Capítulo 6

La camioneta del FBI aparcada en la franja asfaltada que se extendía entre los surtidores de gasolina y la carretera estaba equipada con toda la parafernalia de alta tecnología que solía utilizarse para destacamentos, vigilancias y comunicaciones. Se trataba de un puesto de mando móvil apostado en Midland-Odessa y que había sido movilizado y transportado a Rojo Flats. Había llegado minutos después de que aterrizara el helicóptero de Calloway procedente de Fort Worth.

En la zona no había ninguna pista de aterrizaje capaz de acomodar un aparato mayor que un avión fumigador. Por lo tanto, el jet privado de Dendy había volado hasta Odessa, donde un helicóptero chárter le esperaba para trasladarlo a continuación hasta la pequeña ciudad. A su llegada, había vociferado de camino a la furgoneta exigiendo saber exactamente cuál era la situación y cómo pensaba solucionarla Calloway.

Dendy se había convertido en un engorro y Calloway había tenido ya del millonario todo lo que era capaz de digerir antes incluso de que Dendy empezara a machacarle a preguntas sobre la maniobra que estaba en aquel momento en marcha.

Todos los ojos estaban clavados en el monitor de televisión, que transmitía la imagen en directo recogida por una cámara situada en el exterior. Vieron cómo Cain entraba en el establecimiento y permanecía allí, de espaldas a la puerta, hasta perderse de vista.

– ¿Y si no funciona? -preguntó Dendy-. ¿Entonces, qué?

– El «entonces qué» dependerá del resultado.

– ¿Se refiere a que no tiene un plan alternativo en marcha? ¿Qué tipo de equipo dirige usted aquí, Calloway?

Estaban a punto de enzarzarse en una pelea. Los demás hombres de la camioneta permanecieron expectantes para ver quién explotaba primero, si Dendy o Calloway. Irónicamente, fue una declaración del sheriff Marty Montez la que desactivó la tensión explosiva.

– Puedo ahorrarles el suspense a ambos y decirles directamente que esto no va a funcionar.

Como cortesía -y también como una inteligente maniobra diplomática-, el agente Calloway había invitado al sheriff del condado a unirse a aquella conferencia de alto nivel.

– Doc no es tonto -prosiguió Montez-. Enviando a ese novato no está haciendo otra cosa que buscarse problemas.

– Gracias, sheriff Montez -dijo secamente Calloway.

Entonces, como si la declaración de Montez hubiese sido profética, se oyeron disparos. Dos se produjeron prácticamente a la vez, y otro varios segundos más tarde. Los primeros dos los paralizaron a todos. El tercero los puso en acción. Todo el mundo se puso en movimiento y empezó a hablar a la vez.

– ¡Jesús! -vociferó Dendy.

La cámara no les mostraba nada. Calloway cogió unos auriculares para poder escuchar las comunicaciones que se producían entre los hombres apostados delante del establecimiento.

– ¿Han sido disparos? -preguntó Dendy-. ¿Qué sucede, Calloway? ¡Ha dicho que mi hija no correría ningún peligro!

Calloway gritó por encima del hombro:

– Siéntese y estese quieto, señor Dendy, o tendré que pedir que se lo lleven físicamente fuera de la camioneta.

– ¡Si la caga, seré yo quien me lo llevaré físicamente de este planeta).

A Calloway se le puso la cara blanca de rabia.

– Cuidado, señor. Acaba de amenazar la vida de un oficial federal.

Dicho esto, ordenó a uno de sus subordinados que se llevara a Dendy. Necesitaba saber de inmediato quién había disparado a quién y si alguien había resultado herido o muerto. Mientras intentaba descubrirlo, lo que menos necesitaba era a Dendy profiriéndole amenazas.

Dendy explotó:

– ¡No me voy de aquí ni loco!

Calloway dejó al alterado padre en manos de sus subordinados y regresó a la consola para pedir información a los agentes apostados en el exterior.


Tiel había visto con incredulidad cómo el doctor Scott Cain extraía rápidamente una pistola de una pistolera que llevaba en el tobillo y apuntaba con ella a Ronnie.

– ¡FBI! ¡Suelta el arma!

Sabra había gritado.

Doc había seguido maldiciendo a Cain.

