Capítulo Ocho

La velada pareció volar. Britt preparó una cena consistente en carne con patatas, y pasaron el resto del tiempo jugando, cambiando y alimentando a las niñas.

A medianoche, Donna y Danni se durmieron al mismo tiempo. Britt y Mitchell estaban tan cansados que no pudieron hacer nada más que mirarse.

– ¿Qué hacemos ahora? -murmuró Mitch-. ¿No solía haber algo llamado «sueño», algo que hacíamos a esta hora de la noche?

– Lo recuerdo con vaguedad -contestó Britt entre bostezos.

Sus miradas se encontraron y la pregunta pendió en el aire: ¿Cómo dormirían esa noche?

– Iré a mi apartamento -sugirió Mitch.

– No -respondió Britt-. No hace falta. Yo podría, los dos podríamos…

– No podemos compartir la cama como anoche -dijo él mirándola con los ojos entrecerrados.

– ¿No podemos? -preguntó.

– No, Britt. No podemos -rió.

Britt desvió la cabeza. Seguramente él tenía razón. La situación ya era diferente. Habían llegado a una nueva etapa y dormir juntos era demasiado peligroso.

De cualquier manera, ella deseaba estar cerca de Mitch. Él era su fuerza y su apoyo. No sabía qué pasaría si la dejaba sola.

– Yo dormiré en el sofá -dijo animada y se levantó para ir a buscar la ropa de cama-. Tú puedes dormir en la cama.

Mitch también se levantó y la detuvo.

– No tan rápido -le dijo agarrándola de una muñeca-. De ninguna manera te quitaré la cama. Yo dormiré en el sofá -dijo con firmeza-. Así tiene que ser.

Y así fue. Britt ayudó a Mitch a preparar el sofá, el corazón le latía violentamente mientras ponía las sábanas.

– Buenas noches -murmuró cuando terminó dispuesta a irse a la alcoba.

– Buenas noches -respondió Mitch después de darle un beso fugaz.

Al quedarse solo en el sofá, Mitch se dijo que la había besado como a una amiga con la que mantenía una relación sin importancia. Era la única manera de hacerlo.

Sin embargo, se mantuvo despierto un buen rato, pensaba en ella y en lo que sentía al besarla. Britt tendía a mantenerse distante, como un animal tímido, pero en cuanto se relajaba, daba evidencia de una reserva inmensa de pasión oculta. La pasión había sido patente cuando le había demostrado lo que eran esos besos.

Se dijo que sería una gran esposa para algún hombre con suerte; luego esponjó la almohada pensando que él no sería el afortunado.


Las pequeñas durmieron hasta las cuatro de la mañana. Ese lapso de tiempo en que durmieron sin interrupción fue delicioso y Mitch y Britt lo celebraron tomándose un vaso de leche mientras alimentaban a las criaturas, las cambiaban y volvían a acostarlas. Donna se durmió pronto, pero tuvieron que pasear a Danni durante quince minutos para que conciliara el sueño. Luego Britt y Mitch se acostaron en sus propias camas y durmieron como troncos hasta las ocho de la mañana, hora en que las niñas volvieron a despertar ronroneando a la luz del sol.

– ¿Sabes una cosa? -preguntó Mitch mientras cambiaba de pañal a una de las criaturas-. Uno podría dedicar toda la vida a las pequeñas cuando están así.

– Es verdad. Las niñas tan pequeñas como éstas necesitan a sus madres.

– Y a sus padres -le recordó Mitch con orgullo-. ¿Qué decís, niñas? ¿Estáis listas para el desayuno? -hizo malabarismos con los biberones-. Vuestro chef de esta mañana es Mitchell Caine, un calentador de biberones extraordinario. Por favor tomad asiento y preparaos para que se inicie la alimentación.

Siguió haciendo payasadas mientras se preparaban para seguir con la rutina de la mañana y Britt rió y levantó a las niñas, una a una, para que lo vieran. Pero cuando se sentaron cada uno con una niña y un biberón, sintió un poco de tristeza. Sólo les quedaba ese día. Al día siguiente, tendrían que llevar a las niñas a algún lado y ella y Mitch tendrían que volver a sus respectivos trabajos. No había manera de ignorarlo, vivían con tiempo prestado.

Le parecía extraño que se hubiera adaptado con tanta facilidad a ser una madre adoptiva. Nunca había albergado deseos secretos de tener un bebé. Pero parecía que no era sólo la maternidad la que la atraía. Eran esas dos niñas. Tenían algo a lo cual Britt no podía resistirse.

