43

– Como ves -dijo Colin-, ya no ponemos mantel.

– Eso no tiene ninguna importancia -dijo Chick-. Sin embargo, lo que yo no comprendo es por qué está la madera tan grasienta…

– No lo sé -dijo Colin, distraídamente-o Y creo que ya no se puede limpiar. El pringue sale constantemente de dentro.

– Y la alfombra, ¿no era antes de lana? -preguntó Chick-. Ésta parece de algodón…

– Es la misma -dijo Colin-. No, no creo que sea diferente.

– Es chocante -dijo Chick-, parece como si el mundo se achicara alrededor de uno.

Nicolás les traía una sopa grasienta en la que nadaban cuscurros. Les sirvió raciones abundantes.

– ¿Qué es esto, Nicolás? -preguntó Chick.

– Es una sopa de Cubit y harina de maíz -respondió Nicolás-. Está estupenda.

– ¡Ah! -dijo Chick-. Habrás sacado la receta del Gouffé…

– Qué dices -dijo Nicolás-. Es una receta de Pomiane. Gouffé es bueno para los esnobs. Además, requiere una materia prima que ya ya…

– Pero tú tienes todo lo que hace falta -dijo Chick.

– ¿Cómo? -dijo Nicolás-. Tenemos justamente la cocina de gas y un frigiplocus, como en todas partes. ¿Qué te piensas?

– Bueno, ¡nada! -contestó Chick.

Se removió en la silla. No sabía cómo continuar la conversación.

– ¿Quieres vino? -preguntó Colin-. No me queda más que éste en la bodega. No es malo.

Chick tendió el vaso.

– Hace tres días Alise vino a ver a Chloé -dijo Colin-. Yo no estaba y Nicolás llevó ayer a Chloé a la montaña.

– Sí -dijo Colin-. Alise ya me lo ha dicho.

– He recibido una nota del profesor Tragamangos. Pide una cantidad exorbitante. Tiene que ser un hombre muy competente.

A Colin le dolía la cabeza. Le habría gustado que Chick hablara, que contara historias, lo que fuera. Chick miraba atentamente algo en el vacío a través de la ventana. De repente, se levantó y, sacando un metro del bolsillo, fue a medir el bastidor de la ventana.

– Tengo la impresión de que esto está cambiando -dijo.

– ¿Cómo va a ser eso? -preguntó Colin con indiferencia.

– Eso se está achicando y la sala también -dijo Chick.

– Pero ¿no ves que no puede ser? -dijo Colin-. Carece de sentido común…

Chick no respondió. Sacó un cuaderno y un lapicero y se puso a anotar cifras.

– ¿Has encontrado trabajo? -preguntó.

– No… -dijo Colin-. Tengo una cita esta tarde y otra mañana.

– ¿Qué tipo de trabajo buscas? -preguntó Chick.

– ¡Bueno! Cualquier cosa -dijo Colin-. Con tal de que me den dinero. Las flores cuestan muy caras.

– Es verdad -dijo Chick.

– ¿Y tu trabajo? -dijo Colin.

– Ya te acuerdas de que hacía que me supliera un tipo -dijo Chick- porque yo tenía muchas cosas que hacer…

– ¿Y ellos accedieron? -preguntó Colin.

– Sí, la cosa marchaba. Él estaba muy al corriente.

– ¿Y bien? -preguntó Colin.

– Cuando he querido volver me han dicho que el otro lo hacía muy bien, y que, si quería otro puesto, tenían uno que ofrecerme. Sólo que estaba peor pagado…

– Tu tío ya no puede darte más dinero… -dijo Colin.

Él ni siquiera se planteaba la cuestión. Le parecía obvio.

– Yo no podré pedírselo -dijo Chick -. Se ha muerto.

– No me lo habías dicho…

– No tenía interés -murmuró Chick.

Nicolás volvía con una sartén grasienta en la que se debatían tres salchichas negras.

– Coméosla así -dijo-o Yo no me hago con ellas. Son resistentes hasta un punto extraordinario. Les he puesto ácido nítrico, por eso están negras, pero no ha sido suficiente. -Colin consiguió atrapar una de las salchichas con su tenedor. La salchicha se retorció en un espasmo postrero.

– Yo ya tengo una -dijo-o ¡Ahora te toca a ti, Chick!

– Yo lo intento, pero está dura.

Lanzó un gran chorro de grasa sobre la mesa.