– ¡Llevamos todo este tiempo esperando un médico! -gritó-. ¡Y nos traen esto! ¿Qué tipo de trampa estúpida es ésta?

Tiel se había puesto en pie rápidamente y suplicaba:

– No, por favor. No dispare. -Había temido ver caer a Ronnie Davison ante sus propios ojos.

– ¿No es médico? -había chillado el desesperado joven-. Nos prometieron un médico. Sabra necesita un médico.

– ¡Suelta el arma, Davison! ¡Ahora mismo!

– Maldita sea, qué pérdida de tiempo. -Doc tenía las venas del cuello hinchadas de rabia. De no tener una pistola en las manos, Tiel se imaginaba que Doc le habría saltado al agente al cuello-. Esta chica tiene problemas. Un problema que pone en peligro su vida. ¿Es qué no lo han entendido, federales hijos de puta?

– Ronnie, haz lo que te dice -le había implorado Tiel-. Ríndete. Por favor.

– ¡No, Ronnie, no lo hagas! -había sollozado Sabra-. Papá está ahí fuera.

– ¿Por qué no dejan los dos las pistolas? -Aunque el pecho de Doc seguía subiendo y bajando por la agitación, había recuperado parte de su compostura-. Nadie tiene por qué resultar herido. Podemos ser razonables, ¿no?

– No. -Ronnie, convencido, había agarrado la pistola con más fuerza si cabe-. El señor Dendy me hará arrestar. Nunca volveré a ver a Sabra.

– Tiene razón -había dicho la chica.

– Tal vez no -había observado Doc-. Tal vez…

– ¡Contaré hasta tres para que sueltes el arma! -había gritado Cain. También él parecía resquebrajarse por la presión.

– ¿Por qué ha tenido que hacer esto? -le había gritado Ronnie.

– Uno.

– ¿Por qué nos ha engañado? Mi novia está sufriendo. Necesita un médico. ¿Por qué nos ha hecho esto?

A Tiel no le había gustado nada la forma con que el dedo índice de Ronnie se tensaba alrededor del gatillo.

– Dos.

– ¡He dicho que no! No pienso entregarla al señor Dendy.

Y justo en el momento en que Cain había gritado «Tres» y disparado su arma, Tiel había cogido una lata de chiles de la estantería más cercana y le había aporreado con ella la cabeza.

Había caído como un saco de cemento. El disparo había fallado el blanco, que era el pecho de Ronnie, pero había pasado rozando a Doc antes de estamparse contra el mostrador.

De manera refleja, Ronnie había disparado su pistola. El único daño que la bala había provocado era en una plancha de yeso de la pared opuesta.

Donna había gritado, se había dejado caer al suelo y se había cubierto la cabeza con las manos, para seguir gritando a continuación. Con la confusión resultante, los mexicanos se habían puesto en pie y casi habían derribado a Vern y Gladys con sus prisas.

Tiel, percatándose de que pretendían hacerse con la pistola del agente, la había mandado debajo de un cajón congelador de un puntapié, para que no pudieran alcanzarla.

– ¡Atrás! ¡Atrás! -les había gritado Ronnie. Había vuelto a disparar para subrayar sus palabras, pero apuntando muy por encima de sus cabezas. Pese a que la bala había rebotado en el aparato de aire acondicionado, había conseguido impedir su avance.

Todos se encontraban ahora como en una escena congelada, esperando a ver qué sucedía a continuación, quién sería el primero en moverse, en hablar.

Resultó ser Doc.

– Haced lo que os dice -ordenó a los dos mexicanos. Levantó la mano izquierda, con la palma vuelta hacia el exterior, indicándoles con ello que retrocedieran. Tenía la mano derecha protegiendo el hombro derecho. Y apareció sangre entre sus dedos.

– ¡Está herido! -exclamó Tiel.

Sin hacerle caso, razonó con los dos mexicanos, que evidentemente se negaban a obedecer.

– Si salís corriendo por esa puerta, seréis responsables de acabar con el estómago lleno de balas.

