe de la Fuerza Fluvial del Amazonas, lo saluda y dice:
1. Que deplora profundamente el imperdonable descuido por el cual la letra del Himno de las Visitadoras no hace mención explícita de la gloriosa Armada Nacional y de la esforzada marinería que la integra. Que no como justificación sino como simple cociente informativo quiere hacerle saber que este himno no fue encargado por la jefatura del SVGPFA, sino espontánea creación del personal y que se adoptó de manera impremeditada y algo ligera, sin someterlo a una previa evaluación crítica de forma y contenido. Que en todo caso, si no en la letra, en el espíritu de dicho
Himno, al igual que en la mente y en el corazón de quienes laboramos en el SVGPFA, se hallan siempre presentes las bases de la Armada y su marinería, a quienes todos en este Servicio profesamos el mayor cariño y el más alto respeto;
2. Que se ha procedido a solventar las deficiencias del Himno, enriqueciéndolo con las siguientes modificaciones:
a. El coro o estribillo, que se canta cinco veces intercalado a las estrofas, se cantará tres veces (la
primera, la tercera y la quinta) en su factura original, es decir:
Servir, servir, servir
Al Ejército de la Nación
Servir, servir, servir
Con mucha dedicación
La segunda y la cuarta vez, el coro o estribillo se cantará renovado en su segundo verso de esta
manera:
Servir, servir, servir
A la Armada de la Nación
Servir, servir, servir
Con mucha dedicación
b. La primera estrofa del Himno queda definitivamente modificada, anulándose el tercer verso que decía "Y a los sargentos y a los cabitos" y reemplazándolo del siguiente modo:
Hacer felices a los soldaditos
– ¡Vuela volando, chuchupitas!-
a los valientes marineritos
Es nuestra honrosa obligación
Dios guarde a Usted.
Firmado:
capitán EP (Intendencia) PANTALEÓN PANTOJA
c.c. al general Felipe Collazos, jefe de Administración, Intendencia y Servicios Varios del Ejército y
al general Roger Scavino, comandante en jefe de la V Región (Amazonía).
Parte estadístico
El coronel EP Máximo Davila se complace en enviar al SVGPFA el siguiente informe sintético sobre la visita que su convoy número 32 efectuó a la Guarnición de Barranca (sobre el río Marañón):
Fecha de la visita del convoy número 32: 3 de noviembre de 1957.
Medio de transporte y personal: Barco Eva. Jefe del convoy: Chino Porfirio. Visitadoras: Coca, Pechuga, Lalita, Sandra, Iris, Juana, Loreta, Brasileña, Roberta y Eduviges.
Permanencia en la Guarnición: seis (6) horas, de las 14 a las 20.
Número de usuarios y desarrollo de las prestaciones: Ciento noventidós (192) usuarios, divididos y servidos del siguiente modo: un grupo de diez (10) hombres, consignado a la visitadora Brasileña (pese a ser la más ambicionada por los hombres del regimiento se acató la disposición del SVGPFA de asignar a esta visitadora solo el número reglamentario mínimo de usuarios); un grupo de veintidós (22) hombres, consignado a la visitadora Pechuga (por ser la segunda en popularidad en el regimiento) y ocho grupos de veinte (20) hombres cada uno, consignados a las restantes visitadoras. Esta repartición se efectuó luego de cancelado el imprevisto que se refiere más adelante.
Como era preciso que Eva zarpara antes del oscurecer debido a los rápidos nocturnos que en esta época se forman frente a Barranca, se acortó el tiempo máximo de permanencia del usuario en el emplazamiento de veinte a quince minutos, de modo que toda la operación terminara antes de ocultarse el sol, lo que felizmente se obtuvo.
Apreciación: Las prestaciones fueron plenamente gratas a los usuarios, lamentando algunos, sólo, el recorte de tiempo debido a la razón ya expuesta, y siendo la conducta del convoy número 32 del todo correcta, como ha sido hasta ahora la de todos los convoyes del SVGPFA que hemos tenido el agrado de recibir en la Guarnición de Barranca.
Imprevistos: La Asistencia Médica de esta unidad descubrió, viajando en el convoy número 32, tramposamente vestido de mujer, a un polizonte, quien, entregado a la Prevención e interrogado, resultó ser el individuo Adrián Antúnez, (a) Milcaras, el mismo que, se reveló, es protector o macró de la visitadora denominada Pechuga. El polizonte confesó haber sido introducido en el barco Eva por su protegida y haber obtenido bajo amenazas el consentimiento del jefe del convoy y el silencio de las demás visitadoras para llevar a cabo su estrambótico intento. Con el engaño de las ropas de
mujer, se mintió a la tripulación que se trataba de una visitadora nueva llamada Adriana, descubriéndose la superchería cuando, al llegar a Barranca, la supuesta Adriana inventó una enfermedad ante su primer cliente, el número Rogelio Simonsa, para no brindar la prestación por el sitio debido, proponiendo en cambio realizarla de manera sodomita o contranatura. El número Simonsa, entrando en sospechas, denunció lo ocurrido y la falsa Adriana fue examinada a la fuerza
por el enfermero de guardia, haciéndose patente su verdadero sexo. El polizonte aseguró al principio haber ideado esta pantomima para controlar más de cerca los ingresos de la visitadora Pechuga (de los cuales recibe el 75%) pues sospechaba que ella le hacía cuentas mañosas a fin de retacearle su participación. Pero luego, ante la incredulidad de los interrogadores, confesó que siendo invertido pasivo desde hace muchos años, su verdadera intención había sido practicar su vicio con la tropa, para demostrarse a sí mismo que podía suplantar con creces a una mujer en funciones de visitadora. Todo lo cual fue corroborado por su propia conviviente Pechuga. No siendo competencia de esta unidad tomar una decisión sobre el particular, el individuo Adrián Antúnez, (a) Milcaras, es devuelto esposado y custodiado en el barco Eva al centro logístico, para que la jefatura del SVGPFA adopte las medidas que más convengan.
Sugerencia: Que se estudie la posibilidad de enviar los convoyes del SVGPFA a los centros usuarios con más frecuencias, por el buen efecto que las prestaciones tienen en la tropa.
Firmado:
coronel EP MÁXIMO DÁVILA, jefe de la Guarnición de Barranca (sobre el río Marañón)
Se adjunta: lista de usuarios con nombre, apellido, número de foja de servicios y boleta de descuento, y polizonte Adrián Antúnez, (a) Milcaras.
Iquitos, I de noviembre de 1957
Respetable señora Pantoja:
Muchas veces he llegado hasta su puerta para tocarla, pero arrepentida cada vez me he vuelto a casa de mi prima Rosita, llorando, porque acaso no nos ha amenazado siempre tu esposo diciendo han de ir al infierno antes que acercarse a mi hogar. Pero estoy desesperada y viviendo ya el infierno, señora, compadézcase de mí, hoy que es el día de nuestros muertos queridos. De aquí me voy a rezar a la iglesia de Punchana por todos tus muertos, señora Pantoja, sé buena, yo sé que usted lo es, he visto lo linda que es tu hijita con su carita tan santa como la del niño mártir de Moronacocha. Le contaré que cuando nació tu hijita todas tuvimos tanta alegría allá en Pantilandia, le hicimos su fiesta a tu esposo y lo emborrachamos para que estuviera más feliz con la bebita, ha de ser como un angelito de alma blanca venido del cielo, nos decíamos entre nosotras. Así ha de ser, yo lo sé, me lo sé, me lo secretea el corazón. Usted me conoce, una vez me vio hace como un año o más, esa lavandera que hizo entrar a su casa por equivocación, creyendo que iba a lavarle la ropa. Esa soy yo, señora. Ayúdame, sea buena con la pobre Maclovia, estoy muriéndome de hambre y el pobre Teófilo allá en Borja, me lo tienen preso en el calabozo, a pan y agua me dice en una carta que me trajo un amigo, el pobrecito, todo su pecado es quererme, haga algo por mí, te lo voy a agradecer hasta mi muerte. ¿Cómo quiere pues que viva, señora, si su marido me botó de Pantilandia?
Diciendo que me había portado mal allá en Borja, que yo lo había invencionado para que se escapara conmigo al Teófilo. No fui yo, fue él, me dijo huyámonos a Nieva, que me perdonaba que fuera puta, que me había visto llegar a Borja y el corazón le había hablado diciendo: "Apareció la mujer que andas buscando por la vida."
Tengo un techo gracias al corazón de mi prima Rosita, pero ella también es pobre y no puede mantenerme, señorita, ella te está escribiendo esta carta por mí porque yo no sé. Compadézcase que Dios te lo premiará en el cielo y lo mismo a tu hijita, la he visto en la calle dando sus pasitos y he pensado un niño dios, qué ojitos. Tengo que volver a Pantilandia, háblale a tu marido, que me perdone y me contrate de nuevo. ¿Acaso no le he trabajado siempre bien? ¿Qué disgusto le he dado al señor Pantoja desde que estoy con él? Ninguno, pues sólo éste, unito en un año acaso es
tanto. ¿No tengo derecho a querer a un hombre? ¿A él no se le cae la baba cuando la Brasileña le hace sus mañoserías? Cuídate, señora, esa mujer es mala, ha vivido en Manaos y las putas de allá son bandidas, seguro le estará dando cocimiento a tu marido para tenerlo embrujado y aquí, en un puño. Además, ya se han matado por ella dos hombres, un gringuito santo, dicen y el otro un estudiante. ¿Acaso no lo tiene ya al señor Pan Pan que le saca lo que quiere? Cuídese, esa mujer es capaz de quitártelo y sufrirías, señora. Rezaré para que no te pase.
Háblale, ruégale, señora Pantoja. A mi Teófilo me lo van a tener preso todavía muchos meses y yo quiero ir a verlo pues, lo extraño, en las noches lloro dormida pensando en él. Es mi marido ante Dios, señora, nos casó un padre viejecito, allá en Nieva. Y en el Arca de allá clavamos una gallinita en prenda de amor y de fidelidad. Él no era hermano pero yo sí, desde que vino a Iquitos el Hermano Francisco, Dios lo bendiga, fui a oírlo y me convertí. Yo lo convertí a Teófilo, y se hizo hermano al ver cómo los hermanos nos ayudaron allá en Nieva. Los pobres, por darnos de comer y prestarnos una hamaca han tenido que irse al monte, dejando sus casas y sus animalitos y las cositas que tenían. ¿Es justo que se persiga así a la gente buena que cree en Dios y hace el bien?
¿Cómo voy a ir a ver a Teófilo si no tengo plata para el barco? Y dónde voy a trabajar, el Moquitos es muy rencoroso, no quiere recibirme porque lo deje para entrar a Pantilandia. De lavandera otra vez no quiero, es matador el cansancio y se tiene encima a la policía que se tira todo lo que una gana. No hay donde ir, señora. Bésalo y amáñate bien, como las mujeres sabemos, harás que me perdone y yo iré de rodillas a besarte tus pies. Pienso en mi Teófilo allá en Borja y quiero matarme, clavarme una espinita de chambira en el corazón como hacen los chunchos en las tribus y se acabó la pena, pero mi prima Rosita no me deja y además sé que ni Dios nuestro Señor ni el Hermano Francisco, su capataz aquí en la tierra, me lo perdonarían, ellos quieren a todas las criaturas, hasta a una puta la quieren. Apiádese de mí y que me contrate de nuevo, nunca más le daré el menor colerón, te lo juro por tu hijita, voy a rezar por ella hasta ponerme ronca, señora. Me llamo Maclovia, el ya sabe.
Le agradezco tanto, pues, señora Pantoja, que Dios se lo pague, le beso los pies y lo mismo a tu hijita, con toda mi devoción,
MACLOVIA
Solicitud de baja del Ejército del comandante (CCC) Godofredo Beltrán Calila, jefe del Cuerpo de Capellanes Castrenses de la V Región (Amazonía).
Iquitos, 4 de diciembre de 1957
General de Brigada Roger Scavino
Comandante en jefe de la V Región (Amazonía)
Presente.
Mi general:
Cumplo el penoso deber de solicitar por su intermedio mi baja inmediata del Ejército Peruano, en cuyas filas tengo el honor de servir hace dieciocho años, es decir desde el mismo año en que me ordené sacerdote, y en el que he alcanzado, quiero creer que por mis merecimientos, el grado de comandante. Asimismo, cumplo el tristísimo imperativo moral de devolver al Ejército, a través de Usted, mi superior inmediato, las tres condecoraciones y las cuatro citaciones honrosas con las que, a lo largo de mis años de servicio en el sacrificado y postergado Cuerpo de Capellanes Castrenses (CCC), las Fuerzas Armadas han querido alentar mis esfuerzos y rendir mi gratitud.
Siento la obligación de dejar claramente puntualizado, que la razón de mi apartamiento de esta institución y de estas medallas y diplomas, es la ominosa existencia, como organismo semiclandestino de nuestro Ejército, del llamado Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines, eufemístico nombre que cintura, en realidad, un activo y creciente tráfico de rameras entre Iquitos y los campamentos militares y bases navales de la Amazonía. Ni como sacerdote ni como soldado puedo admitir que el Ejército de Bolognesi y de Alfonso Ugarte, que ha constelado la Historia del Perú de acciones nobles y de héroes insignes, descienda al vergonzoso extremo de prohijar en su seno, subvencionándolo con su propio presupuesto y poniendo a su servicio su logística y su cuerpo de Intendentes, al amor mercenario. Sólo quiero recordar la paradoja contrastante que hay en el hecho de no haber conseguido yo, en dieciocho años de insistentes ruegos y gestiones, que el Ejército crease una sección movilizable de sacerdotes, a fin de llevar periódicamente a los soldados de las apartadas guarniciones donde no hay capellán, que son las más, los sacramentos de la confesión y la comunión, y el de que el mencionado Servicio de Visitadoras disponga en la actualidad, apenas al año y medio de creado, de un hidroavión, un barco, una camioneta y un modernísimo equipo de comunicaciones para repartir por todo lo dilatado de nuestra selva, el pecado, la lascivia y, sin duda, la sífilis.
Quiero hacer observar, por fin, que este singular Servicio aparece y prospera justamente cuando, en la Amazonía, la fe católica, religión oficial del Perú y de sus Fuerzas Armadas, es amenazada por una peste supersticiosa que, con el nombre de Hermandad del Arca asola aldeas y pueblos, gana adeptos día a día entre la gente ignorante e ingenua, y cuyo grotesco culto al niño bestialmente sacrificado en Moronacocha se extiende por doquier, incluidos, como se ha comprobado, los cuarteles de la selva. No necesito recordar a Usted, mi general, que hace apenas dos meses, en el Puesto de San Bartolomé, río Ucayali, un grupo de reclutas fanáticos, secretamente organizados en un arca, intentaron crucificar vivo a un indio piro para conjurar una tormenta, lo que debió ser impedido a balazos por los oficiales de la unidad. Y es en este momento, cuando el Cuerpo de Capellanes Castrenses lucha denodadamente contra este flagelo blasfematorio y homicida en el seno de los regimientos amazónicos, cuando la superioridad cree oportuno autorizar y promover el funcionamiento de un Servicio que embota la moral y relaja las costumbres de la tropa. Que nuestro Ejército fomente la prostitución y asuma él mismo la degradante función de la tercería, es un síntoma de descomposición demasiado grave para permanecer indiferente. Si la disolución ética hace presa de la columna vertebral de nuestro país, que son las Fuerzas Armadas, en cualquier momento la gangrena puede extenderse por todo el organismo sacrosanto de la Patria.
Este modesto sacerdote soldado no quiere ser cómplice por comisión ni por omisión de tan terrible proceso.
