Augusta se pasó todo el día delante de seis cerillas. El muro era más psicológico que real, eso ya lo había comprendido. Lo de que «hay que pensar de manera diferente» de Edmond… Su hijo había descubierto algo, eso era seguro, y lo ocultaba con su inteligencia.
Augusta recordó los nidos de su infancia, sus «madrigueras» Quizá debido a que se las habían destruido todas había tratado de hacer una que fuese inaccesible, un lugar donde nunca nadie fuese a molestarle… Como un espacio interior, que proyectaría su paz al exterior… y también su invisibilidad.
La anciana se sacudió el entumecimiento que la estaba venciendo. Y surgió un recuerdo de su propia juventud. Era Una noche de invierno, cuando ella era muy pequeña, y fue entonces cuando comprendió que podía haber números por debajo del cero… 3, 2, 1, 0, y luego -1, -2, -3… ¡Números al revés! Como si se le diese vuelta al guante de las cifras. El cero no era, pues, ni el fin ni el principio de todo. Había otro mundo infinito al otro lado. Era como si se hubiese hecho estallar el muro del «cero»
Entonces ella debía de tener siete u ocho años, pero su descubrimiento la había trastornado y por la noche no pudo dormir.
Las cifras al revés… Era la puerta a otra dimensión. La tercera dimensión. ¡El relieve! ¡Oh, Señor!
Sus manos tiemblan con la emoción, llora, pero aún tiene fuerzas para coger las cerillas. Dispone tres en triángulo, y luego coloca en cada ángulo una cerilla, que levanta para que todas converjan en un punto más alto.
Con eso, forma una pirámide. Una pirámide y cuatro triángulos equiláteros.
Ahí está el límite de la Tierra. Un lugar sorprendente. Ahí ya no hay nada natural, nada terreno. No es como la 103.683 lo imaginaba. El borde del mundo es negro. Nunca ha visto nada tan negro. Es duro, liso, tibio y huele a aceite mineral.
A falta de un océano vertical, aquí hay corrientes de aire de una violencia inaudita.
Las dos exploradoras pasan un largo rato tratando de comprender lo que pasa. De vez en cuando se percibe una vibración. Su intensidad crece de forma exponencial. Luego, el suelo tiembla de repente, un fuerte viento levanta sus antenas, un ruido infernal hace que entrechoquen los tímpanos de las tibias. Parece una violenta tempestad, pero apenas se ha manifestado el fenómeno cuando éste cesa, dejando que vuelvan a caer sólo unas volutas de polvo.
Muchas exploradoras segadoras han intentado franquear esta frontera, pero los Guardianes se mantienen vigilantes. Porque ese ruido, ese viento, esa vibración, son ellos: los Guardianes del fin del mundo que golpean a todo aquel que intente adentrarse en las tierras negras.
¿Han visto a los Guardianes? Antes de que las rojas hayan podido conseguir una respuesta, estalla un nuevo estrépito, y luego cesa. Una de las seis segadores que las acompañan afirma que nadie ha llegado nunca a caminar por la «tierra maldita» y ha regresado con vida. Los Guardianes lo aplastan todo.
Los Guardianes… debieron de ser ellos los que atacaron Lachola-kan y la expedición del macho 327. Pero ¿por qué abandonarían el extremo del mundo para introducirse hacia el oeste? ¿Quieren tal vez invadir el mundo?
Las segadoras no saben de eso más que las rojas. ¿Pueden al menos describírselos? Todo lo que saben es que las que se han acercado a los Guardianes han muerto aplastadas. Incluso se desconoce en qué categoría de seres vivos clasificarlos: ¿son insectos gigantes? ¿Pájaros? ¿Plantas? Todo lo que las segadoras saben es que son muy rápidos y muy poderosos. Tienen una fuerza que las supera y que no se parece a nada conocido.
En ese mismo momento, la 4.000 toma una iniciativa tan repentina como imprevista. Abandona el grupo y se introduce en territorio tabú. Ya que ha de morir de todos modos, quiere intentar ir más allá del fin del mundo, así, a la descarada. Las otras la miran aterrorizadas.
La 4.000 avanza lentamente, espiando la menor vibración, la menor fragancia anunciadora de la muerte en la extremidad sensible de sus patas. Y ahí va… cincuenta cabezas, cien cabezas, doscientas cabezas, cuatrocientas, seiscientas, ochocientas cabezas… Nada. Sigue sana y salva. La aclaman desde el otro lado. Desde donde se encuentra ve unas bandas blancas intermitentes que siguen a la derecha y a la izquierda. En la tierra negra todo está muerto; no hay ni el más mínimo insecto, ni la planta más pequeña. Y el suelo es tan negro… no es auténtica tierra.
Percibe la presencia de vegetales, lejos y hacia delante. ¿Será posible que haya un mundo después del borde del mundo? Lanza algunas feromonas a sus colegas que se han quedado en la orilla para decirles todo eso, pero el diálogo es difícil a una distancia tan grande.
Da media vuelta, y entonces es cuando se desencadenan otra vez el temblor y el enorme ruido. ¿Los Guardianes que regresan? Corre con todas sus fuerzas para reunirse con sus compañeras.
Estas se quedan petrificadas durante la breve fracción de segundo en que una alucinante masa cruza su cielo con un enorme rugido. Los Guardianes han pasado, exhalando olores de aceites minerales. La 4.000 ha desaparecido.
Las hormigas se acercan un poco al borde y entonces comprenden. La 4.000 ha quedado aplastada tan terriblemente que su cuerpo ya no tiene ni una décima de cabeza de espesor. ¡Ha quedado como incrustada en el negro suelo!
Ya no queda nada de la vieja exploradora belokaniana. Ahí mismo ha terminado también el suplicio de los huevos de icneumón. Y entonces se ve que una larva de esta avispa acaba de perforar su espalda y es apenas un punto blanco en medio del cuerpo rojo aplastado.
Así, pues, es cómo golpean los Guardianes del fin del mundo. Se oye un estrépito, se percibe un soplo y al instante queda todo destruido, pulverizado, aplastado. La 103.683 no ha acabado aún de analizar el fenómeno cuando se oye otra deflagración. La muerte golpea incluso cuando nadie cruza el umbral. El polvo cae otra vez.
La 103.683 quisiera intentar al menos la travesía. Vuelve a recordar Satei. El problema es parecido. Si la cosa no funciona por arriba, entonces habrá que ir por debajo. Hay que considerar esta tierra negra como si fuese un río, y el mejor medio de cruzar los ríos consiste en perforar un túnel por debajo.
Habla de eso con las seis cosechadoras, que se entusiasman inmediatamente. Es algo tan evidente que no comprenden por qué no han pensado antes en ello. Y entonces todo el mundo se pone a cavar con toda la fuerza de las mandíbulas.
Jason Bragel y el profesor Rosenfeld nunca habían sido amigos de las tisanas, pero estaban a punto de serlo. Augusta se lo contó todo con pelos y señales. Les explico que, después de ella, su hijo les había designado como herederos del apartamento. Era posible que cada uno de ellos sintiese el deseo de explorar allá abajo, como ella misma había intentado. Pero ella prefería reunir todas las energías para golpear con un máximo de eficacia.
Cuando Augusta hubo proporcionado los imprescindibles datos preliminares, los tres ya hablaron poco. No tenían necesidad de hacerlo para comprenderse. Una mirada, una sonrisa… Ninguno de los tres había experimentado nunca una osmosis intelectual tan inmediata. Era algo que iba más allá incluso de lo intelectual; se diría que habían nacido para completarse, que sus programas genéticos encajaban y se fundían. Era algo mágico. Augusta era muy vieja, y sin embargo los otros dos la encontraban extraordinariamente bella…
Recordaron a Edmond. Su afecto, desprovisto de la más ligera segunda intención, por el difunto les sorprendía a ellos mismos. Jason Bragel no habló de su familia; Daniel Rosenfeld no habló de su trabajo; Augusta no habló de su enfermedad. Decidieron bajar esa misma noche. Lo sabían; era lo único que había que hacer, aquí y ahora.
DURANTE MUCHO TIEMPO: Durante mucho tiempo se ha creído que la informática en general y los programas de inteligencia artificial en particular mezclarían y presentarían desde nuevos ángulos los conceptos humanos. En resumen, se esperaba de la electrónica una nueva filosofía. Pero incluso presentándola de manera diferente, la materia prima sigue siendo la misma: ideas producidas por imaginaciones humanas. Es un callejón sin salida.
El mejor medio para renovar el pensamiento es salir de la imaginación humana.
EDMOND WELLS
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.
Chli-pu-kan crece en tamaño y en inteligencia. Ahora es ya una ciudad «adolescente» Siguiendo por el camino de las «tecnologías acuáticas», se ha instalado toda una red de canales bajo el nivel -12. Esos canales permiten el rápido transporte de alimentos de un extremo al otro de la ciudad.
Las chilipkanianas han tenido tiempo para poner a punto sus técnicas de transporte acuático. El nec plus ultra es una hoja de arándano flotante. Basta encontrar en la corriente en la dirección adecuada para viajar a lo largo de muchos centenares de cabezas de vía fluvial. Desde los criaderos de setas del este hasta los establos del oeste, por ejemplo.
Los hormigas esperan conseguir un día la domesticación de una especie de coleópteros de agua dulce, los díticos. Esos grandes coleópteros subacuáticos, provistos de bolsas de aire bajo los élitros, nadan muy de prisa. Si pudiesen convencerles de que impulsasen las hojas de arándano, las almadías dispondrían de una locomoción menos azarosa que las actuales.
La propia Chli-pu-ni lanza otra idea futurista. Recuerda el coleóptero rinoceronte que la liberó de la tela de araña. ¡Una máquina de guerra perfecta! Los rinocerontes no sólo tienen un gran cuerno frontal, no sólo tienen un caparazón blindado, sino que vuelan también a gran velocidad. La Madre piensa en una legión de esos animales, con diez artilleras en la cabeza de cada uno. Ya ve lanzarse a esas tripulaciones, casi invulnerables, sobre las tropas enemigas e inundándolas con ácido…
La única dificultad es que tanto los díticos como los rinocerontes presentan dificultades para su domesticación mientras no lleguen a aprender su idioma. Así, muchas obreras dedican todo su tiempo a descifrar sus emisiones olfativas y a intentar hacerles comprender el idioma feromonal de las hormigas.
Si bien los resultados son por el momento mediocres, las chlipukanianas provocan su apego hartándoles de melado. El alimento es, finalmente, el idioma insecto más extendido.
Pese a ese dinamismo colectivo, Chli-pu-ni está preocupada. Se han enviado tres escuadras de embajadoras hacia la Federación para que se les reconozca que son la sexagésimo quinta ciudad y sigue sin haber respuesta. ¿Será que Belo-kiu-kuni rechaza esa alianza?
Cuanto más piensa en ello más convencida está Chli-pu-ni de que sus embajadoras espían han debido de cometer torpezas, y que las han interceptado las guerreras con olor a roca. A no ser que hayan quedado simplemente encantadas con los efluvios de la lomechuse del nivel -50… O quién sabe qué otra cosa.
