EPISTOLARIO

1. Desde Egipto (15 de mayo a 5 de julio)

Las vestiduras de Isis son abigarradas para representar el cosmos; la de Osiris es blanca y simboliza la Luz Inteligible que hay más allá del cosmos.

PLUTARCO

Haced lo que teméis y el temor morirá.

KRISHNAMURTI

Cuando estés frente a la muerte, no luches. Abandónate, déjate ir. El impulso que te arrastrará es cósmico ¿Acaso alguien sabe lo que hará en la tierra cuando llega a ella? ¿Por qué no ha de suceder lo mismo después de la muerte?

SHRI ANIRVAN


El Cairo, 5 de julio de 1991


MI QUERIDO F.S.D.: en este mismo instante descubro que las iniciales de tu nombre completo suenan casi igual que las siglas de la dietilamida del ácido lisérgico [43]. ¿Casualidad o causalidad?

Son las seis de la tarde y afortunadamente, a pesar de la fecha, empieza a refrescar. Ya sabes cómo las gasta el desierto.

Estoy en la terraza de una habitación del Hotel Mena House con los pies apoyados en un sillón de mimbre idéntico al que acoge mis posaderas.

Desde aquí puedo ver el geiser desdentado de las pirámides recortándose contra el resplandor rojizo del crepúsculo. Un espectáculo que los teólogos podrían utilizar como prueba visible y fehaciente de la existencia de Dios. Tú ya lo conoces.

Fuiste el mensajero de los faraones que hace un cuarto de siglo me indicó este hotel. Los tiempos han cambiado. Hay ahora en sus dependencias muchos más tourists que travellers y la tecnología de punta, que por desgracia ha llegado incluso aquí, corrompe y adocena la vieja atmósfera colonial que tanto nos gustaba, pero en fin… Las pirámides siguen en su sitio, la Esfinge aún no le ha contado su secreto a los chicos de la CNN y el desierto no sólo no retrocede, sino que avanza. La misericordia de Alá es infinita.

Supongo que te extrañará recibir esta carta.

Es la primera que escribo desde que el quince de mayo entré en Egipto por la frontera nazi del golfo de Acaba. Sólo les faltó mirarme el ojo del culo con un telescopio. ¡Y menuda sorpresa se habrían llevado! Porque ni tú ni nadie sabe que, por fin, he perdido la virginidad de la región trasera. Antes o después tenía que suceder. Lo mismo le pasó a Lawrence de Arabia, ¿no? Mi violador ha sido un chinón de chocolate cero cero importado del Rif. Por cierto: ya no me queda ni una mala raspadura. Esta noche tendré que fumarme los flecos de las cortinas. ¿Tú crees que pegarán? Mañana, si la Air India quiere, dormiré en el Nataraj de Bombay. Y allí, Dios mediante, se acabó el problema. Nada es imposible en esa ciudad putrefacta ni en el resto del maravilloso país que la envuelve.

Just moment. Acaba de entrar en la habitación un mucamo con librea, turbante, halitosis, uñas de raposa y gafas de culo de vaso. Trae un servicio de té anglocabrón sin clavo ni cardamomo. ¡Qué desfachatez! El fin del mundo se acerca. No van a faltarnos motivos de risa, de cabreo y de distracción.

No refunfuñes. Ya sé que me he despedido a la francesa, pero te aseguro que las circunstancias así lo exigían. Fue una decisión imprevisible y fulminante. Saqué la mochila, me santigüé, me eché al camino y me planté en Tel Aviv. No tuve tiempo ni para lavarme los dientes. Habla, si te pica la curiosidad, con la Princesita del Almendro-que sabe algo, aunque no todo-y, de paso, cálmala. Dice que eres un descastado, que no te ve nunca y… Está que trina contigo. Ya conoces sus histerias, sus arrebatos y su necesidad de afecto.

No voy a contarte la historia desde el principio. Me llevaría demasiado tiempo. El detonante fue una conversación con Jaime Molina. Vino a Madrid, me pidió que escribiese las memorias apócrifas de Jesús de Galilea, entré en crisis, caí en trance y aquí me tienes, tirando de un hilo que probablemente no me llevará a ninguna parte y metiéndome en unos jaleos horrorosos.

Los de Israel han sido de culebrón venezolano, pero hasta que entré en Egipto no empezó lo bueno. Y perdóname por no ser más explícito. La discreción se impone y los servicios de correos tienen mil ojos. Mi mano derecha ya no le dice nunca lo que hace a mi mano izquierda.

Total: que me puse a atravesar en autostop, como en los viejos tiempos, el desierto del Sinaí y terminé bizco, deshidratado y al borde del coma en la jaima del beduino que me encontró con la lengua fuera junto a un pozo sin agua. Dura experiencia, compañerito. Ya te contaré.

Luego, incorregible que es uno, me perdí durante una semana (pero esta vez con cantimplora) por los infinitos recovecos y curvas peligrosas de la biblioteca del monasterio de Santa Catalina, conocí allí a un hombre de los que Diógenes buscaba con su linterna-es el director, conservador y restaurador del susodicho antro, que parece un sueño babélico de Borges-y descubrí datos estremecedores sobre Jesús de Galilea.

Ahora estoy casi seguro -y si digo casi es porque seguro del todo no lo estaré nunca-de que el Cordero de Dios no era judío de raza ni de religión ni de filosofía ni de sentimiento. Siempre lo sospeché, pero sólo ahora me atrevo a cruzar el Rubicón y a afirmarlo por escrito.

¿Era, entonces, egipcio (como lo fue Moisés)?

Quizá. Eso explicaría muchas cosas y, entre ellas, las aplastantes coincidencias teológicas, escatológicas, morales y litúrgicas del mensaje del Galileo con la antiquísima religión de Isis y de Osiris.

