PRIMERA PARTE

Capítulo 1

Oklahoma

– Se acerca una tormenta -dijo John Águila de la Paz, escudriñando el cielo del suroeste.

Su nieto apenas levantó la vista de la Playstation.

– Abuelo, si pusieras cable no tendrías que estar mirando al cielo todo el rato. Podrías ver el canal del tiempo, o verlo en las noticias como todo mundo.

– Esta tormenta no puede predecirse con los medios del mundo -respondió el anciano, guardián de la sabiduría choctaw, sin apartar la vista del cielo-. Vete ahora. Llévate la camioneta y vuelve a casa de tu madre.

Eso hizo que el adolescente lo mirara.

– ¿De verdad? ¿Puedo llevarme tu camioneta?

Águila de la Paz asintió.

– Esta semana iré al pueblo y la recogeré.

– ¡Bien! -dijo el chico. Tomó su mochila y le dio a su abuelo un abrazo-. Adiós, abuelo.

Cuando su nieto se marchó, Águila de la Paz se preparó.

El guardián de la paz comenzó a tocar rítmicamente el tambor. No hizo falta mucho tiempo. Pronto, empezaron a moverse algunas sombras entre los árboles. Entraron al claro que había junto a la cabaña como si las hubiera arrastrado la violencia creciente del viento. A la luz del atardecer parecían fantasmas ancianos, pero Águila de la Paz sabía que no lo eran. Conocía la diferencia entre el espíritu y la carne. Cuando los seis se unieron a él, habló.

– Me alegro de que hayáis respondido mi llamada. La tormenta que se avecina no es de este mundo.

– ¿Ha vuelto la Elegida de Epona? -preguntó uno de los ancianos.

– No. Ésta es una tormenta oscura.

– ¿Qué quieres que hagamos?

– Debemos ir al bosque sagrado y contener lo que está luchando por liberarse -respondió Águila de la Paz.

– Pero… nosotros vencimos a esa maldad hace poco tiempo -respondió el más joven de los ancianos de la tribu.

Águila de la Paz sonrió con tristeza.

– No se puede vencer completamente al mal mientras los dioses sigan concediendo a los habitantes del mundo la libertad de elección, siempre habrá aquéllos que elijan el mal.

– El Gran Equilibrio -dijo el anciano más joven pensativamente.

Águila de la Paz asintió.

– El Gran Equilibrio. Sin la luz no habría oscuridad. Sin el mal, el bien no tendría equilibrio.

Todos los ancianos mostraron su aquiescencia.

– Y ahora, nosotros debemos trabajar del lado del bien.


Rhiannon agradeció el dolor. Significaba que había llegado la hora de que ella viviera de nuevo. La hora de que regresara a Partholon y tomara lo que era suyo por derecho. Utilizó el dolor para concentrarse. Pensó en él como una purificación. Ascender al servicio de Epona no había sido un ritual sin dolor, y no esperaba menos de lo que Pryderi debía de tener planeado por ella.

El trabajo fue largo y difícil. Para un cuerpo del que había estado separada durante tanto tiempo, fue una tremenda impresión sentir los músculos y los nervios, y la cascada de dolores y calambres que irradiaba como ondas desde su interior.

Rhiannon intentó no pensar en cómo debería haber sido aquel nacimiento. Ella debería haber estado rodeada de sus sirvientas y sus doncellas. Bañada, cuidada y mimada. Le habrían dado infusiones de hierbas que hubieran mitigado su dolor y su miedo. Y la entrada de su hija en Partholon debería haber sido una celebración jubilosa, la señal de que Epona estaba complacida por el nacimiento de la hija de su Elegida.

No, no quería concentrarse en aquellos pensamientos, aunque tenía la esperanza secreta de que cuando la niña hubiera nacido, Epona le enviara alguna señal, aunque Rhiannon no estuvieran en Partholon y aquélla no fuera su primera hija. En medio de la oscuridad y el dolor, Rhiannon tuvo tiempo para pensar en aquella otra niña, cuyo nacimiento había evitado años antes. ¿Lamentaba lo que había hecho? ¿Y qué sentido tendría lamentarlo? Aquélla era una elección que había hecho en su juventud, y que ya no podía deshacer.

Debía concentrarse en la hija que estaba pariendo en aquel momento, no en los errores que había cometido en el pasado.

Cuando la siguiente contracción la oprimió, abrió la boca para gritar, aunque sabía que en aquella sepultura, su dolor y su soledad no tendrían voz.

«Te equivocas, Amada Mía. No estás sola. ¡Observa el poder de tu nuevo dios!».

Con un crujido ensordecedor, su tumba viva se abrió súbitamente, y rodeada de fluidos, Rhiannon fue expulsada del vientre del anciano árbol. Quedó tendida, jadeante, sacudida por los temblores, sobre la alfombra de hierba, tosiendo desgarradoramente. Parpadeó con fuerza para intentar aclararse la visión. Su primer pensamiento fue para el hombre cuyo sacrificio la había sepultado. Estremecida, miró por encima de su hombro hacia el agujero del árbol, esperando encontrarse con el cuerpo de Clint. Se preparó para enfrentarse a aquel horror, pero lo único que vio fue un brillo suave color zafiro que se desvanecía lentamente, como si lo estuvieran absorbiendo las entrañas del árbol herido.

Sí, sus recuerdos estaban intactos, como su mente. Sabía dónde estaba, en el bosque sagrado del estado de Oklahoma. Y, tal y como esperaba, había sido expulsada de su prisión, desde el interior de uno de los robles gemelos. El otro se mantenía inalterado, junto al pequeño riachuelo que discurría entre los dos árboles. Estaba anocheciendo. El viento soplaba quejumbrosamente a su alrededor. Los truenos retumbaban en el cielo oscuro, atravesado de vez en cuando por el fogonazo de los relámpagos.

Relámpagos… Eso debía de ser lo que la había liberado.

«Yo soy quien te ha liberado».

Aquella voz ya no resonaba en su cabeza, pero tenía un tono sobrenatural. Provenía de la parte inferior del árbol gemelo a su roble, de un lugar en el que las sombras eran más oscuras.

– ¿Pryderi? -preguntó Rhiannon con la voz muy débil.

«Por supuesto, Amada Mía, ¿a quién esperabas? ¿A la diosa que te traicionó?».

El sonido de sus risotadas reverberó por el claro, y Rhiannon se preguntó cómo algo tan bello podía también tener un sonido tan cruel.

– Yo… no puedo verte -dijo, entre jadeos, a medida que sentía otra contracción.

El dios esperó hasta que el dolor se desvaneció, y entonces, las sombras que había bajo el árbol se movieron. A Rhiannon se le cortó el aliento al ver la belleza de la figura. Aunque su cuerpo no estaba completamente materializado y tenía el aspecto transparente de un espíritu, aquella visión hizo que Rhiannon olvidara que estaba a punto de dar a luz. Pryderi era alto y fuerte, imponente incluso en su forma espiritual. Su cabellera de pelo negro enmarcaba un rostro que podría haber sido inspiración de poetas y pintores, y no el argumento de las historias espantosas que se susurraban sobre él en Partholon. En sus ojos había una sonrisa y su rostro estaba lleno de amor y calidez.

«Te saludo, Sacerdotisa, Amada Mía. ¿Puedes verme ahora?».

– Sí -respondió ella, con reverencia-. Sí, te veo, pero sólo en forma espiritual.

«Me resulta difícil adoptar la forma corpórea. Para que yo pueda existir verdaderamente, debo ser adorado. Se deben celebrar sacrificios en mi nombre. Debo ser amado y obedecido. Eso es lo que haréis tu hija y tú por mí, dirigir a la gente hacia mí otra vez, y entonces, yo te devolveré tu lugar en Partholon».

– Lo entiendo -respondió Rhiannon, asombrada por el hecho de que su voz sonara tan débil entre sus jadeos-. Yo… yo…

Sin embargo, antes de que pudiera terminar lo que quería decir, ocurrieron dos cosas que la silenciaron con eficacia. De repente, la noche se llenó con el sonido de unos tambores. Eran sonidos rítmicos, como el pulso de la sangre en el cuerpo. Al mismo tiempo, Rhiannon sintió la imperiosa necesidad de empujar.

Se le arqueó la espalda, y las piernas se le doblaron automáticamente. Se agarró a las raíces retorcidas para intentar anclar su cuerpo tenso, y miró hacia el espectro de Pryderi.

– Ayúdame -gimió.

El sonido de los tambores era cada vez más fuerte. Rhiannon también oía un cántico, aunque no distinguía las palabras. La forma de Pryderi tembló, y con espanto, Rhiannon vio que su bellísima cara perdía la forma. Su boca sensual se cerraba. La nariz se convertía en un agujero grotesco. Sus ojos ya no mostraban bondad, sino que brillaban con una luz amarilla inhumana. Acto seguido, la aparición cambió de nuevo. Los ojos se convirtieron en cavernas oscuras y vacías y la boca se abrió y mostró colmillos y fauces ensangrentados.

Rhiannon grito de miedo, de rabia y de dolor.

El sonido de los tambores y los cánticos se acercó cada vez más.