Pero la reina no tiene intención de renunciar ni a su reconocimiento por la Federación ni a proseguir su investigación. Decide enviar a la 801, su mejor y más sutil guerrera. Para comunicarle todos los detalles de la misión, la reina opera una CA con la joven soldado, que así sabrá tanto como ella acerca de ese misterio. La guerrera, con ello, se convertirá en:
El ojo que ve
La antena que percibe
La garra que golpea de Chli-pu-kan.
La anciana señora había preparado una mochila de vituallas y bebidas, entre ellas tres termos de tisana caliente. Por encima de todo, no había que actuar como el antipático de Leduc, obligado a regresar de prisa al haber olvidado el factor alimentación… Pero, en cualquier caso, ¿hubiese dado con el código? Augusta se permitía dudarlo.
Entre otros accesorios, Jason Bragel se había pertrechado de bombas lacrimógenas de gran tamaño y de tres mascaras de gas. Daniel Rosenfeld, por su parte, llevaba una cámara fotográfica con flash, un modelo del último grito.
Estaban ahora dando vueltas en el tiovivo de piedra. Como había sido el caso con todos los que les habían precedido, el descenso hacía reaparecer los recuerdos, pensamientos olvidados. La niñez, los padres, los primeros dolores, los errores cometidos, el amor frustrado, el egoísmo, el orgullo, los remordimientos…
Sus cuerpos se movían de forma maquinal, más allá de toda posibilidad de cansancio. Se hundían en la carne del planeta, en su vida pasada. ¡Ah, qué larga era una vida, cuan destructora podía ser!… Y con más facilidad destructora que creativa…
Llegaron finalmente ante una puerta. En ella había grabado un texto: «En el momento de la muerte, el alma experimenta la misma sensación que aquellos que se inician en los Grandes Misterios. En primer lugar se producen carreras al azar con penosos giros, viajes inquietantes y sin final a través de las tinieblas. Luego, antes del final, el terror llega al colmo. El estremecimiento, el temblor, el sudor frío, el horror dominan. A esta fase le sigue casi de inmediato una ascensión hacia la luz, una brusca iluminación. Una luminosidad maravillosa se ofrece a los ojos, se pasa por lugares puros y praderas donde resuenan las voces y las danzas. Unas palabras sagradas inspiran el respeto religioso. El hombre perfecto e iniciado se hace libre y celebra los Misterios»
Daniel tomó una fotografía.
– Conozco este texto -dijo Jasón. Es de Plutarco.
– Hermoso texto, en verdad.
– ¿No les da miedo? -preguntó Augusta.
– Sí, pero para eso está ahí. Y en todo caso ahí se dice que tras el terror viene la iluminación. Así pues, actuemos por etapas. Si es necesario un poco de terror, dejémonos aterrorizar…
– Eso precisamente. Las ratas…
Fue como si no tuviese más que mencionarlas. Ahí estaban. Los tres exploradores sentían sus presencias furtivas, su contacto al nivel del calzado. Daniel utilizó otra vez su cámara. El flash reveló la imagen repulsiva de una alfombra de pelotas grises y orejas negras. Jason se apresuró a distribuir las máscaras antes de pulverizar generosamente gas lacrimógeno a su alrededor. A los roedores no les hizo falta que se lo dijesen dos veces…
Siguieron bajando durante mucho rato todavía.
– ¿Y si comiésemos algo, señores? -propuso Augusta.
Así que comieron algo. El episodio de las ratas parecía olvidado y los tres se sentían del mejor humor. Como hacía un poco de frío acabaron su colación con un sorbo de licor y un buen café caliente.
Cavan prolongadamente antes de poder subir de nuevo a una zona en la que la tierra es blanda. Un par de antenas emergen por fin, como un periscopio; unos olores desconocidos las inundan.
El aire libre. Ya están al otro lado del fin del mundo. Y sigue sin aparecer el muro de agua. Aunque se trata de un universo que, verdaderamente, no se parece en nada al otro. Si bien identifican aún algunos árboles y plantas, inmediatamente después aparece un desierto gris, duro y liso. No hay la menor termitera ni hormiguero a la vista.
– Dan unos pasos. Pero enormes cosas negras caen a su alrededor. Es algo parecido a lo de los Guardianes, pero estas cosas caen un poco a la buena de Dios.
Y eso no es todo. Hacia delante, lejos, se yergue un monolito gigantesco, tan alto que sus antenas no llegan a percibir su límite. Ensombrece el cielo, aplasta la tierra.
Esto debe de ser el muro del fin del mundo, y detrás está el agua, piensa la 103.683.
Avanzan aún un poco, para darse de manos a boca con un grupo de cucarachas amontonadas encima de un trozo de…no se sabe qué. Los caparazones transparentes dejan ver todas las vísceras, todos los órganos e incluso la sangre que late en las arterias. ¡Repugnante! Al batirse en retirada, tres segadoras quedan pulverizadas por la caída de una cosa.
La 103.683 y sus tres últimas compañeras deciden seguir a pesar de todo. Pasan por muretes porosos, siempre en dirección al monolito de altura infinita. Y de repente se encuentran en una región aún más desconcertante. El suelo es rojo y tiene el tacto de una fresa. Ven una especie de pozo y ya están considerando bajar para tener algo de sombra, cuando bruscamente una gran esfera blanca de seis cabezas de diámetro por lo menos surge del cielo, bota y se lanza sobre ellas. Se lanzan al pozo… y les da el tiempo justo de pegarse a las paredes cuando la esfera se estrella en el fondo.
Vuelven a salir enloquecidas, y corren. A su alrededor el suelo es azul, verde o amarillo, y por todas partes hay pozos como el anterior y esferas blancas que las persiguen. Esta vez es demasiado, el valor tiene un límite. Este universo es demasiado diferente para que resulte soportable.
Entonces huyen, corriendo desalentadas, vuelven a pasar por el subterráneo y vuelven con rapidez al mundo normal.
CIVILIZACIÓN (continuación): Otro gran choque entre civilizaciones: el encuentro de Occidente y Oriente.
Los Anales del Imperio chino hablan, alrededor del año 115 de nuestra era, de la llegada de un barco, verosímilmente de origen romano, al que una tempestad había averiado y que se estrelló en la costa después de permanecer unos días a la deriva.
Sus pasajeros eran acróbatas y juglares que, en cuanto llegaron a tierra, quisieron atraerse a los habitantes de ese país desconocido presentándoles un espectáculo. Los chinos vieron, pues, boquiabiertos a esos extranjeros de nariz larga escupir fuego, hacer nudos con sus miembros, transformar ranas en serpientes, etc.
Y llegaron a la conclusión pertinente de que el Oeste estaba poblado por payasos y tragafuegos. Y pasaron muchos cientos de años antes de que se presentase una ocasión para sacarles del error.
EDMOND WELLS
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.
Finalmente se encontraron ante el muro de Jonathan. «¿Cómo hacer cuatro triángulos con seis cerillas?» Daniel hizo la foto consabida. Augusta tecleó la palabra «pirámide» y el muro se hizo suavemente a un lado. La anciana se sintió orgullosa de su nieto.
Pasaron, y no tardaron en oír cómo el muro volvía a su lugar. Jason iluminó las paredes. Había roca por todas partes, aunque no era la misma de hacía un momento. Antes el muro era rojo, y ahora amarillo, con vetas de azufre.
Sin embargo, el aire seguía siendo respirable. Incluso parecía haber un ligero soplo de brisa. ¿Tenía razón el profesor Leduc? ¿Llevaba este túnel al bosque de Fontainebleau?
De repente se encontraron con otra horda de ratas, mucho más agresivas que las que habían encontrado antes. Jason comprendió lo que debía estar pasando, pero no le dio tiempo a explicárselo a los demás: tuvieron que ponerse otra vez las máscaras y abrir la espita del gas. Cada vez que el muro se movía, lo que por cierto no debía de ocurrir a menudo, unas ratas de la «zona roja» pasaban a la «zona amarilla», en busca de comida. Pero si los de la zona baja roja conseguían algo, los otros -los migradores- no habían conseguido nada y habían debido devorarse entre sí.
Y Jason y sus amigos tenían que vérselas con los supervivientes, dicho de otra manera con los más feroces. Con éstos, el gas lacrimógeno resulta claramente ineficaz. ¡Atacaban! Saltaban, trataban de hacer presa en los brazos…
Al borde de la histeria, Daniel ametrallaba con disparos del flash, pero esos animales de pesadilla pesaban kilos y no temían a los hombres. Aparecieron las primeras heridas. Jason sacó su Opinel, apuñaló a dos ratas y las arrojó como pasto a las otras. Augusta hizo muchos disparos con un pequeño revólver… Así pudieron ponerse a salvo. ¡Y muy a tiempo!
CUANDO ERA: Cuando yo era pequeño, pasaba horas tendido en el suelo mirando los hormigueros. Eso era para mí más real que la televisión.
Entre los misterios que me ofrecía el hormiguero estaba éste: ¿por qué después de uno de mis destrozos se llevaban a algunas heridas y dejaban morir a las demás? Todas tenían la misma apariencia… ¿Según qué criterio de selección se consideraba interesante a un individuo y a otro despreciable?
EDMOND WELLS
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.
Corrían por un túnel rayado de amarillo.
Llegaron ante una reja de acero. Una abertura que tenía en el centro le daba al conjunto la apariencia de una nasa de pescador. Era un cono que se contraía de forma que dejaba pasar un cuerpo humano de talla mediana aunque sin posibilidad de regreso, debido a los pinchos que había en la salida del cono.
– Es reciente…
– Bueno, parece que los que han construido la puerta y la nasa no querían que hubiese vuelta atrás…
Augusta reconocía una vez más el trabajo de Jonathan, el maestro de las puertas y de los metales.
– ¡Miren!
Daniel iluminó una inscripción:
«Aquí acaba la conciencia. ¿Queréis entrar en el inconsciente?»
Se quedaron boquiabiertos.
– ¿Qué hacemos ahora?
Todos pensaron en lo mismo en el mismo momento.
– En el punto en que nos encontramos seria una lástima renunciar. Propongo que sigamos.
– Pasaré yo primero -dijo Daniel, poniendo al resguardo su cola de caballo para que no se enredase en los metales.
Fueron arrastrándose por turno a través de la nasa de acero.
– Es divertido -dijo Augusta; tengo la sensación de haber vivido ya esta experiencia.
– ¿Ha estado ya en una nasa que le impide a uno echarse atrás?
– Sí. Fue hace mucho tiempo.
– ¿A qué le llama usted mucho tiempo?
– ¡Oh! Yo era joven. Debía tener… uno o dos segundos.
Las segadoras cuentan en su ciudad sus aventuras en el otro lado del mundo, un país de monstruos y de fenómenos incomprensibles. Las cucarachas, las placas negras, el monolito gigante, el pozo, las bolas blancas… ¡Es demasiado! No hay ninguna posibilidad de crear una población en un universo tan grotesco.
