Capítulo Siete

Conducir con la capota bajada tenía la ventaja de impedir la conversación. Pero eso no evitaba que Romana siguiera pensando en aquel amago de beso, o lo que hubiera sido aquello.

Le encantaba su trabajo. Cuando se acostaba tarde…, al levantarse temprano…, siempre. Vivía para Claibourne & Farraday. Aquel hombre estaba intentando arrebatarle todo y ella había estado a punto de dejar que la besara. Pero es que Niall era especial. Respiraba poder por los cuatro costados, y eso la asustaba un poco, pero al mismo tiempo le parecía sumamente sensual.

– Déjame en la esquina -dijo bruscamente Romana cuando se metieron en el intenso tráfico de primera hora de la tarde-. Puedes atajar por allí y ahorrarte el atasco. La subasta empieza a las cuatro, pero te puedo dar la tarde libre por tu buen comportamiento de esta mañana. No se lo diré a nadie -concluyó con una sonrisa falsa.

– Eres muy amable, pero no me la perdería por nada del mundo -contestó Niall con otra sonrisa igual de falsa.

– Debes estar loco. ¿O es que has leído en la prensa que subastamos los ajustadísimos vaqueros de…?

Romana murmuró en su oído el nombre de una famosa estrella de cine.

– Aunque parezca increíble -replicó Niall en tono confidencial-, la noticia no ha llegado hasta el Financial Times.

– No te preocupes. Cuando los pantalones sean adjudicados por una elevadísima suma, tendrán que hacerse eco.

– Ojalá sea así. Te deseo suerte.

– Esto no tiene nada que ver con la suerte. Se trata de rogar y suplicar para conseguir objetos que despierten interés y, por lo tanto, publicidad. Y hace falta tener muchos contactos.

– Estoy seguro de que yo no podría implicarme personalmente en semejante tontería.

– Tienes que implicarte personalmente, Niall, ahí está la clave. Esas personas ofrecen desinteresadamente sus cosas y su tiempo porque me conocen. La subasta empieza a las cuatro, pero te sugiero que vayas un poco antes si quieres encontrar asiento. Dejaré un pase para ti en la garita del aparcamiento.

– No hace falta -contestó Niall, dirigiéndose a la calle que daba a la parte trasera de los grandes almacenes-. He traído ropa para cambiarme. Sólo necesito un cuarto de baño.

– Lo siento, Niall, pero India tiene la llave del lavabo de Presidencia colgada en la muñeca. Me temo que tendrás que ponerte a la cola y usar el mío -añadió para molestarlo.

Por suerte para ella, Niall estaba en ese momento concentrado en hablar con el portero del garaje, que trataba de enviarlo al aparcamiento público. Romana se inclinó sobre Niall para hablar con aquel hombre.

– Está bien, Greg. El señor Macaulay está trabajando conmigo temporalmente. Me encargaré de que le den una tarjeta.

– Lo siento, señorita Claibourne. No la había reconocido con ese pañuelo.

El portero hizo una seña y la barrera de seguridad se levantó.

– Al fondo a la izquierda. No puedes hacer uso del cuarto de baño de Presidencia, pero la plaza de mi padre está libre. Puedes utilizarla mientras seas mi sombra. Si los Farraday llegan a hacerse con el control de la tienda, tu primo Jordan la querrá sólo para él.

– Agradecerá la plaza de garaje. Yo me encargaré de los asuntos financieros de la tienda desde mi oficina actual.

El teléfono de Niall sonó en ese momento. Un asunto necesitaba la atención personal del jefe. Romana se dirigió a los ascensores a esperar a Niall, que continuaba dando instrucciones a su interlocutor.

– ¿Lo tienes todo ya bajo control? -preguntó cuando él colgó-. Tal vez sea un buen momento para pasarte por la tienda.

– No, no creo -dijo Niall-. Tengo cosas más importantes que hacer que ir de compras.

– Menos mal que no tenéis la mayoría de las acciones. Si no, estaríamos todos sin trabajo.

Romana había llegado a creer que Niall estaba comenzando a comprender que los grandes almacenes eran mucho más que un negocio, que tenían alma y corazón. Que no se trataba sólo de dinero, sino de una comunidad de empleados y clientes.

Pero estaba claro que se había equivocado.

Igual que con el beso que nunca llegó a existir. Otra desilusión. Tal vez era el momento de volver a la realidad.

Romana subió al ascensor y colocó un brazo en la puerta, impidiéndole la entrada.

