Capítulo Diez

– Te ayudaré, Britt -le informó Mitch un poco después, cuando estaban ya vestidos y sentados a la mesa de la cocina, tomando un té-. Pero tendrá que ser a mi manera.

Britt lo miró a los ojos y supo que confiaba más en él que lo que había confiado en nadie, sin embargo, él no sabía, no comprendía…

– Quieres intentar adoptar a las gemelas -respiró hondo y suspiró con lentitud-. Quiero que lo pienses cuando estés menos emocionada. Pero -añadió rápidamente, antes de que ella pudiera protestar-. Dije que te ayudaría y eso haré. Tienes que darte cuenta de que no podrás hacerlo sola. No puedes huir para desaparecer con Donna y Danni. Presiento que te has concentrado en el hecho de que nadie sabe dónde están las gemelas y estás pensando que podrías esconderte en algún sitio para criarlas sin que nadie se enterara.

Britt no contestó, pero Mitch comprendió que se había acercado mucho a la verdad.

– No sería una manera de vivir, Britt -murmuró-. De todos modos, no podrías salirte con la tuya. Además, no sería justo que las gemelas no sepan de dónde provienen. Sé que eres sensible a eso.

Le dio un apretón en la mano.

– Tendremos que revelar su existencia a las autoridades y pronto. Es necesario que lo hagamos antes de que descubran la pista y vengan aquí.

Calló y la observó para ver si Britt le estaba prestando atención y asimilaba lo que le estaba diciendo.

– Hay más. Será casi imposible que logres algo por medio de los trámites normales. No hay ningún motivo para que te permitan adoptar a las niñas en vez de entregárselas a alguna pareja que esté esperando una adopción desde hace tiempo. ¿Por qué habrían de hacerlo?

– Gemelas -contestó Britt mirándole esperanzada-. No hay mucha gente que quiera gemelas. Es posible que nadie las quiera y quizá las colocarían en casa de una familia que las cuidara hasta que… -se estremeció y bajó la mirada, soltó la mano y levantó la taza como si de alguna manera ésta pudiera salvarla. Tendría que decírselo, pero nunca le había hablado de su pasado a nadie y no iba a ser fácil.

Mitch la observó sin estar seguro de lo que ella pensaba ni por qué eso parecía afectarla de manera tan intensa. De cualquier manera si eso era lo que Britt deseaba, él haría todo lo posible por ayudarla.

– De acuerdo. Las llevaremos los dos. Pero antes de hacerlo, llamaré a mi hermano Kam para pedirle que venga.

Britt lo miró intrigada.

– Kam es un buen abogado. No está especializado en adopciones, pero tiene colegas que sí lo están. Sabrá lo que tenemos que hacer y qué influencias se necesitan. No puedo garantizarte nada, pero al menos él sabrá lo que puedes hacer. Si es posible, él se encargará del asunto -torció la boca al pensar en su hermano-. Es posible que convenza al juez de que eres la hermana perdida de Janine. No conozco a ningún abogado mejor.

Britt tenía los ojos llenos de lágrimas no derramadas. Le dio la mano e intentó hablar, pero tenía un nudo en la garganta que le impedía hacerlo.

– Tranquila -le advirtió alarmado-. Todavía no ha pasado nada. Sólo digo que es lo mejor que podría suceder. No he dicho que sea un hecho consumado.

– Lo sé -dijo con voz ronca y moviendo la cabeza-. Pero, Mitch…-se puso de pie y le rodeó el cuello con los brazos. Sollozó angustiada y agradecida. Se había sentido muy sola durante mucho tiempo.

– Brin -murmuró sintiendo algo que no podía identificar. Le acarició la espalda-. ¿Te vas a sentar y vas a decirme por qué estás tan tensa? Necesito saberlo.

Britt titubeó, pero sabía que era hora de hablar. Asintió, se sentó a su lado y se enjugó las lágrimas.

– Se debe a que sé demasiado bien lo que puede pasar -dijo indecisa-. Yo pasé por lo mismo.

– ¿Quieres decir después de la muerte de tus padres? -frunció el ceño y ella asintió.

– Sí, estábamos solos. No teníamos parientes y nos pusieron al cuidado de una familia. Yo tenia cinco años y mi hermano, ocho.

– ¿Tu hermano? Creía que me habías dicho que no tenías hermanos.

– Ya no, pero lo tenía entonces. Lo adoptaron de inmediato. Era un niño simpático y bueno. Se lo llevaron a Oregón y nunca tuve noticias de él.

– ¿Qué pasó contigo?

– Nadie me quería -trató de sonreír, pero su mirada era triste, tan triste que a Mitch se le desgarro el corazón-. Yo era una chiquilla flaca y traviesa.

– Estoy seguro de que eras encantadora.

– Quizá no -se encogió de hombros-. No tengo ninguna foto de modo que no puedo decir si era fea o no.

Sin embargo, tuviste una familia que te acogió.

– Eso sí -rió con amargura-. La tuve. De hecho, fueron tres familias durante el primer año -desvió la mirada-. Como podrás observar, no debía de ser fácil quererme. Nadie quiso quedarse conmigo.

– Ay, Dios, Britt -gimió-. No hables así, no era culpa tuya.

Britt se estremeció en sus brazos, pero no volvería a llorar. Mitch la abrazaba con mucha fuerza como si pensara que podía haber olvidado lo que había ocurrido en el pasado. Britt sonrió e inclinó la cabeza hacia atrás para poder verle la cara. Maravillada, levantó la mano para acariciarle la mejilla. Parecía que a él le importaba.