Miró a Mitchell y él sonrió. El corazón de Britt mariposeó. No podía describirse de otra manera. Sintió que las mejillas se le encendían. Bajó la cabeza y deseó que Mitch no se hubiera dado cuenta. Ella no podía dejar de pensar en él. Mitch era parte de esa experiencia, estaba tan estrechamente ligado a todo lo ocurrido que no podía pensar en las gemelas sin pensar en él. Pero había más.

Sabía que nunca había sentido lo mismo por ningún hombre. Nunca había reaccionado así. Nunca le había gustado otro tanto como él, nunca había querido que la besaran y acariciaran como deseaba que lo hiciera él. ¿Era eso amor?

Realmente no importaba. Mitchell no estaría a su lado mucho tiempo. Los dos lo sabían. Tendría que ocultar lo que sentía por él. No había nada peor que una mujer enferma de amor fantaseando con un hombre que no tenía ningún interés en ella. No se permitiría ser ese tipo de mujer. Nunca.

Danni terminó el biberón y le sonrió a Britt quien le correspondió feliz. Levantó a la criatura sobre su hombro y le dio palmaditas hasta que obtuvo un gran eructo que la hizo reír de nuevo. Luego dejó a la niña encima de la manta, en el suelo, y corrió a la alcoba de donde salió con la ropa que habían comprado el día anterior.

– Qué haces? -preguntó Mitch mientras colocaba a Donna al lado de su hermanita.

– Ponerles los vestidos y los gorros -respondió-. Tienen que ir a la catequesis del domingo.

– ¿Qué?

– Tranquilo -sonrió-. No las sacaré. Lo haremos aquí mismo. Sólo unas canciones y una plegaria -dio unos pasos atrás para mirarlas con orgullo.

Mitch se mantuvo distante mientras las observaba; estaba tan orgulloso como Britt, pero no se lo diría.

– Al menos te convencí de que no compraras los zapatos -gruñó él.

– Lo sé. Por eso el cuadro no es perfecto -frunció el ceño-. Pero los calcetines ayudan.

– Sin la menor duda -rió-. Siempre ayudan, ¿no?

– Ve a por la cámara, por favor -se volvió hacia él sonriendo-. Está encima de la mesa del comedor -se inclinó y les estiró los calcetines. Cuando Mitch volvió estaban listas para las fotografías.

Hicieron las fotos por turnos para que uno y el otro posaran con las pequeñas con diferentes trasfondos. Rieron y jugaron hasta que las niñas se cansaron y empezaron a lloriquear. Luego, cada uno levantó a una chiquilla y se pasearon con ella hasta que comenzó a dormitar. Finalmente las acostaron.

– Es maravilloso cuando las dos se duermen al mismo tiempo -murmuró Britt al dejarlas en las camas-. Ojalá hubiera alguna manera de programarlo para que siempre sucediera así.

Cuando volvieron a la sala y vio que estaba hecha un caos frunció el ceño. Su casa que normalmente mantenía inmaculada, parecía un campo de refugiados. Biberones, ropa, mantas, sonajeros, todo yacía por doquier.

– Qué desorden -comentó-. Dame un minuto y esto quedará…

– No.

– ¿No? -repitió confusa e intrigada.

– No, cuando se tienen niños también se tiene desorden -movió la cabeza y sonrió-. Aprende a vivir con eso, Britt Lee. En este momento necesitas descansar para renovar tus energías para el siguiente encuentro con los angelitos. Vas a venir a sentarte en el sofá y a descansar unos minutos.

– ¿SÍ?

Por algún motivo que no pudo comprender bien, permitió que Mitch la llevara al sofá y tirara de ella para sentarla a su lado.

– Has conseguido que yo te hablara de mi niñez, pero tú no has dicho una sola palabra respecto a la tuya.

– No suelo hablar de ella -se puso tensa y deseó no haber cedido a la tentación. Se movió inquieta-. Tengo que arreglar esto un poco y todavía no hemos desayunado.

Mitch llevaba bastante tiempo trabajando de investigador, de modo que reconoció inmediatamente la reacción de Britt. Con indiferencia fingida, le rodeó los hombros con el brazo para mantenerla quieta.

– Todavía no -murmuró-. Descansaremos y hablaremos. ¿De acuerdo?