– ¡Atiza! -dijo.

– No importa -dijo Nicolás-. Es bueno para la madera.

Chick consiguió servirse y Nicolás se llevó la tercera salchicha.

– Yo no sé qué pasa aquí -dijo Chick-. ¿También eran las cosas así antes?

– No -confesó Colin-. Esto está cambiando por todas partes yyo no puedo hacer nada. Es como la lepra. Es desde que se me acabaron los doblezones…

– ¿No tienes ya nada en absoluto? -preguntó Chick.

– Apenas… -respondió Colin-. He pagado por adelantado el viaje a la montaña y las flores porque no quiero escatimar nada por sacar a Chloé adelante. Pero, aparte de eso, las cosas van mal por sí mismas.

Chick había terminado su salchicha.

– ¡Ven a ver el pasillo de la cocina! -dijo Colin.

– Te sigo -dijo Chick.

A través de los cristales, a ambos lados, se distinguía un sol apagado, macilento, sembrado de grandes manchas negras, un poco más luminoso en el centro. Algunos haces miserables de rayos solares lograban penetrar en el pasillo, pero, al contacto con las baldosas, tan brillantes en otros tiempos, se fluidificaban y corrían en forma de largas manchas húmedas. Las paredes desprendían olor a sótano. El ratón de los bigotes negros se había hecho en un rincón un nido sobreelevado. Ya no podía jugar en el suelo con los rayos de oro, como antaño. Estaba acurrucado en un montón de trapitos, y tiritaba con sus largos bigotes enviscados por la humedad. Durante algún tiempo, había conseguido rascar un poco los baldosines para que brillaran de nuevo, pero la tarea era demasiado inmensa para sus patitas, y ahora permanecía en un rincón, tembloroso y sin fuerzas.

– ¿No calientan los radiadores? -preguntó Chick, subiéndose el cuello de la chaqueta.

– Sí -dijo Colin-. La calefacción está puesta todo el día, pero no hay nada que hacer. Es aquí donde eso ha empezado…

– ¡Es la pera! -dijo Chick-. Habría que llamar al arquitecto.

– Ya vino -dijo Colin-. Se puso enfermo después.

– ¡Oh! -dijo Chick-. Bueno, probablemente se arreglará.

– No lo creo -dijo Colin-. Ven conmigo, vamos a terminar de almorzar con Nicolás.

Entraron en la cocina. También allí se había encogido la pieza. Nicolás, sentado delante de una mesa lacada de blanco, comía distraídamente, leyendo un libro.

– Oye, Nicolás… -dijo Colin.

– Sí, sí -dijo Nicolás-, ya iba a llevaros el postre.

– No se trata de eso -dijo Colin-. Nos lo tomaremos aquí, es otra cosa. Nicolás, ¿no quieres que te despida?

– No me apetece -dijo Nicolás.

– Pero es necesario -dijo Colin-. Aquí vas de mal en peor. Has envejecido diez años en ocho días.

– Siete años -rectificó Nicolás.

– Yo no quiero verte así. Tú no tienes culpa de nada. Es la atmósfera de esta casa.

– ¿Y tú? -dijo Nicolás-. ¿A ti no te afecta?

– No es lo mismo -dijo Colin-. Yo tengo que curar a Chloé y todo lo demás me da igual, por eso la cosa no hace presa en mí. Y tu club ¿cómo marcha?

– Ya no voy… -dijo Nicolás.

– No quiero saber nada más -repitió Colin-. Los Ponteauzanne buscan un cocinero. He firmado por ti. Quería que me dijeras si estabas de acuerdo.

– No -dijo Nicolás.

– ¡Es igual! -dijo Colin-. Irás de todas maneras.

– Es una putada por tu parte -dijo Nicolás-. Parece que me largue como una rata.

– No -dijo Colin-. Es que es necesario. Sabes bien cuánto me duele…

– Lo sé -dijo Nicolás. Cerró el libro y sumió la cabeza entre los brazos.

– No tienes razón para enfadarte -dijo Colin.

– No estoy enfadado – respondió Nicolás.

Levantó la cabeza. Estaba llorando silenciosamente.

– Soy un idiota -dijo.

– Eres un tipo fantástico, Nicolás -dijo Colin.

– No -dijo Nicolás-. Me gustaría largarme a Colonia. Por el olor. Y porque así estaría tranquilo…

Загрузка...