La 103.683 se queda en un rincón recuperando sus fuerzas. Está pensando. Cuando sus hermanas oigan la historia, tendrán que modificar todos los mapas y reconsiderar los Principios básicos de su planetología. Y se dice que ya es hora de que vuelva a la Federación.
Después de pasar por la nasa, tuvieron que recorrer unos diez kilómetros… Bueno, cómo saberlo, y además el cansancio debía estar empezando a dejarse sentir.
Llegaron a un arroyuelo que cruzaba el túnel y cuya agua era especialmente cálida y estaba cargada de azufre.
Daniel se detuvo de pronto, Le había parecido ver unas hormigas sobre una almadía vegetal moviéndose con la corriente. Se rehizo; seguro que eran las emanaciones de polvo de azufre que le provocaban alucinaciones…
Unos cientos de metros más allá, Jason pisó un material quebradizo. Dio luz. ¡Era la caja torácica de un esqueleto! Lanzó un sonoro grito. Daniel y Augusta barrieron con sus antorchas el entorno y descubrieron otros dos esqueletos, uno de ellos del tamaño de un niño, ¿Era posible que fuesen Jonathan y su familia?
Reemprendieron el camino, y pronto tuvieron que echar a correr; un sonido masivo de deslizamiento anunciaba la llegada de las ratas. El amarillo de las paredes se hacía blanco. Era cal. Agotados, llegaron por fin al final del túnel. ¡Al pie de una escalera de caracol que subía!
Augusta disparó sus dos últimas balas hacia las ratas y luego se lanzaron escaleras arriba. Jason aún tuvo la presencia de ánimo suficiente para observar que giraba a la inversa que la primera, es decir que tanto la subida como la bajada se realizaban dando vuelta en el sentido de las agujas del reloj.
La noticia causa sensación. Una belokaniana acaba de llegar a la ciudad. Dicen que debe de ser una embajadora de la Federación, llegada para anunciar la vinculación oficial de Chli-pu-kan como sexagésimo quinta ciudad.
Chli-pu-ni se siente menos optimista que sus hijas. Desconfía de la recién llegada. ¿Y si fuese una guerrera con olor de roca enviada desde Bel-o-kan para infiltrarse en la Ciudad de la reina subversiva?
¿Cómo es?
Sobre todo se encuentra muy cansada. Ha debido de correr desde Bel-o-kan para hacer el trayecto en unos días.
Son las pastoras las que la han visto errando por los alrededores. En ese momento mismo no había emitido nada, y la habían llevado directamente a la sala de las hormigas cisternas para que se recuperase.
Hacedla venir aquí, quiero hablar con ella a solas, pero quiero que haya una guardiana en la entrada de los aposentos reales dispuesta a intervenir en cuanto dé la señal.
Chli-pu-ni siempre ha deseado tener noticias de su ciudad natal, pero ahora que ha llegado una representante, la primera idea que se le ocurre es considerarla una espía y matarla. Esperará a verla, pero si descubre la menor molécula de olor de roca, hará que la ejecuten sin pensarlo dos veces.
Le llevan a la belokaniana. En cuanto se reconocen, las dos hormigas saltan una sobre la otra, con las mandíbulas abiertas de par en par, y se entregan… a la más untuosa trofalaxia. La emoción es tan intensa que no consiguen emitir, Chli-pu-ni lanza la primera feromona.
¿En qué punto está la investigación? ¿Han sido las termitas?
La 103.683 cuenta que ha cruzado el río del Este y visitado la ciudad termita; que ésta ha sido destruida y que no queda un solo superviviente.
Entonces, ¿qué hay detrás de todo esto?
Los verdaderos responsables de todos esos acontecimientos incomprensibles, según la guerrera, son los Guardianes del borde oriental del mundo. Unos animales tan extraños que no se les ve ni se les siente. De forma súbita, caen del cielo y todo el mundo muere.
Chli-pu-ni la escucha con atención. Sin embargo, queda sin explicación un elemento, añade la 103.683: ¿cómo han podido los Guardianes del fin del mundo utilizar a las soldados con olor de roca?
Chli-pu-ni tiene sus propias ideas al respecto. Cuenta que las soldados con olor de roca no son espías ni mercenarias, sino una fuerza clandestina encargada de vigilar el nivel de tensión del organismo Ciudad. Ahogan cualquier información que pudiera angustiar a la Ciudad… Y cuenta que unas asesinas trataron de matarla a ella misma.
¿Y las reservas de alimentos que había bajo la roca de cimentación? ¿Y el pasadizo abierto en el granito?
Para eso Chli-pu-ni no tiene respuesta. Precisamente ha enviado embajadoras espías para que traten de resolver ese doble enigma.
La joven reina le propone a su amiga una visita a la Ciudad. Por el camino le explica las formidables posibilidades del agua. Por ejemplo, el río del Este siempre se ha considerado mortal, pero no es más que agua; la reina cayó en él y no murió. Quizá un día se pueda bajar por ese río con almadías de hojas y descubrir el extremo septentrional del mundo. Chli-pu-ni se exalta: no cabe duda de que existen Guardianes en el extremo oriental.
La 103.683 no puede menos que observar que Chli-pu-ni desborda de proyectos audaces. No todos son realizables, pero lo que se ha realizado ya es impresionante: la soldado nunca había visto criaderos de hongos ni establos tan amplios, ni nunca había visto almadías flotando en los canales subterráneos…
Pero lo que más les sorprende es la última feromona de la reina.
Ésta dice que si sus embajadoras no han vuelto dentro de quince días, declarará la guerra a Bel-o-kan. Según dice, la ciudad natal ya no está adaptada a este mundo. La simple presencia de las guerreras con olor de roca demuestra que es una ciudad que ya no aborda de frente la realidad. Es una ciudad tan timorata como un caracol. Antaño había sido revolucionaria, y ahora está superada. Hace falta un relevo. Aquí, en Chli-pu-kan, las hormigas progresan mucho más de prisa. Chli-pu-ni considera que, si ella se pone al frente de la Federación, podría hacer que evolucionase con rapidez. Con las sesenta y cinco ciudades federadas, sus iniciativas se verían decuplicadas. Ya está pensando en conquistar el curso de agua y en formar una legión volante utilizando coleópteros rinocerontes.
La 103.683 duda. Tenía la intención de regresar a Bel-o-kan y contar allí su idea, pero Chli-pu-ni le pide que renuncie a ese propósito.
Bel-o-kan ha formado una legión para «no saber», no la obligues a reconocer lo que no quiere reconocer.
La coronación de la escalera de caracol se prolonga en unos peldaños de aluminio. Y ésos no son del Renacimiento. Llevan hasta una puerta blanca, en la que hay otra inscripción más:
«Y llegué junto a un muro construido con cristales y rodeado de lenguas de fuego. Y empecé a sentir miedo.
»Luego entré en las lenguas de fuego hasta llegar a una gran morada construida con cristales.
»Y las paredes de esa morada eran como una ola de cristal que formaba un damero y sus cimientos eran de cristal.
»Su techo era como el camino de las estrellas.
»Y entre ellos habían símbolos de fuego.
»Y su cielo era claro como el agua» (Enoch, I.)
Pasan por la puerta, suben por un corredor muy pendiente. Y el suelo se hunde de repente bajo sus pies… Su caída es larga, tanto que el momento de sentir miedo ya ha pasado y tiene la sensación de volar. ¡Están volando!
Su caída queda amortiguada por una red de trapecista, una red enorme y de apretada malla. Tantean a gatas en la oscuridad. Jason Bragel identifica otra puerta… esta vez sin código ninguno, sólo con un pomo. Llama a sus compañeros en voz baja. Luego, abre.
ANCIANO: En África se llora más la muerte de un anciano que la da un recién nacido. El anciano suponía un gran cúmulo de experiencia que podía aprovechar al resto de la tribu, mientras que el recién nacido, al no haber vivido, ni siquiera puede tener conciencia de su propia muerte.
En Europa se llora al recién nacido ya que se dice que seguramente hubiese podido hacer cosas fabulosas si hubiese vivido. Por el contrario, se presta poca atención a la muerte del anciano. Este, en todo caso, ya ha disfrutado de la vida.
EDMOND WELLS
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.
Una luminosidad azul baña el lugar.
Es un templo sin imagen, sin estatuas.
Augusta vuelve a pensar en las palabras del profesor Leduc. Es seguro que los protestantes debieron de refugiarse aquí, cuando las persecuciones eran demasiado encarnizadas.
Bajo las amplias bóvedas de piedra tallada la sala aparece amplia, rotunda y muy hermosa. El único elemento decorativo es un pequeño órgano de la época, situado en medio. Ante el órgano hay un atril sobre el que se encuentra una gruesa carpeta.
Las paredes están cubiertas de inscripciones; muchas de ellas, incluso para ojos de profano, parecen más próximas a la magia negra que a la magia blanca. Leduc estaba en lo cierto, las sectas debieron sucederse en este refugio subterráneo. Y antaño no debieron existir ni la pared pivotante, ni la nasa ni la trampa…
Se oye entonces un susurro, como el del fluir del agua. No ven de inmediato de dónde procede. La luz azulada llega desde la derecha. Hay ahí una especie de laboratorio, lleno de ordenadores y probetas. Todas las máquinas están en funcionamiento; son las pantallas de los ordenadores lo que produce el halo que ilumina el templo.
– Os intriga todo esto, ¿verdad?
Se miran entre sí. Pero ninguno de ellos ha hablado. Una lámpara se enciende en el techo.
Se vuelven. Jonathan Wells, con una bata blanca, se dirige hacia ellos. Ha entrado por una puerta situada en el templo, en el lado contrario del laboratorio.
– Hola, abuela Augusta. Hola, Jason Bragel. Hola, Daniel Rosenfeld.
Los tres interpelados están atónitos y no se sienten capaces de contestar. ¡Así que no había muerto! ¡Y estaba viviendo ahí!
¿Cómo se puede vivir aquí? No saben por dónde empezar a preguntar.
– Bien venidos a nuestra pequeña comunidad.
– ¿Dónde estamos?
– Esto es un templo protestante que construyó Jean Androuet Du Cerceau a principios del siglo XVII. Androuet se hizo famoso con la construcción de Sully, en la calle Saint Antoine de París, pero a mí me parece que este templo es su obra maestra. Hay kilómetros de túnel excavado en la roca. Ya han podido darse cuenta de que hay aire a lo largo de todo el camino. Debió construir chimeneas, o supo cómo utilizar las bolsas de aire de las galerías naturales. No nos es posible comprender cómo pudo hacerlo. Y no es eso todo; no sólo hay aire, sino también agua. Sin duda han visto los arroyos que cruzan ciertas secciones del túnel. Miren, uno de ellos desemboca aquí.
Y muestra el origen del permanente susurro, una fuente esculpida situada detrás del órgano.
– A lo largo del tiempo mucha gente se retiró aquí en busca de la paz y de la serenidad necesarias para realizar cosas que exigían, digamos… mucha atención. Mi tío Edmond había descubierto en un antiguo logogrifo la existencia de esta madriguera, y aquí es donde trabajaba.
