Capítulo 8

ALGO había cambiado entre ellos al lado de la piscina. Aquella noche, mientras Simon respiraba plácidamente a su lado, Polly pensó que la situación debía de haberse hecho más fácil después de haberlo aclarado todo. Sin embargo, no era así.

Las discusiones parecían haber desaparecido, pero la irritación parecía haberse visto reemplazada por otra clase de tensión: la que hacía que los silencios se prolongaran hasta más allá de lo que se podía soportar, la que le hacía más consciente de la boca de Simon y de la solidez de su cuerpo, tumbado a pocos centímetros del de ella.

Polly se preguntó con frustración que qué le pasaba. Después de un mal comienzo, aquel verano tenía posibilidades de ser uno de los mejores de su vida. No había manera de que ella ganara tanto dinero de otro modo. Philippe había sido más que amable con ella y sus ojos oscuros habían prometido más de lo que lo habían hecho sus inocuas palabras. Tendría que haber estado más que contenta ante la perspectiva de haber llamado la atención del hombre más guapo y sofisticado que había conocido. Entonces, ¿por qué no estaba pensando en él? ¿Por qué estaba pensando en Simon y en el roce de sus labios? Polly contempló la línea de sus hombros a la luz de la luna y se imaginó que extendía

la mano para tocarlo. ¿Cómo podría Helena estar trabajando cuando podría haber estado allí, con aquel aire perfumado, y pasar largas veladas con Simon?

Polly suspiró y, volviéndose para mirar a la ventana, llegó a la conclusión de que Helena debía tener mucha confianza en él. ¿Por qué no iba a ser así? Helena era todo lo que Simon había dicho de ella: atractiva, inteligente, sofisticada… Era la compañera perfecta para él en todos los sentidos.


– ¿A qué hora llegan Chantal y Julien? -preguntó Polly mientras colocaba las flores en dos enormes jarrones.

Por alguna razón, no había dormido demasiado bien la noche anterior y se habían levantado sintiéndose algo deprimida. Estaba decidida a ganarse el dinero que Simon le iba a pagar y se decía una y otra vez que si consideraba aquello como un trabajo más, no se sentiría tan extraña al lado del Simon.

– Chantal me dijo que intentarían llegar aquí a las seis -dijo Simon, mientras se terminaba el café. La cocina no estaba todo lo ordenada que a él le gustaba, pero le gustaba ver a Polly colocando las flores, una por una, en el jarrón-. Tenemos mucho tiempo para prepararlo todo.

– He pensado que esta noche podría cocinarles una buena cena -sugirió ella-. ¡No te preocupes, no te destrozaré la cocina!

– ¿Quieres que te eche una mano?

– No -respondió ella. No entendía por qué, de repente, se sentía tan tímida. Además, le costaba mucho apartar la mirada de él-. Me las arreglaré bien.

– De acuerdo.

Entonces se produjo una pausa. Polly se concentró en las flores y Simon dejó la taza encima de la mesa y se puso a mirar por la ventana, consciente de la tensión que reinaba en la cocina.

– Bueno, si no hay nada que pueda hacer… -añadió él, poniéndose de pie.

Polly tragó saliva. Aquella era la oportunidad perfecta para demostrar que, en lo que a ella se refería, aquello era sólo un trabajo. No sabía si tenía que demostrárselo a Simon o a ella misma, pero esperaba que ayudara a aliviar la tensión que flotaba en el aire.

– Hay algo que puedes hacer -dijo ella, dejando las tijeras encima de la mesa-. Necesito besarte.

– ¿Ahora? -preguntó él, mirando a Polly algo alarmado. Le había llevado toda la noche convencerse de que sólo era Polly. Si la besaba, volvería a donde había estado al borde de la piscina.

– No veo por qué no -respondió Polly, que no quería confesarle que era mejor hacerlo entonces para no tener que pasarse toda la tarde rezando por no perder el control-. Se supone que esto no es nada romántico, sino algo que debemos practicar.

– De acuerdo -accedió Simon, esperando que no se le notara que tenía que armarse de valor.

