Capítulo 9

– ¿Quién es éste?

Cuando el recién llegado fue escoltado hasta la camioneta del FBI, Calloway había ignorado la maleducada pregunta de Russell Dendy y se había levantado para estrecharle la mano a aquel hombre.

– ¿Señor Davison?

– Esto debe de ser una broma -había soltado Dendy con cara de asco-. ¿Quién le ha invitado?

Calloway había hecho como si Dendy no estuviese allí.

– Soy el agente especial Bill Calloway.

– Cole Davison. Me gustaría poder decir que es un placer conocerlo, señor Calloway.

A juzgar por su aspecto, se diría que Davison era un ranchero. Iba vestido con unos pantalones Levi's descoloridos y botas de vaquero. Su camisa blanca almidonada lucía cierres nacarados en lugar de botones. Al entrar en la camioneta, se había despojado educadamente de un sombrero de paja que le había dejado una marca en el pelo y una señal rosada en la frente, varios tonos más pálida que los dos tercios inferiores de su bronceado rostro. Era de complexión fuerte y caminaba con las piernas arqueadas.

Pero no era ranchero, sino el propietario de cinco restaurantes franquiciados de comida rápida, y vivía en Hera sólo para huir de «metrópolis» como Tulia y Floydada.

Calloway le había dado la bienvenida con un «Gracias por venir tan rápidamente, señor Davison».

– Habría venido independientemente de que me lo hubiese pedido o no. En cuanto me enteré de que estaba aquí mi chico, quise venir enseguida. Cuando llamó usted estaba ya saliendo por la puerta.

Dendy, que estaba furioso en un segundo plano, había agarrado a Davison por el hombro y le había obligado a volverse. Le clavó el dedo índice en la cara.

– La culpa de que mi hija esté metida en este lío es suya. Si le sucede alguna cosa, es usted hombre muerto, igual que ese bribón que ha engendrado…

– Señor Dendy -le había interrumpido Calloway, muy serio-. Estoy de nuevo a punto de hacerle desaparecer físicamente de esta camioneta. Una palabra más y lo echo.

El millonario, haciendo caso omiso de la advertencia de Calloway, había continuado con su arenga.

– Su hijo -había dicho- ha seducido a mi hija, la ha dejado embarazada y luego la ha secuestrado. A partir de ahora, la misión de mi vida será que nunca vuelva a ver la luz del día ni a respirar un ápice de libertad. Pienso asegurarme de que pase en la cárcel cada segundo de su miserable vida.

Cabe decir que Davison mantuvo su frialdad.

– Me parece, señor Dendy, que usted tiene parte de culpa en todo esto. Si no hubiese sido tan duro con estos chicos no habrían sentido la necesidad de huir. Sabe tan bien como yo que Ronnie no se llevó a la chica en contra de su voluntad. Se quieren y han huido de usted y de sus amenazas. Eso es lo que yo pienso.

– Me importa una mierda lo que usted piense.

– Pues a mí no -había dicho gritándole Calloway a Russell Dendy-. Quiero saber lo que opina el señor Davison de la situación.

– Puede llamarme Cole.

– De acuerdo, Cole. ¿Qué sabe usted de todo esto? Cualquier cosa que pueda decirnos sobre su hijo y su estado de ánimo nos resultará útil.

A lo que Dendy había dicho:

– ¿Por qué no aposta francotiradores? ¿Un equipo de fuerzas especiales? Eso sí que sería útil.

– El uso de la fuerza pondría en peligro la vida de su hija y de su bebé.

– ¿Bebé? -había exclamado Davison-. ¿Ha nacido ya?

– Por lo que tenemos entendido, hace dos horas que ha tenido una niña -le había comunicado Calloway-. Nos informan de que ambas están bien.

– Nos informan -había dicho Dendy en tono de mofa-. Por lo que yo sé, mi hija está muerta.

– No está muerta. No, según la señorita McCoy.

– Tal vez estuviera hablando para salvar su propio pellejo. ¡Ese lunático podría estar apuntándola con una pistola en la cabeza!

– No creo, señor Dendy -había dicho Calloway, luchando por mantener la calma-. Y tampoco lo cree nuestro psicólogo, que ha estado escuchando mi conversación con la señorita McCoy. Ella parece controlar perfectamente sus actos, no como una persona coaccionada en algún sentido.

– ¿Quién es esta señorita McCoy? -había querido saber Davison.

Calloway se lo había explicado, y luego había observado a Davison con atención.

– ¿Cuándo fue la última vez que habló con Ronnie?

– Anoche. Él y Sabra estaban a punto de ir a casa de los Dendy para explicarles lo del bebé.