Jonathan se acerca un poco más. Una dulzura y un aire distendido poco comunes emanan de su persona. Augusta está muy sorprendida.
– Pero deben de estar extenuados. Síganme.
Empuja la puerta por la que ha aparecido un momento antes y les lleva a una estancia donde hay muchos asientos dispuestos en circulo.
– ¡Lucie! -llama. ¡Tenemos visita!
– ¡Lucie! ¿Está contigo? -exclama feliz Augusta.
– ¿Cuántos son ustedes aquí? -pregunta Daniel.
– Hasta ahora éramos dieciocho: Lucie, Nicolás, los ocho bomberos, el inspector, los cinco policías, el comisario y yo. Pronto podrán verles. Perdónenme, pero para nuestra comunidad son ahora las cuatro de la madrugada y todo el mundo está durmiendo. Sólo a mí me ha despertado su llegada. Qué han estado ustedes haciendo para armar tanto jaleo en los corredores…
Lucie aparece, también ella en bata.
Se adelanta hacia ellos sonriendo y les besa a los tres. A su espalda, unas formas en pijama asoman la cabeza por el marco de una puerta para ver a los «recién llegados»
Jonathan toma una garrafa de la fuente y unos cuantos vasos.
– Les dejaremos un momento para vestirnos y arreglarnos. Recibimos a todos los nuevos con una pequeña celebración, pero no sabíamos que aparecerían ustedes en plena noche… Hasta ahora.
Augusta, Jason y Daniel no se mueven. Es tan enorme toda esa historia. Daniel se pellizca el antebrazo. Augusta y Jason encuentran que la idea es excelente y también lo hacen. Pero no, la realidad va a veces más allá que el sueño. Se miran, deliciosamente perplejos, y sonríen.
Unos minutos después están todos reunidos, sentados en divanes. Augusta, Jason y Daniel se han recuperado y están ahora ávidos de información.
– Hace un momento hablaba usted de chimeneas. ¿Estamos lejos de la superficie?
– No. Tres o cuatro metros como mucho.
– Entonces, ¿se puede salir al aire libre?
– No, no. Jean Androuet Du Cerceau situó y construyó este templo justo bajo una inmensa roca plana de una solidez a toda prueba, de puro granito.
– Sin embargo, está horadada por un agujero del tamaño de un brazo -completa Lucie. Ese agujero se utilizaba como conducto para la ventilación.
– ¿Se utilizaba?
– Sí. Ahora se dedica a otro uso. No es nada grave; hay otras chimeneas laterales para la ventilación. Ya ven que aquí no se siente ahogo ninguno…
– Y ¿no se puede salir?
– No. Al menos no por arriba.
Jason parece muy preocupado.
– Pero, Jonathan, ¿por qué hiciste entonces esa pared pivotante, esa nasa, ese suelo que cae…? ¡Estamos completamente bloqueados en este lugar!
– De eso se trata, precisamente. Todo eso me ha exigido muchos medios y esfuerzo. Pero era necesario. Cuando llegué por primera vez a este templo, tropecé con el atril. Además de la Enciclopedia del saber relativo y absoluto, encontré una carta de mi tío dirigida a mi personalmente. Aquí está.
Entonces pudieron leer:
«Querido Jonathan:
»Has decidido bajar a pesar de mi advertencia. Eres, pues, más valiente de lo que creía. Según mi opinión, había una posibilidad entre cinco de que lo consiguieses. Tu madre me había hablado de tu fobia a la oscuridad. Si estás aquí es porque has conseguido, entre otras cosas, superar esa desventaja y tu voluntad se ha fortalecido. Es algo que necesitaremos.
«Encontrarás en esta carpeta la Enciclopedia del saber relativo y absoluto, que en el momento en que redacto estas palabras tiene 288 capítulos que hablan de mis trabajos. Deseo que tú los continúes; vale la pena.
»Lo esencial de estas investigaciones se relaciona con la civilización hormiga. Bien, ya lo leerás y lo comprenderás. Pero en primer lugar he de pedirte algo muy importante. En el momento en que has llegado aquí aún no he tenido tiempo para levantar las defensas (si lo hubiese conseguido no hubieses encontrado esta carta redactada en estos términos) para proteger mi secreto.
»Te pido que las levantes tú. Ya he hecho algunos esquemas, pero creo que tú podrás mejorar mis sugerencias, ya que tienes tus propios conocimientos. El objetivo de esos mecanismos es sencillo. Es necesario que la gente no pueda entrar con facilidad hasta mi escondite, y que los que lo consigan no puedan ya nunca dar media vuelta para contar lo que encuentren.
«Espero que lo consigas, y que este lugar te entregue tantas "riquezas" como a mí me ha proporcionado.
Edmond
– Jonathan aceptó el envite -explicó Lucie. Levantó todas las trampas previstas, y ya han podido ustedes comprobar que funcionan.
– ¿Y los cadáveres? ¿Son de la gente que murió víctima de las ratas?
– No. -Jonathan sonrió. Les aseguro que no ha habido ninguna muerte en este subterráneo desde que Edmond se estableció en él. Los cadáveres que han visto son de hace cincuenta años por lo menos. Desconocemos qué dramas se desarrollaron aquí en esa época. Alguna secta…
– Pero, entonces, ¿nunca más podremos volver arriba? -preguntó Jason, inquieto.
– Nunca.
– Habría que llegar hasta el agujero que hay encima de la red, a ocho metros de altura, pasar por la nasa en sentido contrario, lo que es imposible, y no tenemos ningún material que pueda fundirla, y luego pasar al otro lado del muro, y Jonathan no ha previsto un sistema de apertura que se pueda accionar desde este lado.
– Sin mencionar las ratas…
– ¿Cómo te las arreglaste para llevar las ratas ahí abajo? -preguntó Daniel.
– Eso se le ocurrió a Edmond. Instaló a una pareja de ratas, Rattus norvegicus, especialmente grandes y agresivas, en una anfractuosidad de la roca, con una gran reserva de alimentos. Sabía que eso era una bomba de relojería. Cuando las ratas están bien alimentadas se reproducen a un ritmo exponencial. Seis crías cada mes, que a su vez están dispuestas para procrear al cabo de dos semanas… Para protegerse, mi tío utilizaba un pulverizador de feromonas de agresión insoportable para los roedores.
– ¿Entonces fueron las ratas las que mataron a Ouarzazate? -preguntó Augusta.
– Desgraciadamente, sí. Y Jonathan no había previsto que las ratas que pasasen al otro lado del «muro de la pirámide» se volverían aún más feroces.
– Un compañero nuestro, que ya sufría de fobia contra las ratas, se descompuso por completo cuando uno de esos grandes alimañas le saltó a la cara y le arrancó un trozo de nariz. Subió inmediatamente; el muro de la pirámide no había tenido tiempo de volver a cerrarse. ¿Tienen ustedes noticias suyas de la superficie? -preguntó uno de los policías.
– Oí decir que se había vuelto loco y que le habían encerrado en un asilo -respondió Augusta. Pero sólo son habladurías.
Y la señora va a tomar un vaso de agua, pero se da cuenta de que encima de la mesa hay un montón de hormigas. Lanza un grito y, de forma instintiva, las barre con el dorso de la mano. Jonathan salta, agarrándola por la muñeca. Su mirada dura contrasta con la extrema serenidad que había reinado hasta ese momento en el grupo. Y su antiguo tic de la boca, del que parecía curado, reaparece. -No hagas eso… nunca más.
Sola en sus aposentos, Belo-kiu-kiuni devora distraídamente un montón de sus propios huevos; su alimento preferido, a fin de cuentas.
Sabe que esa tal 801 es algo más que una embajadora de la nueva ciudad. La 56, o más bien la reina Chli-pu-ni, ya que así quiere llamarse, la ha enviado para seguir la investigación.
Pero no tiene por qué preocuparse, sus guerreras con perfume de rocas acabarán con ella sin problemas. Especialmente la coja está muy bien dotada para aliviar a la gente del peso de la vida. Es toda una artista.
Sin embargo, es la cuarta vez que Chli-pu-ni le envía embajadoras demasiado curiosas. Las primeras murieron antes incluso de descubrir la sala de la lomechuse. Las segundas y las terceras sucumbieron a las sustancias alucinógenas del coleóptero envenenado. Y esta 801 ha ido abajo apenas terminada la entrevista con la madre. Decididamente, cada vez están más impacientes por morir. Y también cada vez llegan más abajo en la Ciudad. ¿Y si una de ellas consiguiese a pesar de todo encontrar el pasadizo? ¿Y si descubriese el secreto? ¿Y si extendiese el efluvio…?
El Nido no lo comprendería. Las guerreras antitensión tendrían pocas posibilidades de silenciar a tiempo la información. Y ¿cómo reaccionarían sus hijas?
Una guerrera con olor de rocas entra precipitadamente.
La espía ha conseguido vencer a la lomechuse. Ahora esta abajo.
Ya está, algún día tenía que ocurrir…
666 es el nombre de la bestia (Apocalipsis según san Juan)
Pero ¿quién será la bestia, y para quién?
EDMOND WELLS
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.
Jonathan suelta la muñeca de su abuela. Antes de que se cree una atmósfera desagradable, Daniel lleva la atención a otras cosas.
– Y ese laboratorio de la entrada, ¿para qué sirve?
– Es la Piedra de Rosetta. Todos nuestros esfuerzos sólo están al servicio de una ambición: comunicar con ellas.
– Ellas… ¿Quiénes son ellas?
– Las hormigas. Vengan conmigo.
Salen del salón para dirigirse al laboratorio. Jonathan, visiblemente a sus anchas en su papel de continuador de la tarea de Edmond, toma una probeta llena de hormigas y la levanta a la altura de los ojos.
– Miren. Son seres, seres completos… No sólo unos pequeños insectos sin valor ninguno. Eso lo comprendió mi tío inmediatamente… Las hormigas han creado la segunda civilización de la Tierra. El tío Edmond es una especie de Cristóbal Colón que ha descubierto otro continente entre los dedos de nuestros pies. Ha sido el primero en comprender que antes que buscar extraterrestres en los confines del espacio, era mejor establecer en primer lugar una relación con los… intraterrestres.
Nadie dice nada. Augusta lo recuerda. Un día, cuando Jonathan no había aún nacido, estaba paseando por el bosque de Fontainebleau y de repente sintió que unos cuerpos mínimos crujían bajo las suelas de sus zapatos. Acaba de pisar un grupo de hormigas. Se inclinó a ver. Todas habían muerto, pero allí había algo enigmático. Estaban alineadas como para formar una flecha con la punta al revés…
Jonathan ha devuelto la probeta a su lugar, y vuelve a su exposición.