Lo saluda militarmente,
Comandante (CCC) GODOFREDO BELTRÁN CALILA
jefe del Cuerpo de Capellanes Castrenses de la V Región (Amazonía)
ANOTACIÓN:
Trasládese la presente solicitud al Ministerio de Guerra y al Estado Mayor del Ejército, con recomendación de que:
1. Sea aceptado el pedido de baja del comandante (CCC) Beltrán Calila, por ser su decisión de carácter irrevocable;
2. Se le amoneste suavemente por los términos algo destemplados en que ha fundado su solicitud, y
3. Se le agradezcan los servicios prestados.
Firmado:
general ROGER SCAVINO
comandante en jefe de la V Región (Amazonía)
Emisión de La Voz del Sinchi del 9 de febrero de 1958 por Radio Amazonas
Y dando las dieciocho horas exactas en el reloj Movado que orna la pared de nuestros estudios, Radio Amazonas se complace en presentar a sus queridos oyentes el más escuchado programa de su sintonía:
Compases del vals “ La Contamanina ”; suben, bajan y quedan como fondo sonoro.
¡ LA VOZ DEL SINCHI!
Compases del vals “ La Contamanina ”; suben, bajan y quedan como fondo sonoro.
Media hora de comentarios, críticas, anécdotas, informaciones, siempre al servicio de la verdad y la justicia. La voz que recoge y prodiga por las ondas las palpitaciones populares de la Amazonía Peruana. Un programa vivo y sencillamente humano, escrito y radiado por el conocido periodista Germán Láudano Rosales, el Sinchi.
Compases del vals “ La Contamanina ”; suben, bajan y se cortan totalmente.
Muy buenas tardes, queridos y distinguidos radioescuchas. Aquí me tienen una vez más en las ondas de Radio Amazonas, la primera emisora del Oriente Peruano, para llevar al hombre de la urbe cosmopolita y a la mujer de la lejana tribu que da sus primeros pasos por las rutas de la civilización, al próspero comerciante y al humilde agricultor de la solitaria tahuampa, es decir, a todos los que luchan y trabajan por el progreso de nuestra indomable Amazonía, treinta minutos de amistad, de esparcimiento, de revelaciones confidenciales y alturados debates, reportajes que causan sensación y noticias que hacen historia, desde Iquitos, faro de peruanidad engastado en el inmenso verdor de nuestra selva. Pero antes de continuar, queridos oyentes, algunos consejos comerciales:
Avisos grabados en disco y cinta: 60 segundos.
Y, para comenzar, como todos los días, nuestra sección: UN POCO DE CULTURA. Nunca nos cansaremos de repetirlo, amables radioescuchas: es preciso que elevemos nuestro nivel intelectual y espiritual, que ahondemos nuestros conocimientos, sobre todo los que conciernen al medio que nos rodea, al terruño, a la ciudad que nos cobija. Conozcamos sus secretos, la tradición y las leyendas que engalanan sus calles, las vidas y hazañas de quienes les han prestado su nombre, la historia de las casas que habitamos, muchas de las cuales han sido cuna de grandes prohombres o escenario de episodios inmarcesibles que son orgullo de nuestra región.
Conozcamos todo esto porque así, adentrándonos un poco en nuestro pueblo y nuestra ciudad, amaremos más a nuestra Patria y a nuestros compatriotas. Hoy vamos a contar la historia de una de las más famosas mansiones de Iquitos. Me refiero, ya lo han adivinado ustedes, a la conocidísima Casa de Fierro, como se la nombra popularmente, que se yergue, tan original, tan
distinta y airosa, en nuestra Plaza de Armas y donde funciona en la actualidad el señorial y distinguido Club Social Iquitos. El Sinchi pregunta: ¿cuántos loretanos saben quién construyó esta Casa de Fierro que sorprende y encanta a los forasteros cuando pisan el suelo ubérrimo de Iquitos? ¿Cuantos sabían que esa hermosa casa de metal fue diseñada por uno de los más alabados arquitectos y constructores de Europa y del mundo? ¿Quiénes sabían, antes de esta tarde, que esa casa había salido del cerebro creador del genial francés que a comienzos de siglo levantó en la ciudad luz, París, la torre de fama universal que lleva su nombre? ¡La torre Eiffel!
Si, queridos radioescuchas, como lo han oído: la Casa de Fierro de la Plaza de Armas es obra del audaz y muy renombrado inventor francés Eiffel, es decir un monumento histórico de primera magnitud en nuestro país y en cualquier parte del mundo. ¿Quiere decir esto que el famoso Eiffel estuvo alguna vez en la cálida Iquitos? No, nunca estuvo aquí. ¿Cómo se explica, entonces, que esa magna obra suya destelle en nuestra querida ciudad? Eso es lo que el Sinchi les va a revelar esta tarde en la sección UN POCO De CULTURA de su programa…
Breves arpegios.
Corrían los años de la bonanza del caucho y los grandes pioneros loretanos, los mismos que surcaban del norte al sur y del este al oeste la espesura amazónica en busca del codiciado jebe, competían deportivamente, para beneficio de nuestra ciudad, en ver quién construía su casa con los materiales más artísticos y costosos de la época. Y así vieron la luz esas residencias de mármol, de adoquines y fachadas de azulejos, de labrados balcones que hermosean las calles de Iquitos y nos traen a la memoria los años dorados de la Amazonía y nos demuestran como el poeta de la Madre Patria tenía razón cuando dijo "cualquier tiempo pasado fue mejor". Pues bien, uno de estos pioneros, grandes señores del caucho y la aventura, fue el millonario y gran loretano Anselmo del Águila, quien, como muchos de sus iguales, acostumbraba hacer viajes a Europa para satisfacer su espíritu inquieto y su sed de cultura. Y aquí tenemos a nuestro charapa, don Anselmo del Águila, en un crudo invierno europeo-¿cómo temblaría el loretano, no?-, llegando a una ciudad alemana y alojándose en un hotelito que llamó poderosamente su atención y le encantó por su gran confort, por el atrevimiento de sus líneas y su belleza tan original, ya que estaba íntegramente construido de fierro. ¿Qué hizo entonces el charapita del Águila? Ni corto ni perezoso y con ese fervor por la patria chica que nos singulariza a la gente de esta tierra, se dijo: esta gran obra arquitectónica debería estar en mi ciudad, Iquitos la merece y la necesita para su galanura y prestancia. Y, sin más ni más, el manirroto loretano compró el hotelito alemán construido por el gran Eiffel, pagando por él lo que le pidieron sin regatear un céntimo. Lo hizo desmontar en piezas, lo embarcó y se lo trajo hasta Iquitos con tuercas y tornillos inclusive. La primera casa prefabricada de la historia, queridos oyentes. Aquí, la construcción fue montada con todo cuidado, bajo la amorosa dirección del propio del Águila. Ya saben la razón de la presencia en Iquitos de esta curiosa y sin igual obra artística.
Como anécdota postrera es preciso añadir que, en su gesto simpático y en su noble afán de enriquecer el acervo urbanístico de su tierra, don Anselmo del Águila cometió también una temeridad, al no percatarse que el material de la casa que compraba era muy adecuado para el frío polar de la culta Europa, pero algo muy distinto resultaba el caso de Iquitos, donde una mansión de metal, con las temperaturas que sabemos podía constituir un serio problema. Es lo que sucedió, fatalmente. La casa más cerca de Iquitos se reveló inhabitable porque el sol la convertía en una caldera y no se podían tocar sus paredes sin que a la gente se le ampollaran las manos. Del Águila no tuvo otro remedio que vender la casa a un amigo, el cauchero Ambrosio Morales, quien se creyó capaz de resistir la infernal atmósfera de la Casa de Fierro, pero tampoco lo consiguió. Y así estuvo cambiando de propietario año tras año, hasta que se encontró la solución ideal: convertirla en el Club Social Iquitos, institución que está deshabitada en horas del día, cuando la Casa de Fierro echa llamas, y se realza con la presencia de nuestras damitas más agraciadas y nuestros caballeros más distinguidos, en las tardes y noches, horas en que el fresco la hace acogedora y templada. Pero el Sinchi piensa que, teniendo en cuenta su ilustre progenitor, la Casa de Fierro debería ser expropiada por la Municipalidad y convertida en un museo o algo parecido, dedicado a los años áureos de Iquitos, el período del apogeo del caucho, cuando nuestro preciado oro negro convirtió a Loreto en la capital económica del país. Y con esto, amables oyentes, se cierra nuestra primera sección: UN POCO DE CULTURA.
Breves arpegios. Avisos en disco y cinta, 60 segundos. Breves arpegios.
Y ahora nuestro COMENTARIO DEL DÍA. Ante todo, queridos radioescuchas, como el tema que tengo que tocar esta noche (muy a pesar mío y por exigírmelo mi deber de periodista íntegro, de loretano, de católico y de padre de familia) es sumamente grave y puedo ofender a vuestros oídos, yo les ruego que aparten de sus receptores a sus hijas e hijos menores, pues, con la franqueza que me caracteriza y que ha hecho de LA VOZ DEL SINCHI la ciudadela de la verdad defendida por todos los puños amazónicos, no tendré más remedio que referirme a hechos crudos y llamar a las cosas por su nombre, como siempre lo he sabido hacer. Y lo haré con la energía y la serenidad de quien sabe que habla con el respaldo de su pueblo y haciéndose eco del silencio pero recto pensamiento de la mayoría.
Breves arpegios.
En repetidas ocasiones, y con delicadeza, para no ofender a nadie, porque ése no es nuestro deseo, hemos aludido en este programa a un hecho que es motivo de escándalo y de indignación para todas las personas decentes y correctas, que viven y piensan moralmente y que son el mayor número de esta ciudad. Y no habíamos querido atacar directa y frontalmente este hecho vergonzoso porque confiábamos ingenuamente-lo reconocemos con hidalguía-en que el responsable del escarnio recapacitara, comprendiera de una vez por todas la magnitud del daño moral y material que está infligiendo a Iquitos, por su afán de lucro inmoderado, por su espíritu mercantil que no respeta barreras ni se para en miramientos para conseguir sus fines, que son atesorar, llenar las arcas, aunque sea con las armas prohibidas de la concupiscencia y de la corrupción, propias y ajenas.
Hace algún tiempo, arrostrando la incomprensión de los simples, exponiendo nuestra integridad física, hicimos una campaña civilizadora por estas mismas ondas, en el sentido de que se pusiera fin en Loreto a la costumbre de azotar a los niños después del Sábado de Gloria para purificarlos. Y creo que hemos contribuido en parte, con nuestro granito de arena, para que esa mala costumbre que hacía llorar tanto a nuestros hijos, y a algunos los volvía psicológicamente incapacitados, vaya siendo erradicada de la Amazonía. En otras ocasiones hemos salido al frente de la sarna supersticiosa que, bajo disfraz de Hermandad del Arca, infecta a la Amazonía y salpica nuestra selva de inocentes animalitos crucificados por culpa de la estulticia y la ignorancia de un sector de nuestro pueblo, de las que abusan falsos mesías y seudojesucristos para llenarse los bolsillos y satisfacer sus enfermizos instintos de popularidad, de domesticación y manejo de muchedumbres y de sadismo anticristiano. Y lo hemos hecho sin amedrarnos ante la amenaza de ser crucificados nosotros mismos en la Plaza de Armas de Iquitos, como nos lo profetizan los cobardes anónimos que recibimos a diario llenos de faltas de ortografía de los valientes que tiran la piedra y esconden la mano y se atreven a insultar pero no dan la cara. Anteayer mismo tropezamos en la puerta de nuestro domicilio, cuando nos disponíamos a abandonar el hogar para dirigirnos a ganar decentemente el pan con el sudor de nuestra frente, un gatito crucificado, como
bárbara y sangrienta advertencia. Pero se equivocan esos Herodes de nuestro tiempo si piensan que pueden taparle la boca al Sinchi con el espantajo de la intimidación. Por estas ondas seguiremos combatiendo el fanatismo demente y los crímenes religiosos de esa secta, y haciendo votos para que las autoridades capturen al llamado Hermano Francisco, ese Anticristo de la Amazonía, al que esperamos ver pronto pudriéndose en la cárcel como autor intelectual, consciente y contumaz del infanticidio de Moronacocha, de los varios intentos frustrados de asesinato por la cruz que se han registrado en los últimos meses en distintos villorrios de la selva fanatizados por el Arca, y de la abominable crucifixión ocurrida la semana pasada en el misionero pueblo de Santa María de Nieva del anciano Arévalo Benzas por obra de los criminales hermanos.
Breves arpegios.
Hoy, con la misma firmeza y a costa de los riesgos que haya que correr, el Sinchi pregunta: ¿hasta cuándo vamos a seguir tolerando en nuestra querida ciudad, distinguidos radioescuchas, el bochornoso espectáculo que es la existencia del mal llamado Servicio de Visitadoras, conocido más plebeyamente con el mote de Pantilandia en irrisorio homenaje a su progenitor? El Sinchi pregunta: ¿hasta cuándo, padres y madres de familia de la civilizada Loreto, vamos a seguir sufriendo angustias para impedir que nuestros hijos corran, inocentes, inexpertos, ignorantes del peligro, a contemplar como si fuera una kermesse o un circo, el tráfico de hetairas, de mujerzuelas desvergonzadas, de PROSTITUTAS para no hablar con eufemismos, que impúdicamente llegan y parten de ese antro erigido en las puertas de nuestra ciudad por ese individuo sin ley y sin principios que responde al nombre y apellido de Pantaleón Pantoja? El Sinchi pregunta: ¿qué poderosos y turbios intereses amparan a este sujeto para que, durante dos largos años, haya podido dirigir en la total impunidad un negocio tan ilícito como próspero, tan denigrante como millonario, en las barbas de toda la ciudadanía sana? No nos atemorizan las amenazas, nadie puede sobornarnos, nada atajará nuestra cruzada por el progreso, la moralidad, la cultura y el patriotismo peruanista de la Amazonía.
Ha llegado el momento de enfrentarse al monstruo y, como hizo el Apóstol con el dragón, cortarle la cabeza de un solo tajo. No queremos semejante forúnculo en Iquitos, a todos se nos cae la cara de vergüenza y vivimos en una constante zozobra y pesadilla con la existencia de ese complejo industrial de meretrices que preside, como moderno sultán babilónico, el tristemente célebre señor Pantoja, quien no vacila, por su afán de riqueza y explotación, en ofender y agraviar lo más santo que existe, como son la familia, la religión y los cuarteles de los defensores de nuestra integridad territorial y de la soberanía de la Patria.
Breves arpegios. Avisos comerciales en disco y cinta: 30 segundos. Breves arpegios.
La historia no es de ayer ni de anteayer, dura ya nada menos que año y medio, dieciocho meses, en el curso de los cuales hemos visto, incrédulos y estupefactos, crecer y multiplicarse la sensual Pantilandia. No hablamos por hablar, hemos investigado, auscultado, verificado todo hasta el cansancio, y ahora el Sinchi está en condiciones de revelar, en primicia exclusiva para vosotros, queridos radioescuchas, la impresionante verdad. Una verdad de las que hacen temblar paredes y producen síncopes. El Sinchi pregunta: ¿cuántas mujeres-si es que se puede otorgar ese digno nombre a quienes comercian indignamente con su cuerpo-creen ustedes que trabajan en la actualidad en el gigantesco harén del señor Pantaleón Pantoja? Cuarenta, cabalitas. Ni una más ni una menos: tenemos hasta sus nombres. Cuarenta meretrices constituyen la población femenina de ese lupanar motorizado, que, poniendo al servicio de los placeres inconfesables las técnicas de la era electrónica, moviliza por la Amazonía su mercadería humana en barcos y en hidroaviones.
