Capítulo 5

Fabia despertó el viernes con una sonrisa y se quedó recostada pensando en Ven. Todavía lo tenía en mente cuando se bañó, se vistió y fue a tomar su desayuno de costumbre, un yogur exquisito, pan, queso y café.

Estaba bebiendo el café cuando se dio cuenta de que Ven había estado en sus pensamientos desde que se había despertado, ¿y de cuánto ansiaba verlo de nuevo? Válgame Dios, pensó al bajar la taza. Tratando de analizar el motivo por el cual deseaba tanto volver a verlo comprendió que no tenía nada que ver con la infernal entrevista.

Fabia regresó a su habitación admitiendo, por algún motivo no había querido admitirlo antes, que sí, la atraía Ven.

Para cuando cerró la puerta de su dormitorio, aunque una parte de ella se resistía a aceptar la atracción, se decía que no había razón para que no se sintiera atraída por él. ¿Un hombre como Vendelin, con tantos rasgos positivos, no era natural que ella lo encontrara… interesante, más que a cualquier hombre de los que había conocido hasta entonces?

Pasaron veinte minutos sin que ella se diera cuenta. De pronto, despertó, eliminó a Ven de sus pensamientos, y se preguntó qué iba a hacer durante el día. Se veía nublado el cielo, pero no iba a quedarse encerrada en su habitación. Si tuviera su coche… miró el teléfono… ¿podría llamar a Ven para preguntarle? Ya le había dicho el martes que les llevaría una semana o más conseguir el repuesto, ¿para qué molestarlo?

Fue en ese momento que se estremeció al comprender que estaba buscando una excusa para volverlo a ver. El orgullo la hizo olvidar el teléfono. Mientras se preparaba para salir, tuvo al fin el brillante descubrimiento de que había una importante razón para no pensar más en Ven, y era que ella no le interesaba.

No quiso creer que el beso en la mejilla del día anterior significaba algo, y colocándose la bolsa en el hombro abrió la puerta. En ese momento sonó el teléfono, y por dos minutos ella se quedó inmóvil.

Luego corrió a contestar y sintió gran desilusión cuando supo que no era Ven sino su secretario.

– Hola Lubor -saludó ella con cordialidad. ¿Por qué habría de culparlo a él de su desilusión?

– Cuando no aceptaste cenar conmigo el martes, decidí ir a pasar la velada con mis padres en Plzev, pero de haber sabido que ibas a estar contenta de oír de mí, me hubiera regresado antes -no perdió tiempo en tomar ventaja. La chica comprendió que era el momento de retroceder.

– ¿Cómo has estado? -ella ignoró su comentario.

– Ocupado -replicó él, y mientras ella evitó comentar que eso le evitaría hacer travesuras Lubor la desilusionó aún más al añadir-. El señor Gajdusek ha salido de viaje y me dejó mucho trabajo. Parece que tendré que trabajar todo el fin de semana.

– Espero que el señor Gajdusek te dé luego días libres para compensarlo -sugirió Fabia, tratando de guardarse todas las preguntas que surgían en su cerebro; ¿adónde había ido el señor Gajdusek y cuanto tiempo iba a tardar en regresar?

– Claro, siempre lo ha hecho así, es muy justo en todos sus tratos.

– Me alegro -murmuró la joven, habiendo sufrido en su orgullo, preguntó-: ¿Dijiste que el señor Gajdusek salió de viaje?

– Se fue esta mañana a Praga -reveló Lubor-. Me encargó mucho que si tenías algún problema o necesitabas alguna ayuda, te avisara que podías contar conmigo.

– ¡Qué amable! -exclamó sintiéndose halagada de que se hubiera acordado de ella antes de irse de viaje.

– ¿Tienes algún problema? -preguntó ansioso Lubor.

Tenía el de su auto, pero si Ven no había podido conseguir que el taller lo entregara hasta el martes siguiente, seguro que Lubor no podría hacer más.

– Ninguno -y luego tratando de disimular su curiosidad, tuvo que preguntar-: ¿Cuánto tiempo estará el señor Gajdusek de viaje?

– ¿Quién sabe? -respondió Lubor-. Una semana o más -y mientras Fabia empezaba a decidir que tenía que pasar por su auto y regresar a Inglaterra, aunque no hiciera la entrevista y no volviera a ver a Ven, Lubor cambió de tema y preguntó-. ¿No quieres salir a cenar esta noche conmigo?

