Capítulo 3

Emma se despertó y confirmó que, a pesar de la promesa del médico, nada había cambiado ni mejorado durante la noche. Se sentó en la inmensa cama y se abrazó las rodillas al pecho. Recordaba que el médico le había recetado algo para dormir, haberse puesto el camisón y haberse desplomado en la cama. Y nada más.

Lo bueno era que se sentía más descansada. Lo malo… ¿Por dónde empezar? Había estado realmente casada con Reyhan durante todos esos años. Estaba en Bahania y él era el hijo del rey.

Sacudió la cabeza para despejarse. Se tomaría unos minutos para orientarse y luego se ocuparía del sinsentido que era su vida.

Se levantó y los dedos de los pies se le enroscaron en la alfombra, tan gruesa que podría servir como colchón. La habitación estaba decorada con tonos amarillos y azules, y el mobiliario era de madera oscura y tallada. Había un televisor, un reproductor de DVD y un amplio surtido de películas, así como una lista detallada de los numerosos canales vía satélite.

– Increíble -murmuró mientras acariciaba los pájaros y flores tallados en el mueble.

La habitación era tan grande como una casa de tres dormitorios en Dallas, y recordaba que el salón era igualmente enorme. Nerviosa, entró en el cuarto de baño.

«Inmenso» no era suficiente para describirlo. Su apartamento entero podría haber cabido en él, y seguiría sobrando espacio. La longitud del tocador de mármol era dos veces la de la encirnera de su cocina. La bañera tenía chorros de hidromasaje y podría servir como piscina en un parque acuático. Además había un plato de ducha con mamparas de vidrio, toallas del tamaño de sábanas y todas las cosas que una mujer podría necesitar en un cuarto de baño.

Se movió lentamente en círculos e intentó imaginar cómo sería vivir en un sitio así permanentemente ¿sería posible acostumbrarse a tanto lujo?

Veinte minutos más tarde, se había duchado y lavado la cara. Tras vestirse y maquillarse, volvió al dormitorio y terminó de deshacer el equipaje. Después no le quedó otra cosa que hacer salvo explorar el resto la suite y pensar en lo que iba decirle a Reyhan cuando lo viera.

A la luz del día sabía que su relación con Reyhan era algo más de lo que sus padres le habían dicho seis años antes, cuando regresó a casa con el corazón destrozado. Pero ¿qué?

Salió del dormitorio y entró en el salón de la suite.

Los postigos estaban abiertos, ofreciendo una vista tan maravillosa del océano, el cielo y las copas de los árboles que Emma no se percató de la presencia de Reyhan. Pero cuando se volvió, lo vio sentado junto a la gran mesa del rincón. Estaba leyendo el periódico y él tampoco la había visto.

Su primer pensamiento fue volver corriendo al dormitorio, pero antes de que sus pies pudieran moverse, se sorprendió al quedarse inmóvil contemplando a Reyhan.

Era arrebatadoramente atractivo, pensó mientras recordaba cómo su aspecto la había fascinado la primera vez que se conocieron. Llevaba el pelo muy corto y sus fuertes pómulos enfatizaban la dureza de sus rasgos. Tenía las cejas juntas en una expresión severa, lo que le daba un aspecto intenso y peligroso. Emma recordó cómo siempre que estaba a su lado se sentía estúpida e incapaz de hablar, y esa sensación volvió a invadirla de lleno.

Puso una mueca al recordar cómo lo había acusado de querer casarse con ella para conseguir un permiso de residencia. Era un miembro de la familia real de Bahania. Podía moverse a sus anchas por el mundo. Y en cuanto a querer llevársela a la cama… Emma tenía sus dudas. La experiencia había sido un desastre, y tras un par de noches Reyhan no había vuelto a buscarla.

– ¿Cuánto tiempo vas a quedarte ahí? -Le preguntó él sin levantar la vista del periódico-. Te he pedido el desayuno, Emma. Ayer no comiste nada al llegar a palacio. No quiero que te pongas enferma.

Dejó el periódico y la miró. Su oscura y penetrante mirada pareció traspasarla.

– ¿Tienes miedo de mí? -Preguntó con una ceja arqueada-. Te juro que nunca he atacado antes de las diez o las once de la mañana. No es civilizado.

Emma miró el viejo carillón que había junto a la puerta.

– ¿Entonces estoy a salvo durante otros noventa minutos?

– Al menos.

