– Vete -dijo a modo de saludo.
– No lo dices en serio.
– Asombrosamente, sí.
Pensó en quedarse en el porche, pero no le apetecía proporcionar entretenimiento a los vecinos.
Entró, sabiendo que Drew la seguiría, caminó hasta el centro del salón y se volvió hacia él.
– Di lo que tengas que decir y vete.
– Eso no es muy cordial.
– Qué sorpresa.
No parecía que a Drew le afectara mucho su actitud. Sonreía.
– Te he echado de menos, nena, y sé que tú a mí también.
Él seguía teniendo la capacidad de dejarla sin habla. Se había quedado perpleja por su arrogancia.
– ¿Y qué se supone que tengo que echar de menos? ¿El que te acuestes con mi hermana?
Él alzó las manos.
– ¿Cuándo vas a dejar ese tema?
– No sé. Tal vez cuando me parezca que alguno de vosotros siente el más mínimo remordimiento por lo que hicisteis. No te has disculpado, ni has llegado a admitir que hicieras algo malo.
Jesse tampoco. No dejaba de quejarse de que Nicole no la creía, pero hasta el momento, no había oído nada que pudiera servir de excusa para su comportamiento.
– No fue como crees -gruñó Drew.
– Estabas en la habitación de mi hermana, en su cama, besándola. Ella no tenía la camiseta puesta, y tú tenías la mano sobre su pecho desnudo. ¿Qué he malinterpretado?
Drew se movió con incomodidad.
– Cometí un error. Lo siento.
– Sentirlo no es suficiente.
– Esto es típico de ti -dijo él, en tono de enfado-. Te lo tomas todo a la tremenda. Sí, cometí un error. A la gente le pasa, incluso a ti. Te dije que Jesse no debía quedarse aquí después de que nos casáramos.
– Después de haberte mudado a mi casa y no tener que pagar más el alquiler, quieres decir.
– No hagas esto, Nicole. No seas tan dura. Si Jesse no hubiera estado aquí…
– Entonces quieres decir que es culpa mía que tuvieras la tentación y no pudieras resistirla. Que tú no eres responsable de lo que hiciste.
– Estás tergiversando lo que he dicho. Siempre haces lo mismo.
Nicole observó al hombre con el que se había casado. Era muy guapo, pero no conseguía que se le acelerara el corazón. Había sido un error del que iba a tardar en recuperarse.
– Tienes que volver conmigo -dijo él.
– No es posible que hayas dicho eso.
– Es cierto. Te quiero. Nadie te va a querer como yo.
Estaba intentando hacerle daño. O quizá sólo asustarla.
– La gente que está enamorada no es infiel.
– Claro que sí.
– Yo no -replicó ella, negando con la cabeza-. No puedes arreglar eso. Ya no puedo confiar en ti, Drew, y no quiero intentarlo.
La expresión de Drew se endureció.
– Te vas a quedar sola para siempre. ¿Es eso lo que quieres?
Nicole sabía que no debía escucharlo. Que él estuviera mencionando uno de sus temores más profundos no significaba que fuera cierto.
– No comparto esa opinión -respondió, aparentando una convicción que no sentía-. Eres un perdedor, Drew. Cometí un error al empezar una relación contigo, en primer lugar.
– Y yo cometí un error al intentar que funcionara. Nadie se sorprende de que te haya engañado, Nicole. No eres fácil de querer. Eres distante y cerrada, y puedes llegar a ser una bruja, pero a pesar de todo lo estoy intentando.
Ella se sintió como si él la hubiera abofeteado. Sabía que Drew sólo estaba intentando hacerle daño, pero no conseguía librarse del dolor que le producían sus palabras.
– Eres muy magnánimo -murmuró-. No sé cómo tengo tanta suerte. Mira, Drew, tú deja de intentar que vuelva contigo con ese encanto tan especial tuyo y yo haré lo posible por olvidarme de ti.
– Tú no quieres olvidarme. Ese es tu problema.
– Sal de aquí -ordenó Nicole mientras iba hacia la puerta y la abría de par en par-. Y no te molestes en volver.
Él vaciló, como si tuviera algo más que decir, y después se marchó. Ella cerró la puerta con llave y respiró profundamente. No iba a llorar.