– Entonces dime, hombre-sombra, ¿qué hacías ayer paseándote por los grandes almacenes? ¿Comprobar que no había polvo en los mostradores?

– Lo pensé, pero como no quería que me echaran, resistí la tentación de pasar un dedo por los muebles.

Siempre hacía lo mismo. Primero la enfadaba y después la hacía reír. O llorar.

– ¿Y qué me dices de los dependientes? Seguro que todos te parecieron unos inútiles.

Niall no contestó, y Romana se colocó una mano detrás de la oreja.

– Perdona, no te oigo.

– Estoy seguro de que todos los vendedores de Claibourne & Farraday son unos seres humanos maravillosos, dispuestos a morir por la empresa -contestó Niall sonriendo sólo con los ojos-. Simplemente estaba intentando captar el espíritu de la tienda.

– Pues fallaste.

– No sabía que me estuviera examinando.

– ¿Ah, no? Tú puedes ponernos a prueba, pero nosotras tenemos que creer que puedes llevar unos grandes almacenes sólo porque tú lo digas, ¿no?

Romana no le dejó defenderse. Sabía cuál sería su respuesta: no se trataba de unos grandes almacenes, sino de un negocio multimillonario.

– Muy bien, Niall. Ya que tienes media hora libre mientras yo me doy una ducha, podrías intentarlo de nuevo. Pero esta vez fíjate en la gente. En el personal, en los clientes. Observas sus caras. Y cuando te hayas contagiado del encanto que hace de Claibourne & Farraday un lugar único, avisa a algún dependiente para que llame a mi despacho y te vengan a buscar. Pero si no puedes captar la magia, te aconsejo que vuelvas a tu oficina de contables y dejes la vida real en manos de expertos.

– La vida real.

– Sí, la vida real -repitió ella.

En un impulso súbito, Romana se inclinó hacia él y colocó sus labios junto a los de Niall en un beso corto, simplemente para recordarle en qué consistía la vida real. Y para recordárselo a sí misma. Le sorprendió el calor de sus labios, y por un instante estuvo a punto de perder el control. Hizo un esfuerzo por apaciguar sus hormonas y concentrarse en el trabajo.

– Puedes aprovechar para ir preparando la disculpa que me debes. Todavía no has cumplido ese punto -dijo Romana mientras apretaba el botón del ascensor-. Pero por si acaso no vuelves, gracias por la comida. Ha sido muy especial -concluyó cuando la puerta se cerraba, separándolos.

Mientras el ascensor subía, Romana apoyó la espalda en la pared y miró al techo. No tenía muy claro lo que acababa de ocurrir, por qué le había soltado aquel discurso.

Sabía que mientras los Farraday continuaran viendo la tienda como un trofeo que había que ganar a toda costa, sus hermanas y ella estaban perdidas. Se dio cuenta de lo mucho que le importaba ganar, y no sólo por librar a Claibourne & Farraday de las garras de unos contables, sino porque quería que Niall viera lo que ella veía. Que sintiera lo que ella sentía, porque tenía la sospecha de que aquel hombre llevaba mucho tiempo sin sentir nada en absoluto.


Niall se quedó unos instantes donde estaba, tomándose su tiempo para poner en orden su mente y recobrarse de aquel amago de beso que le había recordado sensaciones que creía olvidadas. Sus pensamientos habían vagado durante todo el día, haciéndole olvidar por qué estaba siguiendo los pasos de una rubia empalagosa. Lo habían distraído sus largas piernas, la ropa mojada sobre sus pechos y la dulce suavidad de sus labios color de rosa.

Recordó que Romana se había empapado luchando con un fregadero, enfrentándose a la avería en lugar de llamar al primer hombre que pasara por allí. Había comprobado que era una profesional en toda regla, pero su mente se negaba a abandonar la primera impresión que tuvo de ella. El caso es que no la había tomado demasiado en serio.

Pero, entretanto, aquella rubia de caramelo había permanecido concentrada en su objetivo, sin levantar la vista de la bola ni una sola vez. Bueno, una vez sí. Al calor de su cocina, en su sofá, se había quitado los tacones, acurrucándose con la mano apoyada en la mejilla. Se había quedado dormida como un bebé. Inocente e indefensa.

Louise solía dormir de ese modo.

Trabajaba todo el día en la casa, y cuando él regresaba de la oficina la encontraba allí, en el sofá. Entonces la despertaba y hacían el amor. Luego hablaban sobre el futuro mientras preparaban la cena.

