LAS RESTANTES NOTAS DE ANA CAÑIZAL
II

17 DE JUNIO DEL 74


mientras leía la asesina ilustrada una vaga sensación de que mi vida corría grave peligro fue apoderándose de mí; leyendo el relato de Elena Villena me vino a la memoria el argumento de El dulce clima de Lesbos, la única novela que hasta el momento Elena Villena ha escrito y publicado. En ella, una mujer joven (Eva Vega) escribe una noche un relato breve en el que describe la muerte de un poeta. El manuscrito va pasando de mano en mano y todos los que lo leen acaban siendo asesinados. Al término de la novela y sólo por un azar, el lector puede comprobar que el asesino múltiple es la propia autora del relato (Eva Vega).

Al recordar este argumento no pude evitar una sospecha: Elena Villena podía estar tratando de hacer realidad lo que en su novela no era más que pura ficción. Pensé aterrada que ella había escrito un relato breve (La asesina ilustrada) con la intención de ir asesinando a quienes lo leyeran. Juan Herrera, en ese caso, habría sido la primera de sus víctimas, y yo podía perfectamente ser la segunda. Y, aunque quizás mi imaginación me estaba traicionando, algo, como mínimo, era muy evidente: La asesina ilustrada no era una narración tan enigmática como a primera vista parecía, sino que simple y llanamente era la descripción de la muerte de «un personaje». Este «personaje», cuyo nombre y profesión el texto no mencionaba en ningún momento, era un poeta (Juan Herrera para más señas). Analizando detenidamente el texto de La asesina ilustrada, fui, página por página, comprobándolo.


Pag. 1: reconstruyendo el mapa de Aroma

Observé, por ejemplo, la similitud entre las palabras Aroma y Ambora, esta última la ciudad utópica que Juan Herrera describe ampliamente en su novela El mañana es hoy. La ciudad de Aroma, descrita por Elena Villena, era exacta a la Ambora soñada por Herrera.


Pag. 1: tres soles iluminando la noche eterna de Aroma Recordé que Herrera tenía guardado en su escritorio un relato inédito titulado Los soleadas noches de Ambora y, claro está, me llamó la atención la coincidencia entre este título y la frase de Elena Villena en La asesina ilustrada.


Pag. 2: si ya mi vista, de llorar cansada…

Descubrí que estas frases de E. Villena eran una cita i casi textual de los primeros versos de un soneto del Góngora que presidía, enmarcado en un lujoso cuadro, el gabinete de trabajo de Herrera cuando éste era mucho más joven y vivía en la Rué Lepic.

Pag. 2: bailando bajo la colina

Me sorprendió esta misteriosa imagen que aparentemente no tenía sentido en el contexto, hasta que me di cuenta de que era una gratuita cita de East Coker («The dancers are all gone under the hill», el verso de Elliot que a su vez es parodia de los de Stevenson en Réquiem) y también una cita del penúltimo verso de Danza inmortal, el único poema que Juan Herrera dedicó a su hermana Isabel (Ariadna en La asesina ilustrada), muerta en 1925 a la temprana edad de quince años. El poema, particularmente detestado por Herrera -motivo por el cual fue suprimido de la reciente edición de sus Obras completas- se hallaba en la parte final de Nueva lección sobre la sombra. Lo reproduzco aquí para quienes lo desconozcan:

Proscrita andarás sin lágrimas ni tumba

Y navegarás cerca del tiempo ido y de allí,

Más allá y HACIA LO LEJOS,

Con los ojos frente a lo Nunca Visto,

En dirección a Circe, bella muerta,

Allá donde, rebasando en silencio

Las ciudades sin sol, me encontrarás.

Seré la destrozada nave que tocará

La playa de la amiga en vano celebrada.

Descubrirás entonces a tu lado

Bailarines y jinetes bajo la colina

En danzas reviviendo tu pasado.

Pag. 2: su querido fichero

Pensé inmediatamente en el fichero que Herrera utilizaba para trabajar en su libro de memorias. Cada ficha correspondía a un tema que posteriormente él desarrollaba en su libro, cuya estructura es, gracias al orden de su fichero, un prodigio de musicalidad, no ya sólo por las virtudes eufónicas de su prosa, sino por la estructura misma que está hecha de un número limitado de temas que regresan y se combinan. (En mi prólogo a las memorias de Herrera pienso hablar muy especialmente de este aspecto de su libro.)