– Cuando volvió de África, Edmond encontró este edificio, con el subterráneo, y también el templo. Era el lugar ideal, y entonces instaló aquí su laboratorio… La primera etapa de sus investigaciones consistió en descodificar las feromonas del diálogo de las hormigas. Utilizó un espectrómetro de masas. Como su nombre indica, esta máquina proporciona el espectro de una masa, descompone un material cualquiera enumerando los átomos que lo componen… He leído las notas de mi tío. Al principio, colocaba a sus hormigas cobayas bajo una campana de vidrio conectada mediante un tubo aspirador a un espectrómetro de masas. Ponía la hormiga en contacto con un trozo de manzana, y ésta encontraba a otra hormiga y fatalmente le decía: «Por ahí hay manzana» Bien, ésta es la hipótesis inicial. El tío Edmond aspiraba las feromonas emitidas, las descodificaba y eso le llevaba a una fórmula química… «Hay manzana en el norte» se dice, por ejemplo: «metil-4 metilpirrol-2 carboxilato» Las cantidades son ínfimas, del orden de los 2 o 3 picogramos (1012) cada frase… Pero era suficiente. Así se podía decir «manzana» y «al norte» Prosiguió el experimento con multitud de objetos, alimentos y situaciones. Así consiguió un auténtico diccionario de nuestro idioma al idioma hormiga. Después de averiguar el nombre de un centenar de frutos, de unas treinta flores, de unas diez direcciones, consiguió las feromonas de alerta, las feromonas de defensa, de placer, de descripción; también encontró elementos sexuados de los que aprendió cómo expresar las «emociones abstractas» del séptimo segmento antenar… Sin embargo, saber cómo «escuchar» no le bastaba. Ahora quería hablar, establecer un verdadero diálogo.
– ¡Prodigioso! -no pudo menos que murmurar el profesor Daniel Rosenfeld.
– Empezó por establecer la correspondencia entre cada fórmula química y un sonido silábico. Metil-4 metilpirrol-2 carboxilato se diría, por ejemplo, MT4MTP2CX, y así Mítica-mitipicixu. Y finalmente lo llevó a la memoria del ordenador: miticamitipi = manzana; y dicixu = al norte. El ordenador traduce en los dos sentidos. Cuando le llega «dicixu» traduce textualmente «al norte», y cuando se teclea «al norte» transforma esta frase en «dicixu», lo que desencadena la emisión de carboxilato a través de este aparato emisor…
– ¿Un aparato emisor?
– Si. Es esta máquina.
Y señala una especie de biblioteca compuesta por miles de ampollas, cada una de ellas terminada en un tubo, que a su vez está conectado a una bomba eléctrica.
– Los átomos que hay en cada ampolla son aspirados por esta bomba, luego se proyectan a este aparato, que los selecciona y mide en la dosis indicada por el diccionario informático.
– Extraordinario -repite Daniel Rosenfeld, absolutamente extraordinario. ¿Y llegó a dialogar verdaderamente?
– Bien… En este punto será mejor que les lea sus notas de la Enciclopedia…
Extractos de conversación: Extracto de la primera conversación con una Fórmica rufa del tipo guerrera.
Humano: ¿Me recibes?
Hormiga: rrrrrr.
Humano: Estoy emitiendo. ¿Me recibes?
Hormiga: rrrrrrrrr. Socorro.
Nota: se han introducido muchas modificaciones. En particular, las emisiones eran demasiado poderosas y asfixiaban al sujeto. Hay que dejar el botón de reglaje en el 1. (Por el contrario, el botón de reglaje de recepción hay que llevarlo a 10 para que no se pierda ni una molécula.)
Humano: ¿Me recibes?
Hormiga: bbugggu.
Humano: Estoy emitiendo. ¿Me recibes?
Hormiga: zggugggu. Socorro. Estoy encerrada.
Extracto de la tercera conversación.
(Nota: el vocabulario se ha ampliado con ochenta palabras más. La emisión era aún demasiado fuerte. Nuevo reglaje, el botón ha de estar situado muy cerca del cero.)
Hormiga: ¿Qué?
Humano: ¿Qué dices?
Hormiga: No entiendo nada. ¡Socorro!
Humano: Hablemos más despacio.
Hormiga: ¡Emites demasiado fuerte. Mis antenas están saturadas. ¡Socorro! Estoy encerrada.
Humano: ¿Está bien así?
Hormiga: No, ¿es que no sabes dialogar?
Humano: Bueno…
Hormiga: ¿Quién eres?
Humano: Soy un gran animal. Me llamo Edmond. Soy un ser humano.
Hormiga. ¿Qué dices? No entiendo nada. ¡Socorro! ¡Ayudadme! ¡Estoy encerrada!
(Nota: como consecuencia de este diálogo el sujeto murió al cabo de los cinco segundos siguientes. ¿Serán todavía las emisiones demasiado tóxicas. ¿Ha sentido miedo?)
Jonathan interrumpió la lectura.
– Como ven, no es sencillo. Acumular vocabulario no basta para hablar con ellas. Por otra parte, el lenguaje hormiga no funciona como el nuestro. No existen sólo las emisiones de diálogo propiamente dichas y que se perciben, también hay emisiones enviadas por los otros once segmentos antenares. Éstos dan la identificación del individuo, sus preocupaciones, su psiquismo… Una especie de estado de ánimo global que es necesario conocer para la buena comprensión interindividual. Por esto tuvo Edmond que abandonar. Les leeré sus notas.
QUÉ ESTÚPIDO SOY: ¡Qué estúpido soy! Aunque los extraterrestres existiesen no podríamos entenderles. Estoy seguro de que nuestras referencias no pueden ser las mismas. Llegaríamos con la mano tendida, y eso quizá significaría para ellos un gesto de amenaza.
No conseguimos siquiera comprender a los japoneses con su suicidio ritual, o a los indios con sus castas. Ni siquiera llegamos a comprendernos entre seres humanos… ¡Cómo he podido tener la vanidad de comprender a las hormigas!
La 801 ya no tiene más que un muñón de abdomen. Aunque ha podido matar a la lomechuse, esa lucha contra las guerreras con olor de roca en los criaderos de setas la ha dejado muy mermada. Lo mismo da, o incluso tanto mejor: sin abdomen es más ligera.
Toma por el largo pasadizo excavado en el granito. ¿Cómo unas mandíbulas de hormiga han podido hacer ese túnel?
Yendo hacía abajo descubre lo que Chli-pu-ni le había dicho: una sala llena de grandes cantidades de alimentos. Apenas ha dado unos pasos en esta sala cuando encuentra otra puerta, pasa por ella y se encuentra en seguida en otra ciudad, ¡una ciudad completa con olor de roca! Una ciudad debajo de la Ciudad.
– Entonces, ¿fracasó?
– Estuvo mucho tiempo dándole vueltas a este fracaso. Creía que no había solución, que su etnocentrismo le había cegado. Y luego fueron las molestias lo que le despertó. Su vieja misantropía fue el factor desencadenante.
– ¿Qué ocurrió?
– Como recuerda, profesor, me dijo usted que trabajaba en una empresa, la «Sweet Milk Corporation», y que tenía dificultades de relación con sus colegas.
– Así es.
– Uno de sus superiores había estado registrando su mesa de trabajo. Pues ese superior no era otro que el señor Leduc, el hermano del profesor Leduc.
– ¿El entomólogo?
– El mismo.
– Es increíble… Fue a visitarme; pretendía ser un amigo de Edmond. Y bajó.
– ¿Que bajó a la bodega?
– No te preocupes, no fue muy lejos. No pudo pasar del muro de la pirámide. Y entonces volvió a subir.
– También habló con Nicolás intentando echarle la mano encima a la Enciclopedia. Bien…, pues Marc Leduc había observado que Edmond trabajaba con pasión en los croquis de las máquinas, que eran los primeros bocetos de la Piedra de Rosetta. Consiguió abrir el armario de la oficina de Edmond y tropezó con una carpeta, la Enciclopedia del saber relativo y absoluto. Ahí encontró todos los planos de la primera máquina para comunicarse con las hormigas. Cuando comprendió cómo se utilizaba esta máquina (y había allí las suficientes anotaciones como para que lo comprendiese), habló de ello con su hermano. Éste, evidentemente, se mostró muy interesado, e inmediatamente le pidió que robase los documentos… Pero Edmond se había dado cuenta de que habían registrado su despacho, y para proteger sus cosas de un nuevo intento, dejó cuatro avispas de la clase de las icneumón en el cajón. Cuando Marc Leduc volvió a la carga, los insectos le picaron. Esos insectos tienen la mala costumbre de depositar sus feroces larvas en el cuerpo que han aguijoneado. Así, al día siguiente, Edmond vio las huellas de las picaduras y pensó en desenmascarar públicamente al culpable. Y ustedes ya conocen lo que sigue. Fue Edmond el despedido.
– ¿Y los hermanos Leduc?
– Marc Leduc ya fue suficientemente castigado. Las larvas de icneumón le estaban devorando por dentro. Y eso se prolongó mucho tiempo, mucho al parecer. Y como las larvas no conseguían salir de ese inmenso cuerpo para mutar a avispas, lo perforaban en todos los sentidos buscando una salida. Finalmente, el dolor era tan insoportable que el hombre se arrojó a la vía del Metro. Eso pude leerlo por casualidad en los periódicos.
– ¿Y Laurent Leduc?
– Lo ha intentado todo para hacerse con la máquina…
– Decía usted que eso fue lo que le volvió a dar ganas a Edmond de volver a la tarea. ¿Qué relación hay entre esos antiguas cuestiones y sus investigaciones?
– Después de eso, Laurent Leduc estableció contacto directo con Edmond. Le dijo que estaba enterado de lo que su máquina de «dialogar con las hormigas» Pretendía estar interesado y que quería trabajar con él, Edmond no estaba forzosamente en contra de esta idea, aunque dudaba, y se preguntaba si un poco de ayuda exterior no resultaría oportuna. «Llega en el momento en que no se puede continuar solo», dice la Biblia. Edmond estaba dispuesto a introducir a Leduc en su escondrijo, pero antes quería conocerle mejor. Hablaron una y otra vez de todo el asunto. Cuando Laurent empezó a alabar el orden y la disciplina de las hormigas, basándose en el hecho de que hablar con ellas seguramente haría posible que el hombre las imitase, Edmond lo vio todo rojo. Tuvieron una discusión y le dijo que nunca más volviese a poner los pies en su casa.
– No me sorprende -suspira Daniel. Leduc forma parte de una corriente de etnólogos, lo peor que existe en la escuela alemana, que quiere transformar a la Humanidad copiando desde un cierto ángulo las costumbres de los animales. La territorialidad, la disciplina de los hormigueros… todas esas fantasías.
– De repente, Edmond tenía un pretexto para volver a trabajar. Iba a dialogar con las hormigas desde una perspéctica… política. Él creía que vivían según un sistema anarquista y quería pedirles que se lo confirmasen.
– ¡Evidentemente! -murmuró Bilsheim.
– Lo cual se convertía en un desafío humano. Mi tío estuvo pensándolo todavía mucho tiempo, y se dijo que lo mejor para comunicarse con ellas era construir una «hormiga robot»
Jonathan agitó unas páginas llenas de dibujos.
