Nicole se sentía tonta y azorada mientras se dirigía hacia el estadio del instituto apoyándose en el bastón. Era demasiado mayor para estar en un partido de viernes por la noche… o demasiado joven. No era estudiante, y no tenía a un hijo en el instituto. Entonces, ¿qué estaba haciendo allí?
– Me está bien empleado, por hablar con mis trabajadores -refunfuñó para sí.
Debería haberse despedido con un gesto de la mano y haber seguido caminando, pero no. Ella tenía que pararse a hablar con Raoul al final de su primera semana de trabajo en el obrador. Le había preguntado qué tal iban las cosas, porque era tonta. Y cuando él le había mencionado el partido de aquella noche, ella había fingido que le interesaba.
– Podías haber dicho que no -se recordó. Cuando Raoul le había pedido que fuera, podía haber dicho que estaba muy ocupada. Pero no lo estaba, y ella no mentía bien. En el sentido espiritual, posiblemente aquello estaba bien, pero en lo referente a cómo iba a pasar aquella noche, era una pesadez.
Miró a las filas de bancos que hacían las veces de asientos. No conocía a nadie, pero si tenía que elegir entre los chicos del instituto y los padres, elegía a los padres. Al menos, así tendría la oportunidad de hablar con alguno de ellos.
– ¡Nicole!
Se volvió hacia el campo y vio que uno de los jugadores corría hacia ella. Llevaba el uniforme y todo el equipo, y Nicole tardó unos segundos en reconocer a Raoul.
– Hola -le dijo, mientras se acercaba a la barandilla que separaba el campo de los asientos-. Impresionante. Pareces malo y fortachón.
Raoul sonrió.
– ¿De verdad?
Ella asintió. El chico tenía un aspecto diferente. Mayor. Peligroso. Sintió el impulso de decirle que no se hiciera daño; parecía que tenía el instinto maternal a flor de pie.
– ¿Vais a jugar contra un equipo difícil? -preguntó.
– Son buenos, pero les vamos a patear el trasero.
– Estoy impaciente por verlo.
Raoul sonrió de nuevo.
– Gracias por venir. Normalmente nadie viene a verme jugar. Salvo mis amigos, ya sabe. No un adulto.
Eso era ella. Una adulta.
– Te vitorearé mucho e intentaré avergonzarte -bromeó.
– Bien.
Una chica muy guapa con un uniforme de animadora se acercó corriendo.
– Hola -dijo con una gran sonrisa-. Soy Brittany.
La adolescente era incluso más guapa de cerca. Parecía el tipo de niña perfecta y muy popular en el instituto. Nicole pensó en odiarla por principio.
– Nicole -dijo.
– Es mi jefa -dijo Raoul-. Ya te he hablado de ella. Brittany es mi novia.
– Me alegro de conocerte -dijo Nicole.
– Yo también. Espero que le guste el partido. Vamos a tener un gran año.
Alguien tocó un silbato en el campo.
– Tengo que irme -dijo Raoul-. La veré después del partido.
Salió corriendo antes de que Nicole pudiera decirle que no iba a quedarse. Entonces recordó que no tenía el calendario social lleno, así que, ¿por qué no iba a pasar el rato allí?
– No has podido resistirte, ¿eh?
Nicole oyó aquella voz y sintió calor por todo el cuerpo. Lo maldijo a él por provocarla y se maldijo a sí misma por reaccionar.
Miró hacia la barandilla y vio a Hawk, que estaba en la hierba.
No iba vestido deportivamente, sino que llevaba unos pantalones y un polo con los colores del instituto. Estaba guapo. Más que guapo. Eso sí que era molesto.
– Raoul me pidió que viniera a verlo jugar.
Hawk no parecía muy convencido.
– Estoy diciendo la verdad -insistió ella-. Dice que nunca vienen adultos a verlo. ¿Por qué?
– Está en un hogar de acogida. Lleva mucho tiempo al cuidado de los servicios sociales. Es muy amable por tu parte que te tomes la molestia de venir.
