Capítulo 3

NO NOS vamos a alojar aquí, ¿verdad?

Polly se incorporó repentinamente en el asiento del coche al ver el nombre del hotel, jalonado de blasones, sobre la entrada principal.

– Sí -replicó Simon, echando el freno de mano, como si alojarse en un hotel de aquellas características fuera lo más natural del mundo-. Helena y yo solemos dormir aquí cuando vamos a La Treille. Reservé la habitación hace algún tiempo, así que espero que puedan encontrarte una a ti.

– Lo único que yo espero es que me dejen pasar -dijo Polly, medio en broma medio en serio-. ¡En este sitio, probablemente no hayan visto una bolsa de plástico en su vida!

– No sé por qué no puedes utilizar una maleta como todo el mundo -sugirió Simon, algo irritado por el estado de caos en el que vivía Polly.

– Tenía una bolsa de viaje, pero se me rompió la cremallera -explicó ella-. Me hubiera comprado otra, pero estaba esperando que me pagaran. Esta noche, estaba tan enfadada con la señora Sterne, que tuve que meter mis cosas en lo único que tenía a mano.

– Supongo que será mucho pedirte que metas lo que necesitas para esta noche en una bolsa para que no tengamos que cargar con todas ellas, ¿verdad?

– ¿Qué te parece?

– En ese caso -respondió Simon, suspirando mientras salía del coche. ¿Por qué tenía Polly que ser tan desordenada?-, ya enviarán a alguien para que las meta. Debes de estar loca si te crees que voy a entrar ahí cargado con todo eso. Además, es mejor que primero vayamos a ver si tienen habitación para ti -añadió, entrando en el hotel-. ¿Qué te pasa ahora? -preguntó exasperado, al oír que Polly le llamaba.

– ¡No me puedo poner los zapatos! -exclamó ella, intentado introducir el pie, dolorido e hinchado.

– ¿Y no tienes otros?

– Están en alguna parte -replicó ella, señalando el maletero.

– Mira -replicó Simon, impaciente-, es mejor que entres tal y como estás. ¡Eres tan desastrada que el hecho de que vayas sin zapatos no creo que importe mucho!

– ¡Qué agradable! -musitó Polly, intentando ponerse de pie y caminar sobre la gravilla que cubría la entrada al hotel-. ¡Ay! ¡Ay! ¡Aay!

– ¡Por amor de dios! -le espetó Simon, mientras ella se apoyaba en el coche, torciendo la cara con expresión de dolor-. ¡Nunca he conocido a nadie que monte tal escena por tener que andar unos pocos metros!

– ¡Resulta muy fácil hablar cuando tú ya tienes tus zapatos puestos y no tienes los pies llenos de ampollas! ¡Mira! -exclamó ella, levantando un pie.

Simon no tenía ninguna intención de inspeccionar los pies de Polly. Sólo habría una manera de callarla, así le pasó un brazo por debajo de las rodillas y otro por la espalda y la levantó.

– Pásame el brazo por alrededor del cuello -le ordenó con voz neutral.

Polly estaba tan asombrada por aquella reacción que obedeció sin rechistar. El cuerpo de Simon era duro como una roca y los brazos parecían de acero. A pesar de que Polly era bastante robusta, él la metió en el hotel sin dificultad.

– Gracias -musitó ella, muy tímida de repente.

– Haría cualquier cosa porque te callaras -respondió Simon, dejándola en pie en recepción.

Sin embargo, se había sentido más turbado de lo que quería admitir por el ligero y cálido peso de Polly. Siempre le había molestado el estilo de vida de ella, tan caótico, pero no le había molestado tomarla entre sus brazos. Cuando la había levantado del suelo, una mano le rozó uno de los pechos de ella y la otra descubrió la suavidad de la piel detrás de las rodillas.

– Vamos a encontrarte una habitación -añadió él bruscamente, dirigiéndose al mostrador de recepción sin esperarla.

Al mirar a su alrededor, Polly dejó de sentirse incómoda por estar en un lugar tan lujoso. Es vestíbulo era enorme y estaba decorado con un gusto exquisito. Ella nunca había estado en un lugar tan elegante, por lo que, mientras se dirigía a recepción, cojeando detrás de Simon, no dejaba de mirar a todas partes con la boca abierta.

