Capítulo 1

ESCALAR los muros de una mansión era, probablemente, un modo bastante original de acceder a una entrevista de trabajo. Pero Jack Santini era un tipo único y había decidido que esa era la mejor estrategia.

Todo había ido bien hasta llegar a su destino. No había esperado encontrarse a una joven mujer y, menos aún, en la cama, en plena tarde. Así que él se había quedado tan sorprendido como ella.

Le había tapado la boca para impedir que gritara y le había susurrado al oído:

– Tranquila, no voy a hacerte daño.

Ella no había luchado. La verdad era que nolo había mirado con miedo, sino más bien con interés. Era una muchacha hermosa, con un largo cabello rubio y rizado que le enmarcaba el rostro.

Durante unos segundos, no pudo sino notar la redondez y suavidad de su cuerpo, y su delicioso olor.

Años de entrenamiento le facilitaron recobrar el sentido y recuperar profesionalidad.

– ¿Crees que podrás quedarte callada si te suelto?

Ella asintió y él se apartó lentamente.

Se levantó de la cama y se encaminó hacia la puerta. Allí, apoyó el oído sobre la gruesa madera y escuchó atentamente. Se preparó para salir en cuanto tuviera ocasión. Había gente hablando en el pasillo. Probablemente serían criadas que limpiaban las habitaciones.

Jack se pasó la mano por el pelo en un gesto de desesperación.

Tenía que salir sin levantar sospechas si quería llegar al piso de abajo.

Ese era su cometido. Había ido hasta allí para realizar una entrevista como jefe de seguridad en aquella descomunal mansión. Le gustaba experimentar por sí mismo la eficacia del: sistema de protección, por eso había entrado en aquella propiedad de aquel modo.

Su intención era demostrar que todavía necesitaban trabajar, y mucho, para garantizar la defensa de aquel lugar.

Pero aún no había superado la prueba. Todavía tenía que llegar hasta la oficina del jefe de la finca, Tim Blodnick. Se imaginaba la cara que pondría cuando lo viera salir de ninguna parte. Su gesto le diría claramente si le iba a dar el trabajo o no. Lo mejor sería aparecer delante de Tim en cuestión de dos minutos, pero las voces seguían resonando claramente proclamando la proximidad de las indeseables intrusas. No podía abandonar la habitación hasta que se hubieran marchado. Frustrado, miró a la chica que yacía en la cama.Estaba apoyada en el cabecero, mirándolo con los ojos muy abiertos. Parecía confusa, pero no asustada. Jack pensó que era algo bueno para él, dadas las circunstancias, pero bastante extraño. Un solo grito de ella sería suficiente para dejarlo como un idiota en lugar de como un experto.

– ¿Adonde me vas a llevar? -preguntó repentinamente ella, con el tono entusiasta de quien está a punto de iniciar una extraordinaria aventura.

Él la miró con más detenimiento y reparó en que era una de las muchachas más hermosas que había visto en su vida.

Por el parco aspecto del dormitorio, decidió que debía de tratarse de una empleada. El aspecto de la casa desde fuera era el de un palacio de cuento, por lo que, de haber sido parte de la familia, habría gozado de mayor lujo y opulencia. Como mucho, se trataría de algún familiar remoto de la vieja pareja que vivía en el palacio.

– Yo no voy a llevarte a ningún lado-respondió él y se volvió de nuevo hacia la puerta- voy a salir de aquí en cuanto pueda.

Su bello rostro mostró su desconcierto.

– Espera un momento, ¿no has venido a secuestrarme?

Él giró bruscamente y alzó las manos.

– Yo no he venido a secuestrar a nadie. ¿Por qué demonios iba a hacer algo así?

Ella alzó la barbilla con orgullo.

– Porque soy una princesa.

Una princesa. Sí, claro. Él se relajó. Era cierto que, por su aspecto podría parecer una princesa. Era una pena que estuviera completamente loca. O quizá fuera una bromista.

– Una princesa, ¿no? Y yo soy Robin Hood.

Karina Roseanova, princesa de la Casa Real de Nabotavia, sonrió. Sin duda aquel hombre podría encajar perfectamente en la tierna imagen de un bandido con un corazón de oro.

Ella sabía que él estaba bromeando, y no le importaba. De hecho, hacía que aquel encuentro fuera aún más divertido. No tenía muchas ocasiónes de verse al lado de hombres tan atractivos y, menos aún, que ignoraran quién era ella.

Eso le abría un millón de posibilidades. Karina no tenía jamás la oportunidad de ser tratada como una persona normal. Su vida era monótona y aburrida pero muy pocas veces ordinaria.

La posibilidad de estar a punto de ser secuestrada debería haberle provocado pánico. Pero, por algún motivo, no se lo probocaba. Sabía bien que si aquel lugar gozaba de tan extraordinaria seguridad era por la siempre presente posibilidad de que algún rebelde la secuestrara.