Ella estaba más que preparada para saber que Lubor tenía la inclinación de tornar cualquier invitación en una reunión de amor, aunque como no podía hacer más que coquetear sentado en la mesa, no veía ningún peligro en aceptar. Abrió la boca para sugerir que quizás ella lo podría invitar a cenar a su hotel, eliminando así la posibilidad de que él tuviera ocasión de abrazarla cuando fueran en el auto y luego descubrió que en vez de sugerir le estaba preguntando:

– ¿Te pidió el señor Gajdusek que me invitaras? -y se quedó pasmada de su atrevimiento y de tener a Ven siempre en mente.

– No -respondió Lubor con naturalidad-. De hecho es interesante que me haya pedido que sólo hable contigo de asuntos impersonales -y cuando Fabia contuvo el aliento por la implicación que veía en dicha declaración Lubor prosiguió-. Yo soy quien te está invitando, porque quiero verte. Por lo que respecta al señor Gajdusek, creo que quiso subrayar que debo ayudarte con tus problemas, pero sin intimidar contigo. ¿No es obvio que cuando uno se involucra emocionalmente con un problema no puede resolverlo tan bien como cuando uno es objetivo?

– Sí -asintió Fabia, pero lo que era más obvio para ella era la indicación de Ven de que Lubor fuera impersonal en su trato con ella, y que eso quería decir, que no confiaba que ella no fuera a hacerle preguntas sobre él. Le dolió que Vendelin pensara que ella haría la maldita entrevista por medio de Lubor, y se sintió segura de que no le simpatizaba el señor Gajdusek ya no digamos que le resultara atractivo. ¡Jamás hubiera soñado pedirle información a Lubor!

– Todavía no has respondido a mi pregunta -le recordó Lubor, cuando ella casi la había olvidado por un momento-. Pienso llevarte a un koliba, verás como te va a gustar -le prometió.

– Yo… -ella abrió la boca y estaba lista a invitarlo a que fuera a cenar a su hotel, pero al pensar, quién sabe por qué, que Ven debía estar disfrutando esa noche en Praga, con alguna mujer checa maravillosa, no le cabía la menor duda, sin tener la menor idea de lo que era un koliba cambió de opinión-. Me encantaría ir contigo -aceptó contenta-. ¿A qué hora pasarás por mí?

Fabia estaba lista y esperando cuando Lubor fue por ella a las seis cuarenta y cinco, esa tarde.

– Te ves preciosa -dijo y la joven aceptó el halago.

– Me está esperando un taxi -señaló él mientras la llevaba fuera del hotel-. Está prohibido tomar y manejar, después de beber, en toda Checoslovaquia.

Un koliba es un gran restaurante con paredes de madera tipo chalet que, en ese caso, estaba ubicado en medio de grandes pinos. Fabia subió los escalones con Lubor hasta la entrada que tenía cortinas de cuadros rojos y blancos y los condujeron hasta su mesa. Todavía miraba alrededor admirada cuando Lubor comentó:

– No sabes qué gusto me da que hayas aceptado cenar conmigo esta noche.

– Nunca había estado en un koliba -murmuró la muchacha, pensando que era la hora de empezar a defenderse.

– ¿Te gusta?

– Mucho -respondió rescatando su mano ya que Lubor había decidido tomarla.

– Tienes unas manos encantadoras -murmuró el hombre como para excusarse de su ímpetu.

– ¡Ay, Lubor! -Fabia se rió sin saber qué otra cosa hacer. Era un buen joven, y era simpático, pero carecía del encanto natural de Ven y el resultado de tanto esfuerzo era que, en vez de atraerla, le producía risa.

Él no se inmutó y la chica empezó a estudiar el menú. Luego, viendo que Fabia no podía entender ni una palabra, le preguntó:

– ¿Qué te gustaría comer?

Para decir verdad ella había perdido el apetito. Pero, como era su invitada y tenía que consumir algo, volvió a mirar el menú y sonriendo le sugirió:

– ¿No quisieras ordenar por mí, por favor?

