Antonio Tabucchi
Tristano muere

Título de la edición original: Tristano muore © Giangiacomo Feltrinelli Milán, 2004

Traducción de Carlos Gumpert


Rosamunda Rosamunda che magnifica serata sembra proprio preparata da una fata delicata mille luci mille voci mille cuori strafelici sonó tutti in allegria oh ma che felicita Rosamunda se mi guardi tu Rosamunda non resisto piü… [1] ¿Te gusta?… era de mis tiempos, cuando Rosamunda miraba a Tristano y cuanto más lo miraba, más le gustaba ella a él… Rosamunda se mi guardi tu Rosamunda non resisto piü… Rosamunda tutto il mió amore é per te Rosamunda piü ti guardo e piü mi piad Rosa-mu-u-u-u-undá… [2] Corazones requetefelices y todos tan alegres no creo que abunden mucho en aquellos tiempos, con el frío que hacía en el monte, nos helábamos, por fuera y por dentro, ya te lo explico después, ponte cómodo, total, tienes para rato, pero no demasiado, no te alarmes, no más de un mesecito, a ojo de buen cubero, ya lo verás, antes de que acabe agosto me retiro, ¿has tenido un buen viaje?… no es fácil encontrar la carretera exacta entre estas colinas, le he insistido a la Frau que te lo explicase bien, te esperaba antes, pero estoy seguro de que ella ha hecho de todo para confundirte, no es que no hable italiano, lo habla mejor que yo, lleva aquí toda la vida, pero cuando no le apetece hacer una cosa empieza a alemanear, es así de pejiguera. Que te deje el apartamento de Daphne, dile que te lo he dicho yo.


…Sabes, echando cuentas, de la vida es más lo que no recordamos que lo que recordamos… Se ha asomado la Frau, ningún rastro en la corriente donde una vez nadaste con una mujer, dice, y ha cerrado la puerta. No sé si era el poema de los domingos o una sentencia… la Frau es sentenciosa, cuando tiene cosas que hacer. Pero ¿qué es lo que tendrá que hacer?, no hay nada que hacer en esta casa, y además hoy no es domingo, ¿verdad?… Haría falta una memoria de elefante, pero nosotros los hombres no la tenemos, quizá algún día la inventen, electrónica, quién sabe, una tarjeta tan pequeña como una uña que nos ensartarán en el cerebro, donde esté grabada toda nuestra vida… A propósito de elefantes, entre todos los ritos fúnebres elucubrados por las criaturas de este mundo, siempre he admirado el de los elefantes, tienen una extraña manera de morir, ¿la conoces? Cuando un elefante siente que ha llegado su hora se aleja de la manada, pero no se marcha solo, escoge un compañero que vaya con él, y parten.

Empiezan a caminar por la sabana, a menudo al trote, depende de la urgencia del moribundo… y avanzan y avanzan, durante kilómetros y kilómetros tal vez, hasta que el moribundo no decide que ése es el lugar para morir, y da un par de vueltas trazando un círculo, porque sabe que ha llegado el momento de morir, la muerte la lleva dentro, pero siente la necesidad de situarla en el espacio, como si se tratara de una cita, como si deseara mirar la muerte a la cara, fuera de él, y le dijera buenos días, señora muerte, ya estoy aquí… el suyo es un círculo imaginario, naturalmente, pero le sirve para geografiar la muerte, si puede decirlo así… y en ese círculo sólo puede entrar él, porque la muerte es un hecho privado, muy privado, y allí no puede entrar nadie más que el que se está muriendo… y entonces le dice al compañero que le abandone, adiós y muchas gracias, y el otro regresa a la manada… De joven leí a Pascal, en aquella época me gustaba, en especial por su jansenismo, todo era tan blanco y tan negro, tan distinguible, ya me entenderás, entonces la vida era en blanco y negro, en el monte, había que tomar decisiones precisas, o a este lado o al otro, o blanco o negro, después la vida se encarga de traer el claroscuro… Sin embargo, de Pascal siempre me gustó esa definición suya, una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna, me hace pensar en los elefantes… Y eso en cierto modo tiene que ver con lo que has sido llamado a hacer… como te decía, te hará falta algo de paciencia, porque para mi hora queda todavía algo de tiempo, pero por eso has venido enseguida a trotar conmigo, para hacer compañía al moribundo… Mi círculo sólo lo conozco yo, sé cuándo llegará el momento, es cierto que es la hora la que nos escoge pero no es menos cierto que uno tiene que estar de acuerdo con que ella te escoja, es una decisión que toma ella pero que en el fondo tienes que tomar tú también, como si fuera una decisión tuya ante la que sólo te estás rindiendo… Por ahora, trotemos juntos, aparentemente hacia delante, aunque en realidad estemos yendo hacia atrás, porque yo soy un elefante que te ha llamado para ir hacia atrás, pero voy hacia atrás para llegar a mi círculo, que está delante. Tú, entretanto, escucha y escribe, cuando llegue el momento de despedirnos, ya te lo diré yo.

Tengo que confesarte una cosa… después de haberte llamado me arrepentí de haberte llamado. No sé bien por qué, tal vez porque no creo en la escritura, la escritura lo falsea todo, vosotros los escritores sois unos falsarios. O tal vez porque la vida uno debe llevársela a la tumba. Me refiero a la vida verdadera, la que se vive dentro. Para dejársela a los demás, basta con la vida que se vive por fuera, es ya tan evidente, tan impositiva. Y, en cambio, tengo ganas de escribir, es decir… de hablar… escribir por persona interpuesta, quien escribe eres tú, sin embargo soy yo. Extraño, ¿verdad?


…Quisiera ver si puedo empezar por el principio, admitiendo que el principio exista, porque… ¿dónde empieza la historia de una vida?, quiero decir, ¿cómo te las arreglas para escoger? Puede hacerse que empiece con un hecho, es cierto, y yo deba escoger un hecho, sobre todo un acontecimiento que ataña a esa vida mía que has venido a escribir. Por lo tanto, escogeré un hecho. Pero ¿un hecho empieza con un hecho? Discúlpame, estoy confundido, no sé explicarme bien… quiero decir, uno hace una cosa, y esa cosa que hace determina el curso de su vida, pero esa acción que realiza es difícil que nazca como por un milagro, estaba ya dentro de él, y quién sabe cómo había empezado… Acaso un recuerdo de infancia, un rostro visto por casualidad, un sueño que se tuvo mucho tiempo antes y que creías haber olvidado, y he aquí que un día tiene lugar el hecho, pero su origen… vete a saber… Tristano hablaba de Schubert aquel día en Plaka, era invierno, y en la plaza espectral una fila de personas con una escudilla en la mano esperaba la sopa koiné, ¿sabes lo que es?, era un mejunje que aquella especie de gobierno que había en aquellos tiempos daba a los ciudadanos griegos para que no reventaran de hambre, un brebaje caliente donde flotaban trozos de patatas y de col… variaciones, dijo Anteos, a quien sin embargo Tristano llamaba Marios, porque le recordaba a un amigo de la periferia de Turín, clavadito a él, un buen amigo suyo que se había escondido en un granero desde el año treinta y nueve con su compañera, una mujer excepcional, había dicho preferiría no hacerlo y había empezado una resistencia suya anticipada, quiero decir antes de que la Resistencia empezara de verdad, pero eso tu novela no lo sabía… A veces, si pienso en lo que creías saber, me entran ganas de sonreír, pero, aparte de eso, tu libro me gustó, de verdad, es el más hermoso testimonio sobre ese periodo heroico, el único periodo heroico que hemos tenido, por lo demás… Testimonio, por llamarlo así, porque tú no podías estar allí, pero es como si hubieras estado, testigo de un clima, de una decisión, de una postura ética… aunque metieras también los hechos en él, el ocho de septiembre, la República de Saló con su reproponerse con proterva arrogancia como árbitro de las suertes italianas y el rechazo de la definición de guerra civil, que es una toma de posición enérgica, hoy en día, acaso un poco arriesgada, sabes mejor que yo que en aquellos años se disparaba contra amigos y contra enemigos, pero eso tiene un importancia relativa, lo que me gustó de tu novela es la versadísima indagación acerca de la naturaleza del heroísmo, de la fidelidad, de la infidelidad, del placer y de los sentimientos… Si no fueras tan paciente, después de lo poco educado que he sido al recibirte ya te habrías marchado, lo habrías mandado todo a tomar viento, este compromiso que has adquirido y el libro que escribirás en mi lugar, lo plantarías todo y me dirías lo que me merezco… Y en cambio no te mueves ni un milímetro, eres un tipo curioso, escritor, no sé si eres un tipo pávido o si tienes más valor que yo, y por eso me aguantas… Me parece estar oyendo el zumbido de un moscón, ¿lo oyes tú también?, hay un zumbido en esta habitación, un zumbido enorme, ¿será la música de las esferas?, pero el universo no hace este zumbido, ese estridor tan desagradable lo hacen los escritores cuyo plumín araña la página, y tú la página no la arañas, eres de esos que la amansan igual que los domadores del circo con las fieras… la música de las esferas de la que te hablo es una gran música, la tocan ciertos ángeles imaginados por los pintores de mi Toscana, y no tiene una partitura fija, porque son siempre variaciones… variaciones, contestó aquel día a Tristano aquel soldado griego flaco y demacrado que estaba sentado frente a él en la mesita de aquel café de Plaka, mientras sobre ellos se cernía el apocalipsis… Variaciones, dijo, por ahora me limito a introducir variaciones, verá usted, la música ya ha sido tocada toda, a nosotros, pobres desgraciados, no nos queda más remedio que introducir variaciones, por ejemplo, piense en el Impromptu opera 142 para piano de Schubert, ¿sabe de lo que hablo?, yo creo que tiene una melancolía que encoge el alma como en un asedio, da la idea de esta ocupación de ustedes, de este asedio que mi patria está sufriendo, hay algo de obsesivo en esa música, ese tema tal vez obsesionara también a Schubert, aparece también en la música de acompañamiento para esa pieza que tituló Rosamunde, Y entonces Tristano hizo un gesto cansado hacia el Partenón, como para dar a entender que también los dioses eran pisoteados por las botas del invasor… y en ese momento, al fondo de la plaza apareció un muchacho que sostenía una vieja bicicleta por el manillar, era un chaval delgado, casi un niño, arrebujado en un capote militar que arrastraba por el suelo, con una cuerda de bramante llevaba colgado del cuello su cuenco de aluminio, vio a los alemanes que vigilaban a la gente en fila y empezó a silbar el motivo de una canción, era la canción de los que se habían echado al monte, con un estribillo lento y grave que el muchacho, silbando, casi hacía alegre, como un pasacalle… un alemán le salió al encuentro y le apuntó con la metralleta, pero el chico no se detuvo, avanzaba con arrogancia, como si estuviera jugando, con un aire burlón en el rostro… todos se quedaron mirando, sabían lo que estaba a punto de suceder, pero nadie se movió, nadie hizo gesto alguno, como si todos fueran presa de un hechizo, el ruido metálico del cargador pareció el de una piedra sobre el adoquinado, el soldado disparó y el chico se desplomó con la bicicleta encima… y entonces una vieja salió de la fila, dio un paso y su voz horadó el silencio helado de Plaka y gritó una injuria, Tristano la reconoció, era una maldición antigua que preveía una maldición eterna, los alemanes desplegados en el pórtico la oyeron y no la reconocieron por las palabras, la reconocieron por el timbre, el soldado apuntó y disparó de nuevo, el cuerpo de la mujer cayó sobre el adoquinado, una figura vestida de negro que sacudía los brazos en su agonía, y Tristano, como por un don divino, mejor dicho, como por un don de ordenanza, porque llevaba el mosquetón de ordenanza, apuntó al pecho del alemán y lo dejó seco… y como por arte de magia Plaka se reanimó, y de la nada empezaron a surgir hombres, porque un inesperado director de escena como Tristano había decidido que era el momento de que entraran en acción las furias vengadoras de la tragedia griega, él no se esperaba que pudiera estallar una revuelta por un gesto hecho instintivamente, sin pensar en las consecuencias, pero fue como si los engranajes se hubieran puesto en marcha ellos solos, con la muerte la vida se había reanudado, y todo iba ya a una velocidad incontrolable, porque la vida es así, y la historia le va detrás, ¿se te ha ocurrido alguna vez, escritor?…


…La Frau no podía instalarte en el apartamento de Daphne, no ha quedado nada, sólo las paredes. No te lo tomes a mal, es que quería saber qué te contestaba cuando se lo pidieras, aunque lo supiera ya, te ha metido en mi despacho, ella a los huéspedes los aloja en mi despacho, sea quien sea, una vez vino un ministro y la Frau me preguntó delante de él si tenía que alojarlo en mi despacho, el del protocolo que lo acompañaba la miró escandalizado, el señor ministro vuelve a Roma esta noche, contestó algo picado… pero a ti te gusta estar en mi despacho, estoy seguro, has venido aquí a buscar la verdad y es como si en ese cuarto habitara ella también, entre esos mohos y esos papelajos… buena suerte. ¿Sabes qué le ocurrió a la verdad? Murió sin encontrar marido.


¿Quién conoce la malicia de la materia? ¿Los científicos? ¿Vosotros, los escritores? Podréis conocer los mecanismos de las cosas, pero su secreto no lo conoce nadie. Sabes, entre las cosas que existen hay un entendimiento que no conocemos, es una lógica distinta… La fuerza de gravedad no obedece a lo que pensamos, y tampoco las combinaciones químicas que nos hicieron estudiar en el colegio, donde una molécula de oxígeno se une a dos moléculas de hidrógeno para formar ese líquido al que llamamos agua… Habría que conocer la táctica del universo, porque el universo tiene su propia táctica, pero a los laboratorios se les escapa… El binomio de Newton es algo grande, pero las matemáticas tienen otras profundidades, otros misterios. ¿Que filosofo? Me disculparás, di algo tú, bueno, mejor no, ya filosofo yo, deja que lo haga, ¿me lo permites? Vosotros filosofáis siempre, todos vosotros, los sabihondos, nos explicáis el mundo, todos quieren explicarte el mundo… Una rosa es una rosa es una rosa. Pues no, en absoluto. ¿A que no sabes que el rosal y el peral pertenecen ambos a la familia de las rosáceas? Estúdiate la botánica, el peral da peras y el rosal da rosas, ¿te parece lo mismo?… Pues entonces déjame filosofar. Por lo demás no me queda mucho, ya lo ves… No me mires la pierna, por favor, mejor dicho, tápame con la sábana… Hay un moscón, ¿lo oyes?, choca contra el espejo, qué estúpido, quiere salir, cree que el espejo es una ventana. Te he dicho que no me mires la pierna, da asco realmente, aunque yo no pueda verla, echado sobre las almohadas como me han colocado, el doctor sentenció que era necesario amputar y yo le contesté que si tanto le gustaba amputar, que se amputara los huevos, que yo mi pierna me la llevo a la tumba, podrida como está, con su permiso, total, también lo demás está destinado a pudrirse, ya sé que da asco, está toda roída por la gangrena, me ha llegado hasta la ingle, no tardará en roerme entero, incluso lo que queda de mi ser hombre, si no reviento antes, pero total, mucho para roer no tiene, tengo un saco vacío, y eso también me da el derecho a filosofar cuanto me dé la gana, es la filosofía de alguien que está seco, sin humores ya, como las piedras… ¿Has visto en lo que se ha convertido el mundo, el nuestro por lo menos?, digo a este lado, donde vivimos… todo gordo, grasiento, mírales, a esos que te decía antes, a los pedantes, están llenos de humores que les circulan bajo la adiposidad… triglicéridos, es todo colesterol, yo en cambio soy casi un mineral, ¿no lo ves?… las piedras, no dicen nada… yo soy una piedra que habla, un guijarro que está a orillas de un torrente, que está ahí quietecito y mira el agua y dice, adelante, adelante, hermana agua, corre, corre, quién sabe lo que te crees, yo me quedo aquí en la orilla, quieto como un guijarro, porque soy un guijarro, hermano guijarro… ¿Te ha dado la Frau una buena habitación? La Frau es así, me quiere mucho pero es un poco borde, le encanta hacer desaires, es lo que le queda en su vejez, hacer desaires al prójimo, si no me quisiera tanto me los haría a mí también, tal vez me los haga y no me dé cuenta, sabes, crecimos juntos, tiene mi edad aunque se crea mi madre, pero las mujeres son así, nunca dejan de creerse tu madre, aunque tengan tu edad. Haz que te ponga una cama en el apartamento que era de Daphne… cuando venía… vino tan poco en toda su vida, ya no son más que dos cuartos vacíos, los muebles los he dejado aquí y allá por la casa, así me hacen menos daño, pero para la Frau son sagrados, inviolables… sabes, creo que si Daphne soportaba este sitio, era también porque estaba la Frau, el cariño que le tenía la Frau… una vez me dijo que gracias a la Frau se había olvidado de odiar a los alemanes, ¿cómo podría darle a entender que ella no tiene culpa de nada?, me preguntó… Sabes, la Frau a las personas las juzga a ojo, como si fueran gallinas, si uno tiene las plumas caídas, lo mete en el peor gallinero, y tú tienes un aire tímido, hazte valer, levanta la cresta, a esas cosas la Frau es sensible, insiste para quedarte en ese cuarto que da al sur, basta con que ponga una cama y una mesilla, desde esa parte de la casa se ven las torres de la ciudad, son muy bonitas, ¿las has visto ya?, es como si flotaran en el aire cuando el calor hace que tiemblen en la base y las corta, las levanta, las empuja hacia lo alto… Son torres antiguas, parecen ansiar el cielo, eso está claro, ¿las has visto?… cierra un poco las persianas si quieres, y si puedes echa fuera el moscón, ¿lo oyes?, choca contra el espejo, es realmente estúpido, cree que el espejo es una salida… Mira las torres de esta ciudad, las colinas que la rodean, este paisaje que estoy a punto de dejar, míralo por mí. Y además, desde este lado de la casa se oyen las cigarras, por detrás no se oyen, están ahí y cantan toda la tarde, a mí me gusta este conciertillo, es como una música pobre, parecen címbalos y castañuelas… He vuelto aquí para marcharme, a donde nací, para oír mis cigarras, esas que oía de niño en ciertas tardes de verano en las que me mandaban a echarme una siesta y yo me entretenía con las cigarras, y leía los libros que habían de explicarme el mundo, como si el mundo pudiera explicarse en los libros… Sueños… ¿Por qué te he llamado precisamente a ti? Ya lo sabes, porque me gustó tu libro, mi persona ya había servido de punto de partida para otra novela, lo sabes mejor que yo, pero seguía tan de cerca los acontecimientos, era todo tan realista que parecía falso, aunque no te he llamado para que me grabes, no quiero que perdure mi voz, y además sería demasiado fácil, ¿qué clase de escritor serías? Escribe, si eres capaz, quiero perdurar en palabras escritas, y si no escribes enseguida, por lo menos grábatelo en la cabeza, mentalmente, y escríbelo después con palabras tuyas, como he entendido que sabes hacer, que uno te cuenta una cosa y tú la escribes y parece otra cosa… Dile a la Frau que venga a ponerme la morfina, y pasa más tarde, el efecto de la otra ya se ha pasado, el dolor hace que me queje aunque no lo quiera y eso me deprime… ¿Ya te he hablado de Vanda?, no me acuerdo…


…Vieron un perro, pero debía de ser otro día, quién sabe cuándo, en el ocaso de sus vidas, de todas formas. Se llamaba Vanda, pero no con uve doble, una uve sencilla, de animal pordiosero como lo era aquél. El nombre no se lo dijo el perro, no hubiera podido, porque ya no le quedaba aliento, sino que lo tenía en su cabeza Rosamunda, que lo reconoció de lejos. Mira, un perro, se llama Vanda, ¿te acuerdas? Por poco lo atropella, en el túnel no había luz y estaban en una curva. Lo esperaron fuera, en la recta, para que no les diera por detrás ningún camión, que a veces esas cosas pasan. Vanda llegó a la pata coja, con el hocico bajo, la lengua en el asfalto, pero se mantenía perfectamente a su derecha, más allá de la línea blanca. Tenía las mamas colgando, como chupeteadas, parecía haber amamantado una camada, aunque no fuera posible, dada la edad que se le leía en los labios y en los dientes, veinte años por lo menos, si no más, que para una persona no está mal, pero una perra está decrépita. Lo ha hecho por filantropía, dijo uno de ellos, no recuerdo quién, Vanda es buena, una perra estupenda, se ha pasado la vida enterrada hasta el cuello. La cargaron a pulso en el asiento posterior, tenía los dedos de las patas en carne viva de tanto andar. Comprendieron que había hecho miles de kilómetros con el fin de que la encontraran ellos, pero no se lo dijeron, ciertas cosas ni siquiera se dicen, un cuerpo debe horadar estratos y estratos de tiempo agregando con paciencia alrededor del núcleo los adminículos necesarios para ser cuerpo, hasta desembocar en la superficie como criatura viviente, aunque acaso moribunda ya, como esa Vanda, y se la han jugado desde el principio, porque cree estar al principio, pero ya ha llegado. Y, entonces, en pro de qué, dios santo, inquirió él. Pregunta retórica, porque no hay respuesta… Era mediodía, y hacía mucho calor, y la luz era deslumbrante, y además, mediterránea. Cuando ocurren cosas así, hace siempre mucho calor, la luz es deslumbrante, y lo mediterráneo es obligatorio, es archisabido. Tan archisabido que puede creerse o no, como se quiera. Y en el caso de que quiera creerse, él conducía despacio, la costa rocosa tendía a lo rojizo y la franja de mar era de un azul profundo. Vanda parecía adormecida, pero no lo estaba, porque tenía un ojo abierta y el otro cerrado, y con el abierto miraba fijamente el cenicero de la puerta trasera repleto de colillas como si fuera el pobre aleph que le había sido concedido y en aquel universo suyo de restos de cigarrillos pudiera descubrir el dios enfermo que la había hecho nacer y los turbios misterios de su religión. Él, mirándola de reojo, intuyó la interrogación en aquella pupila dilatada por el miedo y le murmuró, una curva oscura te sirve de padre, unas colillas masticadas, de hijo y un tiempo que ya no es tal, de espíritu santo, la trinidad de la que dependes es ésa, querida Vanda, resígnate, no hay nada que hacer. Nunca has querido hijos, replicó Rosamunda como si hablara a la neblina de bochorno que bailaba sobre el horizonte, siempre tu esperma sobre el vientre, durante todos estos años, desperdiciado así, y ahora ha nacido mi Vanda, pero ya es tarde, demasiado tarde. Morirá mañana, contestó él, aunque durante una noche puedes quedártela, acunarla como a un hijo, darle incluso el pecho, si te parece bien, mejor que nada, desperdicié mi esperma porque tú mentías, así que mentía yo también… Qué extraña noche, en la Zimmer de Taddeo. Por el recuadro de la ventana se deslizaron dos buques de vapor iluminados, silenciosos, como en un sueño. Sólo más tarde, cuando ya estaban fuera del encuadre, una vaharada de viento trajo un puñado de notas que Tacaneaban en el oído pero que a ellos les parecieron un vals. ¿Es que tal vez a bordo se bailaba? No es de excluir, porque a bordo se baila a menudo y de buena gana, especialmente si se está de crucero, incluso en cruceros de pobres como el que atraviesa esos golfos de San Fruttato a San Zaccarino, que no duran más que un domingo. La gente, en cuanto tiene un momento, se pone a bailar, hay que aprovechar para divertirse, especialmente si has pagado el billete, porque después ya es lunes. Rosamunda intentó darle el pecho, pero Vanda no quería mamar. Oyeron su sofocada respiración casi hasta el amanecer, después se apagó. La enterraron allí fuera, en la playa, en una ensenada de guijarros del tamaño de un pañuelo, donde un sendero se precipita hasta la pequeña ola, que paciente enjuaga y vuelve a enjuagar los guijarros siglo tras siglo. Rosamunda, con conchas y piedrecillas, escribió sobre la tumba: Vanda cero cero cero cero, ceros que significaban el día de su nacimiento y el de su muerte, algo que sólo Tristano podía comprender, llenándolos con el tiempo efectivamente transcurrido desde el día en que Rosamunda había empezado a desear un hijo, hasta aquel día en que a los deseos les habían dado sepultura en forma de perra decrépita, porque, dale que te dale, también los deseos fallecen, y hay que enterrarlos. Permanecieron allí viendo cómo el sol salía por aquel horizonte encajado entre dos promontorios, en aquella risueña localidad playera a la que en otros tiempos llegaban en autocar. Era un sol potente, y mudos lo sabían ambos, porque todo es viejo bajo el sol, y a veces viejísimo. Lo que no disminuye el tormento de nadie, ni el suyo tampoco, por lo tanto. Cántame una canción como las que me cantabas en otros tiempos, dijo ella despacio. ¿Qué canciones?, preguntó él. Esas de cuando me llevabas sobre la barra de la bicicleta, en las montañas, ¿te acuerdas?, yo apretaba la cabeza contra tu pecho y con tu voz me llegaba un olor a ajo, ¡cuánto ajo comimos en las montañas!, aunque quizá fuera en otra ocasión, habíamos comido caracoles a la provenzal, de vez en cuando comíamos caracoles a la provenzal, nos dimos también algunas alegrías, y ésas también estaban llenas de ajo. Él cantó, de l'uliva, non cade la foglia, le tue belleze non cadono mai, sei como il mare che cresce a onde, cresce per vento, per acqua mai. [3] Era una nana. Es difícil decir si era para acunar a Vanda hacia su nada de nada, para acunarse a ellos mismos o para acunar a los sueños, que no mueren nunca.


