TRES ODISEAS

Finalmente, la 56 ha encontrado el lugar ideal para construir su ciudad. Es una colina redonda. La escala. Desde lo alto ve las ciudades que están más al este: Zubi-zubi-kan y Glubi-diu-kan. Normalmente, la vinculación con el resto de la Federación no debería de plantear demasiados problemas.

Examina la zona. La tierra es un poco dura y presenta un color gris. La nueva reina busca un lugar donde el suelo sea algo más blando, pero es consistente en todas partes. Cuando hunde decididamente las mandíbulas, con objeto de excavar su primera estancia nupcial, se produce una extraña sacudida. Es como un temblor de tierra, pero demasiado localizado para ser uno de verdad. Golpea otra vez el suelo, y la cosa se repite, y aún peor. La colina se levanta y se desliza hacia la derecha.

La memoria hormiga ha registrado muchas cosas extraordinarias, pero nunca una colina viviente, Ésta avanza ahora a buena velocidad, hendiendo las altas hierbas, aplastando la maleza.

La 56 no se ha recuperado aún de su sorpresa cuando ve que se acerca una segunda colina. ¿Qué sortilegio es éste? Sin que le dé tiempo de bajar, se ve arrastrada a un rodeo; de hecho, es una danza nupcial entre colinas. Éstas, ahora, se rozan con desvergüenza… Para colmo, la colina de la 56 es hembra. Y la otra se dispone a subírsele lentamente encima. Una cabeza de piedra emerge poco a poco, una gárgola horrenda que está abriendo la boca. ¡Es demasiado! La joven reina renuncia a fundar su ciudad en semejante lugar. Rodando promontorio abajo, comprueba de qué peligro ha escapado. Las colinas no tienen sólo cabezas, sino cuatro patas con garras y pequeñas colas triangulares.

Es la primera vez que la hembra 56 ve tortugas.


CONSPIRADORES: El sistema organizativo más generalizado entre los seres humanos es el siguiente: una compleja jerarquía de «administrativos», hombres y mujeres del poder, que encuadra o, mejor, dirige al grupo más restringido de los «creativos», de quienes los «comerciales», por mor de la distribución, se apropian el trabajo… Administradores, creativos, comerciales. Estas son las tres castas que en nuestros días corresponden a las obreras, las soldados y sexuados entre las hormigas.

La lucha entre Stalin y Trotski, dos jefes rusos de principios del siglo XX, ilustra de maravilla el paso de un sistema que prima a los creativos a un sistema que privilegia a los administrativos. Trotski, el matemático, el creador del Ejército Rojo, es vencido por Stalin, el hombre de las conspiraciones. Y así se da vuelta a una página.

Se progresa mejor, y más de prisa, en los estratos de la sociedad si uno sabe seducir, reunir asesinos, desinformar, que si se tiene la capacidad de crear conceptos u objetos nuevos.


EDMOND WELLS

Enciclopedia del saber relativo y absoluto


La 4.000 y la 103.683 han vuelto a la pista olorosa que lleva a la termitera del Este. Se cruzan con escarabajos ocupados en empujar esferas de humus, hormigas exploradoras de una especie tan pequeña que apenas se las ve, y otras que son tan grandes que a las dos soldados apenas se las ve…

Y eso porque existen más de doce mil especies de hormigas, cada una de ellas con su propia morfología. Las más pequeñas no miden más que unas decenas de mieras, y las más grandes pueden alcanzar los siete centímetros. Las rojas se clasifican entre las medianas. La 4.000 parece al fin orientarse. Falta aún cruzar esta mancha de musgo verde, escalar esta mata de acacia, pasar bajo los junquillos, y lo que buscan ha de estar detrás del tronco de este árbol muerto. En efecto, una vez superado el tocón, ven aparecer entre -los salicores el río del Este y el puerto de Satei.

– Hola, hola, Bilsheim, ¿me recibe?.

– Fuerte y claro.

– ¿Todo va bien?

– Sin problemas.

– La longitud de la cuerda desenrollada indica que ha recorrido usted cuatrocientos ochenta metros.

– Estupendo.

– ¿Ha visto algo?

– Nada en especial. Sólo algunas inscripciones grabadas en la piedra.

– ¿Qué tipo de inscripciones?

– Fórmulas esotéricas. ¿Quiere que le lea una?

– No. Confío en su palabra.

El vientre de la hembra 56 está en plena ebullición. En su interior hay tirones, empujones, gesticulaciones. Todos los habitantes de su futura ciudad se impacientan.

Entonces, no busca ya más y elige una oquedad de tierra ocre y negra y decide fundar ahí su ciudad.

El lugar no está mal situado. Por los alrededores no hay olores de enanas, ni de termitas, ni de avispas. Hay incluso algunas pistas feromonas que indican que las belokanianas ya se han aventurado por el lugar.

Prueba la tierra. El suelo es rico en oligoelementos, la humedad es suficiente y no excesiva. Incluso hay un pequeño arbusto perpendicular.

Limpia una superficie circular de trescientas cabezas de diámetro, que viene a representar la forma óptima de su ciudad.

Agotada, deglute para hacer que suba el alimento de su buche social, pero hace tiempo que éste está vacío. Ya no tiene reservas de energía. Entonces, se arranca las alas de un tirón y se come sus raíces musculosas.

Con este aporte de calorías, debería mantenerse unos días.

Luego, se entierra hasta las antenas. Nadie debe poder verla en este período en el que no es más que una presa inofensiva.

Espera. La ciudad oculta en su cuerpo despierta lentamente. ¿Cómo la llamará?

En primer lugar, ha de encontrar un nombre de reina. Entre las hormigas, tener un nombre es existir como entidad autónoma. Las obreras, las soldados, los sexuados vírgenes no se designan más que por el número correspondiente a su nacimiento. Las hembras fértiles, por el contrario, pueden adoptar un nombre.

Bien, había salido perseguida por las guerreras con olor a roca, de manera que no tiene más que llamarse «la reina perseguida» O, mejor, ya que la perseguían porque había intentado resolver el enigma del arma secreta, y eso no debe olvidarlo, eso la lleva, en realidad, a ser la «reina surgida del misterio»

Así, decide llamar a su ciudad «ciudad de la reina surgida del misterio» Lo que en el idioma oloroso de las hormigas, se olfatea así:

CHLI-PU-KAN.


Dos horas más tarde, nueva llamada.

– ¿Va todo bien, Bilsheim?

– Estamos delante de una puerta. Una puerta como cualquier otra. Hay una gran inscripción. Los caracteres son antiguos.

– ¿Qué dice?

– ¿Quiere que esta vez se la lea?

– Sí.

El comisario orientó la linterna y se puso a leer, con voz lenta y solemne, debido a que iba descifrando el texto mientras lo leía:

«En el momento de la muerte el alma experimenta la misma sensación que los que son iniciados en los grandes Misterios.

»En primer lugar, hay carreras al azar con ingratos quiebros, viajes inquietantes y sin final a través de las tinieblas.

»Luego, antes del final, el horror llega al colmo. Estremecimientos, temblores, sudor frío, el horror predomina.

»A esta fase le sigue casi inmediatamente un ascenso hacia la luz, una brusca iluminación.

«Una luminosidad maravillosa se ofrece a los ojos, se pasa por lugares puros y praderas donde resuenan las voces y las danzas.

«Palabras sagradas inspiran el respeto religioso. El hombre perfecto e iniciado se hace libre, y celebra los Misterios»

Un policía se estremeció.

– ¿Qué hay detrás de la puerta? -pregunta el walkie-talkie.

– Bien… la abro… Seguidme, muchachos.

Un prolongado silencio.

– ¡Bilsheim! ¡Bilsheim! Conteste, maldita sea. ¿Qué es lo que ve ahora?

Se oyó un disparo.

Luego, otra vez silencio.

– ¡Bilsheim! ¡Conteste, amigo mío!

– Aquí Bilsheim.

– ¡Hable! ¿Qué es lo que pasa?

– Hay ratas. Miles de ratas. Se han lanzado contra nosotros, pero hemos conseguido hacerlas huir.

– ¿Ha sido eso el disparo?

– Sí. Ahora se han puesto a cubierto.

– Describa lo que ve.

– Aquí está todo rojo. Hay trazas de rocas ferrosas en las paredes y… ¡hay sangre en el suelo! Seguimos adelante.

– ¡Mantenga el contacto por radio! ¿Por qué lo corta?

– Prefiero actuar a mi manera y no de acuerdo con sus lejanos consejos, si usted me lo permite, señora.

– Pero Bilsheim…

Clic. Cortó la comunicación.


Satei no es, hablando con propiedad, un puerto, ni tampoco un puesto avanzado. Pero es con toda seguridad el lugar privilegiado de las expediciones belokanianas que cruzan el río.

Antaño, cuando las primeras hormigas de la dinastía Ni se encontraron ante este brazo de agua, comprendieron que no sería fácil cruzarlo. Sólo que la hormiga no renuncia nunca. Si es necesario, se dará de cabeza mil veces y de quince mil maneras distintas contra el obstáculo, hasta morir o hasta que el obstáculo ceda.

Tal forma de proceder parece ilógica. Y, ciertamente, ha costado muchas vidas y tiempo a la civilización mirmeceana, pero se demostró que valía la pena. Finalmente, a costa de esfuerzos desmesurados, las hormigas siempre han conseguido superar las dificultades.

En Satei, las exploradoras habían empezado intentando la travesía sobre sus patas. La película del agua era lo bastante resistente como para soportar su peso, pero desgraciadamente no ofrecía sostén para las garras. Las hormigas evolucionaban a la orilla del río como si llevasen patines. Dos pasos adelante, tres de lado y… ¡zas! las ranas se las comían.

Tras cien intentos infructuosos y unos miles de exploradoras sacrificadas, las hormigas buscaron algo distinto. Unas obreras formaron una cadena sujetándose con patas y antenas hasta alcanzar la otra orilla. Esta experiencia hubiese podido ser un éxito si el río no hubiese sido tan amplio y no hubiese estado tan atormentado por los remolinos. Doscientas cuarenta mil muertas. Pero las hormigas no renunciaban. Por instigación de la que era entonces su reina, Biu-pa-ni, trataron de hacer un puente con hojas, luego con ramitas, luego con cadáveres de coleópteros, luego con piedrecitas… lesas cuatro experiencias les costaron la vida a más de seiscientas setenta mil obreras. Biu-pa-ni ya había matado a más súbditos en el intento de edificar su utópico puente que los que habían muerto en todas las batallas libradas bajo su reinado.

Sin embargo, no cejó. Había que pasar por los territorios del Este. Después de lo de los puentes, se le ocurrió contornear el río remontando la corriente por el norte. Ninguna de las expediciones enviadas regresó jamás. 8.000 muertos. Luego se dijo que las hormigas tenían que aprender a nadar. 15.000 muertos. Luego se dijo que las hormigas tenían que intentar domesticar a las ranas. 68.000 muertos. ¿Y utilizar las hojas para planear en ellas lanzándose desde el gran árbol? 52 muertos. ¿Y caminar sobre el agua cubriendo las patas con miel endurecida? 27 muertos, «leyenda pretende que cuando le dijeron que ya no había mas de diez obreras indemnes en la ciudad y que había que renunciar por el momento al proyecto, la reina emitió esta sentencia:

¡Lástima! Aún tenía muchas más ideas…

Las hormigas de la Federación, sin embargo, acabaron encontrando una solución satisfactoria. Trescientos mil años después, la reina Lifug-riuni propuso a sus hijas excavar un túnel bajo el río. Era algo tan sencillo que a nadie se le había ocurrido antes. Y así fue cómo a partir de Satei se puede pasar bajo el río sin ninguna dificultad.

La 103.683 y la 4.000 llevan ya muchos grados en ese túnel histórico. El lugar está húmedo, pero aún no hay vías de agua. La ciudad termita se ha construido en la otra orilla. Por otra parte, las termitas utilizan este mismo subterráneo para llevar a cabo sus incursiones en territorio federado. Hasta ahora se ha mantenido un acuerdo tácito. No se combate en el subterráneo y todo el mundo pasa por él libremente, termita u hormiga. Pero está claro que en cuanto una de las dos partes se considere dominante, la otra intentará bloquear o inundar el pasadizo.

