Capítulo 7

NATALIA se separó un milímetro para tomar aire. Tenía la boca mojada, los ojos soñolientos y los dedos enredados en el pelo de la nuca de Tim. Su cara le llegó al alma.

– No me malinterpretes -le dijo acariciándole el cuello-, pero llevaba tiempo preguntándome cómo sería esto.

Aquella confesión fue tan natural como su beso.

– ¿De verdad?

– ¿Tú también?

No. La verdad es que había estado demasiado ocupado.

– Después de besarte, me cuesta pensar. ¿Podríamos repetirlo?

– Por supuesto.

Sonrió al besarla. Jamás había besado a una mujer mientras sonreía. Le encantaba sentir su cuerpo tan cerca. Deslizó las manos bajo la camisa de franela y se adentró en aquel mundo de curvas con el que había estado soñando todo el día…

Llevaba todo el día pensando en aquello.

Tim se rió sorprendido de sí mismo y Natalia se apartó.

– ¿Qué pasa?

– Nada -contestó Tim acercándose para seguir besándola.

– Deja de reírte -le dijo ella poniéndole una mano en el pecho.

– No, pero si yo…

– Te voy a decir una cosa, Tim. Es de muy mala educación reírte de cómo besa una mujer.

Oh, oh.

– No me estaba riendo de ti, de verdad. Ven aquí.

– ¿Para qué? ¿Quieres volverme a besar? Si no te hubieras reído, eso sería exactamente lo que estaríamos haciendo ahora.

– Me estoy riendo de mí, ¿vale? Me acabo de dar cuenta de que llevo todo el día pensando en ti.

– Y te parece gracioso…

– No, no me parece gracioso -contestó Tim-. Más bien, una distracción.

– Eso no es precisamente un cumplido.

– ¿Ah, no? -dijo Tim acercándose-. A ver qué te parece esto. Me pones a mil. Estoy trabajando y me descubro pensando en ti, en esto, en cosas que creía no necesitar.

– Yo tampoco las necesito.

– Bien -dijo tomando aire-. Así que lo dos tenemos fantasías, pero…

– Siempre hay un pero -suspiró Natalia.

– Pero mi vida no está hecha para esto.

– ¿Y la mía sí? -rió y negó con la cabeza-. No, te aseguro que no.

– Natalia, todo lo que soy, todo lo que tengo es este rancho. Ha habido otras mujeres que han intentado vivir conmigo, encajar en este lugar, pero… siempre me han dejado.

– Lo siento mucho, pero yo también me ir pronto.

– Es cierto. Entonces, ¿qué demonios estamos haciendo?

– No lo sé… ¿Darnos un gusto, quizás?

– ¿Darnos un gusto? -repitió Tim sorprendido-. ¿Dónde has aprendido eso?

– O sea que es muy normal que un hombre proponga una aventura, pero si es una mujer la que quiere…

– ¿Darse un gusto?

– ¡Déjalo! -contestó Natalia.

– Espera -dijo Tim con la cabeza dándole vueltas-. ¿Te he insultado?

Natalia se rió y se puso a contemplar la luna de nuevo.

– Natalia -dijo Tim en voz baja poniéndole las manos sobre los hombros-. ¿Podemos volver a intentarlo?

– De acuerdo -contestó ella tomando aire-. Perdona por propiciar esta situación. Ha sido una estupidez por mi parte.

– No -dijo él admirando su precioso perfil-. No ha sido una estupidez.

– Quiero que sepas que una cosa es darse un gustazo y otra amar -le dijo mirándolo a los ojos-. No espero que me ames. ¿Queda claro?

Tim sintió que el corazón se le encogía.

– Natalia…

– Una noche, Tim. Bueno, me quedan varios días, así que varias noches, pero ya sabes a lo que me refiero.

– Te mereces algo más. Te mereces tiempo y un hombre que se moleste en conocerte.

