LIBRO PRIMERO

Aún no sé si sus intenciones eran, como él manifestaba con demasiada reiteración, puramente románticas, o si bien todo aquel artificio respondía a un postrer esfuerzo por restablecer su menguada reputación de intrépido aventurero; o bien, incluso -y aunque no creo que así fuera-, si se debía a las vulgares ofertas de alguna institución científica. Bien es verdad que los que nos vimos envueltos en ello nos dejamos convencer con excesiva facilidad por su entusiasmo, y hasta me atrevería a decir, aunque me cueste confesarlo a la vista de los resultados, que cuando surgieron los primeros inconvenientes, todavía en tierra, y se habló de abandonar lo que aún no era más que un proyecto, fuimos nosotros, y no los oportunistas hombres de ciencia que amparados por las autoridades ya se nos habían agregado, quienes más empeño pusimos en superarlos y más insistimos en que, a pesar de las adversidades y aun en las peores condiciones, debíamos zarpar.


Tal vez no sea muy honesto y lo más probable es que trate de consolarme mediante erróneas suposiciones, pero pienso que en otras circunstancias, en París, por ejemplo, las cosas se habrían desarrollado de muy distinta manera. Si nuestro primer encuentro hubiera tenido lugar en los Italianos, una mañana primaveral, o en la ópera, durante el transcurso de un sabroso entreacto en el palco de Mme D' Almeida, en vez de haberse producido de forma abrupta en medio de la inmensidad de nauseabundas aguas que día tras día nos cercaban, es muy posible que ahora mis quejas, al menos, estuvieran revestidas de cierta elegancia y privadas de tanto rencor.


En Alejandría el clima es inconstante desde diciembre hasta marzo, pero predominan los días fríos y soleados y de vez en cuando hay fuertes precipitaciones de lluvia y granizo acompañadas de vientos tormentosos. Agosto es el mes más cálido, y aunque en esta época del año la brisa del mar modera las temperaturas, la humedad es notable y sumamente perjudicial para la salud. La ciudad, Al Iskandariyah para sus habitantes, se encuentra sobre una faja de terreno que separa al Mediterráneo del lago Mareotis y sobre un promontorio en forma de T que da pie a la existencia de puertos al este y al oeste. La vertical de la T era, antiguamente, una mole que llegaba hasta la isla de Faros, en cuya parte oriental Ptolomeo II mandó construir su faro por el elevado precio de 800 talentos. Tal vez la zona más bella de la urbe sea la del puerto; o quizá no, en tal caso lo sería la Grand Square (antes Place des Consuls), con la iglesia anglicana de St Mark al norte, edificada sobre un terreno regalado por Mohammed Ali el Grande a la comunidad británica en 1839, la zona más europea de la ciudad.


La sensación de hacer el ridículo, de perder una oportunidad largo tiempo ansiada, de comportarse de manera innoble, de desbaratar unos planes para siempre, de no estar a la altura de las circunstancias, de carecer de tacto y de mesura, de resultar impertinente y poco sutil, de perder las simpatías de otra persona, y, en resumen, de ser un patán, es quizá la más dolorosa y humillante que un caballero puede experimentar.

Sin embargo, una reconsideración de los hechos, unas horas más tarde, tranquila y despejada mi mente gracias a la brisa nocturna, logró aliviar mis pesares y devolverme la serenidad: para aquellas personas que, como yo, tienden a ser dóciles y fáciles de contentar, no es problema hallar argumentos que, una vez desechado un proyecto o perdida una ilusión, nos convenzan de su banalidad e incluso consigan que nos regocijemos y nos sintamos liberados ante dicha privación. A la mañana siguiente todo -o casi todo- había sido olvidado.

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