Mike estuvo con trabajo en la consulta todo el día. A eso de las cinco encontró un momento para llamar al hospital.
– Henry se ha despertado y está bien -le dijo Bill-. Tess ha accedido finalmente a irse a dormir. Yo acabo la guardia ahora. Si quieres, le daré de comer a Strop antes de irme para que no tengas que venirte a la carrera.
¿Era su imaginación, o había más pacientes de lo normal? A las ocho terminó finalmente. Al salir de la consulta, su recepcionista colgó el teléfono con un suspiro.
– Dios Santo, Mike, hay rumores por todo el valle de que hay una doctora nueva. Más de diez pacientes han llamado para pedir una cita con la doctora. Cuando les digo que no trabaja aquí se desilusionan, pero como no quieren reconocer que realmente no necesitan ver al doctor, piden cita igual para verlo a usted. Lo siento, Mike, pero mañana tendrá la consulta a rebosar.
– Genial -gimió Mike-. Justo lo que necesito -dijo, y luego frunció el ceño- ¿Por qué piensa todo el mundo que tenemos doctora nueva?
– Pues, por Tessa, por supuesto.
– ¿Tess…?
– No se haga el tonto.
Maureen, su recepcionista, tenía cincuenta años y se conocía todos los trucos. Los pacientes no la podían engañar, y tampoco Mike.
– Si no piensa en Tessa Westcott, es que le pasa algo -prosiguió-. Todos los enfermeros, los ordenanzas, los chicos de la ambulancia… todos hablan de ella, y si queda algún hombre en el valle que no la ha visto, está intentando hacerlo en este momento. ¿Piensa ofrecerle un empleo?
– No.
– ¿Por qué no?
– Maureen, Tess trabaja en los Estados Unidos, es ciudadana americana. Dios Santo, Maureen, ni siquiera estará colegiada.
– Pues yo podría arreglar eso en un instante -dijo Maureen-. Basta que me lo pida. Ya sabe que somos zona remota. Si alguien es lo bastante tonto para trabajar aquí, y tiene un título de médico legal, el colegio de médicos te da la bienvenida con los brazos abiertos. Y si Tess no tiene ciudadanía australiana, también puedo arreglarlo. Su padre es australiano.
– No sea ridícula -dijo Mike sin entonación-. No quiere venir a trabajar aquí. Ha venido a ver a su abuelo, eso es todo. Nosotros nos apañamos solos muy bien.
– No, no estamos muy bien -dijo Maureen francamente-. Ahora no. Cuando comenzó aquí, se las arreglaba bien, debido a que la mayoría de los pacientes se iban a la ciudad a hacerse tratar. Ahora que saben que pueden tener tratamiento hospitalario y cuidados médicos de primer orden, ya no se van. Y cada día aumenta el número de los que vienen a tratarse aquí. Y eso hace que usted, doctor Llewellyn, esté de trabajo hasta las cejas.
– El trabajo no me molesta.
– A corto plazo, quizás no, pero a largo plazo… Necesita un poco de vida social.
– Ya tengo vida social.
– Sí… sí… -se burló cariñosamente Maureen y su cara maternal adoptó expresión de regañina-. Sabe perfectamente que no ha tenido tiempo para echarse una novia desde que volvió al valle, y a su edad…
– Maureen, no necesito novia.
– Por supuesto que sí -sonrió-. Y, desde luego que necesita otro médico. Y aquí está esa Tessa. No la conozco todavía, pero si me puedo fiar de lo que ha dicho Bill… Bien, quizás pueda matar dos pájaros de un tiro. Novia y socia todo en una. ¿No quiere que llame al colegio de médicos?
– No.
– Es una pena. Y ahora viene el fin de semana. Sin embargo… -su sonrisa se amplió-. Supongo que podrá esperar hasta el lunes.
– Tampoco sucederá el lunes.
– Ya veremos -dijo ella-. Según Bill, es una señorita muy decidida. Como una topadora, dice. Ah, por cierto… -haciendo un esfuerzo, volvió a su trabajo.
– ¿Sí?
– Hablando de vida amorosa, hay una llamada de Liz Hayes. Lleva toda la semana tratando de ponerse en contacto con usted.
– Liz -frunció el ceño, tratando de concentrarse en algo que no fuese Tessa. Liz era la ingeniera del condado-. ¿Qué quiere Liz?
– Quiere llevarlo al baile del condado mañana por la noche.
