Capítulo 6

Después de unas cuantas horas de sueño inquieto, Fabia despertó afirmando que por el bien de su hermana no podía aceptar el fracaso de la entrevista. Por Cara tenía que volver a intentarlo.

¿Cómo iba a lograrlo si ella estaba en Mariánské Lázne y Ven en Praga? No tenía la menor idea, se dijo mientras bajaba a desayunar. Pero comprendió que después de pasar la noche obsesionada con la misma idea, no podía darse por vencida.

De acuerdo, sin gran esfuerzo había insultado a Ven Gajdusek, ¡pero él le había prometido que iba a pensar si se la concedía o no! Y aunque estuviera de vacaciones y ella lo hubiera ofendido, todavía quedaba abierta esa posibilidad respecto a la entrevista, ¿o no?

A la luz de la mañana, ya no podía permitirse pensar, como lo había hecho de noche después de la llamada; pero no había perdido todas las esperanzas y bebió su café preguntándose, ¿cómo? ¿Cómo, estando ella donde estaba, y estando él tan lejos, iba a lograrlo hacer? ¿Por dónde tenía que empezar?

Después de unos diez minutos de deliberación, Fabia comprendió que primero tenía que hablar con Lubor y preguntar si Ven le llamó también en la noche. Quizá ya tenía alguna idea de cuándo iba a estar de regreso.

No había ninguna garantía de que Lubor se lo revelara si se lo hubiera dicho. Pero según ella, y considerando la lealtad del secretario a su patrón, no creía que sería una traición darle alguna clave de la fecha de su llegada de Praga.

Fabia regresó a su habitación con menos esperanzas aún. ¿Qué pasaría si Lubor le decía que sí sabía, y que Ven regresaría en una semana? Un momento después, Fabia se tranquilizó. ¿Y qué si se tomaba una semana más? Ella podía esperar, ¿o no? ¿No tenía a donde ir sin auto?

En ese instante comprendió que debía adoptar una actitud más positiva.

Cinco minutos después, siendo positiva, había llegado a la conclusión de que, como el tiempo se le iba a hacer eterno si esperaba en Mariánské Lázne a que regresara Ven, y como había muchos trenes en Checoslovaquia, se iría también a Praga. Sabía que la posibilidad de encontrarse a Ven era bastante remota. Pero podía suceder. De todas maneras, como tenía que llenar su tiempo hasta que él regresara, ¿qué mejor que ir a conocer la capital y pasar allí algunos días?

Se sintió mejor habiendo tomado esa decisión; quizá su auto estaría listo para cuando regresara. Tendría que llamar a sus padres, claro, para avisarles que se quedaría unos días más de vacaciones. Pero, por lo pronto sacó la carta que tenía la dirección y el teléfono de Ven.

Esperó hasta después de las diez para pedir al recepcionista que marcara el número de Ven, rezando para que Lubor tuviese muchos asuntos qué atender y estuviera trabajando en domingo.

Cuando le pasaron la llamada y ella levantó el auricular y dijo "hola" comprendió que ya no iba a tener que preguntarle a Lubor cuándo regresaría Ven, porque ya lo sabía. ¡Era él el que le había contestado!

Contuvo el aliento sorprendida, su corazón empezó a latir rápidamente, y su mente quedó en blanco, no se le ocurría nada qué decir. Hasta que Ven bromeó:

– ¡Me estás llamando a mí!

– Ah, sí -ella despertó de su embeleso-, aunque quería hablar con Lubor.

– ¿Quieres hablar con mi secretario? -preguntó con helada hostilidad.

De nuevo Fabia recordó que ese hombre pensaba que ella trataba de conseguir información de él y sintió que la embargaba la ira.

Pero no podía darse el lujo de indignarse, ni de ofenderlo, y respiró profundo para tranquilizarse.

– Para ser más exacta, quería hablar con Lubor para preguntarle si tenía idea de cuándo iba usted a regresar de Praga -siguió un silencio y cuando empezaba a sentir de nuevo ansiedad, él habló.

– ¿Querías verme? -preguntó Ven.

– Sí -respondió Fabia y decidió arriesgarse-. Usted me dijo… -calló pero no debía desperdiciar ese momento, lo sabía-. Es acerca de la entrevista… -intentó ella y se arrepintió.