Él pidió el polovnicky biftek, smavené hranolky y velká obloha, que cuando lo sirvieron resultó ser un plato de filete, papas fritas y verduras. Ambos ordenaron un vaso con cerveza y a pesar de su poco apetito, Fabia terminó de cenar mejor de lo que había anticipado. Aunque la mayor parte del tiempo lo pasó defendiéndose de sus comentarios aduladores o rompiéndose la cabeza por hacer algún comentario propio, que no fuera acerca de su patrón. Pero descubrió que quería hacerle mil preguntas sobre Vendelin. Por algún motivo sentía que necesitaba saber todo lo que pudiera acerca de él, y allí estaba el conflicto, porque cualquier cosa que ella hubiera preguntado o averiguado, no hubiera sido para algún artículo de su hermana, sino para su uso privado y personal.

Pero no podía hacerle preguntas a su acompañante acerca del hombre que tanto la fascinaba. Y quizá Lubor no estaría dispuesto a responderle. Podía ser un mujeriego de primera, pero ella ya se había dado cuenta de que aparte de eso, él era muy leal a su patrón.

Como no intentaba entonces hacerle preguntas sobre Ven, le costaba trabajo formular comentarios superficiales y cordiales sobre Lubor. Él no necesitaba que lo entusiasmaran, como ya había descubierto el martes pasado.

– ¿Has vivido aquí desde hace mucho tiempo? -expresó Fabia, al fin, después de una pausa en la que ordenaron una segunda cerveza.

– ¿Mariánky? -suponiendo que esa era una versión de Mariánské Lázne ella afirmó con un movimiento de la cabeza y Lubor sonrió-. Sólo desde que trabajo para el señor Gajdusek -pero no resistió proseguir-. Me parece que estaba destinado a venir aquí… -hizo una pausa para lograr mayor efecto y añadió-, para esperarte.

Fabia sintió que hubiera sido cruel reírse de nuevo, pero sintiendo que no podía arriesgarse a tomarlo en serio, no supo qué responder, y decidió:

– Ha sido una velada muy agradable… -y le dio gusto que él entendiera el mensaje.

– ¿Ya quieres regresar al hotel?

Todavía era temprano y aunque había disfrutado de su compañía y de tener a alguien con quién conversar en inglés, le parecía agradable acostarse temprano.

– Si no te importa…

– Con mucho gusto -le aseguró el joven y de inmediato fue a ordenar que pidieran un taxi.

Cuándo llegaron al hotel, comprendió Fabia que había un malentendido sobre el motivo de que ella quisiera regresar temprano al hotel. En el taxi Lubor no había hecho más que tomarla de la mano y después ella pensó que era natural que la quisiera acompañar al ascensor ya que Ven había hecho lo mismo la noche anterior.

Sin embargo cuando llegó al ascensor y ella se volvió para despedirse como lo había hecho con Ven, Lubor la tomó en sus brazos con una rapidez y una experiencia que no pudo ni parpadear. Cuando la chica quiso empujarlo, entró con ella al ascensor y cuando las puertas se cerraron la estrechó aún más e intentó besarla en la boca.

Sin embargo para cuando llegaron al piso donde estaba el dormitorio, Fabia no le dejó duda alguna de que no la había complacido su atrevimiento.

– ¡No! -le gritó enfurecida-. ¡Ne! -le dijo en checo, y ¡Non! ¡Nyeht!, añadió en francés y en ruso. Y cuando se abrieron las puertas del ascensor, por si acaso no había comprendido el mensaje, lo empujó con todas sus fuerzas lejos de ella gritándole al mismo tiempo-. ¡No te vuelvas a atrever a hacer eso conmigo! -y salió corriendo antes que él pudiera reaccionar.

Le tomó más de media hora tranquilizarse y comprender que quizás había exagerado respecto al abrazo de Lubor. Pero antes Ven la había acompañado hasta el mismo lugar y sólo le había dado un beso en la mejilla. Lo que Lubor acaba de hacer era un insulto a ese recuerdo. Y además no quería que el secretario de Ven la besara. De hecho no quería que nadie la besara… excepto… ¡Con un demonio!, Fabia se acostó a dormir.

Al día siguiente bajó a desayunar vestida y bañada a las ocho de la mañana. Estaba cruzando el vestíbulo para regresar a su habitación cuando el amable muchacho recepcionista salió de su lugar, tras el escritorio, y se paró frente a ella.

– Tiene usted una llamada, señorita Kingsdale -sonrió y añadió-. Puede contestar en mi escritorio si quiere.

– Gracias -respondió ella, protegiéndose también con una sonrisa mientras acudía al teléfono porque su corazón empezó a latir con extrema velocidad.

– ¿Hola? -dijo ella y un instante después escuchó el tono apologético en la voz de Lubor.

