Capítulo 3

Habiendo dormido mucho mejor, Fabia despertó el martes y pensó en Ven, en Cara y en Barney y le hubiera gustado llamar por teléfono a sus padres para preguntar si sabían algo de su hermana. Pero dado que Cara debería estar con ella en Checoslovaquia y que le había advertido que le haría un favor si no los llamaba, Fabia se resignó. Después de desayunar fue a comprar una tarjeta postal para mandarla a su casa. Luego, pasando por entre las columnas del Mariánské Lázne, siguió adelante hasta el área cubierta de césped y, con toda tranquilidad, se ubicó en una de las bancas y empezó a escribir a sus padres.

Diez minutos después había llenado todos los espacios posibles de la tarjeta con noticias sobre su viaje y las impresiones del hermoso balneario, de modo que cuando tuvo que firmar apenas cupo su nombre, no hubiera podido añadir el de Cara.

Dejó la banca y volvió a pasear por el pueblo que tanto le fascinaba. Caminó por calles residenciales, y luego observó interesada que entregaron carbón en una casa y lo depositaron afuera, en la calle, y que era de color café. Nunca lo había visto de ese tono, supuso que el dueño lo metería con su pala en el sótano cuando pudiera. Se le quedó el recuerdo junto con la imagen del bosque en el trasfondo mientras continuaban su camino.

Pronto llegó al gimnasio local, luego a la oficina de turismo, después caminó hacia una parte que le era conocida y pronto descubrió que estaba de nuevo en el área de las columnas.

Ya se acercaba la hora del almuerzo, pero paseando por allí, no pudo resistir la curiosidad de subir unos escalones para admirar los hermosos objetos de cristal de Bohemia en un aparador.

Veinte minutos después, salió de la tienda cargando un hermoso jarrón de cristal, bien envuelto, que sabía que les fascinaría a sus padres, al menos a su madre, volvió a descender los escalones y allí se topó con Lubor Ondrus.

– ¡Hola! -él la saludó entusiasmado y contento de verla.

– ¡Hola! -respondió ella descubriendo que era delicioso encontrarse a alguien a quién conocía.

– ¿De compras? -él sonrió y miró su paquete.

– Un regalo para mis padres.

– Debe estar exhausta -indicó él de inmediato, aunque ella no lo estaba. Pero, Lubor no solía perder oportunidad-. Insisto en que me permita invitarla a almorzar -esperó su respuesta sonriendo.

¿Qué debía hacer?, se preguntó Fabia. Él era transparente, pero amable. Un mujeriego, pero agradable. Además era amigable y le simpatizaba.

– Le puedo mostrar un panorama excelente del pueblo -insistió sonriente como si fuera una tragedia, si ella lo rechazaba.

– Este… gracias -ella aceptó y tuvo que sonreír al ver la felicidad en el rostro del hombre.

– Mi auto está cerca -le dijo, tomando el paquete de sus manos y cargándolo hasta donde estaba su coche estacionado.

– ¿Ese lugar a dónde vamos está dentro de Mariánské Lázne? -quería averiguar ya que parecía que no irían a almorzar a pie.

– Claro -respondió mientras le abría caballerosamente la puerta de su Skoda-. Tengo mucha correspondencia que atender esta tarde y debo regresar a trabajar.

Fabia subió al auto y pensó por un momento en el patrón de él. El día anterior se había tomado la mañana para pasear a Azor y a ella. ¿Qué Ven Gajdusek sólo trabajaba en las tardes? ¿O quizá en las tardes y en las noches? ¿O sólo paseaba al perro una que otra mañana?

Comprendió entonces que, a pesar de haber pasado tantas horas en su compañía, todavía no sabía nada de Ven. De hecho sabía tanto de él como antes de conocerlo. ¡Cara jamás le perdonaría si lo llegase a saber!

– Primero vamos a comer -Lubor sonrió al estacionar el auto y luego la condujo dentro de un elegante hotel.

Considerando que la habían invitado a almorzar Fabia ordenó un omelette y ensalada, y pronto descubrió que una vez que Lubor abandonó su actitud oportunista inicial resultaba ser una agradable compañía.

– ¿Permitiría que le dijera Cara? -preguntó, después de pedirle que lo llamara por su primer nombre.