Britt se obligó a tranquilizarse un poco y asintió a regañadientes.

– Muy bien, comenzaremos por el principio -sugirió él-. ¿Dónde naciste?

– Aquí en Honolulu -lo miró y desvió la mirada.

– ¿Cuándo?

– Hace veintiocho años -dijo después de humedecerse los labios.

– Ah, eres mayor de lo que pensaba.

– Pero sigo siendo más joven que tú -se volvió con una sonrisa.

– ¿Cómo se llama tu madre? -preguntó sonriendo.

– S-S-Suzanne -dijo y se maldijo por tartamudear.

Mitch le dio entonces la mano, como si quisiera protegerla. Por lo visto a Britt le resultaba difícil hablar de eso. Pero el instinto de Mitch le indicó que necesitaba hablar un poco más del tema. Además, él deseaba saberlo.

– ¿Y tu padre?

– Tom.

– ¿Tienes hermanos o hermanas?

– No.

– ¿Dónde están ahora tus padres?

– Murieron.

Durante un momento Mitch pensó que quizá sería mejor olvidar esa conversación, pero decidió continuar. Algo le indicaba que Britt necesitaba hablar.

– Lo siento. ¿Cuándo murieron?

Britt tenía un nudo en la garganta y no pudo decir una palabra más. Era ridículo y ella lo sabía. Sus padres habían fallecido años atrás. Ella ya debería aceptarlo con tranquilidad. ¿Qué le pasaba?

Odiaba pensar en eso, odiaba revivir aquellos días. Era como mirar dentro de una cueva y sentir que salía un aire frío y peligroso.

– Yo era una chiquilla -logró decir por fin-. Tenía cinco años.

– Cinco años.

Mitch sentía el dolor que Britt experimentaba y de pronto vio a aquella chiquilla de cinco años, sola con su agonía, asustada, encogida en la oscuridad, con los ojos abiertos por el terror, y la abrazó como si de alguna manera pudiera quitarle el pesar a la pequeña de entonces.

– Lo siento -murmuró y por impulso se inclinó para darle un beso en la cabeza y ocultar el rostro en su pelo.

Britt cerró los párpados con fuerza para impedir que brotaran las lágrimas. No, se dijo con fiereza. No lloraría. Era demasiado vieja, eso había sucedido mucho tiempo atrás y ella debía soportarlo como adulta que era. Pero había algo en el consuelo que Mitch le brindaba que le hacía difícil dominarse. Deseó tumbarse contra él y dejar que la acariciara y le enjugara las lágrimas con besos. Pero no podía permitírselo. Logró olvidar el dolor y dominar la tentación de regalarse con el consuelo que él le ofrecía.

Alejarse del abrazo de Mitch no fue fácil, pero lo hizo.

– Tengo muchas cosas que hacer -murmuró sin mirarlo-. Voy a ver qué tengo para el desayuno.

Mitch la vio salir con el ceño fruncido. Nunca había conocido a una mujer que le tuviera tanto miedo al placer. Eso lo hizo meditar y preguntarse si el placer para él se había convertido en algo demasiado vulgar. Deseaba dárselo a Britt en ese momento, pero ella se rehusaba. Quizá Britt tuviera razón.

La siguió a la cocina donde le propuso algo.

– Yo prepararé el desayuno mientras tú ordenas la sala.

Ella se lo agradeció y Mitch no tardó en tener dos platos llenos de tortitas humeantes, bañadas con mantequilla y miel calentada.

– Eres muy hábil en la cocina.

– Lo soy, puedes preguntárselo a cualquiera.

Estuvieron riendo y bromeando durante todo el desayuno así que cuando las niñas comenzaron a lloriquear, se acercaron a ellas con el rostro sonriente.

– Hola, niñas bonitas -las saludó Mitch y levantó a Danni para dársela a Britt antes de levantar a Donna-. ¿Cómo estáis?

Las dos rieron al oír su voz. Britt seguía sin comprender por qué les agradaba tanto.

– Debe ser tu colonia -le dijo-. 0 alguna vibración mística que emites.

– Es mi personalidad encantadora, Britt. Acéptalo, soy un gran tipo.

Jugaron un rato con las niñas y luego se sentaron para observarlas.

– ¿No te parece que están más espabiladas que el viernes? -le preguntó Britt a Mitch-. ¿Ves cómo miran a su alrededor? No lo hacían al principio.

