Capítulo 8

Una mañana, Ella se levantó con mal humor. Ya habían pasado dos semanas y media desde que Zoltán le había revelado el nombre de su amiga especial y desde entonces todo parecía carecer de sentido. Szénia Halász. El nombre resonaba con obsesión en su mente, pero también le preocupaba el hecho de que Zoltán pudiera interpretar sus esfuerzos por ocultar sus celos, como indiferencia.

Tal y como lo había pensado, todo signo de simpatía entre ellos, había desaparecido. Por las mañanas, ella posaba en silencio mientras él trabajaba en el cuadro. Por las tardes, se aburría mucho, mientras él realizaba otra cosa. Además, nunca volvió a poner un dedo sobre ella.

Un día Ella salió de su habitación preguntándose cuánto se tardaría en terminar el cuadro, sabiendo que sin importar el tiempo, no le quedaban muchos días para regresar a Inglaterra.

– Buenos días -Ella saludó a Zoltán de manera casual, al entrar en el desayunador-. Jó reggelt, Frida -dijo después, volviéndose con una sonrisa hacia el ama de llaves y luego se sentó a la mesa.

Zoltán le ofreció una taza de café sin mencionar palabra alguna y Ella lo bebió de igual manera. Así transcurrió el desayuno. Ambos estaban encerrados en sus pensamientos. La joven deseaba que todo volviera a la calidez de aquellos días en los que Zoltán era capaz de sonreír por algo que ella dijera y durante los cuales, él también la hacía reír.

Esos días, parecían haberse ido para siempre. Ahora la joven sabía, que no lo soportaría por mucho tiempo.

– ¿Al estudio en quince minutos? -preguntó seria, aunque con cortesía, al terminar su desayuno.

– No pienso trabajar hoy -le anunció él-… la iluminación no es muy buena -añadió en forma seca, después de una pausa. Entonces Ella recordó que en más de una ocasión Zoltán había abandonado el estudio bajo el pretexto de que la iluminación era mala, aun cuando para ella, era perfecta.

– Tú eres el artista -agregó-. Tú sabrás lo que es mejor.

– Me alegra que lo reconozcas -replicó él, en forma arrogante. Ella se puso de pie al instante, dispuesta a salir de ahí-. Pero para que no te aburras tanto -Ella se detuvo a medio camino-, te invito a pasear por ahí.

No había nada en el mundo que la chica deseara más, que salir a pasear con él. Pero mujer al fin y al cabo, replicó:

– No tienes que hacerlo, yo puedo pedirle a Oszvald su bicicleta y salir a…

– ¡Prepárate para partir en media hora! -la interrumpió él con firmeza. Entonces se levantó y abandonó la habitación. Eso era un indicio de que el caso estaba cerrado.

Veintinueve minutos después, Ella admiraba su figura, envuelta en cazadora y pantalones de mezclilla.

Mas en su interior, había un remolino de emociones ante el inminente paseo con Zoltán. A ella no le importaba que él lo hiciera para que no se aburriera. Su atuendo estaba perfecto para un frío día de octubre.

– ¡Justo a tiempo!, ¿lo ves? -exclamó la joven al llegar al final de la escalera, donde él la esperaba. Por un maravilloso momento, a Ella le pareció que había una chispa de simpatía en la mirada de Zoltán y que tal vez podrían comenzar el paseo en armonía.

Justo en ese instante, Lenke apareció de improviso para hablar con él. Cuando la muchacha se retiró, Ella experimentó la desilusión más grande que había conocido, pues todo indicio de amabilidad desapareció de la mirada de Zoltán, la cual ahora parecía fría y mortal.

– ¡Te hablan por teléfono! -exclamó entre dientes, furioso. Y mientras Ella lo miraba sorprendida, añadió-: ¡Puedes hablar en mi estudio!

Zoltán le indicó por dónde estaba el teléfono, pero no se retiró de inmediato para que la joven pudiera hablar en privado.

– Hola -dijo la chica al teléfono.

– ¿Eres tú, Ella?-inquirió una voz.

– ¡David! -exclamó encantada, a pesar del gesto hosco en la cara de Zoltán-. ¡Me alegra tanto que me llames! ¿Cómo estás?

– De maravilla -respondió David. La joven nunca lo había oído tan feliz-. Llevas años ahí, ¿cuándo regresas?

– ¡Volveré a casa muy pronto! -contestó ella, preguntándose cómo podía escucharse tan alegre, ante la horrible posibilidad de tener que abandonar a Zoltán.

– Magnífico -exclamó David-. Quiero que tú en especial, estés presente en la ceremonia. En realidad por eso te llamé.