– Claro -respondió ella-, pero… -calló, no se sentía a gusto con ese nombre que no era el de ella.

– ¿Es demasiado atrevido de mi parte? -indicó Lubor y pronto la vio sonreír de nuevo.

– No, no es eso -ella lo tranquilizó y sintiéndose culpable, explicó-: Es que la mayoría usa el nombre que usa mi familia, Fabia.

– Fabia -repitió él y pareció disfrutar al pronunciarlo. Aceptándolo de inmediato-. ¿Entonces viniste a Checoslovaquia de vacaciones y de negocios, verdad?

– Sí -asintió y aunque se sentía que no era correcto preguntarle por su patrón, no veía razón alguna que le impidiera mencionarle la entrevista, ya que él debería estar al tanto de su libro de citas-. Vine específicamente aquí el viernes pasado para entrevistar al señor Gajdusek, pero…

– ¡El señor Gajdusek aceptó dar una entrevista! -exclamó Lubor sorprendido.

– Sí -respondió la joven, un poco sorprendida a su vez por la actitud de Lubor-. ¿No lo sabía usted? -preguntó.

– No existe ninguna anotación y él nunca concede entrevistas -su acompañante la miró con seriedad.

– Ya lo sé. Mi her… -calló habiendo estado a punto de delatar a Cara-. Por eso es tan maravilloso que me haya concedido -declaró ella.

– ¿Estás segura que aceptó?

– ¿No le dejó alguna nota Milada Pankracova? -expresó Fabia empezando a desear, no haber mencionado el tema. Era obvio que la secretaria anterior no había sido muy eficiente, quizá por ello la había despedido Ven.

– No, pero… -calló, pareció pensarlo y luego volvió a su acostumbrada sonrisa-. Me pregunté por qué me hizo revisar ayer el señor Gajdusek lo que Milada había dejado. Creo que ahora lo entiendo.

– ¿Ella… este… había cometido algunos errores?

– Más que ninguna otra, le aseguro. Pero ahora mejor vamos a hablar de ti.

– Pero… mi entrevista para el viernes pasado -insistió-, ¿está anotada en el diario del señor Gajdusek?

– Claro que sí, pero desafortunadamente lo pasamos por alto -respondió con sinceridad y cuando sospechó que debía haberse burlado de ella con su actitud anterior, él preguntó-: ¿Te gustaría tomar una copa de vino?

– Una pequeña, gracias -aceptó sin pánico y decidida a no volver a preguntarle de su trabajo, y menos de su patrón, se entregó de lleno a gozar del almuerzo y de la compañía.

Y los disfrutó, aunque cuando terminaron y salieron de allí descubrieron que había empezado a lloviznar.

– Me temo que el panorama no será tan hermoso como lo había yo prometido -se disculpó Lubor-. Pero de todas maneras iremos a verlo -decidió y tomándola del brazo, la condujo al frente del edificio y se quedaron bajo un techo-. ¿Debimos venir aquí primero? -declaró él desilusionado ya que lo único que veían eran los techos y el bosque cubierto de niebla y lluvia-. ¿Podemos venir mañana otra vez? -sugirió entusiasmado, tomado al mismo tiempo la oportunidad de colocarle el brazo sobre sus hombros.

– No sé todavía que voy a hacer mañana -Fabia no aceptó la invitación. Le simpatizaba, pero sintió que su familiaridad requería tácticas de rechazo.

Si él pensó que ella le estaba mostrando luces de semáforo debió ver la luz verde, porque la apretó más fuerte, la contempló con un brillo amoroso en los ojos y la acercó mientras murmuraba seductoramente:

– Me gustas tanto, Fabia.

En cualquier otra circunstancia, ella se hubiera sentido preocupada, no todos los días estaba en el extranjero con un hombre desconocido quien, después de haberla invitado a almorzar estaba tratando de seducirla. Pero tampoco todos los días, a plena luz del día, se encontraba empapada mientras su enamorado esperaba alguna respuesta. Comprendió que él confiaba que haría algún comentario o algún gesto correspondiéndole, pero lo único que podía hacer, así fuera imperdonable o no, era reírse y exclamar:

– ¡Lubor! ¡Estoy empapada!