Polly le puso las palmas de las manos en el pecho y lo miró a los ojos. Había planeado darle un beso apasionado, pero en el último momento le falló el valor y se lo dio en la comisura de los labios.

Simon, deliberadamente, no la abrazó, pero, al ver que ella se retiraba, le tomó la cara entre las manos y le dijo:

– Muy bien. Ahora me toca a mí.

Entonces, inclinó la cabeza y la besó en los labios. Aquella vez, Polly estaba mejor preparada para soportar el placer. Tuvo sensaciones agradables, pero no sintió como si le cediera el suelo bajo los pies. Se estaba felicitando por soportarlo tan bien, cuando Simon se apartó de ella. Los dos se miraron con un alivio mal escondido.

– Creo que tenías razón -dijo él suavemente-. Con la práctica mejora. ¡Estamos mejorando mucho!

– Ya te lo dije.

Polly analizó cuidadosamente el ambiente. No parecía haber sensación alguna de incomodidad. Había sido un beso de lo más agradable, pero ella no había sentido que se desmoronaba como cuando Simon la había tocado antes y el aire parecía libre de tensiones embarazosas.

Tal vez aquello estuviera funcionando. Si podían evitar la tensión que le había embargado la tarde anterior, aquellas dos semanas podrían ser de lo más agradable. Y cuando llegaran Chantal y Julien, todo sería mucho más fácil. Polly llegó a la conclusión de que su desmedida respuesta a los besos de Simon debía haber sido fruto del cansancio o de los nervios. Había levantado una montaña de un grano de arena. A partir de aquel momento, volverían a su relación de siempre y todo volvería a ser como antes.


– ¡Qué flores tan bonitas! -exclamó Chantal, admirando el jarrón que Polly había colocado en la chimenea.

Al poner los ojos en Chantal, Polly había sentido que le abandonaba toda su confianza. La antigua novia de Simon era menudita, con unos enormes ojos verdes, una piel perfecta y la constitución que Polly sólo podía tener en sueños. Llevaba puestos unos pantalones color crema, muy amplios, y una camiseta blanca. A su lado, Polly se sentía gorda y desaliñada.

Al ver la reacción de Chantal por las flores, se animó un poco. Simon no había hecho ningún comentario, pero Polly sabía que él odiaba la manera caótica en la que había colocado las flores. Él hubiera preferido un arreglo minimalista, por lo que le consolaba que Chantal apreciara el efecto.

– Simon, esta casa no se parece en nada a tu piso de Londres -añadió Chantal, mirando a su alrededor.

Simon pensó que no lo era después de que Polly hubiera hecho todo lo posible por arreglarlo, pero no parecía haber sido consciente de que, en dos días, había cosas suyas por todas partes. En la mesa de café, normalmente vacía, había una pila de libros, revistas y un par de tazas sucias, limas y esmaltes de uñas y unas postales que ella había empezado a escribir pero que no había terminado.

– Polly es responsable de este cambio -dijo Simon, secamente.

– Yo solía intentar hacer el piso de Simon más femenino, pero él nunca me dejaba cambiar nada -afirmó Chantal-. ¡Debes de ser muy especial para él!

– Lo es -respondió Simon, tomando a Polly por la cintura ya que había visto fruncir el ceño a Julien.

Él era algo mayor que Chantal y resultaba muy atractivo. Resultaba evidente que adoraba a su esposa y que no podía ni quitarle los ojos de encima, por eso no le había gustado la referencia a la vida que ella y Simon habían compartido juntos.

A Polly tampoco le habría gustado si fuera él, especialmente teniendo en cuenta la manera tan afectuosa con la que Simon había saludado a Chantal cuando llegaron. Ella lo había observado casi con tanto recelo como Julien y no pudo dejar de pensar que si Helena viera cómo había saludado a su antigua novia, no estaría tan segura de él. Polly estaba segura de que a ella, Simon nunca la había besado con tanto afecto.

– Me alegro tanto de conocerte -le decía Chantal-. ¡No eres como te había imaginado!

– ¿Por qué no? -preguntó Polly, aunque creía saber la respuesta.

– Es difícil saber por qué… supongo que pareces más relajada que lo que Simon dijo de ti. Y pareces ser muy joven para ser una abogada de tanto éxito -añadió Chantal.