– ¡Esto es genial! -susurró a Simon al llegar a recepción, mientras la recepcionista la miraba espantada.

Simon explicó la situación en francés, demasiado rápido para que ella lo entendiera. Después, se produjo un dialogo en el que los gestos parecían indicar que las cosas no iban como Simon hubiera esperado, a juzgar por la expresión triste de su rostro.

– ¿Qué pasa? -preguntó Polly.

– No tienen ninguna habitación libre. No ha habido ninguna cancelación y el hotel está lleno.

– Oh -respondió Polly, algo desilusionada.

A pesar de su rechazo inicial a quedarse con Simon, el hotel parecía tan lujoso que ya no le apetecía en absoluto irse a buscar otro hotel por su cuenta.

– ¿No puedo dormir contigo? -le preguntó a Simon.

– ¿Cómo dices?

– No tienes que ponerte como si te hubiera hecho una proposición indecente -dijo Polly, algo ofendida por la expresión horrorizada del rostro de Simon-. Tú tienes una habitación, ¿verdad? A menudo las habitaciones individuales tienen dos camas.

– Supongo -replicó Simon, secamente-, pero en este caso sólo hay una. Cuando hice la reserva, esperaba poder venir con Helena.

– Entonces, ¿tienes una cama de matrimonio?

– Sí.

– Bueno, a mí no me importa compartirla contigo.

– ¿Compartirla conmigo? -repitió Simon, aún más horrorizado.

– Te apuesto a que las camas de este hotel son lo suficientemente grandes como para que duermas seis personas, así que hay sitio de sobra para dos -afirmó Polly, demasiado tentada ya por la perspectiva de una ducha caliente y sábanas limpias como para volverse atrás-. Además, no sé por qué estás poniendo esa cara. De niños, dormimos muchas veces juntos.

– Puede que no te hayas dado cuenta de que ya no somos niños.

– No creo que eso importe -dijo ella, intentando apartar de su mente el recuerdo de cómo se había sentido cuando él la tomó en brazos-. No es que ninguno de nosotros vaya a tener problemas para controlarse, ¿verdad?

Simon suspiró. Efectivamente, él no quería dormir en la misma cama que Polly. El recuerdo del tacto de su piel seguía fresco en su recuerdo y, probablemente, no iba a desaparecer si ella estaba tumbada a su lado. Sin embargo, ¿qué podría hacer? Ella era Polly. Tal vez tenía un cuerpo mucho más tentador de lo que él había imaginado, pero Simon estaba seguro de que acabaría por exasperarle tanto que en lo único que podría pensar sería en devolvérsela a su padre.

– No se preocupe en buscar otra habitación -le dijo Polly a la recepcionista-. Dormiremos juntos.

Sin salir de su asombro, la mujer miró a Simon, buscando su aprobación. Él asintió.

– La señorita dormirá en mi habitación.

Al llegar a la habitación, Polly se quedó totalmente impresionada.

– ¡Esto es fabuloso! -dijo ella, asomándose al balcón para contemplar la luz de la luna reflejada en la piscina-. ¿Te alojas siempre en sitios como éste o es que querías impresionar a Helena?

– Yo no necesito impresionar a Helena -respondió él con voz cortante, mientras se aflojaba la corbata.

Simon pensó que por lo menos, ya no tenía que hacerlo. Ella nunca hubiera reaccionado como Polly, que seguía recorriendo la habitación con la boca abierta, abriendo armarios y saltando encima de la cama. Cualquier persona pensaría que nunca había estado en un hotel. Simon no sabía si enfadarse o reír por el sencillo placer de Polly al descubrir el lujo por primera vez.

Unos minutos más tarde, les trajeron el equipaje. Polly se cubrió la boca con la mano para no reírse al ver el contraste entre la pulcra maleta negra de Simon y sus bolsas de plástico, llenas a rebosar. Simon sacudió la cabeza y le dio una buena propina al mozo.

– Supongo que te habrás dado cuenta de que has arruinado mi reputación en este lugar. Probablemente todo el mundo estará pensando que te he recogido de cualquier esquina.

