Prólogo

No estaba muerta.

No estaba viva, tampoco.

En realidad, podría haber pasado innumerables años habitando en los límites de la existencia. Ni muriendo, ni viviendo. Tan sólo siendo. Si no hubiera sido por la vida que se movía en su vientre, y por la ira que le abrasaba el pecho. Antes de recordar quién era, recordó que la habían traicionado.

«Sí, la ira es buena…».

Aquella voz que resonó en su mente le resultó familiar, y se aferró a ella mientras intentaba encontrarse a sí misma. ¿Quién era? ¿Dónde estaba? ¿Cómo le había ocurrido aquello?

Abrió los ojos. Estaba envuelta en la oscuridad, y oprimida por un peso, como si se hubiera sumergido en una piscina caliente. Por un momento, el pánico la dominó. Si estaba debajo del agua, ¿por qué podía respirar? Tenía que estar muerta, muerta y sepultada para toda la eternidad por crímenes que no recordaba haber cometido.

Entonces, la niña volvió a moverse.

Los muertos no podían dar a luz una vida.

Le ordenó al miedo que se alejara, y éste obedeció. El pánico nunca ayudaba. Pensamiento lógico, frío. Planificación meticulosa, y ejecución precisa del plan. Aquél era el camino al triunfo. Aquél era el modo en que ella siempre había triunfado.

Hasta ahora.

Pero la habían traicionado. ¿Quién? Su ira se intensificó y ella la alimentó añadiendo su frustración y su miedo.

«Sí… Permite que tu ira te purifique…».

Cada vez era más consciente de sí misma. Su mente comenzó a activarse. Sintió un cosquilleo por el cuerpo. Cada vez sentía una ira más fuerte, que le proporcionó calor, energía.

La habían traicionado… La habían traicionado… La habían traicionado…

Aquellas palabras circularon por su cabeza y comenzaron a liberar los recuerdos.

Un castillo junto al mar.

Un templo de mármol, de fuerza y belleza exquisitas. La llamada de una diosa.

¡Exacto! ¡Ella era divina! ¡Era la elegida de una gran diosa!

Rhiannon…

El nombre apareció en su mente, y con él se abrieron las compuertas que bloqueaban los recuerdos. Entonces, recuperó de golpe su pasado.

¡Su diosa la había traicionado!

Rhiannon lo recordó todo.

Las decisiones tomadas con obstinación durante su vida le habían causado enfrentamientos con la diosa Epona. La violación de su ritual de ascensión. El hecho de que Epona nunca hubiera estado contenta con ella. Darse cuenta de que en Partholon nadie la quería de verdad, sino que sólo la adoraban como extensión de la diosa. El Sueño Mágico, en el que había visto a los demoniacos Fomorians infiltrarse en el Castillo de la Guardia y, desde allí, planear la destrucción de Partholon. Los susurros desde la oscuridad, que le decían que había otro modo… otro mundo… otra elección. La visión de aquel otro mundo, que había obtenido a través del poder de aquella voz oscura. Y su decisión de intercambiarse con Shannon Parker, la mujer de aquel otro mundo, cuya apariencia física era tan parecida a la suya que ambas podrían haber nacido del mismo vientre.

Rhiannon se echó a temblar al acordarse del resto de la historia. Clint, el Chamán que ella había encontrado en aquel mundo, era el reflejo del Sumo Chamán ClanFintan, de Partholon, pero se había negado a ayudarla a controlar el poder de aquel extraño mundo, en el que la tecnología era la magia, y la magia era un recurso sin explotar. Así que ella se había visto obligada a usar poderes oscuros para llamar a un sirviente que la ayudara.

Sin embargo, algo había salido terriblemente mal, y Clint y Shannon habían unido sus fuerzas para derrotarla.

Los árboles llamaban a Shannon, no a Rhiannon, y la consideraban la Elegida de Epona, la Amada de la diosa.

Epona ya no pronunciaba el nombre de Rhiannon. La diosa no la consideraba su Elegida. Cuando Rhiannon se había dado cuenta de aquello, se le había roto algo por dentro, se había sentido perdida, aterrorizada. Sin embargo, aquella herida ya no estaba tan fresca.

Epona la había traicionado y había permitido que la sepultaran, mientras que la usurpadora, Shannon, había regresado de manera triunfal a Partholon, y a la vida que debería haber sido suya. Y de su hija.

«Pero no todo el mundo te ha traicionado…».