De inmediato él se mostró preocupado y en unos segundos corrían hacia el auto. En el fondo, donde la entrada al hotel se juntaba con la carretera, Lubor se detuvo a observar el paisaje a su izquierda, y ella todavía alegre, miró hacia la derecha y su felicidad se desvaneció porque dirigiéndose hacia ellos iba Ven conduciendo su Mercedes. Un Ven Gajdusek que había reconocido no sólo el Skoda sino a sus ocupantes también y ella entendió por la expresión en su rostro iracundo que no le había dado gusto verlos.

"¡Dios santo!", pensó Fabia y trató de ignorar el atroz presentimiento de que no estaba furioso tanto con su secretario como con ella, pero antes que siguiera especulando Lubor, que no había visto pasar a su jefe, se volvió para declarar:

– Te ves aún más hermosa con el rostro lavado por la lluvia.

Un minuto antes ella hubiera emitido una carcajada por lo que consideraba un halago exagerado, pero habiendo visto a Gajdusek, ya no tenía el humor para reír.

– Gracias, Lubor -aceptó en voz baja, recibiendo otra de sus enormes sonrisas antes de que atendiera el fluir de los otros autos.

En unos minutos llegaron a su hotel y cuando Fabia le agradeció el almuerzo y él le entregó su paquete, le dijo:

– Para mí también fue divertido -y no perdió tiempo en preguntar-: ¿Te gustaría cenar y divertirnos juntos esta noche?

– Temo que no puedo -replicó ella sonriendo apenada, ya que estaba segura de que él era bastante inofensivo-. Tengo un compromiso de negocios -admitió disculpándose y se preguntó si Lubor habría adivinado que el compromiso para esa noche era con su jefe. Hizo a un lado esa idea pensando que si hubiera sabido no la hubiera invitado a cenar con él.

Se despidieron y para cuando entró al hotel ya había dejado de pensar en Lubor. Recordó de nuevo la expresión de ira en el rostro de Ven hacia un rato y mientras esperaba la llave de su habitación empezó a preocuparse en serio.

Fabia subió a su dormitorio sin comprender el motivo de aquella ira. Por un momento angustiante se preguntó si, siendo el inglés su segundo idioma, no habría querido decir que la invitaba a almorzar en vez de a cenar. Eso explicaría su furia, cualquiera se hubiera sentido así al verla salir con otro de un hotel a esa hora. Un momento después, borraba esa teoría al recordar que Ven le había avisado al despedirse que mandaría a Ivo a recogerla a las siete de la noche y no a la hora del almuerzo.

¿Entonces a qué venía tanto enfado?, se angustió y luego empezó a dudar si realmente iría a cenar con él o no esa noche. ¿Sería posible que le hubiera avisado a Lubor que tenía un compromiso esa noche, simplemente porque no consideraba la cita con ella?

– Será mejor que cenemos juntos mañana -le había dicho, de manera muy clara, ayer, y no iba a quedar mal, ¿o sí? Ya se sentía bastante mal de modo que no era momento para indagar si había pasado por alto la cita del viernes.

Cuando ya no pudo tolerar más su inquietud en caso de que Ven Gajdusek decidiera no cenar con ella, Fabia se despojó de la ropa mojada y fue a tomar una ducha.

Intranquila, y ya con el cabello seco, se puso una blusa y un pantalón y fue a mandar la tarjeta postal que había escrito para sus padres.

Dejuki -dijo gracias en checo al recepcionista que le vendió un timbre y le aseguró que alcanzaría abierto el correo ese mismo día.

Pero eso no le tomó más que unos minutos y regresó a su habitación faltando varias horas para poder averiguar si Ven Gajdusek cumpliría con su cita. Sentía la conciencia sucia, ya que no podía argumentar que había sido muy honesta al aceptar su invitación de ir a cenar a su casa haciéndose pasar por una periodista cuando que no lo era, pero Fabia empezó a revisar su guardarropa.

Al diez para las siete de la noche ya estaba lista. Faltando sólo cinco minutos decidió que su larga cabellera dorada necesitaba otra cepillada y saltó del vestidor como si le hubieran disparado cuando un minuto después sonó el teléfono y el recepcionista le avisó que un chofer la estaba esperando.

– Gracias -respondió ella, demasiado emocionada para recordar el término en checo.