Había habido una revuelta poco después de que ella naciera. Sus padres habían muerto a manos de los rebeldes. Ella y sus tres hermanos habían sido extraditados del país. Desde entonces, los temores de que pudieran secuestrar y llevarse a uno de ellos para poder así manipular al gobierno de su país de origen habían sido una constate en su vida. Sabía que debía tomarse más en serio el riesgo al que estaba constantemente expuesta. Pero estaba harta de sobresaltarse por cada ruido o cada mirada desconcertante que recibía.

Había vivido así durante años, había sufrido tener que ser trasladada de una escuela a otra cuando finalmente podía hacer amigos, solo por miedo. Sus vacaciones eran siempre en lugares confinados y rodeada de adultos. Malgastaba largas horas en aburridas cenas con sus tíos y otros familiares que se pasaban la velada quejándose de lo dura que era la vida en el exilio. Ella, por su parte, soñaba con la vida real.

Por primera vez, un estupendo espécimen masculino había entrado en su vida como caído del cielo.

Observó cómo él apoyaba de nuevo el oído sobre la puerta.

Karina recordó la sensación que le había provocado tenerlo cerca y se estremeció.

Estaba claro que no había tenido demasiada atención masculina. En cuanto aquel aguerrido mozo se marchara, iba a echar de menos aquella sensación.

Más aún si pensaba en lo que le tenía preparado el futuro. Una sombra de tristeza le oscureció la mirada. Pero se esforzó en controlarla y en apartar de su mente aquel desafortunado destino. Tenía toda la primavera y el verano para disfrutar de la vida.

– Me gustaría… -comenzó a decir ella, pero él la interrumpió.

– Un momento -murmuró, escuchando con impaciencia lo que sucedía tras la puerta. Unas cuantas sirvientas pasaron ante el dormitorio, riéndose a carcajadas.

Todo aquello iba a impedir que llegara a tiempo, y el impactó de su entrada no iba a ser el mismo.

– Y bien… -comenzó a decir ella justo detrás de él.

Jack se volvió y se sorprendió al verla tan cerca. Aquello empezaba a complicarse. ¿Cómo no había reparado en que ella se levantaba? Un hombre de su profesión no podía permitirse ese tipo de despistes.

– Ssss… – la mandó callar.

Ella parpadeó y continuó en un susurro.

– Si no has venido a secuestrarme, ¿a qué has venido?

– Vuelve a la cama -le dijo él, sintiéndose ligeramente mareado por la proximidad de su cálido cuerpo. El camisón de encaje no hacía sino enfatizar y dejar adivinar con excesiva precisión sus atributos femeninos.

Apartó la vista para recuperar el control. Frunció el ceño y trató de recobrar la cordura.

– No habrás venido a robarnos a plena luz del día, ¿verdad? ¿O has venido a reconocer el terreno?

Él la miró una vez más. Aquella pregunta le había resultado extraña.

– ¿Reconocer el terreno? -repitió él, en un tono que daba a entender que lo que acababa de decir resultaba ligeramente ridículo-. Has visto muchas películas, ¿verdad?

– Y tú estás evitando darme una respuesta.

Jack supuso que, fuera quien fuera, ella merecía saber la verdad.

– No soy un ladrón. Solo estoy comprobando el sistema de seguridad y evaluando su efectividad.

Ella hizo un gesto de incredulidad.

– Sí, claro, «evaluando su efectividad», y yo soy un deshollinador.

Él no pudo evitar una sonrisa.

– Pues debes de serlo, porque yo realmente estoy comprobando el sistema de seguridad. Dame un segundo y habré desaparecido de aquí.

Ella lo miró con aquellos ojos inmensos y él notó que algo inusual le ocurría a su corazón. Se creó un silencio tenso y cargado de electricidad. De pronto, Jack notó que las orejas le ardían.

¡Maldición, se estaba ruborizando!

Un repentino ruido lo obligó a volver a la realidad.

Estaba claro que la suerte no estaba dispuesta a acompañarlo.

– Se marcharán en un minuto -le dijo-. Son un par de cotorras.

– ¿Son criadas? -preguntó él.

Ella asintió.

– Se dirigían a mi dormitorio, pero no han entrado porque piensan que estoy dormida. Me estoy recuperando de una gripe.

El la miró de nuevo. Era tan hermosa que resultaba casi inevitable no hacerlo.

– La verdades que me preguntaba qué hacías en la cama a esta hora del día.

Ella lo observó de reojo.

– Si no te crees que soy una princesa, ¿qué piensas que soy?

Él se encogió de hombros.

– Supongo que trabajarás aquí.

– Lo has adivinado. Soy la acompañante de la princesa, la verdadera, me refiero, y de la duquesa.

– ¿La duquesa? ¿Qué duquesa?

Ella lo miró con aire majestuoso.

– ¿Me estás diciendo que has entrado en esta casa sin saber quién vive en ella?

– No tengo ni la más remota idea.

– Ese es el problema. Deberías haber investigado un poco antes de entrar así. Te habrías evitado ciertos inconvenientes.

Él se encogió de hombros.

– Mi amigo Tim me dijo que había un puesto vacante como jefe de seguridad en esta dirección. Yo he venido a hacer la entrevista, eso es todo.

