Capítulo 2

La joven sentía que le latía muy fuerte el corazón, al observar que el hombre tenía la correa del perro en una mano y que había sacado a pasear al animal o que iba a hacerlo. El perro estaba sentado junto a su amo y bajo estricto control. Sin embargo Fabia sabía que no tenía excusas por su torpeza.

– Yo… -trató de explicar, pero la interrumpieron.

– ¡Siempre actúa así! -exclamó el hombre de ojos negros, iracundo-. ¿No se percató de que el perro no la conoce, de que no sabía cuáles eran sus intenciones cuando se le echó encima?

– ¡No sucedió así! -ella intentó discutir, pero de inmediato se dio cuenta de que no debía hacerlo. Con trabajo controló su ánimo y le dijo honestamente-: Fue culpa mía, no la de él. El perro me indicaba que me quedara inmóvil, pero…

– Enséñeme su tobillo -la interrumpió el alto checoslovaco.

– No tengo…-debió ahorrarse la saliva ya que, sin importarle sus protestas, le señaló un lugar, en una columna, junto a la puerta donde ella debía poner su pie y se quedó parado esperando con impaciencia.

Ella iba a protestar, pero, como tenía otros asuntos más importantes en qué pensar, obedeció y colocó su pie en el borde, subiéndose un poco el pantalón, le permitió que estudiara su media de color beige que no tenía ni un hilo corrido.

– No hay herida -comentó Fabia mientras el hombre alto se inclinaba más.

– ¡Quítese la media!-le ordenó él.

– ¡En serio! -protestó ella, enfadada, pero él la miró en tal forma que accedió-. Está bien, está bien -murmuró rápidamente mientras comprendía que si él era quien pensaba que era, entonces se estaba comportando de forma equivocada si es que esperaba le concediera la entrevista. Sin decir más se quitó la media.

Para su asombro, a pesar de que el dobermann apenas si la había rozado con los dientes, pudo notar pequeñas señales de rasguños en ambos lados de su tobillo.

La mano del hombre era tibia, agradable y tersa sobre su piel mientras la examinaba inclinado, ella movía el pie de un lado a otro. Escuchó que él musitaba algo que pudo haber sido una maldición mientras analizaba la obra del perro, pero cuando terminó, Fabia se puso de inmediato la media y puso el pie junto al otro.

Él ya se había enderezado y entonces ella, ansiosa de cambiar de tema, y a pesar de su torpeza y del endemoniado animal, decidió que sería conveniente explicarle el motivo de su visita. Sin embargo, iba a hacerlo con tacto.

– ¿No sabe usted si la señorita Milada Pankracova ya regresó de…?

– ¡Es amiga de ella! -se apresuró el hombre a concluir sin dejarla terminar.

Por Dios, ¿dónde había quedado el encanto del día anterior? Empezaba a creer que se lo había imaginado.

– No la conozco -respondió calmada y decidió que era el momento de decir la verdad, aunque sabía que estaba diciendo mentiras-. Ella, la señorita Pankracova logró darme una cita para hacerle una entrevista al señor Vendelin Gajdusek el viernes pasado, sólo que…

Una palabra aún más feroz que la que había musitado él antes vibró en el aire. Luego el hombre empezó a hacer preguntas, practicando su inglés.

– ¿Se la concedió, eh? ¿Eso hizo? -comentó con frialdad. Y luego en voz alta-: ¿Entrevista? -preguntó y entrecerrando los ojos, añadió-: ¿Para qué quiere usted entrevistarlo?

– Yo… trabajo para la revista Verity -mintió para aclarar la situación.

– ¡Es usted periodista!

Él estaba enterado de que ella, o más bien Cara, era periodista, pensó disgustada, intuyendo que él era el hombre al que había estado buscando. Siendo que él concedió la entrevista a la revista Verity, ¡debía estar al tanto! pero como si se lo decía lo irritaría más, sólo respondió:

– Sí -mintió cordialmente, pero sintiéndose incómoda al hacerlo a pesar de su tono y añadió de inmediato-, este, usted, de casualidad, ¿conoce al señor Gajdusek?