Ya sabía de quién era aquella voz.

El dios del mal, la Triple Cara de la Oscuridad. Pryderi.

Pryderi…

«Todavía estoy aquí contigo. Después de todo, quienes siempre te han traicionado han sido las mujeres. Tu madre murió y te dejó. Shannon te robó lo que te pertenecía. Epona te dio la espalda sólo porque tú no querías ser su mascota».

El dios oscuro tenía razón. Las mujeres siempre la habían traicionado.

«Si te entregas a mí, y me entregas a tu hija, yo nunca te traicionaré. Para recompensar tu obediencia, te daré Partholon».

Rhiannon quería cerrar la mente y no oír la vocecita que le advertía que no se aliara con la oscuridad. Ella quería aceptar el ofrecimiento de Pryderi, pero no era capaz de ignorar la desolación que le producía la idea de entregarse a otro dios. Lógicamente, sabía que había perdido el favor de Epona, y que la diosa se había alejado de ella para siempre. Sin embargo, aunque Rhiannon hubiera buscado otros dioses… otros poderes, nunca había dado aquel paso definitivo. El paso irrevocable de rechazar a Epona y entregarse a otro dios.

Si hacía eso, nunca podría presentarse otra vez ante Epona. ¿Y si la diosa decidía que ella había cometido un error? Si Rhiannon pudiera liberarse de aquel horrible encarcelamiento y volver a Partholon, tal vez Epona volviera a reconocerla como su Elegida. Sobre todo, después de haber dado a luz a su hija, cuya sangre llevaría el legado de cientos de generaciones de Sumas Sacerdotisas de Partholon.

«¿Qué dices, Rhiannon? ¿Te consagrarás a mí?».

Rhiannon percibió un tono áspero en la voz de dios. Había tardado demasiado tiempo en responder. Se concentró apresuradamente y le envió sus pensamientos.

«Eres sabio, Pryderi. Y yo estoy muy cansada de que me traicionen. Sin embargo, ¿cómo voy a consagrarme a un dios si todavía estoy aprisionada? Sabes que la Suma Sacerdotisa debe ser libre para llevar a cabo el ritual de ascensión y quedar vinculada así a un dios».

Pryderi permaneció en silencio durante tanto tiempo que Rhiannon comenzó a temer que lo había presionado demasiado. ¡Tendría que haberse consagrado a él! ¿Y si la abandonaba en aquel momento? Podría quedar atrapada para toda la eternidad.

«Es cierto que la Suma Sacerdotisa debe darse libremente a su dios. Por lo tanto te liberaremos, para que tu hija y tú podáis consagraros a mi servicio».

El árbol que era su tumba viviente se estremeció, y a Rhiannon se le aceleró el corazón. ¡Había apostado y había ganado! Pryderi iba a liberarla. Luchó contra el peso que la aplastaba por todas partes… que la atrapaba… que la ahogaba.

«Este no es el camino de la libertad. Debes tener paciencia, Amada Mía».

Rhiannon contuvo su respuesta automática. No. Debía aprender del pasado. Enfrentarse a un dios abiertamente no era inteligente…

«¿Y qué hago?».

«Usa tu afinidad con la tierra. Ni siquiera Epona puede arrebatarte ese don. Es parte de tu alma, de la sangre corre por tus venas. Sin embargo, en esta ocasión no tendrás que molestarte con los árboles de la diosa. Busca los lugares oscuros. Siente las sombras que hay dentro de las sombras. Llama a ese poder. Se acerca el nacimiento de tu hija. Y con su nacimiento, tú también renacerás a la tierra. A una nueva era al servicio de un dios».

«No entiendo».

Rhiannon se concentró. Ella no era una sacerdotisa novicia. Sabía cómo obtener un gran poder y cómo canalizar la magia de la tierra.

Mirar hacia la oscuridad no era muy diferente a llamar el poder escondido de los árboles. No quiso pensar en lo que le había dicho Shannon, que los árboles la ayudaban voluntariamente y la llamaban Elegida de Epona. Se concentró en la oscuridad, en la noche y las sombras, y en el manto de la oscuridad que cubría la nueva luna cada mes.

Sintió el poder. No era la sensación embriagadora que tenía en Partholon, cuando Epona le concedía su bendición, pero el poder estaba ahí y ella era capaz de atraerlo.

Como una vasija que se llenara lentamente, Rhiannon esperó y la niña siguió creciendo su vientre.

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