– ¿Qué sucedió después del primer año?

– Me colocaron en casa de la familia perfecta para cuidar niños. Tenían nueve criaturas, yo fui la décima.

– ¿Cuánto tiempo duraste con ellos?

– Unos tres años -se mordió el labio-. Me alimentaron y me vistieron. Nos tenían muy organizados, cada uno tenía su quehacer y lo hacíamos muy bien.

– Suena… -titubeo porque no supo si debía decirlo-. Suena como un anticuado orfanato.

Justo -asintió-. Nos cuidaban. Nos colocábamos en fila sonriendo para que la trabajadora social nos viera así cuando iba a la revisión. La pareja que nos acogió trabajaba mucho para asegurarse de que tuviéramos lo básico. Pensaban que hacían todo lo que podían por nuestro bienestar.

– Pero no os dieron cariño -adivinó.

– Eres muy listo, Mitchell Caine -le sonrió-. ¿Cómo lo has sabido?

– Lo he oído en tu voz. Continúa. ¿Adónde fuiste después?

– La madre, la llamábamos Mamá Clay, se puso gravemente enferma. Yo era demasiado pequeña para comprender lo que estaba pasando. Ya no pudieron cuidarnos de modo que nos repartieron en casas nuevas y diferentes -bajó la mirada a sus manos-. Y en ese momento comenzó mi pesadilla.

– Háblame de ello.

– Me colocaron con una pareja que tenía dos niños. Eran mayores que yo. Eran niños. Eran… supongo que los describiría bien diciendo que eran delincuentes -calló.

– ¿Te hicieron daño?

– Sí. Me hicieron cosas que no quiero recordar. Quizá lo haga algún día. En este momento no puedo hablar de eso.

– ¿No hizo nadie nada al respecto?

– Desde luego. Les pegaban cuando los pescaban. Ellos prometían no volver a hacerlo, pero encontraban nuevas maneras de torturarme.

Mitch cerró los ojos y trató de olvidar la necesidad de averiguar quiénes habían sido esos dos chicos para encontrarlos y hacerles pagar por lo que habían hecho. Pero esa necesidad en él no era muy realista en ese momento.

– ¿Qué me dices de sus padres? ¿Eran buenos contigo?

– Ellos creían que sí, eran muy estrictos.

– ¿Te pegaban? -exigió y se volvió para observarla.

– No -negó con un movimiento de cabeza-. Ese castigo no era aceptable. La trabajadora social se aseguró de que lo supieran. Nunca me tocaron. Pero la familia era un perfecto caos. No sé si podré lograr que comprendas lo horrible que fue. Nadie hablaba, todos gritaban. Se tiraban los platos, se maldecían. Nunca se sabía cuándo iban a empezar una riña. A veces yo despertaba a media noche y Norman -era el padre-, estaba persiguiendo a su esposa por toda la casa, gritándole, tirándole cosas, pegándola. Yo me encogía en la cama y me tapaba las orejas. Cantaba para mis adentros para no oír nada. Pero la casa se estremecía. No había modo de huir.

Se interrumpió un momento y él le apretó la mano.

– Cuando me portaba mal me encerraban en el armario a oscuras. Eso me asustaba mucho y lloraba hasta que me quedaba dormida. Luego sus hijos buscaban la manera de asustarme más. Una vez, pescaron una araña y la metieron en el armario conmigo.

– Britt -la abrazó y comenzó a darle besos-. Lo siento mucho, Britt -repitió una y otra vez-. Lo siento mucho.

– Nunca había hablado de esto con nadie -comentó maravillada-. Creía que era incapaz de hacerlo, pero he podido revelártelo a ti -sonrió y le acarició la cara-. Podría decirte cualquier cosa -murmuró mientras le escudriñaba los ojos como si deseara descubrir por qué él era tan especial para ella.

– tBritt, cuánto tiempo pasaste en ese lugar infernal?

– Hasta que cumplí quince años. Entonces tuve suficiente valor para hablar de la situación con la trabajadora social -sonrió-. Era Kathy Johnson. Fue maravillosa conmigo. Ella ya sospechaba algo, pero me estuvo observando hasta que se lo dije. Ese mismo día me sacó de allí y me llevó a vivir con ella. Sin su ayuda y estímulos nunca habría estado preparada para ir a la universidad. Sigue siendo mi mejor amiga.

– Gracias a Dios. Habías sufrido mucho durante mucho tiempo.

– ¿Comprendes ahora? -le preguntó ella sin dejar de mirarlo a los ojos-. ¿Te das cuenta de por qué no puedo permitir que las gemelas pasen por lo mismo?

– Las circunstancias de tu vida fueron terribles -aceptó después de titubear-. Pero miles de chiquillos terminan en casas maravillosas. No sufren como sufriste tú.

– No puedo arriesgarme -movió la cabeza con firmeza-. Cuando las encontré pensé que podría hacerlo, ya no. No puedo hacérselo a Donna y a Danni. Haré cualquier cosa para quedarme con ellas.

¿Cómo podía él discutir después de lo que ella le había revelado?

– Haremos todo lo posible, Britt.


– No me han dado muchas facilidades -dijo Kam mientras empujaba su silla mirando a Mitchell con una sonrisa sarcástica-. Pero creo que he echado a andar algo en la dirección correcta -movió la cabeza mientras observaba a su hermano menor. Estaban sentados en la cocina de Britt esperando a que ella volviera de acostar a las gemelas. Era martes y las pequeñas eran huérfanas desde hacía tres días.