¿Te detallo algunas? Ahí van: la creencia en la inmortalidad del alma, el feminismo avant la lettre, la democratización del culto, la defensa a ultranza de los humillados y ofendidos, la importancia atribuida a la virtud de la misericordia, la iconografía de la diosa madre con el niño en su regazo, las oraciones, el sacramento del bautismo, la alegoría del pez, las técnicas de sanación, la visita efectuada por Jesús al santuario de Osiris en Jerusalén, la eucaristía, la Última Cena, la Pasión, la balanza del Juicio Final, el monoteísmo trinitario, el infierno de fuego, la descripción del Paraíso, el modo de concebir y celebrar la Pascua, los nombres propios de persona, la idea de la Redención y el emblema de la Cruz como árbol de la vida y símbolo de ascensión emparentado con la esvástica (que está siempre en el ojo de la aguja y en la cresta de la ola de todos los cultos solares).

Y de ahí, hermanito de horóscopo, a lo de siempre: laberintos, almendras místicas, mandalas, crismones, rosacruces, cuadrado mágico de los alquimistas… O sea: la Tradición Primordial.

No hay más cera que la que arde.

De ese modo se nos transformaría Jesús en lo que probablemente fue (además de otras cosas): el mayor héroe iniciático, profeta, buda e Hijo de Dios de toda la historia universal, posible e inteligible sólo en el contexto religioso del Mediterráneo. Sus hermanos de sangre, de ideas y de misterios se llaman Mitra, Baal, Herakles, Melkart, Osiris, Attis, Apis, Serapis y… Dionisio.

Sí, Dionisio. Me siento orgulloso de ese nombre.

¿Fantasías? Desde luego, pero apuntaladas por una apabullante ristra de indicios, de noticias, de rumores y de datos. Ya los sacaré a relucir en mis memorias de Jesús, suponiendo que me decida a escribirlas. De momento he metido toda esa información privilegiada (y reservada) en una caja de seguridad.

Y conste, para que no pienses que me he vuelto tan fanático como los miembros del equipo de los judaizantes, que admito la posibilidad de que se haya perpetrado una falsificación pagana del personaje de Jesús similar a la falsificación hebrea involuntaria e inocentemente desencadenada por los evangelistas y desarrollada luego en profundidad por la Iglesia, por los Teólogos, por los eruditos, por las tragaderas de los cristianos de a pie y, últimamente, por la internacional judía.

Los datos de peso paganizante que obran en mi poder -y que aún no he tenido tiempo ni ganas de procesar… Perdóname la barbarie de este anglicismo electrónico-podrían ser el fruto de una manipulación similar a la que mecánicamente, sin que sus autores lo pretendieran, sufrieron los evangelios sinópticos (el de San Juan es otra cosa), escritos los tres por judíos de pura cepa que estaban congénita y arquetípicamente dominados por los usos y costumbres de su entorno, por el sistema de valores de su raza y por la agobiante idea de Yahvé.

Mas no por ello, si se demostrara la existencia de un complot pagano (le tomo prestada la expresión-sacándola de contexto-al bueno de Escota) [44], el Jesús que propongo dejaría de ser mi Jesús. Cuestión de simpatía, en el sentido filosófico y fisiológico de la palabra. Cada cristiano y cada loco con su tema. En esta universidad sólo cabe matricularse por libre. El Cristo histórico-o el Cristo real-sería entonces el que surgiera en el punto de intersección de todos los Cristos personales. De oca en oca y tiro porque me toca. Lo único que pido, Fernando, es que los judaizantes nos respeten a los paganizantes del mismo modo que nosotros los respetamos a ellos.

No he venido a traer la guerra, sino la paz. En el Templo y en el regazo de Dios hay sitio para todos.

Y ahora -brevemente, porque el crepúsculo ha terminado, las pirámides han desaparecido y la gazuza arrecia-sigo con el relato de mi viaje.

Cumplida satisfactoriamente la misión que me había llevado hasta el monasterio de Santa Catalina, y recuperada en ese lugar la salud después del arrechucho padecido en el desierto, me vine a El Cairo y pasé aquí un par de semanas deliciosas junto a dos antiguos compañeros de andanzas tercermundistas Javier Ruiz y Federico Palomera. Los dos están destinados en Egipto.

Que sea por mucho tiempo.

Y ahora viene el plato fuerte del viaje.

Invoqué a Hermes Trismegisto, respiré abdominalmente en ocho tiempos, tiré aguas arriba -de falúa en falúa, de balsa en balsa, de chinchorro en chinchorro- por el Nilo, acampé dos o tres días en el Fayum (quería olfatear el escenario en el que estuvo el celebérrimo laberinto del lago Moeris, que hoy se llama Karun y en cuyas orillas también vivaquearon los esenios: tres mil cámaras distribuidas en varios niveles, según Herodoto, en las que el dios Anubis recogía las almas de los difuntos y las conducía por medio de un hilo hasta el alto tribunal de Osiris. Dicen que Dédalo se inspiró en este monumental palacio de tinieblas para construir en Creta, por encargo del rey Minos, la legendaria prisión de seguridad -diríamos ahora- del monstruoso Minotauro)…

Y, como de costumbre, me he perdido. ¿Por dónde y hacia dónde iba?

Todos los caminos de Egipto y todas las rutas del Nilo llevan a Karnak, a Luxor, al Valle de los Reyes. Arribé allí, después de una larga y azarosa travesía, y me demoré sólo el tiempo necesario para descargar el excedente de energía erótica, reponer los kilos perdidos y explorar -tanteando con el pie-los esteros y riberas de ultratumba.

Mujeres, templos, sepulcros, dátiles, visiones y dolce far niente. No pido más. Con eso me conformo.