– ¿Cuánto tiempo hace que conocía el embarazo?

– Unas cuantas semanas.

Dendy estaba rojo como un tomate.

– ¿Y no consideró usted adecuado decírmelo?

– No, señor. Mi hijo confió en mí. No podía traicionar su confianza, aunque le animé a que se lo explicara. -Luego le había vuelto la espalda a Dendy y había dirigido a Calloway el resto de sus comentarios.

– Hoy he tenido que ir corriendo a Midkiff porque se había estropeado una freidora. No he vuelto a casa hasta última hora de la tarde. He encontrado una nota de Ronnie en la mesa de la cocina. Decía que habían venido con la esperanza de verme. Decía que habían huido juntos y que se dirigían a México. Decía que cuando supiesen dónde iban a parar, me lo harían saber.

– Me sorprende que decidieran visitarle. ¿No tenían miedo de que intentara convencerlos de que regresaran a casa?

– La verdad, señor Calloway, es que le dije a Ronnie que siempre que necesitaran mi ayuda, se la ofrecería gustoso.

Dendy había atacado tan rápidamente que nadie lo vio venir, y menos Davison. Dendy cayó con todo su peso sobre la espalda de Davison. Éste se habría derrumbado hacia delante de no ser porque Calloway le cogió para evitar la caída. Ambos hombres chocaron entonces contra la pared de la camioneta, que estaba cubierta de ordenadores, monitores de televisión, videocámaras y equipos de vigilancia. El sheriff Montez agarró a Dendy por el cuello de la camisa y le obligó a retroceder, aplastándolo contra la otra pared.

Calloway había ordenado a uno de sus subordinados que de una vez por todas se llevara a Dendy de allí.

– ¡No! -Dendy se había quedado sin aire y luchaba por respirar. Aun así, consiguió decir-: Quiero oír lo que tenga que decir. Por favor.

Algo más apaciguado, Calloway había accedido.

– Se ha terminado esta mierda, Dendy. ¿Me ha entendido?

Dendy estaba sofocado y furioso, pero asintió.

– Sí. Ya me ocuparé más tarde de este hijo de puta. Pero ahora quiero saber qué sucede.

Restaurado el orden, Calloway le había preguntado a Davison si se encontraba bien. Davison había recogido del suelo su sombrero de vaquero y lo había sacudido contra la pernera del pantalón para limpiarlo.

– No se preocupe por mí. Lo que importa son esos chicos. Y también el bebé.

– ¿Cree que Ronnie venía a verlo por cuestión de dinero?

– Podría ser. Independientemente de lo que opine el señor Dendy, no les ofrecí mi ayuda para huir. De hecho, justo lo contrario. Les aconsejé que se enfrentaran a él. -Los dos padres intercambiaron miradas cargadas de intención-. De todos modos -continuó Davison-, calculo que podrían tener ahorrado algo de dinero. Ronnie trabaja, al salir del instituto, en prácticas en un campo de golf y gana para sus gastos, pero su sueldo no alcanzaría para financiar un traslado a México. Hoy no lo he visto, pero imagino qué es lo que tenía decidido.

Hizo un ademán en dirección al establecimiento, con una expresión llena de remordimiento.

– Mi chico no es un ladrón. Su madre y su padrastro han hecho un buen trabajo con él. Es un buen chaval. Supongo que estaba desesperado y quería ocuparse de Sabra y del bebé.

– Ya se ha ocupado bien de ella, sí. Le ha arruinado la vida.

Sin prestar atención a Dendy, Davison le había preguntado a Calloway:

– ¿Cuál es el plan? ¿Tiene algún plan?

Calloway había puesto al corriente al padre de Ronnie Davison. Y mirando el reloj, había añadido:

– Hace cuarenta y cinco minutos nos concedió una hora para convencer al señor Dendy de que los dejara tranquilos. Quieren su palabra de que no interferirá en sus vidas, que no entregará el bebé. Que…

– ¿Entregar el bebé? -Davison había mirado a Dendy con evidente repugnancia-. ¿Les ha amenazado con quitarles el bebé? -Su expresión de desdén hablaba por sí sola. Movió la cabeza con tristeza y se volvió hacia Calloway-: ¿Qué puedo hacer yo?

– Comprenda, señor Davison, que Ronnie tendrá que enfrentarse a cargos criminales.

– Supongo que él ya lo sabe.

– Pero cuanto antes libere a los rehenes y se rinda, mejor para él. Nadie ha resultado herido hasta el momento. Nada grave. Me gustaría que todo siguiera así, por el bien de Ronnie, así como por el de los demás.

– ¿Sufrirá algún daño?