Las dos hormigas caminan y caminan por la larga galería. El único problema es que la masa líquida que gravita sobre ellas está helada, y el subsuelo aún lo está más. El frío las entumece. Cada paso que dan se hace más difícil que el anterior. Si se quedasen dormidas ahí abajo, sería la hibernación para siempre. Y ellas lo saben. Por eso se apresuran para llegar a la salida. Toman del buche social las últimas reservas de proteínas y azúcares. Y, por fin, la salida… Al salir al aire libre, la 103.683 y la 4.000 están tan frías que se quedan adormiladas en medio del camino.


Seguir adelante de esa manera, en fila y en esa oscuridad, le hacía imaginarse cosas. Pero aquí no había nada que pensar, sólo llegar al final. Esperando que hubiese un final…

Tras él nadie hablaba. Bilsheim oía la respiración ronca de los seis policías, y se decía que él mismo era de verdad victima de una injusticia.

Ya debiera ser comisario principal, y tener una paga digna de ese nombre. Hacía bien su trabajo, sus horas de trabajo superaban la norma, ya había resuelto más de diez casos. Sólo que ahí estaba siempre la Doumeng bloqueando su ascenso.

La situación se le hizo repentinamente insoportable.

– ¡Mierda!

Todos se detuvieron.

– ¿Está bien, comisario?

– ¡Sí, sí! ¡Seguid!

El colmo de lo vergonzoso; estaba hablando solo. Se mordió los labios, exhortándose a comportarse algo mejor. Pero no habían pasado ni cinco minutos cuando ya estaba otra vez sumido en sus problemas.

No tenía nada contra las mujeres, pero sí tenía algo contra los incompetentes. «La vieja puta apenas sabe leer y escribir, no ha dirigido ni una sola investigación, y ahí está, al frente de todo el servicio, con ciento ochenta policías. Y tiene un salario que es cuatro veces el mío. Enrolaos en la Policía, te dicen. Y ella, que la nombró su predecesor, sólo por pura cuestión de cama. Y además, no deja en paz a nadie, es un verdadero tábano. Azuza a la gente los unos contra los otros, sabotea su propio servicio haciéndose la indispensable en todas partes…»

Al hilo de su reflexión, Bilsheim recordó un documental sobre los sapos. Éstos, cuando están en período de celo, se sienten tan excitados que saltan sobre todo lo que se mueve: hembras, y también machos, e incluso piedras. Presionan el vientre de su pareja para hacer salir de él los huevos que fertilizarán. Los que aprietan a las hembras ven sus esfuerzos recompensados. Los que aprietan los vientres de los machos no consiguen nada y cambian de pareja. Los Que aprietan las piedras se hacen daño en los brazos y abandonan.

Pero existe un caso aparte: el de las pellas de tierra. La pella de tierra es tan blanda como un vientre de hembra sapo. Y entonces, los machos no dejan de apretar. Pueden pasar días y más días repitiendo este estéril comportamiento. Creen que están haciendo lo mejor que pueden hacer…

El comisario sonrió. Quizá sería suficiente explicarle a la tal Solange que eran posibles otros comportamientos, bastante más eficaces que el consistente en bloquearlo todo y jorobar a los subalternos. Aunque él mismo no creía mucho en ello. Se dijo que después de todo, era él más bien quien no estaba donde le correspondía en el maldito servicio.

Los demás, tras él, también iban sumidos en negros pensamientos. Ese descenso silencioso les tenía a todos nerviosos. Hacia ya cinco horas que andaban sin parar. La mayoría de ellos pensaban en la prima que iban a exigir después de la aventura; otros pensaban en sus mujeres, en sus hijos, en su coche o en una jarra de cerveza…


NADA: ¿Qué hay más agradable que dejar de pensar? Abandonar por fin esa oleada desbordante de ideas más o menos útiles o más o menos importantes. ¡Dejar de pensar! Como si uno estuviese muerto y pudiese volver a estar vivo. Ser la nada. Volver al supremo origen. No ser ya ni siquiera alguien que no piensa en nada. Ser nada-Una noble ambición.


EDMOND WELLS

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.


Los cuerpos de las dos soldados, que han permanecido toda la noche inertes en la orilla fangosa, se reaniman con los primeros rayos del sol.

Una por una, las facetas de los ojos de la 103.683 se reactivan, iluminando su cerebro con el nuevo decorado que tiene delante. Es un decorado compuesto en su totalidad por un enorme ojo suspendido por encima de ella, fijo y atento.

La joven asexuada exhala una feromona de terror que hace arder sus antenas. Al ojo también le da miedo y se retira precipitadamente, y con él se echa atrás el largo cuerno que lo sostiene. Ambos se ocultan bajo una especie de piedra redonda. ¡Un caracol!

Hay otros a su alrededor. Cinco en total, ocultos en sus conchas. Las dos hormigas se acercan a uno de ellos y lo rodean. Tratan de morderlo, pero no pueden. Ese nido ambulante es una fortaleza inexpugnable.

Una frase de la Madre le viene a la memoria: La seguridad es mi peor enemigo, ya que adormece mis reflejos y mis iniciativas.

La 103.683 se dice que esos animales ocultos en sus conchas han vivido siempre con facilidad, ramoneando hierbas inmóviles. Nunca han tenido que pelear, ni cazar, ni huir. Nunca han tenido que enfrentarse con la vida. Y, así, nunca han evolucionado.

Siente el capricho de forzarles a salir de sus conchas, para demostrarles que no son invulnerables. Precisamente, dos de los cinco caracoles consideran que el peligro ha pasado. Hacen entonces que los cuerpos abandonen su resguardo para desahogar la tensión nerviosa.

Se unen, y se estrechan vientre contra vientre. Baba con baba, quedan soldados en un beso pegajoso que les recorre todo el cuerpo. Sus sexos se rozan.

Y ocurren ciertas cosas entre ellos.

Ocurren muy despacio.

El caracol de la derecha ha hundido su pene formado por una punta calcárea en la vagina llena de huevos del caracol de la izquierda. Pero éste no ha llegado aún al éxtasis y ya desvela a su vez un pene en erección, que hunde en su pareja.

Los dos experimentan el placer de penetrar y ser penetrados simultáneamente. Equipados con una vagina por debajo de un pene, pueden experimentar paralelamente las sensaciones de los dos sexos.

El caracol de la derecha siente el primer orgasmo masculino. Se estremece y se tensa, con el cuerpo recorrido por la electricidad. Los cuatro cuernos oculares de los hermafroditas se entrelazan. La baba se convierte en espuma, y luego en burbujas. Es una danza muy apretada, y de una sensualidad exacerbada por la lentitud de los gestos.

El caracol de la derecha yergue los cuernos. Experimenta a su vez un orgasmo masculino. Pero apenas ha acabado de eyacular cuando su cuerpo le procura una segunda oleada de voluptuosidad, esta vez vaginal. El caracol de la derecha experimenta a su vez el goce femenino.

Entonces, sus cuernos se inclinan abajo, sus flechas amorosas se contraen, sus vaginas se cierran… Tras completar este acto, los amantes se convierten en imanes con idéntica polaridad. Se produce la repulsión. Un fenómeno tan viejo como el mundo. Las dos máquinas de recibir y dar se alejan lentamente, con sus huevos fertilizados por los espermatozoides de la pareja.

Mientras 103.683 se queda como idiotizada, aún bajo la impresión de la belleza del espectáculo, la 4.000 se lanza al asalto de uno de los caracoles. Quiere aprovechar la fatiga poscoital para desventrar al animal más grande. Pero es demasiado tarde, ya que se han introducido otra vez en sus conchas.

La vieja exploradora no renuncia por eso. Sabe que acabarán saliendo otra vez. Se mantiene un buen rato al acecho; y, finalmente, un ojo tímido y luego un cuerno completo se deslizan fuera de la concha. El gasterópodo sale a ver cómo está el mundo alrededor de su pequeña vida.

Cuando aparece el segundo cuerno, la 4.000 se abalanza y muerde el ojo con toda la fuerza de sus mandíbulas. Quiere seccionarlo, pero el molusco se contrae, llevándose a la vez a la exploradora al interior de su concha.

¿Cómo salvarla ahora?

La 103.683 piensa. Y una idea brota de uno de sus tres cerebros. Coge una piedra con las mandíbulas y empieza a golpear la concha con todas sus fuerzas. Ha inventado el martillo, sí, pero la concha del caracol no es de madera blanda. Los golpes sólo sirven para hacer música. Hay que buscar otra cosa.

Éste es un gran día, porque la hormiga descubre ahora la palanca. Coge una ramita sólida, un granito de arena le sirve de fulcro, y empuja a continuación con todo su cuerpo para darle la vuelta al pesado animal. Ha de volver a intentarlo muchas veces. Y, finalmente, la concha vacila adelante y atrás, y luego gira.

La 103.683 trepa por las circunvoluciones, se inclina sobre el pozo que forma la concha, y se deja caer al encuentro del molusco. Tras un prolongado deslizamiento, su caída queda amortiguada por una materia oscura y gelatinosa. Sintiendo el asco que le da verse rodeada por toda esa baba, empieza a desgarrar los blandos tejidos. No puede utilizar el ácido, porque podría fundirse a sí misma.

Nuevos líquidos se mezclan entonces con la baba. Es la sangre transparente del caracol. El animal enloquecido tiene un espasmo, que proyecta a las dos hormigas hiera de su concha.

Las dos, indemnes, se acarician prolongadamente las antenas.

El caracol agonizante quisiera huir, pero pierde sus vísceras en el camino. Las dos hormigas le alcanzan y acaban con él con facilidad. Horrorizados, los otros cuatro gasterópodos, que han sacado sus cuernos-ojos para seguir la escena, se retraen hasta lo más profundo de sus conchas y ya no se moverán en todo el día.

La 103.683 y la 4.000 se atiborran de caracol esa mañana.

Lo cortan en lonjas y lo comen en forma de tibio bistec chorreante de baba. Incluso encuentran la bolsa vaginal llena de huevos. ¡Caviar de caracol! Uno de los platos favoritos de las hormigas rojas, preciosa fuente de vitaminas, grasas, azúcares y proteínas…

Con el buche social lleno hasta los bordes, inundadas de energía solar, vuelven a caminar a buen paso hacia el sudeste.


ANÁLISIS DE LAS FEROMONAS (Experimento trigésimo cuarto): He conseguido identificar algunas de las moléculas de comunicación de las hormigas utilizando un espectrómetro de masas y un cromatágrafo. He podido así realizar un análisis químico de una comunicación entre un macho y una obrera, interceptada a las 10 de la noche. El macho ha encontrado un poco de miga de pan. Y he aquí lo que ha emitido:

– Metil-6.

– Metil-4 hexanona-3. (2 emisiones.)

– Cetona.

– Octanona-3.

Y luego otra vez:

– Cetona.

– Octanona-3. (2 emisiones.)


EDMOND WELLS

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.


En el camino encuentran otros caracoles. Todos ellos se esconden como si se hubiesen pasado las contraseñas: «Estas hormigas son peligrosas» Sin embargo, hay uno que no se esconde. Incluso muestra todo su cuerpo.

Las dos hormigas se acercan, intrigadas. El animal ha quedado completamente aplastado por algo muy pesado. Su concha está destrozada. Su cuerpo ha estallado y ha quedado esparcido en una amplia superficie.

La 103.683 piensa de inmediato en el arma secreta de las termitas. Ya deben de estar cerca de la ciudad enemiga. Examina el cadáver desde más cerca. El golpe ha sido seco, tremendo. No resulta sorprendente que con semejante arma hayan conseguido aplastar el puesto avanzado de La-chola-kan…

La 103.683 está decidida. Hay que entrar en la ciudad termita y comprender su arma, o mejor robarla. ¡Si no toda la Federación podría ser pulverizada!

Pero de repente se levanta un fuerte viento. No les da tiempo a agarrarse al suelo con las patas. La tempestad las aspira hacia el cielo. La 103.683 y la 4.000 carecen de alas… Pero aún así no dejan de volar.


Unas horas después, cuando el equipo de superficie se encuentra ya bastante amodorrado, el comunicador crepita otra vez.