No comprendían ni el idioma ni la lógica, sólo la insistencia de Doc de que siguieran donde estaban. Le increparon con un trepidante español. Tiel captó varias veces la palabra «madre». Y se imaginaba el resto. Sin embargo, ambos hicieron lo que Doc les pedía y se escondieron de nuevo en su puesto original, murmurando entre sí y lanzando hostiles miradas a su alrededor. Ronnie seguía apuntándoles con la pistola.

Donna alborotaba más que Sabra, que apretaba los dientes para no gritar mientras un nuevo dolor de parto se apoderaba de ella. Doc ordenó a la cajera que dejara de hacer aquel ruido tan terrible.

– No viviré para ver amanecer mañana -gemía.

– Tal como va la suerte, es probable que sí -le espetó Gladys-. Ahora, cállese.

Como si le hubiesen puesto un tapón en la boca, los lloros de Donna cesaron al instante.

– Cógete aquí, cariño. -Tiel había regresado a su puesto junto a Sabra y le daba la mano mientras pasaba la contracción.

– Sabía… -Sabra se interrumpió para jadear varias veces-. Sabía que papá no lo dejaría correr. Sabía que nos seguiría la pista.

– No pienses en él ahora.

– ¿Cómo está? -preguntó Doc, uniéndose a ellas.

Tiel le miró el hombro.

– ¿Está herido?

Él negó con la cabeza.

– La bala sólo me ha rozado. Escuece, eso es todo.

Limpió la herida con una gasa a través del desgarrón de la manga, luego la cubrió con otra gasa y le pidió a Tiel que cortará un trozo de esparadrapo. Mientras él sujetaba la gasa en su lugar, ella la aseguró con el esparadrapo.

– Gracias.

– De nada.

Hasta aquel momento, nadie había prestado atención al hombre inconsciente. Ronnie se le acercó, pasándose la pistola de una mano a otra y secándose las palmas húmedas con los pantalones vaqueros. Movió la barbilla en dirección a Cain.

– ¿Y ése?

Tiel pensó que era una muy buena pregunta.

– Seguramente seré condenado a años de prisión por hacer esto.

Doc le dijo entonces a Ronnie:

– Te recomiendo que me dejes arrastrarlo hacia fuera, para que los colegas que tiene en esa condenada camioneta sepan que sigue vivo. Si piensan que está muerto o herido, la cosa podría ponerse fea, Ronnie.

Ronnie miró con aprensión hacia el exterior y se mordió el labio mientras reflexionaba sobre la sugerencia.

– No, no. -Miró a Vern y Gladys, que parecían estárselo pasando tan bien como dos personas en la montaña rusa de un parque temático-. Busquen cinta aislante -les dijo Ronnie-. Estoy seguro de que la hay por aquí. Átenle de manos y pies.

– Lo único que conseguirás si haces eso es hundirte aún más, hijo -le aconsejó Doc con delicadeza.

– No creo que pueda hundirme ya más.

La expresión de Ronnie era de tristeza, como si sólo ahora empezara a comprender la gravedad de su situación. Lo que parecía una aventura romántica cuando él y Sabra emprendieron la huida se había convertido en un incidente con tiros y el FBI. Había cometido varios delitos. Estaba metido en un grave problema, y era lo bastante inteligente como para saberlo.

La pareja de ancianos se acercó al agente inconsciente. Cada uno de ellos lo cogió por un tobillo. Para ellos suponía un esfuerzo, pero fueron capaces de arrastrarlo lejos de la vista de Sabra, para que Tiel y Doc tuvieran más espacio para actuar.

– Me encerrarán para siempre -continuó Ronnie-. Pero quiero que Sabra esté a salvo. Quiero que su viejo prometa que le permitirá quedarse con nuestro hijo.

– Entonces, acabemos con esto aquí y ahora.

– No puedo, Doc. No sin antes tener esa garantía por parte del señor Dendy.

Doc hizo un ademán en dirección a Sabra, que jadeaba con un nuevo dolor.

– Mientras tanto…

– Nos quedamos aquí -insistió el chico.

– Pero Sabra necesita un…

– ¿Doc? -dijo Tiel, interrumpiendo.

– … hospital. Y pronto. Si de verdad te preocupa el bienestar de Sabra…

– ¿Doc?

Irritado por la segunda interrupción de su fervoroso discurso, se volvió abruptamente y le dijo impaciente:

– ¿Qué?

