Cuatro

Nicole era consciente de que lo más sensato era meterse en su coche. En vez de hacerlo, le puso la mano en el hombro a Hawk y preguntó:

– ¿Es que no vas a dejar de hablar?

– Ahora mismo -respondió él, justo antes de besarla.

Su boca acarició la de Nicole con ternura, con un roce erótico que a ella le cortó la respiración. Hawk no sólo besaba: invitaba, jugaba, excitaba y prometía, todo con un ligero y casto susurro de piel contra piel.

El cerebro de Nicole gritó, suspiró, y después dejó de funcionar. El calor invadió su cuerpo y la dejó débil y temblorosa. Entonces, él le puso una mano en la cintura, inclinó la cabeza y presionó con más firmeza contra su boca.

El momento fue asombroso. Surgieron chispas de deseo que explotaban y aterrizaban sobre ella, y que casi le quemaban la ropa. Sin darse cuenta, se inclinó hacia delante hasta que sus cuerpos casi se tocaron. Casi… pero no.

Entonces él le lamió el labio inferior, y ella abrió la boca y estuvo a punto de jadear de placer al sentir la punta de su lengua en la de ella. Hawk la besó profunda, minuciosamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo y fuera a usarlo para satisfacerla.

Exploró y acarició, se retiró y volvió a hundirse en su boca. Mantuvo una mano en su cintura, y la otra la posó en su cadera. Lentamente, la movió hacia abajo, hacia su trasero, y tomó la curva con la mano para apretársela suavemente. Ella se arqueó instintivamente contra él, y los muslos de ambos se tocaron, y sus senos se unieron a los músculos duros como rocas del pecho de Hawk.

Entonces, su vientre entró en contacto con algo grande y grueso y…

Nicole se apartó y miró a Hawk a los ojos, fieros y oscuros. Estaba excitado, ella había sentido su erección. Lo cual significaba que estaba excitado por lo que estaban haciendo.

A Nicole le gustaba pensar que estaba bastante centrada. Que era segura y capaz, y que el hecho de haber encontrado a su marido en la cama con su hermana pequeña no había destruido por completo su autoestima. Sin embargo, fue una sorpresa darse cuenta de que besarse durante unos minutos con ella había excitado a una máquina sexual como Hawk. Una sorpresa agradable y reconfortante.

– Bésame otra vez -le dijo.

– Eres exigente.

– ¿Algún problema?

– Demonios, no.

Él la abrazó con fuerza y la besó de una manera que le encogió las tripas. Ella frotó el vientre contra su erección, lo cual resultó ser un error, porque hizo que pensara en su ofrecimiento de tener relaciones sexuales. Él movió las manos hacia arriba y hacia abajo por su espalda, pero no se dirigió hacia ningún sitio interesante.

Probablemente, porque estaban en un aparcamiento público, pensó Nicole.

Hawk le agarró un mechón de pelo y tiró ligeramente. Se miraron el uno al otro. Él sonrió.

– Me deseas.

– Lo superaré.

Hawk se inclinó y le mordisqueó el lóbulo de la oreja. Ella jadeó y tembló.

– Estás muy excitada en este momento -le susurró-. Si te acariciara, tendrías un orgasmo.

Probablemente estaba en lo cierto, pero Nicole se apartó, porque de repente tenía ganas de llorar. El estallido emocional no tenía nada que ver con Hawk y todo con su pasado reciente. Su cuerpo estaba dispuesto, pero su espíritu y su corazón eran todavía demasiado frágiles.

– No puedo jugar a este juego -dijo ella.

– ¿Eso te han dicho de mí, que me dedico a jugar?

– Se sobrentendía.

– ¿Y si se equivocan?

¿Qué quería decir?

– No puedo arriesgarme.


Hawk esperó hasta las diez de la mañana para llamar a la puerta de la habitación de su hija.

– Eh, dormilona -dijo mientras entraba en el dormitorio a oscuras. Después de abrir las persianas, se giró hacia la cama-. ¿Voy a tener que hacerte cosquillas?

Brittany rodó por el colchón y bostezó.

– Papá, es sábado.