Ninguna industria de esta progresista ciudad, que se ha distinguido siempre por el empuje de sus hombres de empresa, cuenta con los medios técnicos de Pantilandia. Y, si no, pruebas al canto, datos irrefutables: ¿es cierto o no es cierto que el mal llamado Servicio de Visitadoras dispone de una línea telefónica propia, de una camioneta pic-up marca Dodge placa número "Loreto 78256", de un aparato de radio transmisor/receptor, con antena propia, que haría palidecer de envidia a cualquier radioemisora de Iquitos, de un hidroavión Catalina número 37, que lleva el nombre, claro está, de una cortesana bíblica, Dalila, de un barco de 200 toneladas llamado cínicamente Eva, y de las comodidades más exigentes y codiciables en su local del río Itaya como ser, por ejemplo, aire acondicionado, que muy pocas oficinas honorables lo tienen en Iquitos? ¿Quién es este afortunado señor Pantoja, ese Farouk criollo, que en sólo año y medio ha conseguido construir tan formidable imperio? Para nadie es un secreto que los largos tentáculos de esta poderosa organización, cuyo centro de operaciones es Pantilandia, se proyectan en todas las direcciones de nuestra Amazonía, llevando su rebaño prostibulario: ¿ADÓNDE, estimados radioescuchas? ¿ADÓNDE, respetables oyentes? A LOS CUARTELES DE LA PATRIA. Sí, señoras y señores, éste es el pingue negocio del faraónico señor Pantoja: convertir a las guarniciones y campamentos de la selva, a las bases y puestos fronterizos, en pequeñas sodomas y gomorras, gracias a sus prostíbulos aéreos y fluviales. Así como lo oyen, así como lo estoy diciendo. No hay una sílaba de exageración en mis palabras, y si falseo la verdad, que el señor Pantoja venga aquí a desmentirme. Yo, democráticamente, le cedo todo el tiempo que haga falta, en mi programa de mañana o de pasado o de cuando ¿él quiera, para que contradiga al Sinchi si es que el Sinchi miente. Pero no vendrá, claro que no vendrá, porque él sabe mejor que nadie que estoy diciendo la verdad y nada más que la aplastante verdad.
Pero ustedes no han oído todo, estimables radioescuchas. Todavía hay más cosas y aún más graves, si es que cabe. Este individuo sin frenos y sin escrúpulos, el Emperador del Vicio, no contento con llevar el comercio sexual a los cuarteles de la Patria, a los templos de la peruanidad, ¿en qué clase de artefactos piensan ustedes que moviliza a sus barraganas? ¿Qué clase de hidroavión es ese aparato mal llamado Dalila, pintado de verde y rojo, que tantas veces hemos visto, con el corazón henchido de rabia, surcar el cielo diáfano de Iquitos? Yo desafío al señor Pantoja a que venga aquí a decir ante este micrófono que el hidroavión Dalila no es el mismo hidro Catalina número 37 en el que, el 3 de marzo de 1929, día glorioso de la Fuerza Aérea Peruana, el teniente Luis Pedraza Romero, de tan grata recordación en nuestra ciudad, voló por primera vez sin escalas entre Iquitos y Yurimaguas, llenando de felicidad y de entusiasmo progresista a todos los loretanos por la proeza realizada. Sí, señoras y señores, la verdad es amarga pero peor es la mentira. El señor Pantoja pisotea y denigra inícuamente un monumento histórico patrio, sagrado para todos los peruanos, utilizándolo como medio de locomoción de sus equipos viajeros de polillas. El Sinchi pregunta: ¿están al corriente de este sacrilegio nacional las autoridades militares de la Amazonía y del país? ¿Se han percatado de este peruanicidio los respetados jefes de la Fuerza Aérea Peruana, y, principalmente, los altos mandos del Grupo Aéreo número 42 (Amazonía), quienes están llamados a ser celosos guardianes de la aeronave en que el teniente Pedraza cumplió su memorable hazaña? Nosotros nos negamos a creerlo. Conocemos a nuestros jefes militares y aeronáuticos, sabemos lo dignos que son, las abnegadas tareas que realizan. Creemos y queremos creer que el señor Pantoja ha burlado su vigilante atención, que los ha hecho víctimas de alguna burda maniobra para perpetrar semejante horror, cual es convertir, por arte de magia meretricia, un monumento histórico en una casa de citas transeúnte. Porque si no fuera así y, en vez de haber sido engañadas y sorprendidas por el Gran Macró de la Amazonía, hubiera entre estas autoridades y él alguna clase de contubernio, entonces, queridos radioescuchas, sería para echarse a llorar, sería, amables oyentes, para no creer nunca más en nadie y para no respetar nunca nada más. Pero no debe ni puede ser así. Y ese foco de abyección moral debe cerrar sus puertas y el Califa de Pantilandia debe ser expulsado de Iquitos y de la Amazonía con toda su caravana de odaliscas en subasta, porque aquí, los loretanos, que somos gente sana y sencilla, trabajadora y correcta, no los queremos ni los necesitamos.
Breves arpegios. Avisos comerciales grabados en disco y cinta: 60 segundos. Breves arpegios.
Y ahora, estimables radioescuchas, pasemos a nuestra sección: ¡EL SINCHI EN LA CALLE: ENTREVISTAS Y REPORTAJES! No nos vamos a apartar del tema en cuestión, que el Zar de Pantilandia no se duerma sobre sus laureles prostibularios. Ustedes conocen al Sinchi, respetables oyentes, y saben que cuando emprende una campaña en favor de la justicia, de la verdad, de la cultura o de la moral de Iquitos, no ceja en su empeño hasta llegar a la meta, que es contribuir, poniendo siquiera una pajita en la fogata, al progreso de la Amazonía.
Pues bien, esta noche, y como complemento gráfico y directo, como testimonio vivo, dramático y cálidamente humano del mal que hemos denunciado en nuestro COMENTARIO DEL DÍA, el Sinchi va a ofrecerles dos grabaciones exclusivas, obtenidas a costa de esfuerzos y riesgos, que denuncian por sí solas la tenebrosa Pantilandia y la catadura del personaje que la ha creado y labra su fortuna a costa de ella, y quien, llevado por sus ansias crematísticas, no vacila en sacrificar lo más sagrado para un hombre, cual es su apellido, su familia, su digna esposa y su menor hijita. Son dos testimonios terribles en su verdad desnuda y rechinante, que el Sinchi pone en vuestros oídos, queridos radioescuchas, con el ánimo de que conozcan, en todos sus íntimos mecanismos maquiavélicos, el tráfico cotidiano de amores carnales en la inmoral Pantilandia.
Breves arpegios.
Aquí, frente a nosotros, sentada, con una expresión cohibida por su falta de familiaridad con el micrófono, tenemos a una mujer todavía joven y de buen parecer. Su nombre es Maclovia. Su apellido no tiene importancia y, por lo demás, ella prefiere que se ignore, pues, muy humanamente, desea que sus familiares no la identifiquen y no sufran la conocer su verdadera vida, que es, o, perdón, ha sido, fue hasta ahora, la prostitución. Que nadie eche la primera piedra, que nadie se arranque los cabellos. Nuestros oyentes saben muy bien que una mujer, por más bajo que haya caído, siempre puede redimirse, si se le dan las facilidades y la ayuda moral para ello, si se le tienden unas manos amigas. Lo primero para retornar a la vida decente es quererlo. Maclovia, ya lo van a comprobar ustedes en unos instantes, lo quiere. Ella fue lavandera, lavandera entre comillas, claro, ejerció, sin duda por hambre, por necesidad, por fatalidad de la vida, ese oficio trágico: ir ofreciéndose al mejor postor por las calles de Iquitos. Pero luego, y es la parte que nos interesa, trabajó en la viciosa Pantilandia. Ella nos podrá revelar, por eso, lo que se esconde bajo ese nombre circense. Las desgracias de la vida empujaron a Maclovia hacia dicho antro para que un señor equis la explotara e hiciera pingües ganancias con su dignidad de mujer. Pero es preferible que ella misma nos lo diga todo, con su sencillez de mujer humilde, a la que no fue dado estudiar y culturizarse, pero sí adquirir una inmensa experiencia por los maltratos de la vida. Acércate un poquito, Maclovia, y habla aquí, eso mismo. Sin miedo y sin vergüenza, la verdad no ofende ni mata. El micro es suyo, Maclovia.
Breves arpegios.
– Gracias, Sinchi. Mira, eso de mi apellido no es tanto por mi familia, la verdad es que fuera de mi prima Rosita parientes no tengo, al menos cercanos. Mi mamá se murió antes de que yo trabajara en eso que has dicho, mi padre se ahogó en un viaje al Madre de Dios y mi único hermano se metió al monte hace cinco años para no hacer el servicio militar y todavía estoy esperando que vuelva. Es más bien porque, no sé cómo decirte, Sinchi, Maclovia va sólo con el trabajo, tampoco ése es mi nombre, y en cambio mi nombre de veras va con todo lo demás, por ejemplo mis amistades. Y aquí me has traído para que hable sólo de eso ¿no?. Es como si yo fuera dos mujeres, cada una haciendo una cosa y cada una con nombre distinto. Así me he acostumbrado. Ya sé que no te lo explico bien. ¿Qué, cómo? Ah, sí, me estoy yendo por las ramas. Bueno, ahora hablo de eso, Sinchi.
Sí, pues, antes de entrar a Pantilandia estuve de lavandera, como dijiste, y después donde Moquitos. Hay quienes se creen que las lavanderas ganan horrores y se pasan la gran vida. Una mentira de este tamaño, Sinchi. Es un trabajo jodidí, fregadísimo, caminar todo el día, se le ponen a una los pies así de hinchados y muchas veces por las puras, para regresar a la casa con los crespos hechos, sin haber levantado un cliente. Y encima tu caficho te muele porque no has traído ni cigarros. Tú dirás para qué un cafiche, entonces. Porque si no tienes, nadie te respeta, te asaltan, te roban, te sientes desamparada, y, además, Sinchi ¿a quién le gusta vivir sola, sin hombre? Sí, me desvié otra vez, ahora hablo de eso. Era para que sepas por qué, cuando de repente se corrió la voz que en Pantilandia daban contratos con sueldos fijos, domingos libres y hasta viajes, bueno, fue la locura entre las lavanderas. Era la lotería, Sinchi, ¿no te das cuenta? Un trabajo seguro, sin tener que buscar clientes porque había para arreglar, y encima tratadas con toda consideración. Nos parecía un sueño, pues. Fue la atropellada hacia el río Itaya. Pero aunque todas volamos, sólo había contratos para unas pocas y nosotras éramos un chuchonal, ay perdona. Y, además, con la Chuchupe de jefaza ahí, no había manera de entrar. El señor Pantoja le hacía caso a todos sus consejos y ella siempre prefería las que habían trabajado en su casa de Nanay. Por ejemplo, a las que venían de la competencia, lo bulines de Moquitos, las aguantaba y les ponía toda clase de peros y les cobraba una comisiones bárbaras. Y a las lavanderas todavía peor, nos desmoralizaba diciendo que al señor Pantoja no le gustan las que vienen de la calle, como las perritas, sino las que han trabajado en domicilio conocido. Quería decir Casa Chuchupe, claro. Desgraciada, me estuvo cerrando el paso lo menos cuatro meses. Se corría la voz, vacantes en el Itaya, yo volaba y cada vez me iba de bruces contra esa montaña, la Chuchupe. Por eso entré donde Moquitos, no a su viejo bulín, sino al que le compró a Chuchupe, en Nanay. Pero apenas llevaría ahí unos dos meses cuando hubo otra vez sitio en Pantilandia, corrí y el señor Pan Pan se me quedó mirando en el examen y dijo tienes presencia, muchacha, ponte en esa fila. Y me escogió por mi buen cuerpo. Así entré a Pantilandia, Sinchi. Me acuerdo clarito de la primera vez que fui al Itaya, ya contratada, para la revista médica. Estaba tan feliz como el día de la primera comunión, te juro. El señor Pantoja nos hizo un discurso a mí y a las cuatro que entraron conmigo. Nos hizo llorar, te digo, diciendo ahora ya tienen otra categoría, son visitadoras y no polillas, cumplen una misión, sirven a la Patria, colaboran con las Fuerzas Armadas y no sé cuántas cosas más. Habla tan bonito como tú, Sinchi, que una vez, me acuerdo, nos hiciste llorar a Sandra, a Peludita y a mí. Íbamos en Eva por el río Marañón y empezaste a hablar en la radio de los huerfanitos del Hogar de Menores y se nos aguaron los ojos.
– Gracias, Maclovia, por lo que nos toca. Nos emociona saber que llegamos a todos los ambientes y que LA VOZ DEL SINCHI es capaz de hacer vibrar las fibras íntimas de los seres más encallecidos por las circunstancias de la vida. Eso que me dices es una gran recompensa y vale más para nosotros que tantas ingratitudes.
Bien, Maclovia, así fue como caíste en las redes del Cafiche de Pantilandia. ¿Qué pasó entonces?
– Yo feliz, Sinchi, imagínate. Me pasaba el día viajando, conociendo los cuarteles, las bases, los campamentos de toda la selva, yo que hasta entonces nunca había subido a un avión. La primera vez que me montaron en Dalila me dio un susto, cosquillas en la barriga, escalofríos y me vivieron náuseas. Pero después, al contrario, me encantaba, pedían ¡voluntarias para convoy aéreo! y siempre ¡yo, señor Pantoja, yo, a mí! Ahora que te voy a decir una cosa, Sinchi, volviendo a lo de enantes. Tus programas son tan bonitos, haces esas campañas regias como la de los huerfanitos, que nadie puede entender por qué atacas a los Hermanos del Arca, por qué los calumnias y los insultas todo el tiempo. Qué injusticia, Sinchi, nosotros sólo queremos que reine el bien y Dios esté contento. ¿Qué? Si, ya hablo de eso, perdóname pero tenía que decírtelo en nombre de la opinión pública. Íbamos, pues, a los cuarteles y los milicos nos recibían como reinas. Por ellos que nos quedáramos toda la vida allá, haciéndoles más soportable el servicio. Nos organizaban paseos, nos prestaban deslizadores para salir por el río, nos invitaban anticuchadas. Unas consideraciones que rara vez se ven en este oficio, Sinchi. Y, además, la tranquilidad de saber que el trabajo es legal, no vivir con el susto de la policía, de que los tiras te caigan encima y te saquen en un minuto lo que has ganado en un mes. Qué seguridad trabajar con los milicos, sentirse protegida por el Ejército ¿no es cierto? ¿Quién se iba a meter con nosotras? Hasta los cafiches andaban mansitos, la pensaban dos veces antes de levantar la mano, de miedo que nos fuéramos a quejar a los soldados y los metieran en chirona. ¿Cuántas éramos? En mi época, veinte. Pero ahora hay cuarenta, dichosas ellas que están en el paraíso. Hasta los oficiales se desvivían atendiéndonos, Sinchi, qué te figuras. Sí, era una felicidad, ay Señor, me da una tristeza cuando pienso que salí de Pantilandia de pura bruta.
La verdad es que fue mi culpa, el señor Pantoja me botó porque en un viaje a Borja me escapé y me case con un sargento. Hace pocos meses, para mí siglos. ¿Acaso es pecado casarse? Una de las malas cosas de ser visitadora, no se acepta a las casadas, el señor Pantoja dice que hay incompatibilidad. Eso a mí me parece un gran abuso. Ahora, te digo que en mala hora me fui a casar, Sinchi, porque Teófilo resultó medio tronado. Bueno, mejor no hablaré mal de él que está preso, y estará todavía tantos años. Hasta dicen que los pueden fusilar a él y a los otros hermanos. ¿Tú crees que hagan eso?