– Sabra no puede ir a ninguna parte. Veo el bebé.

Doc se arrodilló entre las rodillas levantadas de Sabra.

– Gracias a Dios -dijo, con una carcajada de alivio-. El bebé se ha dado la vuelta, Sabra. Veo la cabeza. Estás coronando. En unos minutos tendrás a tu bebé.

La chica rió, una risa demasiado juvenil para encontrarse en el lío en que estaba metida.

– ¿Irá bien?

– Creo que sí. -Doc miró a Tiel-. ¿Me ayudará?

– Dígame qué tengo que hacer.

– Traiga más pañales de éstos y repártalos a su alrededor. Tenga una de las toallas a mano para envolver al bebé. -Se había arremangado la camisa por encima de los codos y estaba lavándose a fondo las manos y los brazos con el producto limpiador de Tiel. Luego los bañó en vinagre. Pasó las botellas a Tiel-. Utilícelo con generosidad. Pero rápido.

– No quiero que Ronnie mire -dijo Sabra.

– ¿Por qué no, Sabra?.

– Lo digo en serio, Ronnie. Vete.

Doc le habló al chico por encima del hombro.

– Tal vez sea lo mejor, Ronnie.

El chico se apartó a regañadientes.

Doc encontró un par de guantes en el maletín de médico de Cain y se los puso… con mucha destreza, observó Tiel.

– Al menos ha hecho algo bien -murmuró-. Hay una caja entera. Póngase un par.

Acababa de conseguir ponerse los guantes cuando Sabra tuvo otra contracción.

– No empujes si puedes evitarlo -le instruyó Doc-. No quiero que te rasgues. -Colocó la mano derecha en el perineo para aguantar y evitar la ruptura de tejidos, mientras su mano izquierda descansaba con delicadeza en la cabeza del bebé-. Vamos, Sabra. Ahora jadea. Muy bien. Póngase detrás de ella -le dijo a Tiel-. Incorpórela un poco. Apóyele la espalda.

Ayudó a Sabra a superar el dolor y, cuando hubo acabado, la chica se relajó apoyándose en Tiel.

– Ya está casi, Sabra -le dijo Doc con mucha amabilidad. Estás haciéndolo muy bien. Estupendamente, en realidad.

Y Tiel habría dicho lo mismo de él. Era de admirar la forma tranquila y competente con que estaba manejando la situación con una chica tan asustada como Sabra.

– ¿Está bien?

Tiel había estado observándolo con franca admiración, pero no se dio cuenta de que se dirigía a ella hasta que él levantó la vista.

– ¿Yo? Sí, estoy bien.

– Espero que no se desmaye o algo por el estilo.

– No lo creo. -Entonces, gracias a que su compostura resultaba contagiosa, dijo-: No, no me desmayaré.

Sabra gritó, se sacudió hasta quedar medio sentada y refunfuñó por el esfuerzo de expulsar al bebé. Tiel le acarició la zona lumbar de la espalda, deseosa de poder hacer más para aliviar el sufrimiento de la chica.

– ¿Está bien? -El ansioso padre estaba completamente ignorado.

– Intenta no empujar -le recordó Doc a la chica-. Todo saldrá bien sin necesidad de aplicar ningún tipo de presión adicional. Libera ese dolor. Bien, bien. La cabeza ya está casi fuera.

La contracción había dejado abatida a Sabra, cuyo cuerpo se derrumbó de agotamiento. Estaba llorando.

– Duele.

– Lo sé. -Doc hablaba con voz tranquilizadora pero, sin que lo viese Sabra, su rostro registraba una profunda preocupación. Sabra sangraba profusamente porque el tejido se había rasgado-. Vas muy bien, Sabra -dijo mintiendo-. Pronto tendrás a tu bebé.

Muy pronto, resultó ser. Después de toda la preocupación que había provocado el lento progreso del bebé, los segundos finales de la llegada al mundo fueron de pura impaciencia.

Durante la siguiente contracción, casi antes de que Tiel fuese capaz de asimilar el milagro del que estaba siendo testigo, vio emerger la cabeza del bebé bocabajo. La mano de Doc la guió sólo un momento antes de que, instintivamente, se puso de lado. Cuando Tiel vio la cara del recién nacido, sus ojos abiertos de par en par, murmuró:

– ¡Oh!, Dios mío -y lo dijo literalmente, como una plegaria, porque era un fenómeno de visión sobrecogedora, casi espiritual.