– ¿Qué, es muy urgente? -gritó él y a Fabia le dieron ganas de darle una bofetada.

Estaba siendo fastidioso a propósito, pensó irritada, pero como sabía que el hombre tenía poca paciencia, trató de recuperar de nuevo la calma.

– Es que estaba pensando que quisiera ir a conocer Praga -se aferró tratando de mantener el control de sí misma-. Si usted fuera tan amable de concederme unos minutos de su tiempo, con gusto pospondría mi viaje -sugirió y añadió en silencio, "o no iría y ya".

Una larga pausa fue su respuesta. Pero con elevada angustia de nuevo, se quedó esperanzada en que lo siguiente que le dijera iba a ser favorable. Sin embargo, cuando él habló no fue respecto a la entrevista.

– ¿Y cómo piensas irte a Praga? ¿Ya te entregaron tu auto?

– Todavía no -respondió la joven, comprendiendo por eso que él debió haberle dicho al mecánico su nombre y el del hotel donde se hospedaba-. Puedo tomar el tren, sólo tengo que…

– Creo que podemos organizar algo mejor -dijo él con amabilidad, haciendo que Fabia se emocionara y señaló-. Sólo he regresado a casa para recoger unos papeles. Tengo que regresar hoy en la tarde manejando a Praga.

– ¿Ah, sí? -preguntó ella con cautela, mientras se decía si la estaba invitando a ir con él.

– ¿Tienes reservaciones en algún hotel? -siguió Ven, antes que ella pudiera decir algo.

– No, pero…

– No conseguirás habitación con tan poca anticipación -comentó el escritor. Pero en el momento en que a ella se le estaba bajando el ánimo hasta los pies; ya que aunque él estuviera dispuesto a llevarla a Praga no iba a poder aceptar, dado que no tenía reservación en algún hotel, dijo para su asombro-: Hay un dormitorio vacío en una suite que reservé para este mes, puedes ocuparlo si deseas.

– ¿De veras? -la chica quedó pasmada. ¡Dios santo, eso era demasiado! Sintió que perdía la cabeza, pero recuperó el sentido común y se concentró en lo más importante en ese momento. Sin embargo, no era adecuado insistir más sobre una entrevista formal. Lo que debía de hacer era tomar ventaja de su buena suerte-. Muchas gracias -se apresuró a decir-. Es muy amable de su parte.

– ¡Pasaré por ti a las dos! -le avisó él y terminó la conversación.

Minutos después Fabia seguía sentada, pasmada e incrédula de que iba a ir a Praga con Vendelin Gajdusek y de que le había ofrecido una habitación vacía en la suite de su hotel en Praga.

Pasó una hora y todavía estaba azorada cuando se percató de que casi no se había movido desde que habló por teléfono y de que tenía que apurarse, ya que a Ven no le gustaría que lo hiciera esperar.

Fabia hizo el equipaje y bajó a la recepción para pagar su cuenta. Cuando le informó al recepcionista que regresaría, pero que no sabía todavía la fecha, él le sugirió que podía dejar parte del equipaje en la bodega.

– Muchas gracias -ella aceptó y pensando que era muy buena idea, regresó a su habitación a reacomodar sus maletas para llevarse a Praga sólo lo indispensable.

A diez para las dos había guardado la maleta más grande, había almorzado un emparedado de queso y una taza de café y estaba sentada en el vestíbulo esperando a Ven y de nuevo plagada con la ansiedad de conseguir la maldita entrevista. Se preguntó entonces, ya que Ven era bastante evasivo, si debía aprovechar la oportunidad y entrevistarlo en el camino; cien kilómetros a Praga servirían para hacerle algunas de las preguntas de Cara.

Sin embargo recordó que en el camino a Karlovy Vary había decidido no preguntar para que él pudiera concentrarse en la carretera, y comprendió que eso era lo que debía hacer. No era justo que le hiciera una pregunta tras otra desde el momento en que subiera a su auto hasta que bajara de él en Praga. Sobre todo considerando que el embotellamiento de tráfico en la ciudad debía ser intenso. Pero iba a tener que interrogarlo pronto. Cara lo hizo parecer tan sencillo cuando le dijo: "Lo único que te estoy pidiendo es que consigas hechos, datos y respuestas concretas". Sólo tratar de insinuar una pregunta a ese hombre había convertido la entrevista en un monstruo que dominaba casi todos sus pensamientos.