– El baile…
– Tiene que ir -dijo Maureen con paciencia-. Todo el mundo va a ir. Se lo apunté en la agenda el mes pasado.
– Sí. Es verdad.
– Liz dice que lo espera allí y que en la cena estarán sentados juntos. Es la mesa del presidente del condado. Ah, y dice que si puede encontrar un momento para bailar una o dos piezas con ella, estará de lo más agradecida.
Maureen suspiró mientras lo miraba pensárselo. Las chicas del valle ya sabían qué esperar de Mike. Les daba un cierto prestigio social salir con él una noche, pero si la chica esperaba a que él la pasara a buscar, se arriesgaba a llegar dos horas tarde. Siempre había un imperativo médico. E incluso cuando él aparecía, siempre había el riesgo de encontrarse el asiento ocupado por un rollizo perro marrón y blanco.
Sin embargo, seguían intentándolo. Era una pareja de baile fantástica, y si tenían la suerte de que su teléfono no sonase y que el perro no estuviese con él, cabía la posibilidad de que las llevase a casa en el fantástico Aston Martin y quizás un beso…
Pero nada más.
– Sí, tiene razón. El consejo del condado apoya al hospital -dijo abstraído-, así que tengo que ir al baile. Dígale a Liz que está bien, que me encontraré con ella allí.
– ¿No le gustaría llamarla y decírselo usted en persona?
– ¿Por qué? -preguntó, frunciendo las cejas mientras miraba la lista de visitas que tenía que hacer.
– Porque un día de éstos no querrá que su secretaria le organice la vida amorosa -le respondió.
– ¿Y por qué iba a cambiar ahora? -sonrió y se metió la lista en el bolsillo-. Se le da muy bien. Mi vida amorosa es totalmente satisfactoria gracias a usted, Maureen.
Se inclinó y le dio un beso en la cabeza y se fue a su Aston Martin que, aparte de Strop, era el amor de su vida, el único amor de su vida. Tenía que hacer las visitas.
No llegó al hospital hasta las diez de la noche y comenzaba a sentir el cansancio. Lo cierto era que estaba molido.
Strop ya estaba dormido y sin ningún interés de preguntarle cómo le había ido.
– Quién tuviera la mitad de tu suerte -le dijo al perro, que ni se inmutó.
Hizo la ronda de las habitaciones, controló el progreso de sus enfermos y cambió algunos tratamientos con el personal nocturno. Dejó a Henry para el final, ya que no estaba preocupado por él en absoluto. Cada vez que había llamado por teléfono le habían asegurado que estaba bien.
Abrió la puerta de la habitación suavemente y tuvo que tragarse la desilusión. Louise, una enfermera joven, estaba con el anciano, pero Tess no se hallaba allí.
– Parece que todo va bien, doctor -le dijo Louise, alcanzándole la gráfica de observación-. El señor Westcott está despierto.
– Conque sí, ¿eh, Henry? -dijo Mike sonriente y se dirigió a la cama. El viejo rostro de Henry se veía consumido y flaco contra la blancura de la sábana, pero en la débil luz de la lámpara sus ojos hundidos lo miraban con aguda inteligencia.
– Mike…
Mike le agarró la mano.
– Bienvenido a la tierra de los vivos, señor -le dijo en voz baja.
– Fue gracias a ti.
La voz de Henry era sorprendentemente fuerte, considerando las circunstancias. Mike se sintió inundado de alivio. Cielos, después de lo que había pasado, el anciano era un hueso duro de roer.
– Su rescate se debe a su nieta -le dijo-. Tessa es una señorita decidida.
– Sí que lo es. Mi Tess… -dijo Henry y cerró los ojos durante un largo rato. Mike pensó que se había dormido, pero la mano que apretaba la suya se mantenía firme.
– Tess dice que tiene intención de quedarse -dijo Henry.
– ¿Ah, sí?
– Dice que ha renunciado a su puesto en los Estados Unidos -susurró Henry preocupado-. ¿No le darías trabajo?
Silencio.
– Es un poco precipitado -dijo Mike finalmente-. Habrá tiempo, señor, para tomar decisiones con respecto al futuro cuando esté recuperándose.
– Pero quiero saberlo ahora -se angustió Henry y Mike sintió cómo se le aceleraba el pulso-. He estado pensando. Tendría que haberme muerto en esa maldita cueva. Ya no me queda nada y el cuerpo me está fallando. Pero si Tess volviese…
– Tess tiene su vida en los Estados Unidos.