Mira que a mi pobre marido apenas lo he visto cuatro o cinco veces, sería para reírse si no fuera una gran tragedia. Pensar que yo lo hice hermano. Él ni siquiera se había puesto nunca a pensar en el Arca, ni en el Hermano Francisco ni en la salvación por las cruces, hasta que me conoció. Yo le hablé del Arca, yo le hice ver que era cosa de gentes buenas, algo por el bien del prójimo y no las maldades que decían los tontos, esas que tú repites, Sinchi. Pero lo que acabó de convencerlo fue conocer a los hermanos de Santa María de Nieva, nos ayudaron tanto cuando nos escapamos. Nos dieron de comer, nos prestaron plata, nos abrieron su corazón y sus casas, Sinchi. Y después, cuando Teófilo estaba preso en el cuartel, lo iban a ver, le llevaban comida todos los días. Ahí le fueron enseñando las verdades. Pero yo nunca hubiera soñado que le iba a dar tan fuerte por la religión. Figúrate que cuando salió del calabozo, yo, que arando cielo y tierra para conseguir el pasaje había ido a juntarme con él a Borja, me encontré con otro hombre. Me recibió diciéndome no puedo tocarte nunca más, voy a ser apóstol. Que si yo quería podíamos vivir juntos, aunque sólo como hermano y hermana, los apóstoles tienen que ser puros. Pero que eso sería un sufrimiento para los dos y mejor siguiera cada uno su camino, ya que eran tan distintos, él había escogido la santidad. Total, ya ves, Sinchi, me quedé sin Pantilandia y sin marido. Y apenas había regresado a Iquitos me entero que habían clavado a don Arévalo Benzas allá en Santa María de Nieva, y que Teófilo dirigió todo. Ay, Sinchi, qué impresión me hizo. Yo lo conocí al viejito, era jefe del arca del pueblo, el que más nos ayudó y nos dio tantos consejos. No creo ese cuento de los periódicos, ese que tú también repites, que Teófilo lo hizo crucificar para quedarse de jefe del arca de Santa María de Nieva. Mi marido se había vuelto santo, Sinchi, quería llegar a ser apóstol. Tiene que ser cierto lo que confesaron los hermanos, estoy segura que el viejito sintiéndose morir los llamó y les pidió que lo clavaran para acabar como Cristo, que por darle gusto lo hicieron. Pobre Teófilo, espero que no lo fusilen, me sentiría responsable, ¿no ves que yo lo metí en eso, Sinchi? Quien se iba a imaginar que terminaría así, con la religión tan adentro de su sangre. Sí, ya hablo de eso.
En fin, como te estaba contando, el señor Pantoja no me perdonó nunca mi escapada con el pobre Teófilo, no me ha dejado volver a Pantilandia, por más que le rogué tanto, y me imagino que ahora, después de lo que te he contado, sanseacabó para siempre. Pero una tiene que vivir ¿no, Sinchi? Porque otra de las prohibiciones del señor Pan Pan es hablar de Pantilandia. A nadie, ni a la familia ni a los amigos, y si a una le preguntan, negar que existe. ¿No es otro absurdo? Como si hasta las piedras no supieran en Iquitos lo que es Pantilandia y quiénes son visitadoras. Pero, qué quieres, Sinchi, cada cual con sus manías, y al señor Pantoja le sobran. No, no es cierto eso que dijiste una vez, que lleva Pantilandia con salmuera y látigo, como un negrero. Hay que ser justos.
Lo tiene todo muy organizadito, otra manía suya es el orden. Todas decíamos esto no parece bulín sino cuartel. Hace formar, pasa lista, hay que estar quietas y mudas cuando él habla. Sólo faltaba que nos tocaran corneta y nos hicieran desfilar, una gracia. Pero esas manías más bien eran chistosas y se las aguantábamos porque en lo demás era justo y buena gente. Sólo cuando se encamotó, se enamoró de la Brasileña, comenzaron las injusticias para favorecerla, por ejemplo hacía que le dieran el único camarote individual de Eva en los viajes. Lo tiene dominado, te juro. Oye, ¿vas a poner eso también? Mejor bórralo, no quiero líos con la Brasileña, es medio bruja y a lo mejor me echa mal de ojo.
Además, ya tiene un par de cadáveres a la espalda, acuérdate. Borra lo que dije de ella y del señor Pantoja, al fin y al cabo cada cristiano tiene derecho de encamo, de enamorarse de quien más le guste y lo mismo cada cristiana ¿no te parece? Yo creo que el señor Pantoja me hubiera perdonado mi escapada con Teófilo, si no le hubiera escrito esa carta a su señora, que ni se la escribí yo, se la dicté a mi prima Rosita, la maestra. Esa fue la peor metida de pata y por eso me fregué, Sinchi, yo misma me puse la puntilla. Qué quieres, estaba desesperada, muriéndome de hambre, hubiera hecho cualquier cosa para que me volviera a contratar el señor Pan Pan.
Y también quería ayudarlo a Teófilo, lo tenían al hambre en un calabozo de Borja. Es verdad que Rosita me advirtió: "Vas a hacer una locura, prima." En fin, a mí no me parecía. Se me ocurrió que podría tocarle las fibras del corazón a su esposa, que ella se compadecería, le hablaría a su marido y el señor Pantoja me recibiría de nuevo. Es la única vez que lo he visto tan furioso, parecía que me iba a matar. Yo, tonta, creyéndome que su señora le habría intercedido, que ya estaría blando, fui a verlo a Pantilandia segura que me iba a decir te perdono, una multa, a la revista médica y adentro de nuevo. Sólo le falto sacar revólver, Sinchi. Hasta lisuras me dijo, él que no acostumbra usar malas palabras. Tenía los ojos rojos, se le iba la voz, echaba espuma. Que yo le había destruido su matrimonio, que le había dado una puñalada en el corazón a su esposa, que se había desmayado su madre. Tuve que salir corriendo de Pantilandia porque creí que me iba a pegar. También, pobre ¿no, Sinchi? Su señora no sabía nada de nada, al señor Pan Pan se le descubrió el pastel con mi carta. Qué metida de pata, pero yo no soy adivina, como iba a pensar que su señora era tan inocente que no sabía haciendo qué cosa se ganaba los frejoles su marido. Hay gente cándida en el mundo ¿no? Parece que la mujer lo abandonó y se llevó la hijita a Lima. Mira qué tremenda pelotera se armó por mi culpa. Y aquí me tienes, pues, otra vez de lavandera. El Moquitos no ha querido recibirme, porque lo dejé para irme a Pantilandia. Ha puesto esa ley, si no se quedaría sin mujeres en sus casas: la que entra a trabajar donde el señor Pan Pan no vuelve nunca más a los bulines de Moquitos. Así que aquí estoy otra vez como al principio, caminando para arriba y para abajo, sin siquiera poder pagar un cafiche. Todo estaría muy bien si encima no me hubieran salido várices, mira mis pies, ¿has visto algo más hinchado, Sinchi? Y a pesar del calor tengo que andar con medias gruesas para que no se vean las venas saltadas, si no jamás levantaría un cliente. En fin, ya no sé qué más contarte, Sinchi, ya se me acabó la historia.
– Bueno, muy bien, Maclovia, efectivamente, te agradecemos tu franqueza y espontaneidad, en nombre de los radioescuchas de LA VOZ DEL SINCHI, de Radio Amazonas, quienes, estamos seguros, comprenden tu drama y se apiadan de tu suerte. Te estamos muy reconocidos por tu valiente testimonio denunciando las escabrosas actividades del Barba Azul del río Itaya, aunque no te demos la razón en creer que todas tus calamidades vienen de tu salida de Pantilandia. Nosotros pensamos que el turbio señor Pantoja, al despedirte, te hizo un gran servicio, por supuesto que sin proponérselo, dándote la oportunidad de regenerarte y volver a la vida honrada y normal, lo que esperamos desees y logres pronto. Muy buenas tardes, Maclovia.
Breves arpegios. Avisos comerciales grabados en disco y cinta: 30 segundos. Breves arpegios.
Las últimas palabras de esta desgraciada mujer cuyo testimonio acabamos de llevar a vuestros oídos, queridos radioescuchas-me refiero a la ex visitadora Maclovia-han puesto dramáticamente el dedo en la llaga de un asunto trágico y doloroso que retrata, mejor que una fotografía o una película en tecnicolor, la idiosincrasia del personaje que luce en su prontuario la gris hazaña de haber creado en Iquitos la más insospechada y multitudinaria casa de perdición del país y, tal vez, de Sudamérica. Porque, en efecto, es cierto y fehaciente que el señor Pantaleón Pantoja tiene una familia, o mejor dicho tenía, y que ha venido llevando una doble vida, hundido por una parte de la ciénaga pestilencial del negocio del sexo y, por otra parte, aparentando una vida hogareña digna y respetable, al amparo de la ignorancia en que tenía a sus seres queridos, su esposa y su menor hijita, de sus verdaderas y pingües actividades. Por un día se hizo la luz de la verdad en el infeliz hogar y la ignorancia de su esposa siguió el espanto, la vergüenza y, con justísima razón, la ira. Dignamente, con toda la nobleza de madre ofendida, de esposa engañada en lo más sagrado de su honor, tomó esta honesta dama la determinación de abandonar el hogar mancillado por el escándalo. En el aeropuerto “Teniente Bergerí”, de Iquitos, para dar testimonio de su dolor y para acompañarla hasta la escalerilla de la moderna aeronave Faucett que habría de alejarla por los aires de nuestra querida ciudad, ¡ESTABA EL SINCHI!: breves arpegios, sonido de motor de avión que be, baja y queda como fondo sonoro.
– Muy buenas tardes, distinguida señora. ¿Es usted la señora Pantoja, no es cierto? Encantado de saludarla.
– Sí, yo soy. ¿Quién es usted? ¿Y eso que tiene en la mano? Gladicyta, hijita, cállate, me rompes los nervios. Alicia, dale su chupón a ver si se calla esta criatura.
– El Sinchi, de radio Amazonas, a sus órdenes, respetable señora. ¿Me permite robarle unos segundos de su precioso tiempo para una entreviste de cuatro palabras?
– ¿Una entrevista? ¿A mí? Pero a cuento de qué.
– De su esposo, señora. Del celebérrimo y muy conocido Pantaleón Pantoja.
– Vaya a hacerle la entrevista a él mismo, señor, yo no quiero saber nada de esa personita ni de su celebridad, que me da risa, ni de esta ciudad asquerosa que espero no volver a ver ni en pintura. Un permisito, por favor. Retírese de ahí, señor, no ve que puede darle un pisotón a la bebita.
– Comprendo su dolor, señora, y nuestros oyentes lo comprenden y sepa que cuenta con toda nuestra simpatía. Sabemos que sólo el sufrimiento puede empujarla a referirse de esa manera ofensiva a la Perla del Amazonas, que no le ha hecho nada. Más bien su esposo le está haciendo mucho daño a esta tierra.
– Perdóname, Alicita, ya sé que tú eres loretana, pero te juro que he sufrido tanto en esta ciudad que la odio con toda mi alma y no volveré nunca, tendrás que venir tú a verme a Chiclayo. Mira, se me llenan otra vez los ojos de lágrimas y delante de todo el mundo, Alicia, ay qué vergüenza.
– No llores, Pochita linda, no llores, ten carácter. Y yo idiota que no traje pañuelo. Dame, pásame a Gladycita, yo te la tengo.
– Permítame ofrecerle mi pañuelo, distinguida señora. Tenga, por favor, le suplico. No se avergüence de llorar, el llanto es a una dama lo que el rocío a las flores, señora Pantoja.
– Pero qué quiere usted aquí todavía, oye Alicia, qué tipo tan cargoso. ¿No le he dicho que no le voy a dar ningún reportaje sobre mi marido?. Que no le será por mucho tiempo, además, porque te juro, Alicia, llegando a Lima voy donde el abogado y le planteo el divorcio. A ver si no me dan la custodia de Gladycita con las porquerías que está haciendo aquí ese desgraciado.
– Justamente, de eso mismo nos atrevíamos a esperar una declaración suya, aunque fuera muy breve, señor Pantoja. Porque usted no ignora, por lo visto, el insólito negocio en que
– Váyase, váyase de una vez si no quiere que llame a la policía. Ya me está llegando a la coronilla, le advierto, no estoy de humor para aguantar malacrianzas en este momento.
– Mejor no lo insultes, Pochita, si te ataca en su programa qué va a decir la gente, más habladurías. Por favor, señor, compréndala, ella está muy mortificada, se está yendo de Iquitos, no tiene ánimos para hablar por radio de su viacrucis. Usted tiene que entenderlo.
– Por supuesto que lo entendemos, estimable señorita. Sabedores de que la señora Pantoja se disponía a partir debido a las actividades poco recomendables a que se dedica el señor Pantoja en esta ciudad y que han merecido la reprobación enérgica de la ciudadanía, nosotros
– Ay que vergüenza, Alicia, si todo el mundo está enterado, si todo el mundo lo sabía menos yo, qué tal boba, qué tal idiota, lo odio a ese bandido, como ha podido hacerme eso. No le volveré a hablar nunca, te juro, no dejaré que vea a Gladycita para que no la manche.
– Cálmate, Pocha. Mira, ya están llamando, ya parte tu avión. Que pena que te vayas, Pochita. Pero tienes razón, hija, se ha portado tan mal ese hombre que no merece vivir contigo. Gladycita, amorosa, un besito a su tía Alicia, besito, besito.
– Te escribo llegando, Alicia. Mil gracias por todo, no sé qué hubiera hecho sin ti, has sido mi paño de lágrimas estas semanas tan horribles. Ya sabes, no le vayas a decir nada a Panta ni a la señora Leonor hasta dentro de dos o tres horas, no sea que llamen por radio y hagan regresar el avión. Chau, Alicia, chaucito.
– Muy buen viaje, señora Pantoja. Parta usted con los mejores deseos de nuestros oyentes y con nuestra comprensión generosa por su drama que es también, en cierto modo, el de todos nosotros y el de nuestra querida ciudad.
Breves arpegios. Avisos comerciales en disco y cinta: 30 segundos. Breves arpegios.
Y en vista de que el reloj Movado de nuestros estudios señala que son ya las 18 horas 30 minutos exactas de la tarde, debemos cerrar nuestro programa, con este impresionante documento radiofónico que patentiza como, en su negra odisea, el señor de Pantilandia no ha vacilado en llevar dolor y quebranto a su propia familia, igual que lo viene haciendo con esta tierra cuyo único
delito ha sido recibirlo y darle hospitalidad. Muy buenas tardes, queridos oyentes. Han escuchado ustedes Compases del vals " La Contamanina "; suben, bajan y quedan como fondo sonoro.
¡ LA VOZ DEL SINCHI!
Compases del vals " La Contamanina "; suben, bajan y quedan como fondo sonoro.
Media hora de comentarios, críticas, anécdotas, informaciones, siempre al servicio de la verdad y la justicia. La voz que recoge y prodiga por las ondas las palpitaciones de toda la Amazonía. Un programa vivo y sencillamente humano, escrito y radiado por el conocido periodista Germán Láudano Rosales, EL SINCHI, que propala diariamente, de lunes a sábado, entre 6 y 6 y 30 de la tarde, Radio Amazonas, la primera emisora del Oriente Peruano.
Compases del vals " La Contamanina "; suben, bajan y se cortan totalmente.
Noche del 13 al 14 de febrero de 1958
Resuena el gong, el eco queda vibrando en el aire y Pantaleón Pantoja piensa: "Se ha ido, te ha abandonado, se ha llevado a tu hija" Se halla en el puesto de mando, las manos apoyadas en la baranda, rígido y sombrío. Trata de olvidar a Pochita y a Gladys, se esfuerza por no llorar. Ahora, además, está sobrecogido de terror. Ha vuelto a resonar el gong y él pensa: "Otra vez, otra vez,
el maldito desfile de los dobles otra vez." Transpira, tiembla, su corazón añora los veranos cuando podía correr a hundir la cara en las faldas de la señora Leonor.
Piensa: "Te ha dejado, no veras crecer a tu hija, jamás volverán." Pero, haciendo de tripas corazón, se sobrepone y concentra en el espectáculo.