Colgó el auricular y tomó un segundo para controlarse. Sentía que le temblaban las entrañas, pero tenía motivos para ello. Para empezar, ya para entonces se había convencido de que él podía olvidarse de mandar a Ivo y sin embargo allí estaba. Recordó, de pronto, que ella no tenía experiencia ni conocía las técnicas de la entrevista profesional, de hecho ni siquiera sabía hacerlo como aficionada, e iba a tener que comportarse como si realizar entrevistas fuera parte de su naturaleza.

No aminoró su angustia, cuando salió de su habitación, recordar la imagen del aristocrático Ven Gajdusek. "Dios mío", pensó con pánico, mejor se concentraba en representar un buen papel ya que él no era ningún tonto.

No supo cómo logró sonreír a Ivo cuando lo encontró esperándola en el vestíbulo. Pero lo hizo e incluso pudo saludarlo en checo:

Dobryvecer.

Pero estuvo preocupada todo el camino mientras el auto zigzagueaba para salir del pueblo y enfilar hacia la casa de su anfitrión. La había animado el hecho de que, quizá, gracias a sus buenos modales había logrado disimular. Tendría que lograrlo también con el patrón del chofer ya que estaba hecha un manojo de nervios. Ivo se estacionó frente a la casa y ella basó sus esperanzas en el hecho, muy importante, de que debido a que Vendelin Gajdusek nunca había concedido una entrevista a ningún reportero, no se percataría de que ella no era una profesional.

Dekuji mnohokrát -le agradeció a Ivo cuando la acompañó a la puerta principal y luego saludó a la ama de llaves con una sonrisa cuando abrió la puerta-. Dobry vecer, Paní Novakova.

Dobry vecer, Slecno Kingsdale -respondió el ama de llaves sonriendo a su vez, pero algo a su derecha hizo que Fabia se volviera todavía con la sonrisa en los labios y viera a Ven Gajdusek inmaculadamente vestido.

– Buenas noches, Fabia -saludó él viendo que el ama de llaves se iba y luego miró a la joven de pies a cabeza, revisando su cabello rubio, su cutis perfecto, su vestido color lima de fina lana y mangas largas que resaltaba su feminidad hasta en sus zapatos de medio tacón.

– Buenas noches, señor G… -empezó a decir, pero su mirada se detuvo-. Es decir, Ven -y vio cómo esbozaba una sonrisa con su boca devastadora, antes de colocar la mano en su hombro para guiarla a la sala.

Era una habitación decorada con muy buen gusto, y acogedora. Con techos altos, muebles de calidad y una que otra antigüedad.

– Siéntate donde gustes mientras te preparo algo de beber -la invitó señalándole uno de los sofás que parecían el colmo de la comodidad-. ¿Qué te gustaría? -le preguntó acercándose a la mesita con las bebidas mientras ella descubría que la apariencia del sillón no mentía.

– Un gin an tonic, por favor -y cuando él se lo llevó y lo colocó en la mesita frente a ella, creyó necesario mencionar-: Le agradezco que haya tenido la amabilidad de recibirme.

– Con mucho gusto -murmuró él suavemente y desde ese momento hasta que la señora Novakova entró a avisarles que la cena estaba servida la entretuvo con conversación superficial que no tenía nada que ver con el motivo por el cual ella había aceptado la invitación.

Siguiendo el hilo de la conversación, Fabia comprendió que tratar de abrumarlo con docenas de preguntas, en tan acogedora habitación, sería una imprudencia. De modo que guardó su cuestionario y en cambio empezó a revelarle cuánto la deleitaba la música y que una de sus favoritas era el sexto movimiento de Janácek.

De hecho, Fabia se preguntaba cómo demonios había surgido ese tema cuando pasaron a otra habitación igualmente acogedora. No supo la razón, ni cuando entró el ama de llaves a servir el primer platillo. Piñena sardelová vejce, era una mezcla deliciosa de huevos con sardinas, y Fabia prestó atención a otras cosas.

– Esto está delicioso -señaló a su anfitrión y cuando él la observó con afabilidad, sin mostrar la ira que lo había embargado ese mediodía, decidió que debía hablar del asunto.

– Me alegro de haber almorzado algo ligero -declaró sonriendo.

– Almorzaste con mi secretario, ¿verdad? -él la miró fijamente.

