3 Una agradable cabalgada

El campo en torno a Ebou Dar estaba ocupado en gran parte por granjas, pastizales y olivares, pero también había numerosos bosquecillos de unos pocos kilómetros de extensión, y aunque el terreno era mucho más llano que hacia el sur, en las colinas Rhannor, presentaba ondulaciones y a veces se alzaba en una prominencia de cien metros o más, lo suficiente para arrojar sombras bajo el sol de la tarde. En definitiva, la zona proporcionaba bastante cobertura para pasar inadvertida a ojos indeseados lo que parecía una extraña caravana de mercaderes, con casi cincuenta personas montadas y otras tantas a pie, y más aún cuando se contaba con Guardianes que encontraban sendas poco frecuentadas a través de la maleza. Elayne no vio señales que indicaran asentamientos humanos aparte de unas cuantas cabras paciendo en algunos cerros.

Hasta las plantas y los árboles acostumbrados al calor empezaban a marchitarse y a morir, si bien en cualquier otro momento habría disfrutado contemplando el paisaje. Era como si marcharan a mil kilómetros de distancia de la tierra que había visto mientras cabalgaba por la otra orilla del Eldar. Las suaves colinas eran extrañas, con formas rugosas, como si unas manos colosales y descuidadas las hubiesen estrujado. Bandadas de aves de brillantes colores alzaban el vuelo al paso de la comitiva, y docenas de tipos de colibríes huían espantados de los caballos, cual joyas aladas. En algunos sitios las enredaderas colgaban como gruesas cuerdas, y había árboles con copas de manojos de hojas estrechas y largas, en lugar de follaje, y cosas que parecían plumeros verdes tan grandes como un hombre. Un puñado de plantas, engañadas por el calor, se esforzaban por echar flores de intensos tonos rojos y amarillos, algunas el doble de anchas que sus dos manos juntas. Su perfume era exuberante y… sensual, fue la palabra que le vino a la mente. Reparó en unas rocas que habría apostado que en otros tiempos fueron dedos de una estatua, si bien no alcanzaba a imaginar la razón de que alguien hubiese hecho una estatua tan gigantesca y descalza; más adelante, el sendero los condujo a través de otro tipo de bosque, formado por piedras, gruesas y estriadas; eran los tocones erosionados de columnas, muchas desplomadas y todas minadas casi hasta la base por los granjeros lugareños para aprovechar su piedra. Una cabalgada agradable a pesar del polvo levantado del reseco suelo por los cascos de los caballos. El calor no la afectaba, desde luego, y no había demasiadas moscas. Todos los peligros habían quedado atrás; habían huido de los Renegados y ahora ya no había posibilidad de que alguno de ellos o sus servidores los alcanzaran. Sí, podría haber sido casi un paseo agradable, salvo por…

Por una cosa. Aviendha se había enterado de que el mensaje que había enviado de que el enemigo podía aparecer cuando menos se esperaba no había sido transmitido. Al principio Elayne sintió alivio de cambiar a otro tema que no fuese Rand. Los celos no habían reaparecido; en realidad, cada vez con mayor frecuencia se sorprendía deseando para sí lo que Aviendha había compartido con él. Celos no, envidia. Casi habría preferido lo contrario. Entonces empezó a escuchar realmente lo que su amiga le estaba diciendo en un tono bajo y monocorde, y sintió que el vello de la nuca se le ponía de punta.

—No puedes hacer eso —protestó mientras tiraba de las riendas para aproximar su caballo a la montura de la Aiel. De hecho, suponía que Aviendha no tendría muchos problemas para darle una paliza a Kurin o atarla o cualquiera de las otras cosas. Es decir, si es que las otras Detectoras de Vientos lo consentían—. No podemos iniciar una guerra con ellas, y menos antes de utilizar el Cuenco. Y desde luego, no por eso —se apresuró a añadir—. En modo alguno. —Ciertamente no iban a iniciar un conflicto ni antes ni después de usar el Cuenco sólo porque las Detectoras de Vientos se comportaran con mayor prepotencia de hora en hora, o sólo porque… Respiró hondo y prosiguió—. Si me lo hubiese dicho, yo no habría sabido a qué te referías. Comprendo que no pudieses hablar más claro, pero lo entiendes ¿verdad?