Pero allí se detuvo el milagro, porque los hombros del bebé seguían sin poder salir al exterior.

– ¿Qué sucede? -preguntó Ronnie al oír a Sabra gritar.

Sonó el teléfono. Donna era la que más cerca estaba y fue quien respondió.

– ¿Diga?

– Sé que duele, Sabra -dijo Doc-. Con dos o tres contracciones más deberíamos estar, ¿de acuerdo?

– No puedo -sollozó ella-. No puedo.

– Ese tipo que se llama Calloway quiere saber quién ha recibido los tiros -les informó Donna. Nadie le prestó atención.

– Lo estás haciendo estupendamente -decía Doc-. Prepárate. Jadea. -Miró a Tiel de reojo y le dijo-: Ayúdela.

Tiel se puso a jadear con Sabra mientras veía las manos de Doc manipulando el cuello de la criatura. Al darse cuenta de lo alarmada que estaba, dijo Doc en voz baja:

– Sólo compruebo que el cordón no esté enrollado.

– ¿Está bien? -preguntó Sabra, apretando los dientes.

– Hasta el momento es un nacimiento de libro.

Tiel oyó que Donna le decía a Calloway:

– No, no ha muerto, pero merecería estarlo, igual que el condenado loco que lo ha mandado aquí. -Y colgó el auricular de golpe.

– Ya estamos, ya estamos. Tu bebé está aquí, Sabra. -A Doc le caía el sudor desde el nacimiento del pelo hasta las cejas, pero parecía no darse cuenta de ello-. Eso es. Sigue así.

Aquel grito obsesionaría los sueños de Tiel durante muchas noches. Los hombros del bebé aparecieron rasgando más tejido. Una pequeña incisión con anestesia local le habría evitado aquella agonía, pero no había remedio.

La única bendición de todo aquello fue el bebé, que se abría paso y acabó deslizándose en las manos de Doc.

– Es una niña, Sabra. Una belleza. Ronnie, tienes una hija.

Donna, Vern y Gladys lanzaron vítores y aplaudieron. Tiel se tragó las lágrimas mientras veía a Doc poniendo bocabajo a la recién nacida para limpiarle las vías respiratorias, ya que carecían de aspirador. Afortunadamente, la niña lloró de inmediato. Una amplia sonrisa de alivio inundó sus graves facciones.

Tiel no pudo quedarse maravillada durante mucho tiempo, pues Doc le pasó enseguida a la recién nacida. Era tan resbaladiza que temía que se le cayera de las manos. Pero consiguió acunarla y envolverla en una toalla.

– Colóquela sobre el vientre de su madre. -Tiel siguió las órdenes de Doc.

Sabra se quedó mirando asombrada a su llorona recién nacida y preguntó, con un amedrentado susurro:

– ¿Está bien?

– Los pulmones lo están, desde luego -dijo Tiel, riendo. Hizo un inventario rápido-: Tiene todos los dedos en pies y manos. Parece que tendrá el pelo claro, como el tuyo.

– Ronnie, ¿quieres verla? -Sabra le llamó.

– Sí. -El chico dividía su mirada entre ella y los mexicanos, que parecían totalmente desencantados ante la maravilla del nacimiento-. Es preciosa. Bueno, quiero decir que lo será en cuanto esté limpia. ¿Cómo estás tú?

– Muy bien -respondió Sabra.

Pero no era así. La sangre había saturado rápidamente los pañales. Doc intentaba cortar la hemorragia con compresas.

– Pídale a Gladys que me traiga más. Me temo que vamos a necesitarlo.

Tiel llamó a Gladys y le dio el recado. En medio minuto estaba de vuelta con una nueva bolsa de pañales.

– ¿Han conseguido atar a ese hombre? -preguntó Tiel.

– Vern sigue en ello, pero no irá a ninguna parte.

Mientras Doc continuaba trabajando en Sabra, Tiel intentó distraerla.

– ¿Qué nombre le pondrás a tu hija?

