Capítulo 4

Reyhan había esperado que el palacio le ofreciera el suficiente espacio para evitar a Emma, pero no había contado con las intromisiones de su padre. Ahora que el rey había delegado las tareas de gobierno en sus hijos, le quedaba demasiado tiempo libre para idear malvadas estratagemas con las que atormentarlos. Su nueva estrategia empezó con una invitación para que Reyhan y Emma cenaran con él.

Reyhan estudió el despreocupado e-mail. Sabía que las palabras «si te viene bien» eran sólo pura apariencia. Si se le ocurría negarse, su padre cambiaría la invitación por una orden expresa. Desafiar a un padre era sencillo. Desafiar a un rey era otra cuestión, especialmente cuando Reyhan necesitaba el permiso del monarca para el divorcio.

Por tanto, no le quedó más remedio que acudir a los aposentos privados de su padre aquella tarde, intentando no pensar en cómo podría sobrevivir durante varias horas en compañía de Emma.

Antes de que ella llegase, casi se había convencido a sí mismo de que todo era diferente. De que ya no sentía nada por ella, y de que aunque sintiera algo, ella ya no era la misma mujer. Pero habían bastado unos minutos con ella para reconocer que aún seguía teniendo poder sobre él, y que de algún modo conservaba aquella dulzura que una vez lo había cautivado.

Cuando llegó a la suite de su padre se puso firme. Era el príncipe Reyhan de Bahania. Real, poderoso y sin la menor debilidad. Sobreviviría a aquel encuentro y a lo que fuera, hasta que Emma saliese de su vida para siempre.

– Mi hijo -dijo su padre alegremente cuando Reyhan entró en el salón-. Cuánto me alegro de verte.

– Lo mismo digo, padre.

El buen humor del rey advirtió a Reyhan que su padre estaba tramando algo y que no debía bajar la guardia.

Se acercó al bar y se sirvió un whisky. Luego, fue hasta el sofá orientado hacia las puertas del balcón y se sentó lo más lejos posible del gato que descansaba en el cojín central.

– Emma llegará de un momento a otro -dijo su padre, acariciando al enorme gato persa que tenía en el regazo.

Reyhan se había ofrecido para escoltarla él mismo, pero el rey le había dicho que primero prefería hablar en privado con él, así que esperó pacientemente.

– Tu mujer es una joven muy guapa.

Reyhan asintió. Nunca había pensado en Emma como en «su mujer». De haberlo hecho, la habría reclamado, a pesar de los deseos de Emma por alejarse de él lo más posible. Habría querido poseerla, tomarla, estar con ella… Había sido más seguro para ambos estar separados por medio mundo. Se había obligado a pensar en ella sólo en contadas ocasiones, normalmente de noche, cuando no podía dormir y los sonidos del Mar de Arabia se confundían con los ecos de su voz aterciopelada.

– He organizado la cena de esta noche para poder conocerla -dijo su padre.

A Reyhan no le gustó cómo sonó eso.

– Se irá dentro de unos días.

– Hasta entonces, es mi nuera. Y ése es un parentesco importante.

Reyhan no supo si su padre lo decía en serio o si sólo intentaba crear problemas. Sobre la primera posibilidad no había más que recordar los lazos tan estrechos que mantenía con Cleo, la mujer de Sadik. Cleo pasaba mucho tiempo en compañía del rey. Si lo mismo sucedía con Emma, su padre tal vez no accediera al divorcio. Y Reyhan sabía que no podía seguir casado. No con ella. No con aquel deseo abrasándolo por dentro.

Antes de que se le ocurriera alguna razón para alejar a Emma de su padre, se oyeron unos golpes en la puerta. Reyhan se levantó y se preparó para el impacto que supondría volver a verla.

– Adelante -respondió el rey en voz alta.

Una joven empujó la puerta, entró e inclinó la cabeza. Emma la siguió y se detuvo, insegura.