– Fabia, ¿qué pensarás de mí? -preguntó lamentándose en cada palabra.

– Ah, buenos días, Lubor -respondió ella con amabilidad, sintiéndose un poco avergonzada al recordar su expresión de sorpresa ante su iracunda reacción, después de su conducta seductora.

– ¿Podrás perdonarme alguna vez? -le suplicó y Fabia empezó a sentir incomodidad porque, ¿cómo podía decirle en público que no fuera tan imbécil?

– Claro que sí -respondió ella y de inmediato se arrepintió porque Lubor preguntó:

– ¿Y qué piensas hacer hoy? -para decir verdad Fabia se había hecho ya la misma pregunta. Pero aunque le era simpático Lubor, no estaba segura de que quisiera volver a salir con él después de la noche anterior, si era eso lo que tenía en mente.

– Hmm, ¿qué piensas hacer tú? -fue lo único que se le ocurrió responder.

– Yo… tengo que trabajar.

– Ah, sí me lo habías dicho -recordó ella. Luego, de pronto, preguntó-. ¿Se llevó el señor Gajdusek a Azor?

– ¡Azor! -Lubor quedó atónito por la pregunta, pero después no le pareció malo revelar-. Creo que el perro no se acomoda a la vida de la ciudad… se quedó en la casa.

– ¿Vas a ir tú para allá?

– ¡Claro! Allí tengo mi oficina.

– Entonces, ¿crees que podría llevar a Azor a dar un paseo?

– ¿Quieres sacar al animal a dar un paseo? -era obvio que Lubor pensaba que debía estar loca.

– ¡Es fabuloso! -contestó ella.

– ¡Quisiera ser yo el perro! -Lubor suspiró y ella tuvo que reírse.

– ¿Crees que podría? -insistió ella.

– ¿Sabes algo acerca de los perros?

– Tenemos muchos en casa.

– Entonces le preguntaré a Ivo. Él se encarga de pasearlo cuando su amo no está en casa.

Fabia terminó la conversación anticipando con entusiasmo la alegría de estirar las piernas en compañía de Azor. Como el día estaba nublado, se vistió con ropa gruesa y tomó un taxi a la casa del escritor.

Cuando tocó el timbre le abrió la señora que lo había hecho la primera vez, la que hablaba un poco de inglés. Era al parecer una sirvienta y se llamaba Dagmar.

– Venir conmigo -le sonrió la mujer y Fabia percatándose de que la estaban esperando, entró y vio que Lubor salió de una puerta al fondo del vestíbulo.

– Gracias, Dagmar -le dijo a la sirvienta, y con una amplia sonrisa llevó a Fabia a buscar a Ivo y a Azor.

Para alegría de la joven, Ivo recordaba que ella había paseado con el perro y su amo el lunes pasado, él los había observado; y en ese momento cuando ella acarició al dobermann, se sintió a gusto con el animal.

– Tengo la noche libre -mencionó Lubor cuando Ivo le entregó a Azor, y luego la condujo a la parte trasera de la casa.

– Ah… un… Temo que estoy muy atrasada con mi correspondencia -se excusó ella, esperando que la comprendiera.

– ¿Te soy antipático por lo que hice? -le preguntó, parecía genuino su sentimiento de modo que ella se apresuró a tranquilizarlo.

– Lubor, ¡tú eres formidable! -le dijo y el perro se adelantó-. ¡Nos vemos! -añadió sonriendo y salió tras el animal.

Azor estaba muy bien entrenado, incluso, aunque ella no conocía las órdenes en checo, era un animal inteligente que sabía responder a su tono de voz. Por ello era un placer caminar con él y le extrañaba que sintiera como si algo le faltara. Claro que el lunes, Ven había estado con ellos. Por Dios, debo estar loca, pensó irritada y se concentró en Azor durante las siguientes dos horas.

Lubor debió ver desde la ventana de su oficina cuando regresaron, porque estaba allí cuando llamó a la puerta. Como nunca perdía una oportunidad, sugirió:

– ¿Y mañana?

– Llámame por teléfono -ella sonrió y le entregó la correa de Azor-, necesita tomar agua -luego se despidió de Azor-. Adiós, mi adorado animal.

El hotel estaba cuesta abajo por eso la caminata fue ligera. De todas maneras estaba acalorada cuando llegó a su habitación, de modo que se bañó, se cambió de ropa y supuso, ya que era la hora del almuerzo, que debería ir a tomar algo.