Seguí remontando el río más hermoso de la tierra y llegué adonde nunca había llegado antes: a Assuán, al alto Nilo, a las cataratas, a las Grandes Dunas, al último mojón del horizonte, a los templos y lugares de poder de Nubia…

Y allí, Fernando, doblé la esquina más peligrosa de mi existencia y me enfrenté a la prueba más dura (y también más pura) que hasta ahora me ha deparado el destino. Tengo que agradecérsela -y así lo hago, con la debida unción- a mi señor Osiris y a los hierofantes de sus misterios.

Todo-la búsqueda, la invitación a la danza, la descensio ad inferos [45], el susto, la caminata por la tierra de los muertos, la subida al Monte del Paraíso y el aprendizaje de la lectura del libro de las estrellas-duró seis días. Al séptimo volví en avión a El Cairo.

¿Volví? No sé si la palabra es correcta. El Dionisio que llegó al aeropuerto de la ciudad más grande de África no era el mismo Dionisio que había salido de ella por vía fluvial cinco semanas antes.

Sé lo que estás pensando, y aciertas. Me sometí voluntariamente, con dos cojones (y los dos de corbata), a un explosivo proceso iniciático de muerte y resurrección. Pero sin bromas, Fernando. Esta vez iba de verdad. Llevaba, como en la belle époque de la militancia antifranquista, un contacto. Me lo había facilitado un profesor yemenita-ciego, pero lleno de luz-al que conocí en Jerusalén. Y funcionó, ya lo creo que funcionó.

Me llevaron a un inmundo camaranchón subterráneo, me pidieron que me quitase toda la ropa sin perdonar ni siquiera los calzoncillos, me encasquetaron un capuchón de seda fosforescente sin aberturas para los ojos, me lo anudaron al cuello y me abandonaron de ese modo y con esa pinta -en pelotas y a palo seco, sin pan, sin agua y sin linterna-en el interior de un laberinto hasta el que no llegaba (lo supe luego) un maldito rayo de luz. Las paredes eran de piedra sin desbastar y el techo estaba situado a tan corta altura que no podía caminar erguido. Olía a moho, a murciélagos, a tinieblas, a vacío, a silencio. Tropecé con algo que parecía una gigantesca telaraña, la aparté a tientas, noté un soplo frío que me subía por el muslo, extendí la mano y…

Pero no voy a contar por carta ni de ninguna otra forma lo que a partir de ese momento me sucedió. Para ello necesitaría mil horas y, además, el secreto iniciático-el mismo que selló la boca de Platón después de que el sumo sacerdote de Sais levantara ante los estupefactos ojos de su espíritu el velo de Isis y le explicara el misterio de la Atlántida-me lo impide.

Tiempo al tiempo, Fernando.

¿Quieres saber -porque eso sí puedo decírtelo-dónde ocurrió todo esto?

¡Y dónde iba a ocurrir, hermanito, sino en la isla de Philae, al pie de la primera catarata y en el corazón del gran templo de Isis emplazado allí desde el primer vagido de la historia!

Es un sitio indescriptible e incomparable: un brioso lugar de poder que para sí hubiese querido Carlos Castaneda. En todo el valle del Nilo no encontrarás nada semejante. Yo, al verlo, me pellizqué y pensé que estaba soñando, que aquello era un espejismo o una alucinación… Y, de ti para mí, te confieso que aún no he rechazado esa idea. Quizá no exista la isla de Philae. Quizá nunca haya estado yo allí. Quizá me embromó el profesor yemenita. Quizá me habían suministrado una pócima psicodélica en el hotel. Quizá haya sido todo-mi contacto, mi iniciación, mi prueba del laberinto-una simple pesadilla histérica con final feliz.

No lo sé. Pero hay algo más. Algo que no debes contar a nadie. Nunca, Fernando, a no ser que yo te autorice a ello. Promételo.

Cuando estaba en la fase más dura de la peripecia, en su vórtice, en la cumbre de su clímax, acurrucado en un rincón, con la cabeza entre las rodillas y la seda de la capucha empapada en lágrimas, famélico, sediento, tembloroso, reumático, envejecido y a punto de tirar la toalla, de llamar al hierofante, de aceptar mi derrota y de convertirme por los siglos de los siglos en una estatua de sal de las montañas de Sodoma, Jesús de Galilea se materializó ante mí, me habló, me consoló, me guió hasta la salida del laberinto, me bendijo y desapareció.

Es la segunda vez que le veo. La primera fue en el Monte Tabor, hace un par de meses.

¿Será cierto lo de que no hay dos sin tres?

Quedo a la espera.

Ni una palabra más.

Te escribiré de nuevo desde Orissa, desde Cachemira o desde el Pequeño Tíbet. Esos son los tres lugares en los que aún debo rastrear las huellas del Jesús oculto. Y si tú quisieras contestarme, aunque supongo que no lo harás, envía tu carta a la poste restante [46] de Puri. Hasta finales de julio, como mínimo, andaré por allí. Luego…

Que la Fuerza te acompañe.


DIONISIO

2. Desde la India (6 de julio a 17 de septiembre)

Existe en el fondo de las células-además de su mortal memoria genética-una mente solar e inmortal capaz de abrir el camino a otro ser después del hombre.

Nada es imposible para quien practica la meditación. Con la meditación se llega a ser dueño del universo.

LAOTSÉ

No hay sendero hacia la verdad, ni hindú, ni cristianismo, ni budista, ni musulmán. La verdad tiene que ser descubierta a cada instante; y sólo podrás descubrirla cuando la mente está libre, sin la carga de la continuidad de la experiencia.

KRISHNAMURTI

Sirve, ama, da, purifica, medita, realízate.

SHIVANANDA


Konarak, 15 de agosto de 1991


MI QUERIDO SOSIA: ¡y pensar que hoy es en España el día de la Virgen!