– ¿Cuál ceremonia?

– ¡Viola y yo vamos a casarnos! -exclamó David emocionado.

– ¿De verdad? ¡Felicidades! -le deseó Ella con entusiasmo-. Así que finalmente la convenciste.

– Siempre quiso casarse conmigo, pero con lo del embarazo y todo lo demás… la muy tonta no quería que me sintiera forzado a hacerlo.

– ¿Cuándo será la boda?

– El mes entrante, tan pronto como regrese mamá.

– ¿Aún no lo sabe?

– Todavía no. Ella llamó por teléfono hace tiempo, mucho antes de que se solucionara el problema -después de una pausa, David continuó-: de cualquier manera, quiero que estés presente. Adiós.

La joven abandonó el estudio con pensamientos sombríos pues se dio cuenta de que una vez terminado el cuadro, no tendría ninguna excusa para quedarse, y tal vez nunca volvería a ver a Zoltán.

Encontró al pintor sentado al volante, con el motor encendido y sin ningún indicio de buen humor.

Era de esperarse que el paseo no tuviera mucho éxito. La chica se alegraba de que su hermano y su novia fueran a casarse, puesto que era lo que él deseaba; aunque eso acentuaba el doloroso contraste con su situación de no poder lograr lo que tanto quería. Ellos casi no se dirigían la palabra. La joven estaba segura de que él jamás iba a enamorarse de ella.

Precisamente a la hora de la comida, él hizo girar el automóvil y se encaminó de regreso. Por lo menos el viaje había sido educativo, pensó ella sombría, pues el pintor le había dicho todo lo que una estudiante de geografía podría haber preguntado sobre el lugar.

– Fue muy interesante -dijo Ella al llegar y salir del vehículo-. Gracias.

Zoltán la ignoró y dirigió el vehículo hacia el garage. La chica entró en la casa y subió a su habitación. Si las cosas fueran diferentes, habría disfrutado del paseo y toda la información que él le dio de manera tan fría e impersonal.

Ella comió sola. Y aunque deseaba estar en compañía de Zoltán, no quería que él lo supiera. El resto de la tarde lo pasó escribiendo cartas.

Por la noche, los celos la consumían, pues Zoltán había cenado fuera, tal y como lo hizo dos veces, durante la semana anterior. El saber el nombre de aquella mujer, que con seguridad estaría sentada frente a él en ese momento, la enfurecía aún más.

La chica fue a la cama temprano, durmió muy mal y se sentía horrible por la mañana.

– ¡Buenos días! -exclamó al reunirse con Zoltán para el desayuno.

– Buenos días -contestó él, fingiendo buen humor.

Ella pensó con amargura que de seguro él estaría feliz, después de su cita con Szénia Halász, la noche anterior.

– ¿Te pasa algo malo, Arabella? -inquirió él, de improviso.

– No. Estaba pensando en mi hogar -se apresuró a decir.

– ¿Acaso sientes un gran deseo de volver a casa después de esa llamada? -murmuró él. ¡Vaya!, se dijo a sí misma, nunca puedo hacer nada bien.

El miedo se apoderó de ella. Sería horrible que Zoltán decidiera terminar el cuadro sin su presencia y mandarla de regreso.

– En realidad hacía conjeturas sobre si el problema en casa se habría puesto peor.

– ¿El problema de tu hermano?

– A veces los problemas tardan años en resolverse -cualquier cosa era preferible, inclusive una mentira blanca, antes de arriesgarse a que el pintor descubriera sus sentimientos. Pues Ella pensaba que él nunca la amaría.

– ¿En qué clase de lío se metió tu hermano?

La pregunta la tomó por sorpresa, mas no tenía la intención de inventar alguna otra cosa.

– Mmm… es un asunto familiar -de inmediato, Ella se arrepintió de haber dicho esas palabras, pues observó el gesto hosco en el rostro de Zoltán.

– Yo… -balbuceó, tratando de disculparse.

– ¡Detente! -la interrumpió él, con un grito.

Después de eso se sumió en el más absoluto mutismo, absorto en sus pensamientos y emociones, las cuales plasmaba sobre el lienzo.

– Ya puedes irte -dijo él una hora después, mientras se dirigía al lavamanos que estaba en una esquina del estudio.

La chica aún no había visto el retrato. Zoltán nunca se lo mostraba y ella, no queriendo parecer vanidosa, jamás se lo pidió.