– Si tú siempre vas de vacaciones con una maleta como ésa, estoy segura de que se piensan que eres demasiado remilgado para hacer algo así -le replicó ella, dejándose caer de rodillas para ponerse a revolver entre sus cosas en busca de un cepillo, pasta de dientes y un desmaquillador de ojos-. ¡Si sólo son unas cuantas bolsas!

– ¡Unas cuantas! Pues a mí me parece que deben de estar criando. Estoy seguro de que hay más ahora de las que había antes -suspiró Simon, dejándose caer en una silla-. ¿Estás segura de que necesitas todas estas cosas?

– Claro que sí -exclamó Polly, mostrándole triunfante el cepillo de dientes-. No me digas que Helena es una de esas mujeres que se las arregla para tener un aspecto impecable tan sólo con un neceser.

Simon intentó imaginarse a Helena viajando con un montón de bolsas de plástico, pero no pudo. De hecho, le costó mucho imaginarse a Helena de cualquier modo. Recordaba su imagen de elegancia, pero le resultaba imposible recordar sus rasgos, sobre todo si los comparaba con la viveza de los de Polly.

– ¿Me puedo duchar? -preguntó Polly, poniéndose de pie, mientras él no dejaba de recordar el tacto de su cuerpo entre sus propios brazos.

– Sólo si me prometes recoger todo esto cuando salgas.

Polly se limitó a desaparecer en el cuarto de baño. Simon no podía apartar la vista de la puerta, sobre la que parecía que la imagen de ella parecía persistir. Se podía oír el ruido del agua corriendo y la voz de Polly canturreando. Simon se sorprendió al imaginársela, con toda claridad en la bañera, con el agua corriéndole por todo el cuerpo.

De repente, Simon de puso de pie. Aquello era sólo culpa suya por haberle tomado el pelo en casa de los Sterne. Si no lo hubiera hecho, nunca se hubiera visto en aquella fiesta y nunca hubiera tenido que pretender que estaba prometido con ella. Hubiera podido cenar solo y pasar la noche con tranquilidad. En vez de eso, se sentía inquieto e irritado.

Dando vueltas por la habitación, Simon apartó una de las bolsas de Polly de una patada. Sólo llevaba en aquella habitación unos pocos minutos y había transformado el elegante apartamento en una leonera. Aquel desorden le irritaba, lo mismo que el hecho de que no podía ignorar la vibrante presencia de ella en aquella habitación.

– ¡Me podría acostumbrar fácilmente a este tipo de vida! -exclamó Polly, cuando salió unos minutos después del cuarto de baño-. ¡Mira, tenemos albornoces! -añadió, dándose una vuelta para que él pudiera admirar cómo le quedaba-. ¿No es maravilloso? También hay uno para ti. ¿Crees que nos los podemos quedar?

– Lo dudo -replicó Simon, esperando que ella no notara la tensión que tenía en la voz.

La visión de Polly envuelta en aquel albornoz, con el pelo húmedo cayéndole por los hombros, con los ojos alegres y la piel brillante le había pillado totalmente desprevenido. Además, bajo aquel esponjoso y suave albornoz, estaba, sin duda, desnuda.

– Es una pena. ¿Te ocurre algo? -preguntó, notando la extraña expresión en los ojos de Simon.

– Nada -respondió él, aclarándose la garganta.

Cuando él salió del cuarto de baño, ella estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas, vestida con una larga camiseta. Estaba secándose el pelo cabeza abajo y se lo cepillaba vigorosamente. Había hecho el esfuerzo de poner todas las bolsas en un montón, pero todavía parecía que un tornado acababa de pasar por aquella habitación.

Mientras atravesaba la habitación, Simon la contempló, absorta mientras se cepillaba el pelo y se dio cuenta de que sólo era Polly. No había ninguna razón para sentir un nudo en la garganta por verla en albornoz.

Había madurado un poco, pero seguía siendo la misma niña mimada y alocada que siempre había conocido. Si no hubiera estado cansado e irritado, nunca se habría dado cuenta de que la niña de largas piernas se había convertido en una mujer.

Con un cepillado final, Polly levantó bruscamente la cabeza y miró a Simon con picardía.

– Me estaba preguntando si debería llamar a mi madre -dijo ella-. ¡Estaría encantada de saber que estaba pasando la noche contigo!

– Me parece que eso sería la última cosa que le gustaría oír -respondió él, aún más enfadado consigo mismo al ver que ella se lo estaba tomando todo a broma.