– ¡Señora Doumeng! ¡Señora Doumeng! Ya está. Hemos llegado abajo.

– ¿Sí? Y ¿qué ven?

– Es un callejón sin salida. Hay una pared de cemento y acero que ha sido construida en fecha muy reciente. Parece que la cosa acaba aquí… Y hay otra inscripción.

– ¡Léala!

– ¿Cómo se forman cuatro triángulos equiláteros con seis cerillas?

– ¿Eso es todo?

– No. Hay unos botones con letras, seguramente para componer la respuesta.

– ¿No hay ningún corredor a un lado u otro?

– Nada.

– ¿Tampoco ve usted los cadáveres de los otros?

– No. Nada… Bien… hay huellas de pasos. Como si un montón de zapatos hubiesen estado pisoteando el suelo justo delante de la pared.

– ¿Qué hacemos? -susurró un policía. ¿Volvemos arriba?

Bilsheim examinó el obstáculo con atención. Todos esos símbolos, todas esas planchas de acero y cemento, ocultaban algún mecanismo. Y en cuanto a los otros, ¿dónde irían a parar?

A su espalda, los policías se sentaban en los escalones. Él se concentró en los botones. Habría que manipular en un orden preciso todas esas letras. Jonathan Wells era cerrajero, y habría reproducido los sistemas de seguridad de las partes de los edificios. Había que encontrar el código.

Se volvió hacia sus hombres.

– ¿Tenéis cerillas, muchachos?

En el comunicador, la voz se impacientó.

– Comisario Bilsheim, ¿qué está usted haciendo?

– Si de verdad quiere ayudarnos, intente formar cuatro triángulos con seis cerillas. Y cuando encuentre la solución vuelva a llamarme.

– ¿Se está burlando de mí, Bilsheim?


La tempestad acabó por amainar. En pocos segundos, el viento amaina. Hojas, polvo, insectos quedan de nuevo sometidos a la ley de la gravedad y vuelven a caer según sus pesos respectivos.

La 103.683 y la 4.000 han vuelto al suelo a unas decenas de cabezas la una de la otra. Se reúnen, sin una sola herida, y examinan el lugar. Es una región pedregosa que no se parece en nada al paisaje que han dejado. Aquí no hay ni un árbol, sólo algunas hierbas silvestres dispersas a merced del viento. No saben dónde están…

Cuando mal que bien recuperan sus fuerzas para abandonar ese siniestro lugar, el cielo decide manifestar de nuevo su poder. Las nubes se apelmazan, se vuelven negras. Un estallido hiende los aires liberando toda la tensión eléctrica que había acumulado.

Todos los animales han comprendido este mensaje de la Naturaleza. Las ranas se lanzan al agua, las moscas se esconden debajo de las piedras, los pájaros vuelan bajo.

Empieza a caer la lluvia. Las dos hormigas han de encontrar cuanto antes dónde guarecerse. Cada gota que cae puede ser mortal. Se apresuran hacia una eminencia que se recorta a lo lejos, sea árbol o piedra.

Poco a poco, a través de las pesadas gotas y las brumas a ras del suelo, la forma se va dibujando con más nitidez. No es ni una roca ni un arbusto. Es una verdadera catedral de tierra, y las cimas de sus numerosas torres se pierden entre las nubes.

¡Es una termitera! ¡La termitera del Este! La 103.683 y la 4.000 se encuentran presas entre la terrible tormenta y la ciudad enemiga. Claro que pensaban visitar esta última, pero no en estas condiciones. Millones de años de odio y rivalidad las retienen.

Aunque no por mucho tiempo. Después de todo, si han llegado hasta aquí ha sido para espiar en la termitera. Así que se adelantan temblorosas hacia una entrada sombría que hay al pie del edificio. Con las antenas erguidas y las mandíbulas abiertas, las patas ligeramente flexionadas, están dispuestas a vender caras sus vidas. Sin embargo, contra cualquier expectativa, no hay ninguna soldado en la entrada de la termitera.

Eso es algo completamente anormal. ¿Qué está pasando?

Las dos asexuadas se introducen en el interior de la inmensa ciudad. Su curiosidad está ya en pugna con la más elemental prudencia. Hay que decir que el lugar no se parece en nada a un hormiguero. Las paredes están formadas por un material mucho más quebradizo que la tierra, un cemento duro como la madera. Los pasadizos están saturados de humedad. No hay la menor corriente de aire. Y la atmósfera es anormalmente rica en gas carbónico. Hace ya 3° de tiempo que se mueven ahí dentro, sin haber encontrado aún ni una sola centinela. Es algo absolutamente desacostumbrado… Las dos hormigas se detienen, sus antenas se consultan por el tacto. Toman una determinación bastante pronto: seguir.

Pero a fuerza de seguir adelante están completamente desorientadas. Esta extraña ciudad es un laberinto aún más tortuoso que su propia ciudad natal. Incluso los olores que llegan a su glándula de Dufour no han dejado rastro en las paredes. Ya no saben si están por encima o por debajo del nivel del suelo.

Tratan de desandar lo andado, pero eso no soluciona sus problemas. No dejan de descubrir nuevos corredores de extrañas formas. Decididamente, se han perdido.

Entonces es cuando la 103.683 descubre una feromona extraordinaria: ¡una luz! Las dos soldados no salen de su asombro. Esa luminosidad en pleno centro de una ciudad termita desierta es algo completamente insensato. Se dirigen hacia la fuente de los rayos de luz.

Se trata de una claridad de un color amarillo anaranjado que a veces se vuelve verde o azul. Tras un resplandor un poco más intenso, la fuente de luz se apaga. Luego vuelve a lucir, y parpadea, con reflejos en la brillante quitina de las hormigas.

La 103.683 y la 4.000 se dirigen como hipnotizadas hacia el faro subterráneo.


Bilsheim estaba muy excitado: ¡lo había comprendido! Les mostró a los policías cómo colocar las cerillas para conseguir cuatro triángulos. Primero hubo expresiones de estupefacción, y luego exclamaciones de entusiasmo.

Solange Doumeng, que estaba atrapada en el juego, rugió:

– ¿Han encontrado algo? ¿Lo han encontrado? ¿Dígame?

Pero no le hicieron caso. Oyó una confusión de voces mezcladas con ruidos mecánicos. Y luego se hizo el silencio otra vez.

– ¿Qué pasa, Bilsheim? ¡Dímelo!

El walkie talkie empezó a crepitar furiosamente.

– ¡Oiga! ¡Oiga!

– Sí (crepitación), hemos abierto el pasaje. Detrás de la puerta hay (crepitación) un corredor. Va hacia la (crepitación) derecha. ¡Vamos por él!

– ¡Espere! ¿Cómo ha hecho usted lo de los cuatro triángulos?

Pero Bilsheim y los suyos ya no oían los mensajes de la superficie. El altavoz de su radio había dejado de funcionar; seguramente un cortocircuito. Ya no recibían, pero aún podían emitir.

– Esto es increíble. Cuanto más avanzamos más construcciones aparecen. Hay una bóveda, y a lo lejos una luz. Vamos allá.

– Espere, ¿ha dicho usted que había una luz? -gritaba vanamente Solange Doumeng.

– ¡Ahí están!

– ¿Quién está ahí? ¿Los cadáveres? ¡Conteste!

– Cuidado…

Se oyó una serie de detonaciones nerviosas, y gritos, y luego la comunicación se cortó.

La cuerda había dejado de desenrollarse. Aunque habla quedado tensa. Los policías de superficie la agarraron y tiraron de ella, suponiendo que había quedado trabada. Lo intentaron entre tres, entre cinco… Y de repente se soltó.

Recuperaron la cuerda y la enrollaron, aunque no en la cocina sino en el comedor, ya que formaba una bobina gigantesca. Llegaron finalmente al extremo roto, deshecho, como si unos dientes la hubiesen roído.

– ¿Qué hacemos, señora? -preguntó uno de los guardias.

– Nada. Sobre todo, no hagamos nada. Nada en absoluto. Y ni una palabra a la Prensa, ni una palabra a quienquiera que sea. Y ahora ustedes clausurarán esta bodega lo más de prisa posible. La investigación ha terminado. Vamos, dense prisa, vayan a comprar ladrillos y cemento. Y ustedes, ocúpense de los problemas de las viudas de esa gente.

A primera hora de la tarde, cuando los policías se disponían a colocar los últimos ladrillos, se oyó un ruido sordo. ¡Alguien estaba subiendo! Dejaron el paso expedito. Una cabeza emergió de la oscuridad, y luego todo el cuerpo del que había escapado. Era una policía. Por fin iban a poder saber lo que pasaba allá abajo. El rostro del hombre estaba pigmentado por el más absoluto terror. Algunos músculos faciales parecían tetanizados como por un ataque. Era un auténtico zombi. Algo le había arrancado la punta de la nariz y la sangre fluía en abundancia. Temblaba con los ojos enloquecidos.

– Gebeeeegeee -articuló.

Un hilo de saliva brotaba de su boca. Se pasó por la cara una mano cubierta de heridas, que los ojos entrenados de su colegas interpretaron como cortes hechos con un cuchillo.

– ¿Qué ha pasado? ¿Ha sido usted atacado?

– ¡Gebeeeegeee!

– ¿Hay alguien más vivo ahí abajo?

– ¡Gebeegeeebebeggeee!

Como no era capaz de articular nada más, se ocuparon de sus heridas, le llevaron a un centro de atención psiquiátrica y cerraron con una pared de obra la puerta de la bodega.


El más leve roce de sus patas en el suelo provoca un cambio en la intensidad de la luz. Ésta tiembla, como si las oyese llegar, como si estuviese viva.

Las hormigas se detienen para recuperar el ánimo. La luminosidad no tarda mucho en crecer, hasta iluminar las más pequeñas anfractuosidades de los corredores. Las dos espías se esconden precipitadamente para que no pueda descubrirlas el extraño proyector. Luego, aprovechando una caída de la intensidad luminosa, se lanzan hacia la fuente de los rayos.

Bien, pues no era otra cosa que un coleóptero fosforescente. Una luciérnaga. En cuanto ve a las intrusas, se apaga por completo… Pero como no ocurre nada, expande poco a poco una débil claridad verde, una prudente media luz.

La 103.683 lanza olores de no-agresión. Aunque todos los Coleópteros conocen este lenguaje, la luciérnaga no contesta. Su claridad verde se debilita, se vuelve amarilla antes de convertirse poco a poco en rojiza. Las hormigas suponen que ese color supone una interrogación.

Estamos perdidas en esta termitero, emite la vieja exploradora.

Al principio, la luciérnaga no contesta. Unos grados después, empieza a parpadear, lo que puede expresar tanto alegría como pesar. En la duda, las hormigas esperan. La luciérnaga se dirige de pronto hacia un corredor transversal parpadeando cada vez más de prisa. Parece como si quisiera enseñarles algo. Las hormigas la siguen.

Llegan así a un sector todavía más húmedo y frío. De no sé sabe dónde llegan unos gritos lastimeros. Son como gritos de angustia que llegan en forma de olores y sonidos.

Las dos exploradoras se preguntan qué es eso. Entonces, aunque el insecto de luz no habla, sí que oye a la perfección y» como para responder a su pregunta, se enciende y se apaga con prolongados impulsos, como si dijese: «No tengáis miedo, seguidme»

Los tres bajan cada vez más profundamente por el subsuelo de la ciudad extranjera y así llegan a una zona muy fría, en la que los corredores son mucho más largos.

Los gritos lastimeros vuelven a sonar con mayor fuerza.

¡Cuidado! emite bruscamente la 4.000.

La 103.683 se vuelve. La luciérnaga ilumina a una especie de monstruo que se acerca, con un rostro arrugado de anciano y el cuerpo envuelto en un lienzo blanco y transparente. La soldado lanza un potente olor de miedo que perturba a sus dos compañeras. La momia sigue acercándose, parece incluso inclinarse para hablarles. De hecho, bascula hacia adelante. Se deja caer al suelo en toda su longitud con violencia. El capullo se abre, y el monstruo anciano se convierte en un recién nacido…

¡Una ninfa termita!

La momia sigue retorciéndose y lanzando tristes gemidos. Ése era, pues, el origen de los gritos.

