Capítulo Nueve

Niall la contempló con incredulidad.

– ¿Ahora? -preguntó.

– ¿Por qué no? ¿Tienes algo mejor que hacer, o te parece más atractiva la idea de la botella?

Niall se encogió de hombros y encendió un interruptor, iluminando el pasillo y las escaleras. Romana comenzó a desabrocharse la chaqueta, pero él la interrumpió.

– Es mejor que no te la quites. El sistema de calefacción de la parte de arriba es un tanto básico. Necesita carbón.

Niall se dio la vuelta, señalando las escaleras.

– Empecemos por arriba.

La casa constaba de cuatro plantas. La parte más alta consistía en una serie de pequeñas habitaciones abuhardilladas en las que se acumulaban objetos atesorados durante años, ya inservibles, pero de los que costaba deshacerse.

Niall le indicó la salida hacia la siguiente planta.

– Este era el despacho de Louise.

La habitación miraba a la parte trasera de la casa. Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, como si hubiera permanecido intacto tras su muerte.

Romana estuvo a punto de recomendar una buena limpieza, pero por una vez se mordió la lengua.

– No hay mucho más que ver aquí arriba, a no ser que te interesen los métodos de construcción del siglo XVIII -dijo Niall-. Ésta era la parte del servicio y las habitaciones de los niños. En aquellos tiempos se reservaban los lujos para los salones.

– Me dijiste que habíais recuperado parte de la decoración original. Enséñamela.

Descendieron hasta el siguiente piso. Niall abrió una puerta y encendió la luz. Romana no estaba muy segura de lo que esperaba encontrarse, pero aquella pintura floreada no la impresionó demasiado.

– Louise investigó la historia de la casa y descubrió que esta habitación fue pintada en 1783, con motivo de la boda del dueño con su segunda esposa. Debió costarle una fortuna -explicó Niall mientras pasaba una mano por la pared-. Las flores fueron pintadas a mano por un artista local.

– ¿De veras? ¿Y fue tan caro que nadie ha podido costear su restauración?

– Louise habilitó la parte de la esquina y decidió dejar lo demás como estaba -replicó Niall sin reparar en su sarcasmo.

Romana miró a su alrededor. La habitación era tan espaciosa, de techos altos y con tres enormes ventanales con balaustrada que miraban hacia la calle. Tal vez fuera una ignorante, pero pensó que lo que aquellas paredes necesitaban era una buena pintura en algún tono alegre.

– ¿Es todo así?

Romana comenzó a abrir puertas, echando un vistazo rápido al resto de las habitaciones de la planta principal. La única estancia habitable era el dormitorio. Incluso un hombre tan enamorado como para vivir en semejante sitio tenía que tener un lugar cómodo para dormir y un cuarto de baño bien surtido.

Romana se fijó en el marco de plata con la fotografía de una mujer joven de pelo negro y ojos chispeantes. Comprendió entonces por qué la visión de aquella modelo en el desfile le había cambiado el color de la cara. El parecido era superficial, pero con un vestido de novia y un velo…

– ¿Qué te parece? -preguntó Niall desde el pasillo.

Romana cerró la puerta de la habitación tras ella.

– No creo que quieras saberlo -replicó con un ligero escalofrío.

– Vamos, Romana, no seas tímida. No te va contigo.

– Es el momento de hablar de lo que tus mejores amigos no se atreven a decirte, ¿verdad? Muy bien. Pues creo que deberías mudarte.

– ¿Qué?

– Estoy segura de que históricamente todo esto es fascinante. Pero sólo un historiador sería capaz de vivir aquí.

– Pero Louise era…

– Ya lo sé. Era restauradora. Pero tú no, tú eres un hombre de tu tiempo, y sabes que cuando el dueño decoró esta casa lo hizo para presumir. Utilizó el estilo más avanzado de entonces, las últimas técnicas para demostrarle al mundo que era un hombre importante. Louise te habría animado a que hicieras tú lo mismo. La vida sigue, Niall. No puedes vivir en un museo.

– ¿Es ésa tu opinión? ¿Contratar a unos decoradores y dejar que se encarguen ellos?

– No.

Era una casa construida para una gran familia, para ser vivida desde el desván hasta el sótano. Un hogar maravilloso. Pero incluso sin polvo y con las paredes pintadas, seguiría sin ser el hogar de un viudo atrapado en un hoyo cada vez más profundo.

– Mi opinión es que deberías comprarte un ático luminoso con vistas al río y mudarte.

Niall la miró como si no tuviera la menor idea de lo que estaba diciendo. Pero sí la tenía.

– Compraste esta casa para Louise porque estabas enamorado de ella y tenías el poder de hacer su sueño realidad. Pero te equivocaste al pensar que ella te mataría por no acabar lo que había empezado.

– ¿Has terminado ya?

– No, todavía no. Por lo que Louise te mataría es por quedarte aquí y no seguir tu instinto natural para los negocios. Esta zona se está revalorizando mucho, sacarás un gran beneficio a tu inversión.

– Gracias por recordarme que soy un banquero con una cartera por corazón.