– Ella dice que se quiere quedar -le dijo Henry y la enfermera le lanzó una mirada asustada a Mike. El anciano se estaba agitando, y eso era lo que peor le sentaba en ese momento.
Mike lo sabía, pero hacer una promesa de ese calibre para calmarlo…
– Tienes que ver su curriculum -la voz del anciano se hacía más débil. Se hacía más difícil comprender lo que decía-. No te lo pediría si no sirviese para nada, pero… es una buena chica, mi Tess. Si lo sabré yo. ¿Mirarás su curriculum?
– Lo miraré -dijo, haciendo un esfuerzo.
– Y si es bueno, ¿le darás trabajo?
– No puedo prometerle nada -le dijo Mike-. No estoy seguro de que necesitemos otro doctor.
– ¿Qué no necesitamos…? -interrumpió Louise, sin poder quedarse callada un minuto más- Por supuesto que necesitamos otro médico. Si la doctora Westcott quisiese trabajar aquí…
– Dime que lo intentarás -rogó Henry-. Mike, ¿qué dices?
– De acuerdo, entonces -dijo él finalmente-. Si eso es lo que Tess quiere, lo intentaremos.
Mike estaba muerto de hambre.
Salió de la habitación de Henry con la cabeza hecha un lío, pero el hambre ganó la batalla. Ya eran las once de la noche y no había comido más que un par de galletas desde el desayuno. Necesitaba dormir desesperadamente, pero antes tenía que comer.
Se metió en la oscura y desierta cocina y en diez minutos se había hecho unos huevos, panceta y pan frito. A la porra con el colesterol. De no ser por los huevos con panceta, ya se habría muerto de hambre.
Se sentó a la mesa y había comido dos bocados cuando apareció Tess.
Era una Tess distinta.
Esa vez llevaba una bata roja, y el pelo era una masa de rizos que le caía en cascada sobre los hombros. Llevaba los pies descalzos y las uñas pintadas de azul con una estrellita dorada en cada una.
Ella le siguió la mirada de asombro y esbozó una sonrisa. Se derrumbó en una silla a su lado, puso el dedo gordo del pie sobre la mesa para que él lo inspeccionara, y lo movió delante de sus ojos.
– ¿Te gustan mis uñas? -preguntó, subiendo los dos pies a la mesa y moviendo los dedos- A mí, sí. Me levantan el ánimo. Me llevó siglos hacerlo. ¿Quieres que te pinte las tuyas? Así podrás ver cuánto tiempo lleva.
Él metió los pies protegidos por las botas debajo de la mesa y logró sonreír. ¡Diablos! Aquella chica le quitaba el aliento.
– No. Muchas gracias, pero no.
– Qué educado. Cobarde pero educado. ¿Dónde está tu perro?
– Dormido.
– Eso es lo que tendrías que estar haciendo tú -dijo ella con sensatez-. El abuelo dice que me ofreces un trabajo.
Él se quedó sin aliento.
– Sigue comiendo, tranquilo. No te quiero interrumpir. Acabo de despertarme, así que fui a ver al abuelo. Está casi dormido, pero me dijo que me ofrecías un trabajo. Louise dice que es verdad y que estabas aquí y que te tomase la palabra antes de que pudieses cambiar de opinión.
– Muy ingeniosa, Louise -dijo, furioso, mientras se metía un bocado.
– Una chica encantadora. ¿Sabes que su madre tiene un ataque de asma cada vez que un chico se acerca a su hija?
– ¿Cómo demonios sabes eso?
– Ella me lo ha dicho.
– ¿Por qué?
– Porque yo le he preguntado. Veo que me necesitan por aquí, doctor Llewellyn, aunque sólo sea para hacer algo por el asma de la señora Havelock.
– El asma de la señora Havelock está bien.
– ¿Son sólo imaginaciones suyas?
– No, pero la utiliza como…
– Como arma. Me lo imaginaba. Pero, ¿qué has hecho al respecto?
– Nada -dijo, más molesto de lo que hubiese querido-. No es de mi incumbencia.
– Sí que lo es. Louise está deprimida y apuesto que Louise es tu paciente también.
– Sí, pero…
– No tienes tiempo de ocuparte del bienestar psicológico de tus pacientes -dijo Tess, asintiendo con la cabeza comprensivamente y mirándose las uñas de los pies-. ¿Sabes?, creo que a Louise le irían bien unas estrellitas doradas. Creo que se lo sugeriré. Y mañana…
– ¿Mañana? -escuchó inquieto. ¿Con qué saldría ahora?
