Capítulo 7

LA princesa Karina estaba en la cocina a la mañana siguiente cuando oyó un sonido extraño. De pronto, se dio cuenta de que se trataba de su móvil. Lo había llevado a la cintura varios días sin que hubiera llegado a sonar.

– ¡Me están llamando! -gritó excitada en la habitación vacía.

Lo abrió emocionada.

– Hola, princesa, soy Jack Santini.

– ¡Jackí -el corazón le dio un vuelco-. ¡Esto es tan emocionante!

– ¿Qué sucede?

Su voz se llenó de preocupación y ella se rio a carcajadas.

– No pasa nada. Simplemente que es la primera llamada que recibo.

– Ya -pareció algo confuso por su reacción-. ¿Estás sola?

– Sí.

– Bien. Tengo noticias que darte. Esta tarde ibas a recibir a tu peluquera, ¿verdad?

– Sí.

– Pues me temo que madame Batalli no podrá venir hoy y te he buscado una sustituta.

Karina frunció el ceño.

– Pero madame Batalli lleva conmigo desde que yo tenía dieciséis años.

– Esa es razón más que suficiente para que pruebes con otra peluquera. No te preocupes, la persona que te he conseguido es de toda confianza. Es una amiga mía: Donna Blake.

– A quien, por casualidad, tenías a mano – Karina no estaba segura de que le gustara aquello-. No habrás despedido a madame Batalli.

– No, claro que no. Solamente le he dado unas vacaciones.

– ¿Qué?

– No pasa nada, todo está bien -dijo él rápidamente-. Solo quería advertírtelo. Te gustará Donna. Te voy a dar su número, así podrás llamarla para confirmar la cita.

Le dictó el teléfono a toda prisa.

– Jack…

– Confía en mí. Ahora me tengo que ir.

Al colgar, Karina se sintió tan confusa como alegre. Jack la había llamado por teléfono y eso era un acontecimiento.

– Quizá sea la primera de una larga serie de llamadas -dijo ella en alto.

Claro que cuanto más lo pensaba más cuenta se daba de que las llamadas no serían sino un modo de evitar el contacto cara a cara con ella. De pronto, reparó en que las mujeres usaban el teléfono para mantener a su gente cerca. Los hombres lo hacían para mantenerla lejos.

Así que ese era su punto de vista. Bien. Pues ella iba a hacer que su arma para mantenerla a distancia se convirtiera en un instrumento para el acercamiento.

Agarró el móvil, marcó su número y esperó a que respondiera.

Jack suspiré y sonrió al pensar en Karina. Era tan abierta, tan inocente, tan carente de malicia.

Se sentía mal al reconocer que la iba a manipular tal y como muchas mujeres habían tratado de manipularlo a él en el pasado.

De algún modo, le estaba mandando una espía. Bueno, no exactamente una espía, pero sí algo parecido.

Aunque no era justo calificar así a su amiga, Donna era un verdadero encanto y Karina necesitaba una amiga. En el instante en que había pensado en darle a la princesa una necesaria compañía, Donna le había venido a la mente. Los dos habían vivido en el mismo grupo el año antes de que él entrara en la Armada. Aunque era unos años más joven que él, su amistad había perdurado desde entonces. Incluso habían compartido un apartamento como amigos cuando él había dejado el ejército. Donna era un persona tan honesta y con un brillo tan particular que tema la certeza de que a Karina le agradaría. Era una de esas personas que gustaba a todo el mundo.

Karina le había dicho que no tenía amigas. Pues bien, Donna lo sería si ella la aceptaba.

No obstante, algo hacía que se sintiera culpable. Probablemente, los motivos que lo habían impulsado a llamar a Donna.

Sabía, además, que la duquesa jamás aprobaría a alguien como ella; Pero, al fin y al cabo, iba a estar ausente durante un par de días y no podría opinar.

Su teléfono móvil volvió a sonar.

– ¿Diga?

– Hola, soy yo.

– Vaya, qué sorpresa -dijo él con una gran sonrisa.

– Dado que ahora podemos mantener contacto a fravés del teléfono, quizá sería bueno que nos inventáramos un código secreto por si alguna vez me secuestran. Así podría darte mi localización.

– Si alguien te secuestrara, lo primero que haría sería quitarte el móvil.

– No si fueran los Sinigonian. Son demasiado estúpidos.

– ¿Quiénes son los Sinigonian?

– Los que me secuestraron la última vez.

Jack se quedó completamente perplejo.

– ¿Te han secuestrado en alguna ocasión? ¿Cómo es que nadie me lo había dicho?

– Por que ocurrió hace mucho. No fue grave.

– ¿Que no fue grave? No daba crédito a lo que estaba oyendo.

– ¿Dónde estás?-te preguntó con preocupación.

– En la cocina. Pero estoy muy ocupada…

– No te muevas de ahí. Voy para allá.