De pronto Fabia sintió que ya era demasiado. No iba a desilusionar a su hermana, jamás lo haría. Pero por lo pronto había decidido no volver a pensar en la odiosa entrevista hasta llegar a Praga. Claro que no tenía idea de qué tan seguido podría ver a Ven en el poco tiempo que compartirían la suite. Pero estaba decidida a encontrar algún momento oportuno para hablar del asunto.

Observaba el reloj cuando en punto de las dos entró el alto checoslovaco al hotel. Sintió que se agitaba su corazón a medida que se acercaba a ella.

– ¿Sólo una? -preguntó él, tomando la maleta con facilidad.

– Pienso dejar la otra aquí.

– Entonces podemos irnos -declaró y poniendo la mano en su brazo salieron del hotel.

– ¿Cuánto tiempo nos tomará llegar a Praga? -preguntó por hacer conversación al dejar atrás a Mariánské Lázne.

– No mucho. Dos horas cuando mucho -respondió el escritor con tono cordial-. ¿Has estado alguna vez de vacaciones en Praga?

– No, nunca.

– ¿Nunca has tenido que viajar a la ciudad por tu trabajo? -preguntó él, cosa sensata ya que se trataba de una reportera profesional. Pero junto con un sentimiento de culpa, Fabia se percató de que siempre había sido ella misma con Ven. De alguna manera, aunque la angustiaba tanto, se las había arreglado para olvidar que se suponía que ella era Cara Kingsdale, una reportera profesional.

– No -murmuró y sintió tanta culpa que tuvo que mirar por la ventana.

Esa sensación la acompañó casi todo el camino a Praga. Apenas entonces comprendió que nunca debió aceptar la invitación de Ven. No era correcto. Lo estaba engañando. Él pensaba que ella era otra persona y se pondría furioso, justificadamente, cuando averiguara la verdad. No iba a servirle decir que sólo había querido personificar a su hermana durante una hora, porque nada había resultado como lo habían planeado. Y de todas maneras era un engaño, aunque fuese sólo por un minuto. Había aceptado la invitación con falsedades y eso era engañar. Tenía el presentimiento de que Ven era un hombre que odiaba la traición. Por lo tanto lo único que podía esperar, era que nunca se enterara.

– Ya estamos en las afueras de Praga -la informó Vendelin de repente y Fabia se concentró en el paisaje.

– Aquí todo parece más adelantado -mencionó ella al ver una hilera de castaños ya con hojas, un mes más adelantados que los de Mariánské Lázne.

– Y más acogedor, ya verás -replicó él y enseguida llegaron al hotel.

No les tomó mucho tiempo registrarse y pronto subían al ascensor que los condujo hasta un pasillo por el que llegaron a la suite de Ven. La puerta daba a un vestíbulo, a la derecha estaba un lujoso cuarto de baño y a la izquierda varios armarios. En el centro del vestíbulo estaba otra puerta y, adelantándose, Fabia entró por allí a una amplia y cómoda sala.

Ya un muchacho les había subido el equipaje y ella observó que a los lados de unas puertas que daban a un balcón, había otras dos entradas.

– Tu habitación está de este lado -señaló Ven, levantando su maleta y dirigiéndose a la puerta, a su izquierda, mientras ella lo seguía hasta la encantadora habitación.

– Si tenemos suerte, para cuando termines de deshacer el equipaje, el camarero nos subirá el té.

– ¿Té? -preguntó ella extrañada.

– Quería demostrarte que no siempre olvido que los hombres debemos ser puntuales al tomar los alimentos -bromeó él, pero tenían un brillo sus ojos, y tal encanto sus modales que Fabia se sintió abrumada. Sus ojos y sus labios le sonrieron a él. Ella notó que fijaba la vista en su boca y luego salió de allí, pero se detuvo en la puerta para avisarle-: Tomaremos el té en la sala.

