Capituló 13

Kayleen se sentó en una silla del salón de Lina e hizo lo que pudo por seguir respirando. Había descubierto recientemente que cuando estaba tensa, contenía la respiración; luego empezaba a jadear y su nerviosismo empeoraba.

– Es horrible -gimió-. ¿No le basta con haberme abandonado cuando yo era una niña? ¿También tiene que destrozarme la vida?

Lina le dio una palmadita en la mano.

– Lo siento tanto… Mi hermano sólo quería ayudar.

– Lo sé. La culpa es mía por no haberle dicho la verdad, pero odio hablar de mi familia biológica, odio decir que me abandonaron dos veces. Siempre pienso que me deja en mal lugar -le confesó.

– Tienes que superar tus temores, Kayleen. Ahora vas a formar parte de mi familia.

Kayleen sonrió.

– Eres muy buena conmigo.

– Gracias. Pero volviendo a tu madre…

– Está por todas partes, espiándome, apareciendo sin advertencia alguna. Tiene aterrorizadas a las niñas. Anoche, Pepper se puso a llorar porque Darlene le dijo que ya que no era guapa, tendría que ser inteligente. ¿Quién puede decir algo así a una niña? Pepper es adorable… puedo perdonar a mi madre por las maldades que me dedica, pero no le puedo perdonar eso.

– ¿Quieres que le ordene que abandone el país? -preguntó Lina-. Lo haré si lo deseas. Se marchará en el primer avión que salga.

– Me gustaría aceptar tu ofrecimiento, pero es mi madre y no sé qué hacer. Tal vez debería concederle una oportunidad. Puede que se lo deba.

– ¿Qué le debes? ¿Qué te diera a luz? Tú no pediste nacer. Fue elección suya. Si no quería tenerte, podría haberlo evitado. O haberte entregado en adopción…

– Me pregunto por qué no lo hizo.

– Quién sabe. Puede que el papeleo legal fuera demasiado complejo para su diminuto cerebro -se burló.

Kayleen sonrió.

– Sea como sea, tengo que tomar una decisión… Le concederé una semana más e intentaré establecer algún tipo de conexión con ella, aunque seamos muy distintas. Si no lo consigo, o si insiste en portarse mal, aceptaré tu oferta.

– Le das más oportunidades de las que yo le daría, pero tú tienes más corazón que yo.

– O más sentimiento de culpabilidad. Sólo espero que Asad no crea que soy como ella…

– Por supuesto que no, qué tontería. Nadie elige a sus familiares. No te preocupes, él no te culpa por la forma de ser de tu madre.

– Ojalá tengas razón. Intentaré pasar más tiempo con Darlene, a ver qué pasa.

Kayleen se levantó.

– Mantenme informada -le pidió Lina.

– Lo haré.

Kayleen se dirigió a la escalera y subió. Tenía intención de volver a sus habitaciones, pero se lo pensó mejor y llamó a la suite de su madre.

– Adelante…

Darlene estaba sentada en el salón, tomando un café y unas tostadas.

– Ah, eres tú… -dijo-. Acabo de recibir una nota deliciosa del rey. Me ha invitado a una fiesta. Es algo diplomático, según creo; pero no tengo ropa adecuada para asistir a ese tipo de celebraciones. ¿Puedes encargarte de solucionar el problema?

Kayleen se sentó al otro lado de la mesa.

– Por supuesto. Una de las boutiques está a punto de enviarme varios vestidos. Si me das tu talla, les encargaré algo.

Darlene sonrió.

– Me encanta el servicio de este lugar.

– Había pensado que podíamos pasar más tiempo juntas -comentó Kayleen-. Ya sabes, para conocernos mejor…

Darlene arqueó las cejas.

– ¿Qué quieres saber? Me quedé embarazada a los dieciséis años, te dejé con mi madre y me marché a Hollywood. Trabajé en unas cuantas series de televisión y en obras de teatro con las que pagaba las facturas… luego conocí a un tipo que me llevó a Las Vegas, donde gané algún dinero. Pero el tiempo no es amigo de las mujeres. Necesitaba asegurarme el futuro y entonces apareció el enviado de tu rey.