Pero yo también bailo la jota aquí, hermanito. Seguro que no te imaginas de qué forma ni hasta qué punto.

Primer zambombazo: me alojo, desde hace aproximadamente un mes, en un centro de prostitución sagrada (y, por supuesto, clandestina) de la no menos sagrada ciudad de Puri.

Mi maestro, que es un brahmachari [47] como la copa de un pino, me ha dado cuarenta y ocho horas de asueto y libertad en premio a mi disciplina, a mi diligencia y a los servicios prestados.

Sí, servicios… En seguida lo entenderás.

No siempre se cumple, Fernando, lo establecido por ese tópico-tan ramplón-que asegura que el tiempo no pasa en balde. Yo me siento ahora como si tuviese treinta y tres años -los que tenía cuando recorrí el camino del corazón- y como si el mes de agosto de mil novecientos noventa y uno fuera en realidad el mes de noviembre del mil novecientos sesenta y nueve.

Voy a ayudarte a refrescar la memoria. Te escribo, hermano, desde la veranda del Tourist Bungalow de Konarak, es de noche, la luna está en cuarto menguante y de un momento a otro van a traerme un servicio completo de té de Darjeeling con aroma de clavo y cardamomo. Mordisqueo el extremo de mi bolígrafo y…

¿Te acuerdas?

No me he sentado a escribirte desde aquí, precisamente desde aquí, por casualidad, sino por causalidad. Por causalidad tántrica y por voluntad de mi maestro. Llegué a Puri el día doce de julio, pero hasta hoy no se me ha concedido un solo momento de libertad y de disponibilidad para el descanso ni para ocuparme de las pequeñas cosas de la vida cotidiana. El trabajo y la meditación absorben todo mi tiempo.

Supongo que te estarás preguntando por qué extraña regla de tres o ecuación diofántica he terminado nada menos que en el golfo de Calcuta (y, dentro de él, en el estado de Orissa, que es la capital indiscutible del tantra, de sus ritos secretos y de su transgresora doctrina) al hilo de un viaje cuyo único y último objetivo es mi señor Jesús de Galilea.

Ya sabes que la discreción -más necesaria que nunca en este caso-me obliga a no ser muy explícito. Y no lo seré.

¿Por dónde empiezo?

Digamos que las pistas encontradas en Israel y en Egipto a propósito de la vida oculta del Nazareno me empujaban hacia dos lugares geográficamente compatibles entre sí: Orissa y el Pequeño Tíbet. Y como esos dos centros de poder espiritual se encuentran en la India, a la India me he venido con la intención de matar todos los pájaros de un tiro, incluyendo también en éste la inevitable Cachemira para sopesar lo que hay de verdadero y de falso en la leyenda relativa a la ubicación del sepulcro de Cristo en un sotanillo de la ciudad flotante de Srinagar.

Y al decir vida oculta, Fernando, no me refiero sólo a los años anteriores a la primera aparición pública de Jesús, sino también a lo que hizo o dejó de hacer éste después de su crucifixión, suponiendo -claro- que la hipótesis según la cual el Galileo no murió en el trance se revelara cierta.

Hay, de hecho, muchas vidas ocultas de Jesús (demasiadas, me atrevería a decir): la que habitualmente se entiende por tal, la que he mencionado en el párrafo anterior, la del Cristo gnóstico y los mil y un Cristos esotéricos, la de la presunta manipulación paulina, la del escamoteo practicado por la Iglesia…

Vaya por delante que aquí -en Bhubaneswar, en Konarak, en Puri- no he encontrado gran cosa por lo que a mi búsqueda se refiere.

Leyendas, sí; certidumbres, pocas. Pero no quiero irme de la lengua por carta. Los adelantos de la electrónica han convertido el espionaje en moneda cotidiana al alcance de cualquier hijo de puta y tengo, desde que salí de Israel, la sensación de que me siguen, me controlan, me vigilan. Será paranoia, supongo, pero eso no me sirve de consuelo ni reduce mi taquicardia. Vivimos como don Quijote, permanentemente instalados en el caparazón de nuestra realidad psíquica y todo los demás son gaitas. La caja de seguridad que he alquilado en Madrid se está convirtiendo -nota a nota, dato a dato-en el cofre de la Isla del Tesoro.

De todas formas, y a pesar de lo que acabo de escribir, voy a resumirte en muy pocas palabras el estado de la cuestión.

Lo que cautelosamente insinuaron mis informadores durante mi accidentado periplo por el Oriente Medio fue que Jesús se unió en su adolescencia o primera juventud a alguna o algunas de las caravanas que en aquella época iban y venían-cargadas de productos, de noticias y de ideas-entre el litoral fenicio y los grandes emporios comerciales de la península del Indostán que aquí-en Puri o en las ciudades cercanas- se inició en los misterios del gnosticismo hindú que regresó luego a Palestina transformado en un hombre diferente y que, por último, regresó a la India después de los dramáticos sucesos de la Pasión, pero no se estableció en Orissa, sino en un monasterio de Ladak colgado de las estribaciones del Himalaya.

Y allí-aunque esto lo añado de mi cosecha- es de suponer que el Galileo se iniciara también, si es que no lo había hecho antes, en los misterios del gnosticismo tibetano.

Sé el nombre de ese cenobio, pero mi boca está cosida por una promesa. De momento.

Adivino lo que estás pensando: si no hay rastro alguno de Jesús en la zona de Orissa, ¿qué diablos pinto aquí? Tu perplejidad es comprensible, porque-desde luego- no entraba en mis cálculos la delirante posibilidad de permanecer papando moscas (y otros insectos de mayor trapío) durante seis semanas en un lupanar sagrado del culo del mundo. Me quedo corto, muy corto, si digo que tengo a la familia excesivamente descuidada. Y más aún a mi chica. Pero, como siempre, la vela propone y el viento dispone.