…Empieza así… espera, deja que me acuerde… dice, he visto muchachas que gritaban en la tempestad, sus palabras se las llevaba el viento y las devolvía después y yo escuchaba pávido pero no entendía, tal vez quisieran avisar de que la juventud había muerto… dice así, pero es demasiado larga, es una de esas cosas con las que la Frau me atormenta los domingos, te la iré diciendo poco a poco, si acaso, cuando se me venga a la cabeza, total, tenemos tiempo… ya se lo dije a la Frau, Renate, hazme el favor, no me leas poemas de los domingos de esa clase, ¿no ves en qué estado estoy?, léeme algo ameno, infantil, algo así como la llovizna de marzo que repiquetea límpida sobre los tejados, cosas así, Renate, te lo ruego. Estamos en agosto, dice, hace un calor asqueroso en este llano, señorito, estamos en agosto, ¿qué tendrá que ver con eso la llovizna de marzo?


Se llamaba Daphne, pero él la llamaba también Mavri Eliá, por sus grandes ojos como dos aceitunas negras. Ocurrió aquel día en Plaka, el oficial nazi yacía tendido en medio de la plaza, con las piernas abiertas, a pocos metros del muchacho y de la mujer a los que había matado, con un hilo de sangre que le caía de la boca, un grupo de alemanes apareció por una callejuela que bajaba desde las Columnas de Zeus, el cuartel general estaba en el Hotel Britannia, alguien empezó a disparar desde las ventanas de la plaza, había partisanos griegos, por lo tanto, una bala desportilló el pilón de Eolo, balas traídas por el viento, Tristano se quitó su chaqueta de soldado italiano y la tiró al adoquinado junto al nazi muerto, no quería ser blanco de los disparos de los partisanos pero, sobre todo, ya no quería ser italiano, quería quitarse de la piel aquel horrible paño de soldado invasor enviado por un segador loco que quería partirle los riñones a Grecia en la playa… Apareció por un portal verde, Tristano vio abrirse una puertecita en medio de aquel portal macizo, ella salió como un animalillo extraviado, mirando la plaza con aire perplejo, avanzó en el vacío, titubeó, vio a Tristano a su lado, lo miró con aquellos enormes ojos negros. Soy un soldado italiano, dijo él, acabo de matar a un oficial alemán. No le comprendía, así que Tristano se señaló a sí mismo poniéndose un dedo en el pecho y repitió, italiano. Y después, con el pulgar alzado y el índice extendido como una pistola, señaló al nazi tendido en el suelo y dijo pum, y sopló en el índice. Ella retrocedió, y le hizo gestos con la mano para que entrara en el portal. ¿Por qué te lo cuento, escritor?… No lo sé, a un escritor como tú este episodio no le hace falta… o tal vez sí… tú eres un escritor que no desprecia el lirismo, cuando se da, por eso te lo cuento… Tristano entró y ella volvió a cerrar. Lo miraba con esos ojazos perplejos, incrédula, temerosa quizá, él era un enemigo. Tristano le dijo su nombre, ese con el que le llamaban de niño, Ninototo. Ella dijo en griego, yo me llamo Daphne, y Tristano, sonriendo, como si no pensara ya en nada de todo lo que había a su alrededor, dijo en griego, al invadiros he aprendido algo de griego, sé usar sólo los verbos en infinitivo pero yo llamar a ti Mavri Eliá, porque tus ojos ser aceitunas negras. Ella le hizo gestos de que la siguiera, subieron antiguas escaleras, la casa tenía techos abovedados, a lo largo de las paredes había ánforas cubiertas de incrustaciones marinas y en las paredes, telas oscuras que representaban hombres graves y barbudos. Lo condujo a través de habitaciones desiertas que daban a un jardín interior. Callaban. Él se estremecía de frío, ella dijo algo que él no entendió, mientras tanto el sol había horadado el gris del día y un rayo llovía oblicuo en aquellas habitaciones silenciosas, se oyeron disparos de pistola pero como si estuvieran muy, muy lejos, llegaron a una habitación grande, casi desnuda, donde no había más que una pequeña cama con un icono en la cabecera, un espejo y un piano. Ella le habló en francés. Dijo, esta habitación, mía, ahora es para ti. Y después dijo en su idioma, efraistó. E hizo ademán de marcharse. Gracias ¿por qué?, preguntó él. Por haber matado a mi enemigo, dijo ella. Yo también soy el enemigo, dijo Tristano. Ella sonrió, se sentó al borde de aquella camita cubierta por un chal de flores y dijo, nosotros dos, ¿quiénes somos? Sonreía, y sus ojos eran de una dulzura que no puedes ni imaginarte, escritor, aunque seas un escritor que describe a las mujeres, pero hasta esa dulzura no puedes llegar, era inconcebible incluso para Tristano, aquel soldado italiano invasor que sin saber bien por qué acababa de matar a un oficial nazi de quien su país era aliado, y todo le parecía insensato, a él. Pero ¿sabes una cosa? Todo era insensato entonces, ésa es la verdad. Tristano estaba inquieto, y el corazón le latía fuertemente en el pecho, demasiadas emociones aquel día, para un muchacho de su edad, puedes imaginártelo, escritor, tú que juegas con las emociones ajenas. Se acercó cautelosamente a la ventana que daba a la plaza, miró a través de las cortinas de encaje, sobre el adoquinado sólo quedaban los cadáveres de la mujer y del muchacho, los alemanes, entretanto, habían conseguido arrastrar al oficial muerto más allá del Monumento de los Vientos, pero no se veía a nadie, no había ni un alma, como en ciertos momentos de suspensión, como en un teatro vacío, sólo una motocicleta unida a un sidecar, y desplomado sobre el manillar había un soldado inmóvil con el casco torcido, debía de ser el desgraciado a quien habían mandado el primero a recuperar el cadáver y un francotirador griego lo había dejado seco. Ella lo dejó solo en aquella habitación. Él se miró en el espejo, era un joven, Tristano, en aquella época, y tuvo la impresión de ser un viejo. Miró la partitura sobre el piano y vio que era música de Schubert. Se tumbó en la cama, en aquella habitación tan franciscana, que sin embargo pertenecía a un edificio aristocrático, un cuarto modesto con un espejo manchado y una cama donde tantas veces se amará… Pero eso no lo pensó él, te lo digo yo sólo porque la Frau me ha leído su enésimo poema. ¿Lo conoces? En todo caso, Tristano ese poema no lo conocía, pero comprendió que la sobriedad franciscana de aquella habitación era la única manera para contraponerse a la sordidez de la vida y del mundo, se levantó como un sonámbulo con los brazos extendidos por delante, casi como para protegerse del asco que había caído sobre el tiempo que estaba viviendo, sobre todas las cosas, se asomó al pasillo oscuro y gritó, ¡Mavri Eliá! ¡Mavri Eliá, salvémonos! Después se tumbó en la camita y cerró los ojos. Ella llegó de puntillas, y ni siquiera la oyó, vous m'avez appelée?, preguntó. Tristano dijo, te lo ruego, toca para mí el Schubert que tienes en el piano. Ella se sentó al piano. Tristano la interrumpió. ¿Conoces el tema que Schubert usó también como acompañamiento para Rosamunde? Después se amaron durante toda la noche, como si fuera algo debido y natural, sin hablar. Por la mañana, mientras él la abrazaba, ella le habló del rostro de un san Jorge representado en un icono bizantino que se encuentra en una isla del Egeo, ahora ya no sabría cuál. Creo que él le habló de una catedral románica de su país, que tiene un rosetón gigantesco en la fachada, y medio dormido, desvariando casi, le habló de un rosetón de los vientos, diciendo que en la vida lo único que puede hacerse es seguir los vientos, Eolo, decía, Eolo… Amanecía. Tristano se levantó y miró la plaza de Plaka escudriñándola a través de los visillos de la ventana. Estaba desierta. Cerca del Monumento de los Vientos quedaban los cadáveres del muchacho y de la mujer vestida de negro, además del soldado alemán desplomado sobre el manillar de su motocicleta con sidecar. Tristano se acercó a ella y le besó los ojos cerrados, le hablaba al oído. Mavri Eliá, decía, te he encontrado y ya no te dejaré, te llevo conmigo, ¿sabes lo que haremos?, es el amanecer, ahora salimos, nos protegeremos del frío con las tapicerías de esta vieja casa, tú te sientas en el sidecar, yo monto en esa motocicleta e iremos hasta el Pireo, allí están los aliados, nos llevarán lejos, llegaremos hasta mi casa, la cabeza de la serpiente está allí, y es allí donde hay que combatirla, es necesario aplastarle la cabeza, si no, su veneno se esparcirá por todas partes, yo voy a aplastarle la cabeza y te llevo conmigo, cruzaremos esta ciudad asediada y llegaremos al mar, por qué no, en el fondo no es más absurdo que este absurdo en el que estamos inmersos… Ella abrió los ojos, tal vez hubiera oído lo que Tristano le susurraba en el sueño, o tal vez no, y esbozó una sonrisa como perdida en el vacío. Si soy capaz, te llevaré a otro Principado, dijo Tristano, pero por suerte está moribundo, me han dicho que está moribundo, de las brasas caeremos al menos en la sartén.


…Naturalmente, no fue así, ya te habrás dado cuenta. Pero tú escríbelo como si fuera verdad, porque para Tristano fue verdad de verdad y lo importante es lo que él se imaginó durante toda su vida, hasta tal punto que se convirtió en un recuerdo suyo. Es cierto que al soldado alemán lo dejó seco de verdad, y que Daphne le dio amparo de verdad en aquella casa antigua, y que tocó Schubert para él, y que lo miró, con aquellos grandes ojos oscuros suyos. Pero ni siquiera se rozaron, ella sólo le habló de su Grecia violada y al amanecer le hizo salir a hurtadillas vestido con un abrigo de su padre, y no se marchó en absoluto al Pireo, no volvió a Italia hasta después del armisticio del ocho de septiembre, dos amigos de Daphne le llevaron hasta Corinto y allí se unió a los partisanos griegos, en las montañas del Peloponeso. Y mientras se escabullía fuera del portal, aquella mañana, le susurró, volveré, Daphne, te lo juro, espérame, por favor.


No sé qué podrá significar el que tan triste esté, una fábula de otros tiempos ha visitado mi alma… Era el poema de ayer, en alemán, a veces la Frau se comporta como si fuéramos niños otra vez, se ve que circula algo de arteriosclerosis por ahí. El poema del domingo, señorito, dice. Obedece al ritual de antaño, respeta las órdenes. Fue una orden de mi abuelo cuando la llamó para mí, para que aprendiera el idioma. El ceremonial consistía en esto, yo sentado en la butaca, en el salón, un cuarto de hora antes de que empezara la clase, porque los niños deben esperar, las cinco menos cuarto exactas, el abuelo no transige con los horarios, por lo demás transigía en todo, pero a causa del horario, decía, no faltaba quien había perdido el vapor para Calatafimi [4], sobre la mesita la chocolatera humeante y dos tazas, una para mí y una para la Frau, yo llevaba pantalones bombachos, toc, toc y después, Guten Abend Herrchen, Entschuldigung, es la hora del poema, era una muchachita de mi edad, sí Fráulein, era tímida la Frau en aquella época, y yo más que ella, ella abochornada por leer, yo por tener que escucharla, ella evitaba mirarme, yo evitaba mirarla, me ha querido mucho la Frau, aunque me haga desaires, a mi manera yo también, como sabes es la única persona que me queda, pensándolo bien, nos hemos pasado la vida evitando mirarnos, tal vez porque cuando éramos jóvenes teníamos tantas ganas de mirarnos y nunca hallamos el valor para mirarnos… Ich weiss nicht was solí es bedeutet, Dass ich so traurig bin, Ein Marchen aus alten Zeiten… ¿Lo conoces? Los niños alemanes se lo aprenden en la primaria, habla de una sirena, una criatura rubia sentada sobre un acantilado del Rin que con sus cabellos de oro y su canto seduce a los marineros haciéndolos naufragar. Se llama Lorelei… La Frau siempre volvía a empezar así, cada vez que yo regresaba, como si no pasara nada, como un ritual vacío que debe respetarse porque muchos años antes fue un contrato, y después la vida se encarga de afianzarlo, aunque el idioma haya cambiado en el curso de los años, otros poemas, otros acentos, pero el ritual no, ha permanecido el envoltorio, la Frau sabe bien que es un privilegio suyo y lo usa, es ella la que elige los poemas, siempre los ha elegido ella, pero es lo justo, ella sabe, sabe un montón de cosas la Frau, conoce las horas de mi vida, de los días, como en esos libros de horas que usaban los frailes antiguamente… la vida pasa en un santiamén, ya sabes, pero a veces qué largas se hacen las tardes de los domingos, la Frau siempre supo escoger el poema adecuado para la hora adecuada, cuando yo estaba aquí, naturalmente, porque a menudo no estaba aquí, mejor dicho, no he estado casi nunca y, sin embargo, ¿sabes lo que me dijo? Me dijo una cosa que me turbó, que me conmovió casi, es extraño, porque la conmoción atañe a los humores que tenemos dentro del frasco, y los minerales como yo han dejado de tener humedad, y, en cambio, cuando me lo dijo con esas palabras suyas avaras, como avara es ella, en ese italiano áspero que siempre ha fingido no haber aprendido bien en los más de setenta años que ha vivido aquí, yo volví la cara hacia las persianas para que no se diera cuenta de que esta piedra no está completamente seca, y las lamas de las persianas empezaron a temblar, y no por la canícula que hacía fuera, porque me dijo con esa falta de tacto suya que, incluso cuando estaba lejos, o estaba en peligro, o ella creía que lo estaba, cada domingo a las cinco menos cuarto entraba en el salón, se imaginaba que servía el chocolate en las tazas y decía para sí misma en alemán, señorito, es la hora del poema. Y leía el que aquel día consideraba más adecuado para mí, como un viático, o un libro de horas… Tantas horas, son tantas de verdad, escritor. ¿Cuántos domingos hay en setenta años, mejor dicho, casi en ochenta?, echa la cuenta. Varios miles, así, a ojo… Dame un vaso de agua, pero antes vacía el vaso, la Frau añade siempre sus gotas de lúpulo, que me atontan aún más, coge el agua del grifo del baño, es esa puerta de al lado del armario, perdona que te haga hacer de enfermero, no, no es esa puerta de ahí, ése es el cuartito del vestidor, esa de la derecha, tienes que empujar un poco, a veces el picaporte se engancha, es el grifo con el puntito rojo, el azul es el del agua caliente, el fontanero se equivocó al montarlo y yo no hice que lo cambiaran nunca, ¿no estarás mirando por casualidad la fotografía del cuartito del vestidor?… la estás mirando, me he dado cuenta porque no me has contestado, por favor, nada de conmiseración, no la quiero, fotos como ésa dan pena cuando ha pasado tanto tiempo que las ha hecho penosas, y sin embargo aquel cuerpo fue verdadero aunque imite un cuadro, era una tentativa de imitar a Courbet, hay una mancha amarillenta que le llega casi al ombligo, parece una mano que lo está devorando, como mi gangrena, las fotografías nos van a la par, nosotros nos arrugamos y ellas amarillean, se deterioran, tienen una epidermis como la nuestra, sabes, la piel conserva ese mar interior del que estamos hechos, porque estamos hechos de agua, protege el cuerpo del calor externo y a la vez mantiene el calor interior eliminándolo cuando es excesivo, con el tiempo… y cuando el mar se ha evaporado queda un envoltorio completamente arrugado, inútil… La saqué con la Leika que le cogí a un alemán, aquel oficial llevaba en el chaquetón, junto a la pistola, la foto de su familia y su querida Leika, era muy amante de su propia familia aunque masacrara a las de los demás, es humano amar a la propia familia, esa foto debe de ser del cuarenta y ocho o de un poco antes tal vez, cuando Tristano volvió a encontrar a la Guagliona, hoy me apetece llamarla así, fueron a parar a una especie de pensión, por casualidad, todo sucede por casualidad en la vida, a veces creo que hasta el libre albedrío es un producto de la casualidad… qué curioso, fíjate que me acuerdo perfectamente de que nos tomamos una caldereta de pescado y ahora no consigo acordarme de si hicimos el amor, pero él le propuso posar como en el origen del mundo, eso es innegable, lo testifica esa pobre fotografía, era el final de una tarde de verano, había una hermosa luz oblicua, Rosamunda, hagamos el origen del mundo, dijo Tristano… pero entre ella y él no hubo ningún origen del mundo, no originaron nada de nada, un amor estéril, diría yo, sin transmisión de la carne… mejor así, por lo demás… El agua está tibia, te dije que el grifo de la fría está al contrario, está a la derecha, y la próxima vez coge la pajita que está sobre la mesilla, porque, si no, empapo toda la sábana, no ves que no soy capaz de tragar, no tengo una lengua esponjosa como los perros… Te estaba hablando de la Frau, el domingo pasado me leyó un poema, me parece que era hermoso… Anoche tuve un sueño precioso, entraba en el origen del mundo… pero ¿de quién?… dame un poco más de agua, pero coge la pajita… los sueños son milagros miserables… en los milagros de verdad nunca he creído… los de verdad son ilusiones… sobre todo, sueños. El domingo debió de ser anteayer, ¿verdad?, he perdido la cuenta, la Frau entra llamando con cuidado a la puerta como se llamaba con cuidado hace sesenta y cinco años, es la hora del poema, señorito. Se sienta, abre un libro… Domingo… la Frau comprende los domingos, es de esas personas que en la vida comprenden los domingos, procura aclararse la voz, algo imposible, cuando habla parece un fuelle, resopla, es el enfisema, el médico se lo dijo claramente pero ella fingió no entender, la Frau es extraordinaria, si le dices una cosa que no le gusta, hace como si fuera una alemana que acaba de llegar, fuma puros a escondidas, se acurruca al final del viñedo, me lo ha dicho el nieto de Agostino, el chico que viene a roturar los terrones que es inútil roturar en este viñedo enfermo, señor profesor, dice, la señora Frau está sentada bajo el álamo al final del viñedo y se fuma tres puritos toscanos uno tras otro, todos los días de tres a cinco, quería decírselo porque a mí me ha causado impresión. ¿Y qué hace mientras se fuma el puro?, le he preguntado. Nada, dice el nieto de Agostino, mira a lo lejos, tiene la mirada perdida, le he pasado por delante y ni siquiera me ha visto, o ha hecho como si no me viera. Pensará en cuando era niña, le he dicho, en su Alemania, ¿tú no piensas nunca en cuando eras un niño?, claro que lo piensas, pero para ti es más fácil porque estás en tu casa y eras niño en tu casa, por lo tanto no te preocupes y déjala que se fume todos los puros que quiera, hasta las personas que no tienen a nadie deben pensar en alguien… He notado un zumbido, me ha pasado algo por la cara, debe de ser el moscón. Quizá si entreabres las persianas consiga encontrar un camino de salida, pero ábrelas un poco nada más, la luz es demasiado fuerte, con la luz es como si la pierna me doliera más… La Frau me leyó un poema de un poeta que no conozco, pero debe de ser poetisa, si un poeta es mujer es poetisa, ¿no?, pero eso no cuenta, así que me dice, señorito, el poema del domingo, y empieza… este quieto polvo. Me lo sé de memoria, le digo, es la americana, esa que me provocó tantos remordimientos durante toda mi vida. No, dice ella, ésta es italiana, no ha hecho más que coger el mismo título, pero son ya las cinco menos cinco, llevamos un retraso de diez minutos… Renate, le digo, no es posible, eres realmente tremenda, con la de tiempo que ha pasado desde que éramos niños, todo el tiempo posible, con todo lo que el tiempo lleva consigo, hambre, guerras y carestías, y los desastres que nos provoca dentro, y sobre todo muertos, han muerto todos, Renate, sólo quedamos tú y yo, y vienes a decirme que llevamos un retraso de diez minutos, pero un retraso ¿respecto a qué?, hazme el favor. Respecto a la morfina, contesta ella con convicción, y aunque sólo veo ya a duras penas, intuyo su expresión testaruda, con el mechón de cabellos blancos que conforman su aureola… Respecto a la morfina, el médico me ha ordenado que te la dé cada ocho horas, debo ponerte la próxima dentro de cinco minutos, por eso nos queda poco tiempo, y quería leerte el poema de las cinco antes de que ya no entiendas nada. Pues entonces adelante, Renate, lee. Y ella, ¿qué hace mi niño, qué hace mi cabritillo?, vendrá tres veces más y después ya no volverá. Renate, le digo, no me cantes canciones de cuna, por favor. Pero si sólo eran los primeros versos, dice ella, calladito y escucha… los muertos si los tocas están fríos, los vivos en cambio son otra cosa, cuando tocaba a mi amor yo era feliz, ayer tuve una visión, el amor mío estaba en el jardín, en parte era viejo, en parte era un niño… Del resto no me acuerdo, la Frau leía y mientras me leía me había puesto la morfina, no me había dado cuenta, y así me hallé en el mundo de los sueños, y entré en el origen del mundo, a veces se tiene la suerte de soñar aquello con lo se quiere soñar, pero es raro, es un privilegio raro, después quizá te cuente mi sueño, si se me queda en la cabeza, pero más tarde, ahora estoy cansado. ¿Qué hora es?


Decía Ferruccio que los sueños no deben contarse, porque es como entregar el alma. Siempre le he hecho caso, pero contigo es distinto, has venido para escuchar una vida, con ese montón de kilómetros que te has tragado, lo has abandonado todo, te mereces incluso los sueños… quería hablarte de una playa, no sé si la he soñado recientemente o si la soñé en el curso de los años, pero eso tiene una importancia relativa, pero te lo digo luego, porque entretanto tengo la impresión de haber encontrado un hilo conductor y no quisiera perderlo, es un hilo tan tenue… No sé cómo la Frau consigue mantener el hilo. Date cuenta, desde que volví a esta casa ha retomado el ritual de cuando éramos niños, de cuando me enseñaba alemán, el poema del domingo… como si fuera ayer, como si mientras tanto no hubiera pasado la vida…


…Y mientras tanto los años habían pasado, largos, iguales, con bombas todas iguales, en trenes, en plazas, en bancos… ya sé que estoy dando saltos, estoy ya al final, es que tendría ganas de estar ya al final, aunque en realidad más al final de lo que estoy… y todo igual, decía, y juicios todos iguales, allí imputados todos iguales, en el sentido de que no estaban los imputados, había juicios pero no había imputados, es curioso, ¿no?, pero en una democracia lo importante es lo de fuera, no lo de dentro, lo que cuenta es el ritual, y si después no hay imputados, ¿a ti qué más te da?… todo igual realmente, y sonrisas todas iguales, oh, grandes sonrisas todas iguales en la mesa de las grandes potencias de las que se decía que formábamos parte… y ellos sacando pecho todos como pavos, y sus consortes de largo, porque era asunto de lo más ceremonioso, caramba, lugares escogidísimos, estilo embajadas, delegaciones, mansiones, fincas… sobre todo fincas, con los ministros fulano y mengano y jefes de Estado y prelados y empresarios y enviados especiales y sencillos, de domingo y de diario, y qué banquetes… refinadísimos, exquisitos, y banqueros ahorcados o por ahorcar, envenenados o por envenenar, algún fraile terrorista, de vez en cuando un bonito crac financiero, crac-crac, avanzaba la llamada civilización con sus dientecitos, como un animalito testarudo que ha penetrado en la madera de la encina, crac-crac, dios mío qué siglo decían los ratones empezando a roer el edificio… eso pensaba Tristano, tal vez esté desvariando, pero como te decía estoy a punto de cerrar, y no es justo concluir aquí, pues en ese caso, ¿para qué te he llamado, para hacer que escribas el final? Pero el caso es que cuando Tristano y Daphne volvieron, después de que todo hubiera sucedido ya, él se puso a mirar los años pasados desde su Malafrasca, como ya había rebautizado esta finca suya en cuyas laderas amarilleaba el olivar mientras las viñas se cubrían de piojos… a veces pensaba que la filoxera se la había contagiado él a la viña, se lo había confesado a Daphne… no seas injusto contigo mismo, le susurraba Daphne, pasando a su lado mientras Tristano, con los ojos perdidos en el llano, miraba el sol morir en el horizonte, y le hacía una caricia en el cuello, como si rozara el teclado de su piano, no pierdas el tiempo añorando el vino doc [5] y el aceite de oliva virgen extra, era bonita la idea de la hacienda agrícola que querías montar hace muchos años, eran ideas bonitas, pero no estaban hechas para ti, no eran importantes, de verdad, en cambio, son importantes los libros que hemos hecho, nuestras Hojas de Hypnos, ése era tu auténtico sueño, ahora existen, y perdurarán, era a nuestro chico a quien habías confiado la tierra, tú amabas esta tierra por persona interpuesta, querías que alguien la amara en tu lugar porque es aquí donde naciste y te criaste, es comprensible, querías que continuase, por el contrario la vida ha sido malvada y la rama se ha quebrado, pero tu Daphne sigue estando aquí contigo, deja de pensar en esas viñas y en esos olivos… Pero no era en los campos en lo que estaba pensando Tristano, miraba el horizonte más allá de las cepas de los olivos enfermos y pensaba en este país por el que había empuñado el fusil, si había valido la pena, y mientras tanto recorría con la mirada el paisaje y permanecía reclinado en una silla de tela, de esas de director de cine que le había regalado en broma Daphne en uno de sus cumpleaños, escribiendo la frase de Escarlata O'Hara con un pincel en el respaldo, mañana será otro día, para que él no fuera el director de un cinemascope amargo que se veía desde el porche, sino que pensara que en el fondo en la vida hay algo que merece la pena si el alma no es raquítica, y que es necesario luchar contra el raquitismo de determinados días, cuando el manantial parece haberse secado, porque de repente la fuente empieza otra vez a manar, tú ya no te lo esperabas y qué hermoso, llega un chorro de agua fresca que te inunda, te revigoriza, te arrastra, ¿de dónde viene ese río cárstico, mientras la llanura parecía tan seca, qué meandros subterráneos ha recorrido para llegar hasta ti, para decirte que mañana será otro día? Pero mientras tanto él miraba esa llanura en cinemascope tan fecunda, que a él le parecía seca, las fincas, los viñedos y las haciendas de sociedades anónimas y de tipo familiar, hectáreas que se perdían de vista, por lo general de alemanes y americanos ya, con alguna excepción para la aristocracia local, aunque no sea más que para mantener altas las tradiciones, o hacer como si, y la hacienda que más rabia le daba era la hacienda Pontormo, no tanto por el doc que le habían dado al vino, en su opinión ilegítimo, sino porque habían robado la efigie de un pintor al que él amaba por encima de todos y habían representado en la etiqueta un cuadro en una versión pop al estilo de ese pintor americano de mirada siniestra… Estoy divagando, y por lo demás estas cosas no interesan, pero pensándolo bien nada en esta historia interesa, aparte de una sola cosa, si acaso, que podría ser el intríngulis, sólo que no sé si tendré ganas de contarte el intríngulis, tengo que pensármelo mejor, en el fondo el intríngulis de Tristano lo has contado tú mejor que yo, en tu libro está todo tan claro, ¿por qué habría de aguarte la fiesta?… En cualquier caso, ahora estoy cansado y estarás cansado tú también, me gustaría echarme una siestecita, si acaso te llamo después con este timbre que he hecho que me instalen, suena en toda la casa, aquí también, ¿quieres oírlo?, hace cra-cra, parece un sapo, no lo hice aposta, fue pura casualidad, el electricista me dijo que depende del amplificador de celuloide, se le cayó y se le rajó… has conseguido que la Frau te dé una buena habitación ¿verdad?, ya te lo he dicho, no te quedes en la primera que te ofrezca, pídele que te cambie, ella no ofrece nunca la mejor enseguida, no lo hace por maldad, es que ella es así, me parece que hay un moscón, ¿lo oyes tú también o es que me zumban los oídos?.