La imagen de Pryderi volvió a cambiar y se convirtió de nuevo en un dios bello y sobrenatural, aunque en aquella ocasión apenas era visible.

«No puedo ser bello siempre, ni siquiera para ti, Amada Mía».

– ¿Me vas a dejar?

«Los que se acercan me obligan a marcharme. No puedo luchar contra ellos esta noche, porque no tengo fuerza suficiente en este mundo. Rhiannon MacCallan, llevo décadas buscándote. He visto cómo tu infelicidad se multiplicaba al estar atada a Epona. Ahora debes elegir; ya has visto todas mis formas. ¿Renuncias a la diosa y te entregas a mí como Sacerdotisa?».

Rhiannon estaba mareada de dolor y miedo. Miró a su alrededor, frenéticamente, por el bosquecillo, buscando alguna señal de Epona; pero no vio su luz divina. Epona la había abandonado, la había dejado en manos de una oscuridad que llevaba años persiguiéndola. ¿Qué alternativa tenía? No podía imaginarse la existencia sin ser la elegida de una deidad. ¿Cómo iba a vivir si no tenía el poder que le proporcionaba aquel estatus? Sin embargo, Rhiannon no era capaz de renunciar abiertamente a Epona. Aceptaría a Pryderi sin rechazar por completo a Epona; eso debería satisfacer al dios.

– Sí, me entrego a ti -dijo débilmente.

«¿Y tu hija? ¿Me entregas también a tu hija?».

Rhiannon hizo caso omiso de la advertencia que le hacía su instinto.

– Te doy…

Aquellas palabras fueron interrumpidas por el grito de batalla de siete ancianos, mientras los hombres entraban en el claro, y formaban un círculo alrededor de los dos robles. Pryderi se disolvió entre las sombras con un rugido que hizo temblar el corazón de Rhiannon.

El dolor volvió a atenazar su cuerpo, y Rhiannon sólo supo que debía empujar. Entonces sintió que unas manos fuertes la sujetaban. Entre jadeos, abrió los ojos. El hombre que la estaba ayudando era uno de los ancianos. Su rostro estaba surcado de unas profundas arrugas y tenía el pelo blanco y largo. Llevaba una pluma de águila atada a un largo mechón. Y sus ojos… Rhiannon se concentró en la bondad de sus ojos castaños.

– Ayúdame -susurró.

– Estamos aquí. La oscuridad se ha ido. Tu hija puede entrar con seguridad en este mundo.

Rhiannon se aferró a las manos del extraño. Empujó con todas sus fuerzas. Entonces, acompañada del sonido de los tambores antiguos, la niña se deslizó de su vientre.

Y mientras daba a luz, Rhiannon llamó a gritos a Epona, y no a Pryderi.

Capítulo 2

Con su cuchillo, el hombre cortó el cordón umbilical que unía a madre e hija. Después, envolvió a la niña en una manta y se la dio a Rhiannon. Cuando Rhiannon miró los ojos de su niña, le pareció que el mundo cambiaba irrevocablemente. Sintió aquella transformación en lo más profundo de su alma. Nunca había visto nada tan milagroso. Nunca había sentido nada parecido, ni siquiera la primera vez que había oído la voz de Epona, ni siquiera la primera vez que había experimentado el poder de ser la Elegida, ni siquiera cuando había visto la terrible belleza de Pryderi.

Aquello era la verdadera magia. Rhiannon sintió otra contracción, y jadeó de dolor. Siguió abrazando a su hija contra el pecho e intentó concentrarse en ella mientras expulsaba la placenta. Vagamente, oyó al anciano dando órdenes a otros, y entendió la urgencia de su voz. Sin embargo los tambores continuaban sonando con su ritmo antiguo, y era tan maravilloso tener a su hija en brazos…

Rhiannon no podía dejar de mirarla. La niña le devolvía la mirada con unos ojos enormes y oscuros que acariciaban el alma de su madre.

– He estado muy equivocada.

– Sí -contestó el anciano-. Sí, Rhiannon, has estado equivocada.

– Conoces mi nombre.

Él asintió.

– Estuve aquí el día en que el Chamán Blanco sacrificó su vida para sepultarte dentro del árbol sagrado.

Con un sobresalto, Rhiannon reconoció al anciano. Era el líder de los choctaw, la tribu que había vencido al demonio Nuada.

– ¿Por qué me estás ayudando ahora?

– Nunca es demasiado tarde para que un morador de la Tierra cambie el camino que ha elegido. Entonces estabas rota, pero creo que esta niña ha sanado tu espíritu. Debe de tener una gran fuerza para el bien, si ha sido capaz de remediar tanto.

Rhiannon acunó a su hija, manteniéndola cerca del pecho.

– Morrigan. Se llama Morrigan, nieta de El MacCallan.

– Morrigan, nieta de El MacCallan. Recordaré su nombre y lo pronunciaré con alegría -dijo el anciano. La miró fijamente, de una forma tan intensa, que Rhiannon sintió un escalofrío incluso antes de oír sus siguientes palabras-. Hay algo que se ha roto dentro de tu cuerpo. Estás sangrando mucho, y la hemorragia no cesa. He enviado a alguien a buscar mi camioneta, pero van a pasar horas antes de que podamos llevarte al médico.

Entonces ella lo miró a los ojos y vio allí la verdad.

– Me estoy muriendo.

El anciano asintió.

– Creo que sí. Tu espíritu se ha curado, pero tu cuerpo está roto.

Rhiannon no sintió miedo ni pánico. Tampoco sintió dolor; sólo tuvo una horrible sensación de pérdida. Miró a su hija recién nacida, que la estaba observando con absoluta confianza, y le acarició la mejilla suave con la yema del dedo. No podría ver crecer a Morrigan. No estaría allí para vigilarla y asegurarse de que estuviera segura y…

– ¡Oh, Epona! ¿Qué he hecho?

El anciano no intentó consolarla. Su mirada era inteligente y aguda.

– Dime, Rhiannon.

– Me he entregado a Pryderi. Él también quería que le entregara a mi hija para que le sirviera, pero vuestra presencia lo ahuyentó antes de que pudiera dársela.

– ¿Pryderi el Malvado? ¿Uno de los dioses de la oscuridad?

– Sí.

– Debes renunciar a él, por ti misma y por tu hija.

Rhiannon miró a Morrigan. Si renunciaba a Pryderi en nombre de ambas, seguramente la niña quedaría atrapada en aquel mundo. Nunca volvería a Partholon.

Pero si no renunciaba a Pryderi, su hija estaría destinada al servicio de la misma oscuridad que había estado acechándola a ella durante toda su vida, susurrándole el descontento, subrayando la ira y el egoísmo y el odio, y retorciendo el amor hasta convertirlo en algo irreconocible.

Rhiannon no podía soportar la idea de que la vida de su hija fuera tan dura como la suya. No sería tan malo que Morrigan se quedara atrapada en aquel mundo. Por lo menos no estaría en manos del mal.

– Renuncio a Pryderi, la Triple Cara de la Oscuridad, en mi nombre y en el nombre de mi hija, Morrigan MacCallan -dijo Rhiannon.

Después, esperó. Había sido Suma Sacerdotisa y Elegida de la Epona desde que era niña. Sabía lo grave que era renunciar a un dios. Debería haber un signo, interno o externo, que le mostrara que el destino se había alterado. Los dioses no se tomaban muy bien el rechazo, sobre todo los dioses oscuros.

– El Malvado sabe que estás cerca de la muerte y muy cerca del reino de los espíritus. Te tiene en sus manos. No va a liberarte.

El hombre habló con suavidad, pero Rhiannon sintió aquellas palabras como una puñalada en el corazón. Aunque se estaba debilitando cada vez más, abrazó con más firmeza a su hija.

– Yo no le he entregado a Morrigan. Pryderi no tiene ningún derecho sobre ella.

– Pero tú sigues vinculada a él -dijo el hombre con gravedad, y al ver que Rhiannon desfallecía, insistió-: ¡Rhiannon, debes escucharme! Si mueres conectada a Pryderi, tu espíritu nunca conocerá la presencia de tu diosa de nuevo. Nunca tendrás alegría ni luz. Pasarás la eternidad envuelta en la noche del dios oscuro, y sumida en la desesperación con la que mancha todo lo que toca.

– Lo sé -susurró Rhiannon-. Pero ya no puedo luchar más. Me parece que lo único que he hecho en mi vida es luchar. He sido demasiado egoísta y he causado demasiado dolor. Tal vez es hora de que lo pague.

– Tal vez, ¿pero vas a permitir que tu hija pague también tus errores?

– Claro que no. ¿A qué te refieres, anciano?

– Tú no se la has entregado, pero Pryderi desea una Sacerdotisa con la sangre de la Elegida de Epona en las venas. ¿Quién crees que será su siguiente víctima cuando tú mueras?

– ¡No! No puedo permitir que Morrigan sea su siguiente objetivo.

– Entonces, debes llamar a tu diosa para obligar a Pryderi a que te libere.

– Epona me dio la espalda.

– Pero tú no has renunciado a tus lazos con ella.

– He hecho cosas horribles. Ya no me escucha.

– Tal vez estuviera esperando a oír las palabras correctas por tu parte.