– ¿Cómo diablos te metiste en esto, hermanito? -Kam hizo una mueca-. Por Dios, gemelas.

– Son unas niñas estupendas.

– Seguro -asintió con expresión cínica-. Todas las criaturas son estupendas. Son como libros que todavía no se han escrito. Podrían ser cualquier cosa.

Vio el bostezo de aburrimiento fingido de Mitch y se echó a reír.

– Está bien, no más filosofía. Estás en esto y no hay más que decir -alzó una ceja oscura-. Todo por culpa de Britt, ¿no? -movió la cabeza-. Siempre andas metido en líos por culpa de alguna mujer.

– No puedes comprenderme porque no tienes corazón. No sabes nada del amor y nunca te ha importado una mujer lo suficiente para cambiar tu vida.

Kam desvió la mirada para que Mitch no viera ningún indicio de la emoción en sus ojos. Mitch no sabía nada de Elaine. Kam no solía desahogar su tristeza con otros, ni siquiera en alguien de su familia. No tenía sentido mencionarlo en ese momento. Elaine estaba muerta y toda esa parte de su vida también estaba muerta. Así debía quedarse.

– De cualquier manera, estoy haciendo todo lo que puedo y conozco a todos los jueces de ese tribunal de modo que hay muchas posibilidades de que pueda abogar por vosotros de manera efectiva. Sin embargo, hay un punto muy peligroso y creo que podría echar a perder todo el asunto.

– ¿Cuál es? -Mitch lo miró muy serio y Kam suspiró.

– Gemelas y el hecho de que Britt sea soltera -movió la cabeza-. No lo sé, Mitch. Si se tratara de sólo una criatura, la soltería de Britt sería un problema, pero podríamos resolverlo. Con gemelas… será muy difícil convencer a cualquier juez de que podrá criarlas y educarlas sola.

– Entonces, ¿la solución es…? -preguntó Mitch sin expresión.

– Tiene que casarse.

Mitch cerró los ojos y soltó una maldición.

– ¿Debo pensar que el matrimonio no forma parte de tu juego? -preguntó con sorna.

– Vamos, Kam -Mitch miró a su hermano con tristeza-. Todavía no estoy listo para casarme. Quizá algún día, ahora no -se contorsionó en la silla-. Britt es una mujer maravillosa y le tengo cariño, pero no puedo casarme con ella.

– Nadie te ha pedido que lo hagas.

Mitch y Kam se volvieron y vieron a Britt en la puerta observándolos con los ojos fríos y duros como una piedra. Mitch comenzó a levantarse, pero ella le indicó que se quedara donde estaba, sin dejar de mirar a Kam.

– Dime lo que realmente piensas -dijo tranquila-. ¿Qué posibilidades tengo?

– Soltera, quizá una entre diez -la miró de frente-. Casada, diría que tienes un noventa por ciento de posibilidades de que te den a las dos niñas.

– Muy bien, me casaré -asintió despacio.

Kam miró a Mitch y luego a Britt.

– Tienes a alguien en mente? -le preguntó Kam-. Cuanto antes se haga tanto mejor será.

– Tengo a varios en mente -asintió calmada. Miró a Mitch y no pudo evitar una puya-. No eres el único hombre que conozco. Ni siquiera eres el único que se ha mostrado interesado en mí.

– Lo sé -protestó Mitch con angustia-. Pero, Britt, no puedes casarte con alguien para quedarte con las pequeñas.

– Puedo -levantó la barbilla y lo miró con los ojos entrecerrados-. Y lo haré.

Mitch comenzó a decir algo, pero se mordió la lengua. Se volvió hacia su hermano y se sorprendió al ver que se estaba riendo de él.

– ¿Qué? -exigió resentido-. ¿Qué diablos te parece tan divertido?

– Nada -Kam levantó las manos y sonrió-. Nada en absoluto -se puso de pie y le habló a Britt-. Me voy. Quiero pasar por el juzgado. Te llamaré cuando sepa algo más.

– Hasta luego -respondió Britt-. Gracias por tu ayuda. No sabes cuánto la aprecio -lo siguió hasta la puerta.

Mitch no dijo nada. No se movió de donde estaba. Tenía la mirada fija en la mesa. Su mente trabajaba deprisa, aunque no lograba llegar a ninguna parte.


Mitch seguía igual de malhumorado tres días después mientras permanecía sentado en la sala de Britt y la observaba hacer los preparativos para la fiesta que iba a ofrecer aquella noche. Había invitado a Jimmy y a Lani para que la ayudaran a cuidar a las criaturas durante la fiesta y ellos se habían presentado temprano para tener todo listo. Faltaba sólo media hora para que los amigos de Britt llegaran.

– Es una idea terrible -gruñó Mitch mientras Britt guardaba la aspiradora en su caja-. Es como una audición para una obra de teatro.

– No tienes que estar presente -le recordó y apretó la boca-. De hecho, no recuerdo haberte invitado.

– ¿Bromeas? Esas criaturas todavía no son tuyas. Siguen siendo de los dos y me aseguraré de que no hagas ninguna locura.

– No voy a hacer ninguna locura. Esta es la única manera. Necesito casarme con alguien y quiero examinar todas las posibilidades que tengo antes de tomar una decisión -empujó a Mitch para poder quitarle el polvo a la mesita para el café. Mitch la miró con resentimiento.

