Capítulo 7

Las manos de Jane se apartaron del cuerpo de Lyall.

– Quería olvidar -dijo con amargura, aturdida por los besos de Lyall. Tenía los ojos muy abiertos por la sorpresa, y se cerró la camisa con manos temblorosas.

– ¿Por qué? -preguntó acariciándola-. ¿Por qué negar lo que hubo hace tanto tiempo, lo que todavía hay entre nosotros?

Jane se apartó del árbol y miró hacia otro lado.

– Terminó hace diez años -dijo desesperada, aunque no estaba claro si estaba intentando convencer a Lyall o a ella misma.

– No ha terminado, Jane. Yo también creí que había acabado. Cuando vi tu nombre para el trabajo de Penbury, pensé, sinceramente, que no significabas ya nada. Creí que cuanto te viera iba a poder tratarte como a cualquier otra persona, pero entonces vine, te vi entre las flores con las manos llenas de rosas y el sol en tu pelo, y supe que no había cambiado nada. Que seguías siendo la misma.

– No soy la misma -contestó, todavía un poco mareada y como si hubiera caído desde una gran altura. Pero de repente la rabia se abrió camino en su interior-. No soy la misma. Era una estúpida cuando te conocí, pero he madurado desde entonces. Empecé a hacerlo el día que te marchaste a Londres con Judith y tuve que enfrentarme a todo el mundo.

– Tú podías haber venido también. Te lo pedí, te supliqué que vinieras.

– ¿Creías que iba a unirme a vosotros de verdad?

– Intenté explicarte mi relación con Judith -dijo con enfado-, pero no me escuchaste. Ni siquiera quisiste verme, tuve que hablar con tu padre.

Qué bien recordaba Jane aquel día terrible. La tristeza en su corazón, las voces furiosas en la entrada y Lyall esperando en la puerta enfadado. ¡Esperaba de verdad que cayera en sus brazos!

– Ven conmigo ahora mismo, Jane -había insistido-. Judith no significa nada. Nunca tendremos aquí futuro. Aquí la gente es cerrada, llena de prejuicios. Todo será diferente en Londres.

En esos momentos, Lyall la estaba mirando con la misma expresión de impotencia y rabia.

– ¿Me estás diciendo que todo lo que dijiste en esos momentos era verdad? ¿Que todo lo que me habías dicho antes era mentira? ¿Que nunca tuviste la intención de salir de Penbury?

– ¿Por qué te resulta tan difícil creerlo? -preguntó con desafío.

– Porque recuerdo la expresión de tus ojos cuando me dijiste que me amabas, y porque no te imaginaba quedándote aquí en Penbury el resto de tus días sólo para agradar a tu padre.

Jane se metió bruscamente la camisa por la cintura del pantalón.

– ¿Nunca se te ha ocurrido que quizá sea más valiente quedarse que escapar?

– En tu caso no, Jane. ¡Tú no te viniste conmigo por cobardía!

– ¡No te atrevas a llamarme cobarde! ¿Tú sabes lo que han sido estos diez años? ¿Tú sabes lo que ha sido admitir que todo el mundo tenía razón sobre ti? ¡Yo les había dicho a todos que no eras como decían, y te fuiste con Judith! Por lo menos, no fui tan estúpida como para irme detrás de ti. Tú sigues diciendo que mi padre quería que me quedara en Penbury, pero era porque no quería que me fuera contigo. ¡Qué razón tenía! Cuando me fui a la escuela de jardinería, se alegró mucho.

– No tanto como para dejarte que terminaras el curso -apuntó con ironía.

– ¡No le dio un ataque de corazón porque quisiera! Tuve que volver a casa. Tuve que dejar el curso y aprendí contabilidad y a tratar con los proveedores para que mi padre descansara. ¿Crees que fue fácil para mí? ¿Crees que yo quería dejar mis sueños y abandonar mi carrera, o intentar buscar dinero para mandárselo a Kit a la universidad? ¿Crees que fue fácil ver morir a mi padre? -Jane comenzó a llorar y se secó las lágrimas con la mano-. ¿Lo imaginas, Lyall?