– ¿Quieres conocerme? ¿Y eso? Bueno, soy la segunda de tres hermanas y suelo ser bastante fácil tratar… cuando no estoy en Texas, claro. Tengo fama de dura y prepotente, pero no creo que con vosotros me haya portado así. Aunque cualquiera lo diría viéndome ahora, me gusta ir a la moda. También me gusta esquiar, pero por aquí no veo estaciones -sonrió-. Y, por último, soy princesa, lo que nos devuelve al tema principal en todo esto que es que me tienes lástima como a los animales que recoges.

– Natalia…

– No -dijo apartándose con dignidad-. En pocos días, tendré dinero suficiente para ir donde tengo que ir, pero antes habré vivido como una persona normal y corriente, habré experimentado lo que se siente viviendo con gente que no te trata como a una princesa. Final de la historia -añadió yendo hacia la puerta-. Te agradezco mucho lo que has hecho, pero creo que deberíamos volver a la relación que teníamos antes, a la de jefe y empleada -concluyó entrando en la casa con la cabeza bien alta y los hombros echados hacia atrás.

Desde luego, toda una princesa en vaqueros.


Al día siguiente, Natalia consiguió no hablar con Tim durante el desayuno. No estaba enfadada ni dolida, pero no quería complicarse la vida.

Estaba claro que, aunque se suponía que aquel país era el colmo de la modernidad, los hombres no estaban a la altura de las circunstancias. A ver si lo recordaba la próxima vez que se le descontrolaran las hormonas.

Preparó un plato parecido a una quiche estadounidense que le quedó de maravilla. O eso creía ella, claro.

– No me envenenarás por lo de anoche, ¿no? -bromeó Tim mirando el plato.

Natalia probó la quiche.

– ¿Cómo? -dijo Sally-. ¿Qué pasó anoche?

Tim miró a Natalia.

Natalia siguió comiendo.

Sally frunció el ceño.

– Dios mío, eres idiota -le dijo a su hermano.

Tim no dejó de mirar a Natalia.

– Ya lo sé, gracias -contestó.

Sally miró a Natalia.

Natalia siguió comiendo.

– Como le hagas algo a mi hermano, te mato -dijo acercándose a ella.

– Eres realmente encantadora por la mañana -sonrió Natalia-. ¿Verdad, chicos? ¿Es así normalmente con vosotros o despliega sus encantos solo cuando estoy yo?

– Solo cuando estás tú -contestó Sally poniéndose en pie-. Seth, te espero en la cuadra. Espero que tengas algo -añadió dándole un billete de cinco dólares.

Cuando Sally se fue, Natalia fue a la cocina a buscar el pan. Cuando volvió, los demás habían desaparecido y no quedaba ni rastro de la comida en los platos.

«Buena señal», se dijo.

Miró por la ventana. Hacía un día maravilloso. Se puso a fregar los platos mientras pensaba en lo pronto que se había despertado. A pesar de todo, estaba contenta. No cambiaría aquello por nada.

Ni el beso.

No, no se arrepentía. Tampoco le quedaba mucho tiempo allí, además. Pronto volvería a llevar su vida de siempre y tendría demasiadas cosas como para pensar en estos días que estaba viviendo.

¿A quién pretendía engañar? Pues claro que recordaría el rancho porque se lo había pasado en grande.

Sonrió al pensar en el guapo, sexy y cabezota de Timothy Banning.

Ojalá apareciera.

Podría pasarse el día entero mirándolo.

Obviamente, él no sentía lo mismo.

Menudo baño de humildad. Amelia no paraba de repetirle que la humildad era muy necesaria. Pues ella ya había tenido suficiente para toda la vida.

En ese momento, la cabra ciega tiró al suelo al cerdo. El animal intentó levantarse, pero no podía. El pobre movía las tres patitas en el aire, pero nada.

Natalia sintió que se le partía el alma.

– Maldita sea, no pienso ir -dijo en voz alta.

Pero el cerdo le daba mucha pena, así que agarró una bolsa con sobras de comida que había guardado y fue hacia la valla.