– ¡Venga ya, Simon! Sabes que el sueño de su vida es que yo me case contigo y a tu madre le pasa lo mismo. Nunca han podido superar el hecho de que tú aceptaste mi proposición matrimonial cuando tenía cuatro años. Cuando están juntas, no dejan de pensar en eso de «no sería maravilloso si…», especialmente ahora que Emily se ha casado y Charlie está prometido.

– Estoy seguro de que ya se han dado cuenta de que ese sueño no se va a hacer realidad -replicó Simon, tirando los pantalones encima de una silla-. Sólo tienen que recordar el desfile de novios que has tenido hasta ahora para ver el gusto que tienes, si se le puede llamar así. Todos han sido alegres, con físico de jugadores de rugby. Todo músculos y ni pizca de cerebro.

– Tal vez mi gusto haya cambiado -dijo ella, algo distante, sin dejar de cepillarse el pelo-. Philippe no es así.

– Tampoco es tu novio.

– No, pero me puedo dar el gusto de soñar, ¿no? ¿Crees en el amor a primera vista?

– No.

– Creo que me enamoré de Philippe en el instante en que lo vi -confesó ella, con aire soñador-. Solía contar las horas cuando sabía que él iba a venir de visita. Nunca he conocido a nadie tan atractivo. Todos mis novios han sido unos niños, pero Philippe es un hombre de verdad. Y no es sólo guapo. Es muy culto y encantador. Todo lo que tiene que hacer para que te sientas como una reina es mirarte. Me pregunto si volveré a verlo…

– A mí me parece que tienes otras cosas mucho más importantes que pensar que en Philippe Ladurie -le espetó Simon, algo molesto-. La última vez que lo vi estaba de lo más ocupado con una pelirroja espectacular.

– Me acuerdo -admitió Polly con tristeza-. Estuvo detrás de él toda la fiesta.

– Pues a juzgar por la actitud que tenía con él, estoy seguro de que le atrapó. Si yo fuera tú, no perdería más el tiempo pensando en Philippe Ladurie. No te conviene. Lo que tienes que hacer -le aconsejó él mientras abría su maleta-, es pensar en lo que vas a hacer mañana.

– ¿Y no puedo pensarlo mañana? Ahora no puedo hacer nada y estoy segura de que se me ocurrirá algo.

Simon gruñó, poco convencido del optimismo de ella, y se sacó la camisa por la cabeza, poniéndola encima de la tapa de la maleta. Polly no pudo evitar contemplar su espalda desnuda mientras estaba de pie allí, sólo vestido con un par de boxers azules claros. La mano que sujetaba el cepillo se le detuvo y fue bajando poco a poco.

Nunca antes había sido tan consciente del cuerpo de Simon. Si alguien le hubiera pedido que lo describiera, ella probablemente hubiera dicho que era algo debilucho. Pero aquellos anchos hombros no tenían nada de debiluchos, al igual que el resto de su cuerpo.

Tenía las piernas rectas y fuertes. Polly recordó cómo él la había levantado sin ninguna dificultad para meterla en el hotel y tuvo la urgente necesidad de ir a acariciarle la espalda y sentir la calidez de sus músculos bajo la piel.

Sin darse cuenta de que ella lo estaba observando, Simon se dio la vuelta de repente. Algo azorada, Polly siguió cepillándose el pelo, inclinando la cabeza para ocultar el repentino rubor de las mejillas.

– ¿Es que no has terminado de acicalarte todavía? -preguntó él, con una mirada irritada, mientras apartaba la colcha y se metía en la cama-. Nunca he conocido a nadie que pase tanto tiempo cepillándose el pelo.

Polly pensó que Helena probablemente no lo necesitaba. Seguro que tenía el tipo de pelo que siempre estaba en su sitio, incluso durante la noche. Se aclaró la garganta, algo avergonzada de meterse en la cama con él.

– Yo… tengo que ir al cuarto de baño -dijo ella, saliendo disparada.

El compartir cama con Simon había parecido la solución ideal al principio, en el vestíbulo del hotel, pero en aquellos momentos, no le parecía tan buena idea. Si por lo menos no se hubiera dado cuenta del cuerpo que tenía él… Incluso le parecía que no estaba nada bien haberse fijado en algo así cuando se trataba de Simon.