– No -admitió finalmente con expresión hermética.

– ¡Entonces, no vuelvas a llamarme cobarde otra vez! Tú has sido el cobarde, Lyall. Te gusta hablar de tu libertad y de tu independencia, ¿verdad? Pero son excusas para justificar tu miedo a comprometerte con alguien. ¡Yo fui feliz tres meses! ¿Cuánto tiempo duró Judith, un mes, dos? Antes de que te aburrieras y buscaras a otra, alguien que no amenazara tu preciosa independencia, alguien tan desesperado como para aceptar tus condiciones, sin importar lo que ella sintiera o quisiera. ¿Eso nunca te ha importado, verdad? ¡Lo único que te importa es lo que te pasa a ti!

Lyall intentó decir algo, pero supo que ella no iba a escuchar. Ella no quería discutir con él, sólo quería decirle todo lo que tenía dentro.

– Me imagino que te divierte haber venido y hacer que los recuerdos emerjan. Nunca te has parado a pensar que no quería volver a verte más, que era perfectamente feliz como estaba. ¡Claro! Estabas aburrido y querías divertirte un poco, igual de aburrido que diez años atrás, y pensaste lo divertido que sería engañarme. Ahora estás intentando hacer lo mismo, sólo que ahora tengo diez años más. ¡Ahora no voy a dejar que destroces mi vida como entonces! Eres egoísta, arrogante y un irresponsable, y no quiero nada contigo, así que, deja que continúe mi camino.

La expresión de Lyall era de perplejidad absoluta.

– Muy bien, tengo cosas mejores que hacer que quedarme delante de alguien que me acusa de ser egoísta, y que nunca ha pensado lo que yo sentía hace diez años. Eso es porque nunca estuviste interesada en mí, ¿es eso, Jane? Tú estabas cansada de ser una buena chica y quisiste probar a hacer algo diferente de lo que te decían. Estabas esperando a alguien y aparecí yo por casualidad. Yo era tu prueba de rebeldía, quisiste saber lo que era enamorarse, pero no querías que durara mucho tiempo. Si no me hubieras visto con Judith aquel día, habrías encontrado otra excusa para volver con tu papá. ¡Creía que ese imbécil de Alan Good no te pegaba, pero estáis hechos el uno para el otro! Vete con él y nunca habrá ningún fallo en tu burbuja tranquila, segura y aburrida. No tienes por qué preocuparte, Jane, puedes quedarte con Alan y con Penbury. No quiero volver a veros.

– Muy bien -gritó Jane, después de que Lyall se hubo dado la vuelta para alejarse sin mirar atrás-. Bien -volvió a repetir como para asegurarse, pero se abrazó como si sintiera frío y su voz sonó desolada en el bosque silencioso y vacío.


Cuando Lyall la llamó al día siguiente al despacho, ella no quiso ponerse al teléfono.

– Dice que sólo quiere pedirte perdón -insistió Dorothy, que intentaba disimular su curiosidad.

– No me importa. No quiero hablar con él.

Le había dicho todo lo que tenía que decirle. Había pasado una noche inquieta, pensando en los besos una y otra vez, y el haberse dejado arrastrar y haberle respondido tan apasionadamente la había hecho decidir no volver a verlo. Seguiría mandándole informes sobre el progreso de las obras, pero no había ninguna necesidad de verlo personalmente. Sus hombres estaban haciendo un buen trabajo y era demasiado tarde para que cambiara de opinión y cambiara el contrato. Aunque sí podía de cambiar de opinión en etapas de la obra posteriores, pero aunque tuviera muchos defectos, sabía que Lyall no era vengativo. Lo más probable era que dejara todo a su secretaria y se marchara de Penbury como había dicho.

El pensamiento tendría que haberla alegrado, pero lejos de eso la inquietó. Las palabras de Lyall resonaban en sus oídos. ¿De verdad creía que ella lo había utilizado? La había acusado de ser egoísta, cobarde y aburrida. ¿Era verdad que la veía así? ¿Era así?