– Mejor que muchos -le confirmó y a Fabia le dio un brinco el corazón de emoción.

Estaba ahí, de pie, hablando con el famoso Vendelin Gajdusek. De alguna manera controló su entusiasmo y se concentró lo más que pudo en lo que tenía que hacer. Aunque antes que pudiera pedirle de nuevo la entrevista, Vendelin Gajdusek reveló que no había olvidado, ni por un momento, cómo el dobermann le había mordido el tobillo.

– Sería conveniente que entrara a la casa para ponerle antiséptico en esa herida.

– Ah, no tiene importancia -respondió ella, añadiendo sin pensar-. En mi profesión no es nada nuevo recibir uno o dos rasguños de algún can exuberante -Santo Cielo, pensó cuando vio cómo la estaba observando él, se suponía que era periodista-. Mis padres aparte de su pequeña empresa tienen una perrera -explicó rápidamente-. Siempre los ayudo cuando voy a visitarlos -esperando con toda su alma cubrir su error, prosiguió-. Mi padre insiste que me ponga la vacuna antitetánica cada año.

Para su alivio, la explicación había sido, aparentemente, satisfactoria. De todas maneras, Vendelin Gajdusek no la interrogó más, aunque seguía insistiendo en el antiséptico.

– Por aquí -le señaló y movió la cabeza para darle instrucciones al dobermann que no se había movido de su lado. Con el perro más cerca caminaron rodeando la casa hasta el fondo.

Una vez que entraron por la puerta trasera le dio otra orden al animal y mientras salía disparado, sin duda, a su lugar favorito dentro de la casa, el hombre, agresivo y sin encanto, la guió hasta la cocina.

– Mi ama de llaves sabrá dónde está el equipo de primeros auxilios -la informó y luego la condujo por un pasillo y entró por una puerta de madera sólida.

De inmediato reconoció a la mujer fornida, que tornó a mirarlos desde el fregadero, que le había abierto la puerta el viernes anterior. Fabia observó cómo el hombre dejó la correa del perro en la enorme mesa de la cocina, luego le dijo algo a la mujer quien abrió un cajón y sacó de allí una caja de estaño y se la entregó. Él la tomó y luego presentó a su ama de llaves.

– La señora Edita Novakova.

– Mucho gusto -murmuró Fabia, aunque sabía que la mujer no entendía inglés.

Pero el ama de llaves le sonrió con afecto, y luego le dijo algo a su patrón, quizá debía hacer otra cosa fuera de allí y salió de la cocina.

– Siéntese aquí -le ordenó Vendelin Gajdusek tornando hacia Fabia. Luego, cuando parecía que él era quien le iba a aplicar el antiséptico, cosa que ella podía hacer sola, le preguntó de nuevo su nombre.

Esa vez Fabia estaba preparada y no iba a cometer ningún error.

– Cara Kingsdale -respondió y, aunque al parecer él había ignorado el hecho de que el día anterior le había dicho que se llamaba Fabia, de nuevo sintió una sensación desagradable al tener que mentirle.

Para contrarrestar el sentimiento y mientras él colocaba el pie en un taburete y atendía el rasguño, ella abrió su bolsa y sacó de allí el sobre que le había entregado Cara. Como medio de presentación y dado que la cita había sido dada dos meses atrás y el señor Gajdusek pudiera necesitar un recordatorio, sacó la carta del sobre mientras él aplicaba una crema sobre sus heridas con manos suaves y sensuales.

Le puso de nuevo su media, colocó el pie en el taburete y fue a quitarse al fregadero el antiséptico de las manos. Pero le pareció más alto que nunca cuando se paró a su lado, y miró dentro de sus verdes y grandes ojos.

– Muchas gracias, fue muy amable de su parte -murmuró ella cortésmente, pero sintiéndose intimidada o sería su sensación de culpa de nuevo, se puso de pie y le entregó la prueba de que ella era quien decía ser.