Estaba comiendo sin mucho apetito un omelette de queso cuando empezó a sentirse inquieta. No era sorprendente dados sus problemas. Si tan sólo tuviera un auto. ¿Eso no resolvería la pesadilla de la entrevistas, verdad?

Al recordar su objetivo, Fabia pensó que Ven había creído necesario prevenir a Lubor de que ella podía preguntarle cuestiones personales acerca de él. Y, en ese momento, dolida, perdió por completo el apetito.

Regresó a su habitación dejando casi todo su platillo y trató de olvidar a Ven Gajdusek. Pero, al ver que era imposible, se puso impaciente y decidió salir a pasear al pueblo.

Estaba decidida a no dejar que él le quitara todo su apetito y esa noche cuando bajó a cenar lo hizo con ganas, pero regresó a su dormitorio y de nuevo no pudo dejar de pensar en el condenado hombre.

Casi lo había logrado cuando sonó el teléfono. Debe ser Lubor, pensó sintiendo culpa ya que no había escrito ninguna carta todavía. No se imaginaba para qué la llamaba, pero cuando volvió a sonar tuvo que contestar.

– Hola -dijo con cuidado y luego casi lo dejó caer. ¡No era Lubor, era Ven!

– No estaba seguro de encontrarte -señaló arrastrando la voz, y su tono le desagradó a Fabia. Tampoco le gustó la insinuación de que no había conseguido ninguna cita para salir esta noche. Pero más que nada, le disgustaba el hecho de que le hubiera dado instrucciones a Lubor respecto a ella. Y se notaba en su tono al responder.

– Si hubiera usted llamado anoche no me hubiera encontrado -señaló con frialdad y un poco de altanería.

– Se supone entonces que algún hombre te llevó a cenar -murmuró Ven con un tono aún más frío. Y antes que ella pudiera pensar en algo astuto que responder-. ¿Cuántos hombres conoces en Mariánské Lázne?

– A dos -replicó ella-, y uno de esos parece haberse ido a Praga.

– ¡Y todavía está allí! -exclamó Ven. Antes que ella pudiera reaccionar-. ¿Has visto a mi secretario?

Eso la volvió a lastimar. Era obvio que Ven no quería que ella tuviera ninguna conversación con Lubor.

– Estaba en su casa cuando fui a llevar a caminar a Azor -declaró ella.

– ¡Sacaste a caminar a mi perro!

– Caminamos millas, ¿no le importa? -el golpe en su oído cuando él colgó el auricular le indicó que sí le importaba, y mucho.

Hasta después Fabia se percató de que estaba temblando. ¿De qué se trataba? Se dejó caer en el lecho y descubrió que le llevó bastante tiempo reponerse.

Repasó varias veces la conversación con Ven y no pudo comprender, ¿qué demonios le habría pasado? ¿Por qué ella se había sentido tan, tan vulnerable, tan irritada con él a pesar de lo desesperada que estaba su hermana por la entrevista?, con su conducta altanera, sin duda acaba de perder cualquier posibilidad de obtenerla.

No tenía idea del motivo por el cual la había llamado, aunque cabía la posibilidad de que, habiéndose ido cuando prometió pensarlo, quizá había llamado para sugerirle alguna alternativa. Incluyendo tal vez, la posibilidad de permitirle interrogarlo por teléfono.

De cualquier manera, había arruinado la oportunidad. Diez minutos después comprendió que tendría suerte si su hermana volvía a dirigirle la palabra ya que Cara tenía puestas todas sus esperanzas y su corazón en lograr esa entrevista.

Durante algunos minutos pensó si a su hermana le hubiera ido mejor. Aunque siendo ella una excelente profesional no cabía duda. No hubiera permitido que se enfadara llevando a pasear a su perro, de eso estaba segura.

Con el ánimo hasta los pies, Fabia se preparó para acostarse. Pero no dejó de pensar en Ven, ni cuando sintió mucho sueño.

Como a las dos de la mañana empezaba a quedarse dormida y volvió a sonar el teléfono. De inmediato se despertó y sintiendo fuertes latidos del corazón, encendió la luz. En lo primero que pensó fue en Ven, pero luego asombrada y contenta escuchó la voz de su hermana.

– ¡Cara! Ay, qué gusto me da oír tu voz. ¿Adónde estás?