Reyhan dejó su vaso y se acercó a ella. Mientras se aproximaba, se fijó en el vestido verde esmeralda que se ceñía a sus sensuales curvas, en el elegante peinado de sus cabellos rojizos y en el maquillaje que realzaba sus ojos y su boca. Emma no necesitaba ningún complemento para parecer hermosa, y sin embargo el resultado hacía lucir aún más su belleza natural.

Las llamas del deseo se avivaron en su interior. Reyhan intentó ignorarlas y se concentró en la excitación y la aprensión que reflejaban los verdes ojos de Emma, cuya tímida sonrisa expresaba la lucha entre las dos emociones.

Cuando se detuvo junto a ella, la tomó de la mano. En cuanto los dedos se cerraron en torno a los suyos, la punzada que sentía en el pecho se agudizó hasta hacerse insoportable. Ignorando el doloroso deseo, se puso la pequeña mano de Emma en el pliegue de su brazo y la condujo hacia su padre, que dejó el gato y se levantó.

– Padre, ésta es la princesa Emma, mi mujer. Emma, te presento al rey Hassan de Bahania.

Sintió cómo ella se ponía rígida al oír la palabra «princesa» y se preguntó si se habría parado a reflexionar sobre cuál era su posición allí. Mientras estuvieran casados, ella era miembro de la familia real.

– Encantado -dijo el rey mientras tomaba la mano libre de Emma para besarla-. ¿Te gustaría beber algo? ¿Champán? Deberíamos brindar por este momento.

– No… no me apetece nada. Gracias. El rey la apartó de Reyhan y la hizo sentarse en el sofá, junto al siamés que estaba durmiendo. Él se sentó en el extremo opuesto, mientras que Reyhan ocupó el sillón, desde donde podía observar el perfil de Emma, la línea esbelta de su cuello, la longitud de sus brazos desnudos… Y mientras la observaba, recordó las noches que habían pasado juntos. Cómo se había sentido ella cuando él la tocaba. Su sabor al besarla. La tensión y humedad de su cuerpo virginal cuando la hizo suya por primera vez.

Las imágenes tuvieron el resultado esperado, por lo que se vio obligado a cambiar de postura en el sillón. Tenía que acabar con aquellos pensamientos, se dijo. El recuerdo de lo que fue y no volvería a ser sólo podía provocarle sufrimiento físico.

– Háblame de ti -dijo el rey-. ¿Eres de Texas?

Emma asintió.

– De Dallas. Allí he vivido casi toda mi vida, salvo cuando fui a la universidad.

– ¿Tienes hermanos y hermanas?

– No. Mis padres desistieron de tener más hijos después de que yo naciera -respondió con una sonrisa-. Fui una sorpresa para ellos.

La dulce curva de sus labios golpeó a Reyhan como un puño en la garganta. Intentó relajar los músculos y respiró hondo. Emma se marcharía pronto y él podría olvidarse por completo de su existencia.

– Una grata sorpresa -dijo el rey.

– Así es -afirmó Emma, riendo-. Mis padres me dejaron muy claro lo mucho que me adoraban – su expresión se ensombreció ligeramente-. Fueron extremadamente protectores.

– E hicieron bien. Una hija como tú es un tesoro extraordinario.

– Gracias -murmuró ella inclinando la cabeza.

Reyhan vio el ligero rubor de sus mejillas. De modo que aún seguía ruborizándose… Cuando se conocieron, todo lo que él hacía la ponía colorada, ya fuera un cumplido, un beso o un susurro de deseo.

Emma había sido la mujer más inocente que él había conocido en su vida.

– En cualquier caso, me lo pusieron muy difícil para tener una vida propia -siguió ella-. Los quiero mucho, como es natural, pero había muchas cosas que quería hacer -su voz se tornó melancólica-. Fueron muy estrictos en cosas como los bailes del instituto y las citas.

El rey arqueó las cejas y Reyhan se apresuró a intervenir.

– Muchos institutos occidentales celebran bailes para los estudiantes.

– Una costumbre peligrosa -observó el rey-. Ahora sabes por qué te envié a Inglaterra para completar tus estudios.

– A un internado masculino -replicó Reyhan secamente-. Fue muy emocionante.