– Harvey Begg le ha pedido a Louise que vaya con él al baile del condado mañana por la noche. ¿Harvey es un buen partido?
Mike parpadeó. Las conversaciones con Tessa eran totalmente impredecibles. Nunca sabías con qué iba a salir en el siguiente instante. Harvey Begg…
– Supongo que se podría decir que sí -logró sonreír-. Es el contable local. Es una persona sólida, en todo el sentido de la palabra. Se está quedando calvo. Tiene treinta y pico, conduce un Volvo y juega al cribbage.
– ¡Puaj! -arrugó Tessa la nariz- No es la horma de mi zapato. Sin embargo… -sonrió- parece que Louise está enamoradísima. Nunca falta un roto para un descosido, digo yo, y quizás el cribbage tenga un encanto escondido que yo no he sabido apreciar. ¡Y los asientos traseros de los Volvos son enormes!
– ¡Tess!
– Bueno, quizás no tanto -rió ella-. Pero Louise tendrá oportunidad de averiguarlo mañana. He quedado para hacer de canguro de su madre.
– Tú…
– El abuelo estará aún internado -dijo, y se puso seria un instante-. No me puedo seguir quedando aquí, ocupando una cama del hospital. Así es que mañana por la noche me quedaré en casa de Louise. Su madre puede pensar que ella me está haciendo un favor al ofrecerme alojamiento, pero Louise podrá ir al baile. Y luego…
– ¿Luego qué? -preguntó Mike, comiendo como si tuviera puesto el piloto automático. Se sentía como arrastrado por una ola.
– Luego volveré a la granja y me quedaré allí hasta que el abuelo llegue a casa.
– ¿Dices en serio lo de quedarte?
– Totalmente.
Mike titubeó, sin saber cómo seguir.
– Y… ¿es verdad que querrías un empleo?
La cara se le iluminó.
– Desde luego -dijo, mirándolo a los ojos. Había decisión en ellos-. Mike, el abuelo se sentirá culpable si me quedo sólo a cuidarlo. Sería mucho mejor si pudiese combinar la medicina con su cuidado.
– ¿Durante cuánto tiempo?
– El que haga falta.
– Tess, podrían ser años. No hay garantía de que Henry se recupere lo suficiente para ocuparse de la granja nuevamente. Nunca.
– Ya lo sé.
– Entonces, ¿qué harás?
– Si tú estás de acuerdo, lo llevaré de vuelta a su granja y trataré de hacerlo feliz los últimos días de su vida -dijo simplemente-. Si puedo practicar la medicina aquí, todo encaja perfectamente. Si el abuelo necesita un peón, yo podré pagarlo -titubeó y se mojó los labios con la lengua. El primer gesto de incertidumbre-. Si tú lo quieres.
Si él lo quería… Miró a aquella mujer extraordinaria a través de la mesa, mientras trataba de imaginarse qué decir. Había irrumpido en su vida como una llamarada y desde entonces se sentía sin aliento, como si su mundo estuviese patas arriba.
No quería. No quería a esa mujer que en menos de dos días había destruido el tranquilo ritmo de su vida. Para Mike Llewellyn, la vida era trabajo. La vida era la medicina y dedicación y cuidados. La vida no tenía nada que ver con pintarse estrellitas en las uñas de los pies.
Pero…
Pero el valle necesitaba otro médico desesperadamente. Había veces en que Mike se había visto forzado a no interrogar tan detalladamente como hubiese querido durante un chequeo, o cambiar un vendaje tres veces por semana en vez de todos los días. Y habría que iniciar un programa serio de vacunación y un programa de salud para la tercera edad.
La ciudad necesitaba un doctor, pero no a aquella frívola y cotilla.
– ¿Por qué no me quieres a mí? -le preguntó con curiosidad, observándole la cara- Louise dice que necesitas otro doctor. Todo el personal del hospital piensa lo mismo, todas las personas que conozco dicen que el valle necesita otro médico. ¿Es porque he estudiado en los Estados Unidos?
– No.
– ¿Es porque soy mujer, entonces?
– ¡No!
– Mira, lo de trabajar aquí va en serio -dijo ella con firmeza, dejando de sonreír. Apoyó las manos sobre la mesa y lo miró a los ojos-. Mike, soy una buena médica. Ya sé que mi experiencia es en medicina urbana, y que hay pilas de cosas que necesito aprender, pero estoy dispuesta a hacerlo y quiero intentarlo.