– Éstos son los planos. Edmond la bautizó «Doctor Livingstone» Es de plástico. No les diré el trabajo de relojero que ha sido necesario para construir esta obra maestra. No sólo se han reconstruido todas las articulaciones y se las ha animado con minúsculos motores eléctricos alimentados por una pila instalada en el abdomen, sino que la antena lleva realmente once segmentos que pueden emitir simultáneamente once feromonas diferentes… La única diferencia entre el doctor Livingstone y una auténtica hormiga es que está conectado a once tubos, cada uno de ellos del grosor de un cabello, y éstos están unidos en una especie de cordón umbilical del tamaño de un hilo de bramante.
– ¡Prodigioso! ¡Sencillamente prodigioso! -exclama Jason, entusiasmado.
– Y ¿dónde está el Profesor Livingstone?
Las guerreras con olor a roca la persiguen. La 801, que está a punto de marcharse, descubre de repente una galería muy amplia y se precipita en su interior. Llega así hasta una sala enorme, en cuyo centro hay una extraña hormiga, de un tamaño claramente superior a la media.
La 801 se acerca a ella con prudencia. Los olores de la extraña hormiga solitaria sólo son en parte auténticos. Sus ojos no brillan, su piel parece revestida por una pintura de color negro… La joven chlipukaniana quisiera comprender qué es. ¿Cómo es posible ser tan poco hormiga?
Pero las soldados ya la han descubierto. La coja se adelanta, sola, para entablar un duelo. La 801 salta sobre sus antenas y empieza a morderlas. Ruedan las dos por el suelo.
La 801 recuerda los consejos de su Madre: «Mira dónde golpea el adversario con predilección, a menudo ése es su propio punto débil…» Y, de hecho, desde que ha hecho presa en las antenas de la coja, ésta se debate furiosamente. Debe de tener las antenas hipersensibles, la desgraciada. La 801 se las rompe y consigue escapar. Pero ahora es una jauría de más de cincuenta asesinas lo que se lanza tras ella.
– ¿Quieren ustedes saber dónde está el doctor Livingstone? Sigan los hilos que salen del espectrómetro de masas.
Observan, en efecto, que un tubo transparente, rodeando una plaza, llega hasta la pared, sube hasta el techo y finalmente se hunde en una especie de caja de madera de gran tamaño que está colgada en el centro del templo, encima del órgano. Esa caja está aparentemente llena de tierra. Los recién llegados violentan la posición del cuello para poder examinarla mejor.
– Pero habías dicho que había una roca indestructible por encima de nuestras cabezas -observa Augusta.
– Sí, pero también he dicho que hay una chimenea de ventilación que no se utiliza.
– Y si no se utiliza -sigue el inspector Galin, es porque la hemos bloqueado.
– Entonces, si no han sido ustedes…
…son ellas.
– ¿Las hormigas?
– Exactamente. Una gigantesca ciudad de hormigas rojas se encuentra instalada encima de esta losa. Ya saben, las rojas, esos insectos que levantan grandes cúpulas con ramitas en los bosques…
– Según las estimaciones de Edmond, hay más de diez millones.
– ¿Diez millones? ¡Podrían matarnos a todos nosotros!
– No. No tengan miedo. No hay nada que temer. En primer lugar, porque hablan con nosotros y nos conocen. Y también porque no todas las hormigas de la ciudad conocen nuestra existencia.
Mientras Jonathan pronuncia estas palabras, una hormiga cae de la caja del techo y aterriza en la frente de Lucie. Ésta intenta recogerla, pero la 801 enloquece y se pierde entre sus cabellos rojos, se desliza por el lóbulo de su oreja, baja a continuación por su nuca, se introduce por debajo de la ropa, contornea los senos y el ombligo, galopa por la fina piel de los muslos, llega hasta el tobillo y, desde ahí, salta al suelo. Trata un momento de orientarse… y corre hacia una de las bocas laterales de ventilación.
– ¿Qué le pasa?
– Vaya usted a saber. En cualquier caso, la corriente de aire de la chimenea la ha atraído y no tendrá ningún problema para volver a salir.
– Pero por ahí no va a encontrar su Ciudad, sino que saldrá completamente desviada hacia el este de la Federación, ¿no?
La espía ha conseguido escapar. Si las cosas siguen así tendremos que atacar a la pretendida sexagésimo quinta ciudad…
Unos soldados con olor de roca presentan su informe, con las antenas gachas. Cuando se retiran, Belo-kiu-kiuni digiere un momento ese grave fracaso de su política del secreto. Luego, muy cansada, recuerda cómo empezó todo.
Siendo muy joven, tuvo que hacer frente a uno de esos fenómenos terroríficos que hacen pensar en la existencia de seres gigantescos. Fue exactamente después de su enjambrazón. Había visto una placa negra que aplastaba a muchas reinas fecundas, sin tan siquiera comérselas. Más adelante, tras crear su ciudad, había conseguido concertar una reunión sobre este tema, en la que la mayoría de las reinas -madre o hijas- estaban presentes.
Lo recuerda. Fue Zubi-zubi-ni quien habló en primer lugar. Y contó que muchas de sus expediciones habían experimentado lluvias de bolas rosas que habían causado más de un centenar de muertes.
Las otras hermanas habían insistido en lo mismo. Cada una de ellas presentaba su propia lista de muertos y lisiados debidos a las bolas rojas parecían desplazarse sólo en grupos de cinco.
Otra hermana, Rubg-fayli-ni, había encontrado una bola solitaria e inmóvil a unas trescientas cabezas sobre el suelo. La bola rosa se prolongaba con una sustancia blanda y de fuerte olor. Entonces la habían perforado a fuerza de mandíbulas y habían acabado llegando a unos tallos duros y blancos… como si esos animales tuviesen un caparazón en su interior en lugar de tenerlo en el exterior de sus cuerpos.
Al acabar la reunión, y habiendo llegado las reinas a un acuerdo acerca de que esos fenómenos superaban su capacidad de comprensión, habían decidido observar un secreto absoluto para evitar que cundiese el pánico en los hormigueros.
Belo-kiu-kiuni, por su parte, pensó inmediatamente en organizar su propia Policía secreta, una célula de trabajo formada en esa época por cincuenta soldados. Su misión: eliminar a los testigos de los fenómenos de las bolas rosas o de las placas negras para evitar una crisis de pánico en la Ciudad.
Sólo que un día ocurrió algo increíble.
Una obrera de una ciudad desconocida había sido capturada por sus guerreras del olor a rocas. La Madre la había mantenido con vida, ya que lo que contaba era aún más raro que todo lo que había oído hasta entonces.
La obrera pretendía haber sido secuestrada por unas bolas rosas. Éstas la habían arrojado a una prisión transparente, en compañía de muchos centenares de otras hormigas. Las habían sometido a todo tipo de experimentos. Lo más frecuente era que las colocasen bajo una campana donde percibían aromas muy concentrados. Al principio fue muy doloroso, pero los aromas se fueron diluyendo poco a poco, y los olores se transformaron ¡en palabras!
En resumen, que mediante esos perfumes y esas campanas, las bolas rosas les habían hablado, presentándose como animales gigantes que se llamaban a sí mismos «humanos» Ellos (o ellas) declararon que había un pasadizo excavado en el granito bajo la Ciudad y que querían hablar con la reina. Ésta podía tener la seguridad de que no se le causaría ningún daño.
A continuación todo fue muy rápido. Belo-kiu-kiuni se había reunido con la «hormiga embajadora» de esa gente, el Doctor Livingstone. Era una extraña hormiga que se prolongaba en un intestino transparente. Pero era posible hablar con ella.
Habían estado hablando mucho tiempo. Al principio, no conseguían entenderse. Pero ambas compartían de manera manifiesta la misma exaltación. Y parecían tener tantas cosas que decirse…
Los humanos habían instalado a continuación la caja llena de arena en el hueco de la chimenea. Y madre había llenado de huevos esa nueva Ciudad. A escondidas de todos sus demás hijos.
Pero Bel-o-kan 2 era algo más que la ciudad de las guerreras con olor a roca. Se había convertido en la Ciudad-vínculo entre el mundo de las hormigas y el mundo de los humanos. Ahí era donde se encontraba permanentemente Doctor Livingstone (un nombre por otra parte bastante ridículo)
EXTRACTOS DE CONVERSACIÓN: Extracto de la decimoctava conversación con la reina Belo-kiu-kiuni:
Hormiga: ¿La rueda? Es increíble que no hayamos pensado en utilizar la rueda. Cuando pienso que todas nosotras hemos visto a todos esos escarabajos empujar sus bolas, y ninguna de nosotras ha deducido de ahí la rueda…
Humano: ¿Cómo piensas utilizar esta información?
Hormiga: De momento no lo sé.
Extracto de la quincuagésimo sexta conversación con la reina Belo-kiu-kiuni:
Hormiga: Tu tono es triste.
Humano: Debe de ser por un mal reglaje de mi órgano de olores. Desde que le he añadido el lenguaje emotivo, parece que la máquina no acaba de funcionar bien.
Hormiga: Tu tono es triste.
Humano:…
Hormiga: ¿Ya no emites?
Humano: Creo que es sólo una coincidencia. Pero, sí, estoy triste.
Hormiga: ¿Qué te pasa?
Humano: Yo tenía una hembra. Entre nosotros, los machos viven mucho tiempo, y vivimos en parejas, un macho y una hembra. Yo tenía una hembra y la he perdido, hace de eso unos años. La quería, y no puedo olvidarla.
Hormiga: ¿Qué quiere decir amar?
Humano: Quizá que tentamos los mismos olores.
Madre se acuerda del final del humano Edmond. Eso fue cuando la primera guerra contra las enanas. Edmond había querido ayudarlas. Había salido del subterráneo. Pero a fuerza de manipular las feromonas estaba completamente impregnado de ellas. Hasta tal punto que, sin saberlo, pasaba en el bosque por… una hormiga roja de la Federación. Y cuando las avispas del abeto (con las que entonces estaban en guerra) descubrieron sus olores pasaporte, se abalanzaron todas contra él.
Le mataron, tomándole por una belokaniana. Debió de morir feliz.
Más adelante, ese Jonathan y su comunidad habían reanudado el contacto…
Vierte un poco más de hidromiel en los vasos de los tres nuevos, que no dejan de atosigarle con preguntas.
– Así que el Doctor Livingstone puede transcribir nuestras palabras ahí arriba…
– Sí, y nosotros recibimos las suyas. Sus respuestas aparecen en esta pantalla. Bien se puede decir que Edmond lo consiguió.
– ¿Qué se decían? Y ¿qué se dicen ahora?
– Bien… Después de su éxito, las notas de Edmond pierden concreción. Se diría que ya no le interesaba anotarlo todo. Digamos que, al principio, se describieron el uno al otro y que cada uno describió su mundo. Así supimos que su ciudad se llama Bel-o-kan, que es el eje de una federación de muchos centenares de millones de hormigas.
– ¿Es increíble!