– Tiene mi palabra de que no.

– Dígame qué quiere que haga.


Aquella conversación había acabado con Cole Davison realizando una llamada al establecimiento en el momento en que expiraba el plazo.

– ¡Papá! -exclamó Ronnie-. ¿Desde dónde llamas?

Tiel y Doc se habían avanzado para escuchar con detalle lo que Ronnie hablaba por teléfono. A juzgar por la reacción del chico, no esperaba que la llamada fuera de su padre.

Por lo que Gully le había contado anteriormente, Tiel sabía que estaban muy unidos. Se imaginó que Ronnie sentiría una mezcla de vergüenza y azoramiento, como experimenta cualquier niño sorprendido por un padre a quien respeta haciendo alguna cosa mal. A lo mejor el señor Davison conseguía convencer a su hijo de que entendiera el problema en el que se había metido y le influyera para dar por terminada aquella situación.

– No, papá, Sabra está bien. Ya sabes lo que siento por ella. No haría nada que le hiciese daño. Sí, ya sé que debería estar en un hospital, pero…

– Dile que no pienso abandonarte -le gritó Sabra.

– No soy sólo yo, papá. Sabra dice que no irá. -Mientras escuchaba, tenía la mirada clavada en ella y el bebé-. Parece que también está bien. La señorita McCoy y Doc se han encargado de ellas. Sí, ya sé que es muy serio.

El joven tenía las facciones tensas de tanta concentración. Tiel miró a los demás rehenes. Todos, incluyendo los mexicanos, que ni siquiera entendían el idioma, permanecían inmóviles, en silencio y alerta.

Doc sintió su mirada cuando cayó sobre él. Se encogió levemente de hombros y luego volvió de nuevo su atención a Ronnie, que sujetaba el auricular con tanta fuerza que los nudillos de la mano se le habían quedado blancos. Tenía la frente empapada de sudor. Sus dedos apretaban nerviosos la empuñadura de la pistola.

– A mí también me parece que el señor Calloway es un hombre decente, papá. Pero lo que diga o garantice carece de importancia. No huimos de las autoridades. Huimos del señor Dendy. No pensamos donar a la niña para que la adopten unos desconocidos. ¡Sí que lo haría! -subrayó el chico, con la voz rota por la emoción. Lo haría.

– No lo conocen -dijo Sabra, con una voz tan rota como la de Ronnie.

– Te quiero, papá -le dijo Ronnie al auricular-. Y siento haber hecho que te avergüences de mí. Pero no puedo ceder. No hasta que el señor Dendy prometa que dejará que Sabra se quede con el bebé.

Fuera lo que fuese lo que escuchara Ronnie, le hizo mover la cabeza y sonreír con tristeza a Sabra.

– Hay una cosa más que tú, el señor Dendy, el FBI y todos los demás deberíais saber, papá. Nosotros, Sabra y yo, hicimos un pacto antes de dejar Fort Worth.

Tiel sintió una presión en el pecho.

– ¡Oh!, no.

– No queremos vivir separados. Creo que sabes lo que quiero decir, papá. Si el señor Dendy no deja de controlar nuestra vida, nuestro futuro, no queremos ningún futuro.

– ¡Oh!, Dios. -Doc se pasó la mano por la cara.

– Sí, papá -insistió el chico. Miraba a Sabra, quien asintió solemnemente-. No viviremos el uno sin el otro. Díselo al señor Dendy y al señor Calloway. Si no nos dejan marchar y seguir nuestro propio camino, nadie saldrá vivo de aquí.

Colgó rápidamente. Nadie se movió ni dijo nada durante unos momentos. Entonces, como si se hubieran puesto de acuerdo, todos empezaron a hablar a la vez. Donna se puso a gimotear. El agente Cain siguió con su letanía de «Nunca saldrás de ésta». Vern le declaró su amor a Gladys, mientras ésta le suplicaba a Ronnie que pensase en el bebé.

Ronnie se dirigió entonces a ella.

– Mi padre se encargará de Katherine y la criará solo. No permitirá que el señor Dendy le ponga las manos encima.

– Lo hemos decidido todo con antelación -dijo Sabra-. Anoche.

– No puedes decirlo en serio -le dijo Tiel-. No puedes.

– Sí. Es la única forma de que comprenda lo que sentimos el uno por el otro.

Tiel se arrodilló a su lado.

– Sabra, el suicidio no es una manera viable de hacer entender una cosa o de salir ganando en una discusión. Piensa en tu niña. Nunca te conocería. Ni a Ronnie.

– Igualmente, nunca sabría de nosotros. No, si mi padre se saliese con la suya.