Así, que sin decir palabra, Ella subió a su habitación. Ese fue el peor día de su vida. El saber que Zoltán estaba tan cerca y al mismo tiempo tan lejos, la atormentaba. A la mañana siguiente, Ella se encontraba más agitada que nunca. Su dignidad le indicaba que debía volver a Inglaterra de inmediato. Sin embargo, ahora comprendía que el amor era más fuerte que el orgullo. Entonces aceptó que anhelaba tener el amor de Zoltán, aunque lo odiara al mismo tiempo por saber que seguía saliendo con su amiga especial.

– ¿Habrá trabajo esta mañana? -inquirió ella, al entrar en el desayunador. Y, a pesar de haber deseado estar cerca de él durante toda la noche, desvió la mirada del rostro del pintor.

– ¿Te urge terminar? -inquirió él, cortante.

– Pensé que nadie podría apresurar a un artista -dijo ella con voz firme, sorprendida de cuánto le gustaría poder romperle los dedos-. Yo me serviré mi café, si no te importa.

No era una manera muy buena de empezar el día. Pero una hora más tarde, Ella estaba posando para él, sentada en el sofá del estudio, envuelta en la tela de terciopelo color verde del vestido.

Al medio día, Frida se atrevió a interrumpir al pintor, por lo cual Ella pensó que se trataba de algo importante.

Momentos después, Zoltán aún estaba hablando con el ama de llaves en su propio idioma. Fue entonces que a la joven le pareció escuchar la palabra teléfono. “Debe de ser David”, pensó ella. “A Zoltán no le va a hacer mucha gracia tener que interrumpir su trabajo y esperar a que terminemos de hablar”.

Mas de improviso, Ella pareció escuchar el nombre de Halász y un vacío pareció formarse en la boca de su estómago. ¡Después de todo, no tendría porque temer a la ira de Zoltán Fazekas!

El pintor depositó el pincel sobre la paleta y se dirigió a la puerta. Él parecía entusiasmado.

– Hay una llamada para mí -dijo deteniéndose un momento en la puerta-. Es todo por hoy. Puedes irte -una fracción de segundos después, Zoltán Fazekas se había ido.

“Ya sé que tienes una llamada y también de quién”, pensó Ella enfurecida, con la mirada fija en la puerta. La joven se encontraba al borde del llanto.

“No seas ridícula”, dijo una voz en su interior. Pero, sintiendo que sus celos crecían, decidió hacer algo al respecto. De inmediato regresaría a Inglaterra. Eso era demasiado.

Agitada y al bordé de la desesperación, Ella se encaminó hacia la puerta. Una vez ahí se detuvo y se volvió con curiosidad al lienzo en el que Zoltán estaba plasmando su retrato.

La chica se aproximó al cuadro y encontró, para su sorpresa, que ahí no había nada que se asemejara a ella: ¡Sólo era un paisaje!

La joven cerró y abrió los ojos, incrédula. El cuadro que tenía frente a ella era el de un bello paisaje, magistral, pero que no contenía figura humana alguna, mucho menos la suya.

¿Por qué habría Zoltán de hacer algo así? ¡Algo que ni siquiera contenía una sola figura humana!

Sin saber qué pensar, Ella subió a su habitación como una autómata y de igual manera se puso unos pantalones y un suéter. Su decisión de volver a Inglaterra había pasado a un segundo término. Lo que ocupaba su mente ahora era el saber por qué Zoltán la había estado engañando.

Un torrente de pensamientos se agitaba en su mente cuando la chica llegó al borde del lago, en la parte posterior de la casa. Ahí estaba el velero en el que Zoltán y ella habían navegado. Aquellos tiempos felices no volverían. En ese momento, se dio cuenta de que alguien había utilizado el velero no hacía mucho, podría haber sido Zoltan u Oszvald. Evocando aún aquel paseo, Ella se dirigió al velero y se introdujo en él.

La joven no tenía intención alguna de navegar, pero recordando los expertos movimientos de las manos de Zoltan en la vela y en el mástil, empezó, a imitarlos sin darse cuenta. ¡Cuánto lo amaba! ¡Cuánto deseaba estar junto a él, para siempre! “Zoltan…, mi amado Zoltan”. Iba a pronunciar el nombre otra vez, cuando se acordó de que él debía estar hablando con otra mujer. Los celos volvieron a invadirla. En ese instante, se dio cuenta de que el bote se estaba moviendo.

Como Ella no tenía intención de navegar, procuró atar de nuevo el velero y casi se cae por la borda.

Sin temor alguno, la chica se sentó un momento, mientras el viento alejaba el velero. Se encontraba ya algo retirada de la orilla, cuando memorando la facilidad con que Zoltan había maniobrado el bote, intentó hacer lo mismo, ¡sólo para descubrir que no era nada fácil!