Jane no quería responder a eso. Así que se concentró en el trabajo, ordenó la contabilidad hasta la fecha, clasificó los informes metidos en cajones tan llenos que apenas podían cerrarse. El despacho quedó mucho mejor cuando hubo terminado, pero nada cambió. La opinión de Lyall seguía resonando en su cabeza, y lo que era peor, Alan seguía insistiendo. Se presentaba inesperadamente por las tardes en su casa, algo que nunca antes había hecho, y Jane se quedaba en el despacho trabajando hasta tarde para evitarlo. También estaba preocupada por Kit, estaba esperando que le mandara dinero, pero el director del banco le había negado el préstamo, lo cual significaba que tendría que vender pronto la casa. Por todo ello, estaba cansada de los hombres.

Lyall tampoco se lo puso fácil y la llamaba todos los días, y todos los días Jane se negaba ponerse al teléfono.

– ¿Por qué no quieres hablar con él? Parece tan educado al teléfono que no puedo creer que sea el mismo Lyall Harding.

– Pues es el mismo Lyall.

– Era tan mal educado de joven… Pobre chico, no creo que haya sido muy feliz. Conocí a su madre, era una mujer muy guapa, pero no era suficientemente fuerte como para enfrentarse a su padre. Joe Harding era un hombre muy difícil -Dorothy lanzó un suspiro de resignación mientras seguía trabajando-. Creo que amaba a Mary a su manera, pero estaba tan celoso que hizo que su vida fuera un desastre. Solía ser muy tirano con Lyall también, hasta que fue suficientemente mayor como para enfrentarse. No me sorprende que Lyall fuera así. Odiaba no ser capaz de proteger a su madre, y sólo conseguía luchar contra su padre haciendo gamberradas. No todo el mundo lo veía así, claro. Sólo veían que metía en problemas a sus hijos, y enamoraba a sus hijas. Creo que todo el mundo se quedó tranquilo cuando se fue.

Las manos de Dorothy se pararon al recordar el pasado.

– Vi a Mary poco después de que él se hubo marchado. Estaba muy deprimida. Lyall sólo tenía diecisiete años y por su puesto estaba preocupada por él, pero, por otro lado, sabía que si seguía allí habría tenido problemas con el padre. Creo que de alguna manera se fue por ella, y que cuando volvió también lo hizo por ella. Nunca le dijo lo enferma que estaba, y se lo debió decir demasiado tarde. Lyall volvió el día antes de que muriera -Dorothy dio un suspiro y siguió abriendo otro sobre-. Pero me imagino que no hace falta que te diga todo esto, ¿verdad, Jane? Tú debes de saberlo mejor que nadie.

¿Debía saberlo? Jane miró hacia abajo. Ella nunca había sabido los problemas que Lyall tenía en su casa. Nunca supo que él había vuelto para ver a su madre morir. En realidad, nunca había sabido mucho sobre su vida aquel verano. «Nunca te interesaste realmente por mí», había dicho, y estaba en lo cierto. Había estado preocupada siempre por Kit y por su padre, y nunca se había preguntado por los sentimientos de Lyall. Él era mucho mayor que ella, y siempre parecía tan vital, tan fuerte, que nunca se le había ocurrido que pudiera tener algún problema.

– No estoy segura. Él nunca me habló de sus padres. Si odiaba tanto a su padre, ¿por qué se quedó cuando su madre murió?

– Joe estaba muy deprimido cuando Mary murió -recordó Dorothy-. Me imagino que Lyall pensó que tenía que ayudarlo, aunque no creo que fuera la principal razón.

– Entonces, ¿qué fue?

– ¡Tú, claro! -contestó Dorothy mirándola con incredulidad-. No lo conocías de antes, porque él había estado ocho años fuera y había cambiado mucho. Antes estaba con una chica diferente cada semana, pero aquel verano estuvo sólo contigo.

Y con Judith. ¿Y cuántas otras chicas de las que él no le contó nada?

– No había cambiado tanto -dijo, y recordó cómo trataba a Dimity-. Y ahora tampoco.