Kayleen se inclinó hacia ella.

– Soy tu hija. ¿No te gustaría que fuéramos amigas por lo menos?

Darlene la miró durante un buen rato.

– Tienes buen corazón, ¿verdad?

– No sé, no lo había pensado…

– Serás exactamente el tipo de esposa que Asad desea.

– Estoy enamorada de él. Quiero que sea feliz.

Darlene asintió despacio.

– ¿Te gusta vivir aquí, en El Deharia?

– Sí, es un país precioso. No sólo la ciudad, sino también el desierto. Estoy aprendiendo el idioma, las costumbres… quiero encajar.

La mirada de su madre era muy penetrante, como si quisiera sonsacarle algo.

– El rey es un hombre encantador.

– Sí, es amable y comprensivo.

– Interesante. No son precisamente las palabras que yo habría elegido para definirlo. Pero sí, Kayleen, me gustaría que fuéramos amigas. Supongo que mi aparición ha debido de ser toda una sorpresa para ti. No me había dado cuenta porque sólo estaba pensando en mi misma. Perdóname.

– ¿Lo dices en serio? -preguntó, sorprendida-. Bueno, supongo que lo entiendo… Tu vida ha sido difícil.

– La tuya también. Pero mejor de lo que habría sido si te hubieras quedado con mi familia. Aunque no lo creas, es cierto.

Darlene se levantó del sofá.

– Bueno, voy a ducharme y a vestirme. Y después, si tienes un rato, podrías llevarme a dar una vuelta por el palacio. Es un edificio precioso.

– Lo es. He estudiado su historia. Te lo contaré todo sobre Asad y su gente.

La expresión de Darlene se hizo más dura.

– Sí, supongo que él aprecia esas cosas.


Asad la tomó de la mano y le besó los dedos.

– ¿Qué te preocupa, Kayleen?

Estaban comiendo juntos en su despacho.

– Nada. Sólo estaba pensando.

– Obviamente, no en lo afortunada que eres por casarte conmigo.

Ella se rió.

– No, no estaba pensando en eso. Pensaba en mi madre.

– Ya veo.

El príncipe la miró.

– ¿No te gusta?

– No la conozco lo suficiente. Lo único que me importa son tus sentimientos.

– Y yo no estoy segura de nada… -confesó-. Le he dicho que quiero ser su amiga y que nos conozcamos mejor.

– ¿Y?

– Las cosas están mejor, pero no sé si confiar en ella. Se lo pedí y se mostró de acuerdo; pero aunque suene terrible, no me fío.

– La confianza se debe ganar. Tal vez sea tu madre biológica, pero no la conoces.

– Eso es verdad.

A Kayleen le habían enseñado a confiar en la gente y a esperar lo mejor de ellos. El simple hecho de pensar que su madre la estaba utilizando, era un atentado contra su sentido de la moral y su forma de sentir. Pero pensar lo contrario, atentaba contra su inteligencia.

Kayleen miró a su prometido.

– Sabes que no soy como ella, ¿verdad?

Él sonrió.

– Sí, lo sé.

– Menos mal…


Darlene tarareaba una canción mientras miraba los vestidos del perchero. Eligió uno de color negro, con cuentas ensartadas y escote generoso, y dijo:

– Podría acostumbrarme a esto. ¿Te has fijado en el trabajo que lleva? Se nota que está hecho a mano.

Se puso la prenda delante de ella y se miró en el espejo.

– ¿Qué te parece? -preguntó.

– Es precioso -respondió su hija.

Darlene se rió.

– Pero tú no lo elegirías, claro…

– No es mi estilo.

– Eso lo dices porque eres joven, pero con el tiempo descubrirás que el color negro oculta los defectos… Creo que elegiré los pendientes de zafiros y diamantes y el collar a juego. O la pulsera. Me gustaría ponerme las dos cosas, pero menos es más en materia de elegancia. ¿Tú vas a ponerte eso?