Reyhan se levantó y apartó una silla. Sin saber qué otra cosa podía hacer, Emma se sentó y vio cómo él destapaba los platos que había en el aparador.

– ¿Qué te gustaría tomar?

– ¿Vas a servirme? -preguntó ella, parpadeando con asombro.

– Eres mi invitada. He enviado fuera a la criada, para que sólo estemos tú y yo.

¿Estaba insinuando que ella era su responsabilidad? Reyhan siempre había tenido unos modales asombrosos, y parecía que eso no había cambiado.

Emma se levantó y se acercó al aparador para examinar el surtido de alimentos. Había huevos, beicon, nata fresca, cruasanes, galletas y cereales.

– No puedo comerme todo esto -dijo.

– Yo te ayudaré -respondió él-. Por favor, empieza.

Ella tomó uno de los platos apilados a la izquierda, cuando se inclinó hacia delante, Reyhan se movió y le rozó el brazo con la mano. El repentino calor la hizo temblar y le puso la carne de gallina. Descubrió que quería tocarlo de nuevo, acercarse más a él y que también la tocara. Su mente se vio invadida por un montón de imágenes eróticas, y antes de saber lo que había pasando, notó que le costaba respirar.

Todo sucedió en cuestión de segundos. Enseguida recuperó la compostura, vio la expresión amable de Reyhan y se retiró rápidamente.

Aquello no le gustaba, pensó frenética. No le gustaba nada cómo su corazón se desbocaba cada vez que él estaba cerca. No le había ocurrido antes. Reyhan la intimidaba tanto como la intrigaba.

Se sirvió unos huevos en el plato, junto a un poco de fruta, galletas y mantequilla, y volvió a la mesa a servir café para ambos. Reyhan esperó a que se sentara para sentarse él.

– ¿Has dormido bien?

– Sí, gracias.

– El doctor Johnson no cree probable que vuelvas a desmayarte. Opina que fue la falta de sueño y comida, junto a una pequeña deshidratación y el shock por volver a verme -dijo Reyhan, mirándola fijamente-. De haber sabido que reaccionarías así, te habría avisado con más tiempo. No era mi intención hacerte perder el conocimiento.

– Imagina lo que podrías conseguir si fuera tu intención -repuso ella.

Vio que volvía a arquear una ceja, pero se negó a dejarse intimidar, a pesar de querer encogerse de vergüenza y disculparse. Se concentró en el desayuno y hundió el tenedor en un trozo de mango. La tensión sexual se propagó por la habitación como una neblina erótica, pero Emma estaba decidida a ignorarla.

Tal vez siempre había reaccionado igual ante Reyhan pero nunca había sido consciente de ello. Tal vez cuando se conocieron había existido la misma poderosa atracción física, pero había sido demasiado joven e inocente para reconocerla. Lo único que había sabido en aquel tiempo era que lo amaba y temía con la misma intensidad. Era sorprendente que hubiese encontrado la fuerza para dejarlo.

Entonces recordó que no había sido ella quien lo había dejado. Había sido él quien la había abandonado, y ella quien se había refugiado en casa de sus padres. Ni siquiera había tenido el valor para decirle que no quería volver a verlo… aunque él tampoco se había esforzado mucho en contactar con ella.

– ¿A qué se debe ese suspiro? -le preguntó él.

– ¿He suspirado? No era mi intención.

– Estabas pensando en el pasado, ¿verdad?

– Me parece algo lógico en lo que pensar.

– Hablemos de ello -dijo él, asintiendo.

¿Había sido una declaración o una orden?

– ¿Y si no quiero?

La boca de Reyhan se torció en una mueca de regocijo.

– ¿Me estás desafiando?

– ¿Eso me va a costar cincuenta latigazos o permanecer encerrada en la torre?

– Nada tan aburrido -dijo él sorbiendo el café-. ¿Por qué no quieres hablar de lo nuestro?

– Supongo que será por instinto de protección – respondió ella encogiéndose de hombros-. Mis padres siempre me estaban protegiendo. Me costó mucho ganar mi independencia, y me pongo en guardia cuando alguien me da órdenes.

– Entiendo.

– Pero tienes razón. Tenemos que hablar de lo que ocurrió y de lo que va a ocurrir. Él asintió ligeramente.

– Si ése es tu deseo…

– Te estás burlando de mí.

– Me asusta tu voluntad de hierro.

Emma dudaba de que nada pudiera asustar a Reyhan. Y eso significaba que efectivamente se estaba burlando de ella. Interesante. No sabía que los príncipes reales tuvieran sentido del humor.