Aviendha miraba al frente con expresión hostil mientras espantaba las moscas en actitud ausente.

—Sin falta, le dije —gruñó—. ¡Sin falta! ¿Y si hubiese sido uno de los Depravados de la Sombra? ¿Y si hubiese conseguido sobrepasarme en el acceso y os hubiese sorprendido al no estar advertidas? ¿Y si…? —Volvió los ojos hacia ella con una mirada de desamparo—. Me comeré mi cuchillo —dijo tristemente—, pero quizás el hígado me reviente por ello.

Elayne estaba a punto de contestar que tragarse la cólera era el modo correcto de actuar y que podía dar rienda suelta a un acceso de ira tan grande como quisiera siempre y cuando no lo descargara contra las Atha’an Miere —era lo que significaba todo eso del cuchillo y el hígado—, pero antes de que tuviese ocasión de abrir la boca, Adeleas acercó su larguirucha montura y se situó al otro lado. La hermana de pelo blanco había adquirido una nueva silla en Ebou Dar, muy sobrecargada, trabajada con plata en la perilla y el arzón. Por alguna razón, parecía que las moscas la evitaban, aunque la mujer llevaba un perfume tan intenso como cualquiera de las flores.

—Perdona, pero no pude evitar oír eso último.

La voz de Adeleas no translucía el menor atisbo de disculpa, y Elayne se preguntó cuánto habría escuchado realmente. Sintió que se encendían sus mejillas. Parte de lo que Aviendha había dicho sobre Rand había sido notoriamente franco y directo. Y también parte de lo que había dicho ella. Una cosa era hablar de ese modo con la mejor amiga y otra muy diferente sospechar que otra persona está escuchando. Aviendha parecía pensar igual; no se puso colorada, pero la mirada cortante que lanzó a la Marrón habría hecho sentirse orgullosa a Nynaeve. Adeleas se limitó a sonreír, un gesto vago y tan insulso como una sopa aguada.

—Quizá lo mejor sería que dieses carta blanca a tu amiga con las Atha’an Miere. —Sus ojos pasaron de Elayne a Aviendha y parpadearon—. Bueno, al menos un poco. Con un buen susto debería bastar. Ya están casi a punto, por si no lo habías notado. Muestran mucha más prevención por la «salvaje» Aiel, y perdona Aviendha, que por las Aes Sedai. Merilille lo habría sugerido, pero las orejas todavía le arden.

El semblante de Aviendha rara vez translucía algo, pero en ese momento denotaba tanto desconcierto como el que sentía Elayne. Ésta se giró sobre la silla para mirar hacia atrás con el entrecejo fruncido. Merilille cabalgaba al lado de Vandene, Careane y Sareitha a corta distancia, y todas se esforzaban por mirar a cualquier parte excepto a ella. Detrás de las hermanas iban las Atha’an Miere, todavía en fila india, y a continuación irían las componentes del Círculo, que por el momento se encontraban fuera de su vista, justo delante de los animales de carga. Avanzaban a través del claro de las columnas truncadas; en lo alto, cincuenta o cien aves de larga cola y plumaje rojo y verde volaban y llenaban el aire con sus agudos cotorreos.

—¿Por qué? —inquirió secamente Elayne. Parecía absurdo atizar más la agitación subyacente, una agitación que a veces afloraba sin trabas, pero Adeleas no tenía un pelo de tonta. Las cejas de la hermana Marrón se enarcaron con aparente sorpresa. Quizás estaba sorprendida; Adeleas solía pensar que cualquiera debería ver lo que veía ella. Quizá.

—¿Que por qué? Para recobrar un poco el equilibrio, por eso. Si las Atha’an Miere creen que nos necesitan para protegerlas de una Aiel podría ser un contrapeso beneficioso para… —La Marrón hizo una ligera pausa, de repente muy interesada en arreglarse la falda gris pálido—. Compensar otras cosas.

El rostro de Elayne se tensó. Otras cosas. El acuerdo con las mujeres de los Marinos era a lo que Adeleas se refería.

—Puedes volver con las demás —dijo fríamente.