Emma lo miró y sonrió, y por un breve instante se produjo una conexión entre ambos. Reyhan casi pudo ver las chispas que saltaban y sintió cómo subía la temperatura.

– ¿Dónde conociste a mi hijo? -preguntó el rey, rompiendo el hechizo.

– En la universidad. Era mi primer año. Tuve que suplicarles a mis padres que me dejaran ir. Estaba muy entusiasmada, pero también asustada.

– ¿Y él te enamoró?

Emma tragó saliva, más ruborizada aún, y asintió.

– Sí. Fue muy… encantador. Reyhan pensó en el joven que había sido a los veinticuatro años. Había deseado a Emma y la había perseguido sin tregua hasta conseguirla. Y, al descubrir que era virgen, se había casado con ella.

– El vuestro fue un noviazgo muy corto -dijo el rey.

Emma miró a Reyhan.

– Bueno, yo… nosotros…

– Ella no sabía quién era yo -dijo Reyhan-. Fui el único que te desafió, padre. La culpa y la responsabilidad son sólo mías.

Emma pareció asombrarse por su confesión, pero no dijo nada.

– Pero estuvisteis muy poco tiempo juntos -dijo el rey.

– Ya sabes por qué -respondió Reyhan-. Tuve que volver a casa por la muerte de Sheza -miró a Emma-. Mi tía.

– Pero luego no regresaste a por tu mujer.

Lo había intentado, pensó Reyhan amargamente. Había intentado ponerse en contacto con ella, pero Emma se había negado a saber nada de él. La única explicación que sus padres le dieron fue que Emma se arrepentía del matrimonio y que no quería volver a verlo. Y Reyhan tuvo que convencerse a sí mismo de que el dolor que había sentido sólo había sido por su orgullo herido. Que nunca había amado realmente a Emma.

– El pasado ya no importa -dijo, intentando mostrar una despreocupación que no sentía-. ¿Qué sentido tiene hablar de eso ahora?

– Porque me gustaría saberlo -respondió su padre, y miró a Emma-. Entonces, después de que las cosas no salieran bien con Reyhan, ¿volviste con tus padres?

Reyhan no la salvó de esa pregunta porque él también quería saber la respuesta.

– Yo… eh, me quedé con ellos hasta que empezó el siguiente semestre y entonces volví a la universidad. Para entonces, Reyhan se había marchado.

Era cierto. Una vez que él supo que la había perdido, cumplió con los requisitos para obtener su título y volvió a Bahania. Y no volvió a intentar contactar con ella.

– ¿Y a qué te dedicas ahora? -preguntó el rey.

Emma pareció confusa, como si pensara que el rey ya debería saberlo.

– Soy enfermera. Trabajo en la unidad de maternidad de un hospital en Dallas -se removió en el sofá y sonrió-. No fue fácil conseguirlo. Mis padres se oponían a que viviera por mi cuenta, pero yo sabía que era el momento. Ahora tengo un buen trabajo y puedo mantenerme sin depender de nadie.

– ¿Qué? -preguntó Reyhan, poniéndose rígido.

– ¿Has eludido tu responsabilidad? -le preguntó el rey a su hijo, mirándolo furioso.

– De eso nada -respondió él, mirando a Emma. No lo sorprendía que trabajara. Muchas mujeres preferían ocupar su tiempo con un trabajo, especialmente cuando no tenían niños a los que cuidar. Pero Emma actuaba como si realmente necesitara el dinero-. No necesitas trabajar para mantenerte.

– Disculpa -lo increpó ella-. ¿Cómo sabes tú lo necesito y lo que no?

– Te dejé mantenida económicamente.

Emma se recostó en el sofá, intentando poner toda la distancia posible entre ella y un Reyhan enfurecido no le importaría tanto su enfado si supiera por qué estaba tan furioso. Pero aquello no tenía sentido. Reyhan no le había dejado ni un centavo.

– No hiciste nada cuando te marchaste -lo acusó, y puso una mueca de disgusto cuando él pareció enfurecerse aún más.