Jane se fue a su despacho y trató de concentraste en el informe sobre la mansión, pero las palabras de Dorothy no las podía olvidar. Había sido egoísta, como Lyall había dicho. Era cierto, ella era muy joven, pero podía haber hecho un esfuerzo por entender por qué se comportaba de aquella manera. No iba a cambiar la opinión que tenía de él, se aseguró con firmeza, pero si volvía a llamar contestaría, no para decir que lo sentía, ¿por qué iba a tener que disculparse?, pero sólo para demostrar que era capaz de ser una persona civilizada.

Pero Lyall no volvió a llamar, como si hubiera cambiado de opinión. Jane se dijo a sí misma que era lo mejor, pero siempre estaba esperando que Dorothy dijera que Lyall estaba al teléfono. Cada vez que sonaba se sobresaltaba, y si estaba fuera al volver miraba impaciente los mensajes que tenía.

Un día, cansada de soportar otro fin de semana contestando al teléfono para descubrir que era Alan, decidió aceptar una invitación de unos amigos que tenía en Bristol. ¡Si Lyall no quería llamarla, mejor!

Cuando Alan supo sus planes, quiso acompañarla.

– Podemos visitar a mis padres de vuelta -sugirió impaciente.

– No -dijo Jane, tomando aliento para explicar de nuevo a Alan que su matrimonio era algo imposible. Cuando terminó, Alan tenía una expresión tan triste que Jane se sentía mal, pero por lo menos la había escuchado y había entendido.

– Lo siento -declaró-. Espero que sigamos siendo amigos, de todas maneras.

Alan pareció ver en ello una señal, pero no pudo convencerla de que no hiciera el viaje sola, y Jane aquel viernes por la tarde, cuando se metió en su furgoneta sola, lo hizo con un suspiro de alivio. ¡Iba a estar un fin de semana sola, sin pensar en Alan, en Lyall o en Kit!

Y es lo que intentó, por supuesto. Fue agradable volver a ver a Beth y a Tony, pero cuando hablaban o se reían no podía evitar pensar si su teléfono estaba sonando. Lyall podía dejar un mensaje en el contestador, de todas maneras, se aseguró, antes de enojarse consigo misma. ¿Qué estaba pasando? Se suponía que no tenía que importarle si llamaba o no.

Cuando volvió, lo primero que hizo fue escuchar los mensajes, pero su corazón dio un vuelco cuando no encontró ninguno. Salió al jardín para mitigar su tristeza entre las plantas. ¿Qué pasaba si Lyall no quería volver a hablar con ella? Evidentemente se había marchado de Penbury, o por lo menos es lo que él había dicho que haría. No lo había visto hacía un mes, y seguro que estaría detrás de cualquier otra mujer. ¡Quienquiera que fuese Jane la compadecía!

El lunes por la mañana Jane fue hacia la mansión para llevar pintura sus hombres.

Dimity salía en ese momento del coche y la saludó.

– ¡Hola, Jane! -gritó con entusiasmo-. ¡Me alegro de verte!

Su entusiasmo hizo que Jane apretara los dientes y se pusiera alerta. ¿Cómo es que de repente quería hacerse amiga suya? Era el tipo de mujer que se mostraba agradable si había hombres alrededor, para que apreciaran su encanto-. ¿Qué tal el fin de semana?

– Muy bien -contestó Jane-. ¿Y tú?

– ¡Maravilloso!

¿Por qué no podía hablar como todo el mundo, en lugar de hablar con ese tono tan chillón? Jane esbozó una sonrisa breve y se volvió para descargar la pintura de la parte de atrás de su furgoneta.

– Lyall vino el fin de semana -declaró Dimity con una mirada provocativa-. ¡Cuidado! -exclamó cuando vio que Jane estuvo a punto de tirar uno de los botes de pintura sobre su pie.

– Lo siento -se disculpó Jane, deseando haberla hecho daño.

– ¿Qué te estaba diciendo? Ah sí, Lyall… es tan amable, ¿verdad?

– Puede ser encantador cuando quiere.

– Conmigo siempre es encantador -Dimity lanzó un suspiro profundo-. Este fin de semana es la primera vez que hemos hablado. ¿Sabes la sensación que es encontrarte a un hombre y ver que todo entre vosotros es perfecto, como si os conocierais de toda la vida?