Sabra examinaba a la recién nacida con evidente adoración y con un amor incondicional.

– Katherine. Me gustan los nombres clásicos.

– También a mí. Y creo que Katherine le quedará muy bien.

De pronto, el rostro de Sabra se contorsionó de dolor.

– ¿Qué sucede?

– Es la placenta -explicó Doc-. El lugar donde ha estado viviendo Katherine durante estos nueve meses. Tu útero se contrae para expulsarla igual que hizo con Katherine. Dolerá un poco, pero nada que ver con tener el bebé. Una vez fuera, te limpiaremos y te dejaremos descansar. ¿Qué te parece?

Y dirigiéndose a Tiel, dijo:

– Prepare, por favor, una de esas bolsas de basura. Tendré que guardar esto. La examinarán más adelante.

Hizo lo que se le pedía y volvió a distraer a Sabra hablándole del bebé. En un breve espacio de tiempo, Doc había envuelto la placenta para retirarla lejos de la vista, aunque seguía unida al bebé por el cordón. Tiel quería preguntar por qué no lo había cortado todavía, pero él seguía ocupado.

Cinco minutos después, Doc se quitó los ensangrentados guantes, cogió el manguito de la tensión arterial y se lo colocó a Sabra en el bíceps.

– ¿Cómo vas?

– Bien -respondió, aunque tenía los ojos hundidos y ojerosos. Y una débil sonrisa-. ¿Qué tal lo lleva Ronnie?

– Deberías hablar con él para terminar con esto, Sabra -le dijo Tiel con delicadeza.

– No puedo. Ahora que tengo a Katherine, no puedo correr el riesgo de que mi padre la entregue en adopción.

– No puede hacerlo sin tu consentimiento.

– Mi padre puede hacer cualquier cosa.

– ¿Y tu madre? ¿De parte de quién está?

– De mi padre, naturalmente.

Doc leyó el medidor y soltó el manguito.

– Trata de descansar un poco. Estoy haciendo todo lo posible para minimizar la hemorragia. Más adelante te pediré un favor, de modo que ahora me gustaría que echases un sueñecito si puedes.

– Me duele. Aquí abajo.

– Lo sé. Lo siento.

– No es culpa suya -dijo débilmente. Se le empezaron a cerrar los ojos-. Lo ha hecho superbién, Doc.

Tiel y Doc vieron que su ritmo de respiración se regularizaba y que los músculos empezaban a relajarse. Tiel separó a Katherine del pecho de su madre. Sabra murmuró unas palabras de protesta, pero estaba demasiado agotada como para oponer resistencia.

– Sólo voy a limpiarla un poco. Cuando te despiertes, podrás volver a tenerla contigo. ¿De acuerdo?

Tiel aceptó el silencio de la chica como su permiso para llevarse al bebé.

– ¿Y el cordón? -le preguntó a Doc.

– He estado esperando por seguridad.

El cordón había dejado de latir y ya no tenía un aspecto fibroso, sino más fino y más plano. Lo ató por dos puntos con los cordones de zapatos, dejando un par de centímetros entre ellos. Tiel volvió la cabeza cuando lo cortó.

Con la placenta ya totalmente separada del bebé, Doc pudo cerrar herméticamente la bolsa de basura y, confiando de nuevo en la ayuda de Gladys, le pidió que guardase la bolsa en la nevera antes de seguir con los cuidados de la madre.

Tiel abrió la caja de toallitas húmedas.

– ¿Cree que son seguras para el bebé?

– Me imagino. Para eso son -respondió Doc.

Pese a que Katherine hizo algún que otro puchero de protesta, Tiel la limpió con las toallitas, que olían agradablemente a polvos de talco. Sin experiencia previa con recién nacidos, la tarea la puso nerviosa. Entre tanto, siguió controlando el suave ritmo de la respiración de Sabra.

– Aplaudo su coraje -observó-. No puedo evitar sentir compasión por ella. Por lo que sé de Russell Dendy, yo también habría huido de él.

– ¿Lo conoce?

– Sólo a través de los medios de comunicación. Me pregunto si habrá contribuido a que nos mandaran a Cain.

– ¿Por qué le ha dado ese golpe en la cabeza?