– Cuando nos casamos, abrí una cuenta para tu uso personal. Doscientos cincuenta mil dólares, a ser repuestos cuando el saldo bajara de cien mil.

¿Doscientos cincuenta mil dólares? ¿Reyhan le había dejado esa fortuna?

– No lo entiendo -susurró.

– ¿Qué te parece tan difícil de entender?

– ¿Por qué te molestaste en hacer eso? -preguntó ella. La cabeza le daba vueltas y no le encontraba sentido a nada.

– Soy el príncipe Reyhan de Bahania y tú eres mi mujer -respondió él, poniéndose aún más rígido-. Eres responsabilidad mía. Cuando no hiciste uso del dinero, pensé que era el orgullo lo que te lo impedía. Te mandé una carta pidiéndote que lo reconsideraras, y entonces el dinero se sacó de la cuenta. Fue el turno de Emma para enojarse.

– Espera un momento. Yo no sabía nada de ese dinero, así que no pude sacarlo de la cuenta ni gastarlo.

– Claro que lo sabías. Cuando te negaste a verme, hablé con tu padre y le di el número de cuenta.

¿Su padre?

– ¿Viniste a verme?

– Por supuesto.

No. No había ocurrido así. Emma recordaba muy bien haber estado hecha un ovillo en su cama, en casa de sus padres, rezando porque Reyhan se pusiera en contacto con ella. Pero él jamás le escribió ni la llamó por teléfono, y desde luego no le hizo una visita.

A menos que se hubiera presentado mientras ella estaba… enferma.

– Estuve enferma por un tiempo -dijo. Enferma del alma, añadió para sí misma.

– En realidad, fui varias veces.

¿En serio? ¿Cómo era posible que sus padres no se lo hubieran dicho?

Era lógico que no hubieran querido decirle nada de las visitas de Reyhan, pero nunca le hubieran ocultado lo del dinero. La querían y siempre hacían lo mejor para ella.

– No te creo -dijo-. Ni tampoco me creo lo del dinero. Si yo lo sabía, ¿quién sacó el dinero de la cuenta? Mis padres no, desde luego. Ellos jamás harían algo así. Esto no tiene sentido. Desapareciste de mi vida durante seis años, y luego me traes hasta aquí sólo para decirme que quieres el divorcio. ¿Por qué debería creer algo de lo que digas?

– Porque yo nunca miento.

Emma miró al rey, pero éste parecía más divertido que disgustado. Estupendo. Ella ya estaba lo suficientemente disgustada por los dos.

– Mentiroso o no, insultaste a mis padres -le espetó a Reyhan-. No sé en qué consiste este juego, pero yo no pienso seguir jugando.

Se levantó y salió del salón.

Tras recorrer veinte metros por el pasillo, la asaltó el incómodo pensamiento de haber ofendido al rey por escaparse de ese modo. Se detuvo, sin saber si volver a disculparse o seguir alejándose. Antes de que pudiera decidirse, oyó pasos tras ella y enseguida apareció Reyhan.

Obviamente estaba furioso. Sin decir palabra, la agarró del brazo y la llevó hasta la suite de Emma. Cuando la soltó, una vez dentro, ella tuvo la extraña necesidad de no moverse. Incluso pensó por un instante en arrojarse a sus brazos y suplicarle que la abrazara. Como si un abrazo suyo pudiera arreglarlo todo…

En vez de eso retrocedió un paso y se preparó para oír la acusación de Reyhan.

– ¿Por qué cuestionas lo que te digo? -le preguntó él, entornando la mirada.

– ¿Y por qué no?

– Porque hay pruebas. Estuve vigilando la casa de tus padres durante semanas. Llamé todos los días. Volví a reclamarte como mi mujer, sólo para que me dijeran que te negabas a verme. Me fui cuando recibí tu carta.

– ¿Qué carta? -preguntó ella, sin entender nada.

– La que escribiste diciéndome que te arrepentías de haberme conocido y de nuestro matrimonio y que no querías volver a verme.