Ella suspiró feliz y cerró el móvil. A veces las cosas iban tal y como ella quería.

Jack tardó solo unos segundos en llegar junto a ella.

Entró en la habitación y miró de un lado a otro con sospecha.

La encimera central estaba hecha un desastre, pero no había nadie más que Karina en la cocina Estaba limpiando.

– ¿Dónde está todo el mundo? ¿Te han dejado sola aquí?

– ¿Por qué no? El cocinero y yo hemos estado preparando la masa para los rollos de esta noche Él se ha ido a dormir la siesta y yo me he quedado limpiando.

– ¿Estás de broma?

– ¿Por qué iba a estar de broma? Mira, esta es la masa que hemos hecho -levantó el trapo de lino que la cubría y la miró con el orgullo de ser su creadora-. ¿A que es preciosa?

– Sí, claro. Solo que no me puedo creer… -miró sus manos llenas de harina y dejó inconclusa la frase-. Así que estás limpiando.

– Sí -dijo ella en un tono desafiante-. Estoy limpiando. ¿Crees que me lo estoy inventando?

– No. Solo que… bueno, eres una princesa, no necesitas hacer nada de eso.

– Claro que necesito hacerlo. Además, me gusta.

Él la miró fijamente. En aquel instante podría haber sido cualquier jovencita en una cocina cualquiera. Aunque era más hermosa que ninguna otra que él hubiera conocido y la más deliciosa.

Él trató de luchar contra el deseo que despertaba en él.

– De acuerdo, cuéntame lo del secuestro.

Ella se encogió de hombros y se apartó de la cara un mechón de pelo.

– Te he dicho que ocurrió hace mucho tiempo. Si nadie te lo ha contado será porque nadie se acuerda ya. No tuvo mucha importancia -se puso a limpiar la encimera de nuevo-. Yo tenía trece años. Los Sinigonian son una poderosa familia de Nabotavia que siempre ha querido tomar el poder. Pero son unos incompetentes. Lo único que hicieron fué llevarme a su casa en Santo Mónica. Mis hermanos me rescataron enseguida, antes de que nada llegara a ocurrir realmente.

Jack frunció el ceño. La narración era un tanto descabellada, pero lo tranquilizaba comprobar que el incidente no había sido grave.

Se sentó en el taburete.

– ¿No te hicieron ningún daño?

– No, ellos no serían capaz de hacer daño a nadie -dijo ella mientras se secaba las manos en el delantal-. Se portaron muy bien conmigo. Pero los Davincas son otra historia. Secuestraron a un princesa y la tuvieron metida en una jaula. Fue horrible.

– ¿Por qué, exactamente, te secuestraron los Sinigonian? ¿Querían un rescate?

– No. Querían que me casara con su hijo.

Jack la miró confuso.

– ¿A los trece años?

– Los muy anticuados dicen qué esa es la mejor edad. Hay que casar a las niñas cuando son totalmente infantiles e inexpertas para que no se puedan quejar -se encogió de hombros-.

– Sí. Sus miembros fueron los que mataron a mis padres -ella se sentó en un taburete y la sonrisa desapareció de su rostro-. Durante algunos años sustentaron el poder, pero últimamente han perdido adeptos y están en crisis. El país va claramente hacia una democracia guiada por una monarquía constitucional. No obstante, hay que tener en cuenta que, cuando la gente se siente amenazada es el momento en que se hace más peligrosa.

Él asintió y se conmovió ante la idea de que algo malo pudiera ocurrirle. Lo asaltó una abrumadora necesidad de protegerla que no tenía nada que ver con lo profesional, y mucho con sus grandes ojos azules y aquella inocencia que transmitían. La deseaba con locura.

Ella debió de notar que las cosas estaban tocando territorio prohibido, porque se levantó del taburete para dejar patente que era hora de terminar la conversación.

Se aproximó a él e, inesperadamente, le dijo:

– No me voy a enamorar de ti, así que puedes dejar de preocuparte ahora mismo.

– De acuerdo -respondió él, incapaz de pensar en ninguna otra cosa.

– Supongo que debería ir a llamar a esa amiga tuya si quiero que me peinen para esta noche.

– Muy bien -dijo él, reacio a marcharse de su lado-. Donna es un encanto. Te gustará.

Karina respiró profundamente.

– ¿Qué relación tiene contigo?

– ¿A qué te refieres? -sus ojos le dieron la respuesta-. Es solo una amiga de la infancia. Los dos acabamos en el mismo grupo en una casa de acogida, después de ir de una familia adoptiva a otra. Así que tenemos un pasado similar que nos mantiene unidos.

– A diferencia de tú y yo.

– Sí -respondió él.

De pronto, ella tendió la mano y le acarició la mejilla.

– No hay nadie como tú.