Al salir del cuarto de baño, Polly miró el sofá. Tal vez debería dormir allí. Pero ya era demasiado tarde para cambiar de opinión, sobre todo cuando se había mostrado tan relajada ante aquella idea.

Polly intentó convencerse de que no estaba nerviosa. Aquella situación era ridícula. Todo lo que tenía qué hacer era compartir una cama enorme con alguien que conocía desde que era una niña. Y sólo era una noche. ¿Cuál era el problema?

Al llegar a la cama y tras apagar todas las luces, menos la de la mesilla de noche, vio que Simon estaba tumbado sobre la espalda, con las manos detrás de la nuca. Él tenía un aspecto totalmente relajado, y, obviamente, no le preocupada en lo más mínimo compartir la cama con ella.

A ella tampoco tendría que preocuparle. Polly apagó la luz y se metió en la cama, que era tan grande que no había peligro alguno de rozarlo siquiera. Sin embargo, no podía olvidar el hecho de que él estaba a su lado, vestido sólo con unos calzoncillos.

– Cuando me desperté esta mañana, no me imagine que acabaría en un lugar como éste por la noche -dijo Polly.

– Yo tampoco -confesó él, con un suspiro.

– Espero que Helena no decida sorprenderte y se presente aquí a visitarte -continuó Polly, decidida a no mostrarse nerviosa-. ¡Si te encontrara en la cama conmigo, tendrías mucho que explicarle!

– No creo que eso sea muy probable -dijo él.

Casi teniendo que reprimir un temblor, Simon recordó la última escena con Helena. Ella había cometido el error de lanzarle un ultimátum y la furia que demostró cuando Simon le dijo que no cedía a los ultimátum le había tomado a él por sorpresa. Siempre había creído que Helena era una persona tranquila y controlada, pero no había habido nada de eso en la mujer que se dedicó a gritar y a tirar cosas por todas partes.

– Pero, ¿y si lo hiciera? -insistió Polly-. ¿Qué le dirías?

– Simplemente le explicaría lo que ha pasado y Helena lo entendería. Después de todo, ya te conoce.

– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó ella, incorporándose en la cama.

– Helena vio cómo eras en la boda de Emily.

– Yo sólo me lo estaba intentando pasar bien -respondió ella, poniéndose a la defensiva-. El problema de Helena es que no sabe cómo divertirse.

– Claro que sabe. Sabe divertirse sin tener que ponerse hasta arriba de champán, hacer el ridículo en la pista de baile o causarle serios daños corporales a las invitadas en tu lucha por conseguir el ramo de flores.

– Eso es sólo un día -dijo Polly, algo apenada, casi aliviada de sentir que Simon resultaba tan impertinente como siempre-. Yo no soy siempre así.

– Tal vez no, pero no creo que Helena sintiera que tiene que tener celos de ti.

– ¿Por qué no? No es del todo imposible que tú te pudieras sentir atraído por mí, ¿no te parece?

– Eso no es de lo que estamos hablando -respondió él, después de una pequeña pausa-. Yo no estoy diciendo que no seas guapa, pero nunca he pensado en ti como otra cosa que no fuera como la hija de John y Frances. Y Helena lo sabe -concluyó, de un modo tan convincente que casi se convenció él mismo.

– Supongo que a mí me pasa lo mismo -replicó ella, tumbándose de nuevo en la cama-. Nunca he pensado sobre ti de otro modo que no fuera como el hermano de Emily y de Charlie. Me pregunto si habría algo que nos hiciera cambiar de opinión -musitó.

Simon no respondió. Lo único que esperaba era que ella se callara y se durmiera, pero Polly estaba bien despierta.

– Probablemente tendríamos que besarnos o algo por el estilo -continuó ella-. Supongo que después de eso me sería difícil seguir pensando en ti como el Simon de siempre. ¿Qué te parece?

– No tengo ni idea -dijo Simon, intentando parece aburrido-. ¿Por qué no pruebas y así lo descubrimos?

Aquella pregunta pilló a Polly desprevenida. Ella no había estado pensando realmente en lo que estaba diciendo. Era como si hubiera estado hablando con ella misma, pero la sugerencia de Simon la devolvió de un golpe a la realidad.