Rhiannon miró a los ojos del anciano. Debería intentarlo, por si acaso existía la más mínima probabilidad de que él tuviera razón. Llamaría a Epona. Estaba al borde de la muerte, y tal vez la diosa se apiadara de ella. Cerró los ojos y se concentró.

– Epona, diosa de Partholon, diosa de mi juventud y de mi corazón. Perdona mis errores egoístas. Perdóname por permitir que la oscuridad manchara tu luz. Perdona por el dolor que te he causado a ti, y a los demás. Sé que no merezco tu favor, pero te pido que no permitas que Pryderi obtenga mi alma y la de mi hija.

El viento se apoderó de sus palabras, y las hizo resonar hasta que parecieron lluvia cayendo a través de las hojas de los árboles. Rhiannon abrió los ojos. Las sombras que había bajo el roble sagrado comenzaron a moverse, y a ella se le aceleró el corazón de pánico. ¿Acaso Pryderi había vuelto para reclamarla, pese a la presencia del chamán y el poder de su tambor? Entonces, apareció una bola de luz que ahuyentó la oscuridad. Desde el centro de aquel círculo luminoso se acercó una figura. A Rhiannon se le cortó el aliento, y se le llenaron los ojos de lágrimas. El anciano chamán inclinó la cabeza respetuosamente.

– Bienvenida, Diosa -dijo.

Epona le sonrió.

«John Águila de la Paz, tus acciones de esta noche te han granjeado mi agradecimiento y mi bendición».

– Gracias, Diosa -dijo él con solemnidad.

Entonces, Epona volvió la mirada hacia Rhiannon. Con mano temblorosa, ella se secó las lágrimas de los ojos para poder ver mejor a la diosa. En su niñez, Epona se había materializado ante sus ojos varias veces, pero cuando Rhiannon había llegado a la edad rebelde de la adolescencia, y después se había convertido en una adulta egoísta y caprichosa, la diosa había dejado de visitarla, de hablar con ella, y finalmente, de escucharla. Y en aquel momento, Rhiannon sintió que su alma se henchía al ver a la diosa.

– ¡Perdóname, Epona!

«Te perdono, Rhiannon. Te había perdonado antes de que me lo pidieras, porque yo también he cometido errores. Vi tu debilidad, y sabía que la oscuridad asediaba tu alma. Mi amor por ti no me permitió ver lo lejos que había llegado tu autodestrucción».

– Me equivoqué -dijo Rhiannon-. Epona, te pido que anules el poder que tiene Pryderi sobre mí. Yo he renunciado a él, pero como sabes, estoy a punto de morir. Tiene mi alma aprisionada con fuerza.

«¿Por qué me pides eso, Rhiannon? ¿Es porque temes lo que le ocurrirá a tu espíritu después de la muerte?».

– Diosa, ahora que voy a morir, hay muchas cosas de mi vida que veo con más claridad. O quizá sea la presencia de mi hija lo que ha permitido que se me caiga la venda de los ojos. La verdad es que sí, temo pasar el resto de la eternidad sumida en la desesperanza y la oscuridad, pero no te habría llamado para librarme de un futuro que merezco. Te he llamado porque no puedo soportar la idea de que mi hija padezca la misma oscuridad que ha envenenado mi vida. Si rompes los lazos que me unen a Pryderi, yo no voy a pedir que me permitas entrar en tu Paraíso. Te pido que me permitas existir en el Otro Mundo, donde pueda vigilarla e intentar susurrarle el bien siempre que el dios oscuro le susurre el mal.

«Pasar la eternidad en el Otro Mundo no es un destino fácil. Allí no tendrás descanso. No habrá praderas de luz y risa que alivien tu alma cansada».

– No deseo descansar si mi hija está en peligro. No quiero que ella siga mi camino.

«Los años de la vida de tu hija sólo serán una ola en el gran lago de la eternidad. ¿De verdad vas a abrazar un destino interminable por algo que, en esencia, es tan pasajero?».

Rhiannon apoyó la mejilla pálida contra la cabecita suave de su hija.

– Sí, Epona.

La diosa sonrió y, aunque a pesar de estar tan cerca de la muerte, Rhiannon sintió una alegría indescriptible.

«Por fin, Amada, has conquistado el egoísmo de tu espíritu y has seguido a tu corazón», dijo. Después, alzó los brazos y los estiró por encima de la cabeza. «Pryderi, dios de la Oscuridad y la Mentira, ¡no te concedo mis derechos sobre esta Sacerdotisa! ¡No podrás reclamar su alma sin vencerme antes!».

De las palmas de la diosa irradió una luz que hizo añicos las sombras que vacilaban al borde del claro. Con un grito terrible, aquella oscuridad antinatural se disipó por completo, y dejó a la vista la oscuridad normal, reconfortante, que llevaba el atardecer.

– Siento ligero el espíritu -le susurró Rhiannon a su hija.

«Eso es porque, por primera vez desde que eras niña, tu espíritu está libre de la influencia del dios».

– Debería haber tomado este camino mucho antes -dijo Rhiannon.

Epona sonrió con ilimitada bondad.

«No es demasiado tarde, Amada».

Rhiannon cerró los ojos ante la oleada de emociones que acababan con sus fuerzas.

– Epona, sé que esto no es Partholon, y que ya no soy tu Elegida, pero ¿puedes saludar a mi hija? -pidió, con la voz casi inaudible.

«Sí, Amada. Saludo a Morrigan, nieta de El MacCallan, y le concedo mis bendiciones».

Rhiannon abrió los ojos al oír un aleteo. Epona había desaparecido, pero el bosque sagrado se había llenado de luciérnagas que se elevaban y volaban en círculos a su alrededor, iluminándolo todo como si las estrellas hubieran bajado del cielo a celebrar el nacimiento de su hija.

– La diosa escuchó tu súplica -dijo el anciano-. No te ha olvidado. Nunca olvidará a tu hija.

Rhiannon lo miró y tuvo que parpadear para poder concentrarse en su rostro.

– Chamán, debes llevarme a casa.

– Yo no tengo el poder para llevarte a tu mundo, Rhiannon.

– Ya lo sé. Llévame al único hogar que he conocido en este mundo, a casa de Richard Parker, que es el reflejo de mi padre, El MacCallan. Lleva mi cuerpo allí, y entrégale a Morrigan como su nieta. Dile… Dile que creo en su amor y que sé que hará lo correcto.

El chamán asintió con solemnidad.

– ¿Y dónde puedo encontrar a Richard Parker?

Rhiannon consiguió darle las indicaciones para llegar al pequeño rancho de Richard Parker, a las afueras de Broken Arrow. Por fortuna, el chamán consiguió entender sus palabras, susurradas entre jadeos.

– Lo haré por ti, Rhiannon. Y también ofreceré plegarias para tu espíritu. Que puedas vigilar a tu hija y protegerla.

– Mi hija… Morrigan MacCallan… bendecida por Epona…

Rhiannon ya no pudo luchar más contra aquel entumecimiento. Sujetando a su hija contra su pecho, dejó descansar la cabeza sobre una raíz retorcida. Y, mientras las luciérnagas volaban a su alrededor, envuelta en el sonido de los tambores, Rhiannon, Suma Sacerdotisa de Epona, murió.

Capítulo 3

Partholon

– Bueno, pues ésta es la verdad: si fuera divertido, no lo llamarían parto.

Intenté moverme para encontrar una postura más cómoda en el colchón, pero me dolía tanto el cuerpo, y estaba tan cansada, que me quedé quieta y le di un sorbito más al vino con especias que me ofreció una de mis ninfas.

Alanna y su marido, Carolan, que acababa de ayudarme a traer a mi hija al mundo, me miraron. Ambos se echaron a reír, como varias de las doncellas ninfa que estaban en la habitación, ordenando, limpiando y adorándome.

– No sé de qué te ríes. En un par de meses sabrás de qué estoy hablando -le recordé a Alanna.

– Y yo cuento con que me agarres la mano durante todo el proceso -me respondió ella alegremente, y después le dio un beso en la mejilla a su marido.

– Me parece muy bien. Estoy deseando hacer ese papel en el nacimiento de un niño.

– Creía que las mujeres olvidaban pronto el dolor del parto.

Yo miré a mi marido, el Sumo Chamán ClanFintan, cuya fuerza y resistencia superaban a las de un hombre, pero que en aquel momento estaba muy cansado y demacrado, como si hubiera hecho el camino de ida y vuelta al Infierno en vez de haber estado con su mujer mientras ella daba a luz, durante un día entero, a su hija.

– ¿Tú crees que vas a olvidarlo rápidamente? -le pregunté yo con una sonrisa.

– No creo -respondió él con solemnidad.

– Creo que yo tampoco. Me parece que eso de que las mujeres se olvidan del dolor del parto es una mentira que han empezado a hacer correr los maridos asustados.

Carolan se echó a reír desde el otro extremo de la habitación.

– Estoy de acuerdo con esa teoría, Rhea -me dijo.

– Pero ¿no ha merecido la pena? -me preguntó Alanna, que me traía a mi hija recién nacida ya limpia y vestida. Me la puso entre los brazos con una gran sonrisa.