Cuando estuvo sola, se sentó en el sofá. No tenía ni idea del motivo por el que Drew había ido a verla. ¿Acaso quería castigarla? ¿Acaso pensaba de verdad que podían arreglar su matrimonio y que insultarla era la mejor manera de conseguir que volviera con él? Nadie era tan estúpido como para eso.
Entonces ¿por qué no la dejaba definitivamente? ¿Por orgullo, o porque ella podía mantenerlo económicamente? Dudaba que siguiera queriéndola. Quizá nunca la hubiera querido.
Las dudas la estaban asediando, y odiaba el modo en que la hacían sentirse. Necesitaba una distracción.
Justo en aquel momento, sonó el teléfono. Se levantó de un salto y descolgó el auricular.
– ¿Diga?
– Hola. ¿Cómo estás?
Aunque oír la voz de Claire no era tan emocionante como una insinuación sexual inapropiada de Hawk, era mejor que pensar en Drew.
– Bien, ¿y tú?
– Todavía sigo esperando que se me note el embarazo. ¿Quieres venir a cenar esta noche a casa?
Nicole vaciló. ¿Quería pasar la noche con su hermana y con Wyatt, viendo cómo se hacían arrumacos y despedían ondas de amor que llenaban toda la habitación?
– Gracias, pero creo que no.
Claire suspiró.
– Estás pasando demasiado tiempo sola.
– No, no es cierto. Acabo de llegar de la pastelería.
– El trabajo no cuenta. No seas refunfuñona, estoy preocupada porque te quiero. Eso es algo bueno.
Nicole no quería acordarse de que Drew acababa de decirle que era muy difícil quererla, pero las palabras le rebotaron en la mente.
– Has tenido que soportar muchas cosas últimamente -dijo Claire-. Ven a divertirte.
Como Maggie. Lástima. Nicole odiaba que le tuvieran lástima.
– Eres muy amable por preocuparte -dijo, intentando no apretar los dientes-, pero estoy bien. Mejor que bien. En otra ocasión.
– Tienes que salir.
– Con un hombre, ¿no? Dejarías de preocuparte por mí si apareciera con un tipo fabuloso, ¿verdad?
Claire se echó a reír.
– Pues en realidad, sí.
La respuesta arrancó una sonrisa a Nicole.
– Entonces no te importa cómo me siento yo. Lo que quieres es dejar de preocuparte.
– Bueno, quizá. Pero tú eres la que me preocupa.
– Y te lo agradezco. Mira, estoy bien, te lo juro. Ahora tengo que dejarte. Hablaremos más tarde.
Colgó y tomó su bolso. Mientras abría la puerta y salía, el teléfono ya estaba sonando otra vez. Ella no respondió, aunque deseara tener algún sitio al que ir.
Hawk apiló los DVD de las grabaciones del juego. Ya había visto el material, y sabía qué cosas quería poner de relieve. Normalmente, durante los pocos minutos que tenía antes de que llegaran los chicos, tomaba notas, pero aquel domingo no dejaba de mirar el reloj y de preguntarse cuándo iba a aparecer Nicole.
Sabía que se estaba comportando como un adolescente. No podía dejar de pensar en ella; no sabía por qué lo tenía tan atrapado, pero de todos modos, estaba disfrutando del momento. Era divertida y sarcástica. Era como un desafío para él. Tenía carácter. A él le gustaba que una mujer tuviera carácter.
Oyó que alguien se acercaba por el pasillo. Eran unos pasos ligeros que no podían ser de ninguno de sus jugadores. Se le encogió el estómago de impaciencia. Y al cabo de un segundo, Nicole entró en la sala.
– Tengo seis cajas de croissants en el coche -dijo-. ¿Te importaría ayudarme a traerlas?
– Claro -respondió él, preguntándose si tenía tiempo de besarla antes de que sus estudiantes comenzaran a llegar. Se acercó a ella, pero se detuvo al ver algo oscuro y doloroso en su expresión-. ¿Qué ocurre?
– Nada.
– No te creo. Te ha pasado algo -dijo él, y se dio cuenta de que estaba pálida-. Alguien te ha hecho daño.