Tomó aire varias veces y se dijo una y otra vez que era muy fácil. Solo tenía que abrir la puerta y entrar.

Lentamente, la abrió y… pisó algo marrón, pegajoso y que olía asquerosamente mal.

– ¡Agg! -exclamó retirando el pie.

Con poco entusiasmo, se acercó al cerdo.

– Eh -le dijo.

El animal no respondió.

– Espera, vamos a ver así… -dijo empujándolo para ponerlo en pie.

El animal, al verse sobre sus tres patas de nuevo, comenzó a dar vueltas a su alrededor como agradecimiento y terminó tirándola al suelo…

En ese momento, la cabra se puso a comerse su camiseta. El cerdo embistió con furia. Primero a la cabra y luego a ella. Natalia sintió más miedo que nunca. La cabra respondió tirando al cerdo de nuevo de lado.

– Parad inmediatamente -los reprendió Natalia cubierta de estiércol de arriba abajo.

El cerdo se levantó y se puso a dar vueltas alrededor de la cabra, que balaba histérica. Natalia intentó ponerse en pie mientras el viejo caballo miraba de lejos el espectáculo.

– Orden -gritó como si estuviera en el palacio.

Oyó una risa masculina a sus espaldas.

Tim, claro. Debía de ser que todavía no había tenido suficientes baños de humildad.

Estaba fuera del vallado riéndose a su costa.

Natalia prefirió no reparar en cómo se le había acelerado el pulso nada más verlo.

– ¿Sabías que tu cabra es un toro? Además, es mentira que sea ciega. Tiene al cerdo torturado.

– Para que lo sepas, la cabra es macho y el cerdo hembra. ¿Quieres que te enseñe cómo se les diferencia? -sonrió con malicia-. Son amigos y solo están jugando. A Pickles le encanta que…

– ¿Pickles?

– No se lo puse yo -contestó Tim-. Es cierto que no está completamente ciego. A la señora Cerdo le cae bien, hazme caso.

– Pero si se estaban matando.

– No. Mira… -dijo abriendo la puerta y entrando.

Por supuesto, la señora Cerdo derribó a Pickles para llegar primero.

– ¿Quieres acariciarlos?

– Claro que no.

– Bueno -dijo Tim acariciando a ambos por igual-. ¿No te gustan los animales?

– Exacto -mintió.

Era mejor que creyera que no le gustaban a que supiera que les tenía miedo.

– Ah -dijo Tim sonriendo misteriosamente.

– ¿Qué pasa? -dijo poniéndose en jarras sin acordarse de con qué se había manchado las manos.

– Que eres una mentirosa, princesa -contestó acercándose demasiado.

– Nunca miento -mintió. «Bueno, casi nunca».

– Por eso les das de comer ¿verdad? Porque no te gustan los animales…

Natalia se dio cuenta de que había visto la bolsa con sobras.

– ¿Dónde nos lleva esta conversación? -protestó.

Tim enarcó una ceja y sonrió haciendo que a Natalia se le pusiera la piel de gallina y los pezones de punta.

– Lo que importa aquí -contestó Tim con paciencia- es que te quieres hacer la dura, y eres tan buena como cualquiera de nosotros.

Natalia intentó contestar, pero no se le ocurrió qué decir.

– Se ve que no estás acostumbrada a este mundo -dijo Tim amablemente-, pero tampoco pareces de ciudad -añadió acariciándole el pelo-. ¿Quién eres, Natalia?

¿No era acaso su principal problema? Ya ni siquiera sabía quién era. Le gustaba la vida de princesa, pero los últimos días, difíciles y duros, le habían enseñado todo lo que se estaba perdiendo.

– Tengo trabajo -contestó-. Es casi la hora de comer.

Estaba yendo hacia la casa cuando la llamó.

Se paró, pero no se volvió. No confiaba en sí misma. Era capaz de ceder a sus deseos. «¿Y si fueran deseos sexuales?», pensó secretamente esperanzada.