– Sí -susurré yo, abrumada por una oleada de amor y ternura que nunca había conocido y que me había producido mi hija-. Sí, merece la pena por completo.

ClanFintan se arrodilló junto a nuestro colchón con la elegancia con la que se movían los centauros, y le acarició el pelo rizado y caoba a la niña.

– ¿Cómo vamos a llamarla, mi amor?

Yo no tuve que pensarlo.

– Myrna. Se llama Myrna.

ClanFintan sonrió y nos rodeó a las dos con sus fuertes brazos.

– Myrna… En el Lenguaje Antiguo significa «amada». Así es como debe ser, porque es verdaderamente amada -dijo. Entonces, se inclinó hacia mí y me dijo al oído-: Te quiero, Shannon Parker. Gracias por el regalo de nuestra hija.

Yo me acurruqué contra él y le di un beso en la mejilla. ClanFintan usaba rara vez mi nombre verdadero, y nunca cuando podía oírlo el público general. Sólo había tres personas que sabían que yo no era lady Rhiannon, hija de El MacCallan: ClanFintan, Alanna y Carolan. El resto de Partholon no sabía que un año antes, yo había sido intercambiada «accidentalmente» por la verdadera Rhiannon, que era idéntica a mí físicamente. Sin embargo, nuestro parecido terminaba en lo físico. Rhiannon era una bruja egoísta y odiosa que había abandonado a los suyos a su suerte. Yo me consideraba un poco egoísta, y odiosa sólo cuando era estrictamente necesario. Sabía que nunca abandonaría Partholon, ni a la gente ni a la diosa, a quienes había llegado a querer allí. Había luchado por quedarme allí, y me quedaría.

No había duda de que mi sitio estaba en Partholon. Epona me había dejado claro que yo me había convertido en su Elegida, y que mi vida no se había intercambiado por la de Rhiannon a causa de un mero error ni de un accidente. Epona me había elegido, y por lo tanto, yo debía estar en aquel mundo.

Con una total felicidad, le acaricié la cabecita a mi hija con la nariz, y le dije:

– Feliz cumpleaños, mi niña.

ClanFintan me estrechó suavemente entre sus brazos, y yo percibí una sonrisa en su voz:

– Feliz cumpleaños para mis dos chicas.

Yo me eché a reír.

– ¡Pero si es verdad! ¡Hoy es treinta de abril! Es mi cumpleaños. Se me había olvidado por completo.

– Has estado muy ocupada -dijo ClanFintan.

– Pues sí -dije, y le sonreí a aquel asombroso centauro de quien estaba tan enamorada-. Creo que deberíamos darle las gracias a Epona por el hecho de que nuestra hija haya nacido el mismo día del cumpleaños de su madre.

– Epona tiene mi gratitud eterna por Myrna y por ti -dijo él. Después tomó aire, y con su voz resonante, con la que conjuraba su magia de Sumo Chamán y adoptaba la forma humana para poder hacer el amor conmigo, exclamó-. ¡Ave, Epona!

– ¡Ave, Epona! -repitieron Alanna y las ninfas.

De repente, las cortinas vaporosas que cubrían los ventanales comenzaron a hincharse como nubes, y con una brisa llena de perfume, entraron en la habitación cientos de pétalos de rosa. Las doncellas emitieron suaves exclamaciones y comenzaron a girar y a danzar con los pétalos. Entonces, Epona habló:

«Mi Amada ha dado a luz a su hija. Le doy la bienvenida a Partholon, con gran alegría, a Myrna, hija de mi Elegida. Saludémosla con júbilo, magia y las bendiciones de su diosa».

Entonces, los pétalos de rosa se convirtieron en cientos de mariposas con un pequeño estallido, y después, las mariposas se convirtieron en colibríes que volaban y se lanzaban en picado y giraban mientras mis doncellas bailaban, riéndose.

– Esto es la verdadera magia… -susurré yo, con los ojos llenos de lágrimas de felicidad.

«El amor de una madre es la magia más sagrada de todas», me dijo Epona. «Recuerda eso en el futuro, Amada. El amor maternal tiene el poder de sanar y redimir».

De repente, me quedé completamente helada. ¿Qué quería decir Epona? ¿Acaso Myrna iba a sufrir algún daño?

«Descansa tranquila, Amada. Tu hija está a salvo».

Sentí un alivio tan intenso que me puse a temblar. Entonces sentí algo más, y el temblor se convirtió en un estremecimiento.

– ¿Rhea? ¿Te encuentras bien? -me preguntó ClanFintan, que sintió el cambio.

– Estoy cansada -mentí. Mi voz sonó tan débil que me sorprendió.

– Deberías descansar -dijo él. Entonces, miró a Alanna, que dejó de bailar con los colibríes y las ninfas y vino corriendo hacia nosotros-. Rhea tiene que descansar -le dijo.

– Por supuesto -respondió Alanna con la voz entrecortada, mientras se frotaba con suavidad el vientre hinchado. Después dio unas palmadas, y cuando las ninfas la miraron, les indicó que se retiraran-: La diosa sabe que su Amada debe descansar -dijo.

Yo les di las gracias a todas ellas por los cánticos y la alegría con la que habían recibido a mi hija. Las ninfas se marcharon entre risas y bendiciones para nosotros, y a los pocos instantes, quedamos a solas, ClanFintan, Carolan, Alanna y yo.

– Rhiannon ha muerto -dije.

Alanna se sobresaltó, y ClanFintan se quedó inmóvil.

– ¿Cómo lo sabes, Rhea?

– He sentido su muerte.

– Pero… yo pensaba que había muerto hace meses, cuando el Chamán de tu antiguo mundo la sepultó en el roble sagrado -dijo Carolan.

Yo tragué saliva. Los labios se me habían quedado entumecidos, fríos.

– Yo también. Debería haber muerto entonces, pero durante todo este tiempo ha estado… viva, atrapada dentro del árbol.

Me estremecí. Rhiannon era una bruja odiosa. Me había causado muchos problemas; incluso había intentado asesinarme. Sin embargo, yo había llegado a entender que ella era sólo una versión rota de mí misma, y no podía evitar sentir lástima por ella. Pensar en que había estado sepultada viva me ponía muy triste.

Alguien llamó a la puerta.

– ¡Adelante! -dijo ClanFintan.

Uno de los guardias del templo entró en mi habitación y me saludó con energía.

– ¿Qué ocurre…? -hice una pausa para intentar recordar qué guardia era. Todos ellos se parecían mucho. Eran musculosos. Altos. Iban escasamente vestidos. Musculosos. Sin embargo, sus ojos, tan azules, estimularon mi memoria-. ¿Gillean?

Yo esperaba que hubiera acudido a darle la bienvenida a Myrna, pero tenía una expresión grave en el rostro.

– Es el árbol del Bosque Sagrado, mi señora. El roble alrededor del cual se realizan libaciones cada luna llena. Se ha destruido.

– ¿Qué significa eso?

– Parece que lo ha destruido un rayo, pero el cielo está despejado. No hay ni rastro de tormenta en el cielo.

– ¿Y ha salido algo del árbol?

– No, mi señora.

– ¿No había ningún cuerpo? -pregunté, con la voz ronca de miedo, mientras intentaba apartarme de la mente la visión del cadáver de Clint, en descomposición.

– No, mi señora. No había cuerpos.

– ¿Estás seguro? ¿Fuiste a verlo tú mismo? -preguntó ClanFintan.

– Sí, mi señor. Y, sí, yo mismo examiné el árbol. Acababa de terminar mi guardia en la parte norte del territorio del templo, y volvía a casa cuando oí un tremendo crujido que provenía del bosquecillo. No estaba lejos, y sé que el Bosque Sagrado es muy importante para lady Rhea, así que fui hacia allí inmediatamente. El árbol todavía echaba humo cuando llegué.

– Tienes que ir a verlo -le dije a ClanFintan.

Él asintió.

– Ve a buscar a Dougal -le ordenó al guardia-. Dile que se reúna conmigo en la puerta norte.

– Sí, mi señor. Mi señora -dijo Gillean, y después de hacerme una reverencia, se marchó apresuradamente.

– Iré contigo -dijo Carolan. Después, Alanna y él se alejaron hacia el otro extremo de la habitación, obviamente para darnos privacidad a ClanFintan y a mí.

– Si está aquí, está muerta -le dije a mi marido, con más calma de la que sentía.

– Sí, pero quiero asegurarme de que no ha traído nada a Partholon con su regreso.

Yo asentí y miré a Myrna, que estaba durmiendo. Era muy vulnerable. Yo también me sentí extrañamente vulnerable al saber que no podría soportar que le ocurriera nada a mi hija…

– Yo nunca permitiré que sufráis -dijo ClanFintan.

Lo miré a los ojos.

– Lo sé -respondí.

Sin embargo, en su mirada estaba bien claro que recordaba lo que había ocurrido unos meses antes. A través de aquel mismo roble yo había pasado a Oklahoma de nuevo, junto a un demonio resucitado a quien creíamos derrotado para siempre. Y todo eso había sucedido ante la mirada de ClanFintan, sin que él pudiera hacer nada para salvarme. Y después, yo había podido regresar a Partholon sólo a través del sacrificio de Clint Freeman, el reflejo humano de ClanFintan, y del poder de los árboles.