Mitch estuvo de acuerdo, pero se guardó el resto de su opinión. Conocían los antecedentes de Janine y no podía descartar la posibilidad de que esas criaturas fueran hijas de una madre dependiente de las drogas y que un pediatra tendría que examinarlas pronto. Pero no quería decírselo a Britt. No tenía sentido preocuparla.

Salió para ir a su apartamento para cambiarse de ropa y ver si tenía recados en el contestador. Como siempre, la lucecita parpadeaba. Activó la cinta y oyó la voz de su amigo Mitck quejándose porque Mitch no había acudido a la cita para jugar al tenis con él. Luego oyó la voz de Chenille utilizando su voz de niña pequeña para preguntarle a qué hora la iba a llamar. Finalmente, oyó la voz de Jerry, desde la comisaría.

– Oye, Caine, es posible que quieras venir. Tengo algunos datos más acerca del sinvergüenza que te interesaba. Ven si sigues interesado. Y sí, estoy en la oficina en domingo. Tus impuestos están trabajando.

El sinvergüenza del cual hablaba tenía que ser Sonny. Mitch consultó su reloj, eran casi las doce. Si se daba prisa podría pescar a Jerry antes de que éste saliera a comer.

Fue al apartamento de Britt para hacérselo saber.

– Es posible que el contacto que tengo en el departamento de policía tenga información para mí -le dijo-. Supongo que debo ir a ver si esa información nos puede ser útil.

– ¿Han encontrado a Jaime?

– No lo sé. Iré a averiguarlo y volveré en cuanto pueda -le acarició la mejilla y le hizo un guiño-. Te veré pronto -volvió a salir.

Britt vio que la puerta se cerraba y el corazón se le subió a la garganta. Algo iba a suceder, lo presentía. Deseó que no fuera nada terrible, pero su experiencia en la vida la había acostumbrado a esperar lo peor.

Sin darse cuenta volvió a sonreír cuando se volvió hacia las criaturas. No podía evitarlo. Ellas llenaban algo en ella, algo que no había necesitado antes. Se sentó en el suelo y cantó quedo con un sonajero en la mano y viendo las reacciones diferentes de cada pequeña.

Donna que era franca y siempre estaba dispuesta a cualquier cosa, agarró el sonajero decidida. Danni era más cautelosa. Deseaba esperar y ver antes de comprometerse. Las dos sois los ojos azules y unos mechones de pelo castaño, pero Danni tenía un rizo pequeño en la coronilla, justo donde Donna tenía una pequeña calva.

– Las dos sois adorables -suspiró mientras jugaba con ellas-. Ojalá pudiera quedarme con vosotras.

A Britt comenzó a latirle aceleradamente el corazón. Había dicho las palabras en voz alta y al hacerlo había comprendido que llevaba tiempo pensando en ello. Deseaba a esas niñas, pero eran de otra persona. ¿Cómo había permitido que la situación la atrapara de aquella manera?

Su corazón se llenaba de ilusiones nuevas, ilusiones que no se atrevía a pensar. Quizá pudiera seguir siendo parte de la vida de las niñas. Cuando Janinie volviera y viera lo bien que ella y Mitch habían cuidado a sus hijas, quizá…

¿Qué? ¿Les entregaría a sus hijas? Vamos, Britt, se amonestó. Debía enfrentarse con la realidad. Nadie entregaba a sus hijos con tanta facilidad.

Por supuesto que no, pero quizá ella pudiera ayudar a Janine con un poco de dinero y quizá Janine y ella serían amigas. Y si Janine necesitaba alojamiento, podría quedarse en su casa, aunque fuera temporalmente, hasta que pudiera ganarse la vida. Quizá, quizá, quizá.

Hizo un movimiento negativo con la cabeza. Era necesario que dejara de soñar despierta. Tenía que ser realista.

Con firmeza se dijo que todo marchaba bien. Ella mostraría madurez. Las niñas se irían cuando tuvieran que irse. Sería difícil, pero posible. Sin embargo y mientras tanto, las disfrutaría lo más posible.

– Sí, encantos -les ronroneó-. Sí, pequeñas.

El timbre de la puerta interrumpió el juego. Britt se puso de pie para ir a abrir. Su jefe estaba al otro lado de la puerta.

– Hola -Gary ojeó el apartamento con recelo-. ¿Dónde está él?

– No está aquí, puedes entrar -movió la cabeza con exasperación.

– Estupendo. Tenía la esperanza de encontrarte sola -frunció el ceño-. Britt, tenemos que hablar.