Hay más momias. Ya que los tres insectos se encuentran en una casa-cuna. Centenares de ninfas termitas están alineadas verticalmente a lo largo de las paredes. La 4.000 las inspecciona y se da cuenta de que algunas han muerto por falta de cuidados. Las supervivientes lanzan olores afligidos llamando a las nodrizas. Hace al menos 2o que nadie las lame y todas están a punto de morir de inanicción.

Es algo aberrante. Jamás un insecto social abandonaría ni siquiera 1o de tiempo sus huevos. Es que… La misma idea pasa por el ánimo de las dos hormigas… O bien es que todas las obreras han muerto y sólo quedan las ninfas.

La luciérnaga parpadea otra vez, haciéndoles signos de que la sigan hacia otros corredores. Un extraño olor invade el ambiente. La soldado está caminando sobre algo duro. No tiene ocelos infrarrojos y no puede ver en la oscuridad. La luz viviente se acerca e ilumina las patas de la 103.683. ¡Un cadáver de soldado termita! Es bastante parecida a una hormiga, aparte de que es completamente blanca y de que su abdomen es diferente…

Hay centenares de esos cadáveres blancos cubriendo el suelo. Es una matanza. Y lo más raro es que todos los cuerpos están intactos. No ha habido combate. La muerte ha debido de ser fulminante. Los habitantes están en las posiciones propias de sus trabajos cotidianos. Algunos parecen conversar o cortar madera con sus mandíbulas. ¿Qué ha podido provocar semejante catástrofe?

La 4.000 examina esas mórbidas estatuas. Están impregnadas de fragancias picantes. Un estremecimiento recorre a las dos hormigas. Se trata de un gas venenoso. Eso lo explica todo: la desaparición de la primera expedición enviada contra la termitera, el último superviviente de la segunda expedición que muere sin haber resultado herido.

Y si ellas mismas no sienten nada, eso se debe a que después del tiempo transcurrido el gas tóxico se ha dispersado. Pero entonces, ¿por qué las ninfas han sobrevivido? La vieja exploradora emite una hipótesis. Tienen defensas inmunitarias específicas; quizá los capullos las han salvado… Ahora deben de estar ya vacunadas contra el veneno. Es el conocido fenómeno de la mitridatización que permite a los insectos resistir todos los insecticidas produciendo generaciones mutantes.

Pero, ¿quién ha podido introducir ahí ese gas asesino? Es un verdadero rompecabezas. Una vez más, al buscar el arma secreta, la 103.683 ha dado con «otras cosas» tanto o más incomprensibles.

A la 4.000 le gustaría salir de ahí. La luciérnaga destella en signo de asentimiento. Las hormigas les dan un poco de celulosa a las larvas que aún pueden salvarse, y luego van en busca de la salida. La luciérnaga va tras ellas. A medida que van avanzando, los cadáveres de soldados termitas dejan lugar a cadáveres de obreras encargadas de atender a la reina. Algunas aún llevan huevos en las mandíbulas.

La arquitectura se va haciendo cada vez más sofisticada. Los corredores, de sección triangular, están llenos de signos grabados. La luciérnaga cambia de color y empieza a difundir una luminosidad azulada. Ha debido percibir algo. Y, de hecho, una respiración se deja oír en el fondo del corredor.

El trío llega ante una especie de santuario defendido por cinco guardias gigantes. Todos ellos muertos. Y la entrada está obstruida por los cuerpos inanimados de una veintena de pequeñas obreras. Las hormigas las apartan, pasándoselas de pata en pata.

Así queda desvelada una caverna cuya forma esférica es casi perfecta. Se trata de los aposentos de la reina. De ahí procedía el ruido.

La luciérnaga da una bonita luz blanca que ilumina en el centro de la estancia a una especie de extraño limaco. Es la reina termita, una caricatura de una hormiga reina. Su cabecita y su tórax raquítico se prolongan en un fantástico abdomen de más de cincuenta cabezas de largo. Este apéndice hipertrófico se ve agitado con regularidad por espasmos.

La cabecita se agita de dolor, produciendo gritos en idioma olfativo y auditivo. Los cadáveres de las obreras habían bloqueado tan bien el orificio de entrada que el gas no había podido entrar. Pero la reina está a punto de morir por falta de cuidados.

¡Mira su abdomen! Los pequeños se agitan ahí dentro y ella no puede poner sola.

La luciérnaga sube hasta el techo y produce inocentemente una luz anaranjada similar a la que baña los cuadros de Georges de La Tour.

Con los esfuerzos conjugados de las dos hormigas, los huevos empiezan a brotar del enorme saco procreador. Es un auténtico grifo de vida. La reina parece aliviada; ha dejado de gritar.

Pregunta en lenguaje olfativo universal quién le ha salvado. Queda muy sorprendida al identificar los olores de las hormigas. ¿Son hormigas enmascaradas?

Las hormigas enmascaradas son una especie muy dotada para la química orgánica. Son insectos negros y de gran talla, que viven en el nordeste. Pueden reproducir artificialmente cualquier feromona: pasaporte, pista, comunicación, sólo mezclando adecuadamente savias, polen y saliva.

Una vez destilado su camuflaje, llegan a introducirse por ejemplo en las ciudades termitas sin que las descubran. Entonces saquean y matan, sin que ninguna de sus víctimas haya podido identificarlas.

No, no somos hormigas enmascaradas.

La reina termita les pregunta si han quedado supervivientes en la ciudad, y las hormigas le contestan que no. Ella, entonces, emite su deseo de que la maten, que le ahorren sufrimientos. Pero antes quiere revelarles algo. Sí, bien sabe por qué ha sido destruida su ciudad. Las termitas han descubierto hace poco el confín del mundo. El final del planeta. Es un país negro, liso, en el que todo está destruido.

Allí viven extraños animales, muy rápidos y muy feroces. Ellos son los guardianes del fin del mundo. Están armados con placas negras que pueden aplastar cualquier cosa. Y ahora utilizan también gas venenoso.

… Eso es algo que recuerda la vieja ambición de la reina Bistin-ga. Llegar hasta uno de los confines del mundo. ¿Sería posible? Las dos hormigas se quedan estupefactas.

Hasta entonces habían creído que la Tierra es tan vasta que es imposible llegar a su final. Y sin embargo esta reina termita da a entender que el fin del mundo está cerca. Y que sus guardianes son monstruos. ¿Será realizable el sueño de la reina Bistin-ga?

Y todo ello les parece algo tan enorme que no saben por qué pregunta empezar.

Pero, ¿por qué esos «guardianes del fin del mundo» han llegado hasta aquí? ¿Quieren invadir las ciudades del Oeste?

La reina no sabe nada más. Ahora lo que quiere es morir. Insiste en ello. No ha aprendido a detener su corazón. Hay que matarla.

Las hormigas decapitan, pues, a la reina termita una vez esta les ha indicado cuál es el camino de salida. Luego, se comen unos cuantos huevecillos y abandonan la imponente ciudad que ya no es más que una ciudad fantasma. Depositan «a la entrada una feromona con la narración del drama de ese lugar. Ya que, como exploradoras de la Federación, no deben descuidar ninguna de sus obligaciones.

La luciérnaga se despide. Seguro que también ella entró en la termitera para guarecerse de la lluvia. Y ahora que vuelve a hacer buen tiempo, volverá a su rutina habitual, comer, emitir luz para atraer a las hembras, reproducirse, comer, emitir luz para atraer a las hembras, reproducirse… En fin, una vida de luciérnaga.

Las dos hormigas vuelven la mirada y las antenas hacia el Este. Desde donde están no ven gran cosa. Bueno, pero ellas lo saben: el fin del mundo no está lejos. Está por allí.


CHOQUE DE CIVILIZACIONES. El contacto entre dos civilizaciones es siempre un momento delicado. Entre los grandes compromisos que han conocido los seres humanos se puede citar el caso de los negros africanos hechos esclavos en el siglo XVIii.

La mayoría de las poblaciones que servían para la esclavitud vivían en tierras con llanuras y bosques. Nunca habían visto el mar. Y de repente un rey vecino llegaba para hacerles la guerra sin motivo aparente, y luego, en lugar de matarlos a todos, se los llevaban cautivos, les encadenaban y les hacían caminar hacia la costa.

Al final del periplo, descubrían dos cosas incomprensibles: 1) el mar inmenso, 2) los europeos de piel blanca. En cuanto al mar, aunque no lo habían visto directamente, les resultaba conocido por mediación de los cuentos como el país de los muertos. Y en cuanto a los blancos, para ellos eran como seres extraterrestes, tenían un olor desagradable, su piel era de un color extraño, llevaban prendas de vestir extrañas.

Muchos morían de miedo, otros, enloquecidos, saltaban de los barcos y los tiburones se los comían. Los supervivientes iban, por su parte, de sorpresa en sorpresa.

Pues, ¿qué veían? Por ejemplo, que los blancos bebían vino. Y ellos estaban seguros de que era sangre; la sangre de su pueblo.


EDMOND WELLS

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.


La hembra 56 está hambrienta. No es sólo un cuerpo, sino toda una población quien reclama su ración de calorías. ¿Cómo alimentar al nido que lleva en su seno? Acaba decidiéndose a salir de su agujero, se arrastra unos centenares de cabezas y reúne tres agujas de pino que lame y masca con avidez.

No es suficiente. Hubiese ido a cazar, pero no tiene fuerzas. Y es ella la que puede ser pasto de los miles de depredadores ocultos en los alrededores. Así que se encaja en su agujero para esperar la muerte.

Pero en lugar de eso, aparece un huevo. ¡Su primer chli-pukaniano! Apenas ha sentido que llegaba. Agita sus patas y aprieta con todas sus fuerzas su vientre. La cosa ha de funcionar, porque si no todo habrá acabado. El huevo sale rodando. Es pequeño, casi negro a fuerza de ser gris.

Si deja que eclosione, dará nacimiento a una hormiga muerta al nacer. Además… ni siquiera podría alimentarla hasta la eclosión. Así que se come a su primer vástago.

Eso le da inmediatamente más energía. Hay un huevo menos en su abdomen y un huevo más en su estómago. Con ese sacrificio cobra fuerzas para poner un segundo huevo, también muy oscuro, y tan pequeño como el primero.

Se lo come. Se siente aún mejor. El tercer huevo apenas es un poco más claro. Y asimismo lo devora.

Sólo con el décimo cambia la reina de estrategia. Sus nuevos son grises ahora y del tamaño de sus globos oculares. Chi-pu-ni pone tres de esas características, se come uno y deja que vivan los otros dos, calentándolos bajo su cuerpo.

Mientras sigue poniendo huevos, esos dos afortunados se metamorfosean en largas larvas cuyas cabezas quedan inmóviles en extraño gesto. Y ya empiezan a gemir reclamando alimento. La aritmética se complica. De tres huevos que pone, necesita uno para ella misma y los otros son para alimentar a las larvas.

Así es como, funcionando las cosas en circuito cerrado, se consigue producir algo a partir de nada. Cuando una larva es lo bastante grande, le da de comer otra larva. Éste es el único medio de darle las proteínas necesarias para su transformación en una verdadera hormiga.

Pero la larva superviviente está siempre hambrienta. Se contorsiona y grita. El festín de sus hermanas no llega a saciarla. Finalmente, Chli-pu-ni se come esta primera tentativa de vástago.

Tengo que conseguirlo, tengo que conseguirlo, se dice y se repite. Piensa en el macho 327 y pone de una vez cinco huevos mucho más claros. Ingurgita dos de ellos y deja los otros tres para que se desarrollen.

Así, de infanticidio en alumbramiento, se produce el relevo vital. Tres pasos adelante, dos atrás. Una cruel gimnasia que acaba desembocando en un primer prototipo de hormiga completa.

El insecto es muy pequeño y más bien débil, ya que está subalimentado. Pero la hembra ha conseguido su primer chlipukaniano. La carrera caníbal por la existencia de su ciudad está ya ganada a medias. Esa obrera degenerada puede en efecto moverse y traer víveres del mundo exterior: cadáveres de insectos, grano, hojas, setas… Y eso es lo que hace.