– Creo que estás confundiendo a Polly con Helena -dijo Simon, dándose cuenta de que, probablemente, le había dicho más cosas a Chantal sobre Helena de lo que él mismo creía.

– ¡Helena! ¡Claro! -exclamó Chantal, algo avergonzada, llevándose la mano a la boca-. ¡Lo siento mucho, Polly! Sin embargo, estoy segura de que no me habías dicho nada, Simon. ¿Cuándo ocurrió todo este cambio?

– Hace un par de meses. Las cosas se enfriaron con Helena -explicó Simon, recogiéndole a Polly un mechón detrás de la oreja-. Entonces, conocí a Polly y ¡bum! eso fue todo.

– ¡Siempre te dije que te pasaría eso algún día! -comentó Chantal, riendo-. Sólo tenías que esperar a la chica adecuada.

– Sí -afirmó él, mirando a Polly. Luego la estrechó fuertemente entre sus brazos-. Y ahora, sé que la he encontrado.

Polly sintió que se le encogía el corazón al ver cómo la miraba Simon. Sería tan fácil creer que aquellas palabras eran ciertas… Pero tenía que recordar que todo ello era una farsa e iba siendo hora de que ella representara su papel.

– ¿Se lo decimos? -le preguntó Polly.

– ¿Por qué no? -respondió Simon.

– Simon y yo nos prometimos ayer -dijo Polly, mirando a Chantal.

Estaba segura de que Chantal se daría cuenta de que todo era una mentira. Ella conocía a Simon y sabía el tipo de mujeres, elegantes y sosegadas, que le gustaban. ¿Cómo iba ella a creer que él se enamoraría de una chica algo desaliñada que parecía haber irrumpido en su ordenada vida con su caos y su desorden?

Polly esperaba que Chantal se echara a reír, pero ésta ni siquiera se sorprendió. En vez de eso, pareció genuinamente emocionada y abrazó primero a Polly y luego a Simon.

– ¡Es una noticia magnífica! -exclamó Chantal.

– Enhorabuena -dijo Julien, visiblemente más relajado.

Al ver la reacción de Julien, Simon se dijo que todo aquello había merecido la pena. Si Julien se relajaba, podrían hablar de la fusión tranquilamente y aquello era lo más importante, ¿o no? Durante los dos días anteriores, había habido momentos en los que Simon casi se había olvidado de la fusión, en los momentos que había mirado a Polly a los ojos y se había dado cuenta lo fácil que sería olvidarse de que todo aquello era mentira.

La llegada de Julien se lo había recordado. Todo lo que tenía que hacer era recordar lo importante que era aquella fusión para su empresa y sería más fácil resistirse al encanto de los ojos de Polly, a sus labios y a la suavidad de sus curvas. Sería fácil.

– ¡Por Polly y Simon! -dijeron Chantal y Julien, quienes habían insistido en abrir una botella de champán.

Polly sonrió cortésmente y miró a Simon. Resultaba evidente que aquel momento requería algún gesto de cariño. Simon debía de haber pensado lo mismo porque le pasó la mano por debajo del pelo y la atrajo suavemente hacia él. Polly no se resistió y cerró los ojos mientras él la besaba. Pero, durante un momento, no pudo dejar de imaginar cómo sería aquel beso si el compromiso fuera real.

Cuando Simon la soltó, se reclinó en el sofá, medio aliviada y medio desilusionada porque el beso hubiera sido tan breve. Había sido de lo más natural y, a juzgar por las caras de Chantal y Julien, había merecido la pena.

– Contadnos cómo os conocisteis -quiso saber Chantal-. ¡Quiero saberlo todo!

– Nos conocemos desde siempre -respondió Polly, repitiendo lo que había decidido que dirían cuando la pregunta surgiera: la verdad-. De niños, solíamos pasar las vacaciones juntos, pero cuando Simon dejó de vivir con su madre, nuestras vidas se separaron. Durante los últimos años, casi no nos hemos visto hasta que, recientemente, volvimos a encontrarnos.

– Así que, ¿fuisteis novios en la infancia? -preguntó Chantal, encantada.