Adeleas no protestó ni intentó insistir en su argumentación. Inclinó la cabeza y dejó que su caballo se retrasara. La leve sonrisa no se alteró un ápice. Las Aes Sedai de más edad aceptaban que Nynaeve y Elayne estuviesen por encima de ellas y hablaran respaldadas por la autoridad de Egwene, pero lo cierto era que eso no cambiaba mucho en el fondo. Tal vez nada. Aparentemente se mostraban respetuosas, obedecían, pero aun así…

Al fin y al cabo, al menos ella era Aes Sedai a una edad en la que la mayoría de iniciadas de la Torre seguían vistiendo el blanco de novicia, y muy pocas habían llegado a Aceptadas. Y Nynaeve y ella se habían avenido a aquel acuerdo que difícilmente podía considerarse una demostración de sabiduría y perspicacia. Las Atha’an Miere no sólo conseguían el Cuenco, sino que veinte hermanas debían ir con ellas, sujetas a sus leyes, para enseñarles cualquier cosa que las Detectoras de Vientos quisieran aprender, y no podrían marcharse hasta que otras fueran a reemplazarlas. Además, las Detectoras de Vientos tendrían acceso a la Torre como invitadas, para aprender cuanto quisieran, y podrían marcharse cuando lo desearan. Esas condiciones por sí mismas harían que la Antecámara pusiese el grito en el cielo, y probablemente Egwene también, pero el resto… Todas las hermanas de más edad pensaban que cualquiera de ellas habría encontrado un modo de eludir ese acuerdo. A lo mejor sí. Elayne no lo creía, pero no estaba segura.

No le dijo nada a Aviendha, pero al cabo de unos segundos la otra joven habló.

—Si puedo cumplir con el honor y ayudarte al mismo tiempo, no me importa si lo que sea sirve para un fin de las Aes Sedai.

No parecía asimilar que también ella era Aes Sedai; no del todo. Elayne vaciló y luego asintió. Había que hacer algo para frenar a las Atha’an Miere. Merilille y las otras habían demostrado una gran paciencia hasta el momento, pero ¿cuánto duraría eso? Nynaeve podría estallar en cuanto volviera su atención a las Detectoras de Vientos. Había que mantener la situación lo más tranquila posible durante el mayor tiempo posible, pero si las Atha’an Miere seguían pensando que podían mirar por encima del hombro a las Aes Sedai, habría problemas. La vida era más complicada de lo que había imaginado cuando vivía en Caemlyn, daba igual las muchas lecciones que hubiese recibido como hija heredera del trono. Y mucho más complicada desde que entró en la Torre.

—Pero no seas demasiado… contundente —advirtió en voz queda—. Y por favor, ten cuidado. Después de todo, ellas son veinte y tú sólo una. No querría que te pasara algo antes de que tuviera ocasión de ayudarte.

Aviendha le dedicó una sonrisa en la que había mucho de lobuna y luego apartó a un lado su yegua parda, junto a las piedras, para esperar a las Atha’an Miere.

De vez en cuando Elayne echaba un vistazo hacia atrás, pero lo único que atisbó entre los árboles fue a Aviendha cabalgando al lado de Kurin; la Aiel hablaba con gran tranquilidad, sin mirar siquiera a la mujer de los Marinos. Por su parte, Kurin la contemplaba, no furiosa, sino con considerable estupefacción. Cuando Aviendha taconeó su montura para regresar junto a Elayne —sacudiendo las riendas; nunca llegaría a ser una buena amazona—, Kurin se adelantó para hablar con Renaile, y poco después Renaile enviaba, furiosa, a Rainyn a la cabeza de la marcha.

La más joven de las Detectoras de Vientos montaba peor aún que Aviendha, a la cual fingió no ver al otro lado de Elayne del mismo modo que fingía no reparar en las pequeñas moscas verdes que zumbaban en torno a su oscura tez.

—Renaile din Calon Estrella Azul —empezó con fría formalidad—, exige que repruebes a la Aiel, Elayne Aes Sedai.

Aviendha le enseñó los dientes en un remedo de sonrisa, y Rainyn debía de estar mirándola, al menos de reojo, porque sus mejillas enrojecieron bajo la película de sudor.

—Dile a Renaile que Aviendha no es Aes Sedai —contestó Elayne—. Le pediré que tenga cuidado —en eso no mentía; ya se lo había dicho y volvería a decírselo—, pero no puedo obligarla a hacer nada. —Siguiendo un impulso añadió—. Ya sabéis cómo son los Aiel.