– No -contestó Jane.

– Pues fue así con Lyall. Ya sé que Lyall ha conocido muchas mujeres en el pasado, pero a juzgar por las cosas que decía creo que quiere estabilizar su vida.

– ¿De verdad? -preguntó Jane fríamente.

– Sí; de hecho incluso ha… Creo que es mejor que no diga nada. Me parece que por ahora no quiere que nadie sepa sus planes.

– En ese caso, es mejor que no los vayas contando por ahí.

Dimity se quedó un poco seria ante el reproche de Jane, pero enseguida continuó.

– Lyall y yo vimos a Alan en el pub el sábado. El pobre estaba muy deprimido porque te habías ido el fin de semana sin él, pero conseguí que se alegrara un poco. Tienes que tener cuidado de no perderlo, no hay muchos hombres como Alan -dicho lo cual se dirigió hacia la casa, sin llevar ninguna de las latas de pintura.

Jane la miró con desagrado. ¿A qué se refería cuando había hablado sobre los planes de Lyall? ¡Si Dimity pensaba que su simpleza era suficiente como para hacer que un hombre como Lyall se asentara, era más tonta de lo que pensaba!

Cuando volvió al despacho el teléfono estaba sonando y Dorothy contestó.

– Hola, me alegra que llames… estoy bien… No, no mucho… Trabaja mucho como siempre… Eso es exactamente lo que he dicho… -hubo una pausa larga y entonces Dorothy comenzó a tomar notas-. Sí… sí… sí. De acuerdo.

– ¿Quién es? -susurró Jane, y Dorothy tapó el auricular con la mano.

– Lyall Harding.

– Bien, estaré en mi despacho -contestó con deliberada tranquilidad. Se sentó en su mesa y se colocó mientras esperaba que Dorothy le pasara la llamada. Hablaría con él, sólo por una vez, para decirle que estaba bien, y que se alegraba que estuviera pensando en instalarse con Dimity.

Esperó, pero no hubo llamada. Sólo se escuchó que Dorothy colgaba y a continuación el teclado del ordenador cuando comenzó a escribir.

Jane frunció el ceño y se fue a la otra habitación.

– ¿No quería hablar conmigo?

– Me dijo que era inútil preguntar otra vez si querías hablar con él. Así que me dio un mensaje.

– ¿Y qué fue?

– ¿Tú mencionaste chimeneas en uno de tus informes? ¿Para las habitaciones de invitados? Dice que las ha encontrado en el este de Londres, y que necesitaba que alguien fuera a por ellas mañana o perdería el trato. Preguntó si podrías mandar a alguno de los hombres.

– ¿Mañana jueves? -dijo Jane-. Todos los hombres están muy ocupados. Colin está enfermo, y la mujer de Jim está esperando dar a luz en cualquier momento. Ray está haciendo un trabajo para la señorita Fothergill… ¿Dijo Lyall la dirección exacta?

– Sólo dijo que era en el este de la ciudad. Dijo que estaría fuera toda la mañana, pero que se puede llamar a su secretaria.

– Puedo ir yo misma -decidió Jane-. No tengo nada que hacer mañana, y alguien tiene que hacerlo. Tomaré la furgoneta grande y volveré por la tarde.

– Es un viaje largo para que lo hagas tú sola -dijo Dorothy dudosa, pero Jane frunció el ceño, contenta de pasar un día entero fuera del despacho.

– ¡Nada de eso, llevará como mucho dos horas ir allí!

Tardó cuatro horas casi, debido a obras en la carretera, y un accidente que bloqueaba la salida de la autopista. Después de algunos problemas más, deseó haberse quedado en casa con la rutina que según Lyall tanto le gustaba.

Al llegar a Londres se dirigió a las oficinas de Multiplex. La búsqueda no fue fácil, y su mal humor no mejoró, al ver que el aparcamiento estaba lleno. El único lugar donde había sitio era el que tenía una señal diciendo Reservado para el director, pero como el director era Lyall y ella estaba allí debido a órdenes suyas, no había ninguna razón para que no aparcara allí, pensó. Iban a ser cinco minutos, mientras que salía a informar y preguntaba la dirección.