Chli-pu-ni, por fin normalmente alimentada, da nacimiento a dos huevos mucho más claros, bastante más duros. Las sólidas cáscaras protegen a los huevos del frío. Las larvas son de un tamaño razonable. Los vástagos eclosionados de esta nueva generación son grandes y corpulentos. Formarán la base de la población de Chli-pu-kan.

En cuanto a la primera obrera tarada que hizo que la ponedora se alimentase, pronto muere devorada por sus hermanas. Y después de eso, todas las muertes, todos los dolores que han preludiado la creación de la Ciudad quedan olvidados.

Chli-pu-kan acaba de nacer.


MOSQUITO: El mosquito es el insecto que de mejor gana pelea con el ser humano. Cualquiera de nosotros se ha visto un día en pijama encima de la cama, con una zapatilla en la mano, mirando el techo inmaculado.

Incomprensión. Ya que lo que uno se rasca no es otra cosa que la saliva desinfectante de su trompa. Sin esta saliva, cualquier picadura podría infectarse. E incluso el mosquito toma siempre la precaución de no picar si no es entre dos puntos de percepción del dolor.

Haciendo frente al hombre, la estrategia del mosquito ha evolucionado. Ha aprendido a ser más rápido, más discreto, más rápido en el despegue. Cada vez se hace más difícil descubrirlo. Algunos audaces de la última generación no vacilan en esconderse bajo la almohada de su víctima. Han descubierto el principio de la Carta robada de Edgar Alan Poe: el mejor escondrijo es el que salta a los ojos, ya que siempre se piensa en ir a buscar más lejos lo que está muy cerca.


EDMOND WELLS

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.


La abuela Augusta contempló sus maletas ya dispuestas. Mañana iba a mudarse a la calle de los Sybarites. Parecía increíble, pero Edmond se había planteado la desaparición de Jonathan y había dejado escrito en su testamento que «si Jonathan muere o desaparece, quisiera que fuese Augusta Wells, mi madre, quien fuese a ocupar mi apartamento. Y si también ella llegase a desaparecer, o si rechazase este legado, quisiera que fuese Pierre Rosenfeld quien heredase el lugar; y si este último renunciase o desapareciese, Jason Bragel podría ir a vivir…»

Hay que reconocer, a la luz de los recientes acontecimientos, que Edmond no se había equivocado al prever por lo menos cuatro herederos. Pero Augusta no era supersticiosa y pensaba que, además, aunque Edmond fuese un misántropo no tenía motivo ninguno para desear la muerte de su sobrino ni de su madre. Y en cuanto a Jason Bragel, éste había sido su mejor amigo.

Una curiosa idea se manifestó en su fuero íntimo. Parecía como si Edmond hubiese tratado de controlar el futuro, como si… todo empezase después de su muerte.


Hace días que caminan hacia la salida del sol. La salud de la 4.000 se va deteriorando cada vez más pero la vieja guerrera sigue adelante sin queja. Verdaderamente, es de un valor y de una curiosidad a toda prueba.

Una tarde, ya a última hora, cuando están escalando el tronco de un avellano, se ven repentinamente rodeadas por otras hormigas rojas. Una vez más esos animalitos del Sur que han salido a conocer el país. Su cuerpo alargado tiene un aguijón venenoso del que todo el mundo sabe que el menor contacto provoca una muerte instantánea. Las dos exploradoras quisieran ahora estar en cualquier otra parte.

Descontando algunas mercenarias degeneradas, la 103.683 aún no ha visto nunca hormigas rojas con aguijón en el gran Exterior. Decididamente, vale la pena descubrir las tierras del Este.

Agitación de antenas. Las hormigas rojas pueden comunicarse en la misma lengua que las belokanianas.

No tenéis las feromonas pasaportes adecuadas. ¡Fuera! Éste es nuestro territorio.

Las dos exploradoras responden que sólo están de paso y que quieren ir al fin del mundo oriental. Las hormigas con aguijón deliberan.

Han reconocido a las otras dos como pertenecientes a la federación de las rojas. Y puede que la Federación esté lejos, pero es poderosa (65 ciudades antes de la última enjambrazón) y la reputación de sus ejércitos ha cruzado el río del oeste. Quizá sea mejor no buscar pretextos para un conflicto. Un día, fatalmente, unas rojas con aguijón, que son una especie migratoria, se verán obligadas a pasar por los territorios federados.

Los movimientos de las antenas se sosiegan progresivamente. Es el momento de establecer un resumen de lo discutido. Una roja transmite el parece del grupo:

Podéis pasar aquí una noche. Estamos dispuestas a indicaros el camino del fin del mundo, e incluso a acompañaros hasta allí. A cambio, nos dejaréis algunas de vuestras feromonas de identificación.

Es un trato equitativo. La 103.683 y la 4.000 saben que al hacer entrega de sus feromonas están entregándoles a las otras un precioso salvoconducto para todos los vastos territorios de la Federación. Pero poder ir al fin del mundo y regresar es algo que no tiene precio…

Sus anfitrionas las guían hacia el campamento, situado Unas ramas más arriba. No se parece a nada conocido. Las hormigas rojas con aguijón, que son tejedoras y costureras, han hecho su nido provisional cosiendo borde con borde tres grandes hojas de avellano. Una de ellas sirve como base y las otras dos como muros laterales.

La 103.683 y la 4.000 observan a un grupo de tejedoras, ocupadas en cerrar el «techo» antes de que se haga de noche. Seleccionan la hoja de avellano que hará de cielorraso, para unir esta hoja con las otras tres, forman una escala viviente con decenas de obreras subidas unas encima de otras hasta formar un montículo capaz de llegar hasta la hoja cielorraso.

El montón se viene abajo muchas veces. Hay que llegar demasiado alto.

Entonces, cambian de método. Un grupo de obreras se iza hasta la hoja cielorraso, formando una cadena que se agarra al extremo del vegetal, pendiendo de él. La cadena baja y baja para unirse a la escala viviente que sigue situada abajo. Pero todavía queda demasiado lejos, aunque la cadena esté lastrada en su extremo por un grupo de hormigas.

Casi lo han conseguido. El tallo de la hoja se ha doblado. Sólo faltan unos pocos centímetros hacia la derecha. Las hormigas de la cadena imprimen un movimiento de péndulo para reducir la separación. Al final de cada balanceo la cadena se estira, parece a punto de romperse, pero aguanta bien. Por fin, las mandíbulas de las acróbatas de arriba y de abajo se encuentran.

Segunda maniobra. La cadena se encoge. Las obreras de en medio, con mil precauciones, salen de la fila, suben a hombros de sus colegas, y todo el mundo tira para acercar las dos hojas. La hoja cielorraso baja poco a poco, extendiendo su sombra sobre el suelo.

Pero, aunque la caja tiene ya su cubierta, ahora hay que dejarla sellada. Una vieja hormiga se introduce en el interior de un recinto y vuelve a salir con una gran larva. Ése es el instrumento para la operación de tejido.

Se ajustan los bordes paralelamente y se mantienen en contacto. Luego llevan ahí la larva fresca. La desdichada estaba haciéndose el capullo para operar su muda con toda tranquilidad, pero no se le deja elección. Una obrera coge un hilo de dentro de esta pelota y empieza a devanar. Pega con un, poco de saliva la extremidad a una hoja y le pasa a continuación el capullo a su vecina.

La larva, al sentir que le quitan su hilo, produce otro para compensar. Cuanto más la desnudan, más frío tiene y más hilo segrega. Las obreras lo aprovechan. Se pasan la semilla viviente de mandíbula en mandíbula, sin ahorrar hilo. Cuando la larva muere, agotada, cogen otra. Así se sacrifican diez larvas para realizar esta obra.

Acaban cerrando el aspecto de una caja verde con las aristas blancas. La 103.683 que se pasea por ella casi como si fuese su propia casa, ve en varias ocasiones unas hormigas negras entre la multitud de hormigas rojas. Y no puede menos que preguntar:

¿Son mercenarias?

– No. Son esclavas.

Sin embargo, las hormigas rojas con aguijón no son conocidas por sus costumbres esclavistas… Una de ellas consiente en explicar que hace poco han tropezado con una horda de hormigas esclavistas que se encaminaban hacia el oeste, y que entonces intercambiaron con ellas huevos negros por un nido tejido portátil.

La 103.683 no deja ir tan de prisa a su interlocutora y le pregunta si el encuentro no se convirtió a continuación en una pelea. La otra contesta que no, que las terribles hormigas tenían ya un exceso de esclavas. Y además, les daba miedo el aguijón mortal de las rojas.

Las hormigas negras que salieron de los huevos objeto del trueque habían adquirido los olores pasaportes de sus anfitrionas y las servían como si fuesen sus parientes. Y ¿cómo pueden ellas saber que su patrimonio genético hace de ellas depredadoras y no esclavas? Éstas no saben nada del mundo exterior, tan sólo lo que las rojas quieren decirles.

¿No teméis que se rebelen?

Bueno, ya había habido algunos sobresaltos. Por lo general, las rojas se anticipaban a los incidentes y eliminaban a las recalcitrantes aisladas. Y mientras las negras no supiesen Que las habían robado de un nido y formaban parte de otra especie, carecían de motivación real…

La noche y el frío caen sobre el avellano, A las dos exploradoras les dejan un rincón donde pasar la minihibernación nocturna.

Chli-pu-kan va creciendo poco a poco. Para empezar, se ha acondicionado la Ciudad prohibida. No está construida en el tocón de un árbol, sino en un extraño objeto enterrado en el lugar: una lata de conservas herrumbrosa que en otro tiempo contuvo tres kilos de compota y que procede de un orfelinato próximo.

En este nuevo palacio, Chli-pu-ni pone con frenesí mientras la saturan de azúcares, grasas y vitaminas.

Las primeras hijas han construido justo debajo de la Ciudad prohibida una casa-cuna calentada con humus en descomposición. Es lo más práctico, mientras llegan la cúpula de ramitas y el solario que rematarán los trabajos.

Chli-pu-ni quiere que su ciudad se beneficie de todas las técnicas conocidas: criaderos de setas, hormigas cisterna, rebaño de pulgones, enredaderas de soporte, salas de fermentación de melado, sala de elaboración de harinas de cereales, sala de mercenarias, sala de espías, sala de química orgánica, etc.

Y por todos los rincones hay movimiento. La joven reina ha sabido comunicar su entusiasmo y sus esperanzas. Nunca aceptaría que Chli-pu-kan fuese una ciudad federada como las demás. Ambiciona que sea un polo vanguardista, la punta de lanza de la civilización mirmeceana. Y desborda sugerencias.

Por ejemplo, se ha descubierto en las proximidades del nivel -12 un arroyo subterráneo. El agua es un elemento que no se ha estudiado lo suficiente, en su opinión. Habría que encontrar un medio para caminar sobre ella.

En los primeros tiempos, un equipo se había encargado de estudiar los insectos que viven en agua dulce… ¿Son comestibles? ¿Llegará un día en que se les pueda criar en balsas bajo control?

Su primer discurso conocido versa sobre el tema de los pulgones:

Nos dirigimos hacia un período de desórdenes bélicos.

Las armas son cada vez más sofisticadas. Y no siempre podremos estar a la altura. Puede ser que un día la caza en el exterior se haga azarosa. Hemos de prever lo peor. Nuestra ciudad ha de extenderse lo más posible en profundidad. Y hemos de primar la cría del pulgón por encima de cualquier otra forma de abastecimiento de azúcares vitales. Ese ganado se instalará en establos situados en los niveles más bajos…

Treinta hijas suyas hacen una salida y traen de vuelta dos pulgones que están a punto de criar. Unas horas después, han conseguido ya un centenar de pulgones a los que les cortan las alas. Este principio de rebaño se instala en el nivel -23, al resguardo de las cochinillas, y se le proporciona con generosidad hojas frescas y tallos cargados de savia.

Chli-pu-ni envía exploradoras en todas direcciones. Algunas vuelven con esporas de hongos agáricos, que se plantan inmediatamente en los criaderos. Ávida de descubrimientos, la reina decide incluso realizar el sueño de su madre: planta una línea de flores carnívoras en la frontera oriental. Espera así contener un eventual ataque de las termitas y de su arma secreta.