– A continuación, ambas partes consideraron que era demasiado pronto para que la información se difundiese entre sus respectivas poblaciones. Así, establecieron un acuerdo que garantizaba el secreto absoluto sobre su «contacto»
– Por eso Edmond insistía tanto en que Jonathan construyese todos esos trucos -interviene un bombero. Sobre todo, no quería que la gente se enterase de todo demasiado pronto. Imaginaba con horror la porquería que la televisión, la radio y los periódicos harían con semejante noticia. ¡Las hormigas convertidas en una moda! Veía ya la publicidad, los llaveros, las camisetas, los espectáculos de las estrellas del rock…, todas las estupideces que se podían hacer en torno a este descubrimiento.
– Por su parte, Belo-kiu-kiuni, la reina, pensaba que sus hijas querrían inmediatamente luchar contra esos peligrosos extranjeros -añade Lucie.
– No, las dos civilizaciones no están aún preparadas para conocerse y, no soñemos, comprenderse… Las hormigas no son ni fascistas, ni anarquistas, ni monárquicas… Son hormigas, y todo lo que concierne a su mundo es diferente de lo nuestro. Eso es lo que crea riqueza.
El comisario Bilsheim es quien hace esta declaración apasionada; decididamente ha cambiado mucho desde que abandonó la superficie, y a su jefe, Solange Doumeng.
– La escuela alemana y la italiana se equivocan -dice Jonathan. Porque tratan de englobarlas en un sistema de comprensión «humano» El análisis, así, resulta forzosamente burdo. Es como si ellas intentasen comprender nuestra vida comparándola con la suya. Una especie de mirmeomorfismo. Y el caso es que la menor de sus peculiaridades es fascinante. No comprendemos a los japoneses, a los tibetanos o a los hindúes, pero su cultura, su música, su filosofía son apasionantes, incluso deformadas por nuestro espíritu occidental. Y el futuro de nuestra Tierra es el mestizaje, no puede estar más claro.
– Y ¡qué es lo que las hormigas pueden aportarnos culturalmente? -se sorprende Augusta.
Jonathan, sin contestar, le hace una señal a Lucie. Ésta se eclipsa unos segundos y vuelve con la que parece un bote de confitura.
– Miren; sólo esto ya es un tesoro. Melado de pulgón. Vamos, pruébenlo.
Augusta se aventura con un índice prudente.
– Hummmm…, muy azucarado… ¡Pero es muy bueno! Y no se parece en nada al paladar de la miel de abeja.
– Ya lo ves. ¿No te has preguntado cómo nos las arreglábamos para sobrevivir diariamente en este doble callejón sin salida del subsuelo?
– Ah, bueno, sí, precisamente…
– Son las hormigas quienes nos alimentan con su melado y su harina. Almacenan reservas para nosotros ahí arriba. Pero eso no es todo; hemos copiado su técnica agrícola para cultivar setas agáricas.
Levanta la tapa de una gran caja de madera. Y ahí aparecen unas setas blancas que se asientan en un lecho de hojas fermentadas.
– Galin es nuestro gran especialista en hongos.
Este último sonríe con modestia.
– Aún tengo mucho que aprender.
– Muy bien. Setas, miel… Sólo con eso deben de tener carencia de proteínas…
– Quien se cuida de las proteínas es Max.
Uno de los bomberos señala el suelo con el dedo.
– Yo recojo todos los insectos que las hormigas meten en la cajita que hay a la derecha de la caja grande. Los hervimos para que las cutículas se desprendan. Son como gambas muy pequeñas, tanto por su gusto como por su apariencia.
– Sepan ustedes que aquí, haciendo las cosas bien, existe toda la comodidad que se pueda desear -añade un policía. La electricidad la produce una minicentral atómica, cuya perspectiva de mantenerse en funcionamiento es de quinientos años. Fue Edmond quien la instaló los primeros días de su estancia aquí… El aire pasa por las chimeneas, el alimento procede de las hormigas, tenemos nuestra fuente de agua fresca y, además, tenemos una tarea apasionante. Tenemos la sensación de ser los pioneros de algo muy importante.
– En realidad somos como cosmonautas que viviesen permanentemente en una base, dialogando a veces con unos vecinos extraterrestres.
Risas. Una corriente de buen humor electriza las médulas espinales. Jonathan propone volver al salón.
– ¿Saben? Durante mucho tiempo estuve buscando la manera de conseguir que mis amigos viviesen juntos a mi alrededor. Probé con las comunidades, los falansterios… Pero nunca lo conseguí. Acabé creyendo que no era más que un tono utopista, por no decir un imbécil sin más. Pero aquí…, aquí están pasando cosas. Nos vemos obligados a convivir, a completarnos, a pensar juntos. No tenemos elección. Si no nos entendemos, morimos. No hay posibilidad de fuga. No sé si eso procede del descubrimiento de mi tío o de lo que nos enseñan las hormigas con su simple existencia por encima de nuestras cabezas, pero por el momento nuestra comunidad funciona de maravilla.
– Funciona, incluso a pesar de nosotros…
– A veces tenemos la sensación de que producimos una energía común de la que cada uno puede libremente aprovecharse. Es raro.
– Ya he oído hablar de eso en relación con los rosacruces y algunos grupos de francmasones -dice Jason. Ellos lo llaman egregor: el capital espiritual del «rebaño» Como un depósito en el que cada uno vierte su energía para hacer una «sopa» que cada uno puede aprovechar… Por regla general, siempre hay un ladrón que se aprovecha de la energía de los demás para fines personales.
– Aquí no tenemos ese tipo de problemas. No puede haber ambiciones personales cuando se vive en una pequeña comunidad bajo tierra…
Silencio.
– Y cada vez se habla menos, porque no hace falta para comprenderse.
– Sí, aquí están pasando cosas. Pero aún no las comprendemos ni las controlamos. Aún no hemos llegado, sólo estamos a mitad del viaje.
Otro silencio.
– Bueno, resumiendo, espero que les guste vivir en nuestra pequeña comunidad.
La 801 llega agotada a su ciudad natal. ¡Lo ha conseguido! ¡Lo ha conseguido!
Chli-pu-ni opera inmediatamente una CA para saber lo que ha pasado. Lo que oye le confirma sus peores suposiciones en cuanto al secreto oculto bajo la losa de granito.
Decide de inmediato atacar militarmente Bel-o-kan. Las soldados se pertrechan. La novísima legión volante de rinocerontes está dispuesta.
La 103.683 emite una sugerencia. Mientras una parte del ejército estará combatiendo de frente, doce legiones rodearán silenciosamente la Ciudad para intentar el asalto a los aposentos reales.
EL UNIVERSO SE DIRIGE. El universo se dirige hacia la complejidad. Del hidrógeno al helio, y del helio al carbono. Cada vez mayor complejidad, cada vez más sofisticación, tal es el sentido de la evolución de las cosas.
De todos los planetas conocidos, la Tierra es el más complejo.
Se encuentra en una zona en la que su temperatura puede variar. Está cubierta de océanos y montañas. Pero si el abanico de sus formas de vida es prácticamente inagotable, hay dos formas que sobresalen por encima de las demás por su inteligencia: las hormigas y los hombres.
Es como si Dios hubiese utilizado el planeta Tierra para hacer un experimento. Ha lanzado a dos especies, con dos filosofías completamente antinómicas, a la carrera de la conciencia para ver cuál de ellas va más de prisa.
El objetivo, probablemente, es llegar a una conciencia colectiva planetaria: la fusión de todos los cerebros de la especie. Tal es en mi opinión la próxima etapa en la aventura de la conciencia. El próximo nivel de complejidad.
Sin embargo, las dos especies líderes han elegido caminos para el desarrollo paralelos:
– Para alcanzar la inteligencia, el hombre ha inflado su cerebro hasta darle un tamaño monstruoso. Una especie de gran coliflor rosada.
– Para conseguir el mismo resultado, las hormigas han preferido utilizar muchos miles de pequeños cerebros unidos mediante sistemas de comunicación muy sutiles.
En términos absolutos, tanta materia o inteligencia hay en el montón de miguitas de col de las hormigas como en la coliflor humana. La lucha se produce con armas iguales.
Pero, ¿qué ocurriría si las dos formas de inteligencia, en lugar de correr paralelamente, cooperasen…?
EDMOND WELLS
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.
A Jean y a Philippe casi no les gusta otra cosa que la televisión y, casi tanto como la televisión, las máquinas «flipper» Ni siquiera el novísimo minigolf, recientemente instalado con un gran costo, les interesa. Y los paseos por el campo… Para ellos no hay nada peor que cuando el celador les obliga a tomar el aire.
La pasada semana se divirtieron matando sapos, pero el placer resultó un tanto breve.
Hoy, en cualquier caso, parece que Jean ha encontrado una actividad verdaderamente digna de interés. Arrastra a su compañero aparte del grupo de huérfanos, que están recogiendo estúpidamente hojas muertas, y le muestra una especie de cono de cemento. Una termitera.
Inmediatamente empiezan a destrozarla a puntapiés, pero no sale nada de ella. La termitera está vacía. Philippe se inclina sobre ella y resopla.
– Se la han cargado los peones camineros. Fíjate, apesta a insecticida. Todos han reventado ahí dentro.
Se disponen ya a reunirse con los demás, decepcionados, cuando Jean ve al otro del riachuelo una pirámide semiescondida bajo un arbusto.
¡Esta vez sí que la han acertado! Es un hormiguero impresionante, con una cúpula de un metro de alto por lo menos. Largas columnas de hormigas entran y salen, a centenares, millares, obreras, soldados, exploradoras. El DDT aún no ha pasado por ahí.
Jean salta lleno de excitación.
– ¡Fíjate! ¿Has visto eso?
– ¡Oh, no! Quieres volver a comer hormigas… Las últimas tenían un sabor asqueroso.
– ¿Quién habla de comer! Lo que tienes delante es una ciudad. Algo como Nueva York o México. ¿Recuerdas lo que decían en el programa? Ahí dentro hay un montón de chusma. ¿Fíjate en todas esas idiotas que se mueven como idiotas!
– Bueno… Ya has visto cómo Nicolás a fuerza de interesarse por las hormigas acabó por desaparecer. Estoy seguro de que había hormigas en el fondo de su bodega y que se lo comieron. Y te diré que no me gusta estar al lado de esta cosa. ¡No me gusta! Mierda de hormigas. Ayer vi que salían de uno de los agujeros del minigolf, a lo mejor querían hacer ahí su nido… ¡Mierda de hormigas idiotas de la porquería!
Jean le palmea el hombro.
– Pues eso, eso mismo. No te gustan las hormigas, ni a mí tampoco. ¡Matémoslas! ¡Venguemos a nuestro amigo Nicolás!
La sugerencia suscita el interés de Philippe.
– ¿Matarlas?
– ¡Pues claro! ¿Por qué no? Prendamos fuego a esa ciudad. ¿Te imaginas México en llamas, sólo porque a nosotros nos da la gana?
– De acuerdo, prendámosle fuego. Sí. Por Nicolás…
– Espera. Incluso se me ha ocurrido una idea mejor: la llenamos de herbicida, y veremos fuegos artificiales de verdad.