– Me lo encontré cuando paseaba -explicó ella-. Fue muy amable al invitarme. Es una persona muy cordial -añadió ella.

– ¿Te has mirado últimamente en el espejo? -comentó Ven con sequedad. Fabia sintió la más agradable sensación pensando que debía ser un halago, pero desapareció, cuando comprendió la realidad quería decir que Lubor Ondrus seduciría a cualquier mujer que fuera más o menos presentable.

– No trató de coquetear conmigo todo el tiempo -se defendió y deseó haberse callado-. Charlamos mucho -prosiguió-. Me recomendó ir a admirar el paisaje, pero empezó a llover y…

– ¿Qué más te dijo? -por ese hábito que se le había olvidado a ella, Ven Gajdusek la interrumpió de nuevo.

Sorprendida por el tono, la joven lo miró atónita, pero de inmediato se percató de que él pensaba que ella había interrogado a su secretario sobre él y se ruborizó.

– ¡Nada! -exclamó la chica acalorada y relajada a la vez al comprender que ésa había sido la razón de su ira cuando los vio juntos-. ¡Por Dios! -exclamó de nuevo irritada, ya que creía que sospechaba de ella-. ¡Jamás me hubiera atrevido a interrogarlo acerca de usted!

– ¿De veras? -le preguntó con frialdad mirándola a los ojos.

– Claro que no -replicó y, aunque furiosa y sintiéndose presa de su fija mirada hubiera dado cualquier cosa por averiguar qué estaba él pensando.

No pudo insistir en el tema porque entró de nuevo el ama de llaves para llevarse los platos del entremés y mientras Ven intercambiaba con ella unas palabras, les sirvió el platillo principal.

Fabia probó un bocado de la chuleta de puerco rellena de hongos y, en un intento de recobrar el equilibrio inicial, le preguntó:

– ¿Cómo se llama este platillo?

– Me imaginé que lo querías saber por eso se lo pregunté a Edita -replicó él-. Me temo que no es más que un simple "veprové rízky plnené zampióny"

Sencillo o no, Fabia reconoció que le llevaría más de una semana aprender el nombre, pero, sin parpadear, lo miró.

– ¿Y el vino? -volvió a preguntar, esa vez respecto a la bebida transparente y fría que acompañaba al platillo.

Rülander, un producto de Moravia -le informó él y preguntó-. ¿Te gusta?

– Mucho -aseguró, pero de todas maneras ella todavía estaba alterada porque él creía que era capaz de interrogar a su secretario a espaldas suyas y se lo hizo saber unos segundos después, al estallar diciendo-: La única vez que mencionamos su nombre fue cuando yo señalé que había venido a Checoslovaquia a entrevistarlo a usted.

– No sé si debería sentirme halagado o no -bromeó su anfitrión y Fabia decidió en ese momento que odiaba a los hombres con genio sofisticado, ¿estaba diciéndole que en verdad era un halago o que se sentía enfadado de que sólo lo hubieran mencionado una vez durante el almuerzo?

– De todas maneras -prosiguió ella, sin darse tiempo para pensarlo-. Lubor Ondrus, pareció muy sorprendido cuando le revelé que usted me había concedido una entrevista. Luego, de pronto, cambio de actitud y me dijo que la entrevista con usted estaba registrada en el diario de su escritorio, pero que la habían pasado por alto -se sintió mejor cuando terminó de decírselo. Sin embargo el hombre de ojos negros, frente a ella, tenía una expresión inescrutable y de nuevo Fabia deseó poder adivinar sus pensamientos.

– Lubor Ondrus es un secretario de primera -fue su único comentario. Y luego haciéndola estremecer, añadió-: Y estoy seguro de que tú, Fabia, eres una reportera de primera -santo cielo, pensó la chica y sospechó que había llegado el momento de iniciar su interrogatorio-. ¿Hace mucho que te dedicas al periodismo?

"Ayúdame Dios, por favor", pensó deseando con toda su alma no haberle revelado que tenía veintidós años.

– Sí, desde que dejé la escuela -expreso y sintió que se acaloraba temiendo que él le pidiera con detalle su experiencia en el mundo del periodismo.

– ¡Utilizas taquigrafía!