– ¿Ah, sí? Eso dice el calendario, pero no estaba seguro. Gracias por aclarármelo.

– Los sábados no tengo que madrugar.

– Son las diez y estoy haciendo tortitas de arándanos.

Brittany se incorporó.

– No puedo comerlas. Engordaría…

– Ya sabes que está prohibido usar ese verbo. ¿Quieres tortitas o no?

– Claro.

– Entonces muévete, cariño.

Brittany le sonrió.

– Te quiero, papá.

– Yo también te quiero.

Ella saltó de la cama.

– Dame cinco minutos.

– Muy bien.

La puerta del baño de Brittany se cerró de golpe.

Él volvió a la cocina y puso mantequilla en la plancha. Brittany estaba creciendo. Estaba en su último año de instituto y aunque fuera a la Universidad de Washington, viviría en una residencia de estudiantes, así que aquél era su último año en casa. El tiempo pasaba muy rápidamente.

Brittany entró en la cocina justo cuando él ponía las tortitas en un plato. Le dio un beso en la mejilla y se sentó.

– El partido de anoche fue muy bueno -dijo-. El equipo se está esforzando mucho. Vas a tener muy buena temporada, papá.

– Ya veremos. Debemos concentrarnos en cada uno de los partidos según vayan llegando.

– «Lo único que hay que hacer es ganar el siguiente partido, y la final será pan comido» -Brittany estaba repitiendo lo que él solía decir a sus jugadores.

Hawk se echó a reír.

– ¿Qué vas a hacer hoy?

– He quedado con mis amigos a las once y media. Vamos a comer algo y a la primera sesión del cine. Después volveré a casa para terminar los deberes que no hice ayer, antes del partido -dijo ella, y arrugó la nariz-. Sólo me quedan dos páginas del ensayo, pero quiero terminarlo. Después ya sabes que hay una fiesta en casa de Michelle, porque hablaste con su madre el jueves.

– Me acuerdo.

– Pues voy a ir a esa fiesta. Y mañana quiero trabajar en los ensayos de admisión de la universidad.

Hawk escuchó mientras ella detallaba sus planes. Pensaba en lo mucho que había cambiado su hija durante los últimos años.

Era todo lo que él podría haber deseado. Tenía muchos amigos, era buena estudiante, cariñosa y responsable. Él quería quedarse con todo el mérito, pero sabía que Serena había echado los cimientos. Había sido una madre perfecta. Después de que muriera, él había hecho todo lo posible por llenar los huecos. Y parecía que había hecho un buen trabajo.

– ¿Van bien las cosas con Raoul? -preguntó.

Brittany tomó un par de bocados de tortita y tragó.

– Claro. Estamos muy bien.

– Anoche estabais muy acaramelados después del partido. No estarás llevando las cosas demasiado lejos, ¿verdad?

Brittany agachó la cabeza.

– Papá, por favor. ¿No es demasiado personal?

– Eres mi hija. Me preocupo por ti. Estás a punto de cumplir dieciocho años y llevas saliendo varios meses con Raoul. ¿Tengo que matarlo o no?

– ¡No! -exclamó ella, y se estremeció-. Esto es humillante. No voy a hablar de eso contigo, sobre todo porque no hay nada de lo que hablar. No estamos haciendo… eso. Es demasiado pronto.

– De acuerdo.

Hawk mantuvo un tono despreocupado, pero por dentro estaba bailando de alegría. Su hija había dicho exactamente lo que él quería oír.

Siguió comiendo sus tortitas, mientras recordaba que, cuando tenían la edad de Brittany, Serena y él llevaban haciéndolo más de un año. Habían intentado tener cuidado, pero la pasión anulaba el sentido común a menudo. Brittany había sido el resultado. Lo que entonces parecía una catástrofe había resultado ser lo mejor que le había ocurrido en la vida. Había tenido suerte, y lo sabía.

Hablando de suerte… Recordó que la noche anterior había besado a Nicole. Aquélla era una actividad que podría repetir sin problemas. Ella no iba a ser fácil, pero a Hawk no le importaba. Estaba más que dispuesto a aceptar el reto.