– Ahora ya no te parece tan buena idea, ¿verdad? -añadió Simon, volviéndose en la cama para mirarla, contento de poder entrever la expresión desconcertada en el rostro de ella. Sin embargo, se arrepintió enseguida de haber dicho aquellas palabras ya que sabía que Polly nunca había podido resistirse a un desafío.

– Claro que lo es. Vamos a probar -respondió ella.

– Prueba tú -dijo Simon, maldiciéndose por haber sido tan tonto-. Personalmente prefiero sentir teniendo la misma opinión sobre ti.

– De acuerdo -replicó ella, desafiante.

– ¿Y bien? -preguntó Simon, al ver que ella dudaba, mientras a modo de broma extendía los brazos.

Polly se mordió los labios. Ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Torpemente, se inclinó sobre el colchón hasta estar prácticamente encima de él. Sentía el pecho de Simon subiendo y bajando tranquilamente, como si él quisiera enfatizar que la cercanía de ella no lo excitaba. De repente, Polly se sintió algo ridícula.

– ¿Estás seguro de que no te importa?

– Acabemos con esto, Polly -dijo Simon, ocultando su nerviosismo con un punto de irritación-. No sé tú, pero a mí me gustaría dormir algo esta noche.

Hasta aquel momento, Polly había estado planeando un rápido beso para demostrar que no le tenía miedo, pero la ironía de Simon la encendió. Lentamente, bajó la cabeza, dejando que su melena rubia le cayera sobre los hombros y le acariciara a él en la cara. Entonces, ella le rozó los labios con los suyos y el mundo pareció detenerse.

Polly también sintió aquella sensación y se quedó petrificada, mirando a Simon a los ojos. Una parte de ella le animaba a detenerse y dejar las cosas como estaban. Sin embargo, había algo más fuerte que la atraía hacia él. Sin ser consciente de ello, lo besó otra vez, aquella vez más apasionadamente, hasta que aquel beso pareció adquirir vida propia. Polly se olvidó de que aquel hombre era Simon. Sólo sabía que aquella boca era sugerente y sensual y que no había mejor lugar para sus propios labios que estar contra los de él. Aquello era maravilloso, tan maravilloso que daba miedo.

Incapaz de resistirse a la oleada de placer que la envolvía, ella se dejó caer encima de él. Las manos de Simon, como si tuvieran vida propia, se enredaron entre los mechones dorados y le sujetaron la cabeza para poder besarla mejor. El beso se prolongó, haciéndose más profundo y más apasionado. Simon se incorporó, colocándola debajo de él, mientras sus dedos, posesivamente, se escurrían por debajo de la larga camiseta de ella, subiéndole por los muslos. De repente, él se dio cuenta de que si iba más allá, no podría parar. Aquel pensamiento le devolvió a la realidad, haciéndole retirar la mano y levantar la cabeza.

Durante un largo instante, los dos se miraron en silencio, en la penumbra de la habitación, mientras luchaban por recuperar el aliento.

– ¿Y bien? -dijo Simon por fin-. ¿Qué te parece?

– ¿Que qué me parece? -repitió Polly, humedeciéndose los labios para intentar volver a la realidad, lo que estaba siendo una tarea más que difícil-. ¿Que qué me parece qué?

– Ahora que me has besado, ¿me ves de modo diferente?

Los recuerdos golpearon a Polly de golpe. ¿Qué había hecho? Se suponía que aquello iba a ser un beso breve para demostrarle a Simon que… y en vez de eso… Polly tragó saliva. ¿Quién habría pensado que Simon iba a besarla de aquella manera?

Parecía imposible pensar que aquellas sensaciones las había obtenido por besar a Simon, pero la ironía de la pregunta era demasiado familiar como para hacerle dudar. Evidentemente, la opinión de él sobre ella no había cambiado, a él no le había afectado, por lo que ella no estaba dispuesta a admitir lo que ella había experimentado.

– En realidad, no -mintió Polly.

– Bien -respondió él fríamente-. Ahora que ya está todo aclarado, tal vez podamos dormir.

Dichas aquellas palabras, se dio la vuelta de espaldas a ella, se acomodó y, para mayor enfado de Polly, se quedó dormido enseguida.

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