Ella inspiró profundamente.

– Así que vas a trabajar aquí.

– Quizá -frunció el ceño al darse cuenta de que sería responsable de aquella mujer. Sin duda necesitaba unas cuantas lecciones sobre cómo protegerse-. Y si lo hago, serás la primera a la que tenga que enseñar. Me preocupas.

– ¿Yo? -lo miró con los ojos muy abiertos-. ¿Porqué?

Él se inclinó ligeramente sobre ella y Karina retrocedió.

– No sabes quién soy o cuáles son mis intenciones -le dijo él en tono acusador-. Deberías haberte puesto histérica nada más verme entrar.

– Me temo que ese no es mi estilo.

Él la miró fija e intensamente.

– Te estás tomando todo esto muy a la ligera. En el futuro, si un hombre irrumpe en tu dormitorio, quiero que grites como una loca.

– ¿Lo hago ahora?

– ¡No! -dijo él y se aproximó a ella con intención de sujetarla. Pero pronto se dio cuenta de que sería un error-. ¡Ahora, no!

– Así que tú eres el único hombre que tiene permitido acceder a mi habitación por el balcón, ¿es así?

– Será así si me convierto en jefe de seguridad aquí. Te aseguro que, de ser así, habrá algunos cambios en esta casa.

– Estoy convencida de ello -dijo ella en tono burlón-. Desde luego, el viejo señor Sabrova jamás se atrevió a entrar en mi cuarto sin llamar primero.

– ¿Quién es el señor Sabrova?

– El anterior jefe de seguridad. Claro que dudo que hubiera podido escalar hasta aquí. Era un hombre encantador y tremendamente educado -y, como todos allí, era serio y aburrido. No tenía una hermosa mata de pelo negro, ni un torso musculoso de ensueño-. Tendrás que llevar uniforme, ¿sabes?

Sonrió internamente al imaginarse lo ridículo que estaría aquel hombre con el estúpido atuendo que usaba el señor Sabrova.

– Estoy acostumbrado a los uniformes. He estado en la Armada y en el cuerpo de policía -de pronto, reparó en que había un tono jocoso en el comentario de ella. Aquella era una casa extraña con hábitos extraños. Quizá debiera preguntar-. ¿De qué tipo de uniforme me estás hablando?

– Blanco, con un gorrito rojo ridículo…

Él la interrumpió sin querer escuchar más.

– ¡Ni hablar! -se rio él-. Ese no es mi estilo.

Ella lo miró con escepticismo.

– Así se hacen las cosas aquí. Se han hecho siempre.

– Pues quizá ha llegado el momento de modernizarse.

Karina se rio.

– Estoy ansiosa por oír la respuesta de la duquesa a semejante propuesta.

El la miró interrogante.

– ¿Hay un duque?

– Sí, claro que lo hay. Es un verdadero encanto de hombre. Pero él no pinta mucho aquí. Es ella la que manda.

Él levantó la mano para indicarle que se callara y puso el oído sobre la puerta.

– Ya se han marchado -dijo y abrió la puerta con precaución. Escrutó el pasillo y se volvió hacia ella-. Gracias por la información. Nos vemos.

Se aventuró a salir a toda prisa, cerrando la puerta silenciosamente detrás de él.

Karina miró a la puerta cerrada durante unos segundos. Luego, se encaminó al teléfono e hizo una llamada.

– Blodnick al habla -respondió una profunda voz masculina.

– Señor Blodnick, soy Karina. Según creo tenía una entrevista con un hombre hoy, un candidato para el puesto de jefe de seguridad.

– Sí, así es. Pero llega tarde.

– No, no ha llegado tarde, muy al contrario. Me temo que yo lo he entretenido.

– ¿Su Excelencia qué? -preguntó él claramente desconcertado.

Ella ignoró su reacción.

– Si fuera posible, me gustaría que lo contratara.

Hubo una pausa, y el hombre se aclaró la garganta, Finalmente, respondió.

– Lo que Su Excelencia diga.

– Y, por cierto, creo que debería plantearse un nuevo diseño de uniforme. Su amigo parece tener algunas ideas al respecto. Estamos en un nuevo milenio y creo que es hora de que las cosas cambien un poco. Necesitamos actualizarnos.

– Parece una sugerencia razonable, princesa.

– Gracias, señor Blodnick.

Karina colgó y sonrió satisfecha. De pronto, se sentía repuesta de todos sus males. Quizá, aquel verano no fuera a resultar tan aburrido como había previsto. Iba a ser su último período de relativa libertad y estaba dispuesta a sacarle el mayor partido posible. Al llegar el otoño, tendría que casarse con alguien que su tía elegiría para ella, y estaba segura de que no sería como el nuevo jefe de seguridad.

Su sonrisa se desvaneció al tomar conciencia una vez mas de lo desafortunado que sería su destino. Una vez casada, tendría que regresar a Nabotavia, un lugar que ni siquiera recordaba.

– Pero todavía me quedan muchas semanas -se dijo a sí misma cerrando los ojos y respirando profundamente-. Muchas semanas…

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