– Estoy bien -dijo ella, y se encogió de hombros-. No es nada.
– No voy a dejar que me convenzas -dijo Hawk. No pararía hasta averiguar qué o quién la había disgustado.
Nicole suspiró.
– Estoy… estoy teniendo algunos problemas con mi ex.
– ¿Estás divorciada?
– Estoy en el proceso de divorcio. Ya se han redactado los documentos, y los términos están acordados. Sólo estoy esperando a que se cumplan los plazos.
– ¿Y todavía lo echas de menos?
– Ni lo más mínimo. Vino ayer a mi casa. Quiere que vuelva con él. Y su forma de convencerme es insultarme y ser mezquino.
Hawk se enfureció.
– ¿Te ha hecho daño?
Nicole sonrió apagadamente.
– En realidad no.
– Puedo darle una paliza, si quieres.
Ella sonrió con más ganas.
– Estoy segura de que lo harías con una eficiencia asombrosa, pero no.
Hawk quería hacerlo de verdad.
– No me importa. Siempre estoy buscando maneras de mantenerme en forma.
– No sería mucho ejercicio para ti.
– ¿Tú crees?
– Estoy segura, pero gracias de todos modos.
Había más. Él lo veía en sus ojos. El problema con un ex era que esa persona sabía exactamente cómo hacer daño, conocían los puntos débiles. Y parecía que, en el caso de Nicole, su ex no tenía reparos en atacarlos directamente.
Hawk le acarició la mejilla.
– Se equivoca.
– ¿Respecto a qué?
– En lo que te haya dicho.
– Eso no lo sabes.
– Sí, sí lo sé.
La expresión de Hawk era amable, y su caricia reconfortante y un poco sensual. Él era exactamente lo que necesitaba, pensó Nicole.
Él la miró a los ojos, y después a la boca. Su cuerpo reaccionó con un cosquilleo y un pequeño suspiro, y aquel hombre ni siquiera la estaba besando. ¿Cómo lo conseguía?
Antes de que pudiera averiguarlo, se oyó a varios adolescentes acercándose por el pasillo. Ella retrocedió.
– Refuerzos -dijo Hawk con ligereza-. Les diré que traigan las cajas.
Lo cual significaba que la tarea podía hacerse en un solo viaje y que ella no tenía excusa para quedarse. Sin embargo, quería hacerlo.
– Te he traído el cambio -dijo, y sacó el dinero del bolsillo de su pantalón.
– Guárdalo para la próxima vez -dijo él-. Volveré a hacer un pedido dentro de una semana.
– De acuerdo.
– Vas a quedarte a la reunión, ¿verdad?
– Yo… eh… claro -dijo. Porque la alternativa era irse a casa y evitar a sus amigos, que actualmente sentían pena por ella.
Hawk envió a varios de los chicos a buscar las cajas de dulces al coche. Raoul volvió con ellos y la saludó agradablemente. En cuestión de minutos, todo el mundo estaba sentado en sillas plegables. Nicole se vio junto a Hawk, lo cual la hizo muy feliz. Él era exactamente la distracción que necesitaba.
Con un mando a distancia, Hawk apagó las luces; en la gran pantalla que había en la pared apareció una imagen del juego. A partir de aquel momento, él diseccionó cada segundo del partido, haciendo alabanzas cuando eran merecidas y críticas constructivas cuando eran necesarias. Explicaba las cosas con sencillez. Incluso Nicole podía seguir lo que estaba diciendo… al menos durante los primeros diez minutos, más o menos. Entonces sintió una mano que le rozaba ligeramente el brazo.
Aquel contacto inesperado la sobresaltó, pero consiguió no caerse del asiento. Miró hacia abajo disimuladamente y vio que él le estaba pasando los dedos por el interior de la muñeca. Lentamente, con delicadeza, sin mirarla.
En teoría, no había nada sexual en aquel contacto. No debería tener ninguna importancia. Sin embargo, el calor de la piel de Hawk, su forma de rozarle la muñeca con el pulgar, tenían algo que le daba ganas de retorcerse. Tuvo que controlar la respiración. Después de diez minutos, tuvo que convencerse de que lanzarse a los brazos de Hawk era completamente inapropiado.