Los Marinos tenían ideas muy peregrinas con respecto al modo de ser de los Aiel. Rainyn miró con los ojos muy abiertos a la todavía sonriente Aviendha, su semblante se puso grisáceo y luego hizo volver grupas a su caballo y galopó de vuelta con Renaile rebotando en la silla.

Aviendha soltó una risita complacida, pero Elayne se preguntó si la idea no habría sido un error. A pesar de los buenos treinta metros que las separaba, pudo ver que la cara de Renaile se congestionaba al recibir el informe de Rainyn, y que las otras empezaban a murmurar de un modo que recordaba el zumbido de abejas furiosas. No parecían asustadas, sino enfadadas, y las miradas hostiles que dirigían a las Aes Sedai que marchaban delante se tornaron torvas. No a Aviendha, sino a las hermanas. Adeleas asintió pensativamente cuando vio la reacción, y Merilille apenas pudo contener una sonrisa. Al menos parecían complacidas.

Si aquél hubiese sido el único incidente durante la cabalgada no habría menguado el gozo de disfrutar de flores y pájaros, pero la cosa ni siquiera había empezado. Poco después de dejar atrás el claro con las columnas, las componentes del Círculo se habían ido acercando a Elayne una por una, todas salvo Kirstian, y a buen seguro que también ella habría acudido si no le hubiesen ordenado que mantuviera escudada a Ispan. Todas se mostraron vacilantes, sonriendo medrosamente hasta el punto de que Elayne deseó gritarles que se comportaran como se esperaba de unas mujeres de su edad. Ni que decir tiene que no exigieron nada, y eran demasiado listas para pedir directamente lo que ya se les había negado, si bien hallaron otros caminos.

—Se me ocurre —empezó Reanne— que debes de querer interrogar a Ispan Sedai cuanto antes. ¿Quién sabe qué más se proponía hacer en la ciudad aparte de intentar encontrar el almacén? —Fingía estar sosteniendo una simple charla, pero lanzaba rápidas ojeadas a Elayne para ver cómo se lo estaba tomando—. Todavía tardaremos más de una hora en llegar a la granja, o puede que dos, y seguramente no querrás perder dos horas. Las hierbas que Nynaeve Sedai le dio la han vuelto muy parlanchina, y no me cabe duda de que hablaría con las hermanas.

La sonrisa se borró cuando Elayne dijo que el interrogatorio de Ispan podía esperar. Luz, ¿de verdad esperaban que alguien hiciese preguntas mientras cabalgaba a través de bosques o por senderos que no merecían llamarse así? Reanne regresó con las Allegadas mascullando entre dientes.

—Perdona, Elayne Sedai —musitó Chilares poco después, con un ligero acento murandiano en la voz. Su sombrero verde de paja hacía juego con algunas de las enaguas—. Te pido disculpas por molestarte.

No llevaba el cinturón rojo de una Mujer Sabia; la mayoría de las componentes del Círculo no lo lucían. Famelle era orfebre, y Eldase proporcionaba piezas lacadas a los mercaderes para la exportación; Chilares era vendedora de alfombras, y la propia Reanne arreglaba los embarques para pequeños comerciantes. Algunas se dedicaban a tareas sencillas —Kirstian dirigía una pequeña tejeduría, y Dimana era modista, aunque próspera—; claro que, en el transcurso de sus vidas todas ellas habían realizado distintos oficios. Y utilizado muchos nombres.

—Ispan Sedai no parece encontrarse bien —continuó Chilares mientras rebullía con inquietud sobre la silla—. Quizá las hierbas la están afectando más de lo que Nynaeve Sedai pensaba. Sería terrible si le ocurriera algo. Antes de interrogarla, quiero decir. Tal vez las hermanas querrían echarle un vistazo. Para la Curación, ya sabes… —Dejó la frase sin terminar a la par que sus enormes ojos marrones parpadeaban con nerviosismo. Y con razón, teniendo a Sumeko entre sus compañeras.