Nada iba a detenerla.

– Y lo peor de todo, Niall, lo que realmente le parecería a Louise, es que no estás haciendo nada. No en la casa, no la restauras. Sólo dejas que se enfríe mientras tú te entierras en ella. Ya he terminado -dijo Romana exhalando un hondo suspiro-. Tú me preguntaste.

– Efectivamente. Y creo que es el momento de buscar esa botella.

Romana lo siguió hasta la cocina. Encima de la mesa había varios sobres y papeles desperdigados. Rápidamente, Niall los metió en una caja y la colocó en el suelo antes de acercarse al armario y sacar una botella de brandy y un par de vasos.

– Muy bien, y ahora que has arreglado mi vida, por qué no te quitas la chaqueta, acercas una silla y me cuentas que lleva a Romana Claibourne a hacer cosas que le dan tanto miedo. Y por qué no está ahora mismo durmiendo al lado de un hombre que la adore.

Por toda respuesta, Romana abrió la nevera.

– ¿Has cenado? Y por cierto, yo prefiero vino en vez de brandy -dijo ella.

Romana echó un vistazo al interior del frigorífico. Había un cartón de huevos que habían sido comprados en el supermercado de C &F.

– Al menos no compras la comida en otro sitio -dijo, sacando una bolsa de ensalada preparada y un trozo de queso.

– Me traen el pedido a casa. Trabajo muchas horas, sobre todo ahora, que tengo que encargarme de un banco y ser tu sombra. ¿Blanco o tinto? -preguntó Niall.

– Blanco, por favor.

Niall le sirvió el vino mientras Romana batía los huevos con más fuerza de la que era estrictamente necesaria.

– Y dime, Romana, ¿qué se siente al ser la menor de tres hermanas, todas de madre diferente? ¿Cómo transcurrió vuestra infancia?

– ¿Estás buscando algún trapo sucio, Niall? Si lo que quieres es enfrentamos, no lo conseguirás.

– Ya lo sé. Estáis muy unidas.

– ¿Cómo lo sabes? ¿Ha estado Jordan hurgando en nuestro pasado y te lo ha contado?

– Los matrimonios de Peter Claibourne no son ningún secreto. En su momento no se habló de otra cosa en las revistas de chismes. A mí me interesa la realidad. Quiero decir, que puede ser mala suerte que a una de vosotras la abandonara su madre, pero a las tres…

– Puede que mi padre no fuera muy buen marido, pero logró quedarse con todas sus hijas. Tenía dinero suficiente para pagar a los mejores abogados. Hemos crecido todas juntas bajo el cuidado de una larga sucesión de niñeras.

Romana se encogió de hombros, como había hecho toda su vida, fingiendo que no le importaba que su madre no hubiera sido lo suficientemente fuerte como para llevarla con ella cuando se marchó. Había preferido una suma de dinero, seguramente muy elevada, a cambio de perder a su hija. Pero no había tardado en reponerse, según mostraban las fotos de las revistas, en las que aparecía su madre con sus nuevos hijos.

Romana nunca había permitido que nadie adivinara su dolor.

– Creo que ya has puesto suficiente queso. A no ser que pretendas que me dé un ataque al corazón por tener el colesterol alto.

Romana miró el trozo de queso. Lo había cortado entero.

– Aquí tienes -dijo Niall pasándole el vaso de vino-. Relájate y tómalo despacio. Yo cocinaré.

Romana se apoyó en el respaldo de la silla y lo contempló. La camisa remangada dejaba al descubierto unos brazos fuertes y poderosos. Seguía despeinado, y continuaba llevando la telaraña en la cabeza.

– ¿Qué estabas haciendo cuando llegué? -preguntó mientras bebía lentamente su vaso de vino-. Tengo la impresión de que has estado hurgando en el armario de debajo de la escalera.

Romana se incorporó y le quitó la telaraña con la mano. Niall miró la telaraña y luego a ella, y de pronto, Romana fue consciente de lo cerca que estaban el uno del otro. Lo suficientemente cerca para que él viera lo que estaba tratando desesperadamente de ocultar.

No veía al enemigo que estaba dispuesto a apartarla de su mundo, sino a un hombre por el que valdría la pena perder un mundo.

– ¿Encontraste lo que buscabas? -preguntó para romper la tensión que los mantenía inmóviles, separados sólo por unos centímetros.

– ¿Quién ha dicho que estuviera buscando algo? -preguntó a su vez Niall, esquivando su mirada.

Romana se echó hacia atrás mientras Niall colocaba la tortilla en la sartén y le añadía un poco de queso, como si estuviera muy concentrado en tal actividad.

Romana le echó un vistazo a la caja que estaba en el suelo. Papeles y sobres. Un sobre grande con el nombre de una empresa especializada en reportajes fotográficos.

Niall siguió con su mirada los ojos de Romana, por un momento pareció dudar.

– Necesitaba…necesitaba encontrar las fotos después de lo de esta noche. Aquella chica vestida de novia se parecía tanto…

Romana tomó la caja del suelo y la colocó encima de la mesa. Luego sacó el sobre.