A mitad de la proyección hicieron un descanso. Los chicos devoraron las magdalenas y los brownies, consumiendo todo lo que había llevado Nicole en cuestión de segundos. Hawk se apoyó en el respaldo de su silla.
– ¿Te está gustando el partido?
Su voz tenía un tono de despreocupación, pensó Nicole, muy molesta. Con las luces encendidas, había dejado de acariciarla, y se estaba comportando como si no hubiera ocurrido nada. Ella, por el contrario, se sentía blanda e inflamada por dentro, y tenía un ansia desesperada por algo más que un ligero contacto en la muñeca.
– Estoy aprendiendo mucho -dijo, decidida a no dejarle ver cuánto la trastornaba-. Nunca me había interesado mucho por los deportes. Es más complicado de lo que pensaba.
– Como la mayoría de las cosas. ¿Quieres ir a comer algo después de la reunión, o volver a tu casa?
– Tú estás muy cómodo persiguiendo tu objetivo, ¿verdad? -le preguntó ella, en voz baja.
– Sé lo que quiero.
– Hawk, yo… tengo que irme.
Él la miró fijamente.
– ¿Cuánto tiempo más vas a huir de mí?
– No lo sé.
– Admitir que tienes un problema es el primer paso para resolverlo.
– Qué perseverante eres.
Nicole se puso en pie y tomó su bolso. Entonces él la tomó de la mano y la atrajo hacia sí.
– Por lo menos, admite que te sientes tentada -murmuró.
– Más de lo que piensas.
– ¿Dígame?
El teléfono había comenzado a sonar cuando Nicole llegó al trabajo el lunes por la tarde, y estaba deseando pasar un rato de tranquilidad.
– ¿Nicole? Soy Martin Bashear.
Su abogado.
– Hola, Martin. ¿Cómo estás?
– Bien. Hay un asunto del que quiero hablar contigo.
– ¿Me va a gustar?
– Seguramente no.
Ella se preparó mentalmente.
– Está bien. ¿De qué se trata?
– Estamos en una encrucijada con el asunto de Jesse. Tenemos que solicitar la acción judicial o dejarlo.
– Ya sabes lo que quiero.
– Sí, pero como abogado tuyo, debo aconsejarte. Y voy a aconsejarte que retires la acusación.
Ella apretó con fuerza el auricular.
– Robó la receta familiar. Una receta famosa en el mundo entero. Hizo tartas de chocolate Keyes y las vendió por Internet. No puedo permitir que se salga con la suya en eso.
– Estoy de acuerdo en que su comportamiento es censurable.
– Quiero que reciba un castigo.
– Y tienes razón. Pero, Nicole, debes tener en cuenta las consecuencias. Será un proceso largo y agotador. Los dramas familiares nunca van bien en un tribunal. Jesse podría conseguir el voto de comprensión del jurado. Podemos hacer todo lo posible por retratarla como la mala de la película, pero no siempre funciona. Se quedó sin padres cuando era muy pequeña…
– Y yo también -dijo Nicole.
– Sí, pero tú eres la hermana mayor. La gente puede culparte por su comportamiento.
– Eso no es nuevo.
– Y pueden salir otros asuntos a la luz.
Traducción: la defensa podía sacar a colación que Jesse se había acostado con Drew. Aunque eso debería ayudarla a ella, en realidad podría hacer que algunos miembros del jurado pensaran que aquel caso se trataba de una venganza.
– También está la cuestión de su embarazo. Eso no debería tener nada que ver, pero para cuando se celebre el juicio, estará a punto de dar a luz. Eso sería otro punto a su favor.
Nicole estaba segura de que Martin seguía hablando, pero no podía oír nada. El pitido de sus oídos se lo impedía.
– ¿Has dicho embarazada? -preguntó con un hilo de voz.
Hubo una pausa.
– Lo siento -se disculpó Martin-. Creía que lo sabrías.
Nicole se puso en pie. Por una vez, no necesitó el bastón.
– ¿De cuánto está?
– No lo sé con exactitud. De unos cuatro meses. Quizá un poco más.
Nicole soltó un juramento. Jesse estaba embarazada de Drew.