Porque no ha olvidado el misterio del arma secreta, el asesinato del príncipe 327 y la reserva de alimentos escondida bajo el granito.

Despacha un grupo de embajadoras hacia Bel-o-kan. Oficialmente, tienen el encargo de anunciarle a la reina madre la construcción de la sexagésimo quinta ciudad y su vinculación a la Federación. Pero, a título oficioso, han de intentar proseguir la investigación en el nivel -50 de Bel-o-kan.


El timbre sonó cuando Augusta estaba colocando sus preciosas fotos color sepia en la pared gris. Comprobó que la cadena de seguridad estaba colocada y entreabrió la puerta.

Se encontró con un caballero de mediana edad y de aspecto bastante aseado. Ni siquiera había caspa en el cuello de su abrigo.

– Buenos días, señora Wells. Permítame que me presente: soy el profesor Leduc, un colega de su hijo Edmond. No voy a andarme con rodeos. Sé que usted ha perdido ya a su nieto y a su biznieto en la bodega. Y que asimismo han desaparecido ahí ocho bomberos y seis policías. Y, sin embargo, señora… quisiera bajar.

Augusta no estaba segura de haber oído bien. Subió al máximo su prótesis auditiva.

– ¿Es usted el profesor Rosenfeld?

– No. Leduc. Soy el profesor Leduc. Ya veo que ha oído usted hablar del profesor Rosenfeld. Rosenfeld, Edmond y yo somos entomólogos, los tres. Tenemos una especialidad en común: el estudio de las hormigas. Aunque precisamente Edmond había ido mucho más allá que nosotros. Sería una pena que la Humanidad no pudiese beneficiarse de ello… Quisiera bajar a su bodega.

Cuando uno oye mal, ve mejor. Augusta examinó las orejas del tal Leduc. El ser humano tiene la particularidad de mantener en sí mismo la forma de su pasado más lejano; las orejas, en este sentido, representan el feto. El lóbulo simboliza la cabeza, la arista del pabellón muestra la forma de la columna vertebral, etc. El tal Leduc debía de haber sido un feto delgado, y Augusta estimaba moderadamente los fetos delgados.

– ¿Quién espera usted encontrar en esa bodega?

– Un libro. Una enciclopedia en la que su hijo anotaba sistemáticamente todos sus trabajos. Edmond era muy reservado. Debió enterrarlo todo ahí abajo, instalando trampas para matar o rechazar a los curiosos. Pero yo estoy sobre aviso, y alguien que está sobre aviso…

… ¡puede muy bien morir! -completó Augusta.

– Déme una oportunidad.

– Entre, señor…

– Leduc. Profesor Laurent Leduc, del laboratorio 352 del CNRS.

Augusta le precedió hacia la bodega. Una inscripción hecha con grandes letras rojas aparecía en la pared que había levantado la Policía:


¡¡NO BAJÉIS NUNCA A ESTA MALDITA BODEGA!!


La anciana la señaló con el mentón.

– ¿Sabe usted lo que la gente dice de este edificio, señor Leduc? Dicen que es una de las bocas del infierno. Dicen que esta casa es carnívora y que se come a la gente que viene a rascarle el gaznate… A algunos les gustaría que la enterrasen en hormigón.

Augusta miró a Leduc de hito en hito.

– ¿No teme usted morir, señor Leduc?

– Sí -dijo el hombre, socarrón. Sí, tengo miedo de morir idiota, sin saber lo que hay en el fondo de esa bodega.


La 103.683 y la 4.000 hace horas que han abandonado el nido de las tejedoras rojas. Dos guerreras de aguijón aguzado las acompañan. Llevan juntas mucho tiempo recorriendo pistas apenas perfumadas con feromonas pistas. Han recorrido ya miles de cabezas de distancia a partir del nido tejido entre las ramas del avellano. Se han cruzado con toda clase de animales exóticos cuyos nombres ni siquiera conocen. Por las dudas, los evitan a todos.

Cuando llega la noche, hacen un agujero en la tierra lo más profundo posible y se introducen en él aprovechando el suave calor y la protección de su planeta nutricio.

Las dos guerreras que las acompañan las han llevado hasta lo alto de una colina.

¿Está lejos aún el fin del mundo?

Está por ahí.

Desde el promontorio las dos exploradoras ven un universo de sombría maleza que se prolonga, perdiéndose de vista, hacia el este. Las dos guerreras les dicen que ahí acaba su misión, que no las acompañan más lejos. Hay ciertos lugares en los que sus aromas no son bien recibidos.

Las belokanianas han de seguir rectamente hasta los campos de las segadoras. Éstas viven permanentemente en los parajes del «borde del mundo» Seguro que podrán darles información.

Antes de dejar a sus guías, las dos exploradoras les hacen entrega de las preciosas feromonas de identificación de la Federación, como precio acordado por el viaje. Luego descienden la pendiente hacia los campos cultivados por las segadoras.


ESQUELETO: ¿Qué es mejor, tener esqueleto en el interior o en el exterior del cuerpo?

Cuando el esqueleto está en el exterior, constituye una carrocería protectora. La carne está al resguardo de los peligros exteriores, pero se vuelve blanda, casi líquida. Y cuando una punta llega a pasar a pesar del caparazón, los daños son irremediables.

Cuando el esqueleto forma tan sólo una barra pequeña y rígida en el interior del cuerpo, la carne palpitante queda expuesta a cualquier agresión. Las heridas son múltiples y permanentes. Pero precisamente esta debilidad aparente fuerza al músculo a endurecerse y a la fibra a resistir. La carne evoluciona.

He visto seres humanos que habían forjado gracias a su espíritu caparazones «intelectuales» que les protegían de las contrariedades. Parecían más sólidos que la mayoría. Decían «me es igual» y se retan de todo. Pero cuando una contrariedad llegaba a traspasar su caparazón, los destrozos eran terribles.

He visto a seres humanas que sufrían por la menor contrariedad, por el menor roce, pero aun así su espíritu no se cerraba, mantenían su sensibilidad abierta a todo y aprendían con cada agresión.


EDMOND WELLS

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.


¡Las esclavistas atacan!

Pánico en Chli-pu-kan. Unas exploradoras agotadas dan la noticia en la joven ciudad.

¡Las esclavistas! ¡Las esclavistas!

Su terrible reputación las ha precedido. Así como algunas hormigas han primado una u otra vía de desarrollo -pastoreo, almacenaje, cultivo de setas o la química, las esclavistas se han especializado en el terreno exclusivo de la guerra.

Sólo eso saben hacer, pero lo practican como un arte absoluto. Todo su cuerpo se ha adaptado a ello. La menor de sus articulaciones termina en una punta retorcida, su quitina tiene el doble de espesor que la de las rojas. Su cabeza estrecha y perfectamente triangular no ofrece presa a ninguna garra. Sus mandíbulas, con la apariencia de colmillos de elefante puestos al revés, son dos sables curvos que manejan con temible habilidad.

En cuanto a sus costumbres esclavistas, han derivado de forma natural de su excesiva especialización. Incluso estuvo a punto de ocurrir que la especie desapareciese, destruida por su propia voluntad de dominio. A fuerza de guerrear, estas hormigas ya no saben construir nidos, ni cuidar a sus pequeños, ni siquiera alimentarse. Sus mandíbulas-sables, tan eficaces en el combate, se manifiestan muy poco prácticas para alimentarse con normalidad. Sin embargo, por belicosas que sean, los esclavistas no son tontas. Puesto que ya no eran capaces de realizar las tareas caseras indispensables Para la supervivencia cotidiana, otras se ocuparían de ellas en su lugar.

Las esclavistas buscan en especial los nidos pequeños y medianos de las hormigas negras, blancas o amarillas -todas ellas especies que carecen de aguijón y de glándula de ácido. Primero rodean la población codiciada. En cuanto las sitiadas se dan cuenta de que todas las obreras que han salido han muerto, deciden bloquear las salidas. Éste es el momento que eligen las esclavistas para lanzar su primer asalto. Desbordan fácilmente las defensas, abren brechas en la ciudad y siembran el pánico en los corredores.

Entonces es cuando las obreras aterrorizadas buscan una salida para poner los huevos al resguardo. Exactamente eso es lo que han previsto las esclavistas. Controlan todas las salidas y obligan a las obreras a abandonar su preciosa carga. Sólo matan a las que no quieren ceder. Las hormigas nunca matan de forma gratuita.

Al acabar el combate, las esclavistas acordonan el nido, piden a las obreras supervivientes que vuelvan a poner los huevos en su lugar y que sigan cuidándolos. Cuando las ninfas eclosionan, se las educa para que sirvan a las invasoras, y como no saben nada del pasado consideran que obedecer a esas grandes hormigas es la forma justa y normal de vivir.

Durante los ataques, las esclavas que llevan tiempo siéndolo se quedan en la retaguardia, ocultas entre la hierba, esperando a que sus dueñas hayan acabado de limpiar el lugar. Una vez ganada la batalla, como buenas amitas de casa, se instalan en el lugar, mezclan el antiguo botón de huevos con el nuevo y educan a las prisioneras y a su descendencia. Las generaciones secuestradas se añaden así unas a otras, de acuerdo con la migración de esas piratas.

Hacen falta por lo general tres esclavas para atender a cada una de estas acaparadoras. Una para alimentarla (ya que no sabe comer más que alimento regurgitado que se le da de boca a boca); otra para lavarla (ya que sus glándulas salivares se han atrofiado); y la tercera para evacuar los excrementos, que si no se eliminan se acumulan alrededor de la armadura y la corroen.

Sí.

Lo peor que puede ocurrirles a estos soldados es, por supuesto, que sus siervas les abandonen. Entonces, salen precipitadamente del nido robado y parten en busca de una nueva ciudad que conquistar. Si no la encuentran antes de la noche, pueden morir de hambre y de frío. La muerte más ridícula para estas magníficas guerreras., Chli-pu-ni ha oído multitud de leyendas acerca de las esclavistas. Se dice que ya ha habido revueltas de esclavas, y que las esclavas que conocen bien a sus dueñas no han perdido el envite. También se cuenta que algunas esclavistas coleccionan huevos de hormiga con el propósito de tenerlas de todos los tamaños y de todas las especies.:, La reina imagina una sala llena con todos esos huevos de todos los tamaños y de todos los colores. Y bajo cada envoltura blanca… una cultura mirmeceana específica, dispuesta a despertar para servir a esas bárbaras primarias.

Abandona su penosa ensoñación. Lo primero que hay que pensar es cómo hacerles frente. Se ha indicado que la horda procedía del Este. Las exploradoras y las espías chli-pukanianas aseguran que son entre cuatrocientas y quinientas mil soldados. Han cruzado el río utilizando el subterráneo del puerto de Satei. Al parecer, están bastante «molestas», ya que tenían un nido ambulante de hojas tejidas y han tenido que deshacerse de él para pasar por el túnel. Así que ya no tienen dónde alojarse, y si no se apoderan de Chli-pu-kan, ¡tendrán que pasar la noche en el exterior! La joven reina trata de reflexionar con la mayor calma posible; ¿Si tan felices se sentían con su nido tejido portátil, por qué se han sentido obligadas a pasar el río? Pero no tiene respuesta para eso.

Las esclavistas detestan las ciudades con un odio tan visceral como incomprensible. Cada comunidad ciudadana re-Presenta para ellas una amenaza y un desafío. Es la eterna rivalidad entre la gente del campo y la de las ciudades. Aunque las esclavistas saben que al otro lado del río hay centenares de ciudades hormigas, todas ellas refinadas y ricas, a cuál más.

Chli-pu-kan, por desgracia, no está preparada para encajar un asalto como ése. Es cierto que desde hace unos días la ciudad rebosa con su millón de habitantes. Es cierto que se ha hecho un muro de plantas carnívoras en la frontera este… Pero eso no será suficiente. Chli-pu-kan sabe que su ciudad es demasiado joven y que no está preparada, Por otra parte, sigue sin tener noticias de las embajadoras que envió a Bel-o-kan para mencionar la pertenencia a la Federación. Así que no puede contar con la solidaridad de las ciudades vecinas. Incluso Guayei-Tyolo está a muchos miles de cabezas, y es imposible avisar a la gente de ese nido de verano…

¿Qué hubiese hecho Madre en tal situación? Chli-pu-kan decide reunir a algunas de sus mejores cazadoras (aún no han tenido ocasión de demostrar que eran guerreras) para tener con ellas una comunicación absoluta. Es urgente urdir una estrategia.