A primera vista, no hay motivo para alarmarse. El patio del centro logístico se ha extendido lo suficiente para hacer las veces de un coliseo o de un estadio, pero, fuera de sus proporciones magnificadas, es idéntico a sí mismo: ahí están los altos tabiques constelados de carteles con consignas, proverbios e instrucciones, las vigas pintadas con los colores simbólicos rojo y verde, las hamacas, los casilleros de las visitadoras, el biombo blanco de la Asistencia Sanitaria y los dos portones de madera con la tranquera caída. No hay nadie. Pero ese paisaje familiar y deshabitado no tranquiliza a Pantaleón Pantoja. Su recelo crece y un zumbido tenaz perturba sus oídos. Está derecho, asustado, esperando y repitiéndose: "Pobre Pochita, pobre Gladycita, pobre Pantita".
Elástico y demorado, el sonido del gong lo hace brincar en el asiento: va a comenzar. Apela a toda su voluntad, a su sentido del ridículo, pide secretamente ayuda a Santa Rosa de Lima y al niño mártir de Moronacocha para no levantarse, bajar la escalerilla a saltos y salir corriendo como alma que lleva el diablo del centro logístico.
Se acaba de abrir (suavemente) el portón del embarcadero y Pantaleón Pantoja divisa siluetas borrosas, en posición de atención, aguardando la orden de ingresar al centro logístico. "Los dobles, los dobles", piensa, con los pelos de punta, sintiendo que su cuerpo comienza a helarse de abajo a arriba: los pies, los tobillos, las rodillas. Pero el desfile se ha iniciado ya y nada justifica su pánico. Se trata sólo de cinco soldados que, en fila india, van avanzando desde el portón hacia el puesto de mando, cada uno tirando una cadena al extremo de la cual trota, brinca, se agita ¿qué? Presa de una ansiedad que empapa sus manos y entrechoca sus dientes, Pantaleón Pantoja adelanta la cabeza, aguza la mirada, escudriña con avidez: son perritos. Un suspiro de alivio hincha y deshincha su pecho: le vuelve el alma al cuerpo. No hay nada que temer, su aprensión era estúpida, no son los dobles sino diversos exponentes del mejor amigo del hombre. Los números se han acercado pero todavía siguen lejos del puesto de mando. Ahora Pantaleón Pantoja los distingue mejor: entre soldado y soldado hay varios metros de luz y los cinco animalitos están arreglados primorosamente, como para un concurso. Se advierte que han sido bañados, trasquilados, cepillados, peinados, perfumados. Todos llevan en el pescuezo, además del collar, cintas rojiverdes con coquetos rosetones y nudos mariposa. Los números marchan muy serios, mirando al frente, sin apurarse ni retrasarse, cada cual a poca distancia del animal a su cuidado. Los perritos se dejan llevar dócilmente. Son de distinto color, forma y tamaño: salchicha, danés, pastor, chihuahua y lobo. Pantaleón Pantoja piensa: "He perdido a mi esposa y a mi hija, pero, al menos, lo que va a ocurrir aquí no será tan atroz como otras veces." Ve acercarse a los números y se siente sucio, malvado, herido y tiene la impresión de que a lo largo y a lo ancho de su cuerpo se
está propagando una erupción de sarna.
Cuando vuelve a resonar el gong-la vibración esta vez es ácida y como reptilinea-Pantaleón Pantoja sufre un sobresalto y se mueve intranquilo en el asiento.
Piensa: "Cría cuervos y te sacarán los ojos." Hace un esfuerzo y mira: sus ojos saltan en las órbitas, su corazón late tan fuerte que podría estallar como bolsa de plástico. Se ha aferrado a la baranda y los dedos le duelen de tanto presionar la madera. Los números están ya muy cerca y podría reconocer sus facciones si los observara.
Pero sólo tiene ojos para lo que tropieza, rueda y zangolotea al extremo de las cadenas: allí donde estaban los perros hay ahora unas formas grandes, animadas y horribles, unos seres que lo repelen y fascinan. Quisiera examinarlos uno por uno, al detalle, grabar sus abruptas imágenes antes que desaparezcan, pero no puede individualizarlos: su mirada salta de uno a otro o los abarca a la vez. Son enormes, entre humanos y simiescos, con colas que chicotean en el aire, muchos ojos, mamas que besan el suelo, cuernos color ceniza, escamas palpitantes, jorobadas pezuñas que chirrían como barrenos en la losa, trompas velludas, babas y lenguas aureoladas de
moscas. Tienen labios leporinos, costras sanguinolentas, narices de las que penden hilachas de mocos y pies acorazados de callos, encrespados de uñeros y juanetes, y pelambres como púas donde piojos gigantes se balancean y saltan igual que monitos en el bosque. Pantaleón Pantoja decide echarse el alma a la espalda y huir. El terror le arranca los dientes que rebotan sobre sus rodillas como granos de maíz: han atado sus manos y pies a la baranda y no podrá moverse hasta que ellos pasen frente al puesto de mando. Está rogando que alguien dispare, le vuele la tapa de los sesos y acabe con este suplicio de una vez.
Pero ha vuelto a resonar el gong-su eco interminable vibra en cada uno de sus nervios-y ahora el primer número está pasando en cámara lenta frente al puesto de mando. Atado, afiebrado, amordazado, Pantaleón Pantoja ve: no es un perro ni un monstruo. La figura encadenada que le sonríe con picardía es una señora Leonor en cuyos rasgos se han injertado, sin sustituirlos, los de Leonor Curinchila, y a cuyo flaco esqueleto se han añadido-"una vez más", piensa, tragando hiel,
Pantaleón Pantoja-las tetas, las nalgas, los rollos y el andar protuberante de Chuchupe. "No importa que Pocha se haya ido, hijito, yo te seguiré cuidando", dice la señora Leonor. Hace una reverencia y se aleja. No tiene tiempo de reflexionar pues ahí está el segundo número: la cara es la del Sinchi, y también la corpulencia, la desenvoltura animal y el micrófono que lleva en la mano.
Pero el uniforme y las estrellas de general son del Tigre Collazos y asimismo la manera de bombear el pecho, de rascarse el bigote y el aplomo campechano de la sonrisa y el transparente don de mando. Se detiene un instante, justo el tiempo necesario para llevarse el micro a la boca y rugir: "Ánimo, capitán Pantoja: Pochita será la estrella del Servicio de Visitadoras de Chiclayo. En
cuanto a Gladycita, la nombraremos mascota de nuestros convoyes." El número da un tirón a la cadena y el Sinchi Collazos se aleja saltando en un pie. Ahora está frente a él, calvo, diminuto en su uniforme verde, mostrándole la espada desenvainada que rutila menos que sus ojos sarcásticos, el general Chupito Scavino. Ladra: "¡Viudo, cornudo, cojudo! ¡Pantaleón, maricón, huevón!" Se aleja a paso ligero, moviendo airosamente la cabeza en su collar. Pero ahí está ya, admonitivo y severo en su sotana oscura, bendiciéndolo fríamente, un comandante Beltrán de ojos rasgados y voz amermelada:
"En el nomble del máltil de Molonacocha lo condeno a quedase sin mujel y sin hijita pala siemple, señol Pantaleón." Tropezando en la orla de su sotana y sacudido de risa el padre Porfirio se aleja tras de los otros. Y ahí está la que cierra el desfile. Pantaleón Pantoja lucha, muerde, trata de zafarse las manos para pedir perdón, soltarse la mordaza para suplicar, pero sus esfuerzos son inútiles y la figura de graciosa silueta, negra cabellera, tez leonada y labios carmesí está allí abajo, nimbada de una inacabable tristeza. Piensa: "Te odio, Brasileña." La figurilla sonríe afligida y su voz se llena de melancolía:
"¿Ya no reconoces a tu Pochita, Panta?" Da media vuelta y se aleja, arrastrada por el número, que tira de la cadena con fuerza. Se siente borracho de soledad, furor y espanto mientras el gong martilla estrepitosamente en sus oídos.
– Despierta, hijito, ya son las seis-toca la puerta, entra al dormitorio, besa a Panta en la frente la señora Leonor-. Ah, ya te levantaste.
– Estoy bañado y afeitado hace una hora, mamá-bosteza, hace un gesto de fastidio, se abotona la camisa, se inclina Panta-. Dormí muy mal, otra vez las malditas pesadillas. ¿Me preparaste todo?
– Te he puesto ropa para tres días-asiente, sale, regresa arrastrando una maleta, muestra las prendas ordenadas la señora Leonor-. ¿Te bastará?
– De sobra, no tardaré más que dos-se pone una gorrita jockey, se mira en el espejo Panta-. Voy al Huallaga, donde Mendoza, un viejo condiscípulo. Hicimos juntos la Escuela de Chorrillos. Siglos que no lo veo.
– Bueno, hasta ahora no había querido darle importancia, porque parecía que no la tenía-lee telegramas, consulta a oficiales, estudia expedientes, asiste a reuniones, habla por radio el general Scavino-. La Guardia Civil nos pide ayuda hace meses, no se dan abasto para tanto fanático. Sí, claro, del Arca. ¿Recibiste los informes? La cosa se pone fea. Dos nuevos intentos de crucifixión esta semana. En Puerto América y en Dos de Mayo. No, Tigre, no los han pescado.
– Pero toma la leche, Pantita-llena la taza, echa azúcar, corre a la cocina, trae panes la señora Leonor-.
¿Y las tostaditas que te hice? Les pongo mantequilla y un poquito de mermelada. Come algo, hijito, te ruego.
– Un poco de café y nada más-permanece de pie, bebe un trago, mira su reloj, se impacienta Panta- -No tengo hambre, mamá.
– Te vas a enfermar-sonríe afligida, vuelve a la carga con dulzura, lo coge del brazo, lo obliga a sentarse la señora Leonor-. No pruebas bocado, estás puro hueso y pellejo. Me tienes con los nervios deshechos, Panta.
No comes, no duermes, trabajas todo el santo día. No puede ser, te vas a tocar del pulmón.
– Calla, mamá, no seas zonza-se resigna, bebe la taza de un trago, mueve la cabeza, come una tostada, se limpia la boca Panta-. Pasados los treinta, el secreto de la salud es ayunar. Estoy muy bien, no te preocupes.
Aquí te dejo un poco de plata, por si necesitas.
– Ya otra vez silbando " La Raspa "-se tapa los oídos la señora Leonor-. No sabes cómo he llegado a odiar esa bendita musiquita. También a Pocha la volvía loca. ¿No puedes silbar otra cosa?
– ¿Estaba silbando? Ni me di cuenta-enrojece, tose, va a su dormitorio, mira apenado una foto, alza la maleta, vuelve al comedor Panta-. A propósito de Pocha, si llegara carta de ella…
– No me gusta meter al Ejército en esta vaina-reflexiona, se preocupa, vacila, trata de cazar una mosca, fracasa el Tigre Collazos-. Combatir a brujos y fanáticos es trabajo de curas o, en todo caso, de policías. No de soldados. ¿Se ha puesto tan grave la cosa?
– Te la guardo con el mayor cuidado hasta tu regreso, claro que lo sé, no me hagas recomendaciones tontas-se enoja, se pone de rodillas, saca lustre a sus zapatos, le escobilla el pantalón, la camisa, le toca la cara la señora Leonor-. Ven que te dé la bendición. Anda con Dios, hijito, y procura, haz lo posible…
– Ya lo sé, ya lo sé, no las miraré, no les dirigiré la palabra-cierra los ojos, aprieta los puños, tuerce la cara Panta-. Les daré las órdenes por escrito y de espaldas.
Tú tampoco me hagas recomendaciones tontas, mamá.
– Qué le he hecho a Dios para que me mande este castigo-solloza, levanta las manos al techo, se exaspera, zapatea la señora Leonor-. Mi hijo entre perdidas las veinticuatro horas del día y por orden del Ejército.
Somos la comidilla de todo Iquitos, en las calles me señalan con el dedo.
– Calma, mamacita, no llores, te suplico, no tengo tiempo ahora-le pasa el brazo por los hombros, la acariña, la besa en la mejilla Panta-. Perdóname si te levanté la voz. Ando un poco nervioso, no me hagas caso.
– Si tu padre y tu abuelo estuvieran vivos, se morirían del espanto-se limpia los ojos con el ruedo de la falda, señala un retrato amarillento la señora Leonor-. Deben saltar en sus tumbas al ver lo que te han encargado.
En su época a los oficiales no los rebajaban a esas cosas.
– Hace ocho meses que me repites lo mismo cuatro veces al día-grita, se arrepiente, baja la voz, sonríe sin ganas, explica Panta-. Soy militar, tengo que cumplir las órdenes y, mientras no me den otro, mi obligación es hacer bien este trabajo. Ya te he dicho que, si prefieres, puedo mandarte a Lima, mamacita.
– Bastante sorprendente, sí, mi general-escarba en una bolsa, saca un puñado de cartones y fotos, hace un paquete, lo lacra, ordena despáchenme esto a Lima el coronel Peter Casahuanqui-. En la última revista de prendas descubrimos que la mitad de los soldados tenían oraciones del Hermano Francisco o estampitas del niño mártir. Ahí le mando unas muestras.
– No soy como ciertas personas que abandonan el hogar a la primera contrariedad, no me confundas-se endereza, agita el índice, adopta una postura beligerante la señora Leonor-. No soy de las que se mandan mudar de la noche a la mañana sin decir ni adiós, de las que le roban la hija a su padre.
– No comiences ahora con Pocha-avanza por el paudizo, tropieza con un macetero, maldice, se soba el tobillo Panta-. Se ha vuelto otro de tus temas, mamá.
– Si ella no se hubiera robado a Gladycita-tú no estarías así-abre la puerta de calle la señora Leonor-.
¿Acaso no veo cómo te consumes de pena por la chiquita, Panta? Anda, parte de una vez.
– No aguanto más, rápido, rápido-sube la escalerilla de Eva, baja al camarote, se tumba en la litera, susurra Pantita-. Donde me gusta, pues. En el pescuezo, en la orejita. No sólo pellizcos, también los mordisquitos despacitos. Anda, pues. -Yo encantada, Pantita -suspira, lo observa desganada, señala el embarcadero, corre la cortina del ojo de buey la Brasileña -. Pero al menos espera que parta Eva. El suboficial Rodríguez y los marineros están entrando y saliendo a cada rato. No es por mí sino por ti, rapaz.
– No espero ni un minuto-se arranca la camisa, se baja los pantalones, se quita los zapatos y las medias, se ahoga Pantaleón Pantoja-. Cierra el camarote, ven. Pellizquitos, mordisquitos.
– Ah, Jesús, eres incansable, Pantita-cierra el pestillo, se desnuda, trepa a la litera, se columpia la Brasileña -. Tú solo me das más trabajo que un regimiento. Qué chasco me llevé contigo. La primera vez que te vi pensé que no habías engañado nunca a tu mujer.
– Y era cierto, pero ahora cállate-jadea, se ladea, sube, baja, entra, sale, vuelve, se sofoca Pantita-. Te he dicho que me distraigo, caray. En la orejita, en la orejita.
– ¿Sabes que te puedes volver tuberculoso tanto jugar al bolero? -se ríe, se mueve, se aburre, se mira las uñas, se para, se agacha, se apura la Brasileña -. La verdad, últimamente estás más flaco que un bagre. Pero ni por ésas, cada vez más arrechito. Sí, ya sé, me callo, bueno, en la orejita.
– Pfuuu, por fin, pfuuu, qué rico-explosiona, palidece, respira, goza Pantita-. Se me sale el corazón y tengo vértigo.
– Con toda la razón del mundo, tigre, a mí tampoco me gusta mezclar a la tropa en operaciones policiales-toma aviones, remonta ríos en motoras, inspecciona pueblos y campamentos, exige detalles, envía mensajes el general Scavino-. Por eso he aguantado la cosa hasta ahora. Pero lo de Dos de Mayo es para inquietarse. ¿Leíste el parte del coronel Dávila?