Pirimpipim pirimpipim, pirimpipim, elle avait des yeux des yeux d'opale qui me fascinaient, qui me fasci-naient, il y avait l'ovale de son visage pále de femme fatale qui me fut fatal… ¿Oyes cómo pían los pajaritos?, hoy pío yo también, me siento alegre, es un día más fresco, se nota, se ha levantado viento, on s'est connu, on s'est re-connu, on s'est perdu de vue, on s'est reperdu de vue, on s'est retro uve, on s'est réchauffé, puis on s'est separé… En días como éstos hay que bajar a una playa que conozco yo, escritor, te quitas la camisa que se hincha, es el primer día de ábrego, no muy fuerte todavía, llega a ráfagas y te revuelve el pelo, sólo unos pasos hacia el pinar y estás en el arenal, el rostro se humedece enseguida de salitre, te puedes lamer los labios, saben a… el sol pega fuerte, ah, qué ganas, te las sientes en la ingle, te duele, qué calor, todo quema, el sol, la arena, el vientre, la playa está desierta, pero ¿ella dónde está?… Je me suis réveillé en sentant ses baisers sur mon front brúlant, ses baisers sur mon front brúlant, pirimpipim, pirimpipim… miras el horizonte y entrecierras los ojos a causa de la luz, no hay nadie en absoluto, desnúdate, venga, deja en la playa lo que llevas encima, ¡Giuditta! La llamas, el pinar al fondo contesta, ¡Giudittaaaa! ¡Soy yo, Giuditta! ¡Soy yo, Giuditta! ¡Te deseo, Giuditta! ¡Te deseo, Giudittaaaa!… on s'est connu, on s'est reconnu, on s'est perdu de vue, on s'est reperdu de vue, on s'est separé, puis on s'est réchauffé… pirimpipim, pirimpipim, pirimpipim, chacun pour soi est reparti dans le tourbillon de la vie, pirimpipim, pirimpipim… los testigos son duros y pequeños como dos nueces, estúpidos testigos, no sirven para nada, él en cambio está duro como un bastón, ¡Giuditta!, te entran ganas de bailar, abres de par en par los brazos… je l'ai revue, un soir la-la-la, elle est retombée dans mes bras…, elle est retombée dans mes bras… qué grande es la pista de baile de esta playa, otra vez entre tus brazos, he vuelto a caer entre tus brazos y ahora tú bailas y ella baila contigo, qué tonta, por fin has llegado, ya no aguantaba más, ya no aguantaba más de verdad, hace una hora que está así, casi hasta me duele, ya no aguantaba más, vamos a la aldea de las colinas, dice ella, Sasséte, es la fiesta del pistou, el pistou no me interesa, dices tú, vamonos mejor a la choza, la choza hecha de follaje, perdámonos entre el follaje, pirimpipim, pirimpipim, pero aquella playa estaba exactamente en Provenza, ¿tú qué crees?, escritor, ¿era una playa provenzal?… tal vez sí, tal vez no, acaso me equivoque, no tiene importancia, hoy me siento alegre como un pajarillo, ¿oyes cómo pían los pajarillos? Entretanto, ellos entran en la choza, ni siquiera hace falta extender una toalla, la arena está tibia pero dentro hace fresco, ah, Cary, Cary, dice ella. Te abraza. Me muero, Cary. Estúpida Giuditta, ¿qué estabas haciendo por ahí?, ¿por qué has tardado tanto en volver?… on s'est connu, on s'est reconnu… qué estúpida eres, Giuditta, pero ¿por qué me llamas Cary?, yo no soy Cary, Cary era tu tío, ah, es verdad, Clark, siempre quisiste que te llamara Tristano, sí, así, Tristano, basta, no, sí, sigue, pirimpipim, pirimpipim, on s'est connu, on s'est reconnu, pourquoi se pendre de vue? et quand on s'est retrouvé, quand on s'est réchauffé, pourquoi se séparer?… ¿Tú lo sabes, escritor? No, no lo sabes, no lo sé yo, ¿cómo puedes saberlo tú, que no sabes nada de Tristano?, ¿y sabes que yo siento aquí, justo aquí, la misma urgencia que aquel día?, justo aquí, donde la gangrena me está royendo, sí, en la ingle, es el mismo deseo… ¿te parece absurdo? Comprendo que te parezca absurdo, y en cambio no, éste es el mismo deseo de entonces, exactamente igual, por lo demás no hay nada, todo extinto con la carne muerta, pero es el mismo deseo… ha quedado el deseo, aunque no quede la carne, no puedes entenderlo, ¿qué puedes entender, tú, qué sabes, tú, de otro cuerpo, de mi cuerpo?.


…¿Qué día es hoy? No estoy muerto, sólo tenía los ojos cerrados, pero no estoy muerto, tendrás que tener paciencia… Hoy estoy muy lúcido, debe de haberme bajado la fiebre, ya no tengo pesadillas. ¿Te he contado las pesadillas? Aunque así haya sido, no te deshagas de nada, todo cabe en la vida, especialmente en la vida de los héroes, incluso las pesadillas… Tengo una especie de silbido, ¿lo oyes?, cuando respiro me suena un silbido en la garganta, pero estáte tranquilo, no será hoy, la cosa va para largo, te hará falta paciencia, a mí también. ¿Qué día es hoy? Cuando sea el diez de agosto, avísame, no te olvides, aunque quizá haya pasado ya. He dormido mucho, debo de haber dormido mucho. O tal vez no… en un minuto de sueño caben años de por medio, a veces… La Frau me escatima la morfina, es una puñetera… o tal vez piense que me hace daño, pobre mujer ella también… A veces los recuerdos parecen de gelatina, las cosas se pegan las unas a las otras como deshuesadas, se derriten, ves un rostro… detente, dices, te he atrapado, estúpida, ¿no me reconoces?, soy yo, ¿no lo ves?, soy yo, espera un momento… Te sonríe… Ah, me has reconocido, dices, y en cambio ella te sonríe, socarrona, tú la llevas, guapetón, tú la llevas, y guiña un ojo… Tenía unas pestañas así de largas, y su sonrisa de malicia es exactamente la misma, pero la boca ha cambiado, qué extraño, y el rostro también, como si fuera cera caliente que se moldea por sí misma, y ya es otro. Y ese de ahí, ¿ahora qué quiere? Ah, pero si es el Sirio, lo reconoces, es el Sirio, que murió de un cáncer en el culo… pero es el Sirio sólo un momento, se ha convertido ya en Cary, aquel comandante americano que estaba contigo en el monte, lo ves bien, y también Tristano lo ve como si fuera otro, cuando él era el comandante Clark, prácticamente eran la misma persona, a partir un piñón, hermanos gemelos, lo llamaban así porque se parecía a un actor de cine de aquellos años, con un mechón reluciente de gomina sobre la frente, sólo le faltaban los bigotitos. Y él, Tristano, aquel día de marras, en aquel amanecer lívido, está esperando oculto detrás del peñasco, tiene el fusil ametrallador apuntado hacia el caserío, sin embargo te sonríe como si te esperara para contarte un chiste… y le sonríes tú también, es extraño volver a encontrarse así, después de tanto tiempo, y Tristano sigue todavía allí, en el mismo sitio, en aquel amanecer lívido. ¿Es posible que no se haya movido? Es posible. Los hombres no se mueven, quedan hechizados en distintos momentos fijos, sólo que no lo saben, nosotros creemos que hay un flujo continuo que poco a poco se evapora, y en cambio, no, en alguna parte del espacio queda ese momento fijo con su gesto y todo, como en un hechizo, una fotografía sin su placa. Es necesario saber verla, pero ahí está, te lo digo yo.


…En definitiva, fue así, la vio al final del prado, delante del caserío, dándole la espalda, dejó el catalejo astronómico que llevaba en bandolera, porque había llegado a la montaña sin arma alguna, y pensó que era un milagro. Ella llevaba unos pantalones cortos de cuero que le tapaban media pierna, botas altas, y tenía una metralleta al hombro cuyo cañón se le enfilaba entre los cabellos negros sueltos sobre el cuello. Empezó a temblar. A causa de la sorpresa, de la emoción, algo que no sabría describirte, como una llamarada que le explotara en el pecho, con las sienes que le latían. Gritó, ¡Daphne! Ella no se dio la vuelta. Estaba hablando con alguien, un soldado con el uniforme del ejército saboyano, [6] le pareció. Gritó otra vez, ¡Daphne!, y echó a correr. Ella se volvió al oír los pasos, con la mano ya en la culata de la metralleta, alerta. Lo miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa, pero eran de un azul intenso, con una expresión algo socarrona, tal vez a causa de un ligero estrabismo. Mi nombre es Marilyn, dijo, ¿y tú qué es lo que quieres? No podía tener más de veinte años y hablaba con la voz de quien está acostumbrada a mandar. Soy nuevo, balbuceó él, vengo de Grecia. Yo me encargo de los contactos con los aliados, soy americana, puedes llamarme capitán, capitán Mary. Te sentaría mejor Rosamunda, dijo él. No te hagas el gracioso, dijo ella, ¿quién es Rosamunda? Es una pieza de Schubert, dijo él.


La Frau quería ponerme la péndola sobre la mesilla, por lo menos ves qué hora es, dice, te basta con volver la cabeza, así te orientas durante el día, te pasas el día preguntando la hora. Le he contestado que me molesta el tictac, pero ella no se ha dado por vencida. Con la campana de cristal no se oye, dice, no lo oiría ni siquiera un tuberculoso. Un tuberculoso no, pero yo sí, lo oigo todo… por la noche la carcoma que roe el armario hace un ruido insoportable, parece una voz dentro de una caverna… es un armario de castaño, a la carcoma le gusta la madera de castaño, y cuanto más añeja, más gusto les da, que yo de carcoma entiendo… le he dicho exactamente eso, que yo de carcoma entiendo, Renate, ver para creer, échale una ojeada a mi pierna… y también de ruidos entiendo, tengo línea directa con lo de abajo, estoy ya en comunicación, oigo caminar incluso a las hormigas, que tienen las patas tan ligeras como pelos. Estás tomando demasiada morfina, dice ella por desquite, déjate de hormigas, ésta es la tercera inyección que te pongo desde ayer por la noche, de todas formas, si la péndola en la mesilla te molesta, qué se le va a hacer, puesto que ahora tienes a alguien escuchándote todo el día, la hora pregúntasela a él, que yo tengo mucho que hacer. Mucho que hacer… todo eso que tiene que hacer es un misterio, de las cosas de la casa se encarga la mujer de Agostino, la compra la trae el repartidor… dar órdenes a todo el que se le ponga a tiro, eso es lo que tiene que hacer. ¿Te da órdenes a ti también? En todo caso, si de día no me oriento, por la noche es más fácil, hay un avión, no sé si lo has oído ya, tal vez no, probablemente a medianoche estés durmiendo, y además está demasiado alto, hace un zumbido lejano, es el avión de medianoche, yo lo llamo así… es puntual, quizá se retrase a veces, pero no mucho, marca la medianoche mejor que esa estúpida péndola que ya no suena, que sólo hace tictac… puedes verlo desde la ventana de tu habitación, pero tienes que esperarlo, porque cuando oyes el ruido ya ha pasado, verás, son dos lucecitas azules paralelas… ya hará más de diez años que pasa, lo noté la noche de nuestro definitivo regreso a esta casa, llegamos cansadísimos, ya te imaginarás, aquella tarde de agosto habíamos salido de una placita de Plaka, donde Daphne, en broma, se había puesto a fluctuar a la altura de la rama de un naranjo, le había rogado que no me dejara volver solo, y así nos pusimos en camino… yo, aquella noche, no conseguía conciliar el sueño, sucede cuando uno está demasiado cansado, me asomé a la ventana, ya sabes, un cigarrillo… Es un avión que viene del Sur y se dirige hacia occidente, cuando llega a nuestra altura, justo aquí encima de la casa, gira hacia la costa… para él es de inmediato el mar… yo me lo imagino pasando sobre Cerdeña, un viajero que por la ventanilla ve unas luces diminutas abajo, se preguntará quién vive en esas luces, quién estará allá abajo, en esa casa, en esa aldea… imposible de saber, al igual que yo no sé quién es el viajero que se lo pregunta, pero entretanto nos lo imaginamos, él y yo, y sin saber quién somos, hemos pensado lo mismo… y después helo ahí sobre España… tal vez pase incluso sobre Pancuervo, en Pancuervo habrá alguien también que a medianoche no duerma y mire ese avión… y por último sobre Portugal… y después está el océano, pues sí, no cabe más solución, querido mío, hay que cruzar el Atlántico… y enseguida estás en América, porque en aeroplano no se tarda nada en llegar a América. América… Mi padre soñó siempre con irse a América, me lo contaba mi abuelo, pensaba que allí hubiera podido continuar investigando, en América se hubiera convertido en un biólogo famoso en todo el mundo… América… ¡qué hermosa debía de ser América en los tiempos en los que mi padre soñaba con ella! Él se lo sabía todo de las praderas, de los indios seminólas, de Benjamin Franklin, de Charlie Chaplin, de Walt Whitman, del Empire State Building, de la música… eso también me lo contaba mi abuelo, por entonces no había nadie aquí, entre nosotros, que apreciara esa música, les parecía desafinada, era una música de negros… ignorantes… pero mi padre tenía un fonógrafo, y los discos le llegaban directamente desde América… fue mi abuelo quien me enseñó a amar esa música, tras la muerte de mi padre, yo había dejado de divertirme con su espada de garibaldino, y él se había inventado un juego para las mañanas de los domingos, entrábamos de puntillas en el despacho de mi padre, como si él tuviera el ojo pegado a su microscopio y no se le pudiera molestar, después el abuelo ponía el disco de uno que tocaba la trompeta y se entusiasmaba, se acariciaba sus bigotes blancos siguiendo el ritmo, escucha a este músico, decía, escucha cómo hace latir la vida en su trompeta, la vida es aliento, muchachito, en principio era el verbo, y los curas quién sabe lo que se han creído, pero el verbo es aliento, muchachito, nada más que aliento… en la vida hay que amar la vida, y a ti tiene que gustarte siempre la vida, recuérdalo, la muerte les gusta a los fascistas… Escritor, si miras en la biblioteca, junto a la mesa de debajo de la ventana está el catalejo de mi abuelo y el microscopio de mi padre… Qué curioso, piénsalo un momento, mi padre estudiaba vidas cercanísimas con su microscopio, mi abuelo buscaba otras lejanísimas con su catalejo, ambos con las lentes. Pero la vida se descubre a simple vista, ni demasiado lejos ni demasiado cerca, a la altura de los ojos… Con lo que mi padre amaba Nueva York y murió antes de poder ir… A mí también me hubiera gustado mucho ir a Nueva York, pero nunca llegué a ir, nunca hubo ocasión. ¿Tú conoces Nueva York? Qué pregunta, quién no ha estado en Nueva York hoy en día, y además, entre los de vuestro ambiente… Sabes, me gustaría coger de verdad ese avión del que te hablaba, una noche u otra, casi casi… Disculpa, de qué te estaba hablando, me temo que me he ido por las ramas, quizá me estuviera quedando dormido, uno habla en el duermevela y le salen razonamientos sin pies ni cabeza, es mejor que sigamos luego, tengo la impresión de que se ha hecho tarde… ¿Crees que podría fumarme un cigarrillo, aunque sean dos caladas, sin que se dé cuenta la Frau? Si acaso, abre las persianas, total, con el calor que hace.


He oído decir que no has querido nunca ir a tontintolín. En eso me gustas, muy bien, hay siempre mucho pedantuelo en tontintolín, que están allí y sientan cátedra sobre todo, lo que le gusta a la gente este año, si ese fulano del gobierno viste bien o viste mal, si sería mejor votar un poquito más acá o un poquito más allá, en qué acabará lo del agujero de ozono, y mira que si el mundo fuera cuadrado, que nunca se sabe… a ti quién sabe cuántas veces te habrán invitado, especialmente después del premio que tu novela ganó en los Estados Unidos, es lo típico, antes ni siquiera te miran, pero si ganas un premio en los Estados Unidos te conviertes en una star y no puedes evitar a tontintolín… Tristano aparece como un auténtico héroe en tu novela, sin embargo, haces que pase miedo, y eso me gustó, los héroes tienen miedo, eso los simplones no lo saben, sin embargo, él vence sus miedos… pero hay otro sin embargo, y aquí te has superado a ti mismo, ¿no será que consigue vencer el miedo porque el miedo ha podido al final con él?… en definitiva, que el héroe vence el miedo porque el miedo lo ha vencido. No has acertado, pero el razonamiento es intrigante… Tú eres un tipo complejo, escritor, y uno no escribe un libro como el tuyo para dejarse engatusar luego por el tontintolín… además, en cierto modo, eres un senador, disculpa si te llamo así, en el sentido de que tienes una forma austera propia, cultivas bien el género, cuando pensaba en ti te veía con una toga blanca, como ciertos senadores romanos, algo así como Séneca, si puede decirse así, dado también tu estilo de escritura, pero tal vez Séneca no fuera senador, no lo sé… Escucha, pero ¿no será que al no ir a tontintolín es como si acabaras yendo al revés? Disculpa la malicia, pero así todos dirán que te niegas a ir a tontintolín, estarás en boca de todo el mundo y al final no ir es como si tú hubieras ido… porque el tontintolín es tremendo, querido escritor mío, te jode de todas formas, vayas o no vayas, ¿no lo habías pensado? Sé lo que dijeron de ti en un programa del tontintolín que la Frau llama la purga catódica. Yo estoy de lo más informado acerca de ese cacharro, aunque no la vea, la Frau me da el parte. El mes pasado, no había hecho más que meterme en la cama, cuando se asoma a la puerta y dice, señorito, en la purga catódica esta noche han hablado del escritor que estabas leyendo ayer. Renate, al grano, le digo. El programa estaba dedicado hoy al valor de cambiar de ideas y el presentador presenta a sus invitados y con aire melifluo dice, hemos invitado también al conocido autor de una premiada novela sobre el valor, pero por desgracia ha declinado la invitación, no quisiéramos pensar que tiene miedo a nuestro programa, le esperamos, ilustre escritor, mire que somos buena gente, ármese de valor… Ya lo he entendido, Renate, y con eso ¿qué?, le pregunto. ¿No me has dicho que necesitarías a alguien que te escuchara, pero que debería ser un escritor? Y cerró la puerta antes de que pudiera contestar…


Hoy me siento bien, bien de verdad, y te lo cuento todo con pelos y señales, con lógica, es el plato fuerte, en tu libro será el plato fuerte, escucha y escribe, escribe y calladito, ¿estás listo?… Es el alba. Tristano está solo en aquel maldito bosque, y tiene miedo. Porque también los héroes tienen miedo, eso lo has dicho tú también. Y además Tristano no sabe aún que es un héroe, está solo, escondido detrás de un peñasco delante del refugio del comandante, sabe que está solo porque todos los compañeros habían bajado aquella noche al valle para una operación, la orden la dio el propio comandante, hay un cuartel que asaltar, en la aldea, hay armas y municiones, soldados fascistas que vigilan, hay que intentar un asalto, por eso los compañeros han bajado al valle, y Tristano está solo en ese maldito amanecer de aquel maldito bosque, un amanecer que podría ser rosa y azulado, dulce, hecho no para días de tragedia, sino para amar, para abrazar un cuerpo de mujer en una cama, podría estar hecho para el amor, y no para estar agazapado detrás de una roca temblando de miedo, es un amanecer gélido. ¿Cuántos serán? Por lo general son previsores, nunca son pocos los que vienen en sus incursiones, podrían ser diez, veinte, un pelotón entero. Tristano ha oído los disparos, ráfagas de Maschinen-pistolen, algún grito, y ahora un silencio sepulcral, en el alba que nace, un alba peligrosa, porque el día es enemigo, para Tristano, él está solo detrás de esa roca, y ellos son muchos. Sobre la masacre ha caído el silencio. Pero ¿por qué se demoran? ¿Por qué no salen? ¿Qué están haciendo en el refugio? Quizá estén buscando papeles, mapas, notas. Han dado un golpe maestro, han eliminado al comandante más peligroso de toda la zona, a un gran comandante, no es uno cualquiera ese comandante, no es un improvisado partisano de buena voluntad, no, es un viejo militar, luchó en la Gran Guerra, en el quince era ya un oficial con altas responsabilidades de mando, es un hombre que sabe de estrategias, es tranquilo, experto, ponderado, decidido, los nazis lo temen, les ha causado muchas pérdidas, del alto mando alemán en Italia ha partido la orden de que sea eliminado, los hombres de su grupo no importan tanto, es a él a quien es necesario eliminar, aplastada la cabeza del rebelde, el cuerpo ya no es nada, serán unos desgraciados que se han echado al monte sin un plan preciso, es urgente acabar con él, y ahora lo han conseguido. Pero alguien los ha llevado hasta allí, de lo contrario, ¿cómo hubieran podido llegar hasta el refugio? Tristano conoce el refugio, que es también el cuartel general, hay cuatro piezas en aquel caserío abandonado, en la planta de abajo está la cocina, donde se celebran las reuniones, se discuten las acciones, se preparan los planes y se reciben las órdenes, después hay un cuarto contiguo, donde duermen los dos soldados del ejército saboyano, son dos milicianos jóvenes, dos muchachos amables e inexpertos que es mejor no emplear en acciones bélicas, sirven de centinelas, son los guardaespaldas del comandante, en la planta de arriba hay una especie de henil, donde los campesinos ponían a secar los higos y las castañas sobre cañizo, y además una habitación donde duerme el comandante. El tiroteo ha tenido lugar en la planta de abajo. Tristano ha visto el resplandor de los disparos en el recuadro de los dos ventanucos junto a la puerto desquiciada de madera de aquella casita de cuento de hadas situada en el margen del bosque. Pero ¿por qué no salen? Hace frío. El amanecer es frío. Tristano tiene miedo, detrás de aquella roca. Los héroes no tienen miedo, pero Tristano no sabe aún que es un héroe, es un hombre solo que aprieta una metralleta sustraída a un alemán muerto, tiene las manos heladas, los pies helados, se siente incapaz de pensar, aunque su cabeza piense a una velocidad increíble, sus ojos están clavados en la puertecita desquiciada, de vez en cuando mira a su alrededor, pero tan rápidamente que no ve nada del paisaje que le rodea, sólo se da cuenta de que la luz está aumentando en intensidad, no tardará mucho en llegar la claridad del día. Piensa, ¿hace cuánto tiempo que he oído los disparos, diez minutos, una hora? Tristano ha dormido en el caserío del margen del bosque donde los campesinos criaban antes cerdos, había decidido dormir ahí, aquella noche, en vez de en la cueva del curso bajo del torrente donde duerme casi siempre con sus compañeros. ¿Por qué? Tristano no sabe decir el porqué. Por qué, por qué, por qué…