Una mirada hacia atrás descubrió a la fornida mujer de pie sobre los estribos para mirar más allá de las Detectoras de Vientos, hasta que advirtió que Elayne estaba mirándola, y entonces volvió a sentarse apresuradamente. Sumeko sabía de la Curación más que ninguna hermana aparte de Nynaeve. Elayne se limitó a señalar hacia atrás hasta que Chilares se puso colorada e hizo volver grupas a su montura.

Merilille se reunió con Elayne pocos segundos después de que Reanne se hubiese marchado, y la hermana Gris hizo un papel mucho mejor que las Allegadas fingiendo sostener una simple conversación. En su modo de hablar, al menos, era el aplomo en persona. Lo que tenía que decir era otra historia.

—Me pregunto hasta qué punto son de fiar esas mujeres, Elayne. —Apretó sus labios con desagrado mientras se limpiaba el polvo de la falda pantalón con la mano enguantada—. Afirman que no aceptan espontáneas, pero la propia Reanne podría serlo. Y también Sumeko, y Kirstian lo es, desde luego. —Dedicó un leve ceño a Kirstian y luego pareció desestimarla con una sacudida de cabeza—. Tienes que haber notado cómo reacciona cuando se habla de la Torre. Lo único que sabe es lo poco que haya podido pescar en conversaciones con alguien que realmente fuera expulsada. —Merilille suspiró, como si lamentase tener que decir lo siguiente; realmente era muy buena—. ¿Has considerado la posibilidad de que estén mintiendo también en otras cosas? Podrían ser Amigas Siniestras, por lo que sabemos, o víctimas del engaño de Amigos Siniestros. Tal vez no, pero difícilmente se puede confiar demasiado en ellas. Creo que sí hay una granja, la utilicen para retirarse o no, jamás habría aceptado esto, pero no me sorprendería encontrar sino edificios destartalados y una docena de espontáneas. Bueno, no destartalados, ya que parecen disponer de dinero, pero el axioma es el mismo. No, no son de fiar, simplemente.

Elayne empezó a encresparse tan pronto como se dio cuenta de la dirección que llevaba Merilille y la irritación fue en aumento. Con todos sus rodeos, sus «tal vez» y sus «podrían» la mujer insinuaba cosas que ni siquiera ella creía. ¿Amigas Siniestras? El Círculo de Labores de Punto había luchado contra los Amigos Siniestros. Dos de ellas habían muerto. Y sin Sumeko e Ieine, Nynaeve podría haber muerto en lugar de tener prisionera a Ispan. No, la razón por la que no había que fiarse de ellas no era que Merilille temiera que estuviesen del lado de la Sombra, o de otro modo lo habría dicho sin ambages. No se debía confiar en ellas porque al no ser de fiar tampoco se les podía permitir que custodiaran a Ispan.

Asestó un manotazo a una enorme mosca verde que se había posado en el cuello de Leona, subrayando la última palabra de Merilille con un sonoro golpe, y la hermana Gris dio un respingo de sorpresa.

—¿Cómo te atreves? —instó Elayne—. Se enfrentaron a Ispan y a Falion en el Rahad, y al gholam, por no mencionar a dos docenas o más de matones armados con espadas. Tú no estabas allí.

Eso no era justo. Habían dejado en palacio a Merilille y las otras porque en el Rahad las Aes Sedai —aquellas cuya condición de Aes Sedai resultaba obvia— llamarían la atención. Pero le daba igual. Su ira crecía por momentos, y su tono se alzó a medida que hablaba.

—No vuelvas a sugerirme tal cosa nunca. ¡Jamás! ¡No sin una prueba irrefutable! ¡Si lo haces, te impondré un castigo que hará que se te salgan los ojos de las cuencas! —Aunque estuviese muy por encima de la otra mujer, no tenía autoridad para imponerle ningún castigo, pero tampoco eso le importó—. ¡Harás el resto del camino a Tar Valon a pie! ¡Te pondré a su cargo y les diré que te den de bofetadas si se te ocurre asustar aunque sólo sea a un ganso!