Lo dijo muy rígido, como si le costara pronunciar esas palabras.

– Eso es absurdo -dijo ella-. Yo nunca escribí esa carta.

Ni siquiera había pensado en hacerlo. Había deseado ver a Reyhan desesperadamente, pero él la había abandonado.

– Me utilizaste -siguió-. No sé por qué, pero se te metió en la cabeza que querías acostarte conmigo y por eso fingiste que yo te importaba. Te aprovechaste de mí durante un largo fin de semana y luego desapareciste sin darme una explicación ni nada -notó que su enfado crecía al recordar el dolor y la humillación-. Me prometiste muchas cosas. Me hablaste de una vida en común y yo te creí. Confié en ti, pero tú sólo tomaste lo que querías y te largaste.

– Me fui porque una tía muy querida había muerto.

– ¿Y su funeral tardó seis semanas en prepararse? ¿Me llamaste una sola vez? ¿Pensaste en decirme lo que estaba pasando?

– Por supuesto -respondió él con el ceño fruncido-. Te llamé casi todos los días. Ella puso los ojos en blanco.

– Oh, claro. Y siempre que llamabas yo estaba fuera, ¿no?

– Eso fue lo que me dijeron. Emma le dio la espalda y se acercó al enorme espejo que cubría toda una pared. Intentó convencerse de que nada de aquello le importaba. Pronto todo quedaría atrás.

– Si tienes una opinión tan pobre sobre los hombres, debes de estar complacida por librarte de mí. Sólo unos días más y nuestro matrimonio se habrá terminado, como si nunca hubiera existido.

– Desde luego -exclamó Emma, llena de furia-. Y será así porque para ti es muy fácil olvidarlo todo, ya que nunca te importó lo más mínimo -se giró para encararlo-. Pero a mí sí me importó, ¿sabes? ¿Tienes idea de lo inocente que era? Apenas había besado a un chico en el instituto. Y de repente llegaste tú. No sólo me sedujiste, Reyhan; tomaste lo que querías sin preocuparte por mis sentimientos. Eso es algo que nunca te perdonaré.

La expresión de Reyhan se tornó oscura y amenazadora

– Estuviste más que dispuesta a complacerme.

– Estaba muerta de miedo. Ahora no volvería a cometer el mismo error.

– ¿Estás diciendo que te tomé en contra de tu voluntad?

Emma sabía que no lo había hecho, pero estaba demasiado furiosa como para admitirlo.

– Sí.

– Eras una niña. Una niña que no podía complacer a un hombre. Sólo te interesaban los besos castos y los regalos caros.

Aquello le dolió a Emma, que intentó no recordar lo avergonzada y torpe que se había sentido.

– Y tú eras un hombre que no podía molestarse en seducir a su novia. Te limitaste a tomarla.

Los dos estaban enfurecidos respirando agitadamente y fulminándose con la mirada. Una parte de ella estaba aterrorizada, pero se negó a retroceder. Ni siquiera cuando él se acercó, la agarró por el pelo y la apretó contra su cuerpo.

– Si eso es lo que soy -dijo, con una voz escalofriantemente serena-, un mentiroso y un corruptor de mujeres, entonces no tengo por qué reprimirme ahora.

Y diciendo eso, la besó. No fue un beso suave de seducción, sino un beso de poder. El beso de un hombre que tenía algo que demostrar. Sus firmes labios se presionaron duramente contra los de Emma, reclamándola con pasión enardecida.

Ella quiso protestar, gritar y apartarse, pero no pudo. Sus cuerpos estaban en contacto por todas partes, sus piernas entrelazadas. Levantó las manos para empujarlo, pero cuando extendió las palmas contra su pecho de acero, se vio incapaz de hacer nada, ni siquiera de respirar.

El fuego la consumía. Un fuego voraz y devastador que arrasaba su determinación y su sentido común. Emma se sorprendió moviendo las manos desde el pecho de Reyhan hasta sus hombros. Se aferró a él, porque temía desplomarse a sus pies, y, sin poder evitarlo, le devolvió el beso.