Había esperado pasar el resto de su vida así.

Una mujer vestida con el uniforme dorado y grana pasó en ese momento a su lado.

– Este es un ascensor privado. Sólo lleva a los despachos. Encontrará los ascensores para el público doblando la esquina -dijo amablemente.

Niall le dio las gracias y volvió a sumirse en sus pensamientos. Romana no era Louise, nunca habría otra como ella.

En otras circunstancias habría mantenido sus pensamientos en el terreno laboral, teniendo en cuenta lo que se jugaba. Estaba acostumbrado a hacer negocios guardando las distancias, pero eso era distinto. Puede que Romana durmiera como un bebé, pero no lo era, por muy suave que tuviera la piel. Era una profesional inteligente con una agenda muy apretada. Igual que él, y le agradecía que ella le hubiera recordado sus prioridades.

Niall pulsó una clave en el ascensor. Romana no había tapado con su mano el código, y él era de los que se fijaban en esos detalles. Nunca se sabía cuando pueden resultar útiles.

Romana se quitó los mocasines para comprobar los daños causados por el agua. Era su par favorito, y parecía que habían sobrevivido a la inundación. Pero sus pantalones no volverían a ser los mismos. Atravesó la moqueta con los pies descalzos para escuchar los mensajes en el teléfono de su mesa. Había docenas.

Tendrían que esperar. Romana tomó un vestido negro del armario y se metió en la ducha. El agua caliente la ayudó a liberarse de los recuerdos de aquella mañana. Luego se secó el pelo, disfrutando de la novedad de tenerlo seco en apenas unos minutos. Después de maquillarse, se puso el vestido como si fuera un caballero entrando en su armadura, dispuesto a enfrentarse a la batalla.

Quería tenerlo todo bajo control cuando Niall entrara en el despacho. Se acabaron las chiquilladas con la ropa empapada como si se tratara de un concurso de «Miss Camiseta Mojada». Ella era una profesional.

Mientras se ajustaba el cinturón se dio cuenta de antes de media hora estaba a punto de acabar. Cuando llamara Niall desde la tienda, lo estaría esperando sentada en su mesa, revisando los mensajes. Sonrió, imaginándolo sentado, mirando como una buena sombra.

Romana abrió la puerta del baño para salir y descubrió que Niall se le había adelantado otra vez. Había regresado su aspecto de banquero: traje, camisa blanca y corbata perfectamente anudada al cuello. Tenía el pelo ligeramente mojado, como si acabara de salir de la ducha. Y estaba utilizando su mesa, aunque no su teléfono: hablaba por su propio móvil. Pero Romana sabía que no era una concesión, simplemente no quería que ella comprobara luego a quién había llamado. Se trataba de una demostración que quería decir: «Dentro de tres meses, todo esto será mío».

Niall levantó la vista cuando Romana cruzó la habitación.

– Ya era hora. Pensé que te habías ahogado -dijo colgando el teléfono móvil.

Ella no estaba dispuesta a demostrar su irritación, pero le costó mucho sonreír.

– No te esperaba. ¿Forzaste la cerradura del cuarto de baño de India?

– No hizo falta. Tu hermana se apiadó de mí.

– ¿India?

– No, la otra. Flora, se llama, ¿no? La he conocido al salir del ascensor. Tenía prisa, pero me ha llevado hasta tu despacho, y, como seguías en la ducha, me ha ofrecido su cuarto de baño. Es una chica muy simpática y muy abierta, que no esconde sus cartas.

– No es una chica, es una mujer. Y muy inteligente -respondió Romana-, Y ninguna de nosotras tiene ases ocultos en la manga. No sabía que anduviera hoy por la tienda.

– Ha venido sólo para recoger unas notas que le estaba transcribiendo su secretaria. Me ha dicho que no pasa mucho tiempo aquí.

– No tiene necesidad. Ella no es administradora, contribuye de otra manera.

Maldita fuera, aquello era ponerse a la defensiva.

– Pero tiene un despacho, secretaria… e incluso su propio cuarto de baño privado. ¿Cuánto cuesta el metro cuadrado de oficina en esta parte de la ciudad? -insistió él.

Romana sabía que Niall nunca preguntaba nada de lo que no supiera la respuesta. Igual que un abogado examinando a un testigo.

– Demasiado dinero. Y nunca hay suficiente sitio. Siempre estamos buscando más.

