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«Debe de haber llegado», dijo Lily Briscoe en voz alta, sintiéndose de repente muy cansada. Porque el Faro era ahora casi invisible, casi se había disuelto en una niebla azul, y el esfuerzo de fijar la mirada en él, y el esfuerzo de imaginárselo desembarcando allí, que parecían ser ambos el mismo esfuerzo, habían cansado su cuerpo y su mente de forma extraordinaria. Ah, sí, pero se sentía aliviada. Fuera lo que fuera lo que hubiera querido darle por la mañana, cuando se separó de ella, al final se lo había dado.

«Ha desembarcado -se dijo en voz alta-. Ha concluido.» Entonces, el bueno de Mr. Carmichael, avanzando como una ola, resoplando ligeramente, con el aspecto de un viejo dios pagano, descuidado, con algas en el pelo y el tridente en la mano (en realidad, una novela francesa), se acercó donde ella. Se quedó junto a ella, al borde del jardín, apenas moviéndose, y dijo, haciendo una visera con la mano sobre los ojos:

– Ya habrán desembarcado -ella pensaba que tenía razón. No necesitaban hablar. Habían estado pensando en lo mismo, y él le había respondido sin necesidad de hacer la pregunta. Se quedó allí, extendiendo las manos sobre las debilidades y el sufrimiento de la humanidad; pensaba que él observaba, de forma tolerante, compasiva, este destino final. Ha cumplido, pensaba ella, cuando cayó blandamente la mano de él, como si hubiera visto que el hubiera dejado caer desde su altura enorme un ramo de violetas y asfódelos que, tras revolotear lentamente, yacieran finalmente sobre la tierra.

Rápidamente, como si algo se lo hubiera recordado, se volvió hacia el lienzo. Ahí estaba, el cuadro. Sí, eran todos azules y verdes, con líneas que se prolongaban, se cruzaban, que pretendían algo. Lo colgarán en alguna buhardilla, pensaba, lo destruirán. Pero, y eso, ¿qué importaba?, se preguntó, mientras cogía el pincel de nuevo. Miró otra vez a los peldaños: estaban vacíos; miró hacia el lienzo: era borroso. Con repentina deliberación, como si durante un segundo hubiera visto con absoluta claridad, trazó una línea, en medio. Estaba hecho, había terminado. Sí, pensó, dejando el pincel, extraordinariamente fatigada, ésta ha sido mi visión.


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