Capítulo 4

Ala mañana siguiente, Ella se, sintió renovada en mente y espíritu. Zoltán Fazekas estaba ya sentado a la mesa cuando bajó a desayunar.

Jó reggelt -lo saludó la chica al verlo. Él se puso de pie con cortesía, mientras ella tomaba asiento.

Jó reggelt, Arabella -contestó él con voz suave, retomando su lugar.

– Mis amigos me llaman Ella -le informó la joven, con una sonrisa, para luego añadir-: Köszönöm -mientras tomaba la taza de café que él le ofrecía.

– Tu padre y tú, ¿no son amigos también? -fue la inesperada pregunta que recibió por parte de él.

– De hecho… -balbuceó la chica. Era obvio que su padre se había referido a ella por su nombre completo al hablar con el artista-, nos queremos mucho, pero… nuestra relación es a veces difícil.

– Tus ojos son de un azul de lo más encantador -comentó él, sin dejar de mirarla. Ella, aún no se reponía de la sorpresa, cuando él añadió-: Prefiero llamarte Arabella.

La joven tomó su café, tratando de interpretar sus palabras. Aunque halagada por el piropo, ella le había dicho que sus amigos le llamaban Ella. ¿Estaría él diciéndole sutilmente que no deseaba considerarla una amiga?

– El pan tostado está aún caliente -advirtió él de súbito-. Por desgracia, el reumatismo de Frida parece haberse incrementado este día.

– ¿Frida sufre de reumatismo? -inquirió la joven, recordando cómo se quejaban del dolor algunas de las ancianas a las que ayudaba-. ¡Pobre mujer! ¿Quién preparó el desayuno y la mesa?

– Eh… Frida -balbuceó él-. ¿Sabes algo sobre la enfermedad?

– Algunas de mis ancianas sufren horrores por el reumatismo.

– ¿Tus ancianas?

– Algunas amigas que visito en ocasiones… -Ella no terminó la oración, pensando en lo que Frida debía de haber sufrido preparando el desayuno y poniendo la mesa esa mañana-. Debiste haberme llamado. Yo…

– ¿Qué quieres decir?

– Yo pude haber preparado el desayuno -indicó ella-. Podría haberlo hecho yo todo…

– A Frida no le hubiera gustado -la interrumpió él-. Es una mujer muy orgullosa y no le gusta que otros hagan sus labores bajo ninguna circunstancia.

– ¡Pero esta es una ocasión especial! -protestó ella con energía.

– En verdad que no -convino él con una sonrisa tan cálida, que por un momento Ella se olvidó hasta de lo que estaban hablando-. Por lo cual -continuó él-, he decidido tomarme el día y llevarte a conocer la ciudad. Si estás dispuesta, claro.

– Sí… bueno… yo… -Ella no supo qué decir ante lo inesperado de la invitación-. No tienes que molestarte -señaló ella después de un momento-. Yo sola puedo…

– No lo dudo -la interrumpió él, en forma cordial-. Pero le he ordenado a Frida qué se tome el día de descanso y me temo que no lo haga, si me quedo en casa -entonces le ofreció otra sonrisa, no tan encantadora como la anterior, pero sí lo suficiente como para hacer que su corazón se acelerara-. ¿Dejarás que vague por las calles yo solo?

Aunque Ella estaba segura de que al artista no le faltarían lugares a donde ir o amigos a quienes visitar; su sonrisa, sus increíbles ojos grises y todo lo que acababa de decir, eran demasiado como para resistirse. Su sonrisa se volvió una cristalina risa.

– ¿Eso quiere decir que aceptas? -preguntó él de buena gana.

– Me encantará salir contigo -contestó ella, dándose cuenta de que Zoltán Fazekas podía ser más embriagador que cualquier vino.

Pero la joven no se olvidó por completo de la suerte del ama de llaves. Por lo que él le había dicho, Frida debía de estar en la cocina. Así que al terminar el desayuno, Ella se dirigió ahí.

– Estás un poco desorientada -comentó él, al verla-. Tu habitación no es por ahí, si lo que deseas es traer algo para cubrirte del frío.

– Subiré por un suéter en unos minutos -contestó ella y continuó su camino.

Zoltán la siguió y abrió la puerta para que Ella pasara. Frida estaba sentada en la cocina, leyendo lo que parecía un recetario.