– No comprendo nada. Pareces una mujer racional. Insistes en decir que te gusta estar a cargo de todo, pero estás dispuesta a que algún hombre a quien ni siquiera amas, comparta tu vida y te la arruine -se enderezó echando chispas por los ojos-. Y rechazas mi estupenda idea.

– ¿Qué? ¿Te refieres a tu patético plan de que contrate a un extraño para que finja ser mi esposo? ¡Por favor!

– Tiene lógica. Si contratas a alguien, recibirá un sueldo y no tendrá derecho a decidir cómo has de vivir tu vida.

– Ése es precisamente el problema -lo miró a los ojos antes de desviar la cabeza para evitar que Mitch la hipnotizara con sus maravillosos ojos azules-. Necesito algo más que un nombre en un documento. Voy a educar a dos niñas y ellas necesitan un padre.

– Pero yo siempre estaré aquí, justo al otro lado del pasillo.

– Por supuesto -giró los ojos-. Hasta que empieces a salir con otra mujer y desaparezcas -se inclinó y lo tocó el pecho con un índice-. Y no te enfades ni insistas en que no eres un donjuán. Sé quién eres, Mitch y también sé que les tienes mucho cariño a las niñas. Pero soy realista y sé que las buenas intenciones pierden fuerza con el paso del tiempo.

Se encogió de hombros y se enderezó.

– El matrimonio es un compromiso. Esas niñas necesitan un padre para siempre, no un tío amable de vecino. Además, nos cambiaremos de casa porque necesitamos una casa con jardín.

– Una casa con jardín -gruñó y se dirigió al bar para sacar una botella de whisky.

– Oye, no dejes que Britt te vea bebiendo -dijo Lani al salir de la habitación con un florero lleno de flores recién cortadas-. Esa es una de las cosas que vamos a usar para calificar a los posibles padres. Se servirá vino, pero se borrará de la lista al que trate de beber más de una copa.

– Muy bien -dijo y se sirvió bastante-. Danna y Danni no necesitan un padre borracho -añadió después de darle un trago-. Estoy totalmente de acuerdo en eso.

Lani le sonrió con conmiseración y él asintió. Mitch se dijo que era una joven muy atractiva cuando se arreglaba. Aquella noche no llevaba puesta la gorra de béisbol acostumbrada y llevaba un vestido suelto amarillo que mostraba sus piernas y brazos bien torneados. Mitch dio su aprobación al aspecto más femenino de la chica.

– Eso quizá signifique que soy un machista -murmuró para sí cuando ella salió de la habitación.

Los invitados fueron llegando uno a uno y pronto la habitación se llenó de conversaciones.

– ¿De dónde has sacado a todos estos tontos? -le preguntó Mitch a Britt cuando ella pasó frente a él con un plato lleno de champiñones rellenos.

Ella se detuvo y le sonrió. Estaba despampanante.

– Se me ha ido de las manos -aceptó contenta-. Pensaba invitar sólo a los hombres que me habían invitado a salir este año, pero otros se enteraron y pidieron que los invitara -rió-. No sabía que había tantos hombres interesados en mí. ¿No te parece gracioso?

Por supuesto -murmuró aunque ella no esperó a que le contestara.

Por lo menos había una docena de hombres que rodeaban a Britt como si fueran buitres. Desde luego, Gary era el peor, sobre todo porque estaba muy seguro de que iba a ganar sin el menor problema.

– No es una competición -le dijo a Mitch con orgullo masculino-. Sé que me quiere a mí. Es decir, yo ya le he dicho que quiero casarme con ella. Pero ya sabes que ella tiene que seguir con esta farsa para que crean que es imparcial.

– Tengo que decir lo contrario -protestó Adam Arnett, otro candidato que Britt había sacado del club de catadores de vino y queso al que estaba afiliada-. Tengo el ojo puesto en esa mujer desde que compartimos nuestro primer Beaujulais hace meses. Observa su estilo, su gracia -suspiró con la cabeza ladeada-. Estará fabulosa en mi casa recién renovada de la playa. Y en calidad de anfitriona para la cena anual que ofrezco cuando se inicia la temporada de ópera. Todos los amantes de la música clásica brindarían por ella.

– Qué me dices de las criaturas? ¿Qué piensas hacer con ellas?

– ¿Bebés? -Adam frunció el ceño un momento-. ¿Ah, esas gemelas adorables que mencionó? Imagínalas vestidas igual con encaje blanco. Estarán fabulosas…

Las pequeñas aparecieron en ese momento en brazos de Jimmy y de Lani quienes circularon entre los invitados para que todos tuvieran la oportunidad de verlas.

– Brin tiene que ver si realmente les gustan los niños -le murmuró Lani a Mitch-. Dale una oportunidad. Sólo está intentando hacer lo mejor.

Mitch hizo una mueca, después vio que Bob Lloyd, el contable de Britt, tenía una cajetilla de cigarrillos en el bolsillo de su camisa.

– Mira. Él fuma -señaló al culpable para que Lani lo viera-. Táchalo de la lista. No permitiré que Danni y Donna queden expuestas al humo.

– Muy bien, se lo diré a Britt -Lani asintió.

– Ya me había dado cuenta -comentó Britt a sus espaldas-. En este momento tengo otras preocupaciones -le murmuró a Mitch y le dio un golpecito en las costillas-. Estás bebiendo mucho.

– Puedo beber todo lo que quiera. Recuerda que yo no estoy solicitando el empleo.