Tenía otro contacto en Puri. Y también funcionó. Tanto, hermanito, que no me reconocerías si me vieses. Muchas cosas han cambiado en mí, incluso físicamente. El yoguín y el guerrero que quise ser se han sacudido la arena de esta plaza y han sido reemplazados por el bhairava (que no es, como por su raíz etimológica cabría pensar un simple hombre que ama, sino alguien que es amor y sólo amor en su estado más puro. ¡Uf!

No resulta nada fácil traducir el esprit de finesse del sánscrito a la ruda geometría latinizante de las lenguas románicas).

O diciéndolo de otro forma: el indómito pirata se ha metamorfoseado en una mujercita, en una señorita, en una putita.

Jugarretas del yang y del yin. Nadie, efectivamente, debería hablar del agua que en su opinión no ha de beber.

Y eso, Fernando, ni siquiera a mi edad, que por cierto es la tuya. Dice mi maestro que no cuentan los años, sino la intensidad de la luz que se lleva dentro. Y ese principio vale también para el asunto que no tiene enmienda.

¿Bromeo al confesar que me he transformado en un dócil, grácil y lascivo representante del sexo opuesto al que en su día me otorgó natura?

Pues sí, bromeo, pero no del todo. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.

No me he convertido en un peripatético de la acera de enfrente ni en una exuberante señora con papada y michelines, pero sí he aprendido -tal y como me insinuó la Princesita del Almendro la última vez que la vi-a no seguir postergando durante más tiempo el estallido de mi feminidad, a desarrollar de una puta vez mi lado yin y a empezar a ser hembra sin dejar de ser macho [48].

Ni más ni menos que el Andrógino, Fernando… El famoso andrógino al que tantas vueltas le hemos dado tú y yo (y nuestro común amigo Luis Racionero) desde que empezamos a descubrir la cara oculta de la realidad. El ouróboros de los alquimistas o dragón que se muerde la cola. La esfera formada por el ensamblaje del yin con el yang. El monstruo de dos espaldas. El anima y el animus de Jung. La recíproca penetración (nunca mejor dicho) y compenetración de los complementarios. O -sólo en la India- el triple par de fuerzas formado por Brahma y Sarasvati, Vishnú y Lakshmi, y Shiva y Parvati.

Es decir: plenitud, felicidad, sabiduría… ¿El camino del corazón? Sí, Fernando: el camino del corazón y el camino de la iluminación.

No voy a hablarte del tantra a estas alturas, porque lo conoces igual o mejor que yo, pero sí quiero explicarte sin entrar en honduras que para meterme a fondo en él-en esta ciudad sagrada, anarcoide y salvaje no se andan con chiquitas- he tenido que pasar por el trago de mi completa feminización sexual, mental y sentimental.

Se trataba, según mi maestro (que a veces utiliza el mismo lenguaje de don Juan y de Carlos Castaneda), de obligarme a romper las rutinas anatómicas, fisiológicas y psicológicas de mi condición y atributos masculinos.

Y para eso nada mejor que depilarme, que maquillarme, que vestirme con provocativa ropa de mujer-enseñándome, de paso, a serlo-y que entregarme a una variopinta muchedumbre de varones rijosos en una desangelada habitación provista de un mugriento camastro. Todo, en ella y sobre él, recordaba mucho más a los burdeles de los barrios chinos que a las cámaras interiores de los templos donde ejercían su oficio sin beneficio las prostitutas sagradas del antiguo Mediterráneo.

Mi iniciación empezó con la lectura de un texto venido de la noche de la historia: el Vigyana Bhairava Tantra. No sé si lo conoces. En él, Devi -llamé así a mi hija en homenaje a esa deidad del hinduismo-se sienta en el regazo de su esposo y exclama: ¡Oh, Shiva! ¿Cuál es tu realidad?

¿Qué es este universo colmado de maravillas?

Y el dios, representado como una flor de loto con mil pétalos, responde a tan ardua cuestión desplegando ante la diosa consorte los cientos doce métodos de la meditación shivaíta.

Muchos -casi todos-los he practicado ya.

Treinta y tres días muellemente fundidos en los catres de una casa de mancebía dan bastante de sí. Y te juro, Fernando, que mientras medito entre polvo y polvo-o, mejor aún, durante ellos-con una intensidad para mí desconocida, siento como si poco a poco fuera transformándose mi cuerpo en una serpiente enroscada-así lo sugiere la iconografía tradicional del tantrismo y así, efectivamente, es- que va desplegando sus múltiples anillos y ascendiendo de chakra en chakra hasta activar todos mis centros de energía cósmica, telúrica y espiritual. Luego, cuando estalla el orgasmo (que puede ser físico o mental, pero sin eyaculación ni, por lo tanto, desgaste), el fuego de kundalini me golpea el entrecejo y me abrasa el vértice y el vórtice de la coronilla, y presencio (y escucho) con el tercer ojo el bing bang de los orígenes y la horripilante y fascinante cabalgata del fin de los tiempos.

No busques literatura en esta descripción, sino realismo. Así están las cosas. Así son y así serán hasta que El diga basta.

He aprendido a vivir en el presente, a ahuyentar los espectros del dualismo, a ser territorio y no mapa, a manejar el lenguaje de la compasión (que no pretende demostrar nada, sino ayudar a quien te escucha) y a desdeñar la inútil búsqueda del porqué de las cosas concentrándome por entero en averiguar su cómo.

Y esto último, Fernando, porque al tantra -que es la única forma de misticismo y de gnosticismo eficaz en el kaliyuga o Edad de Hierro o período cósmico de las vacas flacas-no le importa saber en qué consiste la verdad, sino cómo llegar a ella.