Kayleen había sacado un vestido sin mangas, de color verde esmeralda; sencillo, pero bonito. Y aunque el escote no fuera tan amplio como el de Darlene, era el más atrevido que había elegido hasta entonces. Quería agradar a Asad.

– Me encanta, pero no sé si me quedará bien -confesó.

– Ése es un vestido de alta costura y hay que tener la figura adecuada para llevarlo. No te preocupes, te buscaré algo más adecuado… Algo juvenil, pero refinado. Déjame ver.

Darlene sacó un vestido distinto y se lo dio.

– Toma.

Kayleen lo miró. Tenía un diseño abierto, con diamantes diminutos.

– ¿Te parece mejor?

– Desde luego que sí. Ah, y no lleves nada salvo pendientes. Ni pulseras ni collares… eres joven y bella, aprovéchalo. Cuando empieces a marchitarte, ya tendrás ocasión de cubrirte de objetos que brillen -respondió-. Supongo que alguien te peinará, ¿verdad? Yo que tú me haría un peinado alto con unos cuantos mechones sueltos. Y no te quedes corta con el maquillaje. Es una fiesta.

Kayleen se puso unos pendientes y se apartó el pelo de la cara.

– Tienes razón…

– Gracias. Llevo mucho tiempo en el mundo y sé lo que les gusta a los hombres. Pero bueno, vamos a ver cómo me queda ese vestido.

Darlene se quitó lo que llevaba y se puso el vestido negro. Kayleen la ayudó a subirse la cremallera.

– Perfecto -dijo mientras se miraba en el espejo-. Hace un rato estuve en el jardín y tuve ocasión de conocer al embajador español. Es un hombre encantador. Algo mayor, pero eso es bueno. Seré una especie de premio para él.

– ¿No te has casado nunca?

– Una vez, hace años. Yo tenía dieciocho años y él era un don nadie. Pero estaba enamorada y me dije que el dinero carecía de importancia… cuando nos separamos, me quedé sin nada. Aprendí la lección. Y tú deberías imitarme.

– ¿De qué estás hablando?

– De Asad. Los ojos te brillan cuando está cerca de ti. Es muy embarazoso.

Kayleen se ruborizó.

– Pero estamos prometidos…

– No veo qué tiene eso que ver. Sé que parezco algo cínica, pero hazme caso. Los hombres como Asad no se preocupan por el amor. Te va a partir el corazón, Kayleen. Toma lo que puedas y sigue adelante.

– Ya veo. Si no te importa nadie, sufres menos.

– La vida es más fácil así.

– Te equivocas. Sólo está más vacía. Las personas somos más que la suma de nuestras experiencias; nuestras relaciones, el amor que damos y el que recibimos, nos definen… al final, eso importa más que el dinero.

– Lo dices porque nunca has pasado hambre y te has visto sin casa.

– Te recuerdo que crecí sin un hogar. Mi abuela me abandonó en un orfanato porque yo no le importaba. Pero, ¿cómo iba a importarle si mi madre también me había abandonado?

Darlene se puso su blusa y se la abotonó.

– Sabía que más tarde o más temprano me lo echarías en cara. Pobrecita. Nadie te quiere. Despierta de una vez, Kayleen… la vida es dura. Disfruta cuanto puedas.

– Tú no hablas de disfrutar, sino de manipular a la gente para obtener lo que quieres.

– Si es necesario… Tal vez te parezca que abandonar a alguien es cruel, pero a veces es peor quedarse. Tu abuela no era exactamente la mejor madre del mundo. Por eso me marché.

– Pero yo era tu hija. Debiste llevarme contigo.

– Sólo habrías sido una carga para mí.

– Y me condenaste al mismo destino que tú sufriste.

Darlene se encogió de hombros.

– Tú fuiste afortunada. A ella no le importabas. Créeme… si le hubieras importado, habría sido muchísimo peor.

– Así que es cierto. Yo no te importo en absoluto.

– Me enorgullece lo que has conseguido.