Notó que le ardían las mejillas. ¿Era de humillación, o de rabia? Embarazada. Ni siquiera debería sorprenderse.
Tenía ganas de vomitar, y la habitación daba vueltas a su alrededor.
– Tengo que colgar -murmuró.
– Nicole, lo siento. ¿Puedo hacer algo por ti?
– Retira los cargos.
– ¿Estás segura?
– Sí. Tienes razón. Esto es una batalla perdida.
Colgó sin despedirse. Luego cerró los ojos y el dolor se apoderó de ella.
Aquella traición era insoportable, pensó Nicole, mientras intentaba respirar a través del dolor que sentía en el pecho. Demasiada pérdida. Ella se lo había dado todo a su hermana pequeña, la había querido, había soñado por ella, había querido sólo lo mejor para ella. Y ésa era su recompensa.
Un bebé. Jesse iba a tener un bebé.
Nicole se tocó el vientre plano, vacío, y se hundió en el sofá. No era exactamente que hubiera querido tener un hijo con Drew, pero una familia…, siempre había querido tener una familia. Y alguien a quien querer, que la quisiera también.
Sin embargo, lo que había conseguido era una puñalada por la espalda.
Después de llamar a la puerta, Nicole esperó con impaciencia en el porche delantero de la casa de Wyatt. A los pocos segundos, Claire abrió.
– ¿Lo sabías? -le preguntó Nicole.
Claire frunció el ceño.
– ¿Qué?
– Que Jesse está embarazada.
Claire palideció.
– Oh, Dios mío. ¿Estás segura?
– Sí. Me lo ha dicho mi abogado.
Claire se hizo a un lado para dejarla pasar.
– No puedo creerlo. Embarazada. ¿El niño es de…?
Nicole entró en el salón con ganas de golpear algo con el bastón.
– ¿De Drew? Creo que sí. Supongo que también podría ser de su novio, o de cualquiera con el que se estuviera acostando, pero con la suerte que tengo, seguro que es de Drew. Sé cuándo los sorprendí juntos, pero no sé cuánto tiempo llevaban acostándose.
En su casa. Engañándola. Mintiendo. Fingiendo que la querían, cuando se escondían y se reían de ella.
Tragó saliva y se juró que no iba a llorar. Aquélla era su nueva regla. Nada de lágrimas malgastadas por gente que no valía la pena.
– No sé qué decir -admitió Claire-. Es horrible. ¿Has hablado con ella?
– No. No tengo nada que decir. Lo negará todo. Es lo que mejor se le da.
– Pero quizá…
Nicole la interrumpió con una mirada.
– Este no es un buen momento para intentar contemporizar -dijo, y se sentó en el sofá-. No lo entiendo. ¿Qué es lo que fue mal? ¿Por qué me ha hecho esto?
– No creo que sea por ti. Creo que ocurrió, simplemente.
Nicole puso los ojos en blanco.
– ¿Ella te ha dicho eso? ¿Y tú te lo has creído?
– No puedes saber con seguridad si quería hacerte daño.
– Quizá no, pero tengo una idea aproximada. Estaba enfadada conmigo, y odiaba que su mitad de la pastelería esté en fideicomiso hasta que cumpla veinticinco años. Me estaba presionando para que se la comprara, para poder irse a hacer Dios sabe qué.
Claire se sentó a su lado y le acarició la mano.
– Sé que Jesse ha sido difícil y que tú has hecho todo lo que has podido. Se ha metido en muchos líos, pero… ¿hacer algo así? ¿Y qué pasa con Matt? ¿Es que Jesse no lo quería?
Nicole ya no lo sabía. Jesse cambiaba de hombre con tanta facilidad como las demás mujeres cambiaban de zapatos. Sin embargo, Matt era diferente, o eso había creído ella. Jesse llevaba varios meses saliendo con él, y parecía que lo quería de verdad.
– Quizá también lo estaba engañando a él -dijo lentamente-. Me juró que lo quería, que él era el definitivo. Todo era como un juego para ella.
– Lo siento -dijo Claire, y la abrazó-. Lo siento mucho.
Aquella comprensión estaba muy cerca de la lástima, para el gusto de Nicole. Aceptó el abrazo, se recordó que no iba a llorar nunca más y se puso en pie.