– La mía propia -¿no debería ella haber hecho esa pregunta? Estaba lista para iniciar su trabajo e hizo una pausa para sonreír y descubrió que él volvió a adelantarse.

– ¿Escribes a máquina, me imagino? -preguntó Ven y Fabia sintió que el pánico hacía presa a su estómago. Si él le ofrecía una de sus máquinas de escribir, estaba arruinada.

– Claro -logró afirmar, pero añadió al instante-: De todas maneras prefiero escribir mi trabajo primero a mano. Fabia todavía se estaba preguntando si debía agregar algo más al respecto, cuando él cambió el tema tomándola por sorpresa.

– ¿Eres casada?

– No -contestó con rapidez y de inmediato comprendió su error.

Se suponía que ella era Cara y su hermana era casada, debió haber contestado que sí. Demasiado tarde, pensó comprendiendo que Cara la mataría si arruinaba el trabajo. Y pensándolo bien, su hermana todavía utilizaba su nombre de soltera en la profesión, no creía que ese error importaría tanto, trató de olvidarlo y, aunque estaba en su cuestionario, le preguntó sin pensar en la lista, y por voluntad propia:

– ¿Y usted es casado?

– Nunca he tenido la tentación -expresó él, y mientras Fabia reconocía que eso podía apenar a muchas mujeres, él preguntó-:

– ¿Novios?

– Ninguno en especial.

– Esa debe ser la razón por la que puedes venir sola a Checoslovaquia en vacaciones de trabajo -reconoció él con encanto. Y mientras ella quedaba de pronto hipnotizada por esa renovada actitud, él preguntó-: Le mencionaste a mi secretario que te gustaría conocer algunas partes de mi país, ¿tienes en mente algún sitio en particular?

– Bueno, Praga, claro está -respondió ella, descubriendo que no lo odiaba a él ni a su sofisticación, al contrario, te fascinaban-. Y pensé en manejar hasta Karlovy Vary para… -se detuvo. ¿Cómo había podido olvidar algo tan importante?-. ¡Mi auto! -exclamó.

Sin embargo en ese momento entró el ama de llaves a la habitación y suspendieron la conversación mientras la señora Novakova cambiaba los platos; por otros limpios. Fabia notó que Ven le dirigió unas palabras amables a la trabajadora mujer antes que ella saliera sonriendo de la habitación.

Con la intención de no volver a olvidar su auto, Fabia sumergió la cucharita en el postre, lo probó, y descubrió que era una tarta soberbia de ciruela, diferente a la que ella conocía.

– ¿Qué…? -empezó a decir y tuvo que reír cuando, sin esperar a que terminara la pregunta, Ven le dijo el nombre del platillo.

Svestkovy kolác na plech -y ella hubiera jurado que cuando fijó la vista en su boca sonriente, él esbozó también una sonrisa. Fabia bajó la vista, tomó un par de cucharadas del postre, y recordó:

– Quería preguntar acerca de mi auto. Yo…

– Ah, sí, tu auto -la interrumpió -llamé por teléfono al taller en tu nombre esta mañana -le informó e hizo una pausa y esa vez, ella lo interrumpió:

– ¿Y…?

– Y -replicó él-, me temo que tienen dificultades en conseguir el repuesto que necesitan.

– ¡Qué horror! -ella suspiró, pero preguntó esperanzada-. ¿Le dijeron mas o menos cuánto tiempo…?

– Parece que una semana… o más -él adivinó su pregunta.

"¡Qué mala suerte!", pensó Fabia, viendo perdida toda esperanza de poder conocer Karlovy Vary y Praga. Sin embargo comprendiendo que era de mala educación quedarse allí lamentándose, hizo un esfuerzo para sobreponerse a su desilusión y declaró:

– Bueno, quizá sea afortunada por estar en un sitio tan hermoso como Mariánské Lázne.

Ella percibió que estaba mirándole las manos y levantó la vista para sonreír. Creyó notar un signo de admiración en sus ojos, pero se percató de que estaba muy equivocada cuando él dijo:

– ¿Quieres tomar el café en la sala?

A Fabia la complació regresar a la sala adonde se sentó en el mismo sofá. Allí, frente a la bandeja con el servicio de café, sirvió dos tazas y entregó una a su anfitrión, que estaba sentado en un sillón en ángulo al sofá que ocupaba la joven.