No podía explicarlo, pero así era. Su necesidad era acuciante. El deseo estaba vivo dentro de ella. En aquel momento, con la boca de Reyhan pegada a la suya y sus manos recorriéndole la espalda y las caderas, no podía estar lo bastante cerca de él.

Quería rendirse, sucumbir a su poder. Y cuando Reyhan suavizó el beso y le acarició el labio inferior con la lengua, ella abrió la boca y se preparó para un beso más íntimo.

Cuando las lenguas entraron en contacto, Emma estuvo a punto de gritar. Su fuerza de voluntad la había abandonado por completo. Intensificó la unión de sus labios y deseó que la estuviera besando para siempre.

Todo el cuerpo le ardía y dolía de deseo. Los pechos, la entrepierna… Quería desnudarse y que la tocara por todas partes. Quería estar desnuda, expuesta totalmente para él, ofreciéndose sin reservas.

Le acarició la nuca mientras él la sostenía por las caderas y luego le apretaba las curvas de las nalgas. Se presionó más contra él; quería frotarse como una gata solitaria. Pero antes de que pudiera hacer nada más, él interrumpió el beso y se separó.

Los dos se miraron mutuamente. Lo único que interrumpía el silencio eran sus respiraciones aceleradas. A Emma la complació ver que Reyhan parecía tan abrumado por la pasión como ella.

Tal vez deberían pactar una tregua, pensó. Empezar de nuevo como amigos. Unos amigos que pudieran llegar al fin del mundo con un simple beso.

– Has aprendido mucho en mi ausencia -dijo Reyhan. Su voz gélida contrastaba con el fuego que aún ardía en sus ojos-. Antes de que sigas acusándome, deberías mirarte a ti misma. Una mujer casada teniendo aventuras… ¿No hay una palabra para definir eso?

Emma se quedó boquiabierta, pero antes de que pudiera replicar, él se marchó de la habitación y cerró la puerta a su paso.

– ¡No es justo! -gritó ella-. No sabía que estábamos casados.

Además, no había habido otros hombres. Al menos, nada serio. Y nunca se había llevado a ninguno a la cama. Si ahora besaba mejor era porque era más vieja, y porque besar a Reyhan le había hecho sentir cosas que nunca antes había sentido. Ni siquiera con él.

Respiró hondo e intentó calmarse. Estaba temblando y no sólo porque estuviera furiosa. Temblaba por la reacción que había tenido al beso de Reyhan. Lo había deseado con todo su ser. Era curioso cómo había empezado a temer que le pasara algo malo, porque no había deseado desnudarse ni descontrolarse con ninguno de los hombres con los que había salido. Y qué mala suerte que el primero que la hacía sentirse así fuera un príncipe arrogante que quería echarla de su vida lo antes posible.

– No aguanto más -dijo tranquilamente mientras salía al balcón-. Cuando vuelva a casa voy a necesitar unas largas vacaciones.

Se acercó a la barandilla y contempló los hermosos jardines. El tranquilo escenario empezó a aliviar su tensión y a relajarla. Al cabo de unos minutos, oyó voces y vio a una pareja paseando por el jardín.

A pesar de estar dos pisos por encima, reconoció a Cleo. El hombre alto y atractivo que iba a su lado debía de ser su marido. Emma no podía oír lo que estaban diciendo, pero sí percibió el tono cariñoso de sus voces. Sadik se volvió hacia su mujer y le tendió los brazos, y Cleo se refugió en ellos y se besaron.

Emma no quería inmiscuirse en un momento tan íntimo, así que volvió a la suite. Sola en el silencio, se paseó por el salón mientras pensaba en qué debería hacer a continuación. ¿Debería decirle algo a Reyhan? ¿O al rey? ¿Podría marcharse sin más?

Las campanadas musicales del carillón le llamaron la atención. Miró el reloj y calculó qué hora sería en Texas. Entonces agarró el teléfono y presionó el cero, confiando en hablar con un operador.

Menos de un minuto después, oyó la voz de su madre al otro lado de la línea.