Nicole confirmó los encargos para la semana siguiente y apagó el ordenador. Una vez que terminaba la oleada de clientes del sábado por la mañana, había un rato tranquilo hasta que comenzaba la recogida de tartas. Normalmente, habían terminado para la hora de comer. La pastelería cerraba el sábado por la tarde. Ese día, había terminado más pronto de lo habitual con su trabajo, porque se había obligado a pensar sólo en el trabajo. Era eso… o recordar sin pausa su beso con Hawk. Aunque podía parecer una manera estupenda de perder el tiempo, ella sabía que él no iba a causarle nada más que problemas, y que lo más inteligente era evitarlo, incluso en el pensamiento.

Maggie llamó a la puerta del despacho.

– Hay un grupo de chicos de instituto en la tienda.

– ¿Qué quieres decir?

– Lo que he dicho. Han venido hace unos minutos, y pidieron café y croissants. Ahora están sentados en las mesas, charlando. Como si fuéramos un sitio de moda. Nunca hemos sido un sitio de moda.

– ¿Están dando problemas?

– No. Son muy educados. Pero es raro.

Nicole estaba de acuerdo con ella.

– Voy a ver qué pasa -dijo.

Salió a la tienda y comprobó que la mayoría de las mesas estaban llenas de adolescentes que se reían y hablaban. Hacían un poco de ruido, pero aparte de eso, no podía poner ninguna objeción a su comportamiento. Estaba a punto de volver al despacho cuando reconoció a una de las chicas. Era una rubia muy guapa con pantalones cortos y camisa, que sonrió y saludó.

– Hola -dijo la chica-. Soy Brittany. Nos conocimos ayer.

– La novia de Raoul -dijo Nicole.

La hija de Hawk. Algo que todavía le resultaba difícil de creer.

– Exacto. Estamos esperando a que termine su turno. Después vamos a ir a comer y a ver una película.

– Parece divertido -dijo Nicole, y miró su reloj. Las doce menos cuarto-. Voy a decirle que estáis aquí, para que vaya terminando. Tardará cinco minutos.

– Gracias, pero no tiene que darse prisa. Lo estamos pasando bien. Sus croissants daneses son estupendos.

Nicole se dio una palmadita en la cadera.

– Dímelo a mí.

Volvió detrás del mostrador, donde esperaba Maggie.

– ¿Los conoces? -preguntó ésta.

– Conocí a un par de ellos ayer, en el partido.

Maggie llevaba años trabajando en la pastelería. Nicole y ella eran amigas, así que con una sola mirada inquisitiva consiguió la respuesta.

– No sé qué estaba haciendo en un partido de fútbol de instituto -admitió Nicole-. Raoul juega en el equipo y me pidió que fuera. Yo quería apoyarlo. Me presentó a Brittany, su novia. Es animadora.

Maggie se echó a reír.

Nicole miró a los chicos.

– No te rías. No tiene gracia.

– Para mí sí. Tienes éxito entre los jóvenes.

– Estupendo. He tardado en conseguirlo diez años, después de salir del instituto.

Nicole fue al obrador y le dijo a Raoul que podía salir antes. Según Sid y Phil, trabajaba muy bien. Ella se alegraba de que no le hubiera fallado el instinto. Estaba a punto de marcharse a casa también, cuando Maggie la encontró.

– Tienes a un caballero de visita en la tienda.

Nicole se sorprendió, y al segundo sintió que se le aceleraba el corazón. ¿Hawk? ¿Era Hawk? No entendía por qué deseaba tanto que fuera él.

– Nadie habla así.

– Yo sí, y es un monumento.

Claramente, era Hawk.

– Gracias -dijo Nicole-. Voy a ver qué quiere.

Maggie se dio unos golpecitos en la redecilla del pelo.

– Si tú no estás interesada, pregúntale si le gustan las mujeres mayores. Tendrá unos treinta y cinco años, ¿no? Sólo me saca veinte.

Nicole sonrió.

– Tú estás felizmente casada.

– No me lo recuerdes.

Nicole volvió a la tienda. Los adolescentes se habían marchado. Hawk estaba frente al mostrador, y era lo más tentador que había en toda la pastelería. Ella lo elegiría antes que una tarta de chocolate.