Entonces cayó en la cuenta de que estaba chillando. Una gran bandada de algún tipo de aves grises y blancas pasaba volando sobre sus cabezas, y su voz ahogaba los gritos de los animales. Inhaló profundamente e intentó calmarse. El timbre de su voz no era el apropiado para gritar; siempre le salía como un chillido agudo. Todos la miraban, la mayoría estupefactas. Aviendha asentía con aprobación. Claro que la Aiel habría hecho igual si Elayne hubiese hundido un cuchillo en el corazón de Merilille. Aviendha siempre apoyaba a sus amigos hicieran lo que hiciesen. La blanca tez cairhienina de Merilille se había tornado mortalmente pálida.

—Hablo en serio —le dijo Elayne en un tono mucho más frío, lo cual hizo que el rostro de Merilille perdiese aún más color. Había dicho cada palabra muy en serio; no podía permitirse que corriese ese tipo de rumor entre el grupo. Y conseguiría cumplir sus amenazas si llegaba el caso, de un modo u otro, aunque sin duda las mujeres del Círculo se desmayarían.

Confiaba en que aquello fuera el final. Tendría que haberlo sido. Pero cuando Chilares se marchó, Sareitha ocupó su lugar, y también ella expuso un motivo para no confiar en las Allegadas: sus edades. Incluso Kirstian afirmaba ser mayor que cualquier Aes Sedai viva, en tanto que Reanne le sacaba cien años y ni siquiera era la más vieja. Su título de Rectora correspondía a la mayor que se encontraba en Ebou Dar, pero debido al riguroso programa de reemplazos que seguían para evitar llamar la atención, había otras mujeres aún mayores en otros lugares. Obviamente tal cosa era imposible, mantenía Sareitha.

Elayne no gritó; puso gran cuidado en no hacerlo.

—Acabaremos sabiendo la verdad —le contestó a Sareitha. No dudaba de la palabra de las Allegadas, pero tenía que haber una razón para que no tuviesen el aspecto de intemporalidad y tampoco aparentaran, ni mucho menos, su supuesta edad. Ojalá diera con la solución. Algo le decía que era evidente, pero no se le ocurría nada—. A su debido tiempo —añadió firmemente cuando la Marrón volvió a abrir la boca—. No insistas, Sareitha.

La mujer asintió sin convicción y regresó junto a las otras Aes Sedai. No habían pasado ni diez minutos cuando le tocó el turno a Sibella.

Cada vez que una Allegada acudía para plantearle con rodeos la petición de que las eximiera de la tarea de ocuparse de Ispan, una de las hermanas se presentaba con la misma pretensión. Todas excepto Merilille, que todavía parpadeaba cada vez que Elayne la miraba. Tal vez gritar tuviera su punto de utilidad. Desde luego, ninguna otra sugirió un ataque tan directo a las mujeres del Círculo.

Por ejemplo, Vandene empezó hablando de las Atha’an Miere, de cómo contrarrestar los efectos del acuerdo hecho con ellas y del porqué era necesario disminuir sus ventajas todo lo posible. Fue muy concisa y desapasionada, sin una sola palabra o gesto que mereciera reprobación. Tampoco es que le hiciera falta; de eso se encargaba el tema en sí, por mucha delicadeza con que se tratara. La Torre Blanca, dijo, mantenía su influencia sobre el mundo no por la fuerza de las armas o la persuasión, ni siquiera mediante la intriga o la manipulación; esas dos últimas las pasó muy por encima, quitándoles importancia. En cambio, la Torre Blanca controlaba o influía en los acontecimientos, en mayor o menor medida, porque todo el mundo la veía distante y superior, más incluso que reyes o reinas. A su vez, eso dependía de que todas las Aes Sedai tuviesen dicha imagen de misterio y alejamiento, de diferenciación con los demás. Distintas al resto de los mortales. Históricamente, se hacía lo imposible por evitar que las Aes Sedai incapaces de lograr tal cosa —y habían sido unas pocas— fuesen vistas en público.