– Todavía estoy en Estados Unidos, y me acabo de percatar de que debe ser cerca de medianoche en Checoslovaquia. ¿Te desperté?

– No tiene importancia. ¿Cómo está Barney?

– Han estado mal las cosas. Te juro que han estado muy mal -respondió lamentándose-. Y aunque está mucho mejor, el pobre no ha logrado salir de su enfermedad. Ayer empezaron un nuevo tratamiento y ya está respondiendo.

– Gracias a Dios -murmuró Fabia y después de unos minutos de hablar sobre la enfermedad de Barney, preguntó-: ¿Y tú cómo estás?

– Estoy bien, aunque muy fatigada -admitió Cara-. ¿Y tú? ¿Te ha ido bien estando sola?

– Claro -contestó-. Llamé a la casa el otro día.

– ¿Pero no les dijiste a mis papas que no estaba contigo, verdad? -se apresuró a preguntar y luego añadió-. No, no lo hiciste o hubieran insistido que te regresaras de inmediato.

– ¡Quién sabe? -comentó Fabia y le contó a su hermana los problemas que tenía con su auto y que no iba a poder regresar el miércoles, pero que le había dicho a su mamá que como Mariánské Lázne era tan hermoso quería quedarse unos días más y también que ella suponía que Cara volaría directo de Checoslovaquia a Estados Unidos.

– Por eso todavía estás en Mariánské Lázne y no en Praga -fue el único comentario de Cara. Luego tan eficiente como siempre-. Quiero que anotes mi número de teléfono por si me necesitas para algo -decidió y, después de que le dio el número, hizo una pausa para que Fabia lo anotara y preguntó-. ¿Y?

– ¿Y qué?

– ¡No seas tonta! ¿Qué tal es?

– ¿Vendelin Gajdusek?

– ¿Quién más? ¿Qué tal estuvo la entrevista? ¿Pudiste preguntarle todo lo que te anoté?

– ¡Cara! -tuvo que interrumpirla.

– ¿Qué? -gritó y Fabia titubeó porque no encontraba las palabras-. ¿Perdiste la lista de preguntas?

– No, claro que no.

– ¡Gracias a Dios! -suspiró aliviada-. ¿Le preguntaste todo lo que está en la lista?

– Bueno…

– ¿No? -Dios mío, Cara sonaba alterada.

– No se trata de eso -empezó Fabia a decir, segura de que ya no tendría posibilidad alguna de conseguir la entrevista con Ven, pero como Cara tenía bastante de qué preocuparse por la enfermedad de Barney, no quería añadir una preocupación y alterarla más.

– ¿Entonces qué es lo que sucedió? -preguntó y tuvo una idea-. ¿Perdiste, tus anotaciones? -quiso adivinar.

– ¡No! -Fabia lo negó, ya no tenía nada qué perder.

– ¿Arruinaste la entrevista, verdad? -la retó con tono angustiado-. Con un demonio Fabia, era lo menos que podías haber hecho por mí…

– No la he arruinado -trató de intervenir, pero antes que pudiera continuar, Cara habló.

– Lo siento. Estoy segura de que has realizado una entrevista extraordinaria. Es que no puedo pensar con claridad -se disculpó-. No he podido dormir y todo lo demás, de modo que estoy demasiado nerviosa.

– ¿Quieres que vaya yo para estar con ustedes? -se ofreció Fabia desconsolada a causa del sufrimiento de su hermana.

– No, claro que no. Estoy bien, es sólo que esa entrevista significa tanto para mí y todo lo demás, lo único que quería saber era que me podía olvidar de eso y concentrar todas mis energías en Barney.

– Te entiendo -dijo Fabia y, a pesar de la culpa, comprendió que hasta que Barney no se recuperara por completo no iba a confesarle a su hermana su fracaso en conseguir la entrevista.

– Voy a colgar -dijo Cara al fin-. Me apena que no hayas podido ir a conocer Praga, ¿pero te estás divirtiendo allí?

– ¡Mucho! -¿qué más podía decir? Su auto se había descompuesto, les había mentido a sus padres y se las había arreglado para ofender al hombre ante el cual su hermana se hincaría para no ofenderlo, y además le había asegurado a Cara, cuando no existía ni la más remota esperanza, que la maldita entrevista estaba asegurada.

¡Maravilloso! ¡No podía esperar a despertar el día siguiente y ver qué otro desastre le deparaba la vida!

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