– No exactamente -respondió Simon, tomando la mano de Polly-. Aunque Polly sí que quería casarse conmigo cuando tenía cuatro años.

– A decir verdad, nunca nos llevamos nada bien -explicó Polly, para evitar que él hablara de aquella parte de la historia-. A mí Simon me parecía terriblemente aburrido y yo a él le parecía una tonta, ¿no es cierto, cariño? -añadió ella, obligándose a mirar a Simon.

– Pero ahora he cambiado de opinión -replicó Simon, mirándola de una manera que la hizo enrojecer.

– ¿Y qué te hizo cambiar a ti de opinión? -preguntó Chantal, con una sonrisa.

– No sé -respondió Polly, consciente de que Simon seguía teniéndola de la mano-. Un minuto Simon era el irritante amigo de familia y al otro…

– ¿Y al siguiente te diste cuenta de que estabas enamorada de él? -sugirió Chantal, acabando la frase por ella.

A Polly le dio un vuelco el corazón. Se sentía como si estuviera al borde de un abismo, sabiendo que un paso en falso le haría caer a lo desconocido. El sentimiento era tan fuerte que lo único que podía hacer era mirar a Chantal con los ojos muy abiertos, mientras, mentalmente, se iba apartando del borde del abismo. ¡Claro que no estaba enamorada de Simon! Únicamente se estaba dejando llevar por aquella farsa. ¿No era así?

– ¿Polly? -preguntaron todos, mirándola con curiosidad.

– Sí -replicó ella-. Así fue como fue.

– ¿Te pasó a ti lo mismo, Simon? -insistió Chantal.

– Creo que me enamoré de ella en el momento que volví a verla -dijo él, levantando la mano de Polly para besarla en la palma. Aquel beso mandó una serie de sensaciones por el brazo de Polly que le hicieron temblar.

– ¡Te lo estás inventando! -exclamó Polly, como si estuviera bromeando. Sin embargo, Simon le devolvió la mirada con una perturbadora expresión.

– No, es cierto. Cuando abriste la puerta, tenías un aspecto muy diferente al que yo recordaba de ti. Me sentí como si nunca te hubiera visto, intenté seguir pensando en ti como lo hacía antes, pero no puede. Cuando me di cuenta de lo que había pasado, ya estaba perdidamente enamorado de ti y era demasiado tarde para dar marcha atrás.

Los ojos de Simon desprendían un afecto que Polly nunca había visto. Intentó recordarse que él estaba solamente disimulando, pero le resultó imposible apartar la vista de él, como si no hubiera nadie más en la habitación.

– Nunca me habías dicho eso -dijo al final Polly, diciéndose a duras penas que aquello era sólo una mentira.

– No quería hacerlo hasta que estuviera seguro de que me amabas también… y así es, ¿no es verdad?

– Sí -afirmó Polly, dándose cuenta de que, a pesar de que era lo que se esperaba que ella dijera, la respuesta había acudido sin tener que pensarla-. Así es.

Y entonces, como si lo hubieran ensayado, se acercaron el uno al otro y se besaron de un modo tan dulce que, cuando se separaron, Polly se dio cuenta, horrorizada, que tenía lágrimas en los ojos.

Sin embargo, nada de aquello extrañó a Chantal y a Julien. Ambos estaban sonriendo y Julien levantó la copa para hacer otro brindis.

– ¡Por el amor! -dijo él.

La mano de Polly estaba temblando, pero, consciente de que Simon la estaba mirando, tomó la copa con valentía.

– ¡Por el amor! -repitió Polly, obligándose a mirar a Simon como si de verdad estuvieran enamorados.

Pero Simon tenía una extraña expresión en los ojos. Por fin, levantó la copa y le devolvió el brindis.

– Por el amor -dijo Simon.


Simon puso un gesto horrorizado al ver el estado en el que estaba la cocina, pero tuvo que admitir, que de ese caos, Polly había creado una cena deliciosa. Después del vino y del champán, Julien y él habían podido relajarse y divertirse mucho más de lo que ninguno de ellos había esperado al principio de la tarde.

Cuando cerraron la puerta del dormitorio aquella noche, Simon estaba sonriendo y fue a abrazar a Polly.