– ¡Emma! Cuánto me alegro de oírte. ¿Dónde estás, cariño? George, es Emma. Toma el otro teléfono.

– Hola, gatita -se oyó la voz de su padre a los pocos segundos.

Al oír el familiar saludo de su padre, Emma pudo respirar de alivio por fin. Por primera vez en tres días, la tensión abandonó su cuerpo.

– ¿Estás disfrutando de tus vacaciones? -Le preguntó su madre-. He oído que la primavera en San Francisco es preciosa. ¿Hay mucha niebla?

Emma puso una mueca de desagrado al recordar la mentira que les había contado a sus padres. Alex se lo había sugerido y ella había aceptado, pero ahora se preguntaba si la idea original no habría sido de Reyhan.

– No estoy en San Francisco -les dijo.

– ¿Qué? -preguntó su padre, preocupado-. ¿Hubo algún problema con el avión? ¿Necesitas que vayamos a por ti?

– No. Estoy bien. Estoy en Bahania.

– ¿En las Bahamas? -preguntó su madre.

– No. En Bahania. Está junto a El Bahar. En Oriente Medio. Estoy aquí por Reyhan.

Su madre ahogó un grito.

– Sabía que ese hombre tan horrible no se quedaría sin hacer nada. Oh, George, la ha secuestrado. Tenemos que llamar a la policía. Ellos sabrán qué hacer.

– Espera, Janice. No saques conclusiones precipitadas. ¿Estás bien, gatita? ¿Te ha hecho daño?

– No, papá. Reyhan ha sido muy amable -no tenía intención de mencionar el beso que acababan de compartir-. ¿Por qué dices que sabías que no se quedaría sin hacer nada, mamá? Me dijiste que nunca se molestó en venir a verme.

Hubo un largo silencio. Finalmente, fue su padre quien habló.

– Es posible que se pasara un par de veces por aquí.

En lo más profundo de su corazón Emma no se sorprendió. Sus padres la querían e intentaban protegerla de todo. Eso incluía lo que ellos veían como a un hombre peligroso que intentaba aprovecharse de su hija. El problema era que ahora tenía que dudar de todo lo que le habían dicho, incluyendo la farsa de su matrimonio y todo lo que siguió.

– Vuelve a casa, Emma -le suplicó su madre-. No perteneces a ese sitio. Nosotros iremos a por ti, si quieres. ¿No te gustaría? Y luego podríamos ir todos a Galveston. Falta poco para el verano. Podría llamar para hacer una reserva y…

– No, mama. No voy a volver a casa todavía, y no quiero que vengáis a por mí. Estoy bien. Sólo… -se detuvo, sin saber cómo explicar lo que estaba haciendo.

– Ese hombre va a hechizarte -dijo su madre-. Igual que hizo antes. No está bien. Debería estar en la cárcel.

– ¿Por qué? -Preguntó Emma-. Se casó conmigo y se preocupó en mantenerme -la tristeza la invadió. Tristeza por lo que había pasado y por lo que ella había creído. Y tristeza porque sus padres no hubieran confiado en ella para decirle la verdad.

– El te abandonó -señaló su padre-. ¿Qué clase de hombre haría eso? Intentó lavarte el cerebro, como está haciendo ahora.

– Emma, nunca has sido lo bastante fuerte para cuidar de ti misma -dijo su madre en tono suplicante -. Eso lo sabes, ¿verdad? Oh, cariño, vuelve a casa. Aquí es donde tienes que estar, con nosotros.

Emma ignoró las súplicas. Ella sabía que era lo bastante fuerte. Su independencia se la había ganado a pulso.

– Él no me abandonó, papá -dijo-. Y fue a verme cada día. Llamó cuando estaba en Bahania por el funeral de su tía, y en cuanto volvió a Texas prácticamente montó guardia delante de la casa, ¿no es cierto?

– ¿Eso es lo que te ha dicho?

– Sí. ¿Está mintiendo?

Su padre volvió a guardar un largo silencio.

– Vino unas cuantas veces.