Animada por el hecho de que Lyall estaría fuera, Jane aparcó y se dirigió a la entrada. El edificio era moderno, diseñado en cristal y azulejos, y totalmente diferente de Penbury Manon.

Fue a la recepción, sintiéndose un poco fuera de lugar por sus pantalones vaqueros y su camisa azul un poco gastada. Era una ropa apropiada para cargar chimeneas, pero contrastaban horriblemente con los trajes inmaculados que las recepcionistas llevaban.

Una de ellas le dijo que la secretaria de Lyall bajaría enseguida, que se sentara mientras tanto. Jane tomó asiento en una de las cómodas sillas que había alrededor de una pequeña piscina adornada con plantas. Automáticamente se acercó a una de ellas para tocar la tierra, pero retrocedió al pensar que probablemente habría alguien cuidándolas.

Miró a su alrededor maravillada. ¿Cómo era posible que aquel muchacho impulsivo y mal educado hubiera construido todo eso? Jane se sentó en uno de los asientos de piel y observó la actividad que había en el vestíbulo. Todos los hombres que allí había, con sus trajes oscuros elegantes, todas las mujeres vestidas de manera exclusiva, tenían que darle las gracias de una u otra manera.

Como si sus pensamientos hubieran sido una conjura, de repente se abrieron las puertas automáticas y Lyall entró a grandes pasos, iba acompañado de cuatro hombres. La atmósfera cambió inmediatamente. Todo el mundo se puso rígido ante el poder que emanaba sin esfuerzo. Iba vestido como los hombres que lo acompañaban, con un traje hecho a medida y una corbata.

Jane tomó un periódico y se escondió detrás. Intentando que nadie la viera, observó a Lyall dirigirse a los ascensores. ¿Qué pasaría si bajaba en ese momento su secretaria? Le diría que Jane estaba allí y quizá él pensara que había ido a Londres sólo para verlo.

Al momento siguiente, una mano tiró del periódico hacia abajo y Jane se encontró frente a unos familiares ojos azules. La expresión, sin embargo no era muy cariñosa.

– No sabía que podías leer del revés, Jane.

– Creía que no ibas a estar aquí -dijo con las mejillas coloradas, dejando el periódico en una silla cercana.

– He estado fuera toda la mañana. Creía que la furgoneta iba a llegar mucho más pronto, y había dejado instrucciones. ¿Por qué estás aquí? Dije a Dorothy que enviara a dos hombres.

– Yo tomo las decisiones en mi compañía, no tú. Y pensé que era mejor que viniera yo.

– Pareces cansada. Dorothy me dijo que habías trabajado mucho. No tenías que haber venido a soportar el tráfico a estas horas.

– Podías haberlo pensado antes de llamar. Y gracias por preocuparte por mi salud, pero estoy bien. ¡Parezco cansada porque tuve que esperar mucho tiempo en la autopista y luego estuve buscando horas tu podrida organización!

– Tenías que haber escuchado mi consejo y haber mandado a otra persona. Pero nunca te gustó mucho escuchar, ¿verdad, Jane? Ahora será mejor que me acompañes.

– Gracias, pero no hace falta que te preocupes por mí. Parece ser que tu secretaria viene hacia aquí.

– ¿Sí? -Lyall se dio la vuelta y una mujer vestida con una elegante falda gris y una camisa beis de seda salía del ascensor y buscaba a Jane con la mirada.

La mujer sonrió y se acercó a ellos. Era tan elegante que Jane, sin saber por qué, se levantó.

– Te dejo en buenas manos -dijo Lyall, y con un gesto indiferente de cabeza se despidió y se fue hacia los ascensores.

– Hola, Jane.

Jane se mordió los labios y se quedó mirando a Lyall, que tan rápidamente se despidió, sin darse cuenta de la presencia de la mujer, pero cuando oyó su voz algo en su interior estalló. La miró sin creérselo.

Era Judith.

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