– Ten cuidado -dije.

– Siempre -respondió él. Después, nos besó a Myrna y a mí-. Descansa. No tardaré mucho.

Carolan y él salieron de la habitación. Yo oí que ClanFintan les daba órdenes a los guardias para que doblaran los turnos de vigilancia en el templo, lo cual debería haber hecho que me sintiera segura, pero sólo consiguió que tuviera más miedo. Myrna comenzó a hacer ruiditos de inquietud, y yo le susurré para reconfortarla.

– Seguramente tiene hambre, Rhea -me dijo Alanna.

Mi amiga me ayudó a colocarme el camisón para que Myrna pudiera encontrar mi pecho. Cuando terminé de amantar a la niña, Alanna la tomó en brazos y la colocó en una pequeña cuna que había junto a mi cama.

– Estoy asustada, Alanna.

– Epona no permitirá que os ocurra nada ni a Myrna ni a ti. Tú eres su Elegida, su Amada. La diosa protege a los suyos. Ahora descansa. Estás a salvo, en el corazón de Partholon, con todos los que te quieren. No tienes nada que temer, amiga, nada que temer…

Alanna siguió con aquel murmullo y, poco a poco, el sonido dulce de su voz, unido al agotamiento de aquel parto de veinticuatro horas, fue como un somnífero para mí. Sin embargo, justo antes de dormirme, mi último pensamiento fue que, si no había ningún cuerpo en el Bosque Sagrado de Partholon, entonces debían de estar en el reflejo de aquel bosque en Oklahoma. ¿Qué demonios estaba ocurriendo allí?

Capítulo 4

Oklahoma

Richard Parker sabía que algo iba mal antes de que John Águila de la Paz llegara conduciendo lentamente por el camino de su casa. Había estado inquieto durante toda la noche. Y peor todavía, sus seis perros, cruce de sabueso y perro lobo, habían empezado a aullar justo antes del atardecer. Pese a sus reprimendas, los perros habían seguido aullando durante más de cinco minutos.

No tenía que mirar el calendario para saber qué día era: treinta de abril. El cumpleaños de Shannon. En otro mundo, en un mundo en el que ella era la encarnación de una diosa, y por ello, recibía adoración y reverencia. Aquel día iba a cumplir treinta y seis años. Sin embargo, recordar la fecha del cumpleaños de su hija no era lo que le causaba aquella sensación extraña, siniestra.

¿Habría dado a luz Shannon aquel mismo día? Por imposible que pareciera, a él no le sorprendería que ella intentara hacérselo saber de algún modo. Después de todo, toda aquella situación era imposible.

Shannon había aparecido de nuevo en la puerta de casa una noche, en mitad de una espantosa tormenta de nieve, asustada y desaliñada. Richard había reconocido al hombre que la acompañaba; era Clint Freeman, un ex piloto del ejército y un héroe nacional. Después de las explicaciones de Shannon, él no podía creer aquella historia inverosímil de que su vida había sido intercambiada por la de Rhiannon, la encarnación de una diosa de otro mundo, y que después, Clint la había llevado de vuelta a Oklahoma. Sin embargo, su hija no era ninguna mentirosa. Y la mujer que había estado allí durante los meses anteriores se había comportado como una bruja fría y calculadora y había alejado a sus amigos y a su familia con su forma de actuar. Aunque físicamente fuera igual que su hija, no se comportaba como ella.

Incluso antes de que el malvado Nuada hubiera estado a punto de matarlo en el estanque, y él hubiera sido testigo de que su hija tenía poderes realmente otorgados por la diosa Epona, le había resultado más fácil aceptar la idea de que existía un mundo alternativo que aceptar la idea de que su hija había sufrido un cambio total de personalidad.

Él había sabido en qué momento preciso Shannon venció a Nuada y se marchó de aquel mundo. Lo había sabido con tanta seguridad como conocía el olor de la lluvia y la sensación de acariciar a un caballo. Era un conocimiento innato, algo que tenía arraigado en el alma. También había sabido que Clint había muerto para devolverla a Partholon, y aquello le había entristecido casi tanto como la pérdida de su única hija. Por lo menos, Shannon no había muerto. En realidad, para él era más fácil hacerse a la idea de que se había ido a vivir a Europa, o quizá a Australia, y que algún día podrían visitarse el uno al otro.

Richard suspiró y se paseó con inquietud de un lado a otro por el patio de su casa. Shannon tenía que marcharse. Se había casado con el padre de su hija en aquel otro mundo. Lo quería. Y una hija necesitaba a su padre.

Aunque también necesitaba a su abuelo. Richard conservaba la esperanza de que Shannon pudiera comunicarse con él, aunque sólo fuera brevemente, para no sentirse como si la hubiera perdido para siempre. Soñaba a menudo con ella. En sus sueños, Shannon siempre estaba feliz y rodeada de gente que la adoraba. Richard había visto, incluso, al marido centauro de su hija. Al pensarlo, se le escapó un resoplido. Aquélla fue una visión muy interesante. Tenía la impresión de que Shannon estaba detrás de aquellos sueños, o tal vez fuera más preciso decir que la diosa de Shannon, Epona, estaba tras ellos. En cualquier caso, era casi como recibir cartas suyas, y él se había conformado con aquellas pequeñas visiones durante el paso de los años.

Sin embargo, aquella noche tenía una sensación muy diferente. Tenía un presentimiento terrible. ¿Acaso Shannon estaba intentando comunicarse con él? Cabía aquella posibilidad. Eran los días en los que debía dar a luz a su nieta, y por supuesto, Shannon querría compartir aquel acontecimiento con él. ¿Entonces, por qué se sentía tan negativo? ¿Por qué tenía aquel presentimiento de peligro? Dejó de caminar y exhaló un suspiro de angustia. ¿Acaso estaba presintiendo su muerte? ¿Había muerto su hija en aquel mundo en el que no había hospitales ni medicina moderna? ¿Por qué tenía aquella sensación de tragedia?

– Por favor, Epona -le dijo al viento-. Protégela.

– Cariño, ¿qué ocurre?

Patricia Parker, o «mamá Parker» para todas las legiones de jugadores de fútbol americano a los que él había entrenado, lo llamó desde el umbral de la puerta.

– Nada -dijo Richard Parker-. Es sólo que me siento un poco inquieto esta noche.

Su mujer lo miró con preocupación.

– No será… eso otra vez, ¿no?

Patricia estaba fuera, visitando a su única hermana en Phoenix, cuando Shannon había vuelto y él había sufrido el ataque de Nuada, pero su esposa había visto el resultado. Y por supuesto, él se lo había contado todo. Irónicamente, mamá Parker se sintió aliviada al saber que Rhiannon había intercambiado su lugar por el de Shannon. Las cosas horribles que le había dicho y que le había hecho Rhiannon no habían sido cosa de Shannon.

– No, no, no -respondió él rápidamente, arrepintiéndose al verla disgustada. En realidad no sabía si había ocurrido algo malo. Tal vez sólo fueran los jalapeños que se había tomado para cenar, que le habían sentado mal-. Todo va perfectamente. Ahora mismo entro.

– Muy bien, cariño. Entonces voy a terminar de fregar los platos.

Patricia había empezado a darse la vuelta cuando oyeron el sonido de un vehículo que se acercaba por el camino. Richard miró el reloj. Eran más de las diez y media. Muy tarde para una visita social. Sintió un escalofrío al ver acercarse un viejo Chevy azul, que se detuvo junto a las dos camionetas que estaban aparcadas junto a la casa. Lentamente, de aquel coche bajó un anciano indio que se dirigió a él.

– Buenas noches, Richard Parker -dijo el anciano, y automáticamente, Richard le tendió la mano. El recién llegado se la estrechó con firmeza-. Soy John Águila de la Paz. Siento molestarlo tan tarde.

– No se preocupe. ¿Qué puedo hacer por usted?

– Rhiannon me pidió que la trajera a casa.

Richard se sobresaltó. ¡Rhiannon! Al no tener noticias de ella después de que Shannon se marchara de aquel mundo, había supuesto que su hija se había llevado a Rhiannon, probablemente, para que pudiera enfrentarse a las consecuencias de haber abandonado su mundo y sus deberes como Elegida de Epona en Partholon. Sin embargo, ¿continuaba en Oklahoma? ¿Y decía que aquélla era su casa? Richard Parker irguió los hombros. Por mucho que se pareciera a su hija, Rhiannon no era Shannon, y él no iba a permitir que se hiciera pasar por ella de nuevo. Sin embargo, aquello no podía contárselo a un extraño. Esperaría a que estuvieran a solas. Después, él llevaría a Rhiannon al pueblo, o al aeropuerto, o al infierno. A cualquier lugar, siempre y cuando estuviera lejos de Oklahoma.

– Bueno, ¿y dónde está?

Richard entornó los ojos y volvió a mirar hacia el coche. Había alguien sentado en el asiento del pasajero, pero estaba demasiado oscuro como para distinguir sus rasgos. Resopló de nuevo. Era lógico que ella tuviera miedo de salir y enfrentarse a él.