A Elayne le costó un rato darse cuenta de que el tema de la conversación se había desviado de las Atha’an Miere y se dirigía hacia otra cuestión: una persona distinta al resto de los mortales, misteriosa y distante, no podía llevar la cabeza metida en un saco e ir echada y atada sobre una silla como un fardo. No en un sitio donde cualquiera que no fuese Aes Sedai pudiese verla, por lo menos. En realidad, las hermanas serían más duras con Ispan de lo que las Allegadas serían capaces, sólo que no en público. El argumento habría tenido más peso si se hubiese expuesto en primer lugar, pero, tal como estaban las cosas, Elayne despachó a Vandene tan prestamente como a las demás. Y la reemplazó Adeleas, inmediatamente después de que contestara a Sibella que si ninguna de las mujeres del Círculo entendía lo que Ispan murmuraba entonces tampoco ninguna de las hermanas lo comprendería. ¡Murmurar! ¡Luz! Las Aes Sedai continuaron acudiendo por turnos y, aun sabiendo lo que se proponían, a veces costaba trabajo advertir el enfoque al principio, así que cuando Careane empezó diciendo que antaño aquellas rocas habían sido realmente dedos de los pies, supuestamente de una estatua de una reina guerrera de casi cincuenta metros de altura…

—Ispan se queda donde está —la interrumpió fríamente Elayne sin esperar que añadiese nada más—. Y a menos que tu verdadera intención sea contarme por qué se les ocurrió a los shiotanos erigir una estatua así…

La Verde comentó que en documentos antiguos se afirmaba que la estatua sólo llevaba puesta una armadura, y que eran más bien escasas sus piezas. ¡Una reina, nada menos!

—¿De veras? Bien, si eso es todo me gustaría hablar con Aviendha en privado, si no te importa.

Ni siquiera mostrarse tajante cortó el constante afluir, por supuesto. Le sorprendió que no metieran a la doncella de Merilille en la rueda de turnos.

Nada de aquello habría ocurrido si Nynaeve hubiese estado donde se suponía que debía estar. A buen seguro su compañera habría acallado a las mujeres del Círculo y a las hermanas de buenas a primeras. En eso era muy eficiente. El problema era que Nynaeve parecía haberse pegado con goma a Lan desde que salieron del primer claro. Los Guardianes patrullaban al frente y a ambos lados, e incluso a veces en retaguardia, y sólo regresaban a la columna para informar de lo que habían visto o para dar instrucciones sobre cómo evitar una granja o a un pastor. Birgitte exploraba a gran distancia y no pasaba más de unos segundos con Elayne. Por su parte, Lan llegaba aún más lejos, y allí donde fuera Lan iba Nynaeve.

—Nadie causa problemas, ¿verdad? —demandó Nynaeve mientras dirigía una mirada sombría a las Atha’an Miere, la primera vez que regresó con Lan—. Entonces todo va bien —añadió antes de que Elayne abriese la boca.

Acto seguido había hecho volver grupas a la gorda yegua como si ésta fuese un caballo de carreras, la azuzó con las riendas y galopó en pos de Lan sujetándose el sombrero con una mano; lo alcanzó justo antes de que desapareciese al rodear la falda de una colina que se alzaba al frente. Naturalmente, en aquel momento no había motivo para protestar. Reanne había realizado su visita y Merilille la suya, y todo parecía solucionado.

Cuando Nynaeve regresó por segunda vez, Elayne había tenido que aguantar varias intentonas disimuladas para que se pusiera a Ispan a cargo de las hermanas, Aviendha había mantenido la charla con Kurin y las Detectoras de Vientos estaban encrespadas, pero cuando se lo explicó, Nynaeve se limitó a mirar hacia atrás con el entrecejo fruncido. Por supuesto, justo en ese momento todo el mundo ocupaba su puesto en la columna. Las Atha’an Miere exhibían un gesto hostil, cierto, pero las componentes del Círculo marchaban detrás de ellas, y en cuanto a las hermanas, ni siquiera un grupo de novicias habría mostrado una actitud más inocente y mejor comportamiento. Elayne habría querido gritar de rabia.

—No me cabe duda de que sabrás manejar la situación, Elayne —dijo Nynaeve—. Cuentas con todo ese entrenamiento para ser reina, y esto no debe de ser ni con mucho tan… ¡Maldito hombre! ¡Allá va otra vez! Tú puedes controlarlo. —Y de nuevo partió a galope, azuzando a la pobre yegua como si se tratara de un caballo de batalla.