Encontré en el fichero un tema cuyo título juzgué estrechamente unido a La asesina ilustrada: «La progresiva mitificación del personaje de Isabel.» En el tercer capítulo de sus memorias, Herrera interpreta míticamente el personaje de su hermana Isabel a través de un significativo episodio infantil: él era un niño de ocho años, y su hermana tenía quince cuando ambos escaparon una noche de la casa de sus padres. La fuga había sido minuciosamente calculada por Isabel, que durante días enteros estuvo preparando el gran momento. Llegado éste, los dos huyeron y estuvieron andando horas y horas por una oscura carretera comarcal («laberinto de sombras a través del cual Isabel quiso guiarme hacia la libertad», escribe Herrera) hasta llegar a una playa desierta donde él inesperadamente decidió abandonar a su hermana y seguir la aventura por su cuenta. «Obsérvense ciertas similitudes entre este episodio y el mito de Ariadna», escribe Herrera al final del capítulo.


Pag. 2: Ariadna

Ariadna era la hija de Minos, rey de Creta que construyó el famoso laberinto donde guardaba a Minotauro sacrificándole jóvenes de Atenas. Uno de éstos (Teseo) huyó con Ariadna, que supo guiarle a través del intrincado laberinto. Posteriormente, Ariadna fue abandonada por Teseo en la playa de Naxos.


Pag. 2: laberinto

Aparte de la vinculación del laberinto con el mito de Ariadna, el héroe de una novela de Herrera (El adiós a la vida) es un joven escritor romántico que, hallándose a las puertas de la muerte, construye en su casa un laberinto de espejos y plantas verdes en el que pretende encerrarse para siempre.


Pag. 3: las largas fiebres

Recordé que, días antes de leer La asesina ilustrada, alguien me había hablado de un relato inédito de Juan Herrera titulado Las largas fiebres. Revisando más tarde sus viejos papeles encontré el manuscrito fechado en 1970. Se trata de un relato autobiográfico en el que Herrera narra una serie de episodios de su vida matrimonial, quizás los episodios más escandalosos (absurdamente silenciados en sus memorias).

Herrera relata en Las largas fiebres lo que fue su vida junto a Elena Villena desde el día en que decidió casarse con ella (Elena tenía quince años, y la encontró abierta de piernas, con la falda levantada, martirizando a un gato, y no supo llamarle la atención porque le pareció que lo hacía de un modo inocente e incluso le excitó el hecho, de manera que esa noche la amó y le prometió que se casaría con ella) hasta el día en que se separaron definitivamente (Elena tuvo la osadía de enamorarse de una mujer, Valérie Duval, y huyó con ella a Londres en medio de un gran escándalo), pasando por el relato de innumerables momentos de su vida conyugal con Elena, momentos que le sirven para analizar despiadadamente, con una insolencia que no reencontraría en sus memorias, el insoportable y diabólico carácter de su mujer y la singular tendencia de ésta a la crueldad más gratuita, al sadismo más violento, su increíble gusto por el mal.


Pag. 5: embriagándose hasta reventar y desplomarse muerta Isabel, la hermana de Herrera, murió en circunstancias muy parecidas a las de la merte de Ariadna en La asesina ilustrada.


Pag. 7: me pinté de rojo los labios

Al leer esto me acordé inmediatamente de la repulsión de Herrera hacia la sangre y hacia el color rojo. Desde el primer momento pensé en el terrible efecto que debió causarle aquel cuaderno con salpicaduras de sangre sobre una portada en la que había sido escrito en tinta roja La asesina ilustrada. Su repulsión por este color venía desde el día en que, siendo todavía un niño, presenció en un circo cómo un tigre despedazaba la garganta de un domador. Los rojos borbotones de sangre que brotaron de modo incontenible de la carótida abierta de éste le provocaron una fuerte impresión de la que ya nunca lograría recuperarse. Era incapaz, por ejemplo, de vivir en una habitación adornada de encarnado o de ponerse un vestido rojo. Había tenido desde entonces cierta tendencia al desvarío.


Pag. 7: out of the world

«Fuera del mundo, tal como había vivido, murió.» Con este epitafio concluía El viajero, acaso la novela menos apreciada de Herrera y también la más incomprendida por la extrema oscuridad del relato. Nunca nadie supo valorar, entre la crítica, el excelente dominio del tiempo narrativo del que Herrera hacía gala en su novela cuando, partiendo de una anécdota abrumadoramente insípida y vaga, y, por lo demás, tremendamente aburrida, conseguía convertirse en el dueño y señor de lo que podríamos llamar «el lenguaje del tedio», un tedio que, a decir verdad, era infinito en su narración. La novela describía, con exasperante lentitud, la muerte de un poeta de segunda fila -al parecer le había servido de modelo Vidal Escabia, un oscuro poeta alicantino amenazado por unas extrañas voces interiores que cada noche le despertaban para recordarle que la hora de su muerte estaba ya próxima y que todavía estaba a tiempo de confesar sus innumerables plagios.

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