– Genial…
– Escucha, son las once, nos encontramos aquí dentro de dos horas. Así el celador no nos joderá y todo el mundo estará comiendo. Yo buscaré el herbicida. Tú, arréglatelas para conseguir una caja de cerillas. Sirven mejor que un encendedor.
– ¡Eso!
Las legiones de infantería avanzan a buena marcha. Cuando las otras ciudades federadas les preguntan a dónde van, las chlipukanianas responden que se ha visto un lagarto en la región oeste y que la Ciudad central les ha pedido ayuda.
Por encima de sus cabezas, los coleópteros rinocerontes zumban, apenas reducida su velocidad por el peso de las artilleras que se agitan sobre sus cabezas.
Las 13 horas. Bel-o-kan está en plena actividad. Se aprovecha el calor para acumular los huevos, las ningas y los pulgones en el solario.
– He traído alcohol de quemar para que arda aún mejor -dice Philippe.
– Perfecto -dice Jean. Yo he comprado el herbicida. ¡A veinte francos la dosis!
Madre juega con sus plantas carnívoras. Con el tiempo que llevan ahí, y ella se pregunta por qué no ha hecho aún con ellas un muro de contención, como quería al principio.
Y luego vuelve a pensar en la rueda. ¿Cómo utilizar esa idea genial? Quizá se podría fabricar una gran bola de cemento para empujarla con las patas y aplastar a las enemigas. Debiera llevar adelante ese proyecto.
– Ya está. Ya lo he metido todo ahí, el alcohol de quemar y el herbicida.
Mientras Jean habla, una hormiga exploradora empieza a escalar por él. Golpea con las antenas el tejido del pantalón.
Pareces una estructura viviente gigante, ¿puedes mostrar tu identificación?
El niño la atrapa y la aplasta entre el pulgar y el índice. El líquido amarillo y negro impregna sus dedos.
– Una que ya ha cobrado -dice. Y ahora, muévete. ¡Van a saltar chispas!
– Será un buen numerito -dice Philippe.
– ¡El Apocalipsis según Juan! -bromea el otro.
– ¿Cuántas puede haber ahí dentro?
– Seguramente hay millones. Parece que el año pasado las hormigas atacaron una ciudad de la región.
– Pues también las vengaremos -dice Jean. Vamos, vete detrás de ese árbol.
Madre piensa en los humanos. Ha de hacerles más preguntas la próxima vez. ¿Cómo utilizan ellos la rueda?
Jean enciende una cerilla y la lanza hacia la cúpula de ramitas y agujas de pino. Luego echa a correr, con miedo de que las chispas prendan en él.
Ya está, el ejército chlipukaniano llega a la vista de la Ciudad central. ¡Qué grande es!
La cerilla vuela e inicia una curva descendente.
Madre decide hablar con ellos sin más tardanza. Ha de decirles también que puede ampliar sin problemas la cantidad de melado que les entrega. La producción será excelente este año.
La cerilla cae sobre las ramitas de la cúpula.
El ejército chlipukaniano ya está lo bastante cerca. Se dispone a cargar.
Jean salta detrás del gran pino, donde Philippe ya está guarecido.
La cerilla no llega a ningún punto embebido de alcohol de quemar ni de herbicida. Entonces, se apaga.
Los chicos se enfadan.
– ¡Vaya mierda!
– Ya sé lo que vamos a hacer. Pondremos un trozo de papel, así conseguiremos hacer una gran llama que forzosamente llegará hasta el alcohol.
– ¿Llevas papel encima?
– Bueno… sólo un billete del metro.
– Dámelo.
Una centinela de la cúpula ve algo misterioso: no sólo hace un momento que hay muchas zonas que huelen a alcohol, sino que además un trozo de madera amarilla acaba de aparecer en lo alto de la cúpula. Establece contacto inmediato con una célula de trabajo para limpiar el alcohol de esas ramitas y para retirar la madera amarilla.
Otra centinela llega corriendo a la puerta número 5.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Un ejército de hormigas rojas nos ataca!
Una tercera centinela ve cómo una gran llama se levanta en la punta del trozo de madera amarilla.
Las chlipukanianas galopan a paso de carga, como se lo han visto hacer a las esclavistas.
Primera explosión.
Toda la cúpula se abrasa de una vez.
Deflagraciones, chispas.
Jean y Philippe intentan mantener los ojos abiertos a pesar del calor. El espectáculo no resulta decepcionante. La madera seca arde con rapidez. Cuando las llamas llegan a los charcos de herbicida, hay un estallido. Detonaciones y pavesas verdes, rojas y malvas brotan de la «Ciudad de la reina perdida»
El ejército chlipukaniano se detiene. El solario arde en primer lugar, con todos los huevos, y el ganado, y luego el incendio se propaga al resto de la cúpula.
El tocón de la Ciudad prohibida se ha visto afectado desde Tos primeros segundos de la catástrofe. Las porteras han estallado. Unas guerreras se lanzan en un intento de liberar a la única ponedora. Pero es demasiado tarde, ésta ha muerto ahogada por los gases tóxicos.
Las alertas crepitan a toda velocidad. Alerta en 1a fase; se lanzan las feromonas excitantes; alerta en 2.a fase: siniestro tamborileo en todos los corredores; alerta en 3.a fase: unas «locas» corren por las galerías y comunican su pánico; alerta en 4,a fase: todo lo precioso (huevos, sexuados, ganado, alimentos…) hacia los niveles más profundos, mientras que en sentido inverso las soldados suben para presentar batalla.
En la cúpula tratan de encontrar soluciones. Llegan legiones de artilleras para extinguir el fuego en ciertas zonas lanzando ácido fórmico concentrado a menos del 10 %. Estos bomberos improvisados, al darse cuenta de la eficacia de su esfuerzo, riegan a continuación la Ciudad Prohibida. Quizá humedeciéndola puedan salvar el tocón.
Pero el fuego avanza. Se ahogan con los humos tóxicos. Las arcadas de madera incandescente caen sobre la multitud embotada. Los caparazones se funden y se retuercen como plástico en una cacerola.
Nada resiste el asalto de ese calor extremo.
EPISODIO: Me he equivocado. No somos iguales, somos concurrentes. La presencia de los humanos sólo es un corto «episodio» en su reinado indiviso sobre la Tierra.
Ellas son infinitamente más numerosas que nosotros. Poseen más ciudades, ocupan muchos más nichos ecológicos. Viven en zonas secas, heladas, cálidas o húmedas, donde ningún hombre podría sobrevivir. Dondequiera que miremos, hay hormigas.
Estaban aquí cien millones de años antes que nosotros, y a juzgar por el hecho de que han sido uno de los pocos organismos que han resistido la bomba atómica, seguramente seguirán aquí cien millones de años después que nosotros. Nosotros no somos más que un accidente de tres millones de años en su historia. Por otra parte, si unos extraterrestres llegaran un día a nuestro planeta, no se equivocarían. Tratarían sin duda alguna de hablar con ellas. Ellas son las verdaderas dueñas de la Tierra.
EDMOND WELLS
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.
La mañana del día siguiente, la cúpula ya ha desaparecido por completo. El tocón negro ha quedado erguido, desnudo, en medio de la ciudad.
Cinco millones de ciudadanos han muerto. De hecho, todas las hormigas que estaban en la cúpula y en sus inmediatos alrededores.
Todas las que tuvieron presencia de ánimo para bajar están indemnes.
Los humanos que viven debajo de la Ciudad no se han dado cuenta de nada. La enorme losa de granito se lo ha impedido. Y todo ha ocurrido durante una de sus noches artificiales.
La muerte de Belo-kiu-kiumi queda como el hecho más preñado de amenazas; al carecer de su ponedora, el Nido parece claramente amenazado.
El ejército chlipukaniano, sin embargo, ha participado en la lucha contra el fuego. En cuanto las guerreras se enteran de la muerte de Belo-kiu-kiuni, envían mensajeros a su Ciudad. Unas horas después, sobre un coleóptero rinoceronte, llega Chli-pu-ni en persona para comprobar los destrozos.
Cuando llega a la Ciudad prohibida, unas hormigas bomberos están aún regando las cenizas. Ya no hay contra qué luchar. La reina pregunta, y le cuentan el incomprensible desastre.
Como ya no hay reinas fecundas, se convierte naturalmente en la nueva Belo-kiu-kiuni y hace suyos los aposentos reales de la Ciudad central.
Jonathan es el primero en despertar y le sorprende oír la crepitación de la impresora del ordenador.
En la pantalla hay una palabra.
¿Por qué?
Así que ellas han emitido durante la noche. Quieren dialogar. Teclea la frase que precede ritualmente cada diálogo.
Humano: Saludos, soy Jonathan.
Hormiga: Yo soy la nueva Belo-kiu-kiuni. ¿Por qué?
Humano: ¿La nueva Belo-kiu-kiuni? ¿Dónde está la antigua?
Hormiga: Vosotros la habéis matado. Yo soy la nueva Belo-kiu-kiuni. ¿Por qué?
Humano: ¿Qué ha pasado?
Hormiga: ¿Por qué?
Y luego la conversación se corta.
Ahora ya lo sabe todo.
Son ellos, los humanos, quienes lo han hecho. Madre les conocía. Siempre supo quiénes eran.
Y mantuvo la información en secreto.
Y ordenó la ejecución de todos aquellos que hubiesen podido desvelar el menor indicio.
Y les mantuvo, a ellos, en contra de sus propias células. La nueva Belo-kiu-kiuni contempla a su madre inerte.
Cuando la guardia viene a buscar los despojos para arrojarlos en la depuradora, se sobresalta.
No, no hay que tirar ese cadáver.
Mira fijamente a la antigua Belo-kiu-kiuni, de la que ya se desprenden olores de muerte.
Sugiere que se peguen con resina los miembros destrozados. Que se vacíe el cuerpo de su carne blanda y que se la sustituya por arena.
Quiere conservarla en sus propios aposentos.
Chli-pu-ni, la nueva Belo-kiu-kiuni, reúne a algunas guerreras. Propone que se reconstruya la Ciudad central de forma más moderna. En su opinión, la cúpula y el tocón eran demasiado vulnerables. Y asimismo hay que dedicarse a la búsqueda de ríos subterráneos, y a la apertura de canales que unan entre sí todas las ciudades de la Federación. Para ella, el porvenir está ahí, en el dominio del agua. Podrán protegerse mejor de los incendios, y también viajar con rapidez y sin peligro.
¿Y los humanos?
Emite una respuesta evasiva:
No son de un gran interés.
La guerrera insiste:
¿Y si nos atacan otra vez con su fuego?
Cuanto más fuerte es el enemigo, más nos obliga a superarnos.
¿Y los que viven bajo la gran roca?
Belo-kiu-kiuni no contesta. Pide que la dejen sola. Luego, se vuelve hacia el cadáver de la antigua Belo-kiu-kiuni.
La nueva reina inclina delicadamente la cabeza y posa sus antenas en la frente de su Madre. Se queda inmóvil durante mucho tiempo, como sumida en una CA eterna.