– En caso contrario, serías el último en la lista -lo miró con enfado.

– ¿De verdad? -la retó a que lo confirmara.

Britt titubeó, luego se volvió y saludó a otra persona. Mitch se quedó atrás y la observó mientras intentaba dominar su irracional enfado.

No tardaron en volver a acostar a las gemelas, pero parecía que la fiesta nunca iba a terminar. Mitch llenaba su vaso con frecuencia y conforme pasaba el tiempo más enfurruñado estaba. Había demasiados hombres y todos trataban de impresionar a Britt, todos, con excepción de Gary que se había declarado el ganador desde el principio y que en ese momento acompañaba a Lani. Le hablaba de los planes que tenían para. montar una nueva ala en el museo que dedicarían a la historia de los viajes por aire. Lani parecía más interesada de lo normal, acababa de reñir con Jimmy.

Mitch había presenciado el desarrollo de la discusión. Había presentido la explosión, pero lo más gracioso era que él habría hecho justo lo que Jimmy había hecho y habría dicho lo mismo a pesar de que era consciente de lo equivocado que su sobrino estaba. Era como si los papeles que Jimmy y Lani representaban hubieran estado escritos en las estrellas.

¿Eso había ocurrido entre él y Britt? Había él seguido algún patrón que tenía desde hacía demasiado tiempo? ¿Era el momento de romper el molde y pensar de manera diferente? No lo sabía. Era hora de beberse otro whisky.

Debería dejar de beber. No solía hacerlo, pero ese era un caso especial. La mujer que él amaba estaba a punto de elegir a otro para que fuera su esposo.

¿Qué? Movió la cabeza. ¿Realmente había pensado lo que creía? No, no era el momento de dejarse llevar por tonterías. Estaba ahí para asegurarse de que Britt hiciera lo correcto. Deseó averiguar qué era lo correcto.

Vio que Britt sonreía y reía con los otros hombres y quiso incorporarse al grupo, agarrarla y llevársela de allí.

– Me gustaría amarrarte a una liana, soltar un grito de la jungla y salir de aquí -dijo en voz alta.

– No permitas que yo te detenga -dijo alguien a su espalda.

Se volvió y vio a Rick Sudds, un joven al que Britt debía haber conocido en su gimnasio. Mitch lo había catalogado como un hombre de muchos músculos y poco intelecto.

– Anda, vete -dijo Rick-. Cuanto antes os vayáis todos, antes tendré la oportunidad de demostrarle lo que tengo que ofrecerle -se contoneó-. Pero mis talentos resaltan en la intimidad, creo que sabes a qué me refiero.

Mitch masculló una obscenidad y se volvió, pero Rick todavía no había terminado.

– Desde hace tiempo he estado impaciente por estar a solas con esa mujer, pero ella me ha mantenido a cierta distancia. Sé que me desea. Todas quieren lo mismo, ¿comprendes? Hasta ahora ha actuado como una puritana, pero en cuanto le enseñe lo que tengo, me suplicará que le dé más. Si puedo alejarla un minuto deslizaré la mano por debajo de su blusa y podrás oír sus gemidos desde aquí. Yo…

Mitch lo hubiera golpeado antes si no hubiera bebido tanto. Pero tal como estaba tuvo que equilibrarse antes de atacar.

Rick era un hombre grande y cayó haciendo ruido, tirando una mesa, dos vasos vacíos y un plato lleno de nueces. Cuando Britt llegó a la escena, Rick seguía tratando de ponerse de pie. Un hilo de sangre se deslizaba por su barbilla. Mitch estaba de pie a su lado, dispuesto a seguir peleando.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Britt con severidad.

– Lo siento, Britt -la miró con ojos amenazadores-. Sé que no te gusta la violencia, pero si no sacas a estos patanes de aquí, terminaré peleándome con todos.

Britt comprendió la situación con una mirada, se volvió y con su eficiencia habitual, despejó la habitación de modo que a los pocos minutos, incluso Jimmy y Lani se habían ido. Ella y Mitch se habían quedado solos.

Mitch seguía de pie, en medio de la habitación, con los brazos extendidos y los puños cerrados y ella se acercó despacio a él.

– ¿Con quién vas a pelearte ahora, Mitch? -preguntó con calma-. ¿Vas a intentar pelearte conmigo?

Mitch se enderezó sin dejar de mirarla.

– ¿Me vas a dar un puñetazo? -preguntó Britt-. Es conmigo con quién estás enfadado, ¿no?

– No estoy enfadado contigo, Britt. Yo… yo… -cerró los ojos un segundo. No pudo decirlo.

– ¿Qué? -le besó los nudillos lastimados con cariño-. ¿Qué Mitch? -repitió mirándolo a los ojos.

– No, Britt, no hagas esto -murmuró Mitch.

– Ven -dijo ella suspirando y riendo quedo. Le aflojó el nudo de la corbata y se la quitó-. Ven conmigo.

Lo condujo a la alcoba. Las gemelas dormían en la siguiente habitación. Al principio él creyó que lo llevaba para que las viera, pero ella se volvió y señaló la cama.

– Acuéstate -dijo ella.

Él parpadeó sin comprender y se preguntó si había bebido tanto que estaba sufriendo alucinaciones.

– ¿Qué? -preguntó él.

– La cama -bajó la colcha y lo condujo de la mano-. Acuéstate.

Mitch estaba un poco mareado. Se sentó en el borde de la cama y Britt le empujó suavemente.