– No es para tanto -refunfuñó ella.
– Para él sí. Tengo que irme. Disfruta del partido.
Hawk salió corriendo, y ella intentó no mirarle el trasero, aunque le resultó difícil. Raro, porque ella nunca había sido tan superficial.
– Es guapísimo -dijo una mujer a su lado.
Nicole la miró.
– El entrenador. Es lo mejor de los partidos, aunque mis dos hijos se sentirían humillados si me oyeran decir esto -añadió la recién llegada, y sonrió-. Me llamo Barbara.
La mujer se hizo un lado para dejarle sitio en el banco, y Nicole se sentó a su lado.
– Eres un poco joven para ser una de las madres -comentó Barbara-. ¿Has venido por Hawk?
– No -respondió Nicole rápidamente-. Tengo una pastelería. Uno de los chicos del equipo trabaja para mí. Me pidió que viniera.
– Eso es muy amable por tu parte. No creo que yo viniera si no tuviera que hacerlo. Claro que llevo años sentándome en estos bancos tan duros. Mis hijos son gemelos, y les gusta hacer deporte. Hemos hecho de todo: la Liga Infantil, fútbol, fútbol americano, béisbol. Mi marido trabaja mucho, así que soy yo la que tiene que venir a los partidos.
– Es estupendo que quieras venir a verlos. Estoy segura de que agradecen mucho el apoyo.
Barbara arrugó la nariz.
– Nunca dicen nada, salvo si no puedo venir a uno de los partidos. Entonces, no dejan de quejarse. Pero ahora ya estoy acostumbrada.
«La familia», pensó Nicole con tristeza. Eso era lo que los unos hacían por los otros en una familia.
– Bueno -dijo Barbara, en voz baja-, ¿cómo has conocido a Hawk?
– Yo… eh… lo conocí a través de Raoul.
– ¿Estás saliendo con él?
– No.
– ¿Y no sientes la tentación de hacerlo?
– No.
– ¿Porque estás saliendo con alguien impresionante?
– En realidad, no.
Barbara sonrió.
– En ese caso, o te gustan las mujeres o estás mintiendo.
Nicole se echó a reír.
– ¿Y cómo es que sólo tengo esas dos opciones?
– No creo que una mujer pueda estar con Hawk sin querer llevárselo al huerto. Tiene un cuerpo… Además, es muy agradable. Sé que es injusto, pero así son las cosas. Es soltero y le gusta jugar. Se rumorea que es todo un caballero en público, y un potro salvaje en el dormitorio. Dicen que puede hacerlo durante horas.
Barbara se abanicó con una mano.
– No es que yo lo haya experimentado de primera mano. Él no se relaciona con mujeres casadas, y yo no engañaría nunca a mi marido. Al menos, eso creo. Nunca me lo ha pedido nadie.
Nicole no sabía qué decir. Aquello, claramente, estaba dentro de la categoría de demasiada información.
– Antes jugaba en la liga profesional -continuó Barbara.
– Ya me había enterado.
– Es una historia sorprendente. Dejó embarazada a su novia del instituto. Todo el mundo decía que no lo conseguirían, pero de todos modos se casaron. Vivieron de macarrones con queso mientras él estaba en la universidad, con una beca. Tuvieron el bebé y fueron felices. Entonces, a Hawk lo ficharon en la Liga Nacional y comenzó a ganar mucho dinero. Pero en vez de irse a vivir a una urbanización en un campo de golf por ahí, se compraron una casa normal en un barrio normal aquí, en Seattle. Allí criaron a su niña.
Aquélla era la versión ampliada de lo que le había contado Raoul, pensó Nicole. Aunque ella no sabía lo de la niña. ¿Hawk era padre? Le parecía demasiado atractivo y tenía demasiada carga sexual como para serlo.
– Entonces Serena, su mujer, enfermó de cáncer. Eso ocurrió hace seis o siete años. Hawk dejó la liga y se quedó en casa para cuidarla. Cuando murió, se convirtió en padre soltero. Aceptó el trabajo de entrenador del instituto porque quería aportar algo de lo que él había recibido. Está claro que no lo hace porque necesite el dinero.