Aún están reunidas en la Ciudad prohibida cuando las vigías apostadas en el arbusto que domina la Chli-pu-kan anuncian que ya se perciben los olores de un ejército que se acerca.

Todo el mundo se prepara. No ha sido posible preparar estrategia ninguna. Hay que improvisar. Suena el zafarrancho de combate. Las legiones se reúnen más o menos bien (lo ignoran todo en cuanto a la formación, tan costosamente adquirida ante las hormigas enanas) De hecho, la mayoría de las soldados prefieren depositar sus esperanzas en la barrera de plantas carnívoras.


EN MALÍ: En Malí, los dogon creen que, en el origen, cuando se casaron el Cielo y la Tierra, el sexo de la Tierra era un hormiguero.

Cuando el mundo surgido de esta cópula quedo acabado, la vulva se convirtió en boca, de donde salieron la palabra y lo que es el sostén especial de los dogon: las técnicas del tejido, que las hormigas transmitieron a los hombres.

Aún en nuestros días los ritos de fecundidad siguen vinculados a las hormigas. Las mujeres estériles van a sentarse sobre un hormiguero para pedirle al dios Anima que las haga fecundas.

Pero las hormigas no sólo hicieron eso por los hombres, también les mostraron cómo construir sus casas. Y finalmente les indicaron dónde estaban las fuentes. Porque los dogon comprendieron que tenían que cavar debajo de los hormigueros para encontrar agua.


EDMOND WELLS

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Unos saltamontes empiezan a saltar en todas direcciones. Es una señal. Más allá, las hormigas equipadas con los mejores ojos ven ya una columna de polvo. Se ha hablado mucho de las esclavistas, pero verlas cargar es algo muy distinto. No tienen caballería, ellas son la caballería. Todo su cuerpo es ágil y sólido, sus patas son gruesas y musculosas, su cabeza fina y puntiaguda se prolonga en unos cuernos móviles, que son en realidad sus mandíbulas.

Su aerodinamismo es tal que no se oye ningún silbido cuando su cráneo hiende el aire impulsado por la velocidad de las patas.

La hierba se inclina a su paso, la tierra vibra, la arena ondula. Sus antenas apuntadas hacia delante lanzan feromonas tan picantes que se diría que vociferan.

¿Hay que encerrarse y resistir el asedio o salir y pelear? Chli-pu-kan, tiene miedo, tanto que ni siquiera quiere aventurar una sugerencia. Entonces, claro, las soldados rojas hacen lo que no hay que hacer. Se dividen. La mitad sale para hacer frente al enemigo en campo abierto; la otra mitad se queda en la Ciudad como fuerza de reserva y resistencia en caso de sitio.

Chli-pu-kan trata de recordar la batalla de las Amapolas, la única que ella conoce. Le parece que fue la artillería lo que más destrozos causó entre las tropas enemigas. Ordena inmediatamente que se sitúen en primera línea tres hileras de artilleras.

Las legiones esclavistas se lanzan ahora contra el muro de planta carnívoras. Los vegetales salvajes se inclinan a su paso, atraídos por el olor de la carne caliente. Pero son mucho más lentos, y todas las guerreras enemigas pasan antes de que ninguna dionea llegue siquiera a pellizcarlas.

¡Madre estaba equivocada!

A punto ya de producirse el encuentro, la primera línea chlipukaniana lanza una primera descarga de aproximación que no elimina más que a una veintena de asaltantes. La segunda línea no tiene tiempo siquiera de situarse; todas las artilleras son decapitadas sin que hayan podido lanzar una sola gota de ácido.

La gran especialidad de las esclavistas es atacar sólo a la cabeza. Y lo hacen muy bien. Los cráneos sin cabeza siguen a veces combatiendo a ciegas o corren aterrorizando a las supervivientes.

Al cabo de doce minutos no queda ya gran cosa de las tropas rojas. La segunda mitad del ejército bloquea todas las puertas. Como Chli-pu-kan no ha instalado aún su cúpula, aparece en la superficie como una serie de pequeños cráteres rodeados de arena triturada.

Todo el mundo está abrumado. ¡Tantos esfuerzos para construir una ciudad moderna, y verla a merced de una banda de bárbaras tan primitivas que ni siquiera saben alimentarse solas!

Ya puede Chli-pu-ni multiplicar las CA, que no encuentra cómo ofrecer resistencia. Los bloques colocados en las puertas aguantarán como mucho unos segundos. Y en cuanto al combate en las galerías, las chlipukanianas están tan preparadas para eso como para luchar al descubierto.

Fuera, las últimas soldados rojas luchan como diablos. Algunas han podido batirse en retirada, pero la mayoría han visto cerrarse las puertas a sus espaldas. Para ellas todo está perdido. Sin embargo, resisten con tanta más eficacia cuanto que ya no tienen nada que perder, y porque piensan que cuanto más dificulten el avance de los invasores, más podrán consolidarse los cerrojos de las puertas.

La última chlipukaniana cae decapitada, y su cuerpo, por un reflejo nervioso, se coloca ante una salida y se aferra con las garras, como un escudo irrisorio.

En el interior de Chli-pu-kan, todo el mundo está a la espera.

Esperan a las esclavistas con triste resignación. La fuerza física tiene finalmente una eficacia que la tecnología no ha podido superar.

Pero las esclavistas no atacan. Como Aníbal ante Roma, dudan de la victoria. Todo parece demasiado fácil. Ha de haber una trampa. Si su reputación de asesinas las precede por todas partes, las rojas también tienen su fama. En el campo esclavista se las considera hábiles en la invención de sutiles trampas. Se dice que saben establecer alianzas con mercenarias que aparecen en el momento más inesperado. También se dice que saben domar animales feroces, fabricar armas secretas que provocan dolores insoportables. Además, así como las esclavistas se encuentran a sus anchas en campo abierto, odian sentirse rodeados de paredes.

En todo caso, no hacen saltar las barricadas colocadas en las salidas. Esperan. Pueden tomarse todo el tiempo del mundo. Y en cualquier caso, la noche no caerá antes de quince horas.

Hay sorpresa en el hormiguero. ¿Por qué no atacan? A Chli-pu-ni eso no le gusta. Lo que le inquieta es que el enemigo actúe «de una manera que escapa a su facultad de comprensión», cuando no tiene ninguna necesidad de ello, ya que es el más fuerte. Algunas de sus hijas emiten tímidamente la opinión de que lo que quizá intentan es vencerlas por hambre. Tal eventualidad presta un valor renovado a las rojas: gracias a sus establos del subsuelo, a sus criaderos de setas, a sus graneros, a las hormigas cisterna rebosantes de melado, pueden soportar meses de asedio.

Pero Chli-pu-ni no piensa en un asedio. Lo que quieren las de ahí arriba es un nido para la noche. Vuelve a pensar en la sentencia de la Madre: Si el enemigo es más fuerte, actúa de manera que escapes a su capacidad de comprensión. Sí, ante esas bárbaras lo adecuado es la tecnología de punta, he ahí la salvación.

Las quinientas chlipukanianas se enlazan en una CA. Finalmente emerge un debate lleno de interés. Una pequeña obrera emite:

El error ha consistido en intentar reproducir armas o estrategias utilizadas por nuestras mayores de Bel-o-kan. No debemos copiar, hemos de inventar nuestras propias soluciones para resolver nuestros propios problemas.

En cuanto se lanza esta feromona, los ánimos se desbloquean y se toma rápidamente una decisión. Todo el mundo se pone manos a la obra.


JENÍZARO: en el siglo xiv, el sultán Murad I creó un cuerpo de ejército un tanto especial, al que llamaron los jenízaros (del turco yeni cheri, nueva milicia) El ejército jenízaro tenia una peculiaridad: estaba formado sólo por huérfanos. En efecto, los soldados turcos, cuando entraban en una ciudad armenia o eslava, recogían a los niños de muy corta edad y los encerraban en una escuela militar especial en la que no podían averiguar nada del resto del mundo. Educados tan sólo en el arte de la guerra, esos niños demostraban ser los mejores combatientes del Imperio otomano y asolaban sin vergüenza ninguna las poblaciones en que habitaban sus verdaderas familias. A los jenízaros nunca se les ocurrió atacar a sus raptores junto con sus parientes. Aunque como su fuerza no dejaba de crecer, ello acabó inquietando al sultán Mahmut II, que los hizo matar e incendió su escuela en 1826.


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El profesor Leduc llevó dos grandes maletas. De una sacó un modelo sorprendente de martillo-pilón alimentado con gasolina. Inmediatamente inició la demolición del muro levantado por los policías, hasta formar en él un agujero circular que permitía pasar al otro lado.

Cuando cesó el ruido, la abuela Augusta fue a ofrecerle una tisana, pero Leduc no se la aceptó explicando que eso podía darle ganas de orinar. Se volvió hacia la otra maleta y sacó de ella un equipo completo de espeleólogo.

– ¿Cree usted que es tan profundo?

– Para serle franco, querida señora, antes de venir a verla hice una investigación sobre este edificio. Durante el Renacimiento vivían en él unos sabios protestantes que abrieron un pasadizo secreto. Estoy casi seguro de que ese pasadizo lleva hasta el bosque de Fontainebleau. Era por ahí por donde esos protestantes escapaban de sus perseguidores.

– Pero si la gente que ha bajado por ahí ha salido en el bosque, no comprendo por qué no se ha vuelto a saber de ellos. Fueron mi hijo, mi nieto, mi nuera… y una decena larga de bomberos y guardias. Ninguna de esas personas tenia motivos para ocultarse. Tienen familia, amigos. No son Protestantes, y ya no hay guerras de religión.

– ¿Está usted segura, señora?

El hombre la miró con aire divertido.

– Las religiones han adoptado nuevos nombres. Se presentan como filosofías o como… ciencias. Pero siguen siendo igualmente dogmáticas.

Pasó a la habitación de al lado para ponerse el traje de espeleólogo. Cuando volvió a aparecer, bastante molesto con sus aparejos, con la cabeza bajo un casco rojo que llevaba una lámpara, Augusta estuvo a punto de echarse a reír.

Él siguió hablando como si nada.

– Después de los protestantes, este apartamento lo ocuparon sectas de toda laya. Algunas practicaban antiguos cultos paganos, otras adoraban la cebolla… En fin…

– La cebolla es muy buena para la salud. Entiendo muy bien que se la adore. La salud es lo más importante que hay… Mire, estoy sorda, pronto estaré senil, y me muero cada día un poco más.

Él quiso mostrarse tranquilizador.

– No sea usted pesimista, aún tiene muy buen aspecto.

– Pues mire, ¿qué edad cree que tengo?

– No lo sé… sesenta, setenta años.

– ¡Cien años, señor mío! Hace una semana que cumplí cien años, y estoy enferma toda yo, y la vida me resulta cada día más difícil de soportar, sobre todo al haber perdido a todos los seres que amaba.

– La comprendo, señora; la vejez es una prueba difícil.

– ¿Le quedan aún muchas frases como ésa?

– Señora…

– Venga, baje usted de prisa. Si mañana no ha aparecido, llamaré a la Policía y ellos levantarán una pared que ya nadie más podrá derribar…


Constantemente corroída por las larvas de icneumón, la 4.000 no consigue conciliar el sueño, ni siquiera durante las noches más frías.

Así que lo que hace es esperar tranquilamente la muerte, dedicándose a actividades apasionantes y arriesgadas que nunca hubiese tenido el valor de abordar en otras circunstancias. Como descubrir el fin del mundo, por ejemplo.

Las dos están aún en camino hacia los campos de las segadoras. La 103.683 aprovecha para ir recordando algunas lecciones de sus nodrizas. Éstas le habían explicado que la Tierra es un cubo, y que en él sólo hay vida en la cara superior.

¿Qué verá si llega por fin al borde del mundo? ¿Ese borde? ¿Agua? ¿El vacío de otro cielo? Su compañera ocasional y ella misma sabrán entonces más que todas las exploradoras, que todas las rojas desde el principio de los tiempos.