Se veía muy relajado y ella aceptó que así se sentía también. Y como sólo había tomado un vaso de vino, comprendió que aunque todo debía hacerla sentir tensa, tenía que agradecer a Ven, y a su encanto de anfitrión el poder sentirse tan a gusto.

Sin embargo mientras bebía el café comprendió que no había ido a divertirse allí, sino a realizar una entrevista.

Era el momento propicio y Fabia abrió la boca para empezar a interrogarlo cuando Ven le preguntó:

– Así que piensas que Mariánské Lázne es un lugar encantador.

– Claro que sí -afirmó ella.

– ¿Qué es lo que te parece tan encantador? -insistió él bebiendo.

– La arquitectura, los bosques, el mismo aire -respondió la joven-. Tiene algo, no sé si serán las flores, los castaños llenos de verdor, la plaza de columnas… -se detuvo, con una expresión de ensoñación recordando todo lo que había visto y lo que la había impresionado-. Todo resulta encantador.

– Y todavía no conoces la fuente cantante -señaló Ven con tono de broma.

– ¿Fuente cantante?

– Está cerca de la hilera de columnas, aunque me temo que no empezará a funcionar hasta el primero de mayo o quizá a finales de abril.

– ¡Ay! -se lamentó y colocando la taza vacía en la mesa, se sintió desilusionada al pensar que para cuando empezara a funcionar la fuente estaría de regreso en Inglaterra-. ¿Y de veras canta? -quiso averiguar.

– No, no canta -respondió él-, pero está fabricada de manera que cada dos horas el agua baila al compás de música clásica.

– ¡Qué maravilla! -suspiró imaginando la escena. Luego, de pronto, se percató que Ven la contemplaba con seriedad y se sintió impresionada y con necesidad de decir algo para reponerse.

– Hmm ¿y Azor? ¿Adónde estará?

– Te apasionan los perros, ¿verdad? -declaró con tono tranquilo. De hecho su voz no compaginaba con la expresión en su rostro.

– ¿Se nota?

– No todos los días alguien entra a mi propiedad, y cuando un dobermann se le va a echar encima, avanza para saludarlo diciendo "Hola, querido" -recordó él, que no dejaba al perro sin control, y que había estado allí para presenciarlo; Fabia parecía haber olvidado el suceso.

– ¿A usted también le gustan los animales? -señaló tratando de esquivar una conversación sobre ella.

– ¿Cómo estás del tobillo? -preguntó Ven, haciendo que a la chica le latiera más rápido el corazón cuando se inclinó hacia adelante para examinar la piel donde habían salido ya dos moretones.

El contacto de sus manos era como ella lo recordaba, tibio y tierno, pero cuando volvió a colocar su pie en el suelo Fabia sintió timidez, cosa absurda y ridícula y tuvo que volver la cabeza para controlarse.

Se quedó viendo su reloj y cuando enfocó los números olvidó la timidez y exclamó atónita:

– ¡Es casi medianoche! -jamás se le había pasado tan rápido una velada y de inmediato se puso de pie-. No tenía idea… -intentó disculparse como si se hubiera aprovechado de la invitación.

– Espero que eso quiera decir que has disfrutado la noche -Ven se puso de pie y parecía contento.

– Muchísimo -dijo con sinceridad y enfiló hacia la puerta.

Ven no intentó detenerla, ni ella pensó que lo haría. Pero, dejándola por un momento, fue a darle instrucciones a Ivo de que la llevara al hotel y luego la acompañó hasta la puerta principal.

Fabia estaba sentada en la parte trasera del Mercedes, mientras Ivo conducía el auto por el valle, cuando se le congeló la sonrisa en los labios. ¡Porque hasta ese momento se percató de que no le había hecho la entrevista!

Sintiéndose asombrada ante ese hecho, casi exclamó, en voz alta, que toda la velada se había pasado sin que ella emitiera ni una de las preguntas que había formado Cara. ¡Ya ni hablar de las respuestas! ¡De hecho aparte de enterarse de que Ven no era casado, no había averiguado nada de él!

¡Cuando Ivo se estacionó frente a su hotel, comprendió que Ven Gajdusek sabía más acerca de ella que ella de él!

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