Barbara señaló a la guapa adolescente rubia que Raoul le había presentado antes a Nicole.
– Aquélla es su hija.
– ¿Brittany?
Barbara la miró con asombro.
– ¿La conoces?
– Nos hemos conocido hace un rato. Está saliendo con Raoul, mi empleado.
– Esa es. Es absolutamente perfecta. Saca buenas notas, es jefa de animadoras, está interesada en salvar el planeta. Lo único que me consuela es que, aunque yo estuviera soltera y Hawk estuviera locamente enamorado de mí, Brittany sería un desafío para cualquier relación. Es la niña de los ojos de su padre, y lo adora. Aunque ¿quién podría culparla?
Nicole observó a la adolescente, que estaba pidiéndole al público que animara, y después se fijó en Hawk. Él estaba caminando por el lateral del campo con una tablilla sujetapapeles entre las manos.
– Así que no es un idiota -murmuró.
– Ni por asomo. ¿Sigues sin estar interesada?
– Es sólo un conocido -respondió Nicole-. Nada más.
Y no quería que fuera nada más. Aquello podría ser un problema para el que ella no tenía tiempo.
Vio cómo señalaba a un par de chicos y los enviaba al campo. Estaba totalmente concentrado y tenía una actitud muy intensa, y ni una sola vez miró en dirección a ella, demonios.
Nicole se pasó el resto del partido charlando con Barbara. Cuando terminó, el Instituto Pacific había ganado el partido por treinta y ocho puntos a catorce. Incluso ella, que no sabía nada de aquel deporte, se dio cuenta de que Raoul era un magnífico quarterback, con un brazo que nunca se cansaba.
Se puso en pie, se despidió de Barbara y se acercó a la barandilla. Raoul y Brittany estaban juntos, hablando atentamente el uno con el otro. La rubia le acarició la mejilla a Raoul. Entonces, éste vio a Nicole y se acercó a la barandilla.
– ¿Qué te ha parecido? -le preguntó.
– Eres estupendo -dijo con sinceridad-. Me he quedado impresionada. Aunque no sepa nada de fútbol, me he dado cuenta de que juegas muy bien. ¿A qué distancia puedes lanzar el balón?
Raoul sonrió.
– Hemos jugado muy bien esta noche. El equipo se ha mantenido muy unido. Ningún jugador puede ganar o perder un partido sin el resto del equipo.
– Ya veo que estás entrenado para tus entrevistas de televisión -bromeó ella.
Hawk se reunió con Raoul, y chocaron la palma de la mano.
– Buen trabajo -dijo Hawk, y se giró hacia Nicole-. Nuestro chico va a llegar a lo más alto.
Ella ignoró la conexión implícita y respondió:
– Me alegro mucho de oír eso.
– Bueno, ¿cuántos caben en tu coche? -le preguntó Hawk.
– ¿Qué?
– Chicos. ¿A cuántos puedes llevar?
– No te entiendo -dijo ella.
– Tiene un Lexus Hybrid -dijo Raoul-. Así que cuatro, pero los tres que vayan detrás no pueden ser grandes. No cabrían.
Hawk asintió.
– Les diré que se reúnan contigo en el aparcamiento.
– Pero… ¿quiénes son? ¿Y por qué tienen que reunirse conmigo? -preguntó Nicole.
– Pizza -dijo Hawk-. Vamos a cenar pizza después de los partidos. Los jugadores, sus novias, unos cuantos chicos del instituto. Es una tradición. Me gusta mantenerlos ocupados cuando todavía tienen mucha adrenalina en el cuerpo. Tenerlos a todos en una pizzería es mejor que dejarlos por ahí sueltos para que hagan una tontería o se hagan daño. No todos los chicos conducen, así que necesitamos coches extra.