– ¡Lo hemos conseguido! -exclamó con júbilo.

– ¡No me irás a decir que Julien ha accedido a la fusión tan pronto! -replicó Polly, riendo.

– Todavía no, pero nos llevamos bien y sé que va a considerar nuestra propuesta muy seriamente -explicó Simon, sonriendo-. Resulta evidente que Julien está muy relajado y dispuesto a divertirse mientras esté aquí y eso es gracias a ti, Polly. ¡Estuviste fantástica!

– Tú tampoco estuviste mal -respondió ella, sin poder dejar de ignorar las manos de él en la cintura.

– Julien se pasó toda la noche diciéndome la suerte que tengo de tenerte.

– Chantal me ha estado diciendo lo mismo sobre ti. No tienen ni idea de que, de verdad, no estamos enamorados.

– No -dijo él, lentamente-. Hemos resultado bastante convincentes, ¿verdad?

– Debemos de ser actores natos -sugirió Polly, algo incómoda al oír que le temblaba la voz.

– Debe de ser.

Sin pensarlo, Simon la abrazó aún más fuerte, pero el tacto de seda del vestido que ella llevaba hizo despertar sus sentidos más de lo que él hubiera deseado. De repente, se dio cuenta de lo cerca que ella estaba, de la calidez de su cuerpo, del aroma de su perfume y de lo fácil que sería dejarse llevar… Entonces, casi bruscamente, se apartó de ella y se produjo un incómodo silencio.

– Bueno -dijo él, por fin-. Es mejor que nos vayamos a la cama. Ha sido un día muy largo.

– Sí -respondió Polly, aclarándose la garganta-. Voy… voy a lavarme los dientes.

Ella salió corriendo hacia el cuarto de baño y se sintió horrorizada al ver que las manos le temblaban mientras empezaba a quitarse el maquillaje. Durante un momento, había estado completamente segura de que Simon iba a tomarla entre sus brazos y se había quedado atónita con la desilusión de ver que no había sido así.

El día había ido perfectamente y Polly había logrado convencerse de que podía relajarse y divertirse hasta que Simon la había abrazado. Todo era culpa de él. Si no la hubiera abrazado de aquella manera, si lo hubiera sonreído, ella no estaría preguntándose lo que sentiría si estuvieran verdaderamente enamorados, cómo sería si ella supiera que, cuando saliera del cuarto de baño, él la estaría esperando con los brazos abiertos…

Polly se echó a temblar mientras se salpicaba la cara con agua fría. Ya iba siendo hora de que dejara de preguntarse. Aquella actitud sólo podría complicar las cosas. Ella tenía que representar el papel de estar enamorada de Simon y lo haría, tal y como lo habían acordado. Sin embargo, era mejor que ella no se olvidara de que era sólo eso, un papel.


Después, cuando miraba hacia atrás en el tiempo y recordaba los días pasados en Provenza, los recuerdos eran maravillosos. Ella solía llenar la casa de flores, y se pasaba horas en la cocina, haciendo las comidas, que comían afuera, en la terraza, a la sombra de la parra. Luego, mientras recogía la cocina, intentaba que los comentarios de Simon con respecto al orden no la afectaran. Poco a poco, las protestas eran cada vez más débiles, tanto que a Polly casi le parecían ruidos de fondo.

Si no hubiese sido por las noches, todo hubiera sido perfecto. Durante el día, Polly se podía olvidar que sólo era una sustituta de conveniencia para Simon. Se acostumbró tanto a su papel, que, cuando Simon le ponía la mano en la espalda o le acariciaba la mejilla, ella respondía con la mayor naturalidad. Incluso, había podido llegar a acariciarlo a él, y a besarlo en el cuello. Por las noches, algunas veces se sentaba en el suelo y se apoyaba contra las rodillas de Simon y él solía acariciarle el pelo, enredando los dedos entre los mechones.

Pero por las noches, todo cambiaba. Al entrar en la habitación, era como pasar de una realidad a otra. Por el día, su relación era afectuosa y natural. Hablaban, reían y bromeaban el uno con el otro como si de verdad estuvieran juntos. Pero por la noche, aquella intimidad se evaporaba en recelo y el aire se cargaba de una tensión que ninguno de los dos estaba dispuesto a reconocer.