– ¿Cuántas veces por semana, Pantita?-se incorpora, llena recipientes, se lava y enjuaga, se viste la Brasileña -. Más que una visitadora, seguro. Y cuando hay examen de candidatas, para de contar. Con la costumbre que has agarrado de la ¿cómo se llama? ¿revista profesional? Qué conchudo eres.
– Eso no es diversión ni trabajo-se despereza, se sienta en la litera, toma ánimos, arrastra los pies hacia el excusado, orina Panta-. No te rías, es la verdad. Además, tú eres la culpable, me diste la idea cuando te tomé examen de presencia. Antes no se me había ocurrido. ¿Crees que esa broma es fácil?
– Dependerá con quién-tira al suelo la sábana, escruta el colchón, lo frota con una esponja, lo sacude la Brasileña -. Con muchas ni se te parará el pajarito.
– Claro que no, a esas las elimino de entrada-se jabona, se seca con papel higiénico, jala la cadena Pantaleón Pantoja-. La manera más justa de seleccionar a los mejores. Con el pajarito no hay trampas.
– Ya estamos partiendo, comenzó a zamaquearse Eva-abre el ojo de buey, mueve el colchón para que el sol toque lo mojado la Brasileña -. Arrímate, déjame abrir la ventana, nos ahogamos, cuándo vas a comprar un ventilador. Y que ahora no te venga el arrepentimiento, Pantita.
– Clavaron a la anciana Ignacia Curdimbre Peláez en la placita de Dos de Mayo siendo las doce de la noche y estando presentes los doscientos catorce habitantes de la localidad-dicta, revisa, firma y despacha su informe el coronel Máximo Dávila-. A dos guardias civiles que trataron de disuadir a los hermanos, les dieron una paliza terrible. Según los testimonios, la agonía de la viejita duró hasta el amanecer. Lo peor es lo que sigue, mi general. La gente se embadurnaba caras y cuerpos con la sangre de la cruz y hasta se la bebían. Ahora han comenzado a adorar a la víctima. Ya circulan estampitas de la Santa Ignacia.
– Es que yo no era así-se sienta en la litera, se coge la cabeza, recuerda se lamenta Pantaleón Pantoja-. Yo no era así, maldita sea mi suerte, no era así.
– Nunca habías metido cuernos a tu fiel esposa y sólo embocabas el bolero cada quince días-sacude, lava, exprime, tiende la sábana la Brasileña -. Me lo sé de memoria, Panta. Llegaste aquí y te despercudiste. Pero demasiado, rapaz, te pasaste al otro extremo.
– Al principio, le echaba la culpa al clima-se pone el calzoncillo, la camiseta, las medias, se calza Pantaleón Pantoja-. Creía que el calor y la humedad inflamaban al macho. Pero he descubierto algo rarísimo. Lo que le pasa al pajarito es culpa de este trabajo.
– ¿Quieres decir el estar tan cerquita de la tentación? -se toca las caderas, se mira los pechos, se envanece la Brasileña -. ¿Que por mi aprendió a hacer pío pío? Qué piropo, Panta.
– No lo puedes entender, ni yo lo entiendo-se observa en el espejo, se alisa las cejas, se peina Panta-. Es algo muy misterioso, algo que nunca le ha pasado a nadie. Un sentido de la obligación malsano, igualito a una enfermedad. Porque no es moral sino biológico, corporal.
– O sea que ya ves, Tigre, los fanáticos se las traen-sube al jeep, cruza lodazales, preside entierros, consuela a víctimas, instruye a oficiales, habla por teléfono el general Scavino-. La cosa no es de grupitos. Son millares. La otra noche pasé por la cruz del niño mártir, en Moronacocha, y me quedé asombrado. Había un mar de gente. Hasta soldados en uniforme.
– ¿Quieres decir que tienes ganas todo el día por sentido de la obligación?-queda petrificada y boquiabierta, suelta una carcajada la Brasileña -. Mira, Panta, he conocido muchos hombres, tengo mas experiencia que tú en estas cosas. Te aseguro que a ningún tipo en el mundo se le para el pajarito por pura obligación.
– No soy como todo el mundo, ésa es mi mala suerte, a mí no me pasa lo que a los demás-deja caer el peine, se abstrae, piensa en voz alta Pantaleón Pantoja-. De muchacho era más desganado para comer que ahora.
Pero apenas me dieron mi primer destino, los ranchos de un regimiento, se me despertó un apetito feroz. Me pasaba el día comiendo, leyendo recetas, aprendí a cocinar. Me cambiaron de misión y pssst, adiós la comida, empezó a interesarme la sastrería, la ropa, la moda, el jefe de cuartel me creía marica. Era que me habían encargado del vestuario de la guarnición, ahora me doy cuenta.
– Ojalá nunca te pongan a dirigir un manicomio, Panta, lo primero que harías sería loquearte-señala el ojo de buey la Brasileña -. Mira esas bandidas, espiándonos.
– ¡Fuera de ahí, Sandra, Viruca!-corre a la puerta, abre el pestillo, ruge, acciona Pantaleón Pantoja-.
¡Cincuenta soles a cada una, Chupito!
– ¿Y para qué están los curas, para qué pagamos capellanes?-pasea a trancos por su despacho, examina balances, suma, resta, se indigna el Tigre Collazos-.
¿Para que se rasquen la barriga? Cómo va a ser posible que las guarniciones de la Amazonía se estén llenando de hermanos Scavino.
– No saques tanto el cuerpo, Pantita-lo coge de los hombros, lo regresa al camarote, cierra la puerta la Brasileña -. ¿Te olvidas que estás medio calato?
– ¿Olvidarme de tí?-codea a marineros y soldados, sube saltando a bordo, abre los brazos el capitán Alberto Mendoza-. Cómo se te ocurre, hermano. Ven para acá, déjame darte un apretón. Después de tantos años, Panta.
– Qué gusto, Alberto-palmea, desembarca, estrecha manos de oficiales, responde al saludo de suboficiales y soldados el capitán Pantoja-. Estás igualito, los años no te hacen mella.
– Vamos a tomar un trago al comedor de oficiales -lo coge del brazo, lo guía a través del campamento, empuja una puerta con tela metálica, elige una mesa bajo el ventilador el capitán Mendoza-. No te preocupes por la cachadera. Todo está preparado y aquí la cosa funciona siempre como un tren. Alférez, usted se ocupa de todo y cuando la fiesta haya terminado nos avisa. Así, mientras los números se despiedran nos aventamos una cerveciola. Qué alegrón verte de nuevo, Panta.
– Oye, Alberto, ahora me acuerdo-observa por la ventana a las visitadoras entrando a las tiendas de campaña, las colas de soldados, los controladores que toman posición el capitán Pantoja-. No sé si sabes que a la visitadora esa, la que le dicen, ejém…
– Brasileña, ya sé, a ella sólo los diez del reglamento, ¿crees que no me leo tus instrucciones?-le da un falso puñete, ordena, abre botellas, sirve los vasos, brinda el capitán Mendoza-. ¿Cerveza para ti también? Dos, bien heladas. Pero es absurdo, Panta. Si esa hembra te gusta y te friega que la toquen, por qué no la exceptúas totalmente del servicio. ¿Para qué eres jefe, si no?
– Eso no-tose, se ruboriza, tartamudea, bebe el capitán Pantoja-. No quiero faltar a mi deber. Además, te aseguro que esa visitadora y yo, en realidad.
– Todos los oficiales lo saben y les parece muy bien que tengas una querida-se chupa la espuma del bigote, enciende un cigarrillo, bebe, pide más cerveza el capitán Mendoza-. Pero nadie comprende ese sistema tuyo. Se entiende que no te haga gracia que la tropa se tire a tu hembra. Para qué entonces ese formalismo ridículo. Diez polvos es lo mismo que cien, hermano.
– Diez es lo que obliga el reglamento-ve salir de las carpas a los primeros soldados, entrar a los segundos, a los terceros, traga saliva el capitán Pantoja-. ¿Cómo lo voy a violar? Lo hice yo mismo.
– No puedes con tu genio, cerebro electrónico-echa la cabeza atrás, entrecierra los ojos, sonríe nostálgico el capitán Mendoza-. Todavía me acuerdo que, en Chorrillos, el único cadete que se lustraba los zapatos para salir a embarrárselos en las maniobras eras tú.
– La verdad es que, desde que pidió su baja el cura Beltrán, el Cuerpo de Capellanes Castrenses deja mucho que desear-recibe quejas, atiende recomendaciones, oye misas, entrega trofeos, monta caballos, juega bochas el general Scavino-. Pero, en fin, Tigre, es un fenómeno general en la Amazonía, los cuarteles no se podían librar del contagio. De todas maneras, no te preocupes. Estamos tratando el asunto con mano firme.
Por estampa del niño mártir o de la Santa Ignacia, treinta días de rigor; por foto del Hermano Francisco, cuarenticinco.
– Estoy en Lagunas por el incidente de la semana pasada, Alberto-ve salir a los cuartos, entrar a los quintos, a los sextos el capitán Pantoja-. Leí tu parte, claro.
Pero me pareció lo bastante grave como para venir a ver sobre el terreno qué había ocurrido.
– No valía la pena que te dieras el trabajo-se afloja la correa del pantalón, pide un sándwich de queso, come, bebe el capitán Mendoza-. Lo que ocurre es muy sencillo. En estos pueblecitos vez que se acerca un convoy de visitadoras es la loquería. La sola idea hace que a todos los gallitos de la vecindad se les ponga tieso el espolón. Y, a veces, cometen disparates.
– Meterse a un campamento militar es demasiado disparate-ve a Chupito recogiendo los grabados y las revistas de los números el capitán Pantoja- ¿Acaso no había guardia?
– Reforzada, como ahora, porque siempre que llega el convoy es lo mismo-lo jala afuera, le muestra las tranqueras, los centinelas con bayonetas, los racimos de civiles el capitán Mendoza-. Ven, vamos para que veas.
¿Te das cuenta? Todos los pingalocas del pueblo amontonados alrededor del campamento. Mira allá, ¿los ves?
Subidos a los árboles, vaciándose por los ojos. Qué quieres, hermano, la arrechura es humana. Si hasta te ha pasado a ti, que parecías la excepción.
– ¿No tuvieron algo que ver en este asunto, esos locos del Arca?-ve salir a los séptimos, entrar a los octavos, a los novenos, a los décimos y murmura al fin el capitán Pantoja-. No me repitas el parte, Alberto, cuéntame lo que realmente sucedió.
– Ocho tipos de Lagunas se metieron al campamento y pretendieron raptar a un par de visitadoras-ametralla el aparato de radio el general Scavino-. No, no hablo de los hermanos sino del Servicio de Visitadoras, la otra calamidad de la selva. ¿Te das cuenta adónde estamos llegando, Tigre?
– No volverá a ocurrir, hermano-paga la cuenta, se pone el quepí, anteojos oscuros, deja salir primero a Panta el capitán Mendoza-. Ahora, desde la víspera de la llegada del convoy, duplico la guardia y pongo centinelas en todo el perímetro. La compañía entra en zafarrancho de combate para que los números cachen en paz, puta qué cómico.
– Cálmate y bájame la voz-compara informes, ordena encuestas, relee cartas el Tigre Collazos-. No te pongas histérico, Scavino. Lo sé todo, aquí tengo el parte de Mendoza. La tropa rescató a las visitadoras y se acabó. Bueno, no es para suicidarse. Un incidente como cualquier otro. Peores cosas hacen los hermanos ¿no?
– Es que no es el primero de este tipo que ocurre, Alberto-ve salir de una carpa a la Brasileña, la ve cruzar el descampado entre silbidos, la ve subir a Eva el capitán Pantoja-. Hay constantes interferencias del elemento civil. En todos los pueblos brota una efervescencia del carajo cuando aparecen los convoyes.
– Se armó una trompeadera feroz entre soldados y civiles, por ese par de mujeres-recibe llamadas, va a la cárcel, interroga a detenidos, se desvela, toma calmantes, escribe, llama el general Scavino-. ¿Has oído bien?
Entre sol-da-dos-y-ci-vi-les. Los raptores consiguieron sacarlas del campamento y la pelea fue en pleno pueblo.
Hay cuatro hombres heridos. En cualquier momento puede ocurrir algo muy serio, Tigre, por este maldito Servicio.
– No es para menos, hermano-señala a los mirones, a las visitadoras que abandonan las carpas y regresan al embarcadero flanqueadas por guardias el capitán Mendoza-. A estos selváticos que ni siquiera conocen Iquitos, esas mujeres les parecen ángeles caídos del cielo.
Los soldados también tienen culpa. Van y cuentan cosas en el pueblo, antojan a los otros. Se les ha prohibido hablar de esto, pero no entienden.
– Me fastidia que ocurra esto ahora, cuando tengo casi listo un proyecto para ampliar el Servicio y darle más categoría-se mete las manos en los bolsillos, camina cabizbajo pateando piedrecitas el capitán Pantoja-. Algo muy ambicioso, me ha costado muchos días de reflexión y de números. Y mi plan hasta quizá solucionaría el problema de los civiles pingalocas, hermano.
– Pero me triplicaría usted el otro, Pantoja, el de los curas y las beatas de Iquitos que andan fregando la paciencia a Scavino-llama a su ordenanza, lo manda comprar cigarrillos, le da una propina, pide fuego el Tigre Collazos-. No, demasiado. Cincuenta visitadoras son suficientes. No podemos reclutar más, al menos por el momento.
– Con un equipo operacional de cien visitadoras y tres barcos navegando de manera permanente en los ríos amazónicos-contempla los preparativos para la partida de Eva el capitán Pantoja-, nadie podría prever la llegada de los convoyes a los centros usuarios.
– Se está volviendo demente-prende un encendedor y lo acerca a la cara del Tigre Collazos el general Victoria-. El Ejército tendría que dejar de comprar armas para contratar más rameras. No hay presupuesto que aguante las fantasías de este angurriento.
– Estudie el plan que le mandé, mi general-escribe a maquina con dos dedos, hace cálculos, dibuja cuadros sinópticos, pasa malas noches, borra, añade, insiste el capitán Pantoja-. Crearíamos un "sistema de rotación inordinaria irregular". La llegada del convoy sería siempre imprevista, nunca habría ocasión de incidentes. Sólo los jefes de unidad conocerían las fechas de llegada.
– Y pensar que costó tanto trabajo hacerle aceptar la misión de crear el Servicio de Visitadoras-busca por el despacho un cenicero y lo pone junto al Tigre Collazos el coronel López López-. Ahora está en su elemento. Se mueve entre las putas como pez en el agua.
– Eso sí, la única forma de controlar eficazmente ese sistema sería desde el aire-cifra memorándums, prepara termos de café, multiplica, divide, se rasca la cabeza, despacha anexos el capitán Pantoja-. Haría falta otro avión. Y, al menos, un oficial de Intendencia más. Bastaría un subteniente, mi general.
– Se le ha aflojado un tornillo, no hay duda-lee El Oriente, oye La Voz del Sinchi, recibe anónimos, llega al cine tarde y se sale antes que termine la película el general Scavino-Si esta vez le das gusto y apruebas ese proyecto, te advierto que pido mi baja, como Beltrán.
Entre los fanáticos del Arca y las visitadoras de Pantoja van a acabar conmigo. Sobrevivo a punta de valeriana, Tigre.
– Lamento darle una mala noticia, mi general-parte en expedición, invade un pueblo desierto, carajea, ayuda a desclavar, ordena volver a marchas forzadas, muchachos el coronel Augusto Valdés-. Antenoche, en el caserío de Frailecillos, a dos horas de surcada de mi guarnición, crucificaron al suboficial Avelino Miranda. Estaba de permiso, iba de civil y es posible que ignoraran su condición de soldado. No, aún no ha muerto pero los médicos dicen que es cuestión de horas. Todo el caserío, treinta o cuarenta personas. Se han metido al monte, sí.