Ella sabía que Raoul estaba allí, a su lado. Por algún motivo, no se sentía cómoda negándose delante de él. Quizá fuera porque sabía que el chico no tenía a nadie de su lado. Pero si accedía, sabía que se sentiría como si la hubieran manipulado para hacer algo que no quería hacer. Peor todavía, Hawk se imaginaría que sólo había ido allí para poder pasar un rato con él.
¿Por qué todo tenía que ser una complicación?
– Esperaré en el aparcamiento -dijo ella, entre dientes.
– Les diré a los chicos que te busquen. Saben adonde vamos. Te veré allí.
– No, si puedo evitarlo -murmuró ella.
La Casa de la Pizza de Joe era uno de esos restaurantes de barrio con muchas mesas, una máquina de discos y olor delicioso a ajo fresco, pimientos y salsa de tomate.
Nicole no había cenado antes del ir al partido, pero no se había dado cuenta de que estaba muerta de hambre hasta que entró en el local y percibió el olor. De repente estaba hambrienta, y desesperada por conseguir aquella receta.
Los cuatro chicos a los que había llevado en su coche le dieron las gracias amablemente y se fueron con sus amigos en cuanto llegaron. Ella no conocía a nadie, aparte de Hawk, y no quería sentarse con él. Lo mejor sería que se fuera, aunque antes, quizá pudiera pedir una pizza para llevar.
Ya estaba esperando en el mostrador, apoyada en el bastón, cuando algo grande y cálido se posó en su espalda, a la altura de la cintura. Nunca había sentido su contacto, pero lo reconoció. Lo reconoció y se derritió por dentro. ¿Cómo era posible que su cuerpo reaccionara con tanta intensidad a un hombre? ¿Qué combinación de química y humor cósmico le daban ganas de volverse, agarrar a Hawk y exigirle que le demostrara todas las cosas que Barbara había dicho de él?
Con cuidado, se apartó. Sin embargo, él no captó la indirecta y la tomó de la mano.
Así de fácil. Palma contra palma, dedos entrelazados. Como si fuera su propietario. Como si estuvieran juntos. Peor, ni siquiera la estaba mirando. Estaba hablando con uno de los padres.
Ella tuvo ganas de soltarse y de decirle que dejara de tocarla. Quería decirle que no estaban juntos, que nunca podrían estar juntos, y preguntarle qué demonios pensaba. Quería ver si el asiento trasero de su coche era lo suficientemente grande para los dos.
El padre se alejó y Hawk se volvió hacia ella.
– No tienes que pedir -le dijo-. Sabían que íbamos a venir. Llamé cuando terminó el partido. Puedes pedir cerveza, pero preferiría que no lo hicieras. No me gusta que nadie beba alcohol delante de los chicos en noche de partido. Seguramente es una tontería, pero es así.
Tenía los ojos oscuros, y parecía que podían absorber toda la luz del local. Ella tuvo la extrañísima sensación de que podría perderse en aquellos ojos, lo cual demostraba que había pasado de tener hambre a sufrir alucinaciones por la falta de azúcar.
– Me has tomado de la mano.
Él sonrió.
– Es lo máximo que puedo hacer en público, pero cuando estemos solos subiré el calor.
Ella dio un tiró y se zafó.
– No sé de qué estás hablando, pero voy a ser clara. Tú y yo nunca vamos a…
– Eh, entrenador, ¿ha pedido ensaladas? -preguntó una de las animadoras-. Ya sabe que algunas no queremos pizza.
– He pedido ensaladas, sí -dijo él en tono de cansancio. Se volvió hacia Nicole y la tomó de la mano otra vez-. ¿Qué les pasa a las mujeres con el peso? Sí, es verdad, llevar diez o quince kilos de más en el cuerpo es malo. Pero las mujeres de hoy en día están obsesionadas con la mínima célula de grasa, y las adolescentes son las peores.
– Es animadora. ¿Qué esperabas?
– Que sea feliz por estar sana y ser atlética, y que se deje de ensaladas.
– ¿Tu hija no se preocupa por la línea?
Hawk arqueó una ceja.