– Usted ha de tener una copia en el expediente, claro -señaló con amabilidad-, pero… -calló cuando él abrió la carta y empezó a leerla.

Lo vio fruncir el ceño con enojo mientras leía la página y se preguntó que quizás, a pesar de que hablaba tan bien el inglés, no lo leía con la misma facilidad.

Esas ideas desaparecieron de inmediato cuando la miró con un gesto penetrante.

– ¡Según esta carta, usted debió presentarse aquí el viernes pasado! -la acusó.

– Yo me presenté -replicó ella, pero comprendió que no le estaba haciendo ningún favor a Cara reclamando y ya no emitió el: "pero usted no estaba aquí", que hubiera sido necesario añadir. Era obvio que el imbécil había olvidado la entrevista y también Milada Pankracova o se la hubiera recordado.

Si Fabia había esperado una disculpa, hubiera quedado desilusionada.

– Hmm -fue todo lo que respondió y entregándole la carta la contempló de forma dura y la chica tuvo la sensación de que era ella la que había cometido el error.

Empezando a sentirse bastante fastidiada por el hecho de que él había estado en Praga cuando ella había ido a buscarlo el día y a la hora correcta, se esforzó por disimular sus sentimientos. Pero no era justo, se dijo en silencio. Ella había estado allí el viernes y él no.

Estaba recordando que el día anterior había pensado que Vendelin Gajdusek estaba en Praga, cuando de hecho, de haberlo sabido, había estado sentada junto a él en su auto, camino a Mariánské Lázne. De pronto casi le da un ataque al corazón.

– ¿Creí que usted dijo que se llamaba Fabia?

– Así es -replicó ella, sin saber qué responder-. Así me llaman en mi casa -se disculpó-. Y también mis amigos.

– ¿Debo agradecerle que ayer me considerara uno de sus amigos? -le preguntó él con tono seco, y por un momento ella creyó notar algo del encanto conocido en su rostro.

– Ayer usted fue un muy buen samaritano -ella sonrió, y tomó la oportunidad, ya que parecía más amigable, para preguntar-. ¿Cree usted que sería conveniente que lo entrevistara ahora, señor Gajdusek?

Durante un momento él la contempló desde su superior altura. Luego, mientras ella trataba con desesperación de recordar la cuarta parte de las preguntas que debía hacerle, él respondió:

– No, no sería conveniente -y mientras sus esperanzas se le fueron a los pies, añadió-. Ahora quiero llevar a Azor a pasear.

– ¡Oh! -murmuró Fabia sintiéndose abrumada. Sin embargo tenía bastantes energías como para acompañarlos en el paseo. De nuevo, no tenía la confianza para mencionárselo, porque ya sabía quién era su héroe del día anterior. De modo que, colocándose la bolsa en su hombro, con algo de orgullo que por un instante le hizo perder de vista, pensó lo importante que era atraparlo para una entrevista y se dirigió hacia la puerta. Sin embargo su voz la detuvo antes de llegar.

– ¿Quiere caminar conmigo? -una enorme sonrisa iluminó el rostro de Fabia, incluso sus ojos.

– ¿Podría? -aceptó ansiosa.

Él miró sus labios bien formados, luego sus ojos y mantuvo la mirada antes de parpadear y observar que llevaba zapatos para caminar, Fabia opinó que él los aprobaba, pero de todas maneras le advirtió con algo de severidad:

– No pienso regresarme en cinco minutos.

– ¡Qué bueno! -exclamó ella de inmediato-. Algunos de los perros en mi casa, digo, en casa de mis padres, cuando voy de visita -corrigió de prisa-, tienen que caminar millas.

Vendelin Gajdusek la miró de nuevo, dejándola intrigada, ¿la aprobaba o no?, y deteniéndose sólo a recoger la correa, se dirigió a la cocina.

Como Fabia había sospechado, no le costó trabajo encontrar a Azor. De hecho, parecía que el dobermann tenía un sentido del oído tan agudo que, incluso con la puerta cerrada, podía escuchar el ruido de su correa en la mano de su amo. Porque, tan pronto el hombre abrió la puerta de la cocina, ya estaba parado esperándolo ansiosamente.