También me han enseñado muchas cosas relativas al sexo. He aprendido -ya lo dije- a hacer el amor sin eyacular y a no hacerlo cuando estoy excitado, a no buscar en el coito la cumbre del placer instantáneo sino el valle del gozo sostenido, a olvidar lo que sabía, a dejar que bailen durante la cópula todas las células del cuerpo como bailan las espigas del trigal cuando las agita el aire, a volverme loco sin perder la calma (¿recuerdas el desatino controlado de Carlos Castaneda?), a respirar lenta y profundamente mientras me apareo, y a comprender que las posturas del kamasutra no son físicas, sino mentales, y que el amor carnal rectamente planteado y practicado desemboca en un continuum meditativo que regenera el cuerpo en lugar de desgastarlo.

El sexo como templo, como plegaria, como trampolín, como espacio para la meditación y ceremonia para la iniciación.

¿Hay, por ventura, algo en el mundo que no sea sagrado para quien vive en permanente actitud sacramental? Al hombre justo, decían los cátaros, todo le está permitido.

Y, por último, he aprendido que la muerte debe vivirse como si fuera (que lo es) un gigantesco y definitivo orgasmo. En el momento de morir-son palabras de mi maestro-sé consciente de tu cuerpo que muere, como si se retirase hacia el centro, y entonces serás inmortal.

¡Oh, Shiva! Responde, te lo suplico, a la pregunta que me atormenta desde que llegué a Puri: ¿se inició Jesús, si realmente estuvo aquí, en los secretos y misterios del tantrismo?

El dios permanece en silencio mientras mi conciencia habla y dice: temeridad sería afirmarlo, pero la pregunta es legítima.

Puri era ya, muchos siglos antes del nacimiento de Cristo, un puerto franco de arribada al que acudían místicos y mercaderes de todos los confines de la tierra y del que salían bonzos y misioneros budistas hacia los archipiélagos de lo que hoy llamamos Indonesia y Filipinas. Aquí decidió seguir el legendario rey Ashoka las enseñanzas de Buda después de derrotar a sus enemigos en una sangrienta batalla y esa conversión fue el punto de partida de una época de prosperidad y de espiritualidad en todo el país que los hindúes recuerdan hoy como los ciudadanos de Florencia recuerdan el Renacimiento. Aquí se celebra año tras año, a finales de junio o principios de julio, el celebérrimo Rath Yatra o desfile de carrozas sacramentales -ríete, Fernando, del fervoroso paso de la Trianera o de la Macarena en las procesiones de Sevilla- y también aquí, en Puri, siempre en Puri, la vida y la muerte danzan como un derviche loco alrededor del formidable templo de Jagganath, dedicado a Vishnú, en cuyas salas, capillas, patios y dependencias siguen celebrándose, prodigiosamente hibernadas, todas las ceremonias y misas mayores del antiquísimo culto al Señor del Universo. ¡Lástima que los sacerdotes de éste hayan decidido prohibir la entrada en el templo a quienes no profesan la religión hinduista! Pero les alabo el gusto, porque donde llega el turismo no vuelve a crecer la hierba.

En una ciudad así, y en un ambiente como el que a vista de pájaro te he descrito, ¿qué pintaba Jesús? ¿Qué hacía? ¿Qué no hacía? ¿Qué olvidó y aprendió? ¿Qué enseñó, si es que ya entonces-adolescente, una vez más, entre los doctores de la sinagoga-tenía algo que enseñar?

Preguntas, Fernando, a las que de un modo u otro habrá que responder si me meto en el lío mayúsculo de escribir las memorias del Galileo.

Llevo, como ves, muchas historietas sabrosas en el zurrón, pero ya te las contaré cara a cara en tu feudo soriano, con música de fondo sanjuanera y frente a un sólido porrón de clarete de Gormaz servido por Hermógenes en el jardín de la Casa del Guarda de Valonsadero. ¡Salud y viva Soria libre, mágica y templaria!

Mi maestro dice que podré abandonar el centro de iniciación y de prostitución, si todo va como hasta ahora, a finales de la próxima semana o a comienzos de la siguiente. Confío en que sea cierto, aunque aquí me lo paso en grande.

Cuando regrese no voy a tener más remedio que escribir una novela pornográfica. ¡Seguro que no hay muchos escritores-y menos de lengua española-que hayan vivido y quieran contar lo que desde hace más de un mes me está sucediendo!

Pero lo cortés no quita a lo libidinoso. Las viejas costumbres tiran de mí y en cuanto llegue a Delhi, camino de Cachemira, voy a pasar dos o tres días bravos, por los menos, en una casa de niñas profanas para recuperar-que no me oiga el maestro- ciertas rutinas sexuales. Pero ojo: allí seré yo quien escoja la postura y lleve la voz cantante. Me muero de ganas.

Un abrazo.


DIONISIO


Srinagar, 5 de septiembre


Fernando: sólo unas líneas… Si es posible.

Te escribo tumbado en la balconada de proa de un lujoso y lujurioso houseboat. [49]

Acaban de traerme un aperitivo -sin alcohol, naturalmente-y el Lago de las Maravillas se despliega ante mí en todo su esplendor.

Cachemira no ha cambiado. Te diría, incluso, que está mejor que nunca, porque gracias a los follones desencadenados por los sikhs-que son los etarras de esta parte del mundo-y al continuo guerrear (o guerrillear) civil y religioso ya no vienen turistas. Sólo lo hacen, con cuentagotas, los travellers, especie casi en extinción.

Llevo aquí diez días. Demasiados o demasiado poco, según se mire. Mañana me voy por tierra hacia Leh, capital del Pequeño Tibet. Tardaré, como mínimo, cuarenta y ocho horas en llegar. La carretera es de aúpa y los precipicios de vértigo. No se bromea con el Himalaya.