Cubrió la mano de ella con la suya, la tomó suavemente y le besó la palma, mientras sus ojos ardían de deseo. Algo ocurrió entre ellos, se produjo una conexión que no necesitó de palabras y se quedaron sin aliento.

Él soltó su mano, se dio media vuelta y salió de allí a toda prisa, mientras ella se quedaba saboreando la agradable sensación que sus labios habían dejado sobre su piel.

¿Qué era exactamente lo que había sucedido entre ellos? ¿Qué significaba? No lo sabía y no quería analizarlo. Lo único que ansiaba era sentirlo. Cerró los ojos y se llevó la mano hasta el rostro.

Luego recordó la llamada de teléfono que tenía que hacer y su sonrisa se desvaneció. Donna. Odiaba sentir aquellos celos absurdos.

Ya los había sentido por su compañera y ahora los sentía por la peluquera. Probablemente el señor Blodnick tenía razón: las mujeres siempre se enamoraban de Jack. Y, después de todo, no tenía nada que ver con ella, así que, ¿por qué se preocupaba?

Karina comenzó su sesión de peluquería decidida a que le desagradara Donna. Pero enseguida se dio cuenta de que era imposible.

La amiga de Jack era una muchacha de pelo oscuro con un corte pop que destacaba sus ojos verdes de mirada vital y limpia.

Desde el principio empezó a tratar a Karina como si la conociera de toda la vida, y dejando de lado que se trataba de una princesa.

– Esto es lo que vamos a hacer -le dijo en cuanto estuvieron a solas en la habitación-. Mientras yo preparo mi equipo, me gustaría que me enseñaras fotos de otros peinados que te hayan hecho antes. También podemos tomar ideas de revistas y yo las adaptaré a tu cara.

Pasaron las siguientes dos horas riéndose juntas y viendo fotografías con estilos diferentes, hasta decidirse por algo elegante pero muy distinto a lo que Karina solía llevar.

Al final de la sesión, Donna le caía extraordinariamente bien a pesar de las reservas que había tenido hasta entonces.

No obstante, seguía preguntándose cuál sería su verdadera relación con Jack.

– Así que conoces a Jack de toda la vida, más o menos -le preguntó con un tono casual mientras Donna recogía sus cosas.

– Sí, nos conocemos desde pequeños -respondió Donna, con una gran sonrisa que le dijo entender claramente su pregunta. Se detuvo y miró a Karina-. Escucha, es normal que te guste Jack. A todas las mujeres les gusta. Es encantador y guapo.

– ¿A ti también te gusta?

– ¿A mí? -Donna se rio-.Jack es como un hermano para mí. ¿Tú tienes hermanos?

– Tres.

– Entonces sabes exactamente a qué me refiero. En algunos aspectos somos demasiado próximos, no hay misterio. Lo adoro, pero no de ese modo.

Por algún motivo Karina la creyó.

Antes de que se marchara, se volvió a mirar al espejo y le gustó lo que veía Aquel nuevo estilo era mucho más acorde a su personalidad y a su edad.

– Espero que puedas venir otra vez -le dijo a Donna-. Quiero decir, yo adoro a madame Batalli, pero…

– No te preocupes por ella. Va de camino al Caribe.

Karina frunció el ceño.

– ¿Qué quieres decir?

– Jack le ha conseguido un trabajo temporal en un crucero. Al parecer siempre quiso viajar y esta era su oportunidad. No volverá hasta el otoño.

Karina miró a Donna, confusa.

– ¿Por qué Jack ha hecho algo…?

Donna se encogió de hombros y sonrió.

– Verás, Jack me contó que tienes riqueza y poder, pero que lo que jamás has tenido es una amiga. Así que me dijo que queria que yo intentara serlo. Me envió para probar suerte, para ver si tú y yo somos compatibles y, por lo que a mí respecta, me pareces fabulosa. Por eso estoy aquí. Si tú quieres que vuelva, lo haré. Tú decides.

Karina no sabía qué pensar. Pocas veces se encontraba con gente tan clara y directa.

– ¿Se trata de alquilarte como amiga?

Donna soltó una sonora carcajada.

– No, se trata de contratarme como peluquera. Lo de la amiga viene como añadido -Donna se aproximó a Karina y le dio un impulsivo abrazo-. Me encantaría ser tu amiga y tu peluquera. Pero si a ti te resulta difícil, lo comprendo perfectamente – se dio la vuelta y se dispuso a marcharse-. Recuerda que todo cuanto me cuentes será estrictamente confidencial. Es parte del código ético de las peluqueras.

Donna se rio abiertamente antes de salir.

Karina se preguntó cuál era la causa que había impulsado a Jack a hacer aquello. Le provocaba serias dudas. Hasta que, de pronto, tuvo una intuición: a través de Donna él podría sentir que la tenía más cerca.

Sonrió para sí.

– Es un hombre maravilloso.

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