– ¿Crees que nuestro matrimonio fue real? -le preguntó él.

– No quiero creerlo, pero sí, lo fue. No tienes razón para mentir, y mi presencia aquí es prueba suficiente -se removió en la silla. Había estado casada durante seis años y no lo había sabido. Qué estúpida-. ¿Por qué te casaste conmigo? -le preguntó, sabiendo que no había sido por los motivos habituales. Había creído que Reyhan la había amado, pero su comportamiento demostraba lo contrario.

Reyhan masticó y tragó.

– Eras virgen -dijo tranquilamente-. De haberlo sabido, no te habría desflorado.

Al oírlo, Emma dejó caer el tenedor y se levantó de un salto.

– ¿Qué? -exclamó-. ¿Te casaste para acostarte conmigo? ¿Sólo se trataba de sexo?

– Siéntate, Emma. Estás exagerando.

Ella volvió a sentarse y le clavó la mirada, furiosa. No iba a permitir que nadie volviera a dirigir su vida.

– ¿Por qué estás tan indignada? ¿Crees que algún hombre se casaría sin pensar en acostarse con su mujer?

– Muchos hombres no piensan en otra cosa.

La expresión de Reyhan se tornó rígida y severa, y la miró con ojos entornados.

– Soy el príncipe Reyhan de Bahania. Cuando me casé contigo, no sólo te di mi nombre y mi protección, sino que también te honré convirtiéndote en una princesa de mi país. Si hubieras estado dispuesta a continuar nuestra relación, te habría traído aquí y habrías vivido en este palacio. Ni a ti ni a nuestros hijos os habría faltado de nada. Yo té habría sido fiel hasta la muerte, y tú habrías pasado a formar parte de la historia de mi pueblo. Creo que todo eso define lo que pensaba yo de nuestro matrimonio.

– Pero nunca me lo dijiste -le recordó ella-. Ni tampoco me preguntaste si era esto lo que quería para mí. ¿Qué pasa con mis planes y aspiraciones? Quedarme contigo habría cambiado mi vida para siempre.

– ¿Y eso es tan malo?

Emma pensó en su pequeño apartamento y en su tranquila vida. Recordó la conversación con Cleo de la noche anterior y lo que ella le había dicho sobre el palacio y los príncipes.

– No me diste elección -dijo-. Te casaste conmigo sin decirme la verdad, y luego desapareciste sin decir palabra.

Reyhan se recostó en su silla.

– Nuestra visión de lo que ocurrió difiere bastante, pero eso no importa. Lo que cuenta es el presente. Estamos casados, y eso es algo que ninguno de los dos quiere. Se necesita el permiso del rey para obtener el divorcio, y él ha insistido en que pases dos semanas aquí hasta que acepte la sentencia.

Los años que había pasado bajo la tutela de sus padres la habían convertido en una persona hipersensible a las órdenes. Su primer impulso fue decirle a Reyhan que tal vez no quisiera el divorcio y que quería seguir casada. Pero se contuvo antes de decir semejante estupidez. No conocía a aquel hombre ni quería tener nada que ver con él. Por supuesto que quería divorciarse y volver a su vida.

– No necesitaste su permiso para casarte, pero sí para divorciarte -le dijo-. Eso no tiene sentido.

– Sí necesitaba su permiso para casarme, pero lo hice sin consultárselo -respondió él.

Emma se quedó perpleja. ¿Había desafiado al rey casándose por ella? ¿Por qué?

¿Por sexo? ¿Acaso un príncipe guapo y rico no podía conseguir a cualquier mujer? ¿Por qué a ella? Tenía el presentimiento de que nunca conseguiría la respuesta a esa pregunta, así que eligió cambiar de tema.

– Entonces después del divorcio te casarás con otra mujer… ¿Ya has elegido a tu nueva novia? -le preguntó. Cleo le había dicho que no estaba comprometido, pero ¿estaría enamorado?

Reyhan negó con la cabeza.

– Mi matrimonio será concertado.

– ¿Quieres decir que otra persona elegirá a tu esposa? ¿Y si ella no te gusta?

Él se encogió de hombros.

– Eso no tiene importancia.

– Pero podría volverte loco.

– En ese caso, tendremos muy poco contacto. Mi deber es darle herederos al reino. Y no voy a eludir mi responsabilidad.

¿Su responsabilidad? ¿Y cuál había sido su responsabilidad cuando se casó con ella? ¿Y por qué accedería a casarse con alguien que no fuera de su agrado?