– Cierra los ojos -murmuró-. Duérmete.

Mitch cerró los ojos y sintió que ella le quitaba los zapatos y luego los calcetines. Pensó que no iba a tardar en dormirse.

Al cabo de unos segundos, sintió que Britt le desabrochaba la camisa y deslizaba las manos por su pecho, avivando inmediatamente sus sentidos.

Aquello era el paraíso. Suspiró contento y se desperezó como un gato gigante.

Pero abrió los ojos cuando sintió que ella le tocaba el cinturón.

– ¿Britt? -preguntó y levantó la cabeza pensando que se había vuelto loco. Aquello no podía estar sucediendo.

– Calla -le puso un dedo en los labios-. Duérmete.

Pero ya no podría dormir. La observó incrédulo mientras ella le quitaba el cinturón, abría el broche y bajaba la cremallera, le quitaba el pantalón y deslizaba las manos por su piel.

– No estás durmiéndote -lo acusó.

No hubo manera de que Mitch ocultara la prueba de que estaba bien despierto.

– No puedo dormir y hacer el amor al mismo tiempo -le informó con voz ronca después de gemir y tirar de ella para tumbarla encima de él.

– Creía que cuando los hombres bebían… -murmuró sorprendida.

– Britt, lo que acabas de hacerme bastaría para revivir a un muerto -rió nervioso. Deslizó las manos debajo del vestido y empezó a quitarle las braguitas-. Si quieres que me detenga dímelo -dijo entre beso y beso-. Pero si me vas a detener hazlo pronto -añadió y rodó por la cama para que Britt quedara debajo de él-. Dentro de un minuto ya no podré parar.

– Ya es demasiado tarde -murmuró envolviéndose con sus piernas-. Ah, Mitch, abrázame fuerte.

Y con fuerza y una urgencia irresistible se unieron en una llamarada de calor. Britt se permitió ahogarse en el éxtasis del poder masculino y él se sintió dentro de la suavidad femenina como si tuviera que conquistarla para hacerla suya. Britt era todo lo que siempre había querido y lo que siempre necesitaría. Ella lo complementaba totalmente. Juntos podían llegar a la conclusión perfecta del amor y el placer.

Pero cuando lo tuvieron en la mano, se les escapó bailando como burlándose de ellos e incitándolos a que volvieran a intentarlo otro día.

Terminaron abrazados, cubiertos de sudor, riendo por lo que acababan de experimentar, mirándose maravillados a los ojos, sabiendo que algo especial les había ocurrido, algo que nunca habían tenido. Era algo que sólo ellos dos podían compartir y comprender, aunque nunca pudieran decirlo con palabras.

Permanecieron abrazados media hora más, acariciándose y hablando quedo, riendo y dándose besos fugaces. Después Britt se levantó de la cama para dirigirse al baño. Mitch se quedó acostado observándola, creyendo que la había hecho cambiar de opinión y que Britt nunca renunciaría a lo que con él había conquistado.

– Supongo que tendrás que tener en cuenta mi plan de contratar a alguien -comentó él-. A menos de que se nos ocurra otra cosa.

– Sé lo que voy a hacer -se asomo a la puerta del baño.

– ¿De verdad? -la miró con ternura-. ¿Qué piensas hacer?

– Me casaré con Gary. No tengo otra elección. Desapareció detrás de la puerta que cerró con llave dejando a Mitch conmocionado.


Mitch no podía creerlo. ¿Cómo era posible que pensara casarse con ese hombre? La semana siguiente estuvieron haciendo los preparativos para la boda. Gary iba al apartamento de Britt con frecuencia y se mostraba altivamente superior. Lani también iba para ayudar a cuidar a las gemelas mientras Britt y Gary se iban para hacer lo que todas las parejas hacían antes de casarse. Mitch se pasaba los días enfurruñado y malhumorado.

Britt había pedido permiso para no ir al museo por lo menos durante seis meses y Gary se lo había concedido con gusto. Mitch se había tomado una semana de vacaciones. Deseaba estar disponible para los bebés. Les decía a todos que pasara lo que pasara él seguiría siendo parte de la vida de las criaturas. Ninguna maldita boda lo cambiaría.

Él fue el que las llevó al pediatra a revisión. Quiso hacerlo por si había alguna mala noticia que tendría que explicarle a Britt. Afortunadamente eso no ocurrió.

– No hay indicios de lo que usted temía -le había dicho el médico-. Diría que la madre se abstuvo de usar drogas durante todo el embarazo.

– Gracias, Janine -había murmurado él al salir del consultorio del médico aquella tarde.

Britt se mostraba contenta y Mitch no podía comprenderlo. Iba a su apartamento todo lo que podía, pero a veces se sentía marginado por lo que en él ocurría.

– He comprado un cochecito para poder llevar a las gemelas al parque -le informó a Britt un día, bastante complacido.

– Gary iba a hacerlo -contestó ella, sin levantar la mirada de la revista que tenía en la mano.

– Gary no tendrá que molestarse -replicó Mitch-. ¿Qué hace él por las niñas?

– De hecho, no mucho. No ha tenido tiempo.

– Quiero que me llames si me necesitas, incluso cuando te hayas casado -se sentó en el sofá, al lado de Britt-. ¿De acuerdo? Cuidaré a esos desastres incluso a media noche.

– ¿Cómo vas a cuidarlas tú si voy a estar casada con otro hombre? -lo miró y movió la cabeza.

– Pero ellas no lo estarán.

– En cierto modo, sí.