Emma aferró el auricular con fuerza. Reyhan le había dicho la verdad sobre todo.

– Le dijiste que yo no quería verlo. Decidiste por mí.

– Gatita, no estabas en un estado para hablar con él. ¿Has olvidado lo que tuviste que pasar?

No, no lo había olvidado. El dolor siempre la acompañaría.

– Mamá, ¿tú le escribirte la carta diciéndole que no quería volver a verlo?

– Yo… Oh, Emma. Era lo mejor.

Emma cerró los ojos y se preguntó cómo habría sido su vida de haberlo sabido. Había amado a Reyhan todo lo que le permitía su corazón infantil, y se habría ido con él sin dudarlo.

¿Acaso era eso lo que sus padres habían temido? ¿Que su única hija viviera a medio mundo de distancia, en una tierra extraña?

Si lo hubiera sabido…

– ¿Y qué me decís del dinero? -preguntó, más resignada que furiosa-. ¿Por qué tampoco me dijisteis nada de eso?

– Pensamos que lo mejor para ti era no preocuparte por eso -dijo su madre en tono remilgado.

– Tengo que pagar los préstamos para mis estudios y un coche de diez años -replicó ella-. No teníais derecho a ocultarme esa información. Que gastara o devolviera ese dinero era asunto mío.

– Eras muy joven, gatita -dijo su padre.

– Demasiado joven -añadió su madre.

– Reyhan dice que me envió una carta diciéndome que no fuera orgullosa y que aceptara el dinero. A partir de entonces, alguien empezó a sacar dinero de la cuenta regularmente. ¿Qué hicisteis con ese dinero?

– No lo gastamos -se apresuró a decir su madre, aparentemente indignada-. Únicamente lo transferimos a otra cuenta. Sigue todo ahí, cariño. Te enseñaré los extractos bancarios cuando vuelvas a casa.

Emma se sentía agotada. Había sido una tarde con demasiadas emociones.

– ¿Pensabais decirme la verdad alguna vez?

– Por supuesto -dijo su madre.

– Te queremos -añadió su padre.

– ¿Cuándo? Oh, dejad que lo adivine… Cuando pensarais que fuese lo bastante mayor.

– Exacto.

Tenía veinticuatro años y era independiente. Tenía un trabajo, un apartamento y algo parecido a una vida propia. ¿A qué estaban esperando sus padres?

Estaba segura de que en el fondo habían pensado decirle lo que había ocurrido, pero lo habían pospuesto lo más posible. En parte porque no querían que se enfadara con ellos, y en parte porque no querían que volviera con Reyhan. Empezaba a sospechar que habrían hecho cualquier cosa con tal de mantenerla con ellos. Incluso mentir sobre su matrimonio.

– ¿Por qué me dijisteis que mi matrimonio era una farsa? -les preguntó.

– No estábamos seguros -dijo su madre-. El abogado que contratamos no pudo verificarlo. Nos pareció que era lo mejor.

– ¿El qué? ¿Decirme que no estaba casada cuando sí lo estaba? ¿Y si me hubiera enamor ado de otra persona y me hubiese vuelto a casar? Habría sido una bígama.

– Si te hubieras comprometido en serio con alguien, te lo habríamos dicho -le aseguró su padre-. Emma, tienes que entendernos. Sólo queríamos lo mejor para ti.

Eran las palabras que llevaba oyendo toda la vida. Durante mucho tiempo las había creído, pero ahora no estaba tan segura. ¿Sus padres querían lo mejor para ella o para ellos mismos?

– Tengo que irme -dijo-. Os llamaré cuando vuelva a casa.

– ¡Emma, no! -exclamó su madre, frenética-. No puedes quedarte ahí. Estás muy lejos.

– Volveré dentro de dos semanas. No os preocupéis. Todo va bien.

– Pero, Emma…

– Os quiero -dijo ella, y colgó.

Sola, confusa y exhausta, se acurrucó en el extremo del sofá y se preguntó cuándo su vida se había vuelto del revés y qué iba a hacer para volver a encauzarla.

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