– Pero… ¿por qué quieres irte de los Estados Unidos?
– No quiero -dijo sin entonación en la voz-. Pero mi madre y yo siempre nos hemos sentido mal porque mi padre no quisiera volver y ella me ha educado pensando que soy mitad australiana. De esta forma… -suspiró y su voz se puso más seria-. Mike, ya te he dicho que me interesa la medicina familiar. En América, como internista, no me dejarían ver ni niños, ni traumas o ataques al corazón, o cirugía. Aquí… aquí puedo traer niños al mundo, escayolar huesos, aconsejar a Louise sobre su vida amorosa y ayudar a ancianos con problemas de próstata. No estaría sentada detrás de un escritorio recetando pastillas y firmando órdenes para ver especialistas.
– Pero…
– Y mamá me apoya en esto -dijo con firmeza-. Cien por cien. Es hija única y sus padres han muerto. Siempre ha sentido que el abuelo era nuestra única familia y no tendríamos que estar tan separados. Sospecho que si me quedo aquí ella se vendrá como una flecha, y eso es una preocupación, porque es más mandona que yo. Pero quiero quedarme. Sí que quiero. Así que contrátame.
– Tess…
– Ahora… mañana por la mañana -dijo suavemente, impidiéndole que la interrumpiera-. Louise dice que el sábado por la mañana hay consulta en la clínica. ¿Qué te parece si la atiendo yo contigo mirando?
– Pero…
– No sé lo que dice la ley, pero le podemos decir a los pacientes que no estoy colegiada, así que cualquier cosa que yo les diga será bajo tu responsabilidad…
– ¿Ya lo tienes todo pensado, entonces?
– Sí -levantó la barbilla, desafiante-. ¿Algún problema?
Mike sabía que los doctores de hoy en día pretendían una infraestructura mayor, colegios privados para sus hijos, noches libres… Atraer a otro doctor al valle requería un milagro.
Tenía un milagro frente a sus ojos. Un milagro que era un torbellino de energía, con uñas azules con estrellitas… No tenía que dejarla escapar.
Eso era exactamente lo que quería, pensó de repente. Ése era el problema. Se hallaba sentado a su lado. Su bata era enorme y cálida y parecía un regalo envuelto en rojo.
Estaba sentada, casi rozándole el hombro.
Se echó atrás, notando de repente el contacto, y ella sonrió.
– Oye, que no estoy dispuesta a seducirte, doctor Llewellyn -dijo suavemente-. Con un empleo me conformo -frunció el ceño-. ¿Por qué tan quisquilloso? ¿No serás gay, no?
– ¡No!
– Aja.
– Aja, ¿qué? -lo miraba como si fuese una rana disecada, y él encontró la sensación enervante.
– Aquí hay un problema, pero no sé exactamente cuál. Apuesto a que tienes un pasado -acabó, entusiasmada.
– Un pasado…
– Una vida amorosa profunda y misteriosa que desconocemos -sonrió otra vez-. Algo oscuro y secreto. ¿Tengo razón?
– Doctora Westcott…
– Aja, tengo razón -la sonrisa se amplió-. ¿Qué tal si me ocupo de buscarte una novia? Si el Volvo y el cribbage no funcionan, ¿qué tal Louise?
– ¡Tessa! -explotó, pero no pudo evitar una carcajada. Aquella chica era incorregible, y le sonreía directamente.
– Eso está mejor -aprobó-. Estás tan bien cuando sonríes.
Quitó los pies locos de la mesa y se levantó.
– ¿Qué le parece, doctor? ¿Puedo comenzar mi período de prueba mañana, señor, por favor? Y si crees que seré un buen doctor, ¿me puedo quedar?
– Tessa…
– Sólo di que sí -rogó-, así te puedes ir a la cama, que es donde deberías estar.
– Tess…
– Di que sí. ¡Seré buena y te atenderé los pacientes más difíciles, venga!
No tenía elección. Se la quedó mirando durante un largo rato, pero estaba demasiado cansado, demasiado confundido para pensar en otra cosa que no fuera lo fantástica que era ella. Como hubiese querido tocar ese maravilloso pelo. Como deseaba…
– Sí -dijo rápidamente, antes de que su traidora mente lo siguiera llevando-. De acuerdo. A partir de mañana, doctora Westcott, estás a prueba.