– Lávate las manos primero, ¿eh?

Natalia se las miró.

– Te estaría bien empleado que no lo hiciera -murmuró decepcionada.


A la hora de cenar, estaba lloviendo. Mientras hacía albóndigas, se puso a mirar por la ventana y vio a Pickles solo bajo la abundante lluvia.

– Este animal es tonto -murmuró.

La cabra baló desconsolada.

– No pienso mirar -dijo.

Pero no podía.

Volvió a mirar.

El caballo y la cerda estaban resguardados bajo el árbol, pero la cabra se estaba empapando.

– ¡Por Dios, métete debajo del árbol! -exclamó al oírlo balar de nuevo con tristeza.

Pickles ni se movió.

Natalia se lavó las manos y salió al porche.

– ¿Qué haces? -le gritó-. ¡Métete debajo del árbol! ¡Vamos! ¡Al paso! ¡Corre! -le ordenó.

La cabra levantó la cabeza y la miró sin verla.

Maldición. Natalia corrió hacia el animal.

– ¡Muévete!

La cabra obedeció.

– Buen chico -dijo Natalia acariciándolo-. No me muerdas, ¿eh? Venga, vamos por aquí.

Pero la cabra se paró en seco.

– ¡Te estoy intentando ayudar! -exclamó poniéndose en los cuartos traseros del animal y empujándolo-. ¡Pickles, muévete!

– ¿Fastidiando a la cabra? -dijo Sally.

– No, la voy a matar -contestó Natalia calada hasta los huesos.

– Si quieres matarlo, no tienes más que darle la comida que haces -sonrió Sally-. Ya verás que pronto se muere.

– ¡Mira quién habló de fastidiar a los demás! -exclamó Natalia mirando a la hermana de Tim fijamente.

– Nunca fastidio a nadie -protestó Sally.

– ¡Ja! -dijo Natalia harta de aquella chica-. Eres la persona más maleducada y fastidiosa que he conocido jamás, ¿te enteras? -le soltó dándole con el dedo en el hombro.

– Como me vuelvas a tocar, te enteras -la amenazó Sally.

– ¿Ah, sí? -dijo Natalia volviéndola a tocar.

Sally le dio un empujoncito.

– ¿Solo eso?

Sally se rió.

– No podrías con mucho más.

– Inténtalo.

– No.

– Gallina.

Sally la empujó con fuerza y Natalia se encontró, de nuevo, sentada en el estiércol. Sin dudarlo, agarró a Sally de los pies y la tiró de espaldas.

– Me has manchado -dijo la chica sin poder creérselo.

– Sí, ¿y sabes una cosa? Me parece que estás demasiado limpia -contestó tirándole una bola de estiércol que le resbaló por el pecho-. Así, mucho mejor – sonrió.

– Estás muerta -dijo Sally abalanzándose sobre ella.


Tras un agotador día de trabajo bajo la lluvia, Tim se paró a ver a Jake. El caballo estaba disfrutando de su comida y Tim sintió envidia. Él llevaba sin comer bien desde… desde Natalia.

– Pero le pone ganas -le dijo a Jake-. Quiso acostarse conmigo y le dije que no. Increíble, ¿verdad?

Jake relinchó.

– Sí -suspiró Tim saliendo de la cuadra y cruzando hacia la casa.

Entonces, vio a sus hombres de pie junto al vallado mirando una… ¿pelea de barro? Sorprendido vio que se trataba de Natalia y de su hermana.

Se acercó y se puso en primera fila. Sí, era Natalia y estaba más guapa que nunca, con todo el barro marcándole hasta el último rincón del cuerpo.

En contra de todo pronóstico, había ganado a su hermana y estaba muy orgullosa de sí misma.

– ¿Qué miras? -le dijo enfadada.

– A ti -contestó Tim sin pensar.

– Respuesta equivocada -dijo ella tirándole una bola de estiércol y saliendo del vallado con la cabeza muy alta a pesar del barro que le cubría la cara.

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