Abandonaron la mansión por el mismo camino por donde ella había entrado y no estaban lejos cuando él se detuvo a intercambiar unas palabras con un trabajador que estaba haciendo reparaciones en una construcción anexa.

Fabia decidió continuar caminando para cuidar a Azor quién, aún suelto, brincaba alrededor husmeándolo todo.

– Ese era Ivo, el esposo de mi ama de llaves -le explicó Vendelin Gajdusek alcanzándola y ella apresuró el paso para ir a su lado.

– Ah, el señor Novakova -pronunció Fabia pensando que el nombre le daba risa.

Sospechaba que a Vendelin le pasaba lo mismo y cuando lo miró de reojo, notó que estaba esbozando una sonrisa. ¡Descubrió que no reía del nombre del trabajador sino que se estaba riendo de ella!

– Señor Novak -la corrigió, y añadió-. En la mayoría de los nombres checos, "ova" se añade al final del apellido que el hombre dará a su esposa, al casarse.

– No se me olvidará -comentó Fabia contenta al mirarlo sonreír.

Después de eso el paseo progresó de manera espléndida para ella. Disfrutó caminar, el aire fresco y cada paso que dio por los senderos viejos bordeados de árboles.

Sin embargo, una milla más adelante, las ideas bailaban en su cabeza. No podía dejar de pensar, que era conocida por ir a comprar la leche a la esquina de su casa, en coche, allá ya se hubiera dado por vencida. Quizás era mejor que estuviera ella ahí en lugar de su hermana, pensaba, y luego comprendió que era ridículo. Aparte del hecho de que Cara sabría desarrollar la entrevista como una profesional, jamás hubiera usado zapatos bajos, para empezar. De modo que no hubiera podido caminar cinco millas por terreno a menudo escabroso.

De lo que sí se percató en ese momento fue de que, como supuestamente ella era la periodista, no lo estaba haciendo muy bien. Ya le había resultado difícil convencer a su acompañante, durante la caminata, de que le concediera la entrevista y, por lo visto, podía seguir teniendo dificultades en ese aspecto. ¿Entonces por qué, por amor de Dios, estaba dejando escapar esa oportunidad mandada del cielo sin preguntar algunas cuestiones pertinentes?

– ¿Saca usted a pasear a Azor todos los días, señor Gajdusek?-preguntó con inocencia.

– Es obvio que a usted le fascina caminar -replicó él y la contempló, notando sus mejillas sonrosadas en su cutis de porcelana. Un segundo después sus miradas se encontraron y Fabia sintió confusión olvidando que él no le había respondido.

– Yo crecí en el campo -murmuró ella, sin saber por qué le estaba diciendo eso ya que no tenía que ver con el tema. Cara también había crecido en el campo y no caminaría ni diez pasos cuando podía evitarlo.

– ¿En qué parte de Inglaterra? -preguntó él.

– Gloucestershire -no dudó al decírselo y comprendió entonces que había olvidado su meta, la entrevista.

– Dígame señor Gajdusek -empezó a decir Fabia cuando salían del bosque a un claro asoleado-, ¿suele…?

– Es un día demasiado encantador para que usted insista en llamarme señor Gajdusek -la interrumpió con facilidad.

Ella contuvo el aliento y lo miró asombrada, y su corazón se estremeció, emocionado, al notar que sus ojos negros, muy negros y alegres, volvían a mirarla.

– ¿Me está sugiriendo que lo llame Vendelin? -se atrevió ella a preguntar con incredulidad.

– Mis amigos me llaman Ven -le advirtió él y añadió con solemnidad-, Fabia -ella notó su atractiva sonrisa y la respondió.

Entonces sintió que su mundo se enderezaba y que volvía a ser feliz. El hombre que había buscado tanto acababa de pedirle que lo llamara Ven, incluso, aunque en broma, había sugerido que fueran amigos. Parecía que acababan de desaparecer todas sus preocupaciones y sus dudas.