– Está ahí.

El anciano no se acercó a la puerta delantera del coche, sino que se dirigió a la puerta trasera y la abrió. Richard lo siguió y frunció el ceño. Sólo había una cosa dentro, y parecía un cuerpo envuelto de pies a cabeza en una manta india. John Águila de la Paz subió con agilidad, se agachó y apartó la manta con delicadeza. Al ver su cara, Richard se sintió como si lo hubieran golpeado con fuerza en el estómago.

– ¡Shannon! -exclamó, y subió de un salto a la camioneta.

– No, no es Shannon. Es Rhiannon. Expresó su deseo de que la trajera aquí, y también de que le diera a su hija para que usted se encargara de criarla.

A Richard le zumbaban los oídos, y le resultaba difícil concentrarse en lo que le estaba diciendo el anciano.

– Está muerta -dijo.

John Águila de la Paz asintió.

– Murió después del parto. Sin embargo, tuvo tiempo para que el amor por su hija sanara su espíritu.

Richard apartó los ojos de aquel rostro idéntico al de su hija.

– ¿Sabe su historia? ¿Sabe lo de Partholon?

– Sí. Presencié todo lo que ocurrió cuando el Chamán Blanco venció al demonio y se sacrificó para que Shannon pudiera volver a ese mundo. También acudí esta noche, cuando el demonio liberó a Rhiannon del árbol sagrado en el que ella estaba aprisionada.

Richard miró a su alrededor.

– ¿Lo ha seguido hasta aquí?

– No me ha acompañado ningún mal. Los árboles sagrados y yo expulsamos al dios oscuro, y entonces, la aparición de Epona ahuyentó los últimos vestigios del mal y cortó los lazos que unían el alma de Rhiannon a ese dios.

– ¿Epona perdonó a Rhiannon?

– Sí. Yo lo vi.

Con la voz profunda, grave y rítmica de un gran narrador, Águila de la Paz recitó todo lo que le había sucedido a Rhiannon en el bosque sagrado.

– Al final fue capaz de encontrar el bien que había en su alma -dijo Richard, y lentamente, le acarició la mejilla fría.

Después alzó la vista y vio a su mujer junto a la camioneta. Mamá Parker tenía una mirada de espanto y la mano apretada contra la boca.

– No, mamá Parker, no -dijo él. Bajó de la camioneta y la abrazó-. No es Shannon. Es Rhiannon. No llores.

Le acarició la espalda mientras ella sollozaba contra su hombro. Estaba demasiado ocupado consolando a su mujer como para darse cuenta de que el viejo chamán también bajaba al suelo, pero sí se dio cuenta de que volvía hacia ellos, porque llevaba en brazos a una recién nacida.

– Esta es Morrigan. Su nieta.

El anciano les tendió a la niña, y automáticamente, mamá Parker la tomó en brazos. Con las manos temblorosas, abrió la manta y desenvolvió al bebé. Richard Parker miró a la niña por encima del hombro de su esposa, y se enamoró instantánea e irremediablemente de ella.

– Es igual que Shannon cuando nació -dijo, y se echó a reír con los ojos llenos de lágrimas-. Igual que un bichito -así solía llamar a su hija, Bichito.

– Oh, cariño, ¿cómo puedes seguir con eso? Las dos son demasiado bonitas como para ser un bicho.

Richard miró a su mujer. Llevaban treinta años casados, desde que Shannon era una niña. Patricia Parker no podía tener hijos, pero había querido a Shannon y la había criado como si fuera suya. Y ahora, ella tenía cincuenta y cinco y él tenía cincuenta y siete años. Eran demasiado mayores para criar a un bebé.

Volvió a mirar a Morrigan, que se parecía tanto a Shannon.

– No tiene a nadie en este mundo -dijo John Águila de la Paz-. Rhiannon me pidió que le dijera que creía en usted y que sabía que haría lo correcto -explicó. Después de una pausa en la que consideró sus palabras, añadió-: Tengo un presentimiento acerca de esta niña. Siento que tiene un gran poder. Sin embargo, todavía hay que descubrir si será un gran poder para el bien o para el mal. La oscuridad que siempre persiguió a su madre también acechará a Morrigan. Si rechaza a esta niña, me temo que esa oscuridad podrá con ella.

– ¡Rechazarla! -exclamó Patricia, y Richard notó que su mujer estrechaba al bebé entre sus brazos-. Oh, no. No podemos rechazarla.

– Pat, tienes que estar muy segura sobre esto. Ya no somos jóvenes.

Ella miró a su marido con una sonrisa.

– Morrigan nos mantendrá jóvenes. Y ella nos necesita, cariño. Además, es lo único de Shannon que vamos a tener.

Incapaz de hablar, Richard asintió y besó a su esposa en la frente.

– Mi hija Mary está en el coche. Ha traído algunas cosas para el bebé, pañales, leche en polvo y biberones. Eso servirá para esta noche.

– Gracias -dijo Pat Parker con una sonrisa-. Se lo agradecemos.

– ¿Por qué no lleváis Mary y tú las cosas del bebé a casa? John y yo terminaremos aquí -dijo Richard.

Pat asintió, pero antes de alejarse miró por última vez a Rhiannon.

– Es difícil creer que no es Shannon.

– No es Shannon -repitió Richard con firmeza-, Shannon está viva y a salvo en otro mundo.

El bebé comenzó a agitarse, y Pat lo miró. Arrulló a la niña suavemente y se acercó a la puerta del asiento delantero de la camioneta. Richard esperó a que las mujeres entraran en la casa, y después se volvió hacia el anciano.

– No voy a enterrarla en el pueblo. Esto sólo es asunto nuestro.

John Águila de la Paz asintió.

– Es una buena cosa que el mundo moderno no vuelva a afectarle. Ella pertenece a un tiempo diferente, a un lugar diferente.

– Me gustaría enterrarla junto al estanque, bajo los sauces. Esos árboles siempre me han parecido tristes.

– Ahora será como si lloraran por ella.

Richard asintió.

– ¿Quiere ayudarme?

– Sí.

Los dos fueron al establo en busca de las palas que necesitaban.

– ¿Qué le va a decir a Morrigan sobre su madre? -preguntó John Águila de la Paz.

– La verdad -respondió él automáticamente, y después añadió-: Algún día.

Ojalá supiera cómo demonios iba a hacerlo.


John Águila de la Paz y su hija se marcharon al filo del amanecer. Richard estaba agotado. Se masajeó con cuidado la mano derecha para calmar la rigidez que siempre le molestaba si la usaba demasiado. Se preguntó si aquella herida se curaría alguna vez de verdad, y después recordó que sólo habían pasado cinco meses desde que se había rasgado la mano intentando salir del estanque por un agujero en el hielo. Un agujero que había hecho el malvado Nuada para cumplir su amenaza de matar a todos los seres queridos de Shannon. Richard se estremeció. No le gustaba recordar aquel día.

El llanto del bebé lo sacó de su ensimismamiento. Silenciosamente, se levantó y miró a la niña. Estaba acostada en la vieja cuna de Shannon. A él se le había olvidado que todavía la conservaban. Llevaba más de treinta años en la buhardilla. Sin dudarlo, tomó a Morrigan en brazos y le dio unas palmaditas en la espalda. Después la sacó de la habitación antes de que despertara a mamá Parker.

– Shhh -susurró.

Seguramente, la niña tenía hambre. Los recién nacidos comían constantemente. Él lo recordaba bien. Mientras calentaba un biberón, el peso y el olor del bebé le suscitaron nuevos recuerdos. Se había olvidado de que tener en brazos a su hija recién nacida siempre le había parecido una experiencia religiosa. Y él no era un hombre religioso. No tenía tiempo para la rigidez y la hipocresía de la religión organizada. Había encontrado a sus dioses en los prados de heno dulce, o en el calor de un establo, o en la lealtad de sus perros. Así pues, cuando pensaba en que tener en brazos a aquella niña era algo religioso, no pensaba en la iglesia, ni en nada parecido. Pensaba en la perfección de la belleza, en el mejor de los milagros de la naturaleza. Se sentó en la mecedora y suspiró al sentir el crujido de sus rodillas y el entumecimiento de la espalda. Sin embargo, mientras la veía tomarse el biberón y oía sus sonidos suaves, como de cachorrillo, se dio cuenta de que no era ningún viejo. Tenía la mirada de un hombre que estaba viendo de nuevo la magia de la vida y del nacimiento, y que experimentaba el renacimiento del amor.

– Creo que nos va a ir muy bien -le dijo al bebé-. Mamá Parker y yo ya no somos unos niños, pero tampoco somos tan tontos como dos jovenzuelos sin experiencia. Y yo tengo práctica en esto de ser padre. Creo que si Shannon estuviera aquí ahora, te diría que con ella lo hice muy bien.

Pensar en Shannon le entristeció, como siempre. La echaba de menos. Sin embargo, aquella noche, con el peso suave y cálido de una recién nacida en brazos, se dio cuenta de que la ausencia de su hija le hacía menos daño. Nunca dejaría de echarla de menos, pero tal vez aquella niña que se parecía tanto a ella pudiera compensar un poco su ausencia.