– Vamos a ver.

– ¡No! -gritó Niall, sujetándole la muñeca para impedir que lo abriera-. No creo que sea el momento.

– Huele a quemado -dijo Romana señalando el fuego.

Niall se dio la vuelta y movió la sartén, rescatando la tortilla antes de que se quemara. Luego, manteniendo como siempre el control de la situación, la partió por la mitad y la colocó en dos platos.

Romana entendía ahora por qué sus ojos parecían de piedra gris. Tenía el control de su vida sujeto con pinzas. Se negaba a enfrentarse al dolor, y por eso no se arriesgaba a concederse ninguna emoción.

Niall se sentó en la mesa y comenzó a comer, actuando como si no pasara nada. Pero ella ya sabía que era todo una farsa. Había visto el destello de algo más, algo cálido y vivo, un corazón que seguía latiendo detrás del muro que él había construido a su alrededor.

Romana apartó su plato y comenzó a revisar el contenido de la caja. Se sentía como una mirona hurgando en los entresijos de vidas ajenas, pero estaba decidida a provocar una reacción.

La caja estaba llena de cartas y notitas, ese tipo de cosas que guardan los enamorados y que nadie más debería ver. Romana no pudo continuar. Se dio la vuelta y probó un bocado de tortilla. Ella también estaba actuando como si no pasara nada.

– Mis hermanas limpiaron la casa antes de que yo regresara. Metieron su ropa y los regalos de boda en cajas para guardarlos hasta que yo estuviera en condiciones de enfrentarme a ello.

– No deberías haber esperado tanto.

– No sabía que hubiera un calendario fijo para estas cosas.

– No puedes enterrar el dolor. Tienes que enfrentarte a él. Cuando hablamos de la gente que queremos y hemos perdido, los mantenemos vivos. Tienes que mirar las fotografías, recordar aquel día, las cosas que te dijo…

– ¡Basta ya! -gritó Niall con los ojos encendidos-. No sabes de lo que estás hablando. Y le pido a Dios que no lo sepas nunca.

Se concentró en su plato, como si este pudiera protegerle. Pero no podía comer. Ella se lo retiró y lo tomó de la mano.

– Al menos has tenido a alguien que te ha amado por encima de todo. Eso no te lo puede quitar nadie.

Niall tenía razón. Ella no podía imaginar su pena, pero estaba sintiendo algo que le dolía, algo así como un cuchillo en la garganta, viéndolo llorar la muerte de su esposa. Por eso estaba allí, en su cocina, en vez de en su propia casa. Y estaba dispuesta a ayudarlo a enfrentarse con sus demonios.

Con todo el cuidado del mundo, Romana sacó una fotografía de Louise llegando a la iglesia y la contempló. Louise reía mientras el viento sacudía el velo de su vestido de novia. Estaba pletórica, llena de vida.

Torció la fotografía para que Niall pudiera verla, pero él mantuvo fija la mirada fija en Romana.

– La amaste con todo tu corazón. Y ella a ti. Eso no va a cambiar, esto no es más que un recuerdo de papel.

Romana se acercó hasta él, le tomo la mano y colocó en ella la fotografía.

– Mírala y recuerda lo que tuviste, no lo que has perdido.

Niall continuaba sin bajar la vista.

– No puedo hacerlo.

– ¡Mírala!

El sonido de un viejo reloj de pared era lo único que se escuchaba. Tras una pausa interminable, Niall dejó que su mirada resbalara hacia la fotograba que tenía en la mano. La miró durante largo rato. Y durante largo rato, su cara no cambió de expresión. Luego recogió las fotografías esparcidas por la mesa y las llevó con él hasta el sofá. Comenzó a mirarlas una a una muy lentamente en medio de un silencio absoluto. Sin hacer ruido, Romana se colocó a su lado.

Había más fotos de la llegada de Louise a la iglesia con su padre, y de Niall y Jordan vestidos de chaqué. Niall parecía mucho más joven, como si en lugar de cuatro años hubiera pasado un siglo.

– ¿Jordan fue tu padrino?

Él asintió con la cabeza.

Había también un grupo de damas de honor con trajes de color albaricoque, y una pareja que debían ser los padres de Niall al lado de dos jóvenes muy guapas.

– ¿Son tus hermanas? -inquirió Romana, forzándolo a responder.

– Cara y Josie -confirmó Niall-. La camiseta de fútbol la compré para el hijo de Josie.

Como si de pronto se hubieran abierto las compuertas, Niall comenzó a hablar, señalando los personajes más importantes, la familia, los amigos, todos juntos celebrando el más feliz de los días. En una de las fotografías se veía a Louise y a Niall, sonriendo a la cámara y saludando.

Una lágrima mojó la foto. Romana pensó por un momento que era de ella, pero Niall levantó la vista y se dio cuenta de que por sus mejillas resbalaban también gruesos lagrimones.

No había nada más que decir. Lo único que podía hacer era abrir los brazos y estrecharlo entre ellos mientras él dejaba salir el dolor guardado durante cuatro largos años.

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