Ella sonreía todavía cuando él se fue y se percató de que estaba feliz de que no la hubiera llevado solamente a Praga, instalado en una habitación, y luego olvidado.

Fabia se apuró a acomodar su ropa. Sabía, cuando colgaba las prendas en el armario, que no iba a abusar más de la generosidad de Ven después de tomar el té. Pero cuando regresó a su habitación y cerró la puerta le agradeció en silencio que hubiera pensado en invitarla a compartir su sala privada durante media hora.

Había un mueble con varios cajones en su habitación y acababa de terminar de guardar ahí otras prendas cuando escuchó voces en la sala. Luego se percató de que cerraban la puerta y creyó que era el mesero con el té.

Fabia sentía gran emoción mientras se cepillaba su cabellera rubia, y, además, no había dejado de sonreír. Dejó el cepillo y se dio cuenta de que tenía sed y de que apreciaría un vaso de té. ¿Pero, es que alguien, por amor de Dios, se había podido emocionar así por una bebida?

Hizo a un lado ese pensamiento, salió de su habitación y vio que Ven ya estaba en la sala. Volvió a sonreír. ¿Y por qué no?, se dijo mientra, tomaba asiento frente a la bandeja con el té, estaba en Praga, y se sentía feliz.

– ¿Me toca ser mamá? -miró a Ven preguntándole.

– ¿Perdón?

– Lo siento -se disculpó de inmediato al ver que no había entendido-. Es una expresión que quiere decir, ¿me toca servir? -añadió ruborizada mirando la tetera.

– ¡Qué alivio! -murmuró él en broma y divertido, ella lo notó y cuando él se sentó frente a ella, dijo-. Por favor.

Fabia sirvió dos tazas de té y le entregó a Ven la suya.

– ¿Pastel? -preguntó, observando que él se veía completamente relajado recargado en su silla y con las largas piernas estiradas. Él sacudió la cabeza, pero a ella los deliciosos pastelitos le parecieron irresistibles y tuvo que probar el que se veía más cremoso. Luego, levantó la vista y vio que Ven la observaba divertido.

– ¿Soy una glotona?

– De ninguna manera -respondió, era como si recordara el buen apetito de Fabia, el día que cenó en su casa-. Me estaba sólo preguntando cómo es que, mientras algunas mujeres que conozco se horrorizarían de un pastelito como ese, tú te las arreglas para comértelo y mantienes tu figura esbelta y perfecta.

Fabia estaba complacida de que Ven considerara que tenía esa figura, aunque no estaba tan segura de lo que sentía de "algunas mujeres" que él conocía. Pero como le agradaba, sonrió y respondió con sinceridad.

– Hay días en que suelo caminar muchos kilómetros… eso debe ayudarme.

– ¿Prefieres, caminar a tu oficina en Londres en vez de usar tu auto cuando no tienes que hacer entrevistas? -preguntó y Fabia bajó la vista a la alfombra.

"¡Válgame Dios!", pensó, sintiendo de nuevo culpa, iba a tener que ser más cuidadosa. ¡En una conversación tan inocente podría enredarse tanto!

– Hablando de entrevistas… -ella levantó la cabeza para sonreír-. Ya sé que son sus vacaciones y todo -se apresuró a decir-, y no quiero ser entrometida, pero usted me dijo que…

– Te dije que iba a pensarlo -la interrumpió, pero ella estaba contenta al ver que todavía parecía sentirse relajado, y que no había mostrado hostilidad cuando tocó el tema-. Como bien me has recordado -prosiguió él-, estoy de vacaciones, y por lo tanto tú también -esbozó una sonrisa-. En poco tiempo, Fabia, me preocuparé de discutir la entrevista contigo. Pero, mientras tanto -sonrió abiertamente-, insisto en que ambos olvidemos el trabajo y nos dediquemos a disfrutar este periodo de descanso.

– ¡Oh! -murmuró Fabia. Lo que ella había buscado eran una fecha y una hora específicas. Pero Ven, que debía estar agotado, había decidido que pronto hablarían acerca de la entrevista, dando a entender que ella no iba a conseguir otra oferta mejor. En cuanto a las vacaciones, bueno, desde su punto de vista estaría agradecida si pudiera descansar su mente y dejar de pensar en su cometido. Serían unas vacaciones para quitarse la preocupación por unos días. De hecho, ya se sentía alegre, pasaría unos días en Praga divirtiéndose.