Tratando de conservar la calma, la joven se percató de que si quería evitar problemas, era mejor regresar a como diera lugar. Momentos después, un fuerte soplo hizo girar el velero y el miedo empezó a apoderarse de ella.

“¡Zoltan!, ¡Zoltan!”, pensó con desesperación, mientras otra ráfaga de viento azotaba la frágil embarcación y la inundaba. Ella tenía el presentimiento de que a la hora del desayuno se encontraría en el fondo del lago.

Aunque trató de pensar con lógica y positivamente, comprendía que se encontraba sola en el inmenso lago, pues los botes de motor estaban prohibidos y nadie sabía de su situación como para ir en su ayuda.

Lo primero que tenía que hacer era bajar la vela para evitar que el viento la siguiera alejando de la orilla. Pero, para aumentar sus problemas, en ese momento empezó a llover.

Ella apretó la mandíbula y se previno para luchar contra las fuerzas de la naturaleza. Todo estaba mojado, las sogas, sus manos y su ropa. La lluvia caía a torrentes, empapándola hasta los huesos.

La joven al fin logró bajar la vela y dio gracias al cielo de que no continuara alejándose aún más. Ahora sólo sentía el vaivén causado por las olas y la lluvia. No había más remedio que asirse de donde pudiera, para evitar caer por la borda. Pero también debía sacar el agua del fondo, aunque fuera con las manos.

A Ella nunca se le había ocurrido que un lago pudiera ser tan tormentoso. En ese momento, una gigantesca ola, más grande que las demás, cayó sobre el bote. La chica pensó que nunca saldría de ahí con vida.

“¡Zoltán!”, pensó con tristeza, dándose cuenta de que él no sabía lo que le ocurría. Para entonces, la orilla casi no se podía ver. De improviso, el viento pareció llevar una voz a sus oídos.

– ¡Ara-be-lla! -Zoltán solía llamarla Arabella. Volviéndose, descubrió que había estado mirando en la dirección equivocada pues la orilla estaba al otro lado. Ahora no sólo podía distinguirla a la distancia, sino que también alcanzó a ver que ¡otra embarcación se dirigía hacia ella!

Su emoción se transformó en otra clase de temor: el hombre quien se esforzaba al máximo para salvarla y que estaba poniendo su propia vida en peligro por ella, era Zoltán, el ser a quien amaba.

“Oh, mi amor”, pensó la joven con inmenso cariño. “¡Ten cuidado!” quiso gritar cuando una ola lo golpeó de improviso y casi lo voltea. Con una fuerza sobrehumana Zoltán se las arregló para llegar hasta ella y atar las dos embarcaciones, una junto a la otra. Después maniobró ambas, para llevarlas hacia la orilla más próxima, en medio de aquella torrencial lluvia y el agitado lago.

Momentos después, los que a Ella le parecieron siglos, llegaron a la orilla. Oszvald estaba ahí, listo para ayudar en lo que fuera necesario. Para entonces, la joven era un cúmulo de emociones, que apenas y lograba moverse con voluntad propia.

Zoltán llegó hasta ella y fue él quien a pesar de todo el peligro afrontado, cayó entre sus brazos como un niño. Ella lo abrazó, no queriendo dejarlo ir nunca.

– ¡Oh, Zoltán! -gimió ella-. Zoltán -repitió una vez más-. Pensé que nunca te volvería a ver.

Mas todo el éxtasis se disipó de improviso cuando él la apartó de sí.

– ¡Vete a la casa de inmediato! -dijo él con voz ronca.

Ella lo miró a los ojos y se dio cuenta de que una gran emoción se había apoderado también de él. Su rostro era una máscara labrada que no expresaba nada. Sin embargo, ella podía sentir las emociones tan poderosas que se agitaban en el interior de Zoltán.

– Lo siento -balbuceó la joven, intentando disculparse por su torpeza.

– ¡Ve a darte una ducha!

– Zoltán, yo…

– ¡Después bajarás a cenar!

– Zoltán, escúchame…

– ¡Te espero en la estancia en media hora! -exclamó él-. ¡Estoy harto! ¡Ya es demasiado! -y dando la media vuelta, se alejó furioso de ella. La chica lo siguió bajo la torrencial lluvia, mas cuando llegó a la puerta de la casa de campo, Zoltán había desaparecido.

Quince minutos después, Ella salía de la regadera y se envolvía en una deliciosa y cálida bata. En unos minutos debería bajar y enfrentarse a él. Zoltán le había dicho que estaba harto. Eso sólo podía significar: “¡harto de ti!”

Ahora no tendría otra opción. Ella debía partir a Inglaterra, pues con seguridad, el pintor la echaría. Después de todo, había expuesto su vida por ella y tenía derecho de hacerlo.

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