Sin querer, recordó el beso de la noche anterior. La había dejado llena de deseo, pero también preocupada. Quizá hubiera exagerado sus miedos. Si se besaban de nuevo, lo comprobaría.

– Hola -dijo Hawk con aquella sonrisa lenta y sexy que le aceleraba el corazón.

– Hola -respondió ella.

– Quería pasar a darte las gracias por lo de anoche.

Nicole oyó un resoplido desde la trastienda y supo que Maggie estaba escuchando. Hizo caso omiso de su amiga.

– ¿Darme las gracias por qué?

– Por llevar a los chicos a la pizzería y por quedarte. Por escuchar. Eres un gran ejemplo para ellos. Mayor que los estudiantes, pero no una de las madres. Tienes éxito, eres equilibrada…, alguien a quien pueden admirar, en quien pueden fijarse.

Todo lo que le decía sonaba muy bien, pero ¿no podría ser su esclava sexual, en vez de eso? No, un momento, ella quería ser exitosa y equilibrada. El de esclava sexual no era un papel en el que se sintiera cómoda. Siempre había sido una chica muy normal. Algo le decía que aquél no era el estilo de Hawk.

– No has venido hasta aquí sólo para darme las gracias -dijo. Se estaba preguntando si él le estaba tomando el pelo y cuánto tiempo iba a pasar antes de que confiara de nuevo en un hombre.

– En parte sí.

– ¿Y la otra parte?

– Dulces -respondió Hawk. Se sacó una hoja de papel del bolsillo y la desplegó-. Estamos hablando de unos treinta y cinco chicos, un par de padres, algunos amigos. Digamos que unas cincuenta personas. Nada muy elaborado.

Nicole parpadeó.

– ¿Has venido a encargar pasteles para cincuenta personas?

– Sí. Los domingos por la tarde revisamos la filmación del partido del viernes por la noche. Los mantiene concentrados en el trofeo. Y me gusta que consuman azúcar, porque así nadie se queda dormido. Estaba comprando en otra pastelería, pero me gusta más la tuya. Bueno, ¿qué tienes?

Nicole sintió tal decepción que tuvo ganas de darle un golpe, pero no lo hizo. No tenía sentido dejar que él viera lo patética que era.

– No querrás tartas -dijo. Pasó detrás del mostrador y observó el contenido de la vitrina-. Yo diría que galletas y magdalenas glaseadas. Puedo hacer una selección.

– Eso sería estupendo.

– ¿Algún sabor en especial?

Hawk arqueó una ceja ligeramente.

– ¿Qué me sugieres?

Nicole no iba a caer en la trampa, se dijo.

– Galletas normales, y magdalenas de chocolate y vainilla. Tienen baño, pero no están decoradas. Seguro que es mejor así.

– Te estás resistiendo.

– ¿A qué?

– A mi encanto.

– ¿Estabas siendo encantador?

– Sabes que sí -dijo él, y le entregó una tarjeta.

Ella lo miró. Tenía el emblema del instituto, la dirección, su nombre y un número de teléfono con una extensión.

– ¿Y esto? -preguntó.

– Es la dirección en la que necesito que entregues el pedido. Mañana sobre las dos y media de la tarde, en la sala de reuniones que hay junto al gimnasio. Te he escrito las indicaciones en el reverso de la tarjeta.

– No voy a llevar este pedido.

– No tengo ningún sitio donde almacenarlo. Ni tampoco modo de llevarlo hasta allí.

Ella miró hacia fuera de la tienda. La furgoneta de Hawk estaba aparcada frente a la pastelería.-Ahí cabe todo y más.

– Seguramente, pero si tú llevaras el pedido, podrías quedarte a ver la filmación.

– Ya he visto una vez el partido.

– Sí, pero no conmigo explicando lo que pasa.

¿Y por qué demonios quería él que ella fuera a verlo?

– Es domingo.

– ¿Tienes plan?

– No.

– Pues ven. Te lo pasarás bien.

Nicole se sentía desconcertada, y eso siempre la molestaba mucho.

– ¿Por qué estás haciendo esto?