– ¿Estás de acuerdo? -Ven interrumpió sus pensamientos.

– Sí, claro -ella sabía que no tenía alternativa y él la recompensó con una sonrisa.

– ¡Me alegro! -comentó él, y luego para la inmensa sorpresa de la chica, expresó-: Sugiero que vayamos a cenar como a las ocho, que…

– ¡Que vayamos!-exclamó Fabia.

– ¿No te parece buena idea? pero…

– ¡Me alegro! -repitió Ven-. Pediré un taxi para las siete y media, y…

– Pero… -lo interrumpió ella, y se percató de que interrumpir parecía ser prerrogativa de él cuando la miró con seriedad y hostilidad-. Pero… ella de todas maneras quiso protestar-, ¡estas son sus vacaciones! ¡No tiene que invitarme a cenar!

– Eso ya lo sé, Fabia -desapareció la dureza y sus ojos se iluminaron divertidos de nuevo, luego añadió con tremendo encanto-. Créeme que no te llevaría a ningún lado, si no quisiera.

¿No era formidable? ¿No era increíble?, se dijo la joven.

– En ese caso, muchas gracias -murmuró ella y a pesar de que se acababa de lavar el cabello, decidió que lo volvería a hacer-. Con su permiso -se disculpó-, tengo un par de cosas pendientes.

Para las siete y media estaba lista, y de nuevo sentía una oleada de emoción, tuvo que volver a verse en el espejo, Ven Gajdusek era un hombre sofisticado. Esperaba que aprobara su elegante vestido negro y la forma en que había recogido su cabellera hacia atrás sujetándola en un clásico moño.

Claro que no lo había hecho todo para agradarle, se dijo. A menudo peinaba así su cabello, y no imaginó que conocería a Ven cuando compró el vestido, por lo tanto nadie podía suponer que lo había adquirido para gustarle a él.

¿Por qué estaba justificándose tanto?, refunfuñó, luego miró su reloj y comprendió que tenía que salir ya para estar lista para cuando llegara el taxi. No tenía que censurar su conducta, era natural y de buena educación y como invitada de Ven trataría de comportarse lo mejor posible.

Que se veía muy bien y que Vendelin apreciaba su apariencia fue claro para ella un minuto después, cuando entró a la sala. Allí estaba ya él, alto e inmaculado, vestido con un traje de corte perfecto.

– Hola -murmuró la chica sintiéndose de nuevo inexplicablemente tímida.

– Hola, Fabia Kingsdale -murmuró él acercándose para examinar su elegante vestido negro, su sofisticado peinado, su cutis perfecto y su esbelta figura-. Siempre consideré que eras una mujer hermosa -declaró mirándola con sinceridad a los ojos-, pero era decir poco.

La muchacha abrió la boca para decir algo, pero estaba tan emocionada, jamás, nadie, la había halagado así y además en un tono tan sincero y sin extravagancias, que no supo qué decir. Finalmente susurró:

– Gracias, Ven.

Por un momento él sostuvo la mirada, luego, como rindiéndole homenaje a su belleza y con tanta elegancia que ella quedó abrumada, le tomó la mano y la llevó a sus labios.

– ¿Lista?-preguntó.

Para cuando el taxi los dejó en el restaurante Fabia se sentía más tranquila. Pero de todas maneras, cuando Ven la acompañó adentro, donde había reservado una mesa, sintió que tenía una enorme fuerza.

El salón tenía techo alto, estaba iluminado con candelabros de cristal antiguos, tenía un ambiente de discreta aristocracia, y de allí en adelante la velada pasó volando. El servicio era excelente, la comida deliciosa y su acompañante… era un verdadero hombre, descubrió que no había otro mejor, podía hablar de cualquier tema y hacer que uno deseara escucharlo más, era un verdadero placer estar con él.