– ¿Tienes que pasar algún tiempo con tus posibles novias?

– No.

– Pero…

El se levantó con brusquedad.

– Tengo una reunión -la interrumpió cortésmente -. Por favor, considera tu estancia en Bahania como unas vacaciones. En dos semanas podrás volver a Texas como si nada hubiera pasado. Mientras tanto, si necesitas algo, pídeselo a los criados. Eres la invitada de honor del rey.

Asintió y salió de la habitación.

Emma se quedó desconcertada por unos segundos. Tal vez se fuera a casa, pero jamás olvidaría lo sucedido. En cuestión de horas, su vida había sufrido un vuelco dramático.

Se levantó y salió al balcón. Era una amplia terraza que se alargaba por todo el perímetro del edificio. Un lugar muy agradable para pasear, pensó Emma mientras se acercaba a la barandilla para observar los magníficos jardines.

Caminos de piedra serpenteaban entre lo que parecía un jardín inglés, y el gorgoteo de una fuente se confundía con el canto de los pájaros.

No era lo que ella había esperado de un país desértico. pero entonces recordó la planta desalinizadora que Alex le había enseñado en el trayecto desde el aeropuerto. Bahania producía casi toda el agua potable que la gente consumía. Interesante, pero no eran asuntos como aquél los que ocupaban su mente.

Desvió la mirada desde el jardín hacia su mano izquierda donde Reyhan le había puesto un anillo de oro tras la ceremonia. La había besado y le había prometido que cambiaría aquel anillo tan simple por cualquier otro que a ella le gustase. En aquel momento Emma había pensado que Reyhan estaba tan entusiasmado por la emoción que había hecho promesas que no podría cumplir. Ahora se daba cuenta de que le había dicho la verdad.

Pero ¿por qué no se lo había contado todo? ¿Por qué no le había dicho que era un príncipe y que su plan siempre había sido regresar a su país? ¿Y por qué sus padres no habían podido averiguar que estaba realmente casada? ¿Quién les había dicho que la ceremonia había sido una farsa, y por qué no habían puesto en duda esa información?

Aunque… ¿habría supuesto alguna diferencia? Se había quedado con el corazón destrozado, traumatizada y sin el menor interés en ser la esposa de Reyhan. Los pocos días que habían compartido como marido y mujer los habían pasado en la cama. Él la había deseado con una pasión abrumadora y desconcertante. Y aunque a ella no le había importado que la tocara, tampoco le había gustado especialmente. Reyhan había sido demasiado intenso, demasiado ansioso, demasiado… todo.

Ahora, el recuerdo de sus ojos oscuros mirándola con un deseo inconfundible le aceleraba el pulso y la respiración, lo cual era absurdo. No tenía ninguna razón para sentirse atraída por Reyhan. Apenas lo conocía. Ni siquiera estaba segura de que le gustase. Entonces, ¿por qué esperaba con impaciencia volver a verlo?


Reyhan se alejó del ala residencial del palacio y se dirigió hacia el ala administrativa. Caminaba deprisa, pero sus pensamientos seguían dejando atrás a sus pasos.

No había una parte de él que no ardiera de deseo por Emma. La necesitaba como necesitaba la amplia extensión del desierto. Ella era una parte de él, y sin embargo estaba tan lejos de su alcance como las estrellas.

Si sólo hubiera podido impedir que fuese a Bahania… Pero su padre había insistido en conocer a la mujer a la que había desposado y a la que había abandonado. Las órdenes reales no podían ser ignoradas por mucho tiempo, y al final se le habían acabado las excusas y Emma estaba allí… obsesionándolo. La deseaba con una desesperación inexorable, pero no podía tenerla. Ni antes ni ahora. Admitía que era la única mujer de la Tierra que podía ponerlo de rodillas. A él, un príncipe. Un hombre de poder y acción. Si Emma supiera cómo se sentía realmente…

Se recordó a sí mismo que no lo sabía, aunque tampoco la afectaría mucho si lo supiera. Había dejado muy claros sus sentimientos seis años atrás, y nada hacía pensar que esos sentimientos hubieran cambiado.

Sólo doce días más, se dijo. Podía superarlo, especialmente si la evitaba.

Llegó al ala administrativa y le pidió a su ayudante que lo acompañara a su despacho. Una vez allí, sacó su agenda y se dispuso a ocupar su tiempo todo lo que pudiera.