– Hazlo -se encogió de hombros.

– No, quiero decir, en serio -volvió a mirar a su alrededor como si no creyera del todo a Britt. Cuando se aseguró de que estaban solos, se sentó en el sofá y se inclinó hacia adelante-. Escucha, cariño. Ese tipo no te conviene. Te tiene atada. No sabes lo que estás haciendo ni hacia dónde vas. Te tiene hechizada.

– No es verdad -se sentó en el suelo, al lado de las niñas.

– Te equivocas. Interpreto las señales. Te tiene tan dominada que lo miras como un cachorrito.

– No es cierto.

– Entonces, ¿estoy ciego?

– Supongo que sí.

– No lo estoy.

– Ay, Gary, no te preocupes por mí -rió-. Soy adulta y puedo manejar cualquier situación.

– ¿De modo que no aceptas que estás loca por él?

– No he aceptado nada -colocó una mano en la rodilla de Gary-. Pero te agradezco tu preocupación.

– Hay algo más -movió la cabeza, irritado porque parecía que no lograba que Britt comprendiera-. ¿Por qué siguen aquí las niñas? ¿Dónde están sus padres? Las tendrás sólo este fin de semana, ¿no?

– Sí -Britt evitó mirarlo a los ojos porque pensaba que todavía no era el momento de decirle la verdad-. Es posible que mañana ya no estén aquí.

Gary volvió a mover la cabeza como si pensara que Britt estaba loca, pero se bajó a la alfombra donde levantó a Danni, antes de bajarla para mecerla en sus brazos.

– A esta edad se encariñan pronto con uno. Incluso es posible que ya piensen que eres su madre.

– ¿Tú crees? -preguntó Britt tratando en vano de mostrarse indiferente.

– Las niñas de esta edad sólo necesitan mucho cariño y muchos brazos.

– ¿Cómo sabes tanto de bebés? -preguntó Britt sonriendo y sorprendida.

– Me crié en una familia grande -contestó serio-. Mi madre adoraba a los niños. Y ya sabes que mi hermana es parecida. Además -sonrió cohibido-. No se lo cuento a casi nadie, pero yo pensaba dedicarme a la educación infantil. Trabajé en un centro de cuidados infantiles para pagarme los estudios. En mi época fui el señor Gary para muchos párvulos.

– Señor Gary, eh? -rió-. Estoy segura que lo hacías de maravilla.

– Lo hacía bastante bien -volvió a dejar a Danni en la manta y se volvió para mirar a Britt con expresión sombría-. Pero hablo en serio, Britt. No puedes tenerle fe ni confianza a un hombre como Mitch.

– Gary… -desvió la mirada.

– No, escúchame. Tengo que hacerte una advertencia. Conozco a los hombres como él, no mantiene la vista fija durante mucho tiempo.

Britt sonrió porque Gary tenía razón. Pero, ¿qué importaba? ¿No se daba cuenta de que Mitch nunca la tomaría en serio? Ella sabía perfectamente lo que ocurría y no se hacía ilusiones.

– Creo que exageras -trató de convencerlo.

– No quiero que te hagan daño. Y si te casas con él…

– No pienso casarme con nadie -le miró sorprendida.

– ¿Ni siquiera conmigo?

– ¿Tú? ¡Gary!

– Lo he dicho en serio, Britt -tenía el corazón en la mirada-. Siempre te he estimado mucho, lo sabes. Y no soporto permanecer marginado en tanto veo que arriesgas tu futuro. Si puedo hacer algo para que esto no suceda…

Qué tierno, un matrimonio por compasión. Britt se habría reído en su cara si Gary no estuviera tan serio. Se mordió el labio y trató de pensar en la manera de tranquilizarlo y rechazarlo al mismo tiempo. Pero antes de que pudiera encontrar la respuesta indicada, Gary la besó.

Nunca lo había intentado y Britt no esperaba que lo hiciera. Sus labios eran tan suaves como los de Mitch, mostraban tanta pasión como él. Pero algo faltaba. A Britt no le gustó mucho. De hecho, contuvo el aliento y deseó que se terminara pronto. Además, no le correspondió.

A1 menos, eso contestaba una pregunta, se dijo mientras esperaba que el beso terminara. No había cedido con Mitch al deseo reprimido. ¿Significaba eso que para ella nunca habría otro hombre más que Mitch? Quizá.