– Cálmese, Scavino, la cosa no puede ser para tanto -escucha y hace bromas sobre visitadoras en el Casino Militar tranquiliza a su madre sobre los clavados de la selva el general Victoria-. ¿De veras andan tan alborotados esos provincianos con las niñas de Pantoja?
– ¿Alborotados, mi general?-se toma el pulso, se mira la lengua, dibuja cruces sobre el secante el general Scavino-. Esta mañana se me presentó aquí el obispo, con su estado mayor de curas y monjas.
– Tengo el pesar de anunciarle que si el llamado Servicio de Visitadoras no desaparece, excomulgaré a todos los que trabajan en él o lo utilizan-entra al despacho hace una venia, no sonríe, no se sienta, limpia su anillo y lo ofrece el Obispo-. Se han violado ya los límites mínimos de la decencia y el decoro, general Scavino.
La misma madre del capitán Pantoja ha venido hasta a mí, llorando su tragedia.
– Comparto enteramente ese criterio y Su Eminencia lo sabe-se levanta, hace una genuflexión, besa el anillo, habla suave, ofrece gaseosas, despide a los visitantes en la calle el general Scavino-. Si de mí dependiera, ese Servicio no habría nacido. Les ruego un poco de paciencia. En cuanto a Pantoja, no me lo nombre, Monseñor. Qué tragedia ni tragedia. El hijito de esa señora que va a llorarle, tiene gran parte de culpa en lo que ocurre. Si al menos hubiera organizado la cosa de una manera mediocre, defectuosa. Pero ese idiota ha convertido el Servicio de Visitadoras en el organismo más eficiente de las Fuerzas Armadas.
– No hay vuelta que darle, Panta-sube a bordo, curiosea el puente de mando, observa la brújula, manipula el timón el capitán Mendoza-. Eres el Einstein del cache.
– Sí, naturalmente, he mandado varios grupos de caza a perseguir a los fanáticos-va a la enfermería, alienta a la víctima, clava banderitas en un mapa, dicta instrucciones, desea buena suerte a los oficiales que parten el coronel Augusto Valdés-. Con orden de que me traigan al caserío entero a rendir cuentas. No ha sido necesario mi general. Mis hombres están indignados, el suboficial Avelino Miranda siempre fue muy querido
– Tarde o temprano el Tigre acabará por aceptar mi plan-muestra los compartimentos de Eva al capitán Mendoza, la bodega, las maquinas, escupe y pisa el capitán Pantoja-. El crecimiento del Servicio es inevitable. Con tres barquitos, dos aviones, un equipo operacional de cien visitadoras y dos oficiales adjuntos, haré maravillas, Alberto.
– En Chorrillos creíamos que tu vocación no era ser militar, sino una computadora-baja,la rampa de desembarco, regresa con Panta del brazo al campamento, pregunta ¿ya me preparó el parte estadístico, alférez? El capitán Mendoza-. Ahora veo que estábamos equivocados. Tu sueño es ser el Gran Alcahuete del Perú.
– Te equivocas, desde que nací sólo he querido ser soldado, pero soldado administrador, que es tan importante como artillero o infante. Al Ejército yo lo tengo aquí-examina el rústico despacho, la lámpara de kerosene, los mosquiteros, la hierba que crece en los resquicios del entarimado, se toca el pecho el capitán Pantoja-. Tú te ríes y lo mismo Bacacorzo. Te aseguro que
algún día se llevarán una sorpresa. Funcionaremos en todo el territorio nacional, con una flota de barcos, ómnibus y centenares de visitadoras.
– He puesto al frente de los grupos de caza a los oficiales más enérgicos-sigue y dirige por radio el desplazamiento de los expedicionarios, cambia de posición las banderitas en el mapa, habla con los médicos el coronel Augusto Valdés-. Con el calentón que tienen encima, los soldados necesitan que los contengan. No sea que linchen a los fanáticos por el camino. En cuanto al suboficial Miranda, parece que se salva, mi general. Eso sí, quedará manco y cojito.
– Habrá que crear una especialidad nueva en el Ejército-recibe el parte estadístico, lo relee, lo corrige, se señala la bragueta el capitán Mendoza-. Artillería, Infantería, Caballería, Ingeniería, Intendencia y ¿Polvos Militares? ¿Bulines Castrenses?
– Tendría que ser un nombre más discreto-se ríe, divisa a través de la tela metálica al corneta que llama a rancho, a los soldados que entran a un galpón de madera el capitán Pantoja-. Pero por qué no, algún día, quién sabe.
– Mira, ya terminó la vaina y ahí están tus pollitas cantando " La Raspa "-señala a Eva, a la sirena que pita, a las visitadoras acodadas en cubierta, al suboficial Rodríguez que ha subido al puente de mando el capitán Mendoza-. Cada vez que oigo su himno me cago de risa, hermano. ¿Regresas a Iquitos ahora mismo?
– Ahora mismo-abraza a Mendoza, sube a Eva de dos trancos, cierra el camarote, se zambulle en la litera el capitán Pantoja-. En la orejita, en el cuello, en mis tetitas. Rasguños, pellizquitos, mordisquitos.
– Ay, Panta, qué pesado eres-reniega, taconea, corre la cortina, suspira mirando al techo, avienta su ropa al suelo con furia la Brasileña -. ¿No ves que estoy cansada, que acabo de trabajar? Y después ya sé lo que vendrá, la gran escena de celos.
– Chitón, cierra ese piquito, ya sabes que, más arribita-se encoge, se estira, se mece, se arrulla, se desmaya, se deslíe Panta-. Ahicito mismo, ay qué riquito.
– Pero tengo que decirte una cosa, Panta-sube a la litera, se acuclilla, se tiende, se prende, desprende la Brasileña -. Estoy harta de que me hagas perder plata con tu manía de que sólo me den diez.
– Pfuu-se sosiega, transpira, traga aire a bocanadas Pantita-. ¿No puedes estar callada ni siquiera este momento?
– Es que por tu culpa estoy perdiendo plata y yo también tengo que cuidar mis intereses-se aparta, se lava, se viste, abre el ojo de buey, saca la cabeza y respira la Brasileña -. Estas cosas que te gustan se acaban con los años. ¿Y después? Todas tuvieron hoy veinte, el doble que yo.
– Caracoles, como si su Servicio no significara ya bastante gasto para Intendencia-recibe el telegrama, lo lee, lo agita el coronel López López-. ¿Sabe con qué nos viene ahora Pantoja, mi general? Con que se estudie la posibilidad de dar una prima de riesgo a las visitadoras cuando salen en convoy. Resulta que tienen miedo a los fanáticos.
– Pero tú recibes doble porcentaje que ellas y eso compensa la diferencia, te lo he probado, te he hecho una evaluación-sube a cubierta, ve a Viruca y Sandra echándose cremas en la cara, a Chupito durmiendo en una mecedora Pantaleón Pantoja-. Qué cansado me quedé, qué taquicardia ¿Perdiste el organigrama que te hice? ¿Te has olvidado que, además, cada mes te doy el 15 por ciento de mi sueldo para reforzar tus ingresos?
– Ya lo sé, Panta-apoya los brazos en la proa, mira los árboles de la ribera, las aguas terrosas, la estela de espuma, las nubes rosadas la Brasileña -. Pero tu sueldo es una buena porquería. No te enojes, es la verdad. Y, de otro lado, con tu manía esa, todas me odian. No tengo ni una amiga entre las chicas. Hasta Chuchupe me dice privilegiada apenas te das vuelta.
– Lo eres y es la gran vergüenza de mi vida-pasea por cubierta, pregunta ¿llegaremos a Iquitos temprano?, oye al suboficial Rodríguez decir por supuesto el señor Pantoja-. No te quejes tanto, no es justo. Debería lamentarme yo. Por tu culpa he roto con un principio que había respetado desde que tengo uso de razón.
– ¿No ves? Ya comenzaste-sonríe a Peludita que escucha radio bajo el toldo de popa, a un marinero que enrolla unos cabos la Brasileña -. Por qué no eres más franco y en vez de hablar de principios reconoces que tienes celos de los diez soldaditos de Lagunas.
– ¿Creías que disminuían? Nada de eso, Tigre, aumentan como un incendio en el bosque-se viste de civil, merodea entre las gentes, huele a cebolla y a incienso, ve el chisporroteo de los candiles, siente la pestilencia de las ofrendas el general Scavino-. No sabes lo que fue el aniversario del niño mártir. Una procesión como no se ha visto nunca en Iquitos. Todas las orillas de Moronacocha cubiertas por una muchedumbre compacta.
Y lo mismo la laguna. No cabía una lancha, un bote.
– Yo nunca había faltado a mi deber, maldita sea mi estampa-dice hola a Pechuga y Rita que juegan naipes al pleno sol, se recuesta en un salvavidas, ve ponerse el sol en el horizonte Pantaleón Pantoja-. Había sido siempre un tipo recto, un tipo justo. Antes de que aparecieras tú ni siquiera este clima de zánganos me había hecho romper mi sistema.
– Si me dices que tienes ganas de insultarme por los diez soldaditos, te lo aguanto-mira su reloj, hace un mohín, dice se paró otra vez, le da cuerda la Brasileña -.
Pero si sigues hablando de tu sistema te vas a la mierda y me bajo al camarote a descansar.
– Este trabajo y tú han sido mi ruina-se demuda, no responde al saludo del marinero que conversa con Pichuza, escruta el río, el cielo que oscurece Pantaleón Pantoja-. Si no fuera por ustedes, no habría perdido a mi esposa, a mi hijita.
– Qué pesado eres, Panta-lo toma del brazo, lo lleva al camarote, le alcanza unos sándwichs, una coca-cola, le pela una naranja, bota las cáscaras al río, enciende la luz la Brasileña -. ¿Ahora te va a venir el llanto por tu esposa y tu hijita? Cada vez que te ocupas conmigo te dan unos arrepentimientos que no hay quien te aguante. No te pongas tonto, rapaz.
– Me hacen falta, las extraño mucho-come, bebe, se pone el pijama, se acuesta, se le quiebra la voz a Panta-. La casa esta tan vacía sin Pocha y sin Gladycita.
No me acostumbro.
– Ven, rapaz, ven, no seas lloroncito-se queda en enagua, se tiende junto a Panta, apaga la luz, abre los brazos la Brasileña -. Lo único que tienes es celos de los soldaditos. Ven, acomódate aquí, déjame rascarte la cabecita.
– Hasta corría la voz que se iba a presentar el Hermano Francisco en persona-observa a los apóstoles de blanco, a los fieles arrodillados con los brazos extendidos, a los inválidos, los ciegos, los leprosos, los enanos, los moribundos que rodean la cruz el general Scavino-.
Mejor que no lo hiciera. Nos iba a poner en un apuro. Era imposible mandarlo detener ante veinte mil personas dispuestas a morir por él. Dónde diablos andará.
No, no hay rastros de ese loco.
– El balco es una cunita, yo soy Pochita, tú eles Gladycita-entona, se mece, mira la luna que cruza el ojo de buey y platea el extremo de la litera la Brasileña -. Qué bebita tan bonita. Yo le lasco cabecita, yo le doy besitos. ¿Quiele chupal su tetita?
– Ahora la tiene en la cabeza, ahí mismo, bah, se voló-empuja la puerta del Museo y Acuario Amazónico y cede el paso al capitán Pantoja el teniente Bacacorzo-.
¿Le llegó a picar? Creo que era una avispa.
– Más abajito, más despacito-cambia de ánimo, se aniña, se entibia, se endulza, se acurruca Pantita-. En la espaldita, en el cuellito, en la olejita. Insista en la puntita, señolita.
– Ah, la maté-manotea contra la pileta de La Vaca Marina o Manatí el teniente Bacacorzo-. Avispa no, una mosca parda. Son peligrosas, la gente dice que trasmiten la lepra.
– Debo tener la sangre ácida porque jamás me pican los bichos-pasa junto al Bufeo Loco, al Bufeo Cenizo al Bufeo Colorado, se detiene ante La Hormiga Curhuinse, lee "es nocturna, muy danina, en una noche puede arrasar una chacra, andan en cientos de miles, cuando adultas echan alas y se ponen barrigonas" el capitán Pantoja-. En cambio, mi pobre madre, es terrible, sale a la calle y la devoran.
– ¿Sabe que a esas hormigas aquí se las comen tostadas, con sal y plátano?-pasa el dedo por la cresta de una iguana disecada, por las plumas multicolores de un tucán el teniente Bacacorzo-. Tiene que cuidarse, está usted muy flaco. Debe haber bajado lo menos diez kilos en estos últimos meses. Qué pasa, mi capitán. ¿Trabajo, preocupaciones?
– Un poco de las dos cosas-se inclina y busca en vano los ocho ojos de la grande, saltarina y ponzoñosa Araña Viuda el capitán Pantoja-. Cuando todo el mundo me lo dice, debe ser cierto. Voy a ponerme en sobrealimentación, para recuperar los kilitos perdidos.
– Lo siento mucho, Tigre, pero he tenido que dar orden de que la tropa ayude a la Guardia Civil en la captura de los fanáticos-recibe peticiones, quejas, denuncias, investiga, vacila, consulta, toma una decisión, informa el general Scavino-. Cuatro clavados en seis meses es demasiado, estos locos están convirtiendo a la Amazonía en una tierra bárbara y ha llegado el momento de usar la mano dura.
– No le está usted sacando el jugo a la soltería-empuña la luna de aumento y agranda a la Avispa Huayranga, a la Campana Avispa y a la Avispa Shiroshiro el teniente Bacacorzo-. En vez de estar feliz y contento con la libertad recobrada, anda más triste que un murciélago.
– Es que a mí la soltería no me sirve de gran cosa-se adelanta a la esquina de los felinos y roza con su cuerpo al Tigre Negro, al Otorongo o Príncipe de la Selva, al Ocelote, al Puma y al moteado Tigrillo el capitán Pantoja-. Yo sé que la mayor parte de los hombres, después de un tiempo, se hartan de la monotonía familiar y dan cualquier cosa por zafarse de sus mujeres. A mí no me había pasado. La verdad, me apenó que Pocha se fuera. Y, sobre todo, llevándose a mi hijita.
– Ni decirlo tiene que lo apenó, se le ve en la cara-"los camaleones chiquitos viven en los árboles, los grandes en el agua" oye el teniente Bacacorzo-. En fin, son las cosas de la vida, mi capitán. ¿Ha tenido noticias de su esposa?
– Sí, me escribe todas las semanas. Está viviendo con su hermana Chichi, allá en Chiclayo-cuenta las culebras, la Yacumama o Madre del Agua, la Boa Negra, la Mantona, la Sachamama o Madre de la Selva el capitán Pantoja-. No estoy resentido con Pocha, la entiendo muy bien. Mi misión resultaba muy fregada para ella. Ninguna mujer decente lo hubiera aguantado. ¿De qué se ríe? No es ningún chiste, Bacacorzo.
– Perdone, pero es que no deja de ser gracioso-enciende un cigarrillo, sopla el humo entre los barrotes de la jaula del Paucar, lee "imita el cántico de las demás aves y ríe y llora como los niños" el teniente Bacacorzo-. Usted tan maniático, tan puntilloso en cuestiones morales. Y con la fama más negra que se pueda imaginar. Aquí en Iquitos todos lo creen un terrible forajido.
– Cómo no iba a tener razón para irse, señora, no se ciegue-entrega la madeja de lana a la señora Leonor, hace un ovillo, comienza a tejer Alicia-. Las mamás encierran a sus hijas con llave cuando ven pasar a su Pantita, se persignan y ponen contra. Sépalo de una vez y, más bien, compadézcase de Pocha.
– ¿Cree que no lo sé?-se entretiene dando de comer a los peces ornamentales, viendo fosforecer al tornasolado Neon Treta el capitán Pantoja-. El Ejército me hizo un flaco servicio confiándome este trabajo.