– ¿A qué te refieres? ¿A pescar a un hombre rico?

– Es el sueño de toda mujer.

– No es mi sueño. Yo sólo quiero un hogar.

– Qué irónica es la vida. Tú tienes lo que yo quiero y yo he rechazado mil veces lo que tú deseas. Hay que reconocer que el destino tiene sentido del humor.

La batalla entre el corazón y la mente de Kayleen terminó en ese preciso momento. Caminó hasta la bandeja donde estaban las joyas y tomó un puñado.

– Éste es el motivo de tu visita. Por esto quieres ser amiga mía. Pero déjame que lo adivine… si consigues seducir al embajador, te marcharás y no volveré a saber nada de ti. Hasta que necesites algo, claro.

– Es verdad que no vine para verte; yo tengo mi vida y mis propios asuntos. Pero no he sido yo quien ha organizado todo esto… me he limitado a aprovechar la oportunidad que me ofrecían.

– Si conquistas a ese embajador, no cambiará nada. Nunca tendrás suficiente. Ni todo el dinero del mundo podría llenar tu vacío. Esa enfermedad te devorará el corazón.

– Pues sálvame entonces…

– No puedo salvarte. Y no me escucharías porque crees que lo sabes todo -afirmó Kayleen-. Pero no volveré a permitir que me utilices. Quédate a la fiesta si quieres, pero márchate después.

Su madre la miró.

– Tú no puedes echarme. ¿Quién diablos te has creído que eres?

– La prometida del príncipe Asad.


A pesar del enfrentamiento con su madre, Kayleen estaba decidida a disfrutar de su primera fiesta oficial. Darlene se había comportado de forma muy agradable después, como si no hubiera pasado nada y no fuera a marcharse. Pero estaba decidida a arreglar las cosas sin ayuda de nadie, así que no se lo contó a Asad.

Su prometido se presentó en la suite poco después de las siete, con camisa blanca y un smoking negro que le quedaba muy bien.

– Estás preciosa -dijo al verla-. Tendré que quedarme a tu lado para evitar que te secuestren…

– ¿Te gusta el vestido?

– Sí, pero me gusta más la mujer que lo lleva.

Kayleen había aceptado el consejo de Darlene con su pelo y se había puesto el vestido y un brazalete sencillo de diamantes. Llevaba unos zapatos de tacón alto y sabía que al final de la velada los odiaría con toda su alma, pero le quedaban maravillosamente bien.

– ¿Cuándo podremos asistir a fiestas? -preguntó Pepper-. Yo también quiero un vestido y un peinado bonito…

– Cuando cumplas trece años.

– Pero falta mucho tiempo para entonces…

Asad le tocó la nariz.

– No tanto como crees.

– A mí sólo me falta un año y medio -dijo Dana, feliz.

– Tres niñas preciosas. Dios mío, tendremos que vigilarlas atentamente -dijo él-. Esas fiestas están llenas de chicos.

– ¿Yo también soy bonita? -preguntó Pepper.

Kayleen recordó el comentario ofensivo de su madre y contestó:

– Eres más que bonita. Eres una belleza clásica. Y serás una princesa sin igual.

Pepper sonrió de oreja a oreja.

– ¿Cuando sea princesa podré cortar la cabeza a la gente que me desobedezca?

Asad soltó una carcajada.

– No, pero tendrás otros poderes. Bueno, tenemos que marcharnos. Que durmáis bien, pequeñas…

– Gracias -dijo Nadine.

Kayleen ya conocía todo el palacio a fondo, pero nunca había visto la sala de baile llena de gente y se llevó una enorme sorpresa cuando vio las lámparas de araña encendidas, las mesas abarrotadas de comida y a la multitud.

Era como si estuviera en una película. No había visto a tanta gente atractiva y elegante en toda su vida Se estremeció y pensó que la inseguridad la dominaría y que volvería a pensar que ella no pertenecía a ese mundo; pero en lugar de eso, se alegró de tener tanta suerte.

Asad la sacó a bailar y preguntó:

– ¿En qué estás pensando?