– Tengo que irme.
– No. No deberías estar sola.
– Estoy bien, Claire. Saber que estás aquí me ayuda.
– ¿Estás segura?
Nicole asintió.
– Te llamaré si necesito algo más.
Caminó hacia su coche y se sentó al volante. Después de arrancar el motor, se quedó mirando por el parabrisas. ¿Adónde iba a ir? ¿Qué se suponía que debía hacer? Su hermana estaba embarazada del que pronto sería su ex marido. Se vio a sí misma como un personaje de telenovela.
Era poco probable que Jesse se guardara aquella información, lo cual quería decir que muy pronto todo el mundo iba a saberlo. Eso sí que era humillante.
Metió la mano en el bolso para sacar un pañuelo de papel y se encontró con una tarjeta. La sacó y la miró. Entonces tomó su teléfono móvil y marcó un número.
Cuando respondieron, ella pidió la extensión que figuraba en la tarjeta.
– Hawkins.
– Hola, soy Nicole -dijo ella, intentando que no le temblara la voz. Aquélla no era una buena idea, pero era la única que se le ocurría.
– Qué sorpresa.
– ¿Buena o mala?
– Me gustan las sorpresas.
La voz de Hawk era juguetona. Aquello le dio fuerzas a Nicole.
– ¿Tienes un segundo para hablar?
– Claro. ¿Es una conversación corriente o debería cerrar la puerta?
– Quizá prefieras cerrarla.
Hubo un momento de silencio, seguido de una risa suave.
– De acuerdo. Nunca me habría imaginado que te iba lo del sexo por teléfono. Admito que yo nunca lo he hecho, pero aprendo rápidamente.
Ella agarró con tanta fuerza el teléfono móvil, que le dolieron los dedos.
– Tengo que hacerte una pregunta. ¿Lo que me has insinuado es cierto? Me refiero a lo de que quieres acostarte conmigo. ¿O es todo un juego?
– Nicole, ¿qué ocurre?
– Sólo responde la pregunta.
– Por supuesto que estoy interesado.
Gracias a Dios. Ella inspiró profundamente.
– Entonces te propongo un trato: seré tu gatita. Estaré disponible cuando quieras.
– Esa es una gran oferta.
– Pero tiene una contrapartida.
– Casi no me importa, lo que sea.
Había llegado la parte difícil.
– Quiero que te comportes como si fueras mi novio, como si estuvieras totalmente enamorado. Quiero que nos vean en público a menudo. Serás fiel y no coquetearás con ninguna otra mujer. Yo alardearé de ti ante todos mis amigos, y dentro de pocas semanas, te dejaré plantado, también públicamente.
– ¿Por qué?
– Tengo que demostrar algo.
– ¿Tiene algo que ver con tu ex marido?
– Un poco.
– ¿Sigues enamorada de él?
– No.
– ¿Estás segura?
– Sí. Me ha engañado y estoy enfadada, pero no estoy sufriendo por él. Quiere que volvamos. Yo no. Lo que ocurre es que estoy cansada de cómo se comporta todo el mundo. La lástima es lo peor. Las miradas. Quiero demostrarles a todos que estoy perfectamente.
Era lo más parecido a la verdad que podía decir sin echarse a llorar.
– Yo no tengo relaciones serias -le advirtió él-. Soy fiel, pero no tengo relaciones duraderas.
– Yo tampoco.
Un momento, ¿eso significaba que él estaba diciendo que sí?
– Tendré que decirle a Brittany que no vamos en serio. No quiero que se preocupe.
– Con tal de que no le cuentes los detalles del trato, me parece bien.
– No hay problema. Yo no hablo de mi vida sexual con mi hija, y no quiero que sepa que he tenido que hacer un trato para poder acostarme contigo.
A ella se le aceleró el corazón.
– Entonces ¿aceptas?
– Sí. ¿Cuándo te vas a convertir en…? Espera, ¿cómo lo has llamado? En mi «gatita».
El alivio tenía un sabor dulce.
– Cuando quieras.
– Puedo estar en tu casa dentro veinte minutos.
– Te estaré esperando.
– ¿Puedes esperarme desnuda?
– Si es importante para ti…
– Sí, muy importante.