Una vez que el bebé terminó el biberón, Richard se lo apoyó en el hombro, y se echó a reír cuando Morrigan eructó como un pequeño marinero.

– Igual que Shannon -dijo.

Después la tomó en brazos de nuevo comenzó a acunarla canturreando suavemente. El bebé pestañeó y sonrió. Richard, que había sentido un gran peso en el corazón desde que su hija había desaparecido de aquel mundo, se sintió repentinamente ligero, como si le hubieran crecido alas.

Tuvo que carraspear y parpadear para que no se le cayeran las lágrimas.

Capítulo 5

Partholon y Oklahoma

El Paraíso de los Sueños es mi lugar favorito. Sí, me gusta incluso más que el Templo de Epona, más incluso que la Toscana, o que Irlanda. Siempre he sido capaz de controlar mis sueños, incluso antes de llegar a Partholon y convertirme en la Elegida de Epona.

Cuando era niña, en Oklahoma, pensaba que el hecho de poder controlar los sueños era normal. No sabía que era nada extraño hasta que una de mis amigas me contó que la noche anterior había tenido una pesadilla horrible. Yo me eché a reír y le pregunté que por qué no había trasladado sus sueños a algún sitio feliz. Ella me miró como si estuviera loca y me dijo que la gente no podía controlar los sueños a voluntad. Yo me quedé callada, cosa poco normal en mí, hasta que llegué a casa y se lo pregunté a mi padre. Él me explicó que la gente, por lo general, no era capaz de controlar los sueños, y que si yo era capaz de hacerlo, tal vez debiera mantenerlo en secreto. Y eso es lo que hice después de aquel día, aunque lo extraño de mi habilidad no disminuyó mi disfrute en el Paraíso de los Sueños.

En Partholon, aquella habilidad se volvió magia. Epona se comunicaba a menudo con su Elegida a través de los sueños. En realidad, es más preciso decir que la Elegida tiene la capacidad de proyectarse astralmente; las Sacerdotisas de Partholon lo llaman el Sueño Mágico. En otras palabras, la Elegida, o sea, yo, proyecta su alma durmiente a cualquier sitio que Epona desee. Lo cual es tan fascinante y desconcertante como puede parecer. Epona me ha llevado a muchos sitios, desde una batalla sanguinaria contra los Fomorians, en la cual mi espíritu le salvó la vida a mi marido, hasta a un nacimiento en Partholon, en el que la parturienta era atendida por mujeres que reían y cantaban mientras yo era testigo del milagro de la renovación de la vida.

Sin embargo, durante la mayor parte de mi embarazo, Epona había mantenido al mínimo los viajes del Sueño Mágico. Es decir, después de que Nuada fuera derrotado y Rhiannon sepultada en un árbol, y después de que yo estuviera de vuelta en Partholon. Así que me quedé sorprendida cuando mi sueño, en el que Hugh Jackman me estaba dando un masaje en los pies, fue interrumpido, y mi espíritu saliera despedido de repente hacia el techo del Templo de Epona y lo atravesara, como el corcho de una botella de vino tinto.

– Aaay, vaya -dije, mientras tomaba una gran bocanada de aire nocturno-. Ay, estoy mareada… siento vértigo… me siento… -de repente, me di cuenta de por qué me sentía tan extraña, y sonreí-: ¡Ya no estoy embarazada!

Oí la risa musical de Epona, que flotaba por el aire, a mi alrededor.

«¿Acaso esperabas sentir que seguías embarazada después de dar a luz, Amada?».

– En realidad, no. Sin embargo, va a pasar una temporada antes de que pueda meterme otra vez en esos pantalones de montar tan ajustados y tan monos. Así que supongo que pensaba que todavía iba a sentirme gorda e hinchada la noche siguiente al parto.

«El espíritu se recupera de un parto mucho antes que el cuerpo».

Yo me sentía relajada y estaba disfrutando del sonido familiar de la voz de la diosa en mi mente, pero me detuve en seco cuando oí las siguientes palabras de Epona.

«Y es bueno que el espíritu se recupere tan rápidamente. Esta noche tienes que hacer un viaje difícil, un viaje que no podías hacer durante las últimas semanas de tu embarazo».

– ¿De qué se trata? No son los Fomorians otra vez, ¿verdad?

«No, no son los Fomorians. Se trata de Rhiannon».

– ¿Rhiannon? ¡Pero si ha muerto!

«Sí, Amada. Rhiannon ha muerto».

– Yo… yo no sabía que había estado viva en el interior del roble durante todo este tiempo.

Aquello me puso muy triste. Clint y yo éramos quienes la habíamos confinado allí. Y a Clint, su participación le había costado la vida.

«Fueron los actos de Rhiannon los que la sepultaron. No tú, ni tampoco Clint».

Como de costumbre, parecía que Epona me había leído el pensamiento.

«Tienes que saber que, antes de que Rhiannon muriera, su alma se curó».

– Me alegro mucho -susurré con sinceridad.

«Se curó, y su espíritu fue rescatado de las manos de Pryderi. Sin embargo, la Triple Cara de la Oscuridad todavía quiere controlar a la que lleva la sangre de mi Elegida».

– ¡Myrna! ¿Va a venir por mi bebé?

«Es posible, Amada, igual que intentó apartarte de mí».

– No tiene ni la más mínima posibilidad de conseguirlo.

«Contigo y con ClanFintan a su lado, habrá muy pocas posibilidades de que Myrna escuche los oscuros susurros de Pryderi. Así pues, no es ella quien me preocupa».

– ¿Entonces?

«Prepárate, Amada. Y recuerda que estaré contigo».

Entonces, el cielo claro comenzó a girar por encima del templo como si fuera un extraño tornado invertido. Aquel infierno giratorio succionó mi espíritu. No podía respirar. Presa del pánico, abrí la boca para gritar y justo en aquel momento, mi espíritu salió disparado del túnel. Yo me quedé completamente desorientada. Tenía náuseas. Respiré profundamente para calmarme, y al mirar hacia abajo, me di cuenta de dónde estaba. Sentí una gran felicidad, porque había vuelto a Oklahoma y estaba flotando sobre mi hogar de infancia. Mi espíritu comenzó a bajar lentamente hacia aquel techo tan familiar, y pronto estaba levitando en mitad del salón de la casa de mis padres.

Me quedé muy quieta, intentando empaparme de aquella habitación. No había cambiado nada. Estaba muy limpia, pero desordenada. Mis padres tienen una casa real, donde la gente vive de verdad, ama y ríe, y no una casa de diseño fría y sin corazón. Había varios libros por las mesas auxiliares, puesto que mis padres leen constantemente. Sólo había una lamparilla encendida y estaba a una intensidad tan baja que me costó darme cuenta de que mi padre estaba sentado en una de las butacas. Se había quedado dormido.

Yo sonreí y me dije que no iba a llorar. Tan sólo con ver a mi padre me sentí segura y adorada. Cómo lo había echado de menos. Noté el pequeño estremecimiento que me daba a entender que Epona había hecho mi espíritu visible, y me miré el cuerpo rápidamente. Por fortuna, en aquella ocasión no estaba desnuda. Entonces me volví hacia mi padre y, con otra sonrisa, abrí la boca para gritar «sorpresa, papá, soy yo», cuando el libro que tenía en el regazo se movió. Y dio una patada. E hizo un ruidito de bebé.

– ¡Demonios, eso no es un libro!

Al oír mi voz, mi padre dio un respingo. Extrañado, miró a su alrededor por la habitación, pensando que había estado soñando. Entonces se colocó al bebé sobre el hombro y le dio unas palmaditas muy suaves en el pañal.

– Papá, ¿de dónde ha salido ese bebé?

– ¿Shannon? ¿Eres tú, pequeña?

– Sí, soy yo, papá -respondí, pero antes de poder decir otra cosa, él comenzó a hacer preguntas.

– ¿Estás bien? ¿Ha ocurrido algo malo hoy?

– Estoy muy bien papá. Estupendamente, en realidad. Hoy he tenido una hija. Se llama Myrna y es preciosa. ¡Eres abuelo!

– ¡Bichito! Eso es maravilloso -dijo, y colocó al bebé en el otro brazo para poder secarse las lágrimas de los ojos. Yo miré a la criatura, y sentí una impresión muy fuerte al reconocerlo.

– ¿De quién es ese bebé?

Sabía cuál era la respuesta antes de que él me lo dijera.

– De Rhiannon.

– ¿Cómo es posible, papá? Ella murió.

Mi padre asintió lentamente.

– Sí, sí. Ha muerto hoy, después del parto. La niña se llama Morrigan.

– ¿Es una niña? -pregunté yo. Me sentí muy mal, aunque sabía que la recién nacida tenía que ser una niña. Epona siempre premiaba a sus Elegidas con una primogénita.

– Sí -dijo mi padre.

– Entonces, ¿Rhiannon murió aquí? No lo entiendo. Estaba atrapada en el interior de un árbol…

Mi padre suspiró.