– En que soy como la Cenicienta…

– ¿Y también te marcharás a medianoche?

– No, yo nunca te abandonaría.

– Me alegro, porque no quiero que te vayas. Te necesito. Siempre te he necesitado.

Estaba tan contenta que casi podía volar. La música era tan perfecta como la noche, y bailaron hasta que el rey apareció. Sólo entonces, Asad comenzó a presentarle a los invitados.

Al cabo de un rato, Kayleen oyó una risa. Era Darlene. Estaba con un hombre mucho mayor que ella.

– ¿Es el embajador español?

– Sí. ¿Quieres que te lo presente?

– No lo he dicho por eso.

– Ah, ya lo comprendo… es que Darlene le ha echado el ojo.

– Eso parece.

– Pues me temo que está casado. Aunque su esposa no suele acompañarlo en los viajes.

– Oh, vaya, tal vez debería advertírselo a mi madre.

– ¿Por qué?

– Porque busca seguridad y no la encontrará con él.

– ¿Tanto te preocupa su suerte?

– Es mi madre. ¿Cómo no me va a importar?

En ese momento apareció Qadir, uno de los hermanos de Asad y dijo:

– Creo que ya es hora de que baile con mi futura cuñada. Siempre que no te importe, por supuesto…

– Pero sólo un baile. Y nada de coqueteos -dijo Asad.

– Tú sabes que yo siempre coqueteo. ¿Te preocupa que se enamore de mí?

– No. Es que un hombre siempre protege lo que más valora.

– Nada de coqueteos -intervino Kayleen-. Mi corazón pertenece a tu hermano.

– Entonces, es un hombre con suerte… esta noche estás preciosa.

– ¿Sólo esta noche? ¿Insinúas que el resto del tiempo soy un monstruo?

Qadir rió.

– Vaya, así que eso es lo que ha hechizado a mi hermano… tienes cerebro.

– Oh, sí, tengo todo tipo de órganos. Es raro, pero los tengo.

Qadir volvió a reírse.

Charlaron durante un rato. Qadir le contó historias extravagantes, como la de una duquesa británica que había protestado porque no la dejaban entrar a la fiesta con su perrito.

Cuando terminaron de bailar, dejó a Qadir. Se alejó del centro de la sala y vio que Asad estaba hablando con su madre. Eso no podía ser bueno.

– Te marcharás -le estaba diciendo Asad.

– Yo no estaría tan segura -espetó Darlene-. Kayleen es mi hija. ¿Quién eres tú para interponerte entre nosotras?

– Un hombre capaz de pagarte para que te vayas.

Kayleen intentó abrirse paso entre la gente para detenerlos, pero no resultaba tan fácil.

– No volverás a verla. Si ella se pone en contacto contigo, por mí no habrá problema. Pero tú no podrás llamarla.

– Cuántas normas -se burló Darlene-. Eso te costará caro.

– Supongo que un millón de dólares será suficiente.

– Oh, vamos. Quiero cinco.

– Tres.

– Cuatro y acepto el trato.

La gente que estaba a su alrededor los miró con perplejidad. La música estaba sonando y había mucho ruido, pero no tanto como para que la conversación pasara desapercibida.

– Te haré la transferencia en cuanto tenga tu número de cuenta.

– Te lo daré esta noche -dijo, dándole un golpecito en el brazo-. Pero me alegra saber que te preocupas sinceramente por mi hija. Todo un detalle.

– Va a ser mi esposa.

– Eso me han dicho. Ya sabes que está enamorada de ti, ¿verdad?

– Sí, lo sé.

– Claro, eso te facilita las cosas.

– Por supuesto.

Darlene inclinó la cabeza.

– ¿Y crees que es tan tonta como para pensar que tú también la amas?

– Tú no le dirás lo contrario.

– No le diré nada si también me regalas el vestido y las joyas que llevo. Como regalo de buena voluntad, ya me entiendes.

– Como desees.

– En tal caso, nunca sabrá la verdad por mí.

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