– Has estado hablando de mí.
– A propósito no. Las madres están más que dispuestas a charlar sobre ti. Estoy segura de que a ti te encanta su interés y haces todo lo posible por avivar las llamas.
Fue como si él no hubiera oído nada de lo que ella decía.
– Has hecho preguntas.
– ¿Es que no me has oído? Yo no he preguntado nada, no fue necesario: me ofrecieron la información.
La sonrisa de Hawk fue lenta, sexy, de confianza en sí mismo.
– Te estoy conquistando. Lo sé.
– ¿Sabes? Si pudiéramos aprovechar tu ego, resolveríamos la crisis energética.
Justo en aquel momento comenzaron a salir las pizzas. Todos los chicos se sentaron en las mesas, y Hawk llevó a Nicole, de la mano, hasta una de las más grandes, en un rincón, que aparentemente estaba reservada para él.
Ambos se sentaron, y ella se dio cuenta de que tenía que acercarse más y más a Hawk para hacerles sitio a varios de los jugadores y a sus novias. Pese a sus esfuerzos por mantenerse a una distancia de cuatro centímetros de él, terminaron tocándose desde la cadera hasta la rodilla. Ella intentó encontrar un buen lugar para su bastón, pero no había sitio.
– Déjame -le dijo Hawk. Lo sacó de debajo de la mesa y lo puso detrás de los asientos-. ¿Qué te pasó en la rodilla?
– Me caí y me la rompí.
– ¿Estás mejorando?
– Es un proceso lento.
– A mí también me operaron de la rodilla -le dijo él-. Podemos comparar cicatrices.
Una frase sencilla, pero en sus labios, aquellas palabras sonaron excitantes.
– Quizá en otra ocasión -murmuró Nicole mientras los camareros dejaban tres enormes pizzas sobre la mesa.
– Entrenador, ¿qué opina de la última jugada del primer cuarto? -preguntó uno de los chicos-. Ese bloqueo salió de ninguna parte.
– Pero lo manejaste bien -dijo Hawk-. Buen juego de piernas. Parece que los entrenamientos extra están dando fruto.
El chico, que medía más de un metro ochenta de estatura y era todo músculos, sonrió encantado.
Nicole tomó una porción de pizza mientras los muchachos bombardeaban con preguntas a Hawk. Los jugadores no sólo querían hablar del partido, querían asegurarse de que su entrenador sabía que habían trabajado mucho y bien.
Probablemente era una dinámica saludable, que facilitaba que unos adolescentes inmaduros se transformaran en ciudadanos responsables y productivos. Debería estar escuchando atentamente y tomando notas, pero lo único en lo que podía pensar era en que Hawk y ella estaban en contacto, y en que sentía su piel cálida contra la de ella.
– Tierra llamando a Tierra -murmuró-. Concéntrate en la realidad.
Hawk la miró.
– ¿Has dicho algo?
– Yo no.
La charla sobre fútbol continuó durante un rato. A medida que la pizza desaparecía, la conversación languideció. Los chicos se fueron alejando, hasta que Hawk y ella se quedaron solos en la mesa. Ella se echó a un lado para poner distancia entre los dos.
– Gracias por venir -dijo Hawk.
– De nada. No estoy muy segura de cómo ha sucedido. Estaba ocupándome de mis asuntos y, de repente, he aparecido aquí.
Tomó su servilleta de papel y comenzó a doblarla. Cualquier cosa menos mirar a Hawk.
– Tú «querías» estar aquí -dijo él.
Lo cual podía ser cierto, pero ella no iba a admitirlo.
– Eso tú no lo sabes.
– Sí lo sé.
Hora de cambiar de tema.
– Tu hija es encantadora.
El orgullo resplandeció en los ojos oscuros de Hawk.
– Brittany ha resultado ser estupenda. Quisiera llevarme todo el mérito, pero la mayoría es de su madre.
– Debías de ser muy joven cuando nació.
– Dieciocho.
– No sería fácil.
Él se encogió de hombros.