…por qué, por qué, por qué. Has venido hasta aquí para saber los porqués de la vida de Tristano. Pero en la vida no hay porqués, ¿no te lo han dicho nunca?… ¿por qué escribes? ¿O tú eres de esos que buscan los porqués, que quieren poner cada cosa en su sitio?… Pues entonces escucha, uno de los porqués es que en el monte había conocido a la americana, ya te lo he dicho, la tal Marilyn, a quien él llamó desde un principio Rosamunda, y a veces la llamaba también Guagliona, pero más raramente, cuando le soltaba el pelo sobre la nuca, que durante el día ella llevaba recogido en una trenza, y él le decía, suéltate la trenza, María Magdalena, suéltate la trenza, Guagliona… Querrías saber otros porqués, por qué se echó al monte, y cómo, y cuándo, y Daphne, qué fue de ella… Eres demasiado curioso, escritor, ¿a ti qué más te da? Y además, perdona, era lógico, qué otra cosa podía hacer, ya no era más que un soldado disperso, un fugitivo, había vuelto a casa después de que el mariscal Badoglio disolviera el ejército y mandara a todo el mundo a casa, podía escoger entre ocultarse en el henil, debajo de la paja, visto que los alemanes lo peinaban todo, o reunirse con su rey en Brindisi o por ahí en el sur… Estar debajo de la paja no le gustaba y tú en su lugar ¿te hubieras reunido con un rey que había dejado plantados a los italianos para irse a comer orchiete con grelos?… En cierto modo Tristano hizo lo mismo, yendo a resistir al monte, porque los nabos vinieron más tarde… pero esto lo digo juzgándolo a toro pasado, si es que lo mío es juicio, porque he tomado morfina… ¿Sabes que la Frau me ha puesto dos dosis? La Frau es así, un día te la escamotea, un día te la pone doble, se conmueve… es antipática, has visto qué jeta tan arisca, pero por dentro… para mí que siempre ha llorado por dentro sin llorar por Riera, quién sabe cómo lo hace, no sé si es por su carácter o porque es alemana, a veces los alemanes me parecen personas que pueden llorar por dentro sin llorar por fuera, basta con leer ciertas cosas que han escrito… nosotros somos distintos, tal vez lloremos mucho por fuera y, en cambio, por dentro todo siga absolutamente igual… una cuestión hidráulica… para mí que el alma obedece también a leyes hidráulicas… me he perdido, ¿por dónde iba?… te gustaría saber algo de Daphne, y por qué y cómo es que, en el sentido de que él la dejó en Grecia… no faltaría más, ¿es que debía llevársela al monte con todo lo que había sufrido ya en su país?… y además ¿a ti Daphne qué más te da? Daphne es lo único hermoso de toda esta historia, el resto es un desastre… ¿que no te lo crees?, pues entonces mira a tu alrededor, si no me crees, y pregúntate por qué, mejor dicho con qué objeto, ¿con qué objeto se echó al monte Tristano con un catalejo al hombro?… ah, eso no lo sabías, no te lo habrías imaginado nunca, me alegro de decírtelo, a vosotros los escritores estas cosas os gustan, después ya lo adornáis un poco… en el monte Tristano llevaba una metralleta al hombro, naturalmente, y con esa metralleta se convirtió en el héroe que sabes, pero hasta allí fue con un catalejo de latón al que tenía mucho cariño, pertenecía a su abuelo, con aquel artilugio había descubierto el cielo cuando era niño, y se lo llevó consigo para mirar las estrellas desde las cimas de los montes, porque cuánto más alto estás mejor ves las estrellas… Un inglés que como tú escribía libros dijo que estamos todos en una cloaca pero que algunos de nosotros miramos las estrellas, y tal vez Tristano tuviera ganas de ver las estrellas porque su país era una auténtica cloaca… El tuyo ¿ahora cómo es? ¿Te gusta?


Me ha vuelto a la cabeza otro trozo del poema de la Frau, es un poema larguísimo, me lo cuenta a plazos, se ha convertido en un martirio… He visto un sapo que saltaba del borde de una acequia y se llevaba consigo mi bien más precioso, era un animal liso y repelente, de una blancura fláccida de terciopelo, me había robado un viejo medallón y me lo devolvía corroído por sus babas, un viejo medallón con una fotografía dentro del cual duerme el eco de ella.


…Las cigarras han dejado de cantar… debe de ser ya de noche, quizá estés cansado de escribir. Pero has venido para eso, ¿o no? Y yo también estoy cansado de hablar, pero te he llamado precisamente por eso, si la Frau viene a molestarnos, dile que nos queda poco, diez minutos nada más, porque mañana no sé si tendré fuerzas para contarte lo que sigue. Y es importante, lo sabes mejor que yo, lo has reconstruido en tu libro, has ganado incluso un premio, ¿o me equivoco? Si te dijera que te fueras ahora, pasarías una noche insomne, peor que la mía, temiendo que mañana no recupere ya el hilo conductor» te la jugaría bien, ¿verdad?, con la de kilómetros que te has tragado para venir aquí a escucharme con este olor a fenol y a gangrena, y yo en lo mejor pierdo el hilo… Quédate tranquilo, no lo he perdido, porque la puerta desquiciada se abre de repente, el interior del caserío está oscuro, y Tristano no consigue ver nada. Adelante, piensa, salid afuera, so animales. He ahí el primero, por fin. Pero si lo conoce, es Stefano, tan cordial siempre, el bedel de la escuela de la aldea en el valle, ese que le había dado a entender que de él podía fiarse. Y ahora va vestido de negro él también con la borla en el sombrero, el muy cerdo. Stefano mira a su alrededor circunspecto, teme ser descubierto, comprueba que no hay nadie, hace una señal hacia el interior, sale un alemán, después dos, tres, cuatro… Dispara, se dice Tristano, son sólo cuatro gilipollas. El dedo tamborilea impaciente en el gatillo de la metralleta, pero Tristano se contiene, si hubiera más dentro, se la habrían jugado. Y, entretanto, los cinco avanzan por el prado, se están acercando, si lo ven, es hombre muerto, qué hacer, esta espera es un póquer, Tristano, saca tus cartas, dispara. Y en aquel momento se oye una voz de mujer que canta, es una voz melodiosa y canta una salmodia extraña con palabras extrañas, una antigua canción de cuna, como antiguo es el timbre de esa voz, ¿es posible que una voz de mujer cante en un bosque de montaña al alba después de una matanza? Pero esa voz, ¿existe de verdad? Tristano la escucha, recuerda lo que ha leído en los padres de la Iglesia, es una voz interior, no puede venir de fuera, sólo la oye él, los padres de la Iglesia las llamaban voces de los ángeles, sólo pueden oírlas aquellos que pueden oírlas o que quieren oír lo que desean oír, es una voz muy antigua, que hechiza, dice… avevo un cavallino brizzolato, contava i passi che facea la luna, avevo un bel morino e m'ha lasciato, si vede che in amore 'un c'ho fortuna[7] y se comprende que está arrullando una cuna, y en ese momento el prado, los montes, el bosque, todo empieza a balancearse como una cuna impulsada por las manos de una mujer que no se ve, sólo se oye su voz que canta, aveo un cavallino senza coda, con una fuñe lo teneo legato, e tira e tira la fuñe s'annoda, fe come Tomo quando é innamorato[8] y todo se balancea ante los ojos de Tristano, y ahora todos los alemanes han salido por fin a la explanada, se han reunido en un grupo estupefacto, arrebatado por el encantamiento de una voz de mujer que acuna todo el paisaje, duerme mi niño, duerme mi amor, que a este niño lo acuno yo… así está cantando la voz de sirena, y todos los alemanes están arrebatados por el hechizo, próximos al sueño y al olvido, inmóviles el uno junto al otro como en una foto familiar, como un monumento a los caídos. Tristano dispara una primera ráfaga, una segunda, una tercera y, al disparar, canta él también acompañando a la voz que lo ha salvado, duerme mi niño, duerme mi amor, que a este niño lo acuno yo, oh, oh… el bosque devuelve el eco de las ráfagas, un racimo de ecos que rebota de ladera en ladera, del monte al valle y que se pierde a lo lejos como un trueno que rueda por el horizonte. Tristano es ahora el nuevo comandante de la brigada partisana, los galones del viejo comandante machacado por los alemanes han pasado a él, pero él no lo sabe aún, no sabe nada, Tristano, está ahí de pie, al descubierto, fuera de la roca que lo ocultaba, el rayo de sol que acaba de nacer lo embiste como corresponde a la escenografía de una película en color para los héroes. Adelante, Tristano, avanza hacia las presas caídas, colócales un pie sobre el pecho y levanta en alto tu metralleta en un gesto de triunfador, queremos recordarte así, éstas son tus memorias, estamos escribiendo tu biografía. Y tú puedes irte, escritor, debe de ser tarde y por hoy ya basta, has oído lo que querías oír.


La vida no está en orden alfabético como creéis vosotros. Se muestra… un poco aquí y un poco allí, como mejor le parece, son migajas, el problema es recogerlas después, es un montoncito de arena, ¿y cuál es el granito que sostiene al otro? A veces, ese que está en la punta y que padece sostenido por todo el montoncito es precisamente el que mantiene unidos a todos los demás, porque ese montoncito no obedece a las leyes de la física, quitas el granito que creías que no sostenía nada y todo se derrumba, la arena se desliza, se aplana, y no te queda más remedio que hacer garabatos con el dedo, idas y venidas, senderos que no llevan a ninguna parte, y dale que te pego, estás allí trazando idas y venidas, pero donde estará ese bendito grano de arena que lo mantenía todo unido… y luego, un día, el dedo se detiene por sí mismo, ya está harto de hacer garabatos, en la arena hay un trazado extraño, un dibujo sin lógica y sin orden, y te entra una sospecha, que el sentido de todo aquello eran los garabatos.


…Tengo que corregirme, esa especie de sueño que te contaba, el de la playa, pues resulta que no era Rosamunda, era Daphne… pensándolo mejor ahora, en aquella choza de ramaje Tristano entró con su Daphne, te lo puedo asegurar, porque tengo una prueba cierta, antes no se me había ocurrido, la sandía… Había una sandía cortada por la mitad, en aquella choza, una hermosa sandía roja puesta sobre la repisa de madera donde se dejaban los trajes de baño, lo veo como si fuera ahora, en el camino que llevaba a la playa había un hombrecillo con un tenderete que vendía melocotones, melones y karpüzhi, ahora se me ha venido a la cabeza la palabra, y Daphne adoraba el karpüzhi, para ella el karpüzhi quería decir su Grecia, en Grecia con la sandía hacen incluso helado, sabes, me acuerdo de un verano en Creta, la primera vez que fui con ella, y una playa enorme, blanca, y aquella sandía que el hombrecillo conservaba bajo hielo triturado en aquel tenderete con ruedas, en el camino que llevaba a la playa… ciertas tardes, en aquella playa… en la choza haciendo el amor con su Daphne, después de haberse perseguido por el agua, y al lamerse la piel estaban llenos de sal… y luego se comían una raja de sandía… no podía ser Rosamunda, a Marilyn la sandía no le gustaba, a los americanos no les gusta la sandía, tal vez porque no es más que agua, sin vitaminas.


He oído lo que te ha susurrado la Frau… lo que dice cuando está bajo los efectos de la morfina no lo escriba. No le hagas caso, tú escríbelo todo, todo, con morfina o sin morfina, recoge todo lo que puedas, los pedacitos reventados y también las migajas, también mi delirio soy yo…


…¿Conoces una poesía que habla de una madre vestida de negro que llora sobre el cadáver de su hijo asesinado en la plaza? Me la ha leído esta mañana la Frau. La Frau tiene el don del vaticinio, me precede, lee siempre un poema que se refiere a un episodio del que quiero hablarte, ha entrado en el dormitorio y me lo ha leído, y hoy no es domingo, estoy seguro, y entonces me ha dado por pensar que este relato mío que te hago, y que a ti tal vez te parezca sin orden, es como una partitura de música en la que de vez en cuando habla un instrumento a su gusto, con su propia voz, y hay una batuta que dirige toda la música, sólo que el maestro no se ve, y ¿sabes quién sostiene en su mano esa batuta?, pues, para mí, que es la Frau.


…Tú no te imaginas siquiera cómo pueden acabar de repente ciertos agostos que se estrellan contra un septiembre anticipado, como un automóvil que acaba contra un árbol, y se abarquillan, se desinflan como un acordeón que pierde aliento. Tanta arrogancia por la canícula de la Ascensión o cuando el cielo nocturno monta los fuegos artificiales de San Lorenzo y los sentidos parecen tan colmados y la vida una caverna de bóvedas altísimas, y en cambio cuatro gotas de lluvia, el tiempo de un confeti y un solo día se engulle ese mes túrgido y engreído… También la vida es así, como agosto, te das cuenta de que ha caducado del dicho al hecho, cuando no te lo esperabas en absoluto, la goma se ha encogido y ya no se alargará más y desde un rincón se asoma el cuervo para decir su never-more… La casa vacía como una calabaza seca, y él más vacío aún, y las muertas estaciones, y el presente día, muerto en el acto también, todo se conjuraba para la más absoluta ataraxia, en la inmovilidad del horizonte, sólo alguna palabra gangosa, dirigida a la nada que escuchaba. Y vaya niebla… ¿Cómo se siente?, le preguntaba el doctor Ziegler. Choscho, contestaba Tristano, me siento choscho, por lo demás me siento bien, pero estoy choscho. El doctor Ziegler no entendía, le rogaba que se explicara mejor, bitte, Herr Tristano, bitte. Choscho es como una col podrida por el aguacero, doctor, ¿tiene usted presente esas horrendas hojas colgantes que se arrastran con el borde en el fango?, están choschas… Y después añadía, es como si me hubiera venido un tranglumanglo, no sé si me explico. El doctor Ziegler empezaba a sospechar un inconsciente como lenguaje, pero con reluctancia, porque no era de esa escuela… Pero ¿qué narices eran esas palabras? Tristano jadeaba, misterioso. Bueno, las pienso de noche, es más, me piensan ellas, de verdad, soy pensado, son ellas las que me piensan, y me pinchan, mejor dicho, me pican, son como minúsculas esquirlas de algo que ha estallado en mil pedazos, y llegan como una ola, cuando se hincha la marea nocturna… El doctor Ziegler, con las manos detrás de la espalda, tenía el mentón dirigido hacia el pecho. ¿Algo así como los sueños?, preguntaba. Ninguna respuesta. ¿Entresueños, entonces? Eso es, doctor, casi, pero no exactamente, del estilo de los recuerdos que flotan en su propia espumilla, yo estoy en el arcén de mis noches, algunos me alcanzan y me pinchan, otros me basta con dejar que mi brazo se balancee por el borde de la cama para pescar alguno al azar. El doctor Ziegler paseaba de un lado a otro como si quisiera excavar un surco en el pavimento, no le importaba que Tristano estuviera tirado en una butaca bajo el porche, para él era como si se hallara en su lecho de insomne. Intente pescar uno al azar, decía, déjese llevar, deje oscilar el brazo, cierre los ojos, como si yo no estuviera aquí… Silencio. El doctor Ziegler se inmovilizaba, contenía incluso la respiración. Sólo se oía la campiña que respiraba, la tierra, el olor de los rastrojos en el valle, zumbidos de moscas azules, una abeja, el ladrido de un perro, pero muy muy lejos, al otro lado del mundo. He pescado una lata de gambusinen, pero está abierta, con la llave metida en el tirabuzón de hojalata oxidada, murmuraba Tris-tano como en trance, nichts, absolut nichts, gambusinen kaputt. El doctor Ziegler se retorcía las manos detrás de la espalda. Gambusinen?, was bedeutet gambusinen, explíquemelo, Herr Tristano, concéntrese, Oh… oh… oh… ¿Tristano iba en busca de algo o tal vez fuera que su garguero emitía los anillos concéntricos de sonido de quien está definitivamente en el mundo de los sueños? Ziegler, paciente, esperaba en silencio. Debería hablarle de las antiguas tradiciones schnabelewopsenses, antropología arcaica, doctor, gruñía Tristano, geología casi, y así arrancaba en vuelo raso sobre condados en verdad incomprensibles, ilocalizables desde luego en los mapas geográficos, que probablemente pertenecían sólo a los archipiélagos de su imaginación, allí donde está también la isla de Utopía. Schnabelewops era un Principado, un pañuelo de terreno encajonado entre coronas de montes, con vistas al mar incluso, y ese mar era el mar griego del que nació virgen Venus, eso se sobreentendía, país de picos intransitables pero también de dulces pendientes, y prados, y olivares y castañares, surcado por una miríada de amenos arroyos, de un agua tan tersa y cristalina que puede hallar parangón sólo en aquella en la que Orlando bautizó a su Durindana, o Amadís de Gaula tomó un pediluvio reconfortante tras kilómetros de marcha, como dice el hidalgo loco. Y en esos arroyos, en las fiestas populares en honor de la espiga del trigo, así como en las noches de bochorno, que en el Principado no faltan, la población local acostumbraba a remojarse con gran alborozo, a menudo entre grititos de muchachas. Y los arroyos eran tan abundantes que los schnabelewopenses no se habían planteado jamás el problema de contarlos para sus mapas geográficos. Y por lo demás, ¿con qué objeto? Cada aldea tenía su propio arroyo que discurría a su costado o que a menudo lo separaba incluso en dos, hasta el punto de marcar profundas diferencias culturales que se remontaban a usanzas milenarias, entre las comunidades pertenecientes a la orilla derecha o a la orilla izquierda del arroyo, y un folclorista nórdico que había viajado de tierra en tierra para recoger antiguos cantos había grabado unas estrofas remotísimas en las que una muchacha entregada en matrimonio cantaba su nostalgia por la tierra de sus padres que había abandonado al casarse, cruzando el arroyo para ir a vivir a la casa de enfrente, que era tierra ajena, y en el vadeo se había mojado las medias… Tristano, después del esfuerzo callaba, con los ojos cerrados, la mano pescadora colgando de la tumbona. Si al menos se hubiera quedado dormido… El doctor Ziegler temía interrumpir el espacio onírico, que es el espacio sacro de todo paciente y el fundamental de todo terapeuta. La campiña respiraba lentamente. Era el mediodía. El doctor Ziegler hubiera debido estar en su despacho de la ciudad, pero evidentemente había cancelado todas sus citas, le interesaba demasiado aquel paciente. Tristano reanudaba ahora su chachara, pero tal vez estuviera navegando de verdad en su espacio onírico y hablaba de los gambusinen, criaturas acuáticas de una presunta juventud suya, pertenecientes sin duda a esa zoología fantástica que poseen sólo los desequilibrados, o los poetas que jamás han escrito poemas, y eran, por lo que él decía, a juzgar por sus palabras semiincomprensibles, seres a medio camino entre los crustáceos y los peces propiamente dichos, es decir, con branquias y aletas. El doctor Ziegler pensaba en animales antediluvianos, de épocas remotísimas, en las que todo era devenir, cuando era imposible cualquier taxonomía y no se sabía si una cosa era una flor o un fruto, un pez o un pájaro, un insecto o un mamífero… Verá, doctor, no sé si me explico, un animalillo parecido al cangrejo de río, rosáceo, pero sin la costra de queratina, blanducho como un chipirón, por lo tanto, con una cabecita redondeada de la que brotan cuatro tentáculos en miniatura, de entre uno y medio y dos centímetros, no más, y muy tierno, se alimentan de una hierbecita parecida al musgo que crece en los lechos de los arroyos más impracticables del Principado, los gambusinen se la comen con glotonería, una hierbecita que tiene un sabor exquisito e inefable, que perdura en la carne de los gambusinen, como un aroma a trufa que tiende al amargo de los boletos… El doctor Ziegler escuchaba y callaba. Las cigarras parecían enloquecidas, y el bochorno pesaba sobre el porche. Era agosto… Era un agosto como ahora, escritor, y a Tristano no le hacía falta la morfina para estar fuera de sí, estaba fuera de sus cabales por su cuenta. Hubiera querido contártelo más tarde, pero se me ha ocurrido ahora, de modo que te lo he contado ahora, sé paciente, estoy seguro de que en tu libro no tiene sentido, déjalo correr… Escucha, debe de ser ya casi de noche y la Frau viene a ponerme la morfina, pero esta noche no la quiero. Tengo hambre, dile que tengo hambre, que quisiera una taza de caldo, una taza de caldo de gallina, si fueran otros tiempos le habría pedido caldo de gambusinen, pero ya están extinguidos, de ellos sólo quedan latas de hojalata vacías con la llave metida en el tirabuzón oxidado… Dile a la Frau que a falta de gambusinen, me conformo con una taza de caldo de gallina, verás como lo entiende.


Ferruccio decía que vosotros los escritores os veis siempre a la luz del futuro, como póstumos, y yo pensaba en el mecanismo que pusiste en marcha cuando me relataste en primera persona, como si Tristano fueras tú… ya me habías encomendado al futuro, como una lápida, y en ella te veías reflejado, porque esa lápida te devolvía tu imagen, tal y como pensabas que quedaría para la posteridad… Y en cambio esa imagen te la estoy cambiando delante de tus narices, mejor dicho, está cabeza abajo y patas arriba, como en los espejos de los pabellones de las ferias… Lo siento por ti, pero no sé qué esperabas al venir a verme, yo no estoy aquí para confirmar, al contrario… no hay que fiarse jamás de los espejos, al principio parece que reflejan tu imagen, y en cambio te la desfiguran, o peor, la absorben, se la beben entera, te chupan incluso a ti… Los espejos son porosos, escritor, y tú no lo sabías.


No contestaba, Marios, con la mirada perdida en la nada, removiendo con un dedo el polvillo empapado de café que había quedado en el fondo del vaso, parecía un adivino fracasado en busca de un oráculo inhallable, y callaba… La misma placita de Plaka, una fría mañana de sol, la Acrópolis impasible por encima de ellos… Marios, soy yo, he vuelto, mírame a los ojos, por favor. Y entonces Marios habló con voz neutra, como un médico que lee un diagnóstico o un juez una sentencia… las montañas son las mismas, y las piedras, y los árboles, pero todo ha acabado, ya no queda nadie, han muerto todos, yo también he muerto, el mariscal Papagos, condotiero negro de corazón y de alma, le ha dado a Grecia un nuevo caudillo y un nuevo rey, que son idénticos a los de antes, los ingleses le han echado una mano, los americanos también, el general Skolby, el gran estratega especializado en fusilamientos masivos… los ingleses y sus primitos tienen dos democracias, la buena, para el consumo interno, y la que se echa a perder enmoheciéndose en los almacenes del tiempo, ésa es la de exportación, más adecuada para los pueblos pobres, total, los pobres digieren de todo… y ahora tú has vuelto, Tristano, ya veo que has vuelto, y me preguntas por los compañeros, por Daphne… los compañeros han muerto, Daphne está lejos, no sé dónde, a causa de sus conciertos, a Grecia no le hace falta su música, los mariscales quieren música patriótica que dar al pueblo de su nueva Grecia… ya veo que has vuelto, estás aquí como prometiste, pero tal vez no te hayas dado cuenta de que han pasado diez años, te fuiste en el cuarenta y tres, en cuanto la bestia de mi país esté muerta volveré con vosotros, decías, me parece que la bestia de tu país ya lleva muerta tiempo, pero aquí está más viva que nunca, ya te lo he dicho, si sientes nostalgia de los montes del Peloponeso, vete a pasear por allí, ve a oxigenarte los pulmones… Tristano, puedes volver por donde has venido, vuelve a tu país, si habías venido por nosotros llegas terriblemente a deshora, si era por Daphne, pásate otra vez el año que viene, o dentro de un par de años… Escritor, si tú hubieras conocido este episodio lo habrías contado como corresponde, el héroe que llega a la cita con diez años de retraso se merece algunas páginas, una parodia de Ulises, un Ulises cómico de película muda que se equivocaba de tranvía, en vez de coger el de Itaca, subía al de Pancuervo… No sé cómo hubiera replicado tu protagonista a Marios si tú hubieras podido escribir lo que te he contado, ¿qué justificación habría buscado tu Tristano? Perdóname por juzgar intenciones, pero voy a intentar adivinarlo… me imagino a un Tristano solemne y herido en su amor propio… he recibido la cruz de guerra, dice con voz grave, soy un héroe, Marios, tienes que entenderlo, las vidas de los héroes están llenas de compromisos, deberes de representación, misiones diplomáticas, embajadas de paz y de hermandad, ceremonias, conferencias… y un hombre como Marios, que había luchado por la libertad, aunque no le hubiera ido bien, lo comprendería y lo abrazaría. Pero Tristano dio una justificación totalmente distinta… no vine antes a causa de un detalle, dijo con convicción, de un maldito detalle. Eso exactamente, una justificación ridícula, digna del cómico que se ha equivocado de tranvía… Y si escribes la vida de Tristano, ésta es la verdad, toda la verdad, nada más que la verdad, te lo juro… Sin embargo, escritor, si tú prefieres escribir lo que hubieras escrito a tu manera de haber conocido el episodio antes, eres libre de hacerlo. Elige, pues, total, ¿quién podría desmentirte?


