IV

21 DE JUNIO DEL 74


SE RECRUDECIERON LOS TEMORES DE que ella hubiera tratado de poner en práctica lo que en El dulce clima de Lesbos era pura ficción. Allí, en la página 34, puede leerse: «Este relato obliga a su autora a aceptar la regla de la tauromaquia, que, como se sabe, persigue un objetivo esencial: además de obligarla a ponerse seriamente en peligro, a no deshacerse de cualquier modo de su adversario (su éxito dependerá de un buen dominio de la técnica), la regla impide que el combate sea una simple carnicería; tan puntillosa como la de un ritual, ofrece un aspecto táctico (preparar al lector para recibir una estocada mortal, aunque sin fatigarle más de lo preciso durante el combate) y un aspecto estético, también contenido muy especialmente al término de la faena: cerrar el libro será para el lector como cerrar la losa que cubrirá su tumba.»

A mi memoria acudieron imágenes de un duelo entre cuchilleros que asocié inmediatamente a una idea que, desde hace tiempo, me resulta obsesiva: en los orígenes del relato de Elena Villena pudo habitar la idea de un cuchillero que va dejando su fuerza en su arma, la cual al final tiene una vida propia (como, para Hoffmann, la tenía aquel diabólico violín de Krespel); es el arma la que mata, no el brazo que la maneja…

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