– ¡No te levantes!,-exclamó Ella al ver que la mujer empezaba a ponerse de pie. Para su alegría, Zoltán tradujo sus palabras de inmediato.

El ama de llaves se sentó dé nuevo, dando las gracias en húngaro.

– No podemos permitir que Frida cocine para nosotros este día -dijo Ella-. ¿Podrías decirle que me encantaría preparar la cena esta noche y que sería un placer que ella y Oszvald probaran algo de la cocina inglesa?

– ¿Sabes cocinar? -inquirió Zoltán, sorprendido.

– Por supuesto.

– ¿Y estás dispuesta a cocinar para todos nosotros?

– Con el riesgo de arruinar mi imagen de mujer ociosa. Pero no importa, lo haré con gusto -contestó ella con una picara sonrisa. Y mientras Zoltán le explicaba a Frida en húngaro, la joven se sintió algo mareada ante la posibilidad de tener la cocina de Frida para ella sola.

Desde ese instante, el día se volvió mágico. Al llevarla por las calles de Budapest, Zoltán resultó tener mucho más encanto del que había mostrado en el desayuno esa mañana.

Habiendo dejado el auto en casa, él la llevó primero a la plaza Adám Clark, donde se formaron en una pequeña fila para abordar el sikló, o sea, funicular. Mientras viajaban hacia el Puente Chain, Zoltán se encargó de relatarle la historia de su construcción. El Puente Chain era uno de las docenas de puentes que cruzaban el río Danubio, pero tenía la peculiaridad de ser el primer puente de piedra de la ciudad. Un inglés de nombre William Tierney Clark había sido comisionado para diseñar el puente, y un ingeniero escocés, Adám Clark, viajó hasta Budapest para supervisar su construcción. La plaza en la sección llamada Buda había sido bautizada con su nombre, y como en Hungría, el apellido de la familia siempre va antes del nombre, la plaza era conocida como Clark Adám tér.

El viaje en el funicular no duró mucho y Ella no pudo ocultar el placer de caminar junto a ese alto y apuesto húngaro por la plaza de San Jorge y por aquellas bellas calles empedradas.

– Tu conocimiento de la ciudad no estará completo si no te llevo a conocer la iglesia Matthias -le indicó Zoltán, como si fuera un guía de turistas. Ella rió de buena gana, sintiéndose feliz.

Había existido una iglesia en ese lugar, antes del siglo trece, pero la estructura fue reconstruida en estilo gótico a finales del siglo diecinueve. Ella observó maravillada el lugar que por muchos años había sido el sitio de coronación de los reyes de Hungría.

Después caminaron hasta el Fuerte de los Pescadores, el cual consistía en una serie de escaleras, galerías y terrazas donde la joven se deleitó al ver que, las vendedoras la seguían para mostrarle unas hermosas blusas tradicionales, manteles azules y blancos, todo artísticamente bordado a mano. Mientras, un trío de músicos tocaba al aire libre algunos instrumentos que ella no conocía.

El momento culminante, sin embargo, fue cuando visitaron un lugar donde había artistas vendiendo cientos de acuarelas. Un cuadro en particular llamó su atención. Representaba un farol bañando con su luz, parte de un muro en una calle. Así que como buena turista, Ella sacó dinero de su bolso para comprarlo.

En ese momento, Zoltán se puso serio e insistió en pagar por el cuadro.

– ¡Yo quiero pagar! -dijo ella firme, pero era demasiado tarde: su apuesto acompañante ya había cubierto el importe.

– Debes de tener hambre. Vamos a comer -indicó él, impidiéndole protestar, más.

– Está bien, amo -contestó ella en broma, no queriendo estropear el maravilloso día, discutiendo porque él había pagado el cuadro.

Poco después, Ella disfrutaba un delicioso plato de sopa. Era increíble cómo Zoltán parecía una mina de información; jamás dudaba sus respuestas, avivando su interés en todo lo que se refería a Hungría.

De esa manera, se enteró de que los húngaros habían habitado el Valle del Cárpatos desde hacía unos mil años o más. Al noroeste estaban las famosas montañas, las cuales se extendían en un semicírculo desde Checoslovaquia hasta Rumania.

– ¿Naciste en Hungría? -inquirió Ella, mientras probaba un exquisito plato de macarrones con queso y tocino ahumado.

– Aquí nací, me eduqué y fui a la escuela -contestó él. Ella se sintió complacida de que el artista estuviera dispuesto a hablar de cosas personales.