Dios está en los detalles, decía un estudioso judío, creo que era un filólogo. El diablo también, probablemente. Era un día de verano y Tristano lo recuerda azul, y también la ciudad la recuerda azul aunque fuera en realidad una ciudad rosada, con casas rosas y amarillas que flanquean los fosos orillados por muros antiguos que llegan hasta el mar. En los edificios populares que circundan los baluartes hay sábanas tendidas a secar en las ventanas, como banderas blancas, y chasquean al viento, porque es un día de maestral. Y Tristano, cuando iba a visitar a Taddeo, cogía su motocicleta roja, porque recorrer el trayecto a lo largo de la costa le gustaba, la carretera justo en las afueras de la ciudad descendía entre revueltas sobre despeñaderos rocosos donde crecían el tamarisco e higos chumbos y desde donde se disfrutaba de un panorama amplio, de un mar celeste, a menudo con velas en el horizonte, y al cabo de unas cuantas curvas la pensión de Taddeo aparecía a la vista. Que en el fondo una verdadera pensión no era, se llamaba Taddeo Zimmer, un edificio bajo que Taddeo había levantado con sus propias manos, justo debajo de los acantilados, delante de una playita de piedras. Ocho pequeñas habitaciones dotadas de una diminuta cocina y baño, cada una con una terracita separada del resto de las terrazas por setos de alheñas plantados en macetas de terracota para dar a los alemanes, a los que Taddeo llamaba fritzs, una idea de mediterráneo, como él decía. Fritzs de quienes se había convertido en óptimo amigo, y ellos en fieles clientes, porque la pensión de Taddeo era modesta y los clientes, por lo general, obreros del Ruhr que jugaban con Taddeo a las cartas por la noche. Alemanes, Taddeo había matado a muchos. Llevaba la cuenta en una libreta mugrienta, en alemán, anotando la hora y el lugar: ein, zwei, drei, vier, fünf, sechs, sieben, y junto a los muertos con un alto grado militar ponía tres estrellitas como en la guía Michelin. Taddeo y Tristano, pocos años antes, se habían conocido en aquellos montes de detrás. Taddeo era un muchachito asilvestrado, de una familia de leñadores que había sido exterminada por las SS guiadas hasta esos bosques por los nazi-fascistas de Soló. El, que se encontraba entre los robles de enfrente de su casa, había asistido a la matanza desde lejos, con ojos desgarrados y ferinos, y había permanecido agazapado entre el follaje. Pero en la retirada, uno de los soldados nazis se había separado del pelotón para beberse un huevo fresco del gallinero, Taddeo le había aguardado detrás de una encina y mientras pasaba le había largado un golpe entre la cabeza y el cuello con un bastón nudoso con el que se había armado. Después había cogido su Maschinen-pistole y había subido las laderas para unirse a los partisanos. No es que tuvieran ya mucho que decirse, Taddeo y él. En realidad, iba sobre todo por el placer de recorrer en motocicleta esa carretera a pico sobre el mar llena de olores y de viento… Y vayamos a los detalles. En vez de ir en motocicleta, aquel día Tristano cogió el autocar. ¿Por qué? No lo sé. En la plaza que se ensanchaba detrás de la ensenada, entre un edificio mussoliniano de Correos y los primeros muelles del puerto, había un mercadillo de pescado improvisado por los pescadores, Tristano deambulaba entre las cajas de peces aún temblorosos y de repente le entraron ganas de ir a ver a Taddeo, la parada del autocar estaba a dos pasos, así fue. Compró el pescado necesario que llevar a Taddeo para la caldereta, cruzó la calle, faltaba poco para mediodía, sólo debía esperar diez minutos. Tristano recuerda dos sonidos bien precisos, como si los escuchara ahora, las campanas del mediodía y el claxon puntual del autocar que anunciaba su llegada. Y después una voz que le susurró al oído, Glenn Miller es más alegre que Schubert. Tristano se dio la vuelta y sólo consiguió decir, ¿qué haces aquí, de dónde vienes, por qué no has vuelto a América? Te esperaba, contestó Rosamunda… No me lo estoy inventando, escritor, dijo exactamente eso, te esperaba, que es una respuesta insensata porque todo aquello no tenía sentido, y después añadió, voy contigo, tengo que hablarte. En cambio, durante el trayecto no intercambiaron ni media palabra, después se bajaron en la segunda parada, tomaron la carretera que llevaba del pueblecito a la playa y llegaron a la pensión de Taddeo. Tristano entregó el pescado a la muchacha que se encargaba de todo, porque Taddeo no había llegado aún. Marilyn le pidió que cogiera una habitación. Subieron. La Zimmer, como todas las demás Zimmer, era un cuarto enlucido de cal, con las paredes granulosas a imitación de un estilo mediterráneo, de las que colgaban reproducciones de viejas fotografías, pescadores con los pantalones remangados sentados en el suelo reparando nasas. Una puertecita comunicaba con el baño, un tabuco con váter, lavabo y una ducha de alcachofa protegida por una cortina circular de plástico. El ventanal, de cristales correderos, daba a la terracita resguardada por macetas de ligustros, Tristano salió a la terraza y encendió un cigarrillo. Aún no habían dicho una palabra. Marilyn se acercó de puntillas y le rodeó los hombros con sus brazos. ¿Qué quieres?, preguntó él. Te quiero a ti, dijo Marilyn. Tristano se dio la vuelta y la cogió por las muñecas, con el objeto de que no lo abrazase. Rosamunda, dijo, todo esto es grotesco, no puedes hacer como si no hubiera pasado nada, la nuestra es una historia que acabó mal, no hagamos que acabe peor. Contra el murete de la terracita había un banco de jardín pintado de verde. Marilyn se sentó y cruzó las piernas. Ya no me importa nada, Clark, dijo, te lo juro, ya no me importa nada. Pero yo ya no te amo, y ya no me llamo Clark, mejor dicho, nunca te he amado, dijo Tristano. Ni yo tampoco, dijo Marilyn, pero los sentidos son otra cosa, y para ti también, lo sé, lo sé porque lo recuerdo bien. Olvídalo, dijo Tristano, haz un pequeño esfuerzo, a ti se te da bien olvidar. Cenaron bajo el encañado del porche que Taddeo había destinado a restaurante. No había casi nadie, la temporada no había comenzado aún. Taddeo les sirvió en silencio, como si fueran unos clientes cualesquiera. Tampoco ellos hablaron, escuchaban el chapoteo de las olas calmas sobre la playita de guijarros. Cuando él rompió el silencio era casi el alba. Tengo que marcharme a Grecia, dijo, hay una mujer que me espera, estoy enamorado de ella. Marilyn le acarició el pecho. Si te ha esperado hasta ahora, podrá esperar aún un poco más, susurró, y lo abrazó con fuerza, vente antes conmigo, tengo que ir a España, acompáñame, antes te he mentido, estoy enamorada de ti. En el recuadro de la ventana, en la lejanía, pasó una luz, debía de ser un barco pesquero. Tal vez yo también, dijo Tristano, pero sólo con los sentidos, y ahora déjame dormir, estoy cansado.


…Hazme un favor, llama a la Frau, necesito la inyección, si te dice que ya me ha puesto una, pónmela tú… Algo tendrás que hacer, además de limitarte a escribir al dictado mis palabras, haz algo concreto para ganarte esta historia, total después la contarás tú, te convertirás en su autor… pero ahora hazme un favor, llama a la Frau, necesito una inyección, tengo miedo de quejarme y los héroes no pueden quejarse, si acaso, imploran a los dioses, o bien revientan y calladitos, basta con darles en el talón, yo dioses no tengo, y mi talón me llega hasta los cojones, me está royendo, lo has visto… Date prisa, llama a la Frau, que después te cuento una cosa a la manera del viejo Ernesto, ese cabroncete de Ernesto, que en la vida vio tantas cosas antes de apuntarse con una escopeta al corazón, estoy seguro de que te gustará, a ti te gusta la literatura, escritor, como es lógico, llama a la Frau…


Te pareces a Pinocho cuando le duele la tripa, la imitó Tristano, ji, ji. Marilyn soltó dos pequeños sollozos, qué malo eres, dijo, es verdad, he tenido una historia paradójica, porque mi corazón siempre estuvo ocupado por mi amor frustrado por ti, me quedaba sólo un espacio limitadísimo para una compañía masculina, y esa situación paradójica era la única que, paradójicamente, me iba bien, Clark. No me llames Clark, replicó Tristano, ya te lo he dicho, yo ya no soy Clark, ahora soy Tristano, y no comprendo la comparación, Guagliona, pero el hecho es que con Cary follabas a más no poder, y tal vez para ti el amor sea eso, Guagliona, tú has confundido el badajo con la campana, y ahora ¿qué es lo que quieres de mí, un hijo?, es tarde, tienes ganas de desear, mira que el tiempo de la vida no va al mismo ritmo que el tiempo del deseo, en un día pueden pasar cien años, en cualquier caso» búscate a otro, para Tristano el tiempo es cosa ida.


…Me parece que te había prometido un episodio al estilo del viejo Ernesto, no sé si te gusta como escritor, pero antes tendría que hablarte de Pancuervo. Te preguntarás qué es. Es un lugar perdido en España, donde las ranas croan en el campo. Y a donde no va nadie. Pero se cruzó con la vida de Tristano.


…Quién sabe cuándo pasará, dijo la muchacha, aquí en España cierran el paso a nivel como si el tren fuera a pasar a los cinco minutos y después a lo mejor pasa mañana, es un país así. Debe de ser un tren para Pancuervo, contestó el hombre, aunque quizá ya no haya trenes para Pancuervo, kaputt, y tal vez Pancuervo no exista, sea un lugar inventado por ti… El sol caía sin piedad, pero dentro del pequeño café la atmósfera era respirable. La cortina hecha de tapones de cerveza ondeaba en la brisa cálida, produciendo una música de estilo oriental. Pidieron algo de beber, el dueño era un hombrecillo barrigudo, con unos bigotitos que parecían unas cejas tristes. Curioso, dijo él, tiene bigotes de barbero y es posadero, es un bigote fuera de lugar. ¿Por qué?, preguntó la muchacha, ¿es que hay bigotes especiales? Él saboreó su cerveza, claro que los hay, dijo, intenta observar la fisonomía de esta gente, es una lección de antropología, he dibujado en mi agenda los bigotes de las distintas categorías, en este país los bigotes son un universo, por ejemplo, mira a la Guardia Civil, lleva los bigotes de esta manera. Hizo un rápido bosquejo sobre la servilleta. Los abogados, en cambio, los llevan así. Hizo otro. Los jueces así, casi como los abogados, pero distintos. Los catedráticos universitarios así, si están a favor del régimen, y así, si están en contra. Los terratenientes los llevan así, éste es el bigote del gran terrateniente español que apoya al Generalísimo. Este último los tiene así, que en la práctica son iguales a los demás, pero pertenecen sólo al Generalísimo y se reconocen enseguida. Pensándolo bien, la historia de nuestro siglo es una historia de bigotes, el bigotito trunco del alemán, el bigotazo aldeano del ruso… el Duce era glabro, en todo, como los italianos, nosotros sólo somos peludos en el alma, como yo, añadió, pero tú no lo sabes, chiquitaja mía, crees ser más peluda que yo, y eres una colina sin una brizna de hierba. Me gustaría que tú también te dejaras crecer los bigotes, dijo la muchacha, te quedarían bien a tu edad. El hombre sonrió. Así me parecería más a Clark Gable, dijo él, pues lo siento, pero no soy un actor de cine, ya no soy el camarada partisano y ya no me llamo Clark, ¿quieres entenderlo de una vez? Hizo un gesto al dueño, que cabeceaba detrás del mostrador. Dos más, [9] dijo señalando el botellín de cerveza. De todas formas yo ya había intuido que volvería a encontrarte, dijo la muchacha, volvería a encontrarte en esa noche veraniega que preveía en mi carta. ¿Qué carta?, preguntó él, no la recibí nunca. La muchacha tenía un aire vago y la mirada perdida como si siguiera el vuelo de las moscas. Mi carta no hablaba de la noche de junio, cuando me llevaste a la pensión, dijo, allí no hubo un verdadero reencuentro. Y, sin embargo, te follé toda la noche, dijo el hombre, no sé qué más reencuentro quieres. Qué vulgar eres, dijo ella. Por suerte, tú eres la mar de fina, dijo el hombre, ¿y qué? El verdadero reencuentro ha sido esta noche, dijo la muchacha, pero los hombres no entienden nunca cuándo se produce un verdadero reencuentro, vosotros los hombres estas cosas no las comprendéis. Nos falta metafísica, dijo el hombre. Y se echó a reír despacio, procurando contenerse. Clark, dijo ella, por favor. No me llames Clark, dijo él, yo ya no soy Clark, ya te lo he dicho, soy Tristano, así es como me gusta, ahora me llamo Tristano. Tristano es un nombre falso, replicó la muchacha, un nombre artificial, no me gusta, es el nombre de otro, tal vez sea tu hermano, siempre me dices que tienes un hermano y nunca me dices cómo se llama, tal vez sea tu hermano. El hombre sonrió y con el dedo índice hizo unos garabatos sobre el vaho que había formado el frío en el cristal del vaso. Lo has comprendido todo, dijo, yo soy mi hermano. Ella intentó cogerle una mano, pero no era fácil, él quería dibujar en el vaso. Tristano, dijo, ayer me dijiste que puede haber muchas formas y grados de enamorarse, y que la culpa es más leve si nos cogíamos la mitad cada uno. Él dijo una palabrota. Déjate de una vez de vulgaridades, dijo la muchacha, no es propio de ti, sabes, Cary nunca intentó retenerme, me quería mucho, o más bien quería lo mejor para mí, o aquello que yo pensaba que hubiera podido ser lo mejor para mí, había sido víctima de una melancolía infinita, pero tú lo ves todo como una conspiración en tu contra y te vengas a tu manera, y relanzas la apuesta. El hombre rebuscó en el bolsillo y sacó una hoja. Leyó en voz alta, porque Cary nunca intentó retenerme o volver a verme, me quería mucho, o más bien quería lo mejor para mí, o aquello que yo pensaba que hubiera podido ser lo mejor para mí… había sido víctima de una melancolía infinita, un dolor causado por mí, ¿comprendes? Levantó la mirada de la hoja. Perdona, chiquitaja mía, dijo, te estás repitiendo, son las mismas palabras que me escribiste en esta carta, estamos en España, el paso a nivel está cerrado, el tren tal vez no pase nunca y los horarios han caducado ya, y tú, con el horario caducado, me repites por el altavoz un aviso para los viajeros de un tren suprimido, ¿por qué? Porque Cary era infeliz, dijo ella, y entonces yo me enamoré de verdad, he ahí el porqué, para mí era como hallar las raíces que nunca tuve, y él me llamó por teléfono una noche, me dijo ven, por favor, te necesito, para mí era como hallar las raíces que nunca tuve, yo no soy más que una pobre americana dispersa que viene de la East Coast, de una familia pequeñoburguesa, con un padre notario y una madre cretina, tú no puedes entenderlo, Clark. No me llames Clark, dijo el hombre, y deja de contar trolas, tu padre era un siciliano emigrado a Brooklyn a quien los americanos se llevaron consigo cuando desembarcaron en Sicilia porque les aseguraba contactos con los padrinos adecuados, ya sabes lo que quiero decir, os mandaron a ambos con una misión, cada uno con su cometido, y en cuanto a Cary, bueno, no lo sé, es un personaje siniestro, pero es asunto tuyo, tu vida es tuya. Era mi única libertad, dijo la muchacha, y la vida es una sola. El dueño se acercó para limpiar la mesa y espantó a las moscas con un trapo. El tren ha pasado, dijo, se ha detenido y ha vuelto a marcharse, tal vez los señores no se hayan dado cuenta, era el tren de Pancuervo. La libertad es una palabra elástica, dijo el hombre, sabes, Guagliona, me estoy preguntando si con esa palabra entiendes lo mismo que yo, tal vez sí, pero una misma palabra en boca de uno o de otro se convierte en otra. La muchacha miró el reloj que llevaba en la muñeca. Clark, preguntó, ¿tú qué libertad defiendes? El hombre miró por la ventana. El paisaje era árido, le parecieron colinas como elefantes blancos. Hagamos un ya-visto, dijo, no eres tú quien debe abortar, por lo demás mi semen no ha arraigado nunca, y en cualquier caso es tarde, soy yo quien debo abortar, sabes, empiezo a temerme no haber entendido del todo la libertad que defendí, pero me he venido contigo para entenderla mejor, porque tú estás intentando arrastrarme a un asunto turbio, vosotros sois muy elementales, pero no menos peligrosos, sois tan elementales que pensáis que a quien no quiso el comunismo le puede ir bien Francisco Franco, y tengo unas ganas enormes de comprender en qué consiste vuestro plan Marshall, si es de eso de lo que se trata. Personalmente, a mí me ha beneficiado, dijo Marilyn, he encontrado un filántropo, el semen ha arraigado y no tengo la menor intención de abortar, siento cambiar el final de tu cuentecito al estilo de Hemingway. Estoy seguro de que es otra trola, a ti te falta un tornillo, dijo Tristano. Puso unas monedas sobre la mesa. Tal vez lo mejor sea que vuelva a mi casa, dijo, toda esta comedia no me gusta. Ella le cogió de una mano. Tú no comprendes nunca nada, dijo, en los momentos importantes es como si cerraras los ojos, es cierto, es una trola, pero yo te necesito, necesito que me protejas, por favor, Tristano, necesito que tú me protejas.


Qué haces, Tristano, dime, preguntó la Guagliona mirando el mar que se le reflejaba en los ojos. Tristano, con un gesto amplio y liberal abrazó el horizonte. Debería defender la libertad, contestó, la libertad que he buscado y que me es muy cara, [10] pero a decir verdad empiezo a no saber ya qué es, me he embarcado en una aventura que no me atañe, no sé por qué, cuando estábamos en el monte todo estaba tan claro, o por lo menos eso parecía, y ahora ya nada está claro, y yo quiero entender…

Discúlpame, abro un paréntesis, deberías decirle a la Frau que la morfina por ahora no la quiero, pero que sin embargo me hace falta la ergotamina, me está viniendo una cefalea, o quizá la tema solamente, lo más probable es que esté en la cómoda, mira a ver si la encuentras, son unas pastillas… Si tuviera que decirte dónde tenía lugar la conversación que te contaba, y sobre todo cuándo, sería un problema, escritor. Pero es culpa tuya también, no me ayudas nunca en nada, no dices ni media palabra, ni una sola pregunta nunca, es cierto que obedeces a la consigna de cuando te llamé, punto en boca, te dije, tú te vienes aquí, escribes, y punto en boca… pero ahora obedeces demasiado, si yo pierdo el hilo, sal a mi encuentro, a mí los años se me enmarañan y también los lugares, a veces bastaría con una observación, una pregunta, para hacer que recuperara el norte… una ayuda… yo creo que lo haces a propósito, por maldad, a tu manera eres mala persona, te has dicho, este viejo carcamal arrogante me trata con altanería, me concede el privilegio de escribir su vida, pero me trata como a un pobre gilipollas, pues bien, ya veremos si no acaba por rendirse antes o después, si no será él quien me pida una mano o algo de luz para desenredar sus recuerdos… Lo has pensado, ¿verdad?, y ahora esperas que yo gimotee… por favor… por favor, tú, a grandes líneas, mi vida la conoces, digo a grandes líneas, es decir más o menos dónde estaba yo en el cuarenta y nueve o en el cincuenta y cuatro o en el sesenta y siete o en el sesenta y nueve, cuando estalló la primera bomba y hubo la primera carnicería, pues entonces, dado que tienes esas coordenadas esenciales que yo ya no tengo porque estoy confuso, échame una mano. ¿Es esto lo que quieres que se te diga? Pues, por el contrario, no te lo pido… de ti no quiero nada, no me hace falta tu ayuda, me las apaño por mi cuenta, Tristano había dicho que tenía que ir a Grecia, fuera cuando fuese, ¿qué más me da?, y a ti, ¿qué más te da?, lo importante es que Rosamunda le propuso irse a España con ella, le dijo, vente conmigo. Él pensó que la Guagliona estaba haciéndose la graciosa, y entonces se puso a hacerse el gracioso él también, claro que sí, contestó, iremos en un coche de lujo, un Balilla todo blanco, viajaremos por los Pirineos, hará fresco, estarán preciosos y llenos de curvas, y en determinado momento yo me detendré en un mirador desde el que se contemplan unas montañas más hermosas incluso que la Marmolada, donde tu tío de América te llevaba a dar paseos románticos dejándote que te sostuvieras en el alpenstock que tiene en los calzones, y si se me antoja te hablaré de un escritor francés genial y lleno de piojos. Pero si mi tío eres tú, dice Rosamunda, Clark, so estúpido, es que no caes, estás aquí, me estás contando todo porque he venido a escucharte, tienes fiebre alta, pobre Clark, la gangrena te está royendo una pierna, tomas morfina y no te has dado cuenta de que mi tío eres tú… perdona si en estas condiciones me he hecho pasar por tu tío… ¿qué hora es?… ¿estaba diciendo algo?… no te enfades, quizá me haya quedado dormido y estuviera hablando en sueños, la Guagliona a veces me tiende trampas, sabes, me hace preguntas a traición, cree que he perdido el sentido de la identidad, como si yo no supiera que soy aquel Tristano a quien llamaban el comandante Clark y que se convirtió en un héroe… sólo que por un instante había perdido la conciencia y me había hecho pasar por su tío, y estaba a punto de preguntarle que cómo estaba su tío de América, quiero decir el hermoso Cary, porque yo lo llamo el tío de América, y, sabes, la respuesta me la sé de memoria, la Guagliona me contestaría que está estupendamente, que tiene una nueva mujer, y que le ha dedicado un poemilla que ha mandado a sus parientes como Christmas card junto a una fotografía hecha con la Polaroid… ah, escritor, me parece verlos en el Bolilla blanco riéndose como dos cretinos porque Tristano había dicho que el título del mensaje navideño no podía ser otro que mujerona, mujerona, y la Guagliona había continuado, prepárame el caldero que he atrapado a Pulgarcito… Pero no debes creer que todo acabó con una carcajada, nada de eso, no es tan fácil, sabes, la Guagliona quería saber más e insistía en saber quién era aquel escritor lleno de piojos de quien él le había hablado en los Pirineos. Tristano se perdía en vaguedades, diciendo que era uno que había viajado en las tripas de la noche, y la Guagliona, preocupada, no me digas que está a favor de los regímenes totalitarios! La Guagliona daba mucha importancia a esas cosas, cuando la soltaron en paracaídas sobre nosotros decía que lo primero que ves cuando llegas a Nueva York es la Estatua de la Libertad… no me des lecciones, Rosamunda, es cierto, entre nosotros hay una atracción magnética como si fuéramos dos imanes, pero lo demás no existe, tú eres una que dice una cosa pero por detrás hace otra, yo lo sé bien porque desde esta cama mía donde me pudro conozco tu pasado, que será tu futuro que ahora le estoy contando a este escritor, así que dejémoslo correr, y no pongas demasiados reparos, y en cuanto al escritor que he definido lleno de piojos, ten paciencia y escúchame un momento, es sólo cuestión de puntos de vista y hay que mirar todo el conjunto, como este inmenso panorama que tenemos delante… No te lo tomes a mal, amigo, ahora ya no me acuerdo realmente de nada, de verdad, es como si todo fuera blanco, sin embargo, preferiría hablar, porque si hablo me distraigo y pienso menos en la cefalea… me ha venido una cefalea… Hace ya mucho que las tengo, estas cosas… desde que los Abderitas decían que a Tristano se le había ido la cabeza… bueno, sí, se le había ido la cabeza hasta tal punto que le estalló la cabeza, a él le estalló sólo la cabeza, pero quien estalló de verdad fue el muchacho… de las cefaleas no hay nadie que sepa nada, de los síntomas sí, naturalmente, y de las crisis, cómo afrontarlas y aliviarlas, pero por qué se produce la vasodilatación, eso sigue siendo un misterio, parece ser algo neurovegetativo, o psicosomático, como se dice hoy, cuando era más joven me golpeaba incluso la cabeza contra la pared… Escucha, el resto del relato me lo invento, así, por charlar un rato, como ves, soy honesto, te confieso que me lo estoy inventando, pongamos que Tristano dispone el picnic sobre la mesa de piedra que estaba justo en el centro del mirador, bajo dos abetos, frente al horizonte… Ten en cuenta que estamos en los Pirineos… los franceses son geniales, cuando hay un panorama que admirar, construyen una plazoleta donde puedes aparcar, colocan en ella una choza de ramaje, dos toilettes para monsieur y madame, dos mesas de piedra para el picnic, y las familias se detienen para comer y contemplar el panorama francés libre y republicano y todos tan contentos… También Tristano tenía la impresión de estar contento, aunque no tuviera familia, puso un mantel de papel y platos de papel que había comprado en un supermercado de Saint-Jean-de-Luz, eran platos que llevaban frases de escritores célebres o títulos de libros célebres, y los que había comprado llevaban escrito en círculo le meilleur des mondes possibles, en medio del plato estaba dibujado a lápiz el rostro del inventor de los platos literarios, un señor con aspecto de imbécil, con la mejilla apoyada en una mano y un mechón de pelo en la frente que parecía un peluquín. La marca, con caracteres pequeños, en el borde, rezaba, se nourrir de littérature. Guagliona, dijo Tristano, me parece que nos hemos adelantado a los tiempos. Eres tú el que te has adelantado, contestó ella, con el tiempo no es que tengas una relación muy buena, a veces retrocedes, a veces avanzas brincando, no eres coherente. Tristano sonrió, porque el paisaje era ameno, y porque le pareció que éste también sonreía, les sonreía a todos los que pasaban por ahí, lo importante era darse cuenta, Tristano se dio cuenta y devolvió la sonrisa… Estaba cayendo la tarde sobre aquel sonriente valle pirenaico y la luz iba volviéndose azulada, y Tristano, aprovechando aquel aire sereno, dijo que le gustaba tanto aquel escritor lleno de piojos porque también aquel escritor se había vuelto piojo y había chupado la sangre de los hombres y había comprendido que estaba sucia y dijo además que la tarde a él querida le venía, porque sentía debilidad por aquel poema. La Guagliona asintió, porque, evidentemente, la tarde a ella querida le venía también, y después le preguntó por qué le gustaba ese escritor al que llamaba piojo, si era tan negativo y tan sin esperanzas. Y entonces Tristano miró su plato de papel ya algo grasiento con las palabras de Voltaire, verás, dijo, es porque se ha zambullido en la mierda de este siglo que nos ha tocado vivir y para zambullirse en la mierda hace falta valor, mira, cuando lleguemos a España, haré que vivas un comosi, después si quieres te lo lees, pero conmigo lo vivirás sólo como si estuviéramos dentro de una página, ya verás, hay un paso a nivel, un tren que no pasa nunca, una tarde inmóvil y una vida inmóvil, y un hombre y una mujer que están allí bebiendo una cerveza y mirando las moscas, han abortado los dos, él y ella, cada uno a su manera, y tras las barreras del paso a nivel hay colinas como elefantes blancos, un cementerio de elefantes con vitíligo…