Pronto se percató de que su euforia no podía durar. Para empezar, estaba allí para hacer el trabajo de su hermana y además todavía estaba preocupada por Barney. ¡Y su coche!, ¿cómo había podido olvidar lo de su auto?

Interrumpió la corriente de sus pensamientos al descubrir que Vendelin todavía la estaba observando, como si hubiera disfrutado del sonido de su risa. Ella miró en otra dirección, sintiéndose de pronto insegura, como si todo estuviese fuera de su control.

En ese momento comprendió que Vendelin Gajdusek era de tomarse en cuenta y que ella se había impuesto severas obligaciones. Unos segundos después decidió que él no tenía nada que ver con sus peculiares pensamientos y emociones. Por amor de Dios, había estado bajo bastante tensión últimamente, de modo que, ¿qué era más natural, habiendo ya conocido al hombre a quien tanto trabajo le costó encontrar y estar paseando en un día tan hermoso y asoleado con él, que relajarse un poco?

– Señor Gajdusek…-decidió hacer otra de las preguntas para la entrevista, aunque cometió el error de mirarlo y calló al ver que levantaba una ceja-. Digo… Ven… -tartamudeó.

– Dime Fabia -la interrumpió-, ¿hay más en casa como tú?

– ¿Perdón? -dijo ella sin comprender qué le estaba preguntando.

– Tienes veintidós, creo que dijiste -le recordó cuando ella hubiera preferido que lo olvidara, deseando con todo su corazón que no la obligara a darle tanta información. Fabia no quería que pensara que por su edad no podía ser una periodista de experiencia. Pero su comentario se refería a otra cosa, por lo visto-. ¿Eres hija única?

– Tengo una hermana mayor -ella estaba contenta de que dejaran el tema de su edad y le respondió con sinceridad, aunque luego añadió-, pero por lo pronto está en Norteamérica -se apresuró a cambiar el tema, pero él le gano.

– Me imagino que tienes que viajar mucho por tu profesión -siguió él preguntando cuando debería ser ella la que preguntara.

– Me gustaría viajar más -respondió diplomáticamente y se apresuró-. ¿Y usted? ¿Viaja mucho?

No respondió porque en ese momento apareció otra pareja a lo lejos y Vendelin ordenó a Azor que se detuviera para ponerle la correa.

– Regresaremos a la casa por este camino -le informó luego a Fabia y la guió en otra dirección.

Habían caminado muchas millas, pensó ella, cuando iniciaron el regreso, y había pasado bastante tiempo en su compañía, de modo que no se sorprendió al percatarse de que no servía para el trabajo que había ido a realizar. Cualquier periodista que valiera, hubiera sacado mucha información del alto checoslovaco, se dijo con tristeza.

Unos segundos después se preguntaba si en verdad hubiera podido sacarle información. Por lo visto Ven Gajdusek estaba más interesado en disfrutar el paseo que en responderle.

Con eso en mente Fabia comprendió, sintiéndose culpable, que él debía pasar encerrado muchas horas en su oficina, y que por lo tanto tenía todo el derecho de disfrutar de sus caminatas sin tener que soportar a una curiosa periodista preguntándole el por qué y el cómo de toda su vida.

Claro que él había aceptado conceder la entrevista, argumentó para sí. Sí, pero no exactamente Cuando estaba descansando. Al diablo, pensó irritada sin llegar a nada con sus argumentos y decidió no volver a hacer ni una pregunta durante la caminata, aunque, una vez que llegaran a la casa, le pediría que cumpliera con su promesa.

Aclarado eso, regresaron a la construcción anexa, cerca de la casa y en ese momento ella recordó su auto y pensó que sería bueno averiguar dónde quedaba el taller antes que se le olvidara.