– ¿Qué haréis para la luna de miel? -gruñó resentido y haciendo una mueca.

– No tendremos tiempo para eso. Volveremos a casa para cuidar a las gemelas.

– ¿Ni siquiera tendrás una noche libre para ti? -la observó esperanzado.

– ¿Por qué? ¿Quieres cuidarlas?

– Ya sé lo que vamos a hacer -dijo Mitch-. Yo las cuidaré cuando vosotros estéis aquí. Seré como una nodriza que vive en casa, pero tendré una cama en un rincón de vuestra alcoba…

– ¿Por qué no dormir entre los dos en la misma cama? -preguntó Britt riendo.

– Estupendo. Eso haré.

Rieron juntos, pero el buen humor desapareció pronto de los ojos de Mitch.

– ¿Por qué hiciste el amor conmigo sabiendo que te ibas a casar con Gary? -preguntó sin morderse la lengua.

Britt contestó de inmediato.

– Porque lo necesitabas.

– ¿Yo lo necesitaba? Tú fuiste la que me sedujo la segunda vez.

Britt sonrió de manera enigmática y se volvió. Mitch se preguntó de qué diablos estaría hablando. Se sentía desgarrado. Ella nunca sería de Gary, aunque el acta matrimonial dijera lo contrario. Britt era de él. `De él!

– ¿Por qué no te vas a casa? -le había preguntado Kam en un momento dado-. Vete antes de la boda. No quieres estar aquí cuando esto suceda. Ve a casa y deja que Shawnee te mime. Te preparará el pollo con arroz que tanto te gusta y te contará las tonterías que hacías de niño. Quizá te haga recobrar la alegría.

– No puedo irme a casa. Soy demasiado viejo.

– Podrías casarte con ella -había sugerido Kam.

– Está comprometida con Gary -había contestado.

– Sí, él le ha propuesto matrimonio. ¿Lo has intentado tú?

– Por supuesto que no.

– Ahí lo tienes.

Invitó a Chenille Savoy a salir. Fue una cita desastrosa. Lo único de lo que él quería hablar era del mejor momento para iniciar a las gemelas con alimentos sólidos y ella sólo quería hablar del momento en que los dos se irían a la cama. De pronto, Mitch descubrió que no le apetecía acostarse con esa mujer. Se disculpó diciendo que le dolía la garganta y volvió a tiempo para bañar a las gemelas antes de acostarlas.

Se dijo que había cambiado, ya no era el Mitchell Caine de antes.

Esa misma noche comenzó a tener el sueño. Al principio fue sencillo. Esa primera noche despertó seguro de que había oído el llanto de una criatura. Se levantó sobresaltado y llamó a la puerta de Britt. Ella le abrió medio dormida.

– ¿Quién llora? -exigió él-. ¿Qué pasa?

– ¿Qué? -parpadeó-. No está llorando nadie. Danni y Donna duermen profundamente. Vuelve a tu cama.

Pero él no se fue hasta que comprobó que era verdad. La siguiente noche, cuando volvió a soñar lo mismo, vio también las imágenes de bebés riendo y llorando, nadando yjugando en brazos de Britt. Había bebés por doquier. El estaba obsesionado con los bebés.

No podía caminar por la calle sin verlos; envidiaba a los padres que los llevaban en brazos. ¿Por qué les permitían a ellos tener bebés y a él no?

Gary iba a casarse con Britt. Cada vez que pensaba en eso se sentía enfermo. No era posible. Tendría que hacer algo para evitarlo.

La noche previa a la boda no pudo dormir. Estuvo paseando por su apartamento hasta que los primeros albores aparecieron en el cielo. Luego fue a llamar a la puerta de Britit.

– ¿Qué quieres? -preguntó ella fastidiada.

– Necesito hablar contigo.

– Es muy temprano.

– Lo sé, es importante.

Britt estaba medio dormida, pero lo miró a los ojos y algo que vio en ellos le liberó el corazón. Casi había perdido las esperanzas, pero algo en él le indicaba que debía darle una oportunidad. Algo en él había cambiado.

Abrió la puerta y le permitió entrar. Mitch miró a su alrededor.

– Gary no está aquí, ¿verdad? -preguntó a pesar de saber la respuesta.

– Por supuesto que no -dijo tranquila-. Ven a sentarte.

Ella lo precedió y él vio el ondular del camisón que le llegaba hasta los tobillos. Estaba descalza y tenía el pelo suelto. Mitch se sentó a su lado en el sofá y se movió inquieto.

Antes de poder decir lo que deseaba, sonó el teléfono. Los dos se sobresaltaron al oírlo.

– ¿Quién será tan temprano? -preguntó Britt cuando se puso de pie para ir a contestar.

Levantó el auricular; estaba de pie, frente a la puerta corrediza de cristal que daba al balcón. La luz temprana brillaba a su espalda, iluminando su silueta y haciendo invisible el camisón.

Mitch,se la quedó mirando embelesado y casi no oyó el principio de la conversación.

– ¿Qué? -decía ella y era evidente que estaba sorprendida-. ¿De verdad? -continuó-. ¡Por Dios! Bueno, supongo que lamento la noticia. Pero quizá sea lo mejor. Sí, buena suerte y gracias por llamarme.

Colgó y rió quedo.

– Imagínate quién era -le dijo a Mitch.

– ¿Malas noticias?

– Extrañas.

– ¿De qué se trata?

– No es urgente -se sentó al lado de Mitch en el sofá-. ¿De qué querías hablarme?