– Quizá deberíais suprimir vuestros lujos. No necesitas todo esto -dijo Niall señalando la oficina con un gesto-. Ni baños particulares. Podríais trasladar aquí el departamento de contabilidad y habilitaros en la planta de abajo un espacio para vosotras.

A Romana le entró un escalofrío. Las mejores ideas eran siempre las más sencillas. ¿Por qué no se les habría ocurrido a ellas? Por primera vez desde el comienzo de aquel asunto, Romana pensó que tal vez los Farraday serían capaces de ver las cosas con más claridad.

– Corrígeme si me equivoco, pero ¿no fueron los Farraday los que pusieron sus despachos en la planta alta la última vez que tuvieron el control?

– De eso hace más de treinta años. Los tiempos cambian. Y si hay problema de espacio, yo recomendaría que se cerrara la sección de libros también.

– Ya la hemos reducido.

– Eso sólo convierte una situación mala en peor.

– ¿Tienes alguna otra sugerencia? -preguntó.

No era tan estúpida como para dejar pasar la oportunidad de aprovecharse de sus buenas ideas.

– ¿Sugerencias? -repitió Niall, como si le hubiera leído el pensamiento-. Yo sólo estoy aquí para mirar y aprender. Vosotras sois las expertas.

– Me alegro de que te hayas dado cuenta -dijo Romana mientras se dirigía a su mesa-. Cuando hayas terminado de probar mi silla, Niall, me gustaría ponerme a trabajar. Y por cierto, ¿por qué no estaban Molly o mi secretaria esperándote? ¿No te has dado al final una vuelta por la tienda?

– Ya lo hice ayer, y me pareció suficiente. Y no creí oportuno molestar a tu secretaria, ya que podía subir en el ascensor utilizando tu código.

Romana volvió a quedarse sin palabras. Últimamente le estaba ocurriendo demasiadas veces.

– Gracias por dejarme tu silla -dijo Niall, levantándose-. Cuéntame algo más de la subasta de esta tarde.

– Veo que sigues empeñado en venir -repuso Romana echándole una ojeada a su traje-, pero así vestido van a tomarte por un comprador.

– No te enfades porque vaya ganando, Romana. Lo estás haciendo muy bien, pero yo llevo más tiempo jugando a esto.

– Esto no es un juego, Niall. Es la vida real.

Romana recordó entonces que su manera de demostrarle lo que era la vida real no había sido una gran idea, así que se sentó para empezar a devolver las llamadas de teléfono. Niall contempló cómo se colocaba los rizos por detrás de las orejas mientras sostenía el auricular con una mejilla, buscando algo en los cajones de la mesa. La suavidad de sus labios se quebró con el sonido de su voz mientras hablaba en voz baja tomando de vez en cuando notas, totalmente inmersa en su tarea.

Era muy fácil mirarla, pensó Niall. Tan pronto estaba mordiéndose el labio inferior como asentía con la cabeza, sonriendo cómo si su interlocutor pudiera verla. Se reía y se enfadaba con facilidad, era rápida tomando decisiones y no le gustaba perder el tiempo.

Niall no quería que levantara la vista y lo pillara observándola, así que siguió su ejemplo y llamó para arreglar un par de compromisos a primera hora de la mañana siguiente, y así poder estar más tiempo en los grandes almacenes. Después, como Romana seguía hablando, tomó uno de los catálogos de la subasta de famosos. Aquello era una locura; recetas escritas a mano por cantantes, vestidos de estrellas de cine, balones firmados por los principales equipos de fútbol… Tenía que haber supuesto un gran esfuerzo reunir semejante colección, esfuerzo que se vería recompensado por el gran eco que tendría la subasta en los medios de comunicación.

Romana tenía razón en una cosa: él nunca podría hacer su trabajo. Seguramente nadie podría hacerlo. Ella era única, una criatura socialmente relevante a la que todo el mundo parecía querer conocer y que se desvivía por los grandes almacenes. Iba a ser difícil remplazaría.

Podría haberle sugerido a Jordan que la incluyera en su equipo, pero sabía que era una pérdida de tiempo. Seguramente usaría su talento para crear su propia empresa.

– ¿Encuentras algo por lo que te gustaría pujar?

Niall alzó la vista y se dio cuenta de que Romana había terminado sus llamadas y lo miraba con exasperación, como si no pudiera creer que siguiera todavía allí.

– La verdad es que no.

– Ah, no. Si vas a venir, tienes que participar activamente. A lo mejor puedes comprar algo para…

Romana se interrumpió. No podía imaginarse a quién podría comprarle Niall un regalo extravagante.