– Quería pedirle -empezó a decir, incrédula ante el hecho de que esa mañana su auto había sido motivo de tanta preocupación y luego no había vuelto a pensar en él-, que me hiciera favor de darme el nombre del taller donde quedó mi auto… -ya la empezaba a fastidiar su costumbre de interrumpirla cada vez que empezaba una oración.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? -exclamó ella sorprendida-. Pues para llamar por teléfono y preguntar…

– Discúlpeme -volvió él a interrumpirla-. No sabía que usted dominaba mi idioma.

– No, no lo domino -musitó enfadada porque era verdad, y sin comprender de qué estaba hablando…

– ¿Entonces cómo intenta preguntar acerca de su auto? -explicó él.

– ¿No hablan inglés en el taller?

– Temo que no -replicó él y hubiera añadido algo más, pero en ese momento, un auto, Skoda, manejado por un hombre de unos treinta años, llegó hasta la parte trasera de la mansión y se detuvo allí en el área de estacionamiento.

Estaban cerca cuando el hombre de cabello castaño y mediana estatura bajó del coche y Ven Gajdusek se detuvo a intercambiar con él unas palabras en checo. Luego, siendo sus modales en sociedad impecables, Ven cambió a inglés y le presentó a Lubor Ondrus.

– Lubor, la señorita Kingsdale, una visita de Inglaterra -terminó con la presentación.

– Ah, la señorita Cara Kingsdale -Lubor sonrió y le estrechó la mano mientras la miraba con admiración.

– ¿Conoce a la señorita? -preguntó Ven, incisivamente.

– Sólo por la tarjeta de presentación que encontré en mi escritorio -replicó el hombre en perfecto inglés-. Le pregunté a Edita y me dijo que ella la puso allí.

– Vine el viernes pasado -mencionó Fabia soltando la mano de Lubor Ondrus quien parecía disfrutar del contacto. Como el escritorio estaba en la casa, quizás él era su investigador y asistente, pensó ella y Edita colocó allí por error su tarjeta en vez de ponerla en el de Milada Pankracova.

– ¡Qué pena que no estuve aquí! -dijo Ondrus con sinceridad y explicó-. Acabo de regresar anoche, tomé unos días de vacaciones -y mientras Fabia se percataba de que debía ser un mujeriego de marca, le preguntó-. ¿Podría ser que, a pesar de su tarjeta, esté usted de vacaciones en mi país?

– Espero conocer algo de Checoslovaquia durante mi estancia -respondió la joven, pero en ese momento sintió que el silencio de Ven Gajdusek estaba congelado y como lo último que deseaba era enemistarse con él si es que desaprobaba el coqueteo de Lubor Ondrus, declaró-. Ahora necesito regresar a mi hotel.

– ¿Me permitiría llevarla? -Lubor aprovechó la ocasión antes que ella pudiera decir algo. Ven le evitó tener que dar alguna excusa cuando sin mayores ceremonias le entregó la correa del perro a Lubor y le ordenó:

– Tú puedes llevar a Azor, yo tengo que salir y llevaré de paso a la señorita Kingsdale a su hotel.

– Yo puedo ir caminando -musitó Fabia, mirándolos y no queriendo ofender a ninguno y hubiera podido añadir que lo disfrutaría si le dieran la oportunidad de hacerlo.

– ¡Ya caminaste bastante! -la informó Ven Gajdusek, demasiado autoritario en opinión de ella. Sin embargo, cuando le iba a aclarar que ya estaba grandecita para tomar sus propias decisiones y que muchas gracias, recordó que todavía tenía pendiente la entrevista-. Por aquí -señaló él, y sin darle oportunidad de despedirse de Lubor la guió hasta donde tenía estacionado su auto.

Ni por un momento llegó ella a imaginar que la llevarían de nuevo en el Mercedes. Pero mientras estaba sentada al lado de Ven Gajdusek cuando bajaban la colina rumbo a Mariánské Lázne, y ella recobraba su acostumbrado buen humor, no podía decir que le incomodaba la experiencia.

Ya estaban a la entrada del balneario y esperaban que un autobús pasara, cuando a ella se le ocurrió hacer una pregunta bastante natural.