– Nos las arreglamos. Hubo algunas noches muy largas, horribles. La familia de Serena no quiso tener nada que ver con nosotros cuando decidimos casarnos y tener el bebé. Mi madre nos apoyó, pero estaba enferma y no tenía dinero. Lo hicimos solos.
– Tuvisteis suerte.
– Quizá.
– ¿Cuánto llevan saliendo Raoul y ella?
– Unos meses. A pesar de lo que ocurrió en la pastelería, es un gran chico.
– Lo sé.
– Le confío a mi hija -dijo él. Después titubeó-. Estoy intentando confiar en él ¿Qué puedo decir? Es mi niña. De todos los muchachos a los que conozco, es el que yo elegiría para ella -explicó, y miró fijamente a Nicole-. ¿Tú confías en mí?
– No.
– Deberías -dijo Hawk-. Soy digno de confianza.
– Ni por dinero.
Nicole parecía muy seria al decirlo, pensó Hawk mientras reprimía una sonrisa. Le gustaba eso de ella. Le gustaba cómo se movía su pelo largo y rubio, y que siempre estuviera a punto de fulminarlo con la mirada. Le gustaba poder ponerla nerviosa.
– Estás muy guapa esta noche.
Ella pestañeó.
– ¿Por qué dices eso?
– Porque es cierto. Deberíamos salir.
Nicole frunció los labios.
– No.
– ¿Por qué no? Te gusto.
– Me asombra que necesites tener citas -dijo Nicole-. ¿No te hace compañía tu ego?
– No me da calor por las noches.
– Quizá con una muñeca hinchable caliente…
– Preferiría tenerte a ti.
Ella murmuró algo entre dientes y después se levantó.
– Tengo que irme a casa.
Hawk le tendió el bastón.
– Te acompaño fuera.
– No es necesario.
Nicole tomó el bastón y comenzó a caminar. Probablemente pensaba que, como tenía que pagar la pizza, él iba a quedarse rezagado y ella podría escapar. No sabía que Bill le enviaba la factura.
Cuando estuvieron fuera, Hawk aminoró el paso para ponerse a su lado. El aparcamiento estaba casi vacío.
– ¿No hay que llevar a casa a ningún chico? -preguntó Nicole.
– Los padres vienen a recoger a los que no conducen, o vuelven a casa con algún amigo. No tienes responsabilidades, Nicole. ¿Quieres pensar bien lo de esa cita?
– No.
Estaban junto a su coche, un Lexus 400 Hybrid. Un coche de chica, pensó él con una sonrisa. Mono y curvilíneo, con carácter. Como ella.
Le acarició la mejilla con los dedos, ligeramente. Ella tomó aire con brusquedad, y él supo que no era tan fría como fingía.
– ¿No quieres saltarte los preliminares y que nos vayamos directamente a la cama? -preguntó.
Ella alzó el bastón.
– ¿Y si te doy con esto?
– No me va el masoquismo. ¿Y a ti? ¿Debería ofrecerte una buena tunda?
Incluso a la luz tenue del aparcamiento, vio que ella se ruborizaba.
– No -tartamudeó Nicole-. No puedo creer que hayas dicho eso.
– Sólo estoy intentando averiguar lo que te gusta, y cómo puedo proporcionártelo.
– Crees que eres muy desenvuelto, pero no es verdad.
– Claro que sí.
– Vete.
– No lo dices en serio.
– Sí.
– Demuéstramelo. Esta es tu oportunidad. Voy a besarte. Te lo advierto para que tengas tiempo suficiente de entrar en tu coche y marcharte. Incluso contaré hasta diez, si tú quieres. Para darte ventaja.
Entonces volvió a acariciarle la mejilla y le pasó el dedo pulgar por el labio inferior.
– No me cuesta nada admitir que me atraes mucho -murmuró-. Y me gusta.
En los ojos de Nicole se reflejó la indecisión. Él notaba la batalla que se estaba librando en su interior. Orgullo contra necesidad. Y sabía qué bando quería que ganara.