– De tu matrimonio con Gary -desvió la mirada-. No dará resultado.

– ¿Eso crees? -por algún motivo parecía divertida-. ¿Qué te hace pensar eso?

– No lo soporto -la observó y gimió para sus adentros. Seguía viendo sus senos a través de la tela transparente. Lo único que podía salvarle en ese momento sería una ducha helada. Estiró las piernas e inclinó la cabeza hacia atrás-. No soporto pensar en que estará aquí contigo y con las criaturas. No quiero que él las atienda.

– Lo sé -murmuró ella.

– Tampoco quiero que haga cosas para ti.

– Lo sé.

– No quiero que te toque… -se contorsionó en el sofá para volverse hacia ella-. Así… -le tocó un seno. No pudo mantenerse alejado. La tocó con suavidad, rozando el pezón oscuro-. Ni que te bese así… -la besó en la boca.

– Supongo que tampoco quieres esto -extendió un brazo riendo al ver que él la miraba sorprendido-. No quieres que yo lo toque ni lo bese…

– Eres una mujer desvergonzada y osada -dijo riendo también-. Ven aquí.

La acercó y la besó con todo el cariño que había tratado de negar durante tanto tiempo. Le quitó el camisón y se desnudó con rapidez. Hicieron el amor en el sofá, con lentitud y ternura. Mitch se dominó hasta que ella le exigió más pasión. Mitch la penetró y encontró nuevos misterios en ella, nuevas sensaciones que le hicieron sentirse estrechamente unido a ella. Al final la miró y vio que tenía los ojos llenos de lágrimas.

– ¿Te he hecho daño? -preguntó preocupado.

– No -murmuró ella-. Creo que después de estar contigo soy incapaz de estar con cualquier otro hombre.

Mitch rió y la besó con deseo para libar una dulzura que ya consideraba suya. Finalmente, se alejó y gimió.

– No es posible que sigamos haciendo esto si te casas con otro.

– Eso había planeado -se enderezó y se puso el camisón.

– Lo sé, pero no quiero que Gary te toque -le recordó en tono decidido.

– Si me caso con él, pensará que tiene derecho a eso.

– Lo sé -se puso su pantalón y se volvió para mirarla muy serio-. Por eso no puedes casarte con él. -Pero Mitch…

– Oye, tengo otra idea -volvió a sentarse a su lado-. Huiremos.

– ¿Huir?

– Sí -asintió convencido-. Podríamos hacerlo. Nos llevaremos a las gemelas y nos iremos hacia el sureste de Asia. Hay miles de islitas a lo largo de algunas de sus costas. Encontraremos una que no esté habitada y construiremos una nueva vida.

– ¿Algo como la familia Caine suiza? -se dominó para no sonreír y trató de mostrarse interesada.

– Lo has comprendido muy bien.

– Mitch… -le acarició la mejilla con ternura-. ¿No sería eso como casarse?

– Si, pero… -se la quedó mirando.

¿Qué había dicho ella? ¿Qué había querido decir?

De pronto se rompió algo en el interior de Mitch. El sol salió e iluminó el cielo. Vio la luz.

Él podía hacerlo. Se casaría. ¿Por qué no? Aquella era la mujer a la que amaba. Sí, la amaba.

– Britt -gritó emocionado por su descubrimiento-. ¡Te amo!

– Lo sé y yo también te amo -asintió riendo.

– Britt! -el cielo se despejaba para él-. Podría casarme contigo.

– Sí, podrías hacerlo -volvió a asentir contenta.

– Ay, Dios, ¿por qué no me he dado cuenta antes?

– No lo sé y no me importa, siempre y cuando lo sepas ya.

– Lo sé. Los dos atenderemos a las gemelas y nos cuidaremos el uno al otro. Ya no tenemos que preocuparnos por Gary. Llamémoslo para decirle que desaparezca. Deja que lo haga yo.

– No. No tienes que hacerlo. Gary me ha llamado para cancelar la boda.

– ¿Qué? -se puso sombrío-. ¿Se ha acobardado?

– No exactamente -le sonrió con cariño-. Me ha llamado para decirme que él y Lani se han pasado la noche planeando un centro nuevo de aviación en el museo y que él se había dado cuenta de que está enamorado de ella.

– ¿De Lani? ¿Y qué pasará con Jimmy?

– Parece que han decidido separarse.

– Ah -se encogió de hombros. En ese momento no podía pensar en las peleas de otros enamorados. Acababa de tomar la decisión más importante de su vida-. Oye, nos casaremos.

Britt asintió con los ojos llenos de lágrimas de alegría. Después de todo habían encontrado la felicidad. Al cabo de muchos años había encontrado el secreto para lograrla.

– Será mucho mejor que casarte con Gary, créeme -dijo Mitch mirándola como si no pudiera creerlo.

– Lo sé -le enmarcó el rostro con las manos y le sonrió-. Quiero que sepas que no pensaba casarme con él.

– ¿No? -frunció el ceño-. Pues parecía que sí.

– Sólo quería que despertaras y aceptaras lo inevitable, cariño -murmuró con cariño-. Siempre he sabido que seríamos tú y yo.

– Tú y yo -repitió asombrado-. Y con las niñas somos cuatro.

– Nos casaremos los cuatro -rió.

– Y viviremos felices. Lo juro.

De pronto oyeron el sonido de dos niñas que despertaban. Otro día feliz, aunque no del todo perfecto, estaba a punto de empezar.

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