Pasé, antes de salir de Orissa, por la poste restante de Puri y encontré tu abultado informe.

Gracias. Los curiosos datos de historia comparada de las religiones que me facilitas en él refuerzan mi postura. Seguiré adelante con renovado brío.

Por cierto: mi virilidad no ha sufrido menoscabo alguno. Sigo siendo el que era. Estuve en el burdel de Delhi y todo salió a pedir de boca. Ningún problema, ningún trauma, ningún titubeo. Al contrario. Ahora entiendo mucho mejor a las mujeres (y ellas también me entienden mejor a mí).

El maestro tenía razón.

¿Recuerdas lo que decía en mi carta anterior a propósito de Jesús y de su posible iniciación en los misterios tántricos? Pues otra vez se ha producido, en lo tocante a ello, el eterno cortocircuito de la casualidad y la causalidad. Anoche encontré en un cajón de la mesa del camarote que se me ha asignado un libro escrito en francés por un tal Alain Danielou, profesor de la Universidad de Benarés y director de la Biblioteca de Manuscritos Sánscritos de Madrás. Alguien se lo dejó allí. El título lo dice casi todo: Shiva y Dionisio (la religión de la naturaleza y del eros) [50]. Empecé a hojearlo después de cenar y cuatro horas más tarde aún seguía despierto. No me resisto a la tentación de entresacar unos párrafos, aunque mejor sería enviarte todo el libro. Pero ya sabes que en la India es muy difícil, si no imposible, hacer fotocopias. Quiero compartir contigo mi entusiasmo. Abre bien los ojos, quítate el cerumen de las orejas y escucha…

El mensaje de Jesús se opone al de Moisés y, más tarde, al de Mahoma. Era un mensaje de liberación y de revuelta contra un judaísmo convertido en monoteísta, desecado, ritualista, fariseo, puritano. El cristianismo, en su forma romana, se opuso inicialmente a la religión del Estado.

No sabemos gran cosa sobre las fuentes de las enseñanzas de Jesús ni sobre los años transcurridos “en el desierto", mirando hacia Oriente. El mito cristiano parece muy vinculado a los mitos dionisiacos. Jesús, como Skanda [51] o Dionisioes hijo del padre, de Zeus. No tiene esposa. Sólo la diosa madre encuentra un hueco a su lado. La gente que le escucha y que le sigue-sus obhaktas-pertenecen al pueblo llano. Su enseñanza se dirige a los humildes, a los marginados. Acoge a las prostitutas y los perseguidos. Su rito es un sacrificio. En la leyenda órfica ocupa un lugar relevante la pasión y la resurrección de Dionisio.

Numerosos milagros de éste se atribuyeron a Jesús. Los paralelismos entre las dos mitologías son evidentes. Los mitos y los símbolos relacionados con el nacimiento y la vida del Nazareno -su bautismo, su entorno, su entrada en Jerusalén a lomos de un asno, la Cena (rito del banquete y del sacrificio), la Pasión, la muerte, la resurrección, las fechas y la naturaleza de las fiestas, el poder de curar y de transformar el agua en vino- evocan inevitablemente el modelo dionisiaco.

Parece, pues, que la iniciación de Jesús revistió carácter órfico o dionisiaco, y no esenio, como a menudo se ha sugerido. Su mensaje, que representa una tentativa de regreso a la tolerancia y al respeto por la obra del Padre Creador, fue desnaturalizado por completo después de la muerte de Jesús. El cristianismo posterior a ella se opone frontalmente al que el Maestro predicó: imperialismo religioso, intereses políticos, guerras, masacres, torturas, hogueras, persecución de los herejes y negación del placer, de la sexualidad y de todas las vivencias del goce de lo divino. Nada de eso era así al principio. Durante mucho tiempo se acusó a los cristianos de celebrar sacrificios sangrientos, ritos eróticos y orgías. No es fácil averiguar qué fundamento tenían estas murmuraciones. Más tarde volvieron a desencadenarse en lo concerniente a los círculos secretos de carácter místico e iniciático que intentaban resucitar y perpetuar el cristianismo de los orígenes.

Encontramos de nuevo el simbolismo ternario hindú en la base del concepto de la Trinidad cristiana. El Padre representa el principio generador del mismo modo que Shiva representa el Falo. El Hijo es el dios protector que se encarna y desciende al mundo para salvarlo, como Vishnú y sus avatares. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, es la chispa que une ambos polos y equivale a Brahma (la inmensidad). El Hijo-y lo mismo sucede con Vishnú- tiene muchas cosas en común con Shakti (el principio femenino, la diosa) y representa, por lo tanto, al Andrógino. Su culto se mezcla y confunde constantemente con el de la Virgen Madre.

Los esfuerzos realizados por la Iglesia para disimular las fuentes órficas y shivaitas de la doctrina de Jesús han arrinconado en el olvido la verdadera y profunda significación del mito cristiano y desembocado en interpretaciones materialistas y pseudohistóricas carentes de sentido ecuménico.

El politeísmo, sin embargo, aún sigue presente tanto en el mundo católico como en el protestante, cuyos teólogos e ideólogos se han limitado a reemplazar los nombres de los antiguos dioses por los inscritos en el santoral. No existe prácticamente ningún templo cristiano dedicado a Dios.

Todos están bajo la égida de la Virgen Madre o de esas divinidades menores a las que llaman santos.

En un medio politeísta el cristianismo se funde fácilmente con la religión tradicional, como sucede -por ejemplo-en la India, donde lo mismo se invoca a la Virgen que a Kali, donde se confunden los cultos del Niño Krishna con los del Niño Jesús y donde el espíritu bhuta que se apodera de los participantes en ciertas ceremonias de danza extática toma el nombre de los santos cristianos.