– ¿Para tu madre? ¿Tienes madre? -preguntó finalmente, dubitativa.

– Tengo todo el pack: madre, padre, dos hermanas casadas y un ejército de sobrinos -contestó Niall encogiéndose de hombros-. Tienes razón, intentaré por todos los medios tirar el dinero por una buena causa.

– Entonces vamos. Puedes llevarte ese catálogo.

– Me extraña que no estés ya allí hablando con la prensa.

– Molly se encarga de eso. Yo soy la subastadora.

– ¿Lo has hecho más veces?

– No -contestó mientras atravesaba la puerta que él le sujetaba-. Estoy deseando que acabe esta semana.

– ¿Qué harás luego? ¿Tomarte otra de descanso?

– Estás de broma, ¿no? ¿Qué pondrías entonces en el informe para Jordan Farraday? -preguntó Romana, e imitando la voz de una locutora de radio, dijo-: «La señorita Romana Claibourne coordinó durante una semana varios actos de solidaridad con cierto éxito, y a continuación, aparentemente agotada por el esfuerzo, se tomó dos semanas para hacer relaciones públicas en el sur de Francia».

– ¿El sur de Francia?

A la mente de Niall acudió la imagen de Romana en biquini, tumbada en una hamaca sobre la cubierta de un yate.

– ¿Se te ocurre un sitio mejor en esta época del año? -preguntó ella.

¿Qué diablos pasaba con Romana Claibourne? La cabeza de Niall no había vuelto a estar donde debía desde que ella le había tirado encima un vaso de café.

– Pues vete. No se lo diré a nadie. De verás.

Romana alzó las cejas en una mueca de desconfianza.

– Ya hemos llegado -dijo ella, señalando una puerta.

Niall abrió la puerta del restaurante principal, el espacio más amplio de toda la tienda. Lo habían transformado para la subasta, colocando filas de sillas en las que ya había sentada mucha gente. Los reporteros y las cámaras de televisión ocupaban el pasillo central, para deslumbrar con sus flashes a los famosos que vendrían en busca de publicidad gratis. El ruido era ensordecedor.

Romana se puso de puntillas y colocó una mano sobre el oído de Niall.

– Aún no es demasiado tarde para salir corriendo, Niall -dijo rozándole la mejilla con la boca.

Estaba tan cerca que podía sentirla respirar suavemente contra su cara. Podía ver las comisuras de sus labios, aquéllas que convertían su sonrisa en algo especial. Pero en ese momento no sonreía. A pesar de su desparpajo, Niall se dio cuenta de que estaba nerviosa como un gatito. Era como si hiciera «puenting» otra vez, enfrentándose con bromas a su miedo. ¿Por qué se ponía en esa situación? ¿Qué estaba intentando probar?

Cualquiera que fuera la razón, esa vez él no iba a empeorar las cosas.

– Soy tu sombra, Romana. Donde vayas tú, voy yo -dijo, tomándola de la mano.

Y entonces quiso demostrarle que, a pesar de las apariencias, estaba de su lado, que era un apoyo más que un crítico. Y se dispuso a besarla en la mejilla.

Trató de que fuera el más leve de los besos, sólo un gesto para tranquilizarla. Pero algo falló. Los labios de Niall se dirigieron directamente hacia la boca, culminando el deseo que lo había poseído desde el momento en que casi la había besado en el coche, cuando se contuvo justo a tiempo. Fue también la consumación del instante en que los labios de ella habían rozado los suyos después de decirle que era momento de dejar de pensar y empezar a sentir.

Ése era un beso que contestaba a las preguntas que había tenido miedo de hacerse, y también un gesto que le decía a Romana que todo iba a salir bien. Debía de haber durado un segundo. O un minuto, Niall no lo sabía. Sólo sabía que había terminado demasiado pronto.

Cuando se enderezó, vio que los ojos de Romana estaban abiertos de par en par, sorprendidos.

– Todo va a salir bien -dijo él en tono tranquilizador.

Y sabía que era cierto.

– ¿Bien? -preguntó Romana, soltándole la mano.

Por un instante, Niall pensó que iba a darle una bofetada. Tal vez la presencia de los fotógrafos le hiciera pensárselo dos veces antes de montar un espectáculo.

– Claro que saldrá bien, Niall. No necesito que ningún Farraday me tome de la mano y me lo diga.

Загрузка...