– ¿Se refiere a mi ataque contra el agente federal? -preguntó, haciendo de ello una triste broma-. Intentaba evitar un desastre.

– Elogio su rápida intervención y me gustaría haber pensado antes en ello.

– Tenía la ventaja de estar a sus espaldas. -Envolvió a Katherine en una toalla limpia y la presionó contra su pecho para darle calor-. Me imagino que el agente Cain cumplía simplemente con su deber. Y meterse en una situación como ésta exige cierto grado de valentía. Pero no quería que disparase a Ronnie. Y, con la misma intensidad, no quería tampoco que Ronnie le disparara. Actué por impulso.

– ¿Y no estaba un poco cabreada al descubrir que Cain no era médico?

Tiel le miró y le lanzó una sonrisa conspiradora.

– ¿Eso le pareció?

– Se lo prometo.

– ¿Cómo sabía que no era médico? ¿Qué fue lo que le delató?

– Las constantes vitales de Sabra no le preocuparon de entrada. Por ejemplo, no le tomó la tensión arterial. No parecía comprender la gravedad de su estado, de modo que empecé a sospechar de él y puse a prueba sus conocimientos. Cuando el cuello de la matriz está dilatado entre ocho y diez centímetros, significa que todo está a punto. Cateó el examen.

– Es posible que a los dos nos sentencien a años de trabajos forzados en la prisión federal.

– Mejor que dejarle que disparara a Ronnie.

– Desde luego. -Miró de nuevo a la niña, dormida ahora-. ¿Y el bebé? ¿Está bien?

– Echémosle un vistazo.

Tiel puso a Katherine en su regazo. Doc desplegó la toalla y exploró a la diminuta recién nacida, cuya altura no alcanzaba ni la medida de su antebrazo. Sus manos se veían grandes y masculinas en contraste con el color rosado del bebé, pero su forma de tocarla estaba llena de ternura, sobre todo cuando palpó el cordón que colgaba de su barriguita.

– Es pequeña -comentó-. Me imagino que unas dos semanas prematura. Pero parece estar bien. Respira correctamente. De todos modos, debería estar en la unidad de neonatos de un hospital. Es importante que la mantengamos caliente. Intente cubrirle la cabeza.

– De acuerdo.

Estaba inclinado muy cerca de Tiel. Lo bastante cerca como para que ella pudiese distinguir cada una de las pequeñas arrugas que marcaban los extremos de sus ojos. El iris era de un color gris verdoso, las pestañas muy negras, varios tonos más oscuras que su cabello castaño. La barbilla y la mandíbula mostraban una barba incipiente que resultaba muy atractiva. A través del desgarro de la manga de la camisa se dio cuenta de que la sangre había traspasado el improvisado vendaje.

– ¿Le duele el hombro?

Cuando él levantó la cabeza sus narices estuvieron a punto de chocar. Sus miradas permanecieron unidas durante unos segundos antes de que él volviese la cabeza para observar la herida del hombro. Parecía como si se hubiese olvidado de su existencia.

– No. Está bien -y añadió rápidamente-: mejor que le ponga uno de esos pañales y luego vuelva a taparla.

Tiel, con poca maña, le puso el pañal al bebé mientras Doc iba a comprobar el estado de la madre.

– ¿Toda esta sangre…? -Tiel, expresamente, dejó la pregunta sin concluir, temerosa de que Ronnie pudiera oírla. Tiel no había presenciado nunca un nacimiento y por lo tanto no sabía si la cantidad de sangre de Sabra era normal o motivo de alarma. A ella le parecía una cantidad fuera de lo común y, si había interpretado bien la mirada de Doc, él también estaba preocupado.

– Mucha más de la que debería ser. -No alzó la voz por el mismo motivo que ella. Cubrió las piernas de Sabra con la sábana y empezó a masajear su abdomen-. A veces, así se consigue detener la hemorragia -dijo para responder la muda pregunta de Tiel.

– ¿Y si no lo consigue?

– Pues no tardaremos en enfrentarnos a un problema de verdad. Me gustaría haberle podido practicar una episiotomía, haberle ahorrado todo esto.

– No se culpe de ello. En estas circunstancias y dadas las condiciones, lo ha hecho maravillosamente bien, doctor Stanwick.

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