Tiel se incorporó y se situó junto a Doc, que intentaba convencer también con urgencia a Ronnie.

– Llevándote tantas vidas por delante, la vida de Sabra, sólo conseguirías validar la baja opinión que Dendy tiene de ti. Tienes que ser más listo que él, Ronnie.

– No -dijo el chico, testarudo.

– ¿Es ése el legado que quieres dejarle a tu hija?

– Lo hemos pensado mucho -dijo Ronnie-. Le dimos al señor Dendy una oportunidad para que nos aceptara y se negó. Es nuestra única salida. Lo he dicho en serio. Sabra y yo preferiríamos morir…

– No creo que estén convencidos.

– ¿Qué? -Miró a Tiel, que era quien le había interrumpido. Doc se volvió también hacia ella, igualmente sorprendido por su declaración.

– Te apuesto a que piensan que estás tirándote un farol.

Antes, cuando Ronnie estaba intentando convencer a Calloway de que todos los rehenes, incluyendo el agente Cain, estaban sanos y salvos, se le había ocurrido una idea. La había aparcado temporalmente mientras ayudaba a Sabra a amamantar a su hija. Pero la idea volvía a aferrarse con fuerza a su cabeza e iba ampliándose incluso mientras la expresaba.

– Para que sientan el impacto de tu decisión, necesitan comprender que vas totalmente en serio.

– Es lo que les he dicho -dijo Ronnie.

– Pero ver es creer.

– ¿Qué está sugiriendo? -dijo Doc.

– Ahí fuera están los medios de comunicación. Estoy segura de que entre ellos hay algún cámara de mi canal. Deja pasar al cámara para que te filme. -El chico la escuchaba. Ella siguió convenciéndolo-. Nosotros estamos viéndolo -dijo, haciendo un gesto hacia todos los allí congregados-. Pero por teléfono es imposible transmitir tu sinceridad. Si Calloway pudiera verte mientras le hablas, ver que Sabra está totalmente de acuerdo, entonces creo que él, tu padre y el señor Dendy darían más credibilidad a tus palabras.

– ¿Se refiere a que saldría por televisión? -preguntó Donna, satisfecha con el plan.

Ronnie estaba machacándose el labio inferior con los dientes.

– ¿Qué opinas, Sabra?

– No lo sé -dijo, insegura.

– Otra cosa -prosiguió Tiel-. Si el señor Dendy pudiese ver a su nieta, es posible que se retractara. Dices que le tienes más miedo a él que al FBI.

– Así es. Es mucho más despiadado.

– Pero es un ser humano. Las imágenes de Katherine podrían resultar tremendamente convincentes. Hasta ahora no ha sido más que «el bebé», un símbolo de vuestra rebelión contra él. Si la filmásemos se convertiría en algo real, podría hacer que se replantease su postura. Y con tu padre y el agente Calloway trabajando con él, creo que se debilitaría y capitularía.

– El agente Calloway no va a poner la política de la agencia en un compromiso. -Cain podría haberse ahorrado saliva, nadie hizo caso ni de él ni de su comentario.

– ¿Qué me dices? -preguntó Tiel-. ¿No merece la pena intentarlo? Tú no quieres matarnos, Ronnie. Y tampoco quieres matarte a ti ni a Sabra. El suicidio es una solución permanente para un problema temporal.

– ¡No voy de farol!

Tiel se aprovechó de su explosión emocional.

– ¡Bien! Eso es exactamente lo que tienen que ver y oír. Utiliza el vídeo para convencerlos de que no pretendes retractarte.

El chico luchaba contra su indecisión.

– ¿Qué piensas, Sabra?

– A lo mejor deberíamos probarlo, Ronnie. -Miró a la pequeña que dormía en sus brazos-. Lo que ha dicho Doc del legado que le dejamos a Katherine… Si existe otra salida a todo esto, ¿no crees que al menos merece la pena intentarlo?

Tiel contuvo la respiración. Estaba lo bastante cerca de Doc como para darse cuenta de que también él estaba tenso como la cuerda de un piano.

– Está bien -dijo escuetamente Ronnie-. Que pase un tipo de ésos. Y mejor que les diga que no tiendan trampas como nos hicieron con él -dijo, señalando a Cain.

Tiel soltó el aire, temblorosa.

– Y aunque lo intentaran, yo no les dejaría. En el caso de que no haya llegado aún nadie de mi canal, esperaremos a que llegue. A menos que yo reconozca al cámará, no lo dejaremos pasar, ¿de acuerdo? Te doy mi palabra. -Se volvió hacia Cain-. ¿Cómo puedo contactar con Calloway?

– No…

– No me venga con pamplinas. ¿Qué número tiene?

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