…Quisiera evocar este recuerdo pero yace demasiado lejos, apenas recuerdo ya sus ojos, eran, creo, azules… eso es lo que dice el poeta griego… cómo daba en el clavo… escribió poemas sobre la voz y él la perdió… murió de un cáncer de laringe… poemas grandiosos… le gustaban los hombres… si Tristano lo hubiera conocido…, si sus tiempos hubieran coincidido, si no hubiera amado exclusivamente a las mujeres, si hubiera amado sus gustos, a un hombre así lo hubiera amado como quería ser amado aquel poeta, de tanto como lo quería… demasiados síes, las vidas no se rehacen… Pero estaba hablando de los ojos, por suerte todo se vuelve canción cuando llegas al punto de vista de alguien que sólo puede mirar al techo… j'ai la mémoire qui flanche, je me souviens plus tres bien de quelle couleur étaient ses yeux, étaient-ils verts ou bleus?… Una vez a Tristano le llegó una carta, quizá algún día te lo cuente mejor, ahí también había palabras de canción, pero era una carta hecha sólo de voces, como las que escuchaba el poeta griego… E lontano lontano nel tempo forse un giorno negli occhi di un altro troverai un po' dei miei occhi[11]

Ya en el zaguán Tristano lo percibió. Está gañendo, dijo, ¿lo oyes, Rosamunda? Era un día de canícula tremenda, como se dan en España en agosto, y la ciudad estaba desierta. Domingo, todos fuera, lejos de aquel bochorno que impregnaba las piedras y el asfalto, una ciudad fantasma, y fantasmal también el museo, solitario, los primeros cuadros le dieron la impresión de apariciones que flotaban en el sueño. Ohó, dijo él en voz baja. El pasillo central repitió, ohoooooo, acogido por los pasillos desiertos. A él se le vino a la cabeza un pueblecito blanco en la costa, un banquete de bodas, su madre que lo llevaba de la mano, el rostro sonriente de un párroco y su madre que decía, espero que no se lo tome a mal, don Velio, el que no nos casemos en la iglesia, Tristano lo ha querido así, aunque no tenga nada en contra de los curas, no nos hemos casado hasta ahora porque ha estado muy enfermo, estuvo prisionero en Austria y se contagió de gripe española, creía que no volvería, y en cambio regresó algunos años después de que acabara la guerra y así encontró a este hijo suyo hecho ya un muchacho, de todas formas, le estados agradecidos por que haya venido usted a comer, mosén, es muy amable por su parte… Se le acercó un prelado de aire jovial, pero era un prelado pintado, su alegre gordura se había derretido desde hacía siglos. Tristano acercó la boca al oído de la Guagliona, Rosamunda, no te lo había dicho nunca, mi padre se llamaba Tristano y yo no estoy bautizado. Yo, en cambio, sí, susurró Rosamunda, en el monte te parecía una soldado implacable, pero no lo era, porque soy una buena cristiana y sé bien que no hay que desear a la mujer del prójimo. Comprendo que tú nunca la hayas deseado, dijo Tristano, en el fondo eres una buena católica, aunque seas protestante, tú lo que has deseado siempre es al hombre de las prójimas. Avanzaron por la galería desierta, Tristano abría la marcha como un guía turístico sin turistas, y tomó por las escaleras. Saltémonos el resto de los cuadros, dijo, no nos interesan, hoy por lo menos no nos interesan, tal vez algún día vuelvas sola a este museo y veas la belleza, que será tu primavera marchita, pero hoy vamos a ver el perro amarillo, ¿no oyes cómo gañe?, creo que se está muriendo de sed, démosle de beber, quién sabe cuánta gente le pasa por delante todo el año, lo mira con la indiferencia con la que se mira a un perro y no le da ni siquiera esa gota de agua que le haría falta, pero hoy es el día adecuado, no hay ni un alma, y tal vez el guardián de la sala se haya quedado dormido en su silla, si yo fuera el director de este museo impondría que delante del perro hubiera siempre un cuenco de agua fresca, pero los directores de los museos ignoran los deseos de sus cuadros, se limitan a cumplir con su oficio, les importa un bledo que el perro siga sufriendo para siempre, como quiso el pintor… El guardián dormía, como había previsto Tristano. Entraron, y el perro los miró con los ojos implorantes de un pequeño perro amarillo enterrado en la arena hasta el cuello, colocado ahí para sufrir, con el objeto de que se sepa per saecula saeculorum cuál es el sufrimiento de las criaturas que no tienen voz, que en el fondo somos todos nosotros, o casi. La Guagliona lo miró, después se volvió sobre sí misma, apoyó un brazo contra la pared y apoyó en el brazo la cabeza. Es insoportable, dijo, no se puede mirar. Si sólo es un baño de arena, dijo Tristano, el pintor le ha ordenado que tome baños de arena. Te lo ruego, no digas nada más, dijo ella. ¿Es que crees que el electrochoque en los manicomios es mejor?, dijo él, ya sabes, era un perrito extraviado, vagabundo sin duda, hijo de ignotos, deambulaba por las periferias, llevaba un hatillo, un pedazo de pan, dormía dentro de cajas de cartón, no iba ni siquiera al peluquero para perros, en definitiva que estaba realmente out, de modo que el pintor pensó en hacer algo útil para la sociedad y para su príncipe, pasó con el lazo de su paleta, lo atrapó y lo enterró en la arena hasta el cuello, así aprenderás, perro vagabundo, ahora ya no podrás morder a nadie, el barrio se ha quedado tranquilo, los ciudadanos duermen en paz y el monarca es feliz. Era mala persona, dijo Rosamunda, era un pintor malo. No, era bueno, la corrigió Tristano, sólo era malo consigo mismo, era un perro sin collar. El aire estaba viciado en aquella sala, y olía a moho y a los alientos del día anterior. Si por lo menos hubiera aire acondicionado, dijo ella. Haz el favor, Rosamunda, dijo Tristano, ésta es la España de hoy en día, al Caudillo le importa un bledo la modernidad, y otro bledo vosotros, los americanos, él está pensando en defender Occidente del comunismo, como verás que antes o después dirá alguien, qué pretendes que le importe el aire acondicionado, él se contenta con el fresquito de las sacristías. Se sentaron en el suelo. Tristano miraba fijamente a los ojos del perro, la Guagliona lo miraba de refilón, de vez en cuando, Tristano no sabía qué decir, y se preguntaba por qué la había llevado a ver aquel cuadro… Sabes, escritor, si Tristano hubiera tenido el don del vaticinio, le habría dicho que algún día se encontraría con aquel perro, le habría dicho, Rosamunda, algún día reconocerás a este perro, por lo demás no es un perro, es una perra, pero es difícil adivinar el sexo de un perro enterrado en la arena, yo, sin embargo, sé que es una perra… pero Tristano el don del vaticinio no lo tenía, por eso te estoy contando a ti lo que hubiera debido intuir él, porque ciertas señales han de ser comprendidas a tiempo, no cuando uno está muriéndose… ¿Te encuentras bien?, le preguntó Rosamunda. Para morirme, contestó él, para morirme. Pues no lo parece, la verdad, susurró ella, tienes un color estupendo y después de comer has tenido el valor de hacerlo tres veces seguidas, después de haber devorado una bandeja de callos a la madrileña. Tristano le ordenó que se quedara donde estaba, quieta donde estás, Guagliona mía, fue a colocarse bajo el perro amarillo, dobló los brazos y las rodillas como una marioneta a la que han cortado los hilos, un día en un restaurante fuera del tiempo y del espacio me sirvieron el amor como callos fríos, yo le dije amablemente al cocinero misionero que los prefería calientes, que los callos no se tomaban fríos, no me los comí, no quise otro plato, pagué la cuenta y salí a la calle. Pero ¿qué dices?, dijo Rosamunda. Es una de esas cosas que me leía la Frau, contestó él, pero no merece la pena perderse en los detalles, y además he hecho un vuelo pindárico, no tiene nada que ver, hablaba del tiempo venidero, no de la pasada noche. Después se irguió y se puso en posición de firmes ante el perro. Comandante Clark, dijo, te he traído el agua que te faltaba. En el cinturón llevaba una calabaza, de esas secas y vacías que los pastores de Castilla usaban para mantener el agua fresca, la depositó delante del cuadro, retrocedió y saludó militarmente. Vamonos, Guagliona, dijo, se está haciendo tarde, y el guardián querrá cerrar este cementerio.


…Olvidamos que el tiempo existe y no contamos los días de la vida, no hay que hacerlo cuando hemos sido tan necios de no contarlos antes, Mavri, es como sí yo hubiera estado soñando y ahora me despertara y me preguntase dónde estoy, si soy yo, si soy el mismo y por qué… pero no hay porqués, las cosas van por su cuenta, sin porqués, aunque la responsabilidad empiece en los sueños, el dicho antiguo tiene razón, háblame de tu infancia, Mavri, y después, de tus compañeros, de quienes no se despertaron como yo y ahora tienen tumbas desconocidas en los montes, pertenecen al pueblo de los sueños, no sé hablar con ellos… quisiera que tú me tocaras la misma melodía de aquella noche, pero aquí no hay piano y me da vergüenza pedírtelo, sin embargo la oigo sonar en los cipreses, vamos a Cabo Sunio, quiero ver el Egeo desde el templo de Poseidón, tus compañeros ya no tienen pestañas, tienen las órbitas vacías, están tendidos entre los matorrales y alimentan las raíces de los castaños, han estado llamándome mucho tiempo y yo no los oía, Mavri, nosotros nos pertenecíamos sin saberlo, éstas son mis piedras, gracias a ellas he comprendido, las piedras enseñan muchas cosas, tal vez un día vengas conmigo, pero ahora deja que me quede, llévame a Creta, quiero ver la casa donde naciste, no puedes dejarla abandonada, sería como si tu padre y tu madre hubieran muerto dos veces, seré yo quien vuelva a abrir esa puerta, entrarás conmigo, a fuerza de imaginármela la conozco como si hubiera vivido en ella, la llave está colgada de un clavo bajo el porche detrás de una rama de laurel seco, es una llave gruesa y pesada, la cerradura levanta el pestillo de madera al otro lado de la puerta, la primera habitación es amplia, era el molino del aceite, las sillas son de paja, pero cerca de la ventana hay un asiento de piedra cubierto con cojines forrados de telas cretenses, y en medio de la habitación la mesa donde comíais, una enorme piedra redonda que en otros tiempos molía las aceitunas, apoyada sobre otra piedra… será nuestro taller, allí diseñaremos el mundo que queremos, los libros los haremos sobre esa piedra… Mavri, yo no quiero pasarme la vida en las aulas de una universidad o mis noches en el observatorio rebuscando en los cielos, ¿para qué?, ¿para descubrir otros mundos?, ¿no nos basta con éste y cómo lo hemos dejado?… ya sé que a menudo tendrás que dejarme solo, pero cuando vuelvas de tus conciertos me encontrarás sentado allí, ante esa piedra… Oigo una pianola, ¿la oyes tú también?… te digo a ti, escritor… discúlpame, estaba soñando y me ha despertado una pianola, aunque tal vez estuviera soñando con la pianola también y ahora sigue fuera del sueño, es un vals, ¿lo oyes?… No me digas que es una alucinación sonora, sé comprensivo, es un vals en la mayor, lejano, pero se oye perfectamente si uno quiere oírlo… pero si no es una pianola, es un organillo, como los que en otros tiempos tocaban los gitanos en las ferias cuando yo era niño… Para los fuegos de San Juan en la piazza San Nicoló un gitano tocaba un organillo, giraba la manivela y la gente se ponía a bailar… Estas viejas historias ya no le interesan a nadie, pero alabado sea el estribillo pobre que viene del pasado para devolvernos los días muertos… ese péndulo insomne encima de la cómoda está siempre con los ojos muy abiertos, no los cierra ni siquiera de noche, espía todo instante, igual que la araña con las moscas, y el universo está ahí, déjate de galaxias y de años luz, un segundo tras otro, tic-tac, y la hora ha acabado ya… el gitano parte hacia otra feria, pero toca siempre la misma música, ¿hay alguna otra pareja que quiera bailar?… a esos dos los conozco, ella lleva unos zapatos blancos y una falda tableada azul, él ha dejado la chaqueta sobre el respaldo de una silla y se ha remangado la camisa, sácala a bailar… hombre, haz que se ría, no ves cómo le centellean los ojos, en su interior se agitan las luces de la plaza, son farolillos de papel iluminados, ahora ha llegado un tocador de buzuki, es un viejecillo que comprende a los enamorados, ha visto bailar a tantos en su vida, lo ha comprendido absolutamente todo el viejecillo, se ha puesto a tocar Thaxanarthis… claro que volverás, dice la mujer, ya has vuelto, y ríe, le rodea el cuello con una mano y lo atrae hacia ella, la gente aplaude, han formado un círculo a su alrededor, ella le pasa una mano por el pelo y lo besa después, han llegado otros músicos, hay mucha animación, todos empiezan a bailar, un hombre anciano baila solo, tiene los brazos levantados como si aferrara el aire y solamente deja que bailen las piernas metidas en las botas de cuero, ellos se han quedado inmóviles en medio de la multitud que baila, parecen una estatua con dos cuerpos que el escultor ha extraído de una única piedra, tienen los ojos cerrados, la frente apoyada en la frente como si se estuvieran intercambiando lo que piensan, piensan lo mismo, que el barco para Creta zarpa mañana a las siete y el Pireo está de fiesta, para qué regresar a dormir a la ciudad… Conozco una pensión en el puerto, dice Daphne, cuando mi abuelo venía a estudiar a Atenas, se alojaba allí, ahora es de Stratis, uno de mi pueblo, me gustaría ir a saludarlo, me conoce desde niña, creo que se sentirá contento de verme llegar contigo, Tristano.


No es verdad que has echado al moscón, eres un mentiroso como la Frau, ¿es que no lo oyes o crees que me zumban los oídos?, tal vez me zumben también los oídos, pero es un moscón, no me equivoco, échalo de aquí, entreabre un poco las persianas y verás como encuentra la salida, total, la luz no me molesta, cierro los ojos, ¿qué hora es, ha pasado ya el mediodía? Es por la tarde, serán las tres, sí, siento que ya es por la tarde… qué extraño, la tarde se advierte incluso estando en esta cama, la sientes con los oídos, tiene su propia respiración, y con el olfato, con los oídos y con el olfateo, y además hay un gallo que se pone a cantar por la tarde, es un gallo estúpido, para qué canta, cree ser valiente, no lo es en absoluto, es sólo un estúpido y un engreído, había una vez dos hombres en estos montes, eran valerosos ambos, combatían la misma batalla, pero discrepaban sobre el futuro de su propio país, uno era él, estaba detrás de un peñasco y miraba fijamente una flor, las tres brigadas del oeste iban a pasar a sus órdenes, pero antes debía convertirse en un héroe, no es nada fácil convertirse en héroe, un milímetro a un lado y eres un héroe, un milímetro a otro lado y eres un cobarde, es una cuestión de milímetros, él estaba allí, miraba fijamente una flor y el paisaje frente a él era su palestra, ¿vencería el combate o se cagaría en los pantalones?… a veces eso pasa, estás a punto de convertirte en héroe y todo acaba en mierda… Te lo ruego, entreabre las persianas, debe de ser ya de noche, ahora lo comprendo, antes me había equivocado… ¿estás escribiendo?… escríbelo todo con pelos y señales, en otras cosas tienes libertad de escribir a tu manera, pero en esto no, escribe mis palabras… Abre un poco las persianas, deja que entre algo de fresco… a menudo los heroísmos acaban en mierda, mejor dicho, casi siempre, pero eso no debe decirse, no es adecuado para la educación de los niños, y luego cómo te las apañarás para ponerte la mano en el corazón, porque después del heroísmo es necesaria la mano en el corazón, cuando estás frente a la bandera, ahí estás tú, esperas la cruz en el pecho, las autoridades están todas formadas delante de ti… cruz de guerra, no una gilipollez cualquiera… está el presidente de la república con su mujer, dios mío qué pareja, Tristano los mira, por suerte es un documental, es la Settimana Incom, [12] en blanco y negro, y la carencia de color hace la escena menos horrenda, en el palco todas las otras autoridades de la ocasión, el ministro del interior, el de defensa, un general colgado de las medallas que lleva en el pecho, el cardenal, acaso dos incluso, la banda con el penacho, el próximo domingo esta solemne ceremonia del heroísmo patrio será transmitida en todos los cines de Italia, o por lo menos en las grandes ciudades, antes de la conmovedora película americana en la que se dice que mañana será otro día con un trasfondo de atardecer sanguíneo… y el discurso para la Settimana Incom es histórico porque las jóvenes generaciones deben saber que el aquí presente condecorado es, en efecto, un héroe nacional, y ese acto de heroísmo ha sido realizado precisamente por él, pero él no es él, es como el soldado desconocido, representa a los italianos todos, también a nosotros, generales y presidentes que en la Resistencia no tomamos parte, nos representa a todos nosotros, porque jamás el pueblo italiano fue fascista, y en él nos reconocemos, el pueblo italiano siempre combatió contra el fascismo, siempre, eso de ser fascista el pueblo italiano, ni en sueños… Era yo quien soñaba, piensa Tristano, luchaba contra nadie, los fascistas jamás existieron, me los imaginaba yo… el presidente torcido avanza derecho hacia él acompañado por un alto oficial que lleva sobre una bandeja de plata la cruz de guerra, están todos unidos en cohorte, Tristano, no tienes escapatoria, piensa Tristano, ahora huyo, en aquel amanecer de entonces no huí, me quedé detrás del peñasco con la metralleta en la mano pero ahora huyo, o ahora o nunca, huye, Tristano, huye, o dentro de poco serás el héroe de esta gente, igual a ellos, y todo será definitivo e irremediable… Escritor, abre la ventana, de par en par, quiero sentir el frescor de la tarde, porque a mí tan querido me viene la tarde, ¿te lo enseñaron en el colegio?, habrás tenido tú también un profesor mengano que te la habrá enseñado, también a Tristano le hubiera hecho falta algo de fresco, y en cambio sudaba, sentía un calor insoportable, ábreme la ventana, escritor, deja que entre el frescor nocturno, ah, la noche, déjate de atardeceres, la noche sí que debería ser celebrada, pero hacen falta cojones para celebrar la noche, porque la noche trae sueños, y pesadillas a menudo, y es difícil enfrentarse a las pesadillas, más que enfrentarse a los nazis, es allí donde se ve si eres de verdad un héroe, déjame solo, por favor, quiero ver si consigo dormir.


La reconocí cuando no era ni siquiera una figurita en el horizonte, un insecto, porque de aquel insecto reconocí el perfil de las caderas anchas como un ánfora, donde había posado las manos, y el cuerpo, a la izquierda, sobre la colina, había dos columnas jónicas, yo sabía perfectamente que en realidad eran las torres que se veían desde la ventana, pero el pintor que favorecía aquella escena, el que dibuja los sueños, las había transformado en dos columnas jónicas, a medida que se acercaba también sus piernas parecían ahora dos columnas, y una hiedra tierna se encaramaba por ellas hasta cubrir el pubis y él se preguntó si no se habría convertido en un árbol que sin embargo se movía, él estaba en su sudario, en medio de esta habitación que se había abierto de par en par al paisaje, era una idea de habitación y dentro de la idea de habitación había un olivar que sólo podía ser el de Delfos, porque sus troncos eran tan nudosos y antiguos como sólo lo son en Delfos, los lugares que habían cruzado en sus vidas bailando danzas con movimientos inmemoriales de los que no quedan huellas, al son de un caramillo de caña que no oímos nunca y que guía nuestro bailar, él canturreó Thaxanarthis, ella se asomó por detrás de un olivo y dijo, claro que he vuelto, no podía no volver, Tristano mío, te creía muerto, te he buscado por todas las islas, te había escrito una carta y la confié al viento, después una luciérnaga que vagaba por un campo de trigo ya segado me dijo que estabas aquí y de ese modo he venido, Tristano. Es cierto, dijo él, mi amada Mavri, el grano ha sido trillado y las gavillas amarillean en los campos, pero nunca es demasiado tarde para reverdecer los tallos. Y diciendo eso, se levantó de su sudario, ella estaba ya a dos pasos y él murmuró con la cabeza inclinada, ves, la gangrena me está royendo la pierna, la carne está pútrida y el gusano está en el fruto, hace ya mucho que el gusano está en el fruto. Estaba desnudo, sólo con un pañuelo al cuello, como lo llevan los segadores de los llanos. Tristano, dijo ella, reconozco tu picha, no estás aún del todo deshecho, tal vez quede todavía algo de tiempo. Daphne, dijo él, qué notarial es la vida de los hombres, estoy aquí in artículo mortis. Sin embargo, a mí me gustas de todas formas, dijo ella, aunque tengas gusanos en las piernas, tu tronco está sano y en él late aún el corazón. Se tumbaron en el paisaje que se convirtió de inmediato en una llanura ancha y cálida, sobre las colinas comenzó a dibujarse la luz anaranjada del atardecer que proyectó la sombra del templo jónico hasta el vientre de ella. Sabes, Daphne, dijo él, me había olvidado de un contraluz, una vela que tenía siempre encendida en una casa a orillas del mar, y tú una noche pasaste por delante como si caminaras por el aire del recuadro de la ventana, es el recuerdo más importante de mi vida y me estaba olvidando de él, ¿te acuerdas de aquella casa donde vivimos, las habitaciones vacías, el piano en el piso de abajo, el rumor de la resaca, el olor a algas que yo llamaba olor a aldas porque la mujer que venía a ocuparse de la casa se llamaba Alda? Ella no contestó, su respiración se había hecho apresurada al oído de él como un jadeo, aquí estoy, dijo como decía en ciertos momentos, aquí estoy, Tristano, abrázame fuerte, y precisamente entonces el faro al otro lado de la costa se encendió, en el llano era ya de noche, pero por suerte el faro se había encendido y no había por qué tener miedo de nada.


…¿Conoces ese poema donde hay una madre vestida de negro que llora sobre el cadáver de su hijo asesinado en la plaza? ¿Te lo he preguntado ya? Me lo leyó el otro día la Frau… te has ido un día de mayo, dice, la fuente se ha quedado sin agua, te auguro un agua eterna… y después dice que suelta sus cabellos blancos para cubrir la flor marchita de aquel rostro… Las doce y media de la noche, han pasado deprisa las horas, aunque no sean las doce y media, trato de adivinarlo, fue a las nueve cuando la Frau encendió una lámpara, y yo me quedé aquí, inmóvil y sin hablar, y con quién hubiera podido hablar, yo que vivo solo ya en esta casa… ¿has visto lo bien que se adapta a mí este poema?… parece escrito a propósito para mí, como si quien lo escribió supiera… pero no es cierto que no tengo ya a nadie, puedo hablarte a ti, aunque tú escuches y nada más, y esto ya es algo, es ya mucho… Gracias.