Lo extraño del caso fue que su curiosidad no se detuvo ahí, sino que crecía con cada respuesta.

– Pero has viajado mucho, ¿no es así?

– He visitado uno o dos países más -respondió él con una sonrisa.

– Y tus padres, ¿también viven en Budapest?

– No, ellos viven en la parte oeste de Hungría -informó él-. El clima es más húmedo ahí, pero a ellos les gusta.

– ¿Tienes… -Ella se detuvo de improviso, decidiendo que tal vez era demasiado preguntar sobre su familia. ¿Tendría hermanos, hermanas? La expresión en el rostro de Zoltán le decía que no le molestaban sus preguntas personales, pero si no se detenía ahora, ¿cuándo lo haría?

– Continúa -la animó él, pero ella ya había decidido que era suficiente.

– Sólo estaba pensando que ya comí demasiado y no podré con el postre -replicó ella, lo cual, también era cierto.

Para su alivio, Zoltán no insistió en investigar lo que ella había empezado a preguntar.

– ¿Quieres dar un paseo? -inquirió él.

– ¡Me encantaría! -respondió ella, con entusiasmo.

Zoltán permaneció inmóvil durante unos momentos, observándola con detenimiento. En sus ojos ya no había ese retraimiento que ella había observado más de una vez desde que lo conoció. De improviso, él se volvió y pidió la cuenta. Poco tiempo después, caminaban plácidamente por la ciudad. Algunas veces, la conversación continuaba en forma animada y amistosa, pero también había momentos que disfrutaban caminando en silencio.

– Casi lo olvido -exclamó él, de repente-. ¡Tu té inglés! -Ella rió divertida, indicándole que no importaba, pero él la guió hasta una cafetería, donde además de té, disfrutaron de unos deliciosos pastelillos.

Eran casi las seis cuando Zoltán abrió la puerta de su casa, haciéndose a un lado para permitirle pasar primero. Ella penetro en el recibidor, agradecida de un día tan maravilloso.

– ¡Ha sido un día increíble! -exclamó, dándole las gracias mientras él cerraba la puerta.

– Me alegra -murmuró él, pero de algún modo, mientras la miraba a los ojos, Ella experimentó una extraña y repentina sensación de confusión y de timidez.

– Creo que… iré a la cocina… -dijo, recordando haber prometido preparar la cena.

– Creo que será mejor cenar fuera -replicó él, tomándola de repente por un brazo.

– Mmm… buena idea -concordó ella, confundida-. Pero, ¿qué comerán Frida y Oszvald? Ella debe…

– Oszvald es un cocinero excelente, créeme -interrumpió él.

– Está bien -murmuró ella, complacida.

Ya en su habitación se dio cuenta de lo que estaba pasando: iba a salir con Zoltán esa noche ¡y se sentía feliz por eso!

Se dio una refrescante ducha y al salir del cuarto de baño, había decidido que su entusiasmo por pasear con Zoltán se debía a su contagiante dinamismo.

Después de decidir eso, se dirigió al guardarropa preguntándose qué sería apropiado ponerse. ¿A dónde la llevaría él a cenar?

Al final, fue su impaciencia ante su indecisión la que la llevó a escoger un vestido color verde de amplio escote que contrastaba con su blanca y suave piel. También se puso un hermoso collar de perlas, que sus padres le habían regalado en un cumpleaños.

Al cabo de un rato, bajaba por la escalera con una gran sonrisa en los labios. Se encontraba a la mitad, cuando Zoltán apareció de improviso y se detuvo a observarla. Ella también se detuvo, mientras su corazón se aceleraba. Segundos después, ya más calmada, terminó de descender.

– Permíteme decirte algo por completo obvio -pidió él con solemnidad, sin apartar la vista de ella-. Estás muy hermosa.

– Gracias -respondió ella, al no saber qué más decir.

Zoltán la llevó a uno de los restaurantes más elegantes de Hungría, llamado Gundel's, el cual estaba situado en el Parque Central de la ciudad, cerca de la Plaza del Héroe, donde ella había estado la mañana anterior.

La velada fue encantadora. Un grupo de músicos tocaba algunas melodías gitanas, mientras la joven se sentía envuelta en la magia personal de Zoltán Fazekas. Ella comprobó que él podía ser más embriagador que el excelente vino que estaban tomando.

– Así que… -comentó él, en forma casual-. ¿En verdad no estás huyendo de nada?