Emma se movía inquieta por la suite. Tal vez fuera la invitada de honor del rey, pero no sabía lo que eso le permitía y no le permitía hacer. La criada había desparecido y no sabía a quién más podía preguntar. Lo último que quería era entrar por equivocación en alguna habitación prohibida y encontrarse con la punta de una espada afilada.

Miró el teléfono y se preguntó qué pasaría si lo utilizaba. ¿Habría algún operador en el palacio? En las películas, siempre había un operador en la Casa Blanca, y aquel palacio era el doble de grande. Era lógico que se necesitara un operador.

Unos golpes en la puerta le evitaron tener que averiguarlo. Por un segundo el corazón le dio un vuelco de emoción. ¿Reyhan? ¿Había acabado su reunión y había decidido volver para hablar con ella?

¿Había…?

Abrió la puerta e intentó no parecer decepcionada cuando vio a Cleo. La pequeña rubia tenía un bebé en brazos.

– ¿Me recuerdas? -Le preguntó Cleo-. Nos conocimos anoche.

– Pues claro -respondió Emma con una sonrisa-. Viniste a rescatarme.

Cleo le devolvió la sonrisa.

– Alguien tenía que hacerlo. Esos príncipes… – sacudieron la cabeza-. No se imaginan lo intimidatorios que pueden llegar a ser. Y, entre tú y yo, no podemos dejar que lo sepan.

Entró en la suite y sostuvo en alto a su hija.

– Ésta es Calah. Voy a decir «¿no es preciosa?», y necesito que estés de acuerdo conmigo. Lo sé, lo sé. Todas las madres creen que sus hijos son preciosos. Odio responder al mismo cliché, pero así es.

Emma miró al bebé durmiente.

– Es preciosa, de verdad. Tu marido y tú vais a tener que defenderla con uñas y dientes de sus pretendientes.

– Sospecho que bastará la mirada amenazadora de Sadik -dijo Cleo. Se sentó en el sofá y le ofreció a la niña-. ¿Te gusta tenerlos en brazos o te hacen sentirte incómoda?

Emma se sentó junto a ella y tomó a Calah en brazos.

– Me encanta abrazarlos. Soy enfermera y trabajo en maternidad, por lo que siempre estoy rodeada de recién nacidos. Es una especialidad maravillosa, pero de vez en cuando siento la necesidad de que me trasladen a la unidad de pediatría.

– Ah, entonces te gustan los niños. ¿Lo sabe Reyhan?

– No lo creo -respondió ella. Reyhan tal vez quisiera herederos, pero no con ella.

– Interesante… Bueno, cuéntamelo todo sobre tu vida.

Emma meció suavemente al bebé y aspiró su dulce fragancia.

– No hay mucho que contar. Soy enfermera, vivo en Dallas y ahora estoy aquí. Pero ¿qué me dices de ti? ¿Cómo has acabado casada con un príncipe? Cleo puso los pies en alto y se recostó en el sofá.

– Bueno, ya te he dicho que soy de Spokane. Crecí pobre y huérfana y acabé en una familia adoptiva. Fue genial, porque gracias a ello conocí a Zara, la hija de mi madre adoptiva. Nos hicimos muy buenas amigas, como hermanas. Años después de que su madre muriera, Zara rebuscó en sus cosas y encontró unas cartas del rey de Bahania. Emma la miró boquiabierta.

– ¿Me estás tomando el pelo?

– No. El rey la conoció cuando era bailarina, y se enamoró perdidamente de ella. Por lo visto, el suyo fue un gran amor, pero la madre de Zara sabía que no podría durar, así que desapareció sin decirle nada.

– Qué triste.

– Sí, muy triste. Ella podría haberlo intentado, al menos. En cualquier caso, Zara encontró las cartas y las dos nos presentamos aquí para comprobar si el rey era realmente su padre. Y lo era.

– Tuvo que ser un shock para ambos.

– Lo fue. En un abrir y cerrar de ojos se había convertido en una princesa. Y además conoció a Rafe, que era americano además de jeque, y se casó con él. Pero eso es otra historia.

Emma se echó a reír.

– ¿Y tú te quedaste con Zara y luego te casaste con el príncipe Sadik?