Lo ves, escritor, voy y vengo por el tiempo, es que estoy vagando, no sé ya lo que es el ahora y el entonces, no los distingo, hasta tal extremo que se me viene a la cabeza Papee, pero ¿quién era Papee, lo habré conocido alguna vez? Quizá sea el personaje de alguna novela que leí en mi vida, un buen chico que luchó por la libertad de su país, en Burundi o en un sitio parecido, y la memoria lo arrastra todo a la vez, en las mismas aguas, pero para ti hay una ventaja, te estoy enseñando que el tiempo del reloj no marcha a la par que el de la vida, y si alguna vez tienes ocasión de discutir sobre ello puedes decir que esta verdad te la enseñó un viejo que se estaba muriendo y que se paseaba a su gusto yendo y viniendo por el tiempo, y habrá a quien le parezca un truco, porque no le importa comprender, creerá que todo es un truco, y que la memoria… Son pocas las memorias que nos quedan, escritor, los comentarios de César, las confesiones de Agustín, algunos de profundis, como el de Molly, ése también es un de profundis del útero, pero lo escribió un hombre, y también el mío es un de profundis… sabes, escritor, cómo me gustaría tener un útero, ahora, quisiera ser una mujer, una mujer joven, hermosa, fecunda, con la linfa que le circula por el cuerpo, sería precioso… y que es elevada por la luna como las mareas, una mujer que fuera el origen del mundo, y en cambio tengo dos cojones secos que la gangrena está royendo, y estoy aquí contándote viento.


Rosamunda, Rosamunda, che magnifica serata, sembra proprio preparata da una fata delicata, mille voci, mille luci, mille cuori strafelici, sonó tutti in allegria, oh ma che fe-li-ci-tá… Escritor, todo mi corazón es para ti, escritor, yo no pienso más que en ti… Sabes, es realmente curioso, te había llamado y pensaba sólo en mí, en ti no pensaba en absoluto, y desde que estás aquí, aunque no hayas dicho jamás ni media palabra, he empezado a pensar en ti. Por el mero hecho de que me estés escribiendo. Y a veces me parece como si tú fueras en cierto modo yo, así que me pregunto si lo que te cuento es mío porque lo cuento yo o es tuyo porque lo escribes tú… Las cosas ¿pertenecen a quien las dice o a quien las escribe? ¿Tú qué crees? Piénsatelo cuanto quieras, total a mí qué narices puede importarme, llegados a este punto.


Tú y yo tenemos que llegar a un pacto. Lo he estado pensando toda la noche… en el sentido de que yo también tengo algo que pedirte, por lo que, pensándolo mejor, es más bien un trueque. Pero antes tenemos que poner las cosas en claro, porque no quisiera que tú te convencieras de que he sido yo el que te ha pedido que vinieras… fuiste tú, lo sabes mejor que yo, yo te silbé y tú acudiste de inmediato porque no esperabas otra cosa… se te hacía la boca agua… discúlpame por no decírtelo hasta ahora, los acuerdos deberían estipularse desde el principio, como se hace entre caballeros, un apretón de manos y si se está de acuerdo, trato hecho, pero es que me lancé a contarte cosas y me distraje un poco, aunque quisiera habértelo dicho desde el principio, créeme… Pues verás… la propuesta es que quisiera que a cambio tú dijeras una cosa… me interesa que nos pongamos de acuerdo porque a vosotros los escritores os conozco bien, a la hora de la verdad la narración acaba por arrastraros, se impone, os parece que una cosa como ésta no tiene nada que ver con todo lo demás porque rompe el ritmo, y adiós muy buenas… Esta historia la cuento yo pero la escribes tú, y ¿quién me garantiza que en tu libro meterás algo que podría parecerte insignificante y que para ti no tiene nada que ver con todo lo demás?… Pues tiene que ver, tiene que ver y mucho, y por eso es necesario que nos pongamos de acuerdo, yo te cuento lo que he prometido contarte, pero tú debes escribir ese detalle, porque las cosas escritas tienen un valor distinto, eso dicen… y especifica bien que lo ha pedido un héroe nacional, no un fulano cualquiera, uno con la cruz de guerra en el pecho, y quién sabe si eso no les causará a los ingleses un cierto efecto, los ingleses aprecian el heroísmo, lo han practicado sin contención, y si no hubiera sido por ellos cuando Tristano estaba en el monte… eso puedes escribirlo, que Tristano los admiró sinceramente, en aquella ocasión… en otras ocasiones, menos, y me refiero a otras cosas que han hecho en otras partes, y no es necesario irse demasiado lejos, basta con pensar en el país de su Daphne, allí apoyaron a ese fascistón del mariscal Papagos, y a los griegos les dieron un nuevo caudillo y un nuevo rey, después de Metaxas, es así como los ingleses conciben la democracia en casa ajena… Pero vayamos al grano… personalmente, yo no sabría encontrar la fórmula idónea, pero las palabras adecuadas son tarea tuya, hace falta tacto, diplomacia, en caso contrario, qué clase de escritor serías… El problema consiste en los mármoles del Partenón… es eso lo que Tristano quisiera que tú pidieras, los mármoles que un lord inglés que estaba de embajador en Turquía cuando los otomanos sojuzgaban Grecia hizo desollar del Partenón para llevárselos a Gran Bretaña, como alguien que se encontrase en una carretera desierta a una señora desmayada y le arrancara el collar para llevárselo a su mujer… Eso precisamente, desollarlo, ésa es la palabra, escritor, los peones de aquel bandido le dieron al pico y a la maza… hace muchos años leí la descripción detallada de uno que asistió al estupro, pero prefiero ahorrártela… Verás, no es que se cogieran un cuadro, que está bien en cualquier pared, robaron un paisaje… los defensores del robo sostienen ciertas teorías… qué sé yo, que los frisos en el British Museum están magníficamente iluminados… como si el sol de Grecia fuera menos luminoso que las luces de neón inglesas… o bien que cuando el lord se los llevó, no eran ya los frisos del templo originario, dado que los otomanos lo habían transformado en una mezquita… bonito razonamiento, pero los otomanos sólo habían cambiado su contenido, que es cosa nimia, qué cuesta sustituir a un dios por otro, no habían cambiado en absoluto el continente… qué simpáticos, ya me gustaría verlos, a estos brillantes teóricos, si se encontraran los pináculos de su abadía de Westminster en el museo de Atenas… El lord en cuestión se llamaba Elgin, Lord Elgin, escríbelo, no sea que los ingleses vayan a confundirlo con cualquier otro lord, con todos los lores que hay en Inglaterra… En definitiva, escribe que Tristano deseaba que restituyeran esos mármoles a su legítimo propietario, que es un templo sublime que, de no haber sido construido por Atenea, ellos ni la cámara de los lores tendrían y aún se dedicarían al pastoreo… y si acaso, recuérdales a Byron, que por estas cosas murió allí, tal vez les haga efecto, quién sabe… Y si quieres, añade que además de la diplomacia normal, que plantea sus justas peticiones, aquellos mármoles ya los había pedido un gran poeta a quien sin embargo no conocía nadie, porque vivía como un don nadie en habitaciones de alquiler, el señor Kavafis, y que Tristano se permite repetir la amable solicitud de aquel poeta, desde aquella solicitud ha pasado un siglo, hasta los oídos de los ingleses debería de haber llegado… Pues eso, la propuesta es ésta, yo te cuento lo que quieres escuchar, y tú me escribes el deseo de Tristano, en mi opinión sales ganando… ¿De acuerdo? Si estás de acuerdo, me fío, es un pacto a la manera antigua, entre caballeros… un pacto verbal… pero entre nosotros todo es verbal, todo está hecho de palabras, ¿no?, un gentlemen's agreement, como dirían los ingleses… Si estás de acuerdo, aquí está mi mano, todavía sé estrechar una mano, y para ti sería la primera vez que me tocas.


¿Sabes lo que quiere decir cefalea? No te estoy hablando de jaquecas, o de dolor de cabeza, es otra cosa, sabes, es otra cosa, es muchas cosas a la vez, y no es fácil dar con el sentido de algo que es muchas cosas a la vez… Para empezar es un pequeño sonido, porque empieza así, un extraño timbre que es como un silbido o un lamento agudo, un sonar, llega desde muy lejos, desde los abismos, y tú lo percibes, y de repente se dibuja el contorno feroz de las cosas, como si ese silbido se hubiera introducido en la vista, aguzándola, distorsionándola, y te parece como si tuvieras un prisma en lugar de los ojos, porque los contornos, las aristas, los objetos han aumentado su existencia en el espacio, se han dilatado, han cambiado de geometría, y al cambiarla ya no significan lo que significaban, por ejemplo, ese armario del fondo se convierte en un cubo, un cubo y nada más, no tiene ya el sentido de armario, y en ese momento todo se tambalea, el espacio se hincha como una marea y llega el vértigo de la cefalea, como un fuelle que respira y sobre el que estás sentado, te tambaleas, tienes que sentarte, y el suelo se vuelve líquido, y a tu alrededor respira un pulmón que te parece el universo entero, mejor dicho, dentro de ti, y tú estás encima y al mismo tiempo estás dentro, eres una mota de polvo que fluctúa en los alvéolos de un pulmón monstruoso que se dilata y se encoge en cada vaharada, y tú te aprietas las sienes, procurando contener las oleadas que te han estallado en la cabeza, como una tempestad en la que te ahogas, ésa es la cefalea… La primera cefalea le vino a Tristano un diez de agosto, le han pasado muchas cosas en agosto a Tristano, su vida está marcada por agosto, hay hombres así, es Urano, Saturno, tantas cosas, de muchas me he olvidado, pero de ésta no, es imposible, el diez de agosto es el día de san Lorenzo, cuando se precipitan las estrellas, tal vez le cayera una justo sobre la cabeza, un meteorito, pero no era de noche, era el mediodía, y él estaba en esta casa precisamente, a la que había vuelto para no hacer nada, bajo la pérgola, y miraba absorto un racimo de uva verde contando sus granos como si fueran los años de su vida, un grano un grano un grano para ti, decía en voz baja como en una cantilena idiota, y los granos eran ya muchos, y en aquel momento percibió un silbido extraño que no había oído nunca antes, el racimo de uvas dejó de ser un racimo de uvas, el aire se resquebrajó surcado por grietas, la náusea se le subió a la garganta, y tambaleándose como si la terraza fuera la toldilla de un navío batido por el oleaje, llegó hasta su habitación, cerró los batientes, se arrojó a la cama y aferrado a la almohada partió para el primero de los viajes maléficos que habrían de acompañarlo largo tiempo, cruzando miasmas, nubes llenas de langostas, en una deslumbradora extensión de nada que es igual en cualquier dirección… Él había muerto el día anterior, sabes, había saltado por los aires con sus instrumentos de muerte, su muchacho, amado más que a un hijo… maldito.


…Ciertas noches, a veces, miraba las luces del llano y pensaba en los tiempos idos, en aquellos días en los que se jugaba el futuro de su país, en los montes… todos contra nazis y fascistas, de eso no cabía duda, pero el futuro era otra cosa. Futuros, ahora lo sé bien, hay muchos, podría haber muchos, como el espectro de colores, matices aparentemente, pero te parecerá poco, con un matiz del azul pasas al añil, y después al violeta, y el azul es una cosa y el violeta otra, te parecerá poco, intenta vivir en un matiz, verás qué intensidad… Pero él, en aquel tiempo, entendía el mundo de forma binaria, ya sabes, la naturaleza nos ha acostumbrado a lo binario, y nosotros nos hemos dejado convencer como unos estúpidos, blanco y negro, frío y caliente, masculino y femenino. En definitiva, o así o asá. Pero ¿qué razón hay para pensar que la vida deba ser así o asá?, ¿te lo has preguntado alguna vez, escritor? Yo creo que te lo has preguntado, y tal vez sea por eso por lo que te he llamado. Pero él, en aquel tiempo, el futuro lo veía dividido en dos, porque pensaba que la historia estaba dividida en dos, qué idiota, no sabía que la historia la hacemos nosotros, nos la construimos con nuestras propias manos, es una invención nuestra, y podríamos hacer otra, sólo con quererlo, sólo con no dejarnos convencer por la historia de que ella es así o asá, sólo con tener la fuerza de decirle, señora historia, usted no es nada, no se haga tanto la arrogante, usted no es más que una hipótesis mía, y si no le importa, ahora me la invento como prefiero. Pero para decir eso es necesario ser viejos, e inútiles, casi cadáveres como lo soy yo, cuando comprendes que ella era una ilusión, un fantasma, ya no puedes hacerla, ya ha sido hecha. La historia es como el amor, es una música, y tú eres el músico, y mientras la tocas eres de una habilidad enorme, un intérprete que sopla a pleno pulmón en su trompeta o rasga con arrebato las cuerdas con su arco… magnífico, una ejecución perfecta, aplausos. Pero no conoces la partitura. La comprendes después, mucho más tarde, cuando la música se ha desvanecido ya… Para él, entonces, sólo había dos futuros posibles. El primero lo conocía demasiado bien incluso, porque conocía el país que lo había inventado, pero en Italia eso no podía decirse, un futuro hecho de días cenicientos, guiado por un comité político que concebía a las personas no como individuos, sino como engranajes de una maquinaria superior a ellos, pequeños dientes de pequeñas ruedas insignificantes que molían para la gran rueda, para una sociedad sin clases en la que todos íbamos a ser iguales, con ideas iguales y esfuerzos iguales y felicidad igual y destinos iguales. ¿Quieres un poco de felicidad, la que te corresponde, camarada?, ¿tienes el carné del partido?, ¿tienes la cartilla de racionamiento de la felicidad colectiva?, muy bien, ¿cuántos sois en vuestra familia?, cuatro, veamos… veamos… cuatro, tú, tu compañera y dos hijos, bien, bien, camarada, bien, bien, ¿has traído la cartilla de tu mujer?, bien, bien, ¿y la de tus hijos?, bien, bien, me parece que todo está en orden, camarada, tienes derecho a cuatro porciones de felicidad, firma esta hoja y déjame que ponga el sello, eres un buen camarada y el gran camarada que a todos nos acompaña en la conquista de la felicidad aprecia a los buenos camaradas como tú y desea para ti la felicidad necesaria, la justa felicidad para un mundo justo como el que estamos construyendo, un mundo justo para una sociedad justa hecha por camaradas justos como tú, querido camarada, eso ha dicho el gran camarada en su último discurso, habrás escuchado sus palabras, iban dirigidas a los buenos camaradas como tú que, trabajando por una sociedad justa, se merecen sus justas porciones de felicidad, pero ¿qué más quieres, camarada?, ya te he puesto el sello del comité político, todo está en regla, todo como es debido, vuelve a tu laboriosa casa, lleva a tus camaradas familiares el saludo fraternal del gran camarada y deja de tocarme los cojones, ¿qué dices?, ah, que combatiste en los montes, que mataste tú solo a un pelotón de fascistas, eres un héroe, camarada, pero por tu heroísmo ya te fue asignada una medalla, si no me equivoco, perdiste incluso dos dedos, se te quedaron encajados en la ametralladora, es inútil que me enseñes la mano, está escrito aquí en esta hoja, esta hoja es más importante que tu mano, camarada, pero las pelotas no las perdiste, querido camarada, perdona por la familiaridad, pero entre camaradas podemos permitírnoslo, los camaradas valerosos como tú las pelotas no las pierden, ya lo sé, ya lo sé, en la arena había dos gladiadores, uno era fuerte, vigoroso, agresivo, pero el otro era valiente, con una sonrisita maliciosa que hacía que se pareciera a un actor americano, ciertos gladiadores son fuertes, pero estúpidos, camarada, avanzan sacando pecho, se pavonean, y acaban por perder las pelotas porque son estúpidos, y en cambio tú eres valiente, camarada, y eres astuto, sobre todo astuto, pero camarada, no exageres con tu astucia, porque nosotros de ti lo sabemos todo, sabemos que te has ido a vivir a una ciudad monumental, ¿no serás algo esteta?, sabemos que tienes una buena esposa, pero que no te basta, camarada, dices amar la justicia y la libertad, a ver si vas a resultar algo burgués, perdona la franqueza, pero me pareces algo burgués, ya sabes, la ideología libertaria al principio era revolucionaria, pero si tú la practicas a escondidas resulta pequeñoburgués, y nosotros creemos sobre todo en la familia, porque la familia es el núcleo revolucionario de una sociedad revolucionaria, camarada, no quisiera que le dieras un disgusto al gran camarada, porque él está en vela por todos nosotros, no duerme más que dos horas cada noche, porque tiene que encargarse de todos nosotros, él en sus noches insomnes y febriles, desde su ventana, que da a la inmensa plaza donde ha convocado el desfile militar dedicado a los veteranos como tú que han salvado la patria, pues bien, él, camarada, desde su ventana te mira, él sabe que al amanecer de aquel día crucial para nuestra patria tú te cargaste a un pelotón enemigo entero, lo sabe mejor que tú, camarada, pero disculpa, camarada, ¿tú cuántas horas duermes cada noche?, ¿siete horas?, siete horas son muchas, camarada, es una noche entera de descanso, él duerme una hora cada noche, dos como mucho, no querrás dar un disgusto al gran camarada, camarada, siete horas de sueño es una buena ración, nos hemos enterado de que escribes poesías, y nos alegramos por ello, pero cuidado con el intimismo, conocemos bien a los poetas intimistas, dan idea de pasado, cuidado con beber demasiado pasado, camarada, podría subírsete a la cabeza, y ahora ya puedes recogerte a tu operosa casita donde tu compañera te espera, vete en paz, camarada, y no des más la lata…


…Y después dice… he visto otros enigmas como flores abiertas en el vacío, faldas vacías que reclamaban cuerpos convertidos en aire, y he visto el corazón de una muchacha olvidado en una jaula, excrementos de león, el circo estaba lejos, y el tiempo era una fortaleza defendida por muros de piedra y de estupor, y sobre aquellos muros se había posado una paloma ciega, pero ¿cómo descifrar lo que los héroes no cuentan?, ¿cómo vencer al mar si la navegación es libre pero está prohibido construir barcos?…


Me había vuelto a acordar del martirio de la Frau, pero a ti te importa un bledo. A mí sí que me importa, pero desearía la llovizna de marzo, y en cambio es agosto, dice ella, y no hay nada que hacer. Y tiene razón…


…Estoy cansado pero no he terminado, déjame descansar un poco pero no te vayas, quédate, abre bien las orejas, es importante, porque había también otro futuro además del que te he explicado, y Tristano tenía que tomar una decisión. Y en el otro futuro estaba simplemente la libertad. Que no es asunto baladí. El paisaje se presentaba así, en aquellos montes, ¿comprendes?… el bosque tiene dos senderos que se bifurcan, y Tristano está en el medio de ese paisaje, y tiene el fusil encañonado, pero su fusil no tiene más que una mira, dispara en una sola dirección, obedece a las leyes de la balística, y la balística no es una hipótesis, porque depende de la geometría, y con la geometría, mi querido escritor, no hay nada que hacer, si un ángulo es agudo, es agudo, y si es obtuso, es obtuso, y no serán tus deseos los que modifiquen la apertura de los ángulos, y se trataba precisamente de una bifurcación, y Tristano estaba en la encrucijada, y el problema se bifurcaba precisamente en la mira de su fusil, aprietas el gatillo hacia un lado y estás con la sociedad sin clases que sofoca tu persona, lo aprietas hacia el otro lado y el mundo sigue como ha sido siempre, hay quien vive bien y hay quien vive mal, y qué se le va a hacer, pero estás con la libertad… Se trata de dejar seca a la una o a la otra, y Tristano debe elegir. Y tú sabes lo que escogió, porque tú sabes lo que es la libertad, tú eres un intelectual liberal, y te importan mucho tus ideas, por eso te inspiraste en la entrevista que a Tristano le robó una sola vez un periodista astuto, unas cuantas palabras, pero de las que tú sacaste una novelita, discúlpame, se me ha escapado la palabra de la boca, habría que decir una novela corta, y naturalmente es una estupidez medir con el metro las novelas, como si la cantidad significara algo, seré sincero, valen más tus ochenta páginas que ciertos ladrillos que se venden al peso, parece casi como si estuvieras tú también junto a Tristano, allí arriba, en los montes, aquel día, mejor dicho, eres tú quien encañona el fusil, elige la dirección, apunta, dispara. Pum. Has escogido la democracia. Muy bien. Has tomado la misma decisión que Tristano, por eso entraste tan bien en su piel, pero qué poder de mimesis, pareces el mismo Tristano, en mi opinión, Tristano eres tú, no sé por qué estoy aquí hablándote de él, Tristano eres tú, has escrito en tu relato exactamente lo que él hizo, eres tú quien padeciste su dilema, lo sufriste en primera persona, porque posees el don de la escritura, por eso te he llamado, en esas pocas páginas tú fuiste Tristano, un perfecto Tristano, un objetable Tristano, un inapelable Tristano, como él no consiguió serlo en toda su vida… Qué curioso, tú, en unas cuantas páginas, fuiste capaz de ser lo que una persona de verdad no fue jamás en toda su vida, por eso tu novela ganó incluso un premio, es justo, la verdad debe ser premiada, porque la verdad es concreta, como decía aquel poeta de crisma hirsuta, y la verdad es aún más concreta cuando se convierte en escritura, negro sobre blanco, ésa sí que es verdadera, la verdad se escribe y se suscribe, tú también, como Tristano, sabías lo que era la libertad que ibais buscando y que por fin encontrasteis, porque me es tan cara, la libertad, claro que sí, y tú lo escribiste negro sobre blanco, y ésas son tus palabras, la palabra es sagrada, por eso debe ser libre, pero verás, mi querido amigo, hay un detalle en el que no has pensado, y este detalle escríbelo, porque te he llamado aposta a mi cabecera, y tú has venido aposta a mi cabecera porque eres un curioso, para escribir la verdadera vida de Tristano, y quisiera decirte ese detalle… Pues verás, si un día una de esas criaturas que ves en el televisor de tu salón, una de esas criaturas que se han quedado en la piel y los huesos, con la tripa como un tambor y los ojos llenos de moscas, saliera de tu televisor y se materializase ante ti, ¿sabes qué deberías decirle para merecerte de verdad el premio que has ganado? ¿No lo sabes? Ya te lo digo yo lo que tendrías que decirle. Tendrías que decirle, habla, amigo, habla, tú eres un hombre libre, tu palabra es sagrada y nadie puede destruir tu palabra, es ésta la verdadera libertad, por eso es por lo que nos hemos batido desde siempre todos nosotros los que amamos la libertad, para que tú puedas hablar, para que tú puedas expresar tu espíritu libre, habla, mi civilización te lo permite, tú estás aquí para hablar, debes hablar, abre la boca, espanta las moscas de la boca y habla, no me mires con esa mirada embobada, hazme el favor, olvida por un momento que estás desnutrido, que tienes esas estúpidas enfermedades, por favor, habla, olvida por un momento que tienes un solo riñón, es resabido, el tráfico de órganos… y, además, un riñón de menos no es nada en comparación con la libertad de palabra, no desaproveches la ocasión… tu país está para el arrastre, es un infierno, pero sirve de paraíso fiscal para nuestros países… es un problema, lo reconozco… nuestras industrias os depredan, se llevan todas las materias primas… es otro problema que se plantea el mundo libre… el mundo libre apoya a un dictador que ha masacrado a miles de ciudadanos, mejor dicho, es el mundo libre el que lo ha aupado al poder en lugar de un presidente democráticamente elegido… sobre este punto algunos de nosotros, entre los cuales me cuento yo también, no estamos totalmente de acuerdo, y es por eso por lo que te invito a hablar, habla, es por eso por lo que has venido al mundo, para hablar, la palabra es sagrada, eres libre de hacerlo, puedes creerme, yo soy un escritor, no uno cualquiera, y los escritores saben bien lo que significa la libertad de palabra, eres libre de hablar como yo, te lo dice uno que escogió la libertad, que defendió la libertad, deja de hacerte el catatónico, habla, es una oportunidad única, aprovéchala, tal vez no tengas más oportunidades, no creas que después te invitarán al programa televisivo donde se establece qué es realmente la libertad, allí tú no estás invitado, pero aquí estamos cara a cara en el salón de mi casa, ya me ocuparé yo de referir tus palabras, una palabra por lo menos, y si no sabes decirla en tu idioma, que tal vez sea un idioma en el que esa palabra no existe, dilo en inglés, que así lo entiende todo el mundo, se dice free-dom, repite conmigo, free-dom, ¿entendido?… Díselo así, escritor. Y ahora, hazme el favor, vete a dormir, que quisiera dormir yo también, estoy cansado, me alegra que la Frau te haya dado una habitación con vistas, son bonitas esas torres en el recuadro de la ventana, son torres antiguas, ¿has visto cómo flotan en la canícula matutina?, parece como si quisieran desprenderse de la tierra y elevarse hacia el cielo, son torres ambiciosas, las construyeron en el medievo, date cuenta, en el medievo, medievo quiere decir que estaba en medio de algo, en tu opinión, ¿en medio de qué estaba?, ¿en medio de lo que había antes o de lo que somos ahora?, ¿habrá algo en medio entre lo uno y lo otro? Ha caído la noche, de eso me doy cuenta, porque la luz la percibo todavía y también sus gradaciones, conozco las gradaciones de la oscuridad, debería decir… ¿Tú conoces las gradaciones de la oscuridad?