Ella se volvió a mirarlo, pero al percibir lo cálido de aquellos ojos grises, casi se olvida de lo que estaban hablando.

– Oh, pensé que lo habías olvidado -dijo, después de unos minutos.

– ¿Y cuál es tu respuesta? -insistió él, con voz suave.

– Eh… -balbuceó ella y de repente recordó la pregunta que había intentado hacerle a la hora de la comida-. ¿Tienes hermanos o hermanas?

– No -contestó él, mirándola a los ojos.

– Entonces tal vez no sepas que cuando un hermano se mete en problemas, como en este caso el mío -dijo ella con sinceridad-, a veces es bueno desaparecer del mapa, hasta que los gritos y las palabras altisonantes se disipan.

– ¿Tus padres tienen problemas con tu hermano por algo que también te afecta? -inquirió él, después de estudiarla por un instante.

– Mi padre -corrigió ella-. Mi madre es un ángel.

– Ya veo -replicó él-. Así que si tu hermano no se hubiera metido en líos, no habrías venido a Hungría, ¿no es así?

Por un momento, Ella no supo qué contestar.

– ¿Vas a culpar a mi hermano por eso? -preguntó al fin-. Por haber venido aquí, quiero decir -añadió después con una sonrisa y cuando Zoltán respondió de igual manera, ella podía jurar que su corazón casi se detuvo-. En realidad -continuó sin pensar-, habría venido de cualquier manera. Sólo necesitaba… un poco más de… convencimiento.

– Bienvenida a Hungría, Arabella -dijo él, levantando su copa para brindar.

Cuando salieron de Gundel's y llegaron a casa, Ella se sentía bastante eufórica. Zoltán cerró la puerta y ambos se dirigieron hacia la escalera. La joven sintió el deseo de decirle cuánto le gustaba en verdad su país y que desearía haber ido antes.

Pasaban por la puerta de la sala cuando, de repente, Ella se detuvo y se volvió hacia él. Entonces, todo lo que pensaba decir se esfumó de su mente. En ese mismo instante, Zoltán le pasó un brazo por la cintura y la atrajo hacia sí. Mientras él posaba su incitante mirada gris en los ojos azules de ella, inclinó el rostro y sus labios se posaron en los de la chica.

Ella había sido besada antes, ¡pero nunca de esa manera! No cabía duda de que Zoltán tenía amplia experiencia, y mientras sus labios se movían sobre los de la joven, ésta sintió que todo su ser se fundía al de él. Entonces el pintor comenzó a besarle el cuello y los hombros, hasta alcanzar el escote del vestido.

Cuándo o cómo entraron en la sala, Ella nunca lo supo. Pero los labios de Zoltán estaban de nuevo sobre los suyos. Entonces la chica se dio cuenta de que ambos estaban medio acostados en un cómodo y mullido sillón, y que una de las manos del artista se había deslizado hasta sus senos, los cuales respondían ya a la intensa caricia.

– Yo… -balbuceó la joven, mareada por el torrente de sensaciones y emociones que experimentaba. Debía detener aquello mientras le era posible.

Zoltán retiró la mano y la chica deseó con todo su ser que volviera a acariciarla. Pero debía aprovechar ese momento para escapar, así que se puso de pie.

– ¿Qué clase de chica crees que soy? -murmuró con una sonrisa, bromeando y deseando poder despedirse como buenos amigos.

– ¿Habías sido besada antes? -fue la inesperada pregunta de él.

– Yo… solía pensar eso -respondió ella con sinceridad. Él la observó por un largo rato antes de apartarse.

– Creo, señorita Arabella Thorneloe, que es mejor que se retire a su habitación por el momento -indicó.

Había muchas cosas que ella deseaba decir en respuesta. Agradecerle la hermosa velada, su comprensión y la caballerosidad que había demostrado en ese instante. Pero sobre todo, deseaba ser besada otra vez, sólo una vez más.

Pero si él la besaba, ella querría más y más. Eso lo supo con sólo mirar los labios de aquel fascinante y atractivo hombre que tenía el poder de arrobar sus sentidos. Además, se daba cuenta de que, aunque Zoltán era alguien con una buena dosis de autocontrol, en esas condiciones no era muy factible que le durara mucho.

– Buenas noches -dijo ella y se retiró, mientras aún le fue posible. La música y el vino debían de tener la culpa de lo que había pasado.

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