La cena empezó con hors-d' oeuvres, el de caviar era el mejor. Luego sirvieron una excelente sopa de hongos, y como platillo principal ella escogió algo diferente. Varené hoveví se zloutkovou syrovou omáckou, que era res hervida en una salsa de queso y yemas de huevo, servido con arroz, que la deleitó, pero que la dejó tan llena que sólo pudo tomar un helado después. Para cuando les sirvieron el café, Fabia se sentía encantada, intoxicada y no era por la copa de Vavrinecké de Moravia del sur que había bebido con su platillo principal. Sabía muy bien que Ven era la causa. La había hecho reír tanto al divertirse con lo que ella había dicho en broma, recordó, y toda la velada había pasado como en un sueño.

– Has sido una compañía encantadora -murmuró el escritor para coronarlo todo mientras esperaban que el mesero llevara la cuenta.

¡Yo!, hubiera querido exclamar Fabia, porque según ella había sido Ven, con su natural encanto, él era una excelente compañía.

– Me he divertido muchísimo -declaró ella y cuando iban ya en el taxi de regreso al hotel pensaba que había sido una velada ensoñadora.

– ¿Gustas tomar algo antes de dormir? -le ofreció Ven cuando entraron a la suite.

¡Fabia estaba tentada a aceptar!, pero, a pesar de querer con toda su alma extender esa noche de ensueño, una parte de ella la empujaba a no caer en la tentación a pesar de las frases de Ven: "No te invitaría a ninguna parte, si no quisiera" y su "Has sido una compañía encantadora". No debía aprovecharse de tanta hospitalidad.

– No, muchas gracias, creo que ya es hora de irme a dormir -dijo con tono cortés. Luego añadió con toda sinceridad-. Gracias por esta velada inolvidable.

– De nada, el placer fue mío. Buenas noches, Fabia.

– Buenas noches -respondió ella y fue rápido a su habitación donde pasó unos minutos recargada en la puerta con una sonrisa ensoñadora en el rostro.

Unos minutos después escuchó el ruido de una puerta que cerraban y pensó que Ven tampoco había tomado una copa y que se había ido a acostar. Lo que era una buena idea y se retiró de la puerta.

Se puso el camisón y llevó su vestido negro al armario para colgarlo. Luego tomó una ducha.

Todavía estaba soñando con esa maravillosa cena cuando, ya vestida con su camisón, salió del baño y salió de la habitación. Se quedó pasmada al ver que Ven, con un libro en la mano y un whisky en la otra, acababa de entrar a la sala.

Fabia era consciente de su delgada bata de algodón, de su cara lavada, su cabello cepillado flotando en su espalda, y sintió un gran deseo de entrar a su dormitorio.

– Buenas noches -dijo por segunda vez, apresurada, andando hacia su habitación. Sin embargo, como Ven caminaba en la misma dirección ella pensó que se encontrarían frente a frente. La chica se detuvo, titubeó, lo miró de reojo y notó que él estaba dándole una interpretación a su caminata apresurada, y siendo Ven como era, pronto le reveló lo que pensaba. Dejó el libro y el vaso en una mesa y le preguntó en seco:

– ¿Me tienes miedo, Fabia?

– ¡Miedo! -exclamó ella horrorizada de que él pensara eso-. ¡No!, claro que no -y lo miró de frente. Sin embargo, como su negativa no era excusa para la forma en que había intentado huir, sintió que le debía alguna explicación.

– Yo… um… creo que soy… um… un poco tímida -logró murmurar, sintiéndose como idiota.

– ¿Tímida? -preguntó él extrañado, ya que ella no había parado de hablar en toda la noche sin dar señal alguna de timidez.

– Yo… este… yo creo que es timidez. Eso o… -calló y lo miró desvalida, encontrando una expresión en el rostro de él que agradecía que no le tuviera miedo y que hacía un esfuerzo por comprenderla-. Ya sé que le parecerá una locura -indicó con tristeza-, pero no estoy acostumbrada a andar trotando por allí en camisón con…

– ¿Un hombre desconocido? -no tuvo ella que concluir, Ven levantó una ceja y pareció comprender.

– Bueno, tú… no eres un desconocido -intentó bromear para aligerar el ambiente-, pero creo que te has dado una idea de lo que quiero decir.