Y entonces fue cuando Aviendha decidió comentar lo mucho que a Rand parecía gustarle besarla en el cuello y, por cierto, lo mucho que le había gustado a ella. También le había gustado a Elayne cuando se lo hizo a ella, pero por muy acostumbrada que estuviera a hablar de ese tipo de cosas —incómodamente acostumbrada— no quería referirse a ello en ese momento. Estaba furiosa con Rand. Era injusto, pero, de no ser por él, habría podido decir a Nynaeve que se ocupara de sus obligaciones y que dejara de tratar a Lan como a un niño que podría tropezar con sus propios pies. Casi deseó culparle también por la forma en que se comportaban las Allegadas, y las otras hermanas, y las Detectoras de Vientos. «Es una de las cosas para la que sirven los hombres: para echarles la culpa», le había dicho una vez Lini sin dejar de reírse. «Por lo general se lo merecen, aunque no sepas exactamente cómo o por qué». No era justo, pero deseó que estuviera allí el tiempo suficiente para darle un bofetón, sólo uno. Y para besarlo y que él le besara suavemente el cuello. Y para que…

—Admite consejos, aun cuando no le guste que se le den —dijo de repente mientras se ponía colorada. Luz, con tanto que hablaba de vergüenza, en ciertas cosas Aviendha no tenía ninguna. ¡Y por lo visto también ella la había perdido!—. Pero si intentaba presionarlo, se cerraba en banda aunque fuese evidente que yo tenía razón. ¿Le ocurría igual contigo?

Aviendha la miró y pareció comprender. Elayne no sabía si le gustaba eso o no; por lo menos había dejado de hablar de Rand y de besos. Es decir, durante un rato. Aviendha conocía algo a los hombres —había viajado con ellos y combatido a su lado como Doncella Lancera—, pero nunca había deseado ser otra cosa que Far Dareis Mai y tenía… ciertas lagunas. Incluso siendo niña siempre había jugado con sus muñecas a las lanzas y a combates. Jamás había coqueteado, no lo entendía y tampoco quería entender por qué sentía lo que sentía cuando los ojos de Rand se posaban en ella, o un centenar de cosas más que Elayne había empezado a aprender la primera vez que reparó en que un chico la miraba de manera diferente a como miraba a otros chicos. Esperaba que Elayne le enseñara todo eso, y la heredera del trono lo intentaba. En realidad podía hablar con Aviendha de cualquier cosa; pero ojalá Rand no fuera el ejemplo utilizado con tanta frecuencia. Si se hubiese encontrado allí, le habría dado de bofetadas. Y lo habría besado. Y luego habría vuelto a abofetearlo.

En resumen, que el viaje no estaba siendo agradable, sino lamentable.

Nynaeve hizo otras cuantas visitas breves antes de anunciar, finalmente, que la granja de las Allegadas estaba un poco más adelante, detrás de un cerro bajo que parecía a punto de desplomarse de costado. Reanne había sido pesimista en sus cálculos; el sol ni siquiera había recorrido el trecho de dos horas.

—Falta muy poco para llegar —dijo Nynaeve sin advertir, al parecer, la mirada huraña de Elayne—. Lan, ve a buscar a Reanne, por favor. Más vale que vean un rostro conocido de inmediato. —El Guardián volvió grupas y fue a cumplir el encargo, en tanto que Nynaeve se giraba en la silla y asestaba una mirada firme a las hermanas—. No quiero que las asustéis ahora, así que callaos hasta que tengamos tiempo de explicar lo que pasa. Y ocultad los rostros. Echaos las capuchas. —Se volvió de nuevo hacia adelante sin esperar respuesta y asintió con expresión satisfecha—. Ahí tienes. Todo arreglado y como debe ser. Juro Elayne que no entiendo por qué protestabas. Todas actúan exactamente como deben, por lo que veo.

Elayne rechinó los dientes. Ojalá estuviesen ya en Caemlyn. Allí era donde se dirigirían una vez que aquello hubiese acabado. Le esperaban asuntos en Caemlyn de los que habría debido ocuparse hacía tiempo. Sólo tenía que convencer a las casas más fuertes de que el Trono del León era suyo a pesar de su prolongada ausencia, y vérselas con uno o dos pretendientes a la corona rivales. No los habría habido si ella se hubiese encontrado allí cuando su madre desapareció, cuando murió, pero por la historia de Andor, a estas alturas tenía que haberlos. De algún modo, aquella tarea le parecía más sencilla que la que entonces afrontaba.

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