Cuando Gary se alejó, Britt comprendió que él también se había dado cuenta de que el asunto no había marchado bien. Le sonrió, le dio una palmadita en la mejilla y dijo:

– Gary, será mejor que te vayas.

– Está bien -a regañadientes se puso de pie-. Me iré. Pero ten cuidado. Y no olvides que siempre estaré disponible. Llámame cuando me necesites.

– Gary, gracias -abrió la puerta, se apoyó en ella y sonrió.

– No tienes por qué darlas. Llámame.

– Adiós.

– Adiós.

Britt cerró la puerta y volvió al lado de las pequeñas. Era casi la hora en que debía darles de comer. Si Mitch no volvía pronto, tendría que arreglárselas sola y sería difícil. Sonrió al pensar en la situación. Podría hacerlo. En ese momento, sentía que era capaz de hacer cualquier cosa.

Mitch entró al apartamento. Caminó despacio como si nunca hubiera estado ahí. Oía a Britt en la siguiente habitación, pero en vez de ir hacia ella, se desplomó sobre el sofá y esperó.

Ella salió a los pocos minutos.

– No sabía que habías vuelto -dijo sorprendida.

– Aquí estoy -sonrió con tristeza.

– tesas descubierto algo sobre Sonny y Janine? -se sentó a su lado-. Espero que nunca aparezcan. No puedo creer lo mucho que me divierto con esas niñas. Creo que no podré renunciar a ellas cuando llegue el momento de hacerlo.

Mitch la observó pensativo. Britt tenía los ojos brillantes y las mejillas rosadas. Parecía más contenta que nunca.

– ¿Por qué estás tan contenta? -le preguntó agarrándole la mano.

– Esas pilluelas -sonrió-. Son adorables. Ah, Gary ha estado aquí.

– ¿De verdad? ¿Ha intentado convencerte de que huyeras con él?

– No -se lo quedó mirando-. ¿Por qué habría de hacer algo como eso?

– Porque te desea. ¿No te has dado cuenta?

– No seas tonto.

– No seas tan distraída.

– Estás de muy mal humor -frunció el ceño y le miró a los ojos-. No es normal en ti.

– ¿No? -se volvió-. ¿Cómo puedes saberlo? -preguntó irritado-. ¿Qué sabes realmente de mí?

– ¿Qué pasa, Mitch? -se acercó más a él-. ¿Qué ha pasado?

– Sonny y Janine… -bajó la mirada-. Britt, los dos han muerto.

– ¿Qué? -preguntó aterida.

– Sonny y Janine -asintió despacio-. De alguna manera se han encontrado. Murieron anoche cuando la policía los perseguía a gran velocidad. Su coche chocó contra el lindero de un puente… y los dos fallecieron en el acto.

– Están muertos -repitió Britt de manera automática. La habitación pareció inclinarse y la luz, disminuir. Se volvió hacia el lugar en el que dormían las pequeñas.

– Sí, muertos -Mitch se movió incómodo-. Esto cambia todo.

Britt asintió con los ojos llenos de lágrimas.

– Donna y Danni son huérfanas -murmuró-. Ay, pobres criaturas.

– Sí -Mitch se aclaró la garganta-. El departamento está buscando a los parientes más cercanos que tengan para notificarles de las muertes. Yo volveré más tarde para averiguar qué han descubierto. Tendremos que llevar a las niñas mañana temprano.

– ¿Qué?

– A Donna y a Danni. Tendremos que llevarlas. La policía está buscando a sus parientes.

– ¿Acaso les has dicho…? -se aferró a su brazo.

– No, no te preocupes. No se lo he dicho a nadie.

– Gracias a Dios.

– Pero, Britt eso no importa -frunció el ceño-. De cualquier manera tendremos que llevarlas.

– Por supuesto -aceptó, con la mirada perdida.

– Britt… -le hizo volver la cabeza para que lo mirara de frente-. Britt, encontrarán a alguien. Un tío. Una tía. Un abuelo o abuela. Y las niñas tendrán que irse con alguien de la familia.

– Lo comprendo -asintió con impaciencia-. No estoy loca.

No, Britt estaba cuerda, pero Mitch estaba preocupado por su corazón.

Su corazón de oro. La abrazó y ella se lo permitió. Cuando Mitch se inclinó hacia Britt, ella levantó el rostro con los labios húmedos y dispuestos. Mitch la besó olvidándose de que se había propuesto ser únicamente su amigo.

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