– Sí -comentó él despacio, pero luego, sorprendido cuando una idea entró en su mente, exclamó-. Corrígeme si me equivoco, ¿quieres decir que ningún hombre conocido o no, te ha visto cuando te vas a dormir? -era una forma diferente de exponerlo, pero Fabia sabía lo que le estaba preguntando.

– Bueno, sólo mi padre, claro -dijo ella tratando de bromear, pero al notar la mirada seria en los ojos negros de Ven tuvo que responder con la verdad a secas-. No -dijo sencillamente.

– ¿Eres virgen?

– Bueno, no suelo anunciarlo por el mundo -musitó sintiéndose un poco incómoda-, pero… hmm… sí.

– ¡Fabia! -murmuró Ven mirándola, comprensivo-. Pobrecita, no te sientas avergonzada -y se inclinó para darle un beso casi reverencial en la frente.

– ¡Oh! -suspiró ella, emocionada por el contacto de Ven. Podía sentir sus labios en la frente.

– Buenas noches, pequeña -dijo y Fabia, de pronto, estuvo de nuevo en el mundo de la ensoñación. Un mundo en el cual, esa vez, ella quería que él no tuviera la menor duda de que no le tenía miedo. Su beso en la frente, sentía, le daba libertad para demostrarle que no sentía temor alguno.

– Buenas noches, Ven -expresó por tercera vez, y se puso de puntillas y lo besó en la mejilla.

Sin embargo, de pronto, por más que quiso, no pudo alejarse. Quería estar cerca de él. De hecho, sus cuerpos se tocaban cuando Ven levantó el brazo y como queriendo dirigirla hacia donde debía ir, lo colocó en su hombro.

Pero ella no se fue, tal vez porque él no la movió. El brazo sólo la rodeó y Fabia lo aceptó de buena gana.

La chica lo estaba abrazando tanto como Ven a ella cuando se besaron, suspiró y quiso estar todavía más cerca de él. El beso de Ven era satisfactorio y profundo, pero cuando terminó y se miraron a los ojos, ella quería más.

Por un momento tuvo miedo de que él la soltara y con mayor atrevimiento del que esperaba recargó su cuerpo contra el de él. Él emitió un jadeo y de nuevo se inclinó para besarla, para estrecharla con más fuerza, colocando su mano ardiente en su espalda y moldeándola a él.

– ¡Ven! -musitó cuando alejó sus labios, pero luego él besó la línea de su cuello y el espacio que dejaba libre el escote del camisón. Cuando volvió a reclamar sus labios, ella sentía que estaba en el paraíso y luego perdió la cuenta de cuántos besos compartieron.

Fabia sentía sus manos cálidas acariciar su espalda y contuvo el aliento cuando sus dedos apasionados reclamaron sus senos. Ella no estaba segura si había vuelto a gritar su nombre.

Luego, como si el algodón del camisón fuese un obstáculo para él, quiso desamarrar las cintas en los hombros. Sólo entonces empezó la chica a darse cuenta de que si lo hacía, el camisón caería el suelo y… quedaría completamente desnuda.

– ¡No! -exclamó con pánico y dio unos pasos hacia atrás.

En ese preciso instante, como si hubiera sido un pedazo de carbón ardiendo, él bajó las manos.

– ¡Está bien! ¡No te voy a hacer daño! -le aseguró y mientras ella pensaba cómo había él aceptado su negativa sin cuestionarla, cuando durante los últimos cinco minutos le había estado diciendo: sí, sí, sí, él retrocedió y declaró-. A pesar de las apariencias, Fabia, no te invité a Praga para seducirte.

– ¡Ya lo sé! -exclamó con certeza y prontitud porque a pesar del torbellino en su cabeza, de eso estaba bien segura. A él le complació su respuesta y había esbozado una sonrisa.

– Creo, querida, que lo mejor es que mantengas la distancia entre los dos, todo lo que te sea posible -declaró, y eso la complació.

– ¡Buenas noches!-le deseó ella por cuarta vez, y fue a su dormitorio sintiéndose muy bien. Porque cuando, sin protestar, Ven la soltó, comprendió que no la deseaba tanto como ella a él.

¿Pero, si le dijo que, si no quería que la sedujera, debía mantenerse alejada de él, quería decir que la deseaba?, ¿o no?

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