– No exactamente. Él y yo… Bueno, fue una especie de combustión espontánea. Pero él era un príncipe y yo trabajaba en una copistería. No estaba hecha para ser princesa, de modo que regresé a casa. Pero tuve que volver aquí para la boda de Zara y Rafe. Yo estaba embarazada y no quería que nadie lo supiera. Sin embargo, el rey lo descubrió y también Sadik, por lo que tuvimos que casarnos. Fue horrible, porque no admitió que me quisiera, pero al final entró en razón y ahora somos muy felices.

– Es una historia sorprendente -dijo Emma.

– Lo sé -corroboró Cleo con una sonrisa. De pronto puso los ojos como platos-. Oh, debo advertirte que Zara y Sabrina están embarazadas. Creo que hay algo extraño en el agua, así que no se te ocurra beber nada que no esté embotellado -miró a su hija-. A menos que quieras tener tu propio bebé.

Emma tenía demasiadas preocupaciones, aunque un bebé… Desechó el pensamiento de inmediato. No era el momento.

– No creo que sea el mejor momento para mí – dijo-. Además, para eso se necesita a un hombre.

– ¿Es aquí donde debo recordarte que tienes un marido?

¿Uno que había dejado claro que ella no le gustaba en la cama?

– No, gracias.

– Lo entiendo -dijo Cleo, asintiendo-. Pero eso no significa que no vaya a pensar en ello. ¿Cómo os conocisteis Reyhan y tú?

– Fue en la universidad. Yo era estudiante de primer año. Técnicamente era una adulta, pero no emocionalmente -se encogió de hombros-. Fui hija única. Mis padres no quisieron tener más hijos, e incluso yo llegué de sorpresa. Pero estaban tan entusiasmados conmigo que decidieron mantenerme a salvo de todos los peligros, y eso significó tenerme encerrada. Por suerte, al acabar el instituto pude convencerlos de que me dejaran ir a una residencia universitaria que estaba a cuatro mil kilómetros de distancia.

– Pero Reyhan es mayor que tú -observó-. No pudisteis coincidir en ninguna clase.

– No nos conocimos en clase. Yo era muy tímida e introvertida y jamás habría tenido el valor para hablarle a un hombre. Volvía a casa después de salir de la biblioteca cuando un par de borrachos empezaron a abordarme. Ahora sé que no querían hacerme daño, pero entonces era tan inexperta que no supe qué hacer. Me invadió el pánico y empecé a suplicarles, lo que les pareció muy divertido. Muerta de miedo, eché a correr y entonces me choqué con Reyhan. Mis libros salieron volando por los aires. Creo que me puse a gritar y se armó un escándalo. Cuando todo se aclaró, los borrachos se habían marchado, y yo estaba convencida de que Reyhan me había rescatado de una muerte segura.

Cleo dejó escapar un suspiro.

– Qué romántico suena eso.

– Reyhan me pareció atractivo y misterioso. Y muy guapo. Me quedé atónita cuando me pidió una cita -cambió de postura al bebé, apoyándolo en su regazo.

– Pero dijiste que sí.

– ¿Habrías podido negarte tú?

– Seguramente no. El rescate es algo muy principesco -se echó a reír-. Me he acostumbrado a la realeza de Sadik, pero al principio fue muy difícil para mí.

– ¿Echas de menos la vida que llevabas antes?

– Ni por un segundo. No sólo porque ésta sea mucho mejor en todos los aspectos, sino también por Sadik. Lo amo -sus ojos azules brillaron con afecto-. A veces me vuelve loca, pero yo también a él. Además, nuestras diferencias mantienen el interés en la relación. Y él también me ama -miró a Emma-. Un príncipe guapo y arrogante puede ser difícil de tratar, pero cuando aman, lo hacen con todo su corazón.

Emma reprimió una punzada de envidia. Siempre había querido ser amada así por un hombre. Sus padres la habían querido, naturalmente, pero su amor los obligaba a protegerla de un mundo peligroso. Ella siempre había querido ser amada por lo que era, sin más.

– Bueno, ya está bien de hablar de mí y de mi pasado -dijo Cleo-. ¿No te emociona vivir en el palacio?

– Deberían ser unas vacaciones muy interesantes. Al menos así es cómo intento verlo.

– ¿Tu única oportunidad de ser una princesa?

– Algo así.

Cleo sonrió.

– ¿Y si descubres que te gusta demasiado y quieres quedarte?

– Eso es imposible. En cuanto pasen las dos semanas, volveré a Dallas.

A casa y a su rutina diaria. No se le había perdido nada en Bahania, se dijo a sí misma, ignorando la vocecilla interior que le susurraba que tampoco se le había perdido nada en Dallas.

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