Bajo la mirada sorprendida de la 4.000, la marcha de la 103.683 se convierte de repente en un paso decidido.


Cuando en plena tarde los esclavistas se deciden a forzar las puertas les sorprende no encontrar resistencia alguna. Sin embargo, saben muy bien que no han destruido todo el ejército rojo, ni siquiera teniendo en cuenta la corta envergadura de la ciudad. Así que no hay que fiarse…

Avanzan con gran prudencia ya que, como están acostumbradas a vivir al aire libre y gozan de una vista excelente a la luz del día, bajo el suelo están completamente ciegas. Las asexuadas rojas tampoco ven, pero por lo menos están acostumbradas a moverse en las entrañas de ese mundo de tinieblas.

Las esclavistas llegan a la Ciudad prohibida. Está desierta. Incluso hay montones de alimentos tirados en el suelo, intactos. Siguen bajando; los graneros están llenos, y había gente en las salas poco antes.

En el nivel -5, encuentran feromonas recientes. Intentan descifrar las conversaciones que han tenido lugar ahí, pero las rojas han dejado una ramita de tomillo cuyos efluvios interfieren en todos los aromas.

Nivel -6. A las esclavistas no les gusta sentirse así, encerradas bajo tierra. ¡Hay tanta oscuridad en esa ciudad! ¿Cómo pueden las hormigas soportar quedarse de forma permanente en este espacio confinado y oscuro como la muerte?

En el nivel -8 descubren feromonas aún más frescas. Aceleran la marcha. Las rojas no deben ya de estar muy lejos.

En el nivel -10 sorprenden a un grupo de obreras que trasladan huevos. Éstas echan a correr ante las invasoras. ¡Así que eso era! Por fin lo comprenden: toda la ciudad ha bajado a los niveles más profundos con la esperanza de salvar a su preciosa progenie.

Como todo vuelve a resultar coherente, las esclavistas olvidan toda prudencia y corren lanzando su conocida feromona grito de guerra por las galerías. Las obreras chlipukanianas no consiguen deshacerse de ellas, y ya van por el nivel -13.

De pronto, las portadoras de huevos desaparecen inexplicablemente. El corredor por el que iban desemboca en una inmensa sala cuyo suelo está abundantemente cubierto por charcos de melado. Las esclavistas se precipitan instintivamente a lamer el precioso fluido, que si no podría ser absorbido por la tierra.

Otras guerreras se apretujan tras ellas, pero la sala es verdaderamente gigantesca, y hay lugar y melado para todo el mundo. ¡Qué dulce es, qué azucarado está! Ésta debe de ser una de sus salas para hormigas cisterna, una esclavista ha oído hablar de ello: es una técnica al parecer moderna que consiste en obligar a una pobre obrera a pasarse toda la vida cabeza abajo y con el abdomen extremadamente tenso.

Las esclavistas se burlan una vez más de las ciudadanas mientras se atracan de melado. Pero un detalle atrae de repente la atención de una de ellas. Es sorprendente que una sala tan importante no tenga más que una entrada…

A las esclavistas no les da tiempo para seguir pensando. Las rojas han terminado de cavar. Un torrente de agua brota del techo. Las esclavistas tratan de huir por el corredor, pero éste aparece ahora obstruido por una gran piedra, Y el nivel del agua sube. Las que no han muerto debido al choque de la tromba de agua se debaten con todas sus fuerzas.

La idea se le había ocurrido a la guerrera roja que había observado que no había que copiar a los mayores. A continuación había formulado la siguiente pregunta: ¿Qué es lo específico de nuestra ciudad? La respuesta fue una sola feromona: ¡El río subterráneo del nivel -12!

Entonces habían derivado un ramal a partir del arroyo y habían canalizado esa corriente impermeabilizando el suelo con dos hojas grasas. El resto estaba relacionado más bien con la técnica de las cisternas. Habían construido un gran depósito de agua en la estancia, y luego lo habían agujereado en el centro con una rama. Evidentemente, lo más complicado era mantener la rama perforadora por encima del agua, Fueron unas hormigas colgadas del techo de la estancia las que realizaron esta proeza.

Abajo, las esclavistas gesticulan y gimen. La mayoría están ya ahogadas, pero cuando toda el agua ya se ha trasvasado a la sala inferior el nivel de flotación es bastante alto para que algunas guerreras lleguen a salir por el agujero del techo. Las rojas acaban con ellas sin problemas con disparos de ácido.

Una hora después, la sopa de esclavistas ya no se mueve. La reina Chli-pu-ni ha vencido. Entonces emite su primera sentencia histórica: Cuanto más alto es el obstáculo, más nos obliga a superarnos.


Un golpeteo sordo y regular atrajo a Augusta a la cocina justo cuando el profesor Leduc pasaba retorciéndose por el agujero de la pared. Y eso después de veinticuatro horas. Por una vez que se trataba de alguien antipático cuya desaparición le daba lo mismo, ¡tenia que volver!

Su traje de espeleólogo estaba desgarrado, pero el hombre aparecía indemne. Parecía decepcionado, eso estaba tan claro como su nariz en medio de la cara.

– ¿Qué tal?

– ¿Cómo, qué tal?

– ¿Les ha encontrado?

– No…

Augusta estaba muy afectada. Era la primera vez que alguien volvía a subir vivo y sin haberse vuelto loco de aquel agujero. Así que era posible sobrevivir a la aventura…

– Bueno, pues ¿qué hay ahí abajo? ¿Llega hasta el bosque de Fontainebleau, como usted decía?

El hombre se quitó el casco.

– Antes déme algo de beber, por favor. He agotado todas mis reservas de alimentos y no he bebido nada desde el mediodía de ayer.

La señora le dio la infusión que se mantenía caliente en un termo.

– ¿Quiere que le diga lo que hay ahí abajo? Pues hay una escalera de caracol que baja a plomo muchos centenares de metros. Hay una puerta. Hay un corredor con vetas rojas, atestado de ratas, y luego, al final de todo, hay una pared que debió levantar su nieto Jonathan. Una pared muy sólida; he intentado agujerearla con el martillo sin resultado. En realidad, debe de girar o hacerse a un lado, porque hay un sistema de botones alfabéticos en código.

– ¿Botones alfabéticos en código?

– Sí. Seguro que lo que hay que hacer es escribir una palabra contestando a una pregunta.

– ¿Qué pregunta?

– ¿Cómo formar cuatro triángulos equiláteros con seis cerillas?

Augusta no pudo evitar un estallido de risa. Y eso molestó profundamente al científico.

– ¡Usted conoce la respuesta!

Entre dos hipos, la señora pudo articular:

– ¡No! ¡No! No conozco la respuesta. Pero sí que conozco muy bien la pregunta.

Y siguió riendo. El profesor Leduc gruñó:

– He estado horas buscando. Está claro que algo se consigue con los triángulos en forma de V, pero no son equiláteros.

Empezó a ordenar su material.

– Si no le parece mal, voy a consultar a un amigo mío matemático y luego vuelvo.

– ¡No!

– ¿Cómo que no?

– Una sola vez, una oportunidad, y sólo una. Si no ha sabido aprovecharla, ya es demasiado tarde. Hágame el favor de llevarse esas dos maletas de mi casa. ¡Adiós, señor!

Y Augusta ni siquiera pidió un taxi para él. La aversión que sentía hacia él pudo más que cualquier cosa. Decididamente, olía de una forma que no le gustaba nada. Augusta se sentó en la cocina, ante el muro agujereado. La situación había evolucionado. Por fin, se decidió a telefonear a Jason Bragel y a aquel señor Rosenfeld. Había decidido divertirse un poco antes de morir.


FEROMONA HUMANA: Como los insectos, que se comunican mediante olores, el hombre dispone de un idioma olfativo mediante el cual dialoga discretamente con sus semejantes.

Como no tenemos antenas emisoras, proyectamos las feromonas en el aire a partir de las axilas, las tetillas, el cuero cabelludo y los órganos genitales.

Esos mensajes se perciben de forma inconsciente, pero no por eso son menos eficaces. El hombre tiene cincuenta millones de terminales nerviosos olfativos; cincuenta millones de células capaces de identificar millares de olores, mientras nuestra lengua sólo sabe reconocer cuatro sabores.

Y ¿qué uso hacemos de ese medio de comunicación?

En primer lugar, el reclamo sexual. Un macho humano podrá muy bien verse atraído por una hembra humana sólo porque ha apreciado sus perfumes naturales (por otra parte, con demasiada frecuencia ocultos por perfumes artificiales) Asimismo podrá sentir rechazo ante otra cuyas feromonas no le «hablan»

El proceso es sutil. Ninguno de los dos seres sospechará siquiera el diálogo olfativo que han establecido. Y, así, se dirá que «el amor es ciego»

Esta influencia de las feromonas humanas puede manifestarse también en las relaciones agresivas. Como ocurre entre los perros, un hombre que olfatea efluvios con el mensaje «miedo» procedente de su adversario sentirá de forma natural deseos de atacar.

Finalmente, una de las consecuencias más espectaculares de la acción de las feromonas humanas es, sin lugar a dudas, la sincronización de los ciclos menstruales. En efecto, se ha comprobado que muchas mujeres que viven juntas emiten olores, y éstos ajustaban sus organismos de manera que las reglas de todas ellas se desencadenaban a la vez.


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Ven a las primeras segadoras en medio de unos campos amarillos. En realidad sería más adecuado hablar de leñadoras; esos cereales son bastante más grandes que ellas, de manera que han de cortarlos por la base para que caiga el grano nutritivo.

Aparte de la recolección, su principal actividad consiste en eliminar todas las demás plantas que crecen alrededor de sus cultivos. Para eso utilizan un herbicida de su invención: el ácido indolacético, que pulverizan con una glándula abdominal.

Ante la llegada de la 103.683 y de la 4.000, apenas les dedican atención. Nunca han visto hormigas rojas y para ellas esos dos insectos son a lo mejor dos esclavas fugadas o dos hormigas en busca de la secreción de la lomechuse. Dicho brevemente, o vagabundas o drogadas. Una segadora, sin embargo, acaba por descubrir una molécula con los olores de la hormiga roja con aguijón. Seguida por una compañera, abandona su trabajo y se acerca.

¿Habéis encontrado a las rojas con aguijón? ¿Dónde están?

Durante la conversación, las belokanianas averiguan que las rojas del aguijón han atacado el nido de las segadoras hace muchas semanas. Mataron con su aguijón venenoso a más de cien obreras y sexuadas, y luego robaron toda la reserva de harina de cereales. Al regresar de una campaña que las había llevado al sur, en busca de nuevo cereal, el ejército de segadoras no había podido menos que constatar los destrozos.

Las rojas reconocen que, en efecto, se han tropezado con las del aguijón. Indican la dirección que hay que seguir para encontrarlas. Atienden las preguntas que les hacen, y cuentan a su vez su propia odisea.

¿Estáis buscando el fin del mundo?

Asienten las dos. Las otras estallan entonces en feromonas de risa con olores chispeantes. ¿Por qué se ríen así? ¿Es que el fin del mundo no existe?

que existe, y ya habéis llegado. Además de las cosechas, nuestra principal actividad es el intento de pasar al otro lado.

Las segadoras se proponen guiar a partir del día siguiente a las dos «turistas» hacia ese lugar metafísico. La tarde transcurre entre conversaciones, al resguardo del pequeño nido que las segadoras han horadado en la corteza de un haya.

¿Y los guardianes delfín del mundo? pregunta la 103.683.

No os preocupéis por eso, muy pronto podréis verles.

¿Es cierto que tienen un arma que puede aplastar con un solo golpe todo un ejército?

A las segadoras les sorprende que esas extranjeras conozcan tantos detalles.

Si, es cierto.

Es decir que la 103.683 va a conocer por fin la solución del enigma del arma secreta.

Y esa misma noche tiene un sueño. Ve la tierra que acaba en ángulo recto, una pared vertical de agua que invade el cielo y, brotando de esa pared de agua, unas hormigas azules que llevan ramas de acacia de un gran poder de destrucción. Basta que una punta de esas ramas mágicas toque algo para que quede pulverizado.

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