– Nadie se imaginaría que lo lamenta, al verlo trabajar en el Servicio de Visitadoras con tanto ímpetu-observa el transparente Blue Tetra, el escamoso Limpiavidrios y la carnívora Piraña el teniente Bacacorzo-. Si, ya sé, su sentido del deber.
– Regresaron las dos primeras patrullas, mi general -recibe a los expedicionarios en la puerta del cuartel, los felicita, les invita una cerveza, silencia a los prisioneros que gritan, los manda encerrar en la Prevención el coronel Peter Casahuanqui-. Traen media docena de fanáticos, uno de ellos con tercianas. Estuvieron en la clavada de la viejita, en Dos de Mayo. ¿Los guardo aquí, los entrego a la policía, los despacho a Iquitos?
– Oiga, todavía no me ha dicho para qué me citó en este Musco, Bacacorzo-mide con la vista al Paiche, el Pez Más Grande de Agua Dulce Que se Conoce en el Mundo el Capitán Pantoja.
– Para darle una mala noticia entre ofidios y arácnidos-echa un vistazo indiferente a la Anguila, a la Raya a las Charapas o Tortugas de agua el teniente Bacacorzo-. Scavino quiere verlo urgentemente. Lo espera en la Comandancia, a las diez. Tenga cuidado, le advierto que está echando chispas.
– Sólo los impotentes, los eunucos y los asexuados pueden pretender que-sube y baja entre arpegios, declama, se encabrita La Voz del Sinchi-los esforzados defensores de la Patria, que se sacrifican sirviendo allá, en las intrincadas fronteras, vivan en castidad viuda.
– Siempre está echando chispas, al menos conmigo -sale al balcón, mira el río destellando bajo el sol homicida, las motoras y balsas que llegan al puerto de Belén el capitán Pantoja-. ¿Sabe de qué es ahora la rabieta?
– Por la maldita emisión del Sinchi de ayer-no responde a su saludo, no lo invita a sentarse, coloca una cinta y enciende la grabadora el general Scavino-. El zamarro no hizo más que hablar de usted, le dedicó los treinta minutos del programa. ¿Le parece poca cosa, Pantoja?
– ¿Deben nuestros valientes soldados recurrir al debilitante onanismo?-duda, danza con los compases del vals " La Contamanina ", espera una respuesta, interroga de nuevo La Voz del Sinchi. ¿Regresar a la autogratificación infantil?
– ¿ La Voz del Sinchi?-oye crujir, tartamudear, estropearse a la grabadora, ve al general Scavino sacudirla, golpearla, probar todos los botones el capitán Pantoja-. ¿Está seguro, mi general? ¿Me atacó de nuevo?
– Lo defendió, lo defendió de nuevo-descubre que el enchufe se ha soltado, murmura qué estúpido, se agacha, conecta el aparato otra vez el general Scavino-. Y es mil veces peor que si lo atacara. ¿No comprende? Esto deja en ridículo y enloda al Ejército al mismo tiempo.
– Sí, las he cumplido al pie de la letra, mi general -conferencia con el alférez jefe de Intendencia, revisa el almacén de provisiones, compone menús con el sargento cocinero el coronel Máximo Dávila-. Sólo que ha surgido un grave problema de abastecimiento. Son cincuenta fanáticos detenidos y si los alimento tendría que racionar a la tropa. No sé qué hacer, mi general.
– Le tengo terminantemente prohibido que siquiera me nombre-ve encenderse una lucecita amarilla, girar los carretes, oye ruidos metálicos, ecos, se enfurece el capitán Pantoja-. No me lo explicó, le aseguro que…
– Cállese y escuche-ordena, cruza los brazos, las piernas, mira con odio la grabadora el general Scavino-. Es de dar náuseas.
– El Supremo Gobierno debería condecorar con la Orden del Sol al señor Pantaleón Pantoja-estalla, rutila entre Lux el Jabón que Perfuma, Coca-cola la Pausa que Refresca y Sonrisas Kolynosistas, dramatiza y exige La Voz del Sinchi-. Por la encomiástica labor que realiza en procura de la satisfacción de las necesidades íntimas de los centinelas del Perú.
– Lo oyó mi esposa y mis hijas tuvieron que darle sales-apaga la grabadora, recorre la habitación con las manos a la espalda el general Scavino-. Nos está convirtiendo en el hazmerreír de todo Iquitos con sus peroratas. ¿No le ordené tomar medidas para que La Voz del Sinchi no se ocupara más del Servicio de Visitadoras?
– La única manera de taparle la boca a ese sujeto es dándole un balazo o plata-escucha la radio, ve a las visitadoras preparando los maletines para embarcar, a Chuchupe montando a Dalila Pantaleón Pantoja-.
Cargármelo me traería muchos líos, no queda más remedio que calentarle la mano con unos cuantos soles.
Anda díselo, Chupito. Que se presente aquí en el término de la distancia.
– ¿Quiere decir que destina parte del presupuesto del Servicio de Visitadoras a sobornar periodistas?-lo examina de pies a cabeza, ancha las aletas de la nariz, arruga la frente, muestra los incisivos el general Scavino-.
Muy interesante, capitán.
– Ya tengo aquí, en salmuera, a los que crucificaron al suboficial Miranda-atomiza las patrullas, duplica las horas de guardia, suprime permisos y licencias, extenúa, encoleriza a sus hombres el coronel Augusto Valdés-. El ha identificado a la mayoría, sí. Sólo que tanto movilizar a mi gente detrás de los Hermanos del Arca, tengo desguarnecida la frontera. Ya sé que no hay peligro, pero si algún enemigo quisiera entrar, se nos metería hasta Iquitos de un pasco, mi general.
– Del presupuesto no, eso es sagrado-distingue un ratoncito cruzando veloz el alféizar de la ventana a pocos centímetros de la cabeza del general Scavino el capitán Pantoja-. Usted tiene copia de la contabilidad y puede comprobarlo. De mi propio sueldo. He tenido que sacrificar el 5% mensual de mis haberes para callar a ese chantajista. No entiendo por qué ha hecho esto.
– Por escrúpulos profesionales, por indignación moral, por solidaridad humana, amigo Pantoja-entra al centro logístico dando un portazo, sube la escalerilla del puesto de mando como un ventarrón, intenta abrazar al señor Pantoja, se quita el saco, se sienta en el escritorio, ríe, truena, arenga el Sinchi-. Porque no puedo soportar que haya gente aquí, en esta ciudad donde mi santa madre me botó al mundo, que menosprecie su labor y que todo el día eche sapos y culebras contra usted.
– Nuestro compromiso era clarísimo y usted lo ha violado-estrella una regla contra un panel, tiene los labios llenos de saliva y los ojos incendiados, rechina los dientes Pantaleón Pantoja-. ¿Para qué carajo los quinientos soles mensuales? Para que se olvide de que existo, de que el Servicio de Visitadoras existe.
– Es que yo también soy humano, señor Pantoja, y sé asumir mis responsabilidades-asiente, lo calma, gesticula, oye roncar la hélice, ve a Dalila correr por el río levantando dos paredes de agua, la ve elevarse, perderse en el cielo el Sinchi-. Tengo sentimientos, impulsos, emociones. Donde voy, oigo pestes contra usted y me caliento. No puedo permitir que calumnien a alguien tan caballero. Sobre todo, siendo amigos.
– Voy a hacerle una advertencia muy seria, so grandísimo pendejo-lo coge de la camisa, lo hamaquea de atrás adelante, de adelante atrás, lo ve asustarse, enrojecer, temblar, lo suelta Pantaleón Pantoja-. Ya sabe lo que ocurrió la vez pasada, cuando sus ataques al Servicio. Tuve que contener a las visitadoras, querían sacarle los ojos y clavarlo en la Plaza de Armas.
– Lo sé de sobra, amigo Pantoja-se arregla la camisa, trata de sonreír, recupera el aplomo, se aprieta el cuello el Sinchi-. ¿Cree que no me enteré que habían pegado mi foto en la puerta de Pantilandia y que la escupían al entrar y salir?
– La verdad, es un serio problema, Tigre-imagina motines, cargas de fusilería, muertos y heridos, titulares sangrientos, destituciones, juicios, sentencias y lágrimas el general Scavino-. En tres semanas, hemos echado mano a cerca de quinientos fanáticos que andaban escondidos en la selva. Pero ahora no sé qué hacer con ellos. Mandarlos a Iquitos sería un escándalo, habría manifestaciones, miles de hermanos andan sueltos. ¿Qué piensa el Estado Mayor?
– Pero ahora ellas están felices con los piropos que les echo en mi emisión, señor Pantoja-se pone el saco, va hasta la baranda, hace adiós al Chino Porfirio, vuelve al escritorio, soba el hombro del señor Pantoja, cruza los dedos y jura el Sinchi-. Cuando me ven en la calle, me mandan besitos volados. Vamos, amigo Pan Pan, no lo tome a lo trágico, yo quería servirlo. Pero, si prefiere, La Voz del Sinchi no lo mentará nunca más.
– Porque la primera vez que me nombre, o hable del Servicio, le echaré encima a las cincuenta visitadoras y le advierto que todas tienen uñas largas-abre un cajón del escritorio, saca un revolver, lo carga y descarga, hace girar el tambor, encañona el pizarrón, el teléfono, las vigas Pantaleón Pantoja-. Y si ellas no acaban con usted, lo remato yo, de un tiro en la cabeza. ¿Comprendido?
– A la perfección, amigo Pantoja, ni una palabra más -multiplica las venias, las sonrisas, los adioses, baja la escalerilla de espaldas, echa a correr, desaparece en la trocha a Iquitos el Sinchi-. Clarísimo como el sol.
¿Quién es el señor Pan Pan? No se le conoce, no existe, no se oyó nunca. ¿Y el Servicio de Visitadoras? Qué es eso, cómo se come eso. ¿Correcto? Vaya, nos entendemos. Los quinientos solifacios de este mes ¿como siempre, con Chupito?
– No, no, eso sí que no-secretea con Alicia, corre donde los agustinos, escucha confidencias del director, regresa sofocada a casa, recibe a Panta protestando la señora Leonor-. ¡Te presentaste con una de esas bandidas en la Iglesia! ¡Y en el San Agustín, nada menos! El padre José María me ha contado.
– Primero óyeme y trata de entender, mamá-arroja la gorrita al ropero, va a la cocina, bebe un jugo de papaya con hielo, se limpia la boca Panta-. No lo hago nunca, jamás me luzco por la ciudad con ninguna de ellas. Fue una circunstancia muy especial.
– El padre José María los vio entrar a los dos del brazo, con el mayor desparpajo-llena la bañera de agua fría, arranca la envoltura de un jabón, dispone toallas limpias la señora Leonor-. A las once de la mañana, justo cuando van a misa todas las señoras de Iquitos.
– Porque a esa hora son los bautizos, no es mi culpa, déjame explicarte-se quita la guayabera, el pantalón, la camiseta, el calzoncillo, se pone una bata, zapatillas, entra al baño, se desnuda, se sumerge en la bañera, entrecierra los ojos y murmura qué fresca está Pantita-.
La Pechuga es una de mis colaboradoras más antiguas y eficientes, estaba obligado a hacerlo.
– No podemos fabricar mártires, basta con los que ellos hacen-revisa cartapacios de recortes de periódicos marcados con lápiz rojo, celebra conciliábulos con oficiales del Servicio de Inteligencia, de la Policía de Investigaciones, propone un plan al Estado Mayor y lo ejecuta el Tigre Collazos-. Tenlos ahí en los cuarteles un par de semanas, a pan y agua. Luego los asustas y los largas, Scavino. Salvo a unos diez o doce cabecillas, a esos nos los mandas a Lima.
– La Pechuga -revolotea por el dormitorio, la salita, se asoma al cuarto de baño, ve a Panta moviendo los pies y salpicando el piso la señora Leonor-. Mira con quiénes trabajas, con quiénes te juntas. ¡ La Pechuga, la Pechuga! Como va a ser posible que te presentes en la Iglesia con una pérdida que encima tiene ese nombre.
Ya no sé a qué santo rogarle, hasta al niño mártir he ido a pedirle de rodillas que te saque de ese antro.
– Me pidió que fuera padrino de su hijito y no podía negarme, mamá-se jabona la cabeza, la cara, el cuerpo, se enjuaga en la ducha, se envuelve en toallas, salta de la bañera, se seca, se pone desodorante, se peina Pantita-. La Pechuga y Milcaras tuvieron el gesto simpático de ponerle mi nombre a la criatura. Se llama Pantaleón y yo mismo lo hice cristianizar.
– Cuánto honor para la familia-va a la cocina, trae un escobillón y trapos, seca el cuarto de baño, entra al dormitorio, alcanza a Panta una camisa, un pantalón recién planchado la señora Leonor-. Ya que tienes que hacer ese trabajo tan espantoso, cumple al menos lo que me prometiste. No te pasees con ellas, que la gente no te vea.
– Ya lo sé, mamacita, no seas machacona, upa, hasta el techo, upa-se viste, echa la ropa sucia a una canasta, sonríe, se acerca a la señora Leonor, la abraza, la levanta en peso Pantita-. Ah, me olvidaba mostrarte. Mira, llegó carta de Pocha. Manda fotos de Gladycita.
– A ver, presta mis anteojos-se acomoda la falda, la blusa, le arrebata el sobre, se acerca a la luz de la ventana la señora Leonor-. Uy, qué cosa más rica, mi nietecita linda, cómo ha engordado. Cuándo me vas a dar lo que te pido, Santo Cristo de Bagazán. Me paso las tardes en la iglesia, rezando, hago novenas para que nos saques de aquí y tú nada.
– En Iquitos te has vuelto una beata, viejita, en Chiclayo ni siquiera ibas a misa, sólo jugabas canasta-se sienta en la mecedora de paja, hojea un periódico, resuelve un crucigrama, se ríe Panta-. Creo que tus rezos no sirven porque mezclas la Iglesia con la superstición: el niño mártir, el Santo Cristo de Bagazán, el Señor de los Milagros, la Santa Ignacia.
– No se olvide que hay que distraer gente y dinero para la caza y represión de los locos del Arca-toma aviones, jeeps y lanchas, recorre la Amazonía, vuelve a Lima, hace trabajar sobre tiempos a los oficiales de Contabilidad y Finanzas, redacta un informe, se presenta al despacho del Tigre Collazos el coronel López López-. Eso significa gastos fuertes para el Ejército. Y el Servicio de Visitadoras es una hemorragia, trabaja a pura pérdida. Aparte de otros problemitas.
– Aquí está la carta de Pocha, son sólo cuatro letras, te la leo-oye música, da un paseo con la señora Leonor por la Plaza de Armas, trabaja en su dormitorio hasta medianoche, duerme seis horas, se levanta con las primeras luces Panta-. Se han ido a Pimentel, con Chichi, para pasar el verano en la playa. No habla nada de volver, mamá.
– ¿A fojas cero?-se enfunda el quepí, deja salir antes del despacho al general Victoria y al coronel López López, se sienta en la parte delantera del auto, ordena al chofer a "Rosita Ríos" volando el Tigre Collazos-. Sí, claro, es una de las soluciones posibles, la que Scavino elegiría en el acto. Pero ¿no es un poco precipitado? No veo la razón ni la urgencia de declarar que el Servicio de
Visitadoras es un fracaso. Después de todo, los incidentes que ha provocado son insignificantes.
– No me preocupan las cosas negativas del Servicio de Visitadoras sino las positivas, Tigre-elige una mesa al aire libre, se sienta en la cabecera, se afloja la corbata, estudia el menú muy atento el general Victoria-. Lo grave son sus fantásticos éxitos. Para mí, el problema está en que, sin quererlo ni saberlo, hemos puesto en marcha un mecanismo infernal. López acaba de recorrer todas las guarniciones de la selva y su informe es inquietante.