– A mí me han contado lo que sucedió. Rhiannon ya estaba muerta cuando llegó aquí. La encontró un chamán anciano que la ayudó a dar a luz. Él fue quien me dijo que Rhiannon había hecho un trato con un dios oscuro para que la liberara del árbol. Iba a convertirse en su Suma Sacerdotisa, lo que suponía que tanto ella como la niña iban a dedicarse a su servicio, pero el nacimiento de Morrigan la cambió. Rhiannon negó al dios oscuro, pero estaba tan cerca de la muerte que él no la liberó. Así pues, Rhiannon invocó a Epona, y la diosa respondió.

– ¿Y Epona la perdonó?

– Sí -respondió mi padre.

Sabía que estaba mal, que yo era egoísta y odiosa, pero el hecho de saber que Rhiannon se había reconciliado con Epona me provocaba unos celos ridículos.

«Tú eres mi Elegida ahora, y lo serás para siempre. Mi amor por Rhiannon no disminuye el amor que siento por ti, Amada».

Al oír la voz de Epona en mi mente, me sobresalté, y me sentí culpable.

«Presta atención, Amada. Tu padre debe conocer las intenciones de Pryderi».

De repente, advertí cuál era el motivo por el que Epona me había hecho pasar por el túnel que separaba los dos mundos, y no era sólo para que yo le contara a mi padre que Myrna ya había nacido, o para que yo entendiera lo que le había ocurrido a Rhiannon.

– Papá, ¿vas a quedarte con el bebé de Rhiannon?

– Sí, sí -respondió él. Miró a la niña y le acarició la mejilla suavemente antes de continuar-. Fue la última petición de Rhiannon. Pero hay más, Shannon. Morrigan es igual que tú. Tengo que ayudarla, no puedo permitir que vaya a manos de unos extraños.

Me estaba pidiendo con la mirada que lo comprendiera, y extrañamente, yo lo entendí.

– También es exactamente igual que Myrna. Es muy extraño, pero supongo que tiene sentido, porque Rhiannon y yo éramos idénticas. Y Clint y ClanFintan eran el reflejo el uno del otro -dije, y de repente se me escapó un jadeo. ¡Aquella niña era la hija de Clint! Si yo hubiera decidido quedarme en Oklahoma y no volver a Partholon, Clint estaría vivo. Él y yo estaríamos juntos. Mi próximo hijo habría sido suyo… tuve que dejar de pensarlo, para no echarme a llorar.

Mi padre me miró sorprendido.

– Es hija de Clint, ¿verdad? Me alegro de saberlo. Me caía muy bien aquel joven.

– A mí también -respondí en voz baja-. ¿Te dijo el chamán algo sobre si habían encontrado el cadáver de Clint cerca del árbol?

– No. Y estoy seguro de que si allí hubiera habido un cadáver, el chamán me lo habría dicho -contestó mi padre. Después añadió con tristeza-: Así que Clint murió.

Aunque aquello no era una pregunta, yo asentí.

– Sacrificó su vida para que yo pudiera volver a Partholon.

– Sí. Era muy valiente. Le diré a Morrigan que su padre era un buen hombre.

Aquello me recordó algo.

– Papá, he venido porque Epona quiere que te avise. Ese dios oscuro que liberó a Rhiannon del árbol… su nombre es Pryderi. Es un mal tipo. Le llaman la Triple Cara de la Oscuridad, si es que alguien lo menciona. Hace mucho tiempo fue el consorte de Epona, pero él la traicionó porque ambicionaba su poder. La diosa lo expulsó, pero él quiere volver.

Después, seguí explicándole cosas que Epona me susurraba en la mente.

– Se alimenta de la adoración. Es como un vampiro. Literalmente, absorbe el bien de aquéllos que lo adoran. Se fortalece con las cenizas de sus almas. Y necesita una Suma Sacerdotisa como médium, para que sus intenciones perversas estén ocultas a los ojos de aquéllos que lo adoran. Quiere usar a la hija de la Elegida de Epona para conseguir el dominio de Partholon. Eso significa que Morrigan no estará a salvo ni siquiera en Oklahoma, porque nosotros sabemos que algunas veces, la gente puede viajar de Oklahoma a Partholon.

Me asombró que mi padre no se sorprendiera lo más mínimo. Asintió y respondió:

– Sí, es más o menos lo que me dijo el chamán. Por ese motivo, Rhiannon le pidió a Epona que la perdonara, para que su espíritu pudiera ser libre y proteger a su hija, e intentar mantenerla alejada del Lado Oscuro.

Pese a la gravedad de la situación, yo sonreí.

– ¿El Lado Oscuro, papá? ¿Como el de Darth Vader?

– Me parece una comparación acertada.

Yo me eché a reír. -Supongo que tienes razón.

– Así que tendremos que asegurarnos de que la Fuerza esté con Morrigan.

– En serio, papá, Pryderi va a venir por ella. Si la criáis, vosotros podéis correr peligro.

– Lo sabemos, Shannon. Ésta no es la primera vez que pasamos por algo así -dijo, y sonrió-. Con dioses oscuros o sin ellos, la paternidad es un trabajo muy difícil. Ya lo verás.

Yo fruncí el ceño.

– Estoy hablando de una deidad perversa, no de adolescentes. Ya sabes a qué me refiero.

– Sí -dijo, y suspiró-. ¿Qué quieres que haga, Bichito? ¿Dejarla bajo la tutela del estado? Me imagino que eso es entregársela directamente a Pryderi. No voy a hacer eso. Mamá Parker y yo ya lo hemos decidido. Vamos a criarla y haremos las cosas lo mejor que podamos con ella. Una vez funcionó -afirmó con una sonrisa-. Tú no te pasaste al Lado Oscuro. Y funcionará otra vez, ya lo verás. Esta niña es lo máximo que voy a tener de ti o de mi nieta. No me pedirás que me separe de ella, ¿no?

Yo pestañeé para que no se me cayeran las lágrimas.

– No, papá. No puedo pedirte eso. Sólo quiero que tengáis muchísimo cuidado.

– Lo tendremos. Te doy mi palabra. Además… se supone que el fantasma de Rhiannon está en alguna parte. Ella nos ayudará con los aspectos más terroríficos de la paternidad de Morrigan.

Miré a mi alrededor, casi con miedo.

– Papá, eso es muy raro.

Él se echó a reír.

– Sí, pero no es más raro que tener tu espíritu flotando por mi salón mientras tu cuerpo está en otro mundo, ¿no crees?

Me encogí de hombros.

– En eso tienes razón.

«Dile que tiene mis bendiciones, Amada. No debes permanecer más tiempo aquí. No es sano que tu espíritu esté separado de tu cuerpo durante tanto tiempo. Hay que volver».

– Papá -dije rápidamente-. Epona dice que tengo que irme enseguida, pero quiere que te diga que tienes sus bendiciones.

Mi padre inclinó respetuosamente la cabeza.

– Dile a Epona que se lo agradezco, y que me aseguraré de que Morrigan pase mucho tiempo en el campo, con los árboles, y que conozca el nombre de la diosa.

– Y de los caballos -añadí yo.

– Sí, sí, como tú. Le compraré una yegua.

– Sí, y estaría muy bien que fuera una yegua gris. La yegua de la Elegida de Epona es de color gris plateado.

– Muy bien, lo tendré en cuenta.

Yo noté que mi cuerpo espiritual comenzaba a temblar, y supe que iba a desaparecer pronto.

– ¡Te quiero, papá! Que no se te olvide nunca. ¡Y te echo de menos! Recuerda que hay una parte tuya que vive en Partholon.

– Yo también te quiero mucho, Bichito. Intenta volver a verme.

– Lo haré, papá. Dile a mamá Parker que la quiero.

– Se lo diré. ¡Y feliz cumpleaños, Shannon!

– Gracias, papá, y no olvides que debes tener cuidado…

El salón y mi padre fueron desapareciendo de mi vista mientras yo me elevaba por encima de la casa.

Después, antes de que pudiera recuperarme, el túnel de fuego volvió a succionarme.


– ¡Oh, mierda! -dije.

Me incorporé demasiado deprisa, e hice un gesto de dolor.

– ¿Rhea? ¿Qué te sucede?

ClanFintan se acercó rápidamente a la cama. Obviamente, ya había vuelto del Bosque Sagrado. Olía vagamente a tierra húmeda y a sudor.

Temblando, yo me aparté el pelo de la cara.

– El Sueño Mágico. Esta noche ha sido muy desconcertante. Epona me llevó a Oklahoma.

Le expliqué a mi marido todo lo que había averiguado sobre Rhiannon, el nacimiento de su hija y el hecho de que mi padre fuera a criarla, y le hablé también de los peligros que acechaban a la niña.

– ¿Y tu padre está preparado para enfrentarse a un dios oscuro por el alma de la niña? ¿Podrá detenerlo? El MacCallan no pudo evitar que Rhiannon fuera seducida por la oscuridad.

Yo me estremecí.

– No sé. Lo único que podemos hacer es esperar.

– Y rezarle a Epona para que nos brinde su ayuda -dijo él.

– En efecto.

Y, silenciosamente, añadí: «Por favor, Epona, ayuda a mi padre y a mi madre, y a la pequeña Morrigan».

Entonces, mi hija comenzó a moverse, y mi atención cambió de Oklahoma y la oscuridad a Partholon y a un nuevo comienzo.

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