¿Se puede recuperar el mensaje de Jesús? Quizá si. Para ello seria necesario el retorno a un evangelio mucho menos selectivo y el redescubrimiento de cuanto la Iglesia, cuidadosamente, ha ocultado o destruido en lo tocante a sus fuentes y a su historia, prestando especial atención durante esa tentativa de rescate a los llamados evangelios apócrifos, algunos de los cuales son más antiguos que los canónicos. Eso permitiría regresar a lo que pudo ser la verdadera enseñanza de Cristo, fruto del esfuerzo realizado por éste para adaptar su mundo y su época a la gran tradición humana y espiritual de los cultos shivaitas y dionisiacos.

Un Jesús despojado de los falsos valores que a partir de San Pablo rodean y deforman su enseñanza podría reincorporarse con facilidad a dicha tradición. Pero eso, evidentemente, sólo podría hacerse al margen de quienes con singular audacia se arrogan el titulo de representantes de Dios en la tierra y de intérpretes exclusivos de su voluntad. La verdadera religión es la que respeta humildemente la obra divina y su misterio.

Se equivocan quienes piensan que el Occidente moderno es cristiano. Lo fue, si, en la Edad Media, pero luego dejó de serlo. A partir del año mil, aproximadamente, se difunde por Europa la idea de que el hombre es capaz de dominar el mundo y de rectificar la creación echándole, en cierto modo, una mano a Dios. Esa arrogante conjetura socava la base del cristianismo y lo modifica profundamente. Ya nunca volverá a ser una verdadera religión, es decir, una religión ecuménica que se dirija a la totalidad del ser humano integrando a éste en la naturaleza y ayudándole a restablecer sus relaciones con el mundo de los espíritus y de los dioses. El último cristiano cabal, desde este punto de vista, fue san Francisco de Asís. Toda religión es, en principio, un sistema o un modo de aproximarse a lo divino. De ahí que una verdadera religión no pueda ser exclusiva ni pretender que tiene el monopolio de Dios, pues la realidad divina es tan polimorfa como los caminos que conducen a ella [52].

Dan ganas de decir amén, ¿no? Yo, al menos suscribo de la cruz a la bola todo lo que el señor Danielou-al que ya considero, sin conocerlo, un amigo del alma, un hermano espiritual y un compañero de fatigas en la lucha contra el Sistema- sostiene contundentemente en estos párrafos y en las trescientas cincuenta y seis páginas de su libro, que no tiene lastre alguno y que debería ser de lectura obligatoria en todas las escuelas del mundo occidental.

Estoy, incluso, dispuesto a darle la razón en lo que dice sobre los esenios, renunciando así a lo que hasta hace muy poco tiempo era en mí certidumbre casi absoluta respecto a las conexiones existentes entre esa secta y la figura de Jesús.

Ahora bien: con una leve y breve reserva que menciono a beneficio de inventario… ¿Por qué no admitir la posibilidad de que el Galileo se iniciara sucesivamente en los misterios esenios (que le caían cerca), en los órficos y en los dionisíacos?

Nada quitan los unos a los otros. Al contrario: más bien se complementan. Yo mismo, modestamente, me he sometido (o, quizá, me he enfrentado) a dos procesos de iniciación muy distintos desde que empecé este viaje: el de Isis y Osiris en el Alto Nilo, y el del tantra, en Orissa. Y aún no sé lo que me espera en Ladakh.

Me siento, vanidad aparte, como si por fin hubiese encontrado el hilo de Ariadna que antes o después me permitirá salir con vida del laberinto. Todo encaja, todo se ilumina, todo cobra sentido si elevamos a tesis la hipótesis de la conexión multivalente entre el cristianismo, el shivaísmo y el tantrismo a través de una deidad del Mediterráneo que se llamaba como yo. Estoy, de hecho, orgulloso de mi nombre. Y ahora, sólo ahora, entiendo por qué -de pista en pista de sugerencia en sugerencia, de dato en dato- los misteriosos informadores (llamémoslos así) encontrados no menos misteriosamente en el curso de mi viaje me enviaron primero a Nubia, luego al golfo de Bengala y, por último, al Tibet indio.

Prácticamente-es ahora cuando la visión de conjunto me permite tirar del hilo y devanar la madeja- fui expulsado de Israel y catapultado hacia Oriente. Con ese impulso excéntrico se me transmitía la lección y el mensaje de que nada absolutamente nada relativo a Jesús de Galilea puede encontrarse hoy en el microcosmos judío -a no ser que se busque por la vía del argumento a contrarii-y poco, muy poco, en la doctrina de la Iglesia.

Chau, hermanito… Me voy a pasear en una suntuosa góndola de estilo hindú-aquí las llaman shikaras-por las verdinegras aguas de la laguna con el cuerpo y el alma hundidos en los dulces brazos de una hurí del profeta. Tengo que recuperar el tiempo perdido (aunque no desperdiciado) en el lupanar de Puri.

No me escribas a Leh ni a ninguna otra parte.

Quédese lo que allí encuentre y lo que allí me suceda para nuestra ya inminente charla frente al porrón de vino de la Ribera del Duero. A finales de mes, si los de arriba no deciden lo contrario, estaré de nuevo en Madrid e iré a verte. Los acontecimientos se precipitan. La Gran Conjura ha empezado. ¡En pie los creyentes de la tierra!

Conviene, Fernando, que cambiemos impresiones, que tomemos decisiones y que cerremos filas.

Ahí está la góndola que rumbosamente he alquilado. Su piloto, a juzgar por la desmesurada longitud de sus corvas y torvas napias (aquí abundan los narigudos de Quevedo), podría ser una de las numerosas reencarnaciones de Cyrano de Bergerac. Pero no será él, afortunadamente, sino ella-la hurí-quien me lleve a la luna [53].

Arrieritos somos.


DIONISIO

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