Polly solía quedarse despierta, al lado de Simon y se atormentaba preguntándose por qué aquel sentimiento de bienestar se transformaba en cuanto entraban en el dormitorio. Polly sabía que, en parte, era culpa suya. Algunas veces, a lo largo del día, le tomaba de la mano sin saber por qué o se apoyaba sobre él, y se sentía aterrorizada al pensar que Simon podría pensar que se estaba tomando aquel asunto demasiado en serio. Por eso, al llegar al dormitorio, se refugiaba tras una pantalla de frágil cortesía.

Al principio, aquella tensión aparecía sólo durante las noches pero, con el paso del tiempo, fue apareciendo también por el día. Ambos trataron de ignorarlo, pero no era fácil.

Algunas veces funcionaba. Había veces es que Polly se preguntaba si serían sólo imaginaciones suyas cuando le parecía que Simon hacía todo lo posible por no tocarla. Sin embargo, había otras, como cuando nadaban en la piscina, en las que parecía que el tiempo no había pasado desde que eran niños.

E incluso aquello acabó por desaparecer. Chantal y Julien se pusieron a preparar el almuerzo un día, dejando a Simon y a Polly en la piscina. Polly se sentía relajada y feliz, llena de energía por la luz del sol y por el hecho de que Simon parecía estar más relajado aquel día.

Tras llamarlo, ella le salpicó agua y se zambulló antes de que él pudiera atacarla, pero él la alcanzó con facilidad y la hundió de nuevo en el agua, para aparecer después en la superficie, juntos, riendo. Polly se había aferrado a los hombros de Simon y él la tenía agarrada por la cintura, listo para lanzarla por los aires. Había empezado a levantarla, pero en aquel momento, se dieron cuenta de lo juntos que estaban, y las sonrisas se les borraron del rostro, evaporándose lentamente.

Polly miró a Simon y, al ver la expresión que él tenía en los ojos, algo se quebró dentro de ella. Le resultaba imposible no notar todo lo que era de él, las arrugas en las mejillas, en los ojos, las gotas de agua que tenía en la sien… y sobre todo, el tacto de su piel desnuda, suave y morena y el roce de las manos en su cintura.

El sol brillaba en el agua y reflejaba la luz sobre sus cuerpos, yendo de uno a otra como si fueran uno. Muy lentamente, Simon la bajó hasta que ella tocó con los pies el fondo de la piscina, deslizándola a lo largo de su propio cuerpo, su estómago contra el estómago de ella, su pecho contra sus senos… Para Polly fue como si en aquel momento se hubiera detenido el tiempo.

Era como si una barrera invisible se hubiera levantado alrededor de ellos, aislándoles del mundo. Más allá, Julien y Chantal seguían hablando, sin saber lo que estaba pasando en la piscina, envueltos por el aroma de las mimosas y el calor que se reflejaba en las losetas del jardín. Sin embargo, en el agua sólo existía el roce con el cuerpo de Simon, la luz que brillaba en los ojos de él y un tremendo sentimiento de lo inevitable.

Sin decir palabra, se miraron el uno al otro. Día tras día, noche tras noche, aquella terrible tensión les había llevado a aquel momento, reflejando lo que ellos habían estado pensando. Polly podía sentir la resistencia de ambos haciéndose pedazos como si fuera algo tangible, temblando de anticipación y alivio al ver que el momento que ambos querían había llegado por fin.

Aquel sería un beso verdadero. Aquella vez, Polly no podría afirmar que había estado fingiendo ni le importaba hacerlo. No quería pensar en el después, todo lo que quería era sentir la boca de Simon sobre la suya.

Estaba tan segura de que aquel beso ocurriría que las manos de ella se empezaron a deslizar hacia los hombros de él… Y entonces, de un golpe, Simon se apartó de su lado tan bruscamente que ella se cayó al agua.

– Es hora de comer -dijo él secamente, mientras se daba la vuelta y salía de la piscina-. Chantal y Julien nos están esperando.

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