– ¿Es Lubor Ondrus su asistente e investigador? -de inmediato se arrepintió.

– ¡No! -replicó él y concentró su atención en el volante.

– ¡Oh! -murmuró Fabia.

– Es mi secretario -ella sintió alivio y confusión ante esa explicación.

– ¡Oh! -musitó de nuevo y tuvo que preguntar entonces lo que parecía lógico-. ¿Entonces tiene dos secretarios?

– No -repitió él y no dijo más, dejándola en duda.

– ¿Quiere decir qué la señorita Pankracova ya no trabaja con usted? -preguntó asombrada después de repasar su último "NO" sin conseguir esclarecerlo.

– ¡Me dio gusto haberla despedido! -replicó y a Fabia no le gustó para nada el tono en que lo dijo.

– ¿Le pidió que tomara su costal?

– ¿Costal? -repitió sin ubicar la palabra en el contexto.

– La corrió, la despidió -ella trató de explicarle con sinónimos, pero él siguió interesado en la primera palabra.

– Costal -volvió a decir y preguntó-. ¿De dónde se originó ese significado?

– ¡No lo sé! -exclamó exasperada, sintiendo ansiedad al reconocer que ya estaban llegando al hotel y que todavía no tenía cita para la entrevista. Aunque cuando lo miró, notó que había levantado una ceja ante el tono elevado de su voz al responder y comprendió que no conseguiría nada si no se controlaba ante la falta de respuesta a todas sus preguntas. Tragó su ira y suspiró-. Por lo que sé, y puedo estar equivocada, creo que tiene que ver con una vieja costumbre. Cuando despedían a un artesano, empacaba sus herramientas en un costal y dejaba el trabajo -y habiendo aclarado el asunto, a menos que Ven Gajdusek pidiera más, que era posible, tuvo que preguntarle-: ¿El hecho de que Milada Pankracova haya dejado su puesto de secretaria no afectará en nada?

– ¿Afectar? -dijo él, enfureciéndola más porque esa vez, estaba segura, él comprendía el contexto de la palabra. Sin embargo, cuando él estacionó el auto frente al hotel y se volvió para verla, Fabia comprendió que no podía darse el lujo de enfurecerse. Pronto se iría ese último minuto y lo tenía que contar.

– ¿Me concederá, por fin, la entrevista que me ha prometido? -le preguntó sin más preámbulos y pensó por un segundo, viendo que la miraba con severidad, que había hecho mal en recordarle su promesa.

Mantuvo su expresión y Fabia, tratando de adivinar sus pensamientos, empezó a inquietarse. Casi estaba segura de que debía estar pensando que si ella era en verdad una buena periodista podía escribir bastante después del largo rato que pasaron juntos caminando. Era eso, o quizá que ella no había sabido preguntar acertadamente. ¿Cómo hubiera podido? Quizás ese era el problema, había cuidado demasiado los buenos modales. Aunque no creía que hubiera alguien en el mundo que consiguiera que ese hombre respondiera a alguna pregunta.

Vendelin salió del auto para abrirle la puerta a Fabia, quien tenía el horrible presentimiento de que había arruinado su oportunidad; ella salió del auto y se quedó parada en la acera con él.

Fabia levantó la vista y percibió que los ojos negros no revelaban nada, luchaba contra su orgullo que le impedía repetir la pregunta, de pronto sintió que salía el sol porque en el momento en que dio unos pasos alejándose, él murmuró:

– Sería conveniente que mañana cenemos juntos.

– ¿A qué hora? -no era el momento para falsas modestias. Vio que esbozaba una sonrisa como si le hubiera divertido, su pronta reacción.

– Enviaré a Ivo por ti como a las siete.

Fabia no quería dar la impresión de que estaba nada más esperando sus órdenes y se dirigió a la entrada del hotel. En ese momento escuchó cómo arrancaba el motor del Mercedes y siguió caminando.

Era extraño, pero la sonrisa que iluminaba su rostro, sinceramente, no se debía sólo al hecho de haber logrado que ese hombre le concediera una entrevista.

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