– Porque si pasas más ratos conmigo, terminaré por caerte bien.

– ¿Y qué importancia tiene eso para ti?

– Tengo que caerte bien si quiero acostarme contigo.

Nicole agradeció tener el bastón. La ayudó a mantenerse en pie.

– ¿Se trata de acostarte conmigo?

– Sí. Desnudos -añadió Hawk en un susurro-. No te olvides de la mejor parte.

– ¿Y por qué yo?

– Me atraes. Me intrigas. No eres fácil.

– No estoy muy segura de cuáles son tus estándares -murmuró ella con un cosquilleo en el estómago, y se dio la vuelta. Él la tomó del brazo y tiró de ella, y de repente, estaban frente a frente, mucho más cerca que antes.

– No puedo dejar de pensar en ti -le dijo, mirándola fijamente a los ojos-. Quiero verte de nuevo. Preferiría que fuera desnuda, pero acepto la ropa si es necesario. A pesar de lo que te hayan dicho esas mujeres con las que has hablado, yo no hago esto a menudo. Tienes algo, Nicole. No sé qué es, pero lo averiguaré.

¿Y después qué? ¿Habría terminado todo?

– Di que sí -insistió Hawk.

– No puedo.

Él se inclinó y la besó. Fue un beso duro, caliente, profundo. Tomó lo que quería y la dejó sin aliento. Ella le devolvió el beso y sintió cómo le hervía la sangre. Era una batalla de voluntades. Y basándose en cómo jadeaban los dos cuando se separaron, no había un vencedor claro.

– Di que sí -susurró él.

Ojalá pudiera.

Hawk suspiró.

– Lleva el pedido.

– De acuerdo.

Él la soltó y se marchó. Cuando dejó de darle vueltas la cabeza, Nicole vio que Hawk había dejado un billete de cien dólares en el mostrador para cubrir los gastos.

Maggie se acercó desde la trastienda.

– Interesante -dijo-. Es muy claro a la hora de decir lo que quiere. Eso me gusta en un hombre. Deberías salir con él.

– No puedo. No estoy preparada todavía para tener una relación.

– ¿Y quién ha dicho nada de una relación? -a Maggie se le borró la sonrisa de los labios-. Oh, lo siento. Se me había olvidado.

Nicole se irritó al ver la mirada de pena de su amiga. Quería defenderse y decir que estaba bien. Sin embargo, teniendo en cuenta que no podía aceptar la invitación de Hawk, eso no era cierto.

– Voy a preparar el pedido -dijo Maggie-. Tú márchate a casa.

– De acuerdo. Vendré a recogerlo mañana.

Nicole se marchó.

Durante el trayecto a casa, intentó ponerse de buen humor. Debería sentirse agradecida por tener amigos que se preocupaban por ella. Y lo estaba. Más o menos. Sin embargo, odiaba que la gente sintiera lástima por ella. Se enorgullecía de controlar las situaciones. Ocurriera lo que ocurriera en su vida, se las arreglaba.

Era todo culpa suya. Ella era la que había querido salir con Drew y había aceptado su propuesta de matrimonio. Sabía que no estaba locamente enamorada de él, pero había empezado a pensar que nadie la querría lo suficiente como para casarse con ella. Una razón tonta para tomar una decisión tan importante. No había nada como analizar las cosas con perspectiva para verlas claramente. Por desgracia, saber lo que tendría que haber hecho no podía cambiar el pasado.

¿Y ahora qué? ¿Cómo iba a superar lo que había ocurrido? No echaba de menos a su ex marido, pero quería recuperar su orgullo y su amor propio. Ojalá pudiera comprarlos por Internet.

Todavía estaba sonriendo con aquella idea cuando frenó ante su casa. Había un coche aparcado en la calle. El tipo que estaba apoyado en el capó se irguió al verla.

Hablando del rey de Roma, pensó Nicole con tristeza.

Drew la saludó cuando ella giraba para entrar al garaje. Ella no le prestó atención y aparcó, pero él la estaba esperando cuando se acercó a la puerta, y Nicole tuvo el mal presentimiento de que con ignorarlo no iba a conseguir que se marchara.

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