Hoy he encontrado otro tema, a propósito de la transmisión de la carne. Estoy en vena filosófica, escritor, me siento realmente en forma, como filósofo. La transmisión de la carne. ¿Tú la has transmitido? Estoy seguro de que sí, ojalá, y con más de un útero, es lo que hacéis vosotros, los escritores modernos, os cogéis una mujer, le hacéis un hijo, le dedicáis un libro, porque una mujer es una mujer una mujer… y después acaso os cogéis otra… otro hijo, otra dedicatoria, al estilo del polinizador… y entretanto las imprentas trabajan… y el registro civil… porque no podemos dejar que se extinga la raza humana… la estirpe de Caín merece ser transmitida… y también los libros que ha inventado, en caso contrario, ¿de qué serviría el globo rodante sobre el que vamos de paseo por el espacio?… La transmisión de la carne sirve para dar sentido a la rotación alrededor de un eje sobre el que gira este planetita del que somos condóminos, pero no te hagas ilusiones, el mundo no da vueltas, es sólo la idea de un científico ateo que se fió de una ilusión óptica, todo está inmóvil, todo está inmóvil desde el principio, en el sentido de que todo está tal cual, Tolomeo era un genio, todo está fijo, como fue creado o como estalló por sí mismo, todo nació y quedó inmóvil, somos nosotros quienes pasamos y creemos que todo sigue nuestro deambular, pero todo está detenido desde la noche de los tiempos, inmóvil como este mediodía, que está inmóvil desde la noche de los tiempos tambien, ¿oyes las cigarras, sientes el calor que entra por las persianas y esa luz que nos invita a cerrar los párpados para abandonarnos al océano inmóvil que finge estar moviéndose? Eppur si muove… Pura ilusión. No se mueve nada, el mediodía está inmóvil, era, fue y será así. ¿Cuántos días han pasado desde que viniste a escribir esta voz mía, cuántos días de este agosto? No, no, déjalo correr, de este mes no pasa, dijo el médico, así justamente se lo susurró a la Frau en el pasillo, lo oí, los moribundos tienen el oído fino, de este mes no pasa… Estábamos a principios de agosto, un domingo, de eso me acuerdo bien porque empezaron a ponerme morfina, la morfina es tolemaica, tiende a la inmovilidad del todo, cristaliza, transforma el tiempo en fruta escarchada… Vamos al grano, Tristano no siguió el recorrido obligado de la transmisión de la carne, no quiso continuarse a sí mismo en otro, a Rosamunda le esparcía el semen sobre el vientre, y a su verdadero gran amor, aquella a quien hubiera querido dar su semen, a su Mavri, la había abandonado en una isla del Egeo, estoy hablando metafóricamente, ya se entiende, abandonada, como hizo Teseo con Ariadna, sin saber bien por qué, tal vez porque era un imbécil, como Teseo, sigo hablando metafóricamente, eso el mito no lo dice, pero te lo digo yo, Teseo era un imbécil. Y a veces uno hace exactamente lo mismo y no sabe por qué, lo hace y ya está, y después se pasa la vida con remordimientos de conciencia, dándose cabezazos contra la pared o contra el palo de un viñedo, como le sucedió a Tristano…


…Salía al huerto de noche, erraba por los campos y por los viñedos, se tendía en la tierra desnuda, con los terrones se cubría la frente en una señal de luto completamente suya, y algo de tierra se la metía también en la boca, miraba en lo alto el firmamento, tumbado inmóvil en medio de los campos, cadavérico, aunque a veces levantara los brazos y los extendiera hacia la luna, oh, luna, gañía, luna, me oyes, graciosa luna, me percibes tú que vagas silenciosa por los cielos y te posas después, luna, escucha, qué vagar podrá consolarme, ahora que mi horizonte estará hecho de horas interminables y mi tiempo no ha acabado aún, luna, mi tiempo se ha estropeado, luna, si yo muriera no sería nada, mi rama está seca, las estaciones han pasado y sin embargo ha muerto la flor, ¿por qué, luna, por qué?, tú que haces crecer la linfa en los tallos e hinchas los océanos, luna que fermentas a los seres que están sobre la tierra, luna de pergamino que tocas el violín, luna de cristal, de azafrán, luna, puedes hacer un sortilegio, ¿hay algún lugar en el mundo en el que, invocándote como lo hacían los sacerdotes antiguos, puedas hacer renacer el tallo tronchado?, oh, poderosa Proserpina que dominas las riberas del averno, restitúyeme la vida que tu marido cojo me ha robado, lo custodia en su fragua, era un niñito alegre que yo llevaba a hombros jugando bajo la pérgola, y él cogía las uvas riendo, cuánto lo amaba, como a un hijo, en él estaban los días que no habrían de ser míos y no se me parecía en el color de la piel, demasiado ambarina, ni en los cabellos corvinos que tal vez recibiera de desconocidos antepasados andaluces, pero hubiese continuado mi mirada, hubiera sido un poco de mí, era todo lo que me había quedado de aquello por lo que había combatido, y tú, luna, permitiste que esta tierra le metiera tierra en la boca, ni siquiera una sepultura pude darle, su cuerpo está disperso en pedazos quién sabe dónde, lacerado por las furias, era una furia él también, y yo no lo sabía, una fiera, una fiera, aquel jovencito de gentil aspecto, pero yo lo quiero de vuelta, luna, te lo ruego, le enseñaría lo que no supe enseñarle, la culpa es mía, luna, soy yo quien se ha equivocado, yo he faltado, luna, y ahora es él quien me falta, ¿puedo volver atrás?… Déjame recuperar el tiempo que desperdicié, no lo sabía, luna, creía saberlo todo y no sabía nada…


…Te decía… me había interrumpido… pero ahora estoy mejor… te estaba diciendo algo pero ya no recuerdo qué, ¿lo has escrito o has perdido el hilo tú también?, no pierdas el hilo, los escritores no deben perder el hilo, aunque también en ese caso salgan bien librados, en ese punto de la historia hay un salto, un vacío… un misterio, se dice, es el misterio de las cosas… o bien falta la conclusión, porque no llegáis a desentrañar la madeja, pues entonces… obra abierta, y el problema queda resuelto. Muy bien. Dame un poco de agua, disculpa por utilizarte como enfermero, coge el vaso con la pajita, que, si no, me empapo entero, no llames a la Frau, que nos interrumpe y luego quiere que duerma, cuando me pone la inyección dice que debo dormir… qué bobo, con la de tiempo que tendré para dormir, y además las inyecciones me hacen el efecto contrario ya, me despiertan y estoy bien, estoy estupendamente, te lo aseguro, como nunca, ligero como una pluma, mejor dicho, una pluma exactamente… adiós a los dolores, adiós a los tormentos de la conciencia, y a quién le importa si Tristano se atormentó tanto con el problema, qué estúpido Tristano, se obsesionó con ello, como una manía, pero tú no puedes entenderlo, vosotros el problema lo resolvéis en un abrir y cerrar de ojos, una novela, un cuentecito, y hala, como tu libro, en el que tu Tristano resuelve en un abrir y cerrar de ojos el asunto ese… la libertad… mira qué fácil, ya sabes tú lo que él sabía que era la libertad, haces que desplace la mira un par de milímetros, y zas, ha encontrado la libertad… pero mucho me temo que el problema no está en la mira, ya sabes, en abstracto es una cosa, en concreto es otra, el asunto ese hay que ponerlo en práctica, ¿y cómo se pone en práctica, cómo lo pone en práctica alguien como tú, que es escritor? Te lo digo yo… lo pone en práctica como la prueba del nueve, o como la reglita de la escuela primaria, cambiando el orden de factores no se altera el producto, así piensa uno como tú, cree que si una cosa vale para una situación, vale para todas, porque las matemáticas son las matemáticas, me he leído a fondo tu novela sobre Tristano, me ha gustado, genial la aplicación de la reglita, su verificación en los dos personajes, él y ella en el monte, se traicionan mutuamente y después están más unidos que antes, han pasado el rodaje, por decirlo así, que es como la prueba del nueve, han cambiado el orden de factores y no se ha alterado el producto. Ah, el amor, el amor… Pues, no, amigo mío, en absoluto, te digo una cosa que no sospechabas… cambiando el orden de factores se altera el producto. Se altera como de la noche al día. Porque la traición es transitiva. Ésa es la verdad. Y siendo transitiva afecta a los demás, contamina, circula, se expande sin forma geométrica, a su capricho, sin un diseño… inicialmente, sí que había un diseño, pero el diseño originario en determinado momento se licúa, se deshilacha, ya no lo mides, era una forma nítida, reconocible, visible como todas las cosas que son visibles, y después, en determinado momento, se vuelve invisible, una sombra sin contornos, carece de geometría, como cuando una nube pasa por delante del sol y sobre el paisaje se forma un charco de sombra, no sé si me explico… ¿Serías capaz de medir el perímetro de esa sombra? Lo intentas, acaso te devanes los sesos, haces cálculos complicadísimos, a ojo, pero mientras tanto la nube ha transitado, qué curioso, ahora la sombra está un poco más allá, sobre ese prado que hasta hace un momento estaba lleno de sol, pero no, ha dejado de estar sobre el prado, está ya sobre las laderas de la colina, corre tras ella, atrápala, ponle sal en la cola a la sombra de la nube… Eso pensaba Tristano en los tiempos en los que empezó a pensar en la sombra, pero cuando empezó a pensar en ello, ya era tarde, porque entretanto la sombra viajaba por su cuenta, transitaba por donde ella quería. ¿Y dónde había nacido? ¿Cómo había empezado? ¿Cómo era posible? El sol era tan luminoso, resplandeciente de verdad, una luz que ponía de relieve todos los contornos, sin posibilidad de equivocación, y de repente llega la sombra… y no sólo eso, las previsiones del tiempo daban despejado y estable, y en el boletín meteorológico había colaborado precisamente él, Tristano…


El día ha ido tirando a lo lluvioso… No, no me refiero al tiempo, es la misma canícula que ayer, es cosa de la Frau, de lo que está leyendo, un poema en el que el día se ha vuelto en lluvia, y sin embargo esta mañana todo estaba tan azul y después continúa, sé perfectamente que el gris de la lluvia es elegante, y que el sol oprime, es vulgar y sé también que ser sensible a los cambios de luz no está ya de moda, pero ¿quién ha dicho que yo quiero ir a la moda? Hoy todo el mundo es tan fino, ¿estás de acuerdo, escritor?… ya nadie es sensible a los cambios de luz, parece anticuado.


…Pero estábamos hablando de nubes… Te decía, ¿cómo es que de repente circulaba una nube, de dónde venía, cómo se atrevía? Eso, un escritor como tú, que mide el clima con la prueba del nueve no lo sabe, aunque algo de humedad haya producido él también quizá, aunque no sea más que respirando, a veces basta con un poco de hálito, es tan sensible la atmósfera, un poco de aliento y has contribuido con tu modestísima aportación a que se forme la nube, que se encarga de transportar la sombra, y el paisaje de repente se oscurece, esta mañana hacía un día tan radiante, prometía mucho, la verdad, y en cambio, el tiempo se ha estropeado, quién lo hubiera dicho, esto los escritores como tú no lo prevén, comprendo tu historia… metáforas… los dos protagonistas que se traicionan mutuamente pero que al final reconocen su error y el haberse traicionado cimienta todavía más su gran amor, la música crece en intensidad, ella y él se besan apasionadamente en el marco de una puesta de sol, se encienden las luces, en la pantalla aparece the end, los espectadores están conmovidos, hay quien ha llorado incluso, es hora de cenar, ya se ha pasado el domingo, todos a casa. Tu Tristano se merecería una película así, edificante… Es una pena que no sea así. ¿Sabes cuál es la verdadera naturaleza de la traición? Que es traidora, que traiciona incluso a aquel que traiciona, y no tiene confines, como la sombra sobre el paisaje, empiezas por traicionar un amor, o un leve cariño, quiero decir, una cosa de nada, un gato por ejemplo, y acabas por llegar a ti mismo, pero tú no sabías que acabarías por llegar a ti mismo, pues entonces no hubieras dado el primer paso, y en cambio ese paso precisamente, una cosita de nada, que tan insignificante te parecía, se ha convertido en una catástrofe, es un aluvión, la riada te arrastra, tú braceas, braceas, no se puede nadar en la riada… ¿Me comprendes? Claro que me comprendes, tú también estabas en este país, durante estos años, como lo estaba Tristano, y no eres tú de esos que hicieron como si nada, de esos que o no estaban, o bien dormían o miraban las cismas del arte, laureles, laureles, en alto los corazones… Las cosas las comprendías como yo, que alguien había tenido que romper los acuerdos, quiero decir, ¿no?, y romper los acuerdos significa traicionar. Eso pensaba Tristano, pero tú no le haces pensar eso en tu novela, eres demasiado bueno, y yo sé que es por eso por lo que te precipitaste a mi cabecera en cuanto te llamé, querido escritor mío, porque quieres saber lo que se te ha escapado… Ay, mirón… perdóname si te llamo así aunque uses los oídos, no te enfades, pero total es el mismo asunto, ¿quieres saber cómo es que Tristano empezó a pensar en eso y, sobre todo, cómo es que se preguntó por el porqué, un porqué por el que tú no te preguntaste, por qué razón, si el principio era sano y el ideal era sano? Y si el principio era sano y el ideal era sano, ¿por eso había que hacer morir a la gente? ¿Hacer que saltaran por los aires? ¿Hacerles pedacitos? ¿Es pues tan cara la libertad que hay que pagarla a ese precio?… Nous n'osons plus chanter les roses, ha escrito alguien. ¿Osas cantarlas tú todavía? Comprenderás que a uno como Tristano se le ocurriera irse a Delfos, solución idiota como la que más, solución no-solución… Pero ¿qué nos queda cuando todo es ceniza? Él, que no creía en ningún señor dios suyo, acabó confiándose a un insensato peregrinaje a los orígenes… ¿A los orígenes de qué?, te preguntarás. No sabría decirte… a los orígenes de esa civilización suya por la que había empuñado el fusil, o esa que él creía que era la suya, pobrecillo infeliz, llamémoslo así, el ex audaz Anselmo, que se fue a la guerra y se puso el yelmo, se puso el yelmo de la libertad en la cabeza para no hacerse demasiado daño, la civilización del Occidente, escritor… ahí te quería ver, ¿no será como la sombra del paisaje?… al otro lado del océano, otro Occidente con una antorcha en una mano y una bomba atómica en la otra, sostiene que el verdadero Occidente está ahí, y qué hacemos ahora, ¿por qué lado se va a la camita el sol? Y entonces, y entonces… En resumen… que estoy cansado… De repente me siento cansado, me sentía tan pimpante… debe de ser esa historia de la libertad y de la igualdad… ciudadano escritor, me parece oír decir, he aquí nuestra información cotidiana sobre la igualdad, facilitada a todos los oyentes de nuestro libre programa matutino con los datos del instituto nacional de medición de la libertad, el índice de la bolsa de la igualdad cotiza hoy muy a la baja, debido al hecho de que a un país algo más al sur que el nuestro, poblado por gente pobre y malvada, le hace falta un lección de libertad, y toda la bolsa se ha desplazado hacia el sur… queridos oyentes, les informamos de que nuestra libre bolsa ha abierto una agencia en el estadio de fútbol de la capital de aquel país con un elevado tipo de interés, es un método concebido por nuestros nuevos economistas, que retoma el antiguo método llamado del productor al consumidor, cualquier índice de bolsa está unido a un testículo de esos malos clientes, y cada vez que se verifica una intentona de elevación de la bolsa local parte una buena descarga eléctrica que el consumidor de ese país advierte inequívocamente… es un método personalizado… para los clientes de sexo femenino, el índice de la bolsa actúa en el terminal de los ovarios o en el feto, en el caso de que las señoras estuvieran embarazadas… Escritor, el índice de la libertad, que es muy vasto, llega a los clientes del mundo entero, nuestra patria es el mundo entero, nuestra ley es la libertad, y un pensamiento solemne en nuestro corazón está… Vete a descansar, se ha hecho tarde por mi culpa. O quizá para ti no sea tarde, sino soy yo quien está cansado. Pero antes pásame la botella para orinar, ponía ahí, sobre la mesilla, que llego bien. Y ya me la pongo yo solo, no tengas miedo, no creas que te he hecho venir a mi casa para humillarte.


Ferruccio decía que quien escribe para comentar la vida cree siempre que su comentario es más importante que lo que comenta, aunque no se dé cuenta. Tú, que escribes acerca de la vida, ¿qué opinas de ello?


…Discúlpame por ayer, si es que era ayer. ¿Era ayer o era esta mañana? Me parece que fue ayer, pero ya no lo sé… discúlpame… es cierto… no es que haya sido blando, pero supongo que no te esperarás que uno en mis condiciones sea amable… comprendo que cuando se tocan ciertas cosas… en definitiva, que esa novela te importa, la has escrito tú, te la han premiado incluso… la Frau me ha dicho que hoy estabas indispuesto… dolor de cabeza, dice… te ha cogido simpatía… lo estás torturando, señorito, me dice, horas y horas escuchando con este calor en esa habitación sin aire que apesta a desinfectante… Pero tú no tienes nunca dolor de cabeza, soy yo quien lo tiene, sólo estabas resentido… me he metido con tu comentario sobre la vida… No te enfades… sin embargo, disculpa, se me ha venido a la cabeza una frase, cuando Tristano está esperando que los alemanes salgan del caserío, tú describes su rostro y haces que se asemeje a un actor americano de aquellos años, y siempre me he preguntado cómo se te ocurrió esa idea, cómo pudiste saberlo… es imposible, aquello era un juego entre él y Marilyn, nadie lo sabe, sólo Marilyn le llamaba Clark, ¿es una coincidencia? No puede ser más que una coincidencia, tú eres demasiado joven y todos aquellos que lo conocieron en el monte han muerto ya… Ese pasaje de tu novela no me gusta… Clark llevaba horas esperando inmóvil, aplastado detrás de una roca, a menudo le había correspondido hacer de presa, pero otras veces, como ahora, le había tocado el papel de cazador a él… No parece ni siquiera tu escritura, es como si se lo hubieras copiado a alguien, tú de la escritura haces un uso mucho más sabio, exploras los claroscuros, eres otro tipo de cazador, del estilo de ciertos sabuesos de la ambigüedad, estás demasiado en guardia incluso ante ti mismo, tú, y aquí vas y caes en un neorrealismo manierista, como si la realidad fuera eso que se ve, ¿es posible que creas de verdad que la vida puede encerrarse en una biografía? Es una idea que no te pega, es el principio del registro civil… tú no crees en las biografías, sobre todo en esas que interpretan y deducen, sabes perfectamente que son mera epidermis, tú prefieres levantar un jirón de piel y mirar debajo, te interesan los tejidos, hace dos días que no dejo de pensarlo… antes de que te vayas, es decir, antes de que me vaya yo, si te apetece, me dices la verdad, me gustaría… La morfina de hace un rato para los dolores no me ha hecho nada, efecto nulo, cuando salgas, díselo a la Frau, me da agua destilada… póngale una inyección de agua destilada, verá que tiene un efecto de placebo… ya me parece oír al medicucho que se encarga de mi muerte según las reglas del sistema sanitario local… hazme un favor, dile que me ponga morfina de verdad, que ponga morfina en esta clepsidra mía… una clepsidra con morfina… ¿te gusta la idea de una clepsidra con morfina? Yo creo en la química, cree tú también, hazme caso, mejor dicho, haz caso a alguien que escribió antes que tú y mejor que tú, aquel escritor había comprendido que incluso los sentimientos son combinaciones químicas, él las llamaba afinidades electivas, equilibrios predispuestos por la naturaleza, ¿entiendes?, cuestiones de átomos, un átomo de éste simpatiza con un átomo de ese otro, valencias, la combinación se realiza y tú amas a alguien o lo detestas, según el caso… disculpa, estoy perdiendo el hilo, de qué te estaba hablando… ¿te estaba hablando de las religiones? Tengo la impresión de que antes te estaba hablando de las religiones, pero tal vez no, en todo caso era para decirte que Tristano no creía en la fe, si es que puedo expresarme así, en definitiva, que no tenía esa gracia, como dicen aquellos que tienen fe, y Tristano esa gracia no la tenía, y por lo tanto estaba en situación de riesgo y lo que sucede es que las personas como él, que no tienen nada inexistente en lo que creer, acaban por creer en los hombres porque existen, lo que todavía es peor, aunque haya también algo peor que lo peor de lo peor, porque Tristano creía creer en los hombres, pero para mí que en su interior no creía en ellos, y eso es lo peor de lo peor de lo peor, no sé si me explico. Y, por eso, en sus momentos más bajos mantenía a la chita callando una fe propia en esas religiones en las cuales, para llegar a tener algo de fe, los sacerdotes deben tomar algo parecido a la morfina que la Frau me dispensa con parsimonia, algo que dura lo que dura, y mientras dura, todo va bien, pero no es el paraíso, porque el paraíso debería ser eterno, y el de Tristano no era más que una pensión por horas donde soñar un buen rato. Y por eso, llegados a cierto punto, como te decía, pensó como solución en un peregrinaje a un santuario desacralizado, unas ruinas convertidas en meta de turistas en shorts, pensando que en aquel lugar el espíritu de alguna sacerdotisa difunta aún pudiera explicarle el pasado y el presente y las horas fugitivas, y acaso su sentido… la vida, en definitiva, esa vida que tú estás trasformando en biografía, aunque no sea más que un trozo por aquí y otro trozo por allá… pero de este viaje ya te hablaré después, porque mañana me acordaré mejor… y hasta mañana llego, estáte tranquilo, y también hasta pasado mañana, cuando llegue el final de la película ya te aviso yo, que me lo sé mejor que tú, y tú, mientras tanto, escribe la biografía de Tristano, lo que se pueda, lo que sea posible… La vida… una novela leída una sola vez hace mucho tiempo, lo dijo un filósofo, no me acuerdo de quién, debe de ser un alemán, sólo un alemán puede ser capaz de decir una cosa así, tan verdadera y tan siniestra… a propósito de vidas y de novelas, creo haber omitido el tercer tipo de biografías, las noveladas, perdona que insista, pero el libro que has escrito inspirándote en Tristano para tu personaje, alguien que escribe en primera persona, escribiendo la vida de otro como si fuera la suya, en el fondo en el fondo algo tiene de este tercer tipo. ¿Por qué me has escrito en primera persona? A ti quizá te parezca normal, pero mira que no lo es. ¿Por qué te has convertido en Tristano? ¿Por qué te has puesto en su lugar? Y, además, treinta años después de que todo ocurriera, cuando Tristano ya no era Tristano, cuando ya no había razón alguna, aparte de tus razones personales, si es que de razones puede hablarse… Creo que ningún escritor ha sido capaz de decir por qué escribe, en todo caso, ¿qué tiene tu vida que ver con la de Tristano?, ¿por qué te has identificado precisamente con él?… Tú ¿por qué escribes, escritor? ¿Tienes miedo a la muerte? ¿Quisieras ser otro? ¿Sientes nostalgia del vientre materno? ¿Te hace falta un padre, como si fueras un niño? ¿La vida no te es suficiente? Y dónde se te ocurrió escribir acerca de Tristano, ¿en las montañas? Pero si tú en las montañas con una metralleta en la mano nunca has estado, si acaso habrás ido de vacaciones, posiblemente a un bonito hotel antiguo con todo su encanto centroeuropeo, porque allí, en tiempos, llegaba el ferrocarril del emperador Paco Pepe, hoteles así los conozco yo también, a los que van empresarios, políticos, notables, gente poderosa… ¿será posible que entre personas así se te haya venido a la cabeza escribir acerca de Tristano?, ¿no será que has visto una película con Alan Ladd que se llama Raíces profundas? ¿Fue por eso por lo que le metiste en la cabeza a tu Tristano, en aquellos días de guerra, esa machaconería sobre los tribunales soviéticos y los procesos de Moscú, haciéndole tomar aquellas decisiones de juez supremo, en nombre de un principio sacrosanto, la condena de cualquier atropello de la conciencia individual, sacro principio que debía ser reconocido por todos aquellos que aspiraban a crear una sociedad libre? Pero ¿cómo has podido permitirte simplificar a Tristano hasta ese punto? Escritor, ¿quién eres tú para tener las dudas de conciencia de alguien a quien no has conocido? Tristano parece un paladín de Carlomagno, el gran vengador de las traiciones, implacable con los traidores. Pero ¿qué sabes tú de la verdadera traición?… Me da la impresión de que no conoces más que sus arrabales, cosas nimias, prácticamente nada, que se resuelven con un perdóname, una confesión en la cama, una multa. Tú no puedes saber lo que son las entrañas de la traición… Llama a la Frau, ahora mismo, dile que ella también me está traicionando, me traiciona por mi bien o por lo que ella cree que es mi bien, que es una traición estúpida… en vez de la morfina me pone inyecciones de agua destilada, a estas horas tendría que ser el momento de otra inyección, me doy cuenta por la luz de que deben de ser las cinco de la tarde, las seis como mucho, y además escucha las cigarras, ésta es la hora en la que cantan como posesas, a las cinco de la tarde, porque temen que no llegue ya el macho al que han estado llamando todo el día… llegará, llegará… el cigarro llega siempre, aunque sea en el último momento, los machos se hacen esperar, qué malos son, pero acaba por llegar y al final deja grávida a la cigarra, y para ella es el final, es el final de su objetivo, ése por el que cantaba, la tonta de ella, se le hincha la tripa, pone los huevos y revienta para hacer que nazca otra cigarra que se pasará otro verano cantando para llamar al macho que la deje grávida… Llama a la Frau, seguiremos más tarde, el dolor empieza a hacerse demasiado fuerte y me irrita… ¿es que no ves que estoy de mal humor?… y vete tú también a descansar, sestea pálido y absorto, escritor, échate a descansar que te lo mereces, o vete a tomar el aire al viñedo, visto que la Frau dice que te tengo prisionero en esta habitación oscura que apesta a desinfectante.

Загрузка...