Capítulo Cuatro

Mitch dejó el libro y bostezó. Se quedaría dormido si seguía leyendo. Además, no había descubierto nada especial.

– Diría que todo parece marchar con normalidad, ¿verdad? -preguntó cuando Britt levantó la cabeza.

– Sí -asintió pensativa-. Con excepción de las cunas.

– ¿Qué cunas? -tuvo un poco de temor.

– Necesitan camas.

– Pronto serán las tres de la madrugada -comentó después de mirar el reloj; estaba agotado-. No creo que haya tiendas abiertas a esta hora.

– Por supuesto que no. No podemos ir a comprarlas. Lo sé. Pero quizá podamos hacerlas.

– ¿Hacerlas? Esta noche no.

Britt no contestó, pero a él no le importó. No se retractaría. Esa noche no se convertiría en un carpintero.

– Además -continuó con lógica-. No querrías despertarlas sólo para acostarlas en camas mejores. Por Dios, están dormidas.

De pronto oyeron algo en la habitación. Mitch gimió, pero Britt saltó como si lo esperaba.

– Muy bien -dijo como un general frente a sus hombres-. Entraremos. Les cambiaremos los pañales. Les daremos de comer y deberán volver a dormirse.

– ¿Es necesario que les cambiemos los pañales? -dio un paso atrás.

– Creo que no se los hemos cambiado con suficiente frecuencia.

– ¿Si yo las doy el biberón a las dos, las cambiarás tú? -preguntó Mitch, que no quería encargarse de eso.

– ¿Cómo lo harás? -giró los ojos.

– Tengo dos manos, me las arreglaré.

– No seas tonto -levantó la barbilla. El General Britt estaba a cargo del asunto-. Ven, te enseñaré cómo hacerlo. Creo que ya lo tengo resuelto.

Y Britt le enseñó a cambiar pañales. Las niñas despertaban y emitían sonidos de satisfacción. Mitch se sorprendió al darse cuenta de que esos momentos podían causar cierta satisfacción.

– Mira, mamá -le susurró a Britt cuando vio que Donna lo miraba-. Estamos haciéndonos amigos.

– Cambia a esta y yo iré a calentar los biberones -dejó a Danni junto a su hermanita.

Las dos miraron a Mitch. Él las meció y les cantó una canción tonta. Donna sonrió, pero Danni frunció el ceño.

– Danni, Danni, sonrió -entonó él-. Anda, preciosa. Te cantaré una canción.

Mitch repitió sus versos tontos primero dirigiéndose a una y luego a la otra y ellas no tardaron en reír. Mitch sintió un nudo extraño en el pecho, como si dentro de sí tuviera un globo que se inflaba y que pronto iba a explotar. ¿Por qué le causaba tanta alegría la reacción de las niñas?

– ¿Qué canción es ésa? -preguntó Britt sonriendo cuando volvió con los biberones.

– No tengo la menor idea -respondió alejándose de las criaturas a regañadientes-. Quizá mi madre me cantaba cuando yo era pequeño.

– Es posible -se volvió de inmediato-. Toma el biberón, verifica el calor sobre tu muñeca.

Mitch se sentó con Danni en brazos. Sonrió mientras ella bebía con ansiedad.

– Creo que te das cuenta de lo que esto significa. Acabamos de cambiarles los pañales y están bebiendo. Tendremos que cambiarles los pañales otra vez.

– Así es ¿no te parece gracioso?

– ¿Gracioso? -gruñó él-. Me parece que es casi trágico.

Danni lo observaba con los ojos bien abiertos y sin dejar de comer y de pronto, Britt notó que Donna, en sus propios brazos, volvió la cabeza para mirarlo también. Cada vez que Mitch hablaba, Donna volvía la cabeza.

– Dios santo -dijo mirándolo sorprendida-. Incluso a esta edad, les gustas a las niñas. ¿Qué tienes que las atrae?

– Quiero saber por qué no lo ves tú -fingió sentirse ofendido.

– ¿Yo? -no comprendió, pero luego se tranquilizó porque supuso que estaba bromeando. Por lo visto él no lo había notado. ¿Estaría ciego?

– Supongo que soy inmune. ¡Qué suerte la mía! -murmuró.

– No sabes distinguir la buena calidad -cambió a Danni de postura-. 0 quizá no tienes sentido del humor. Las atraigo con mi personalidad de amante de la diversión. ¿No te das cuenta?

– Quizá eso atraiga a las niñas. Presiento que hay algo más que atrae a las mayores.

– ¿De modo, que te has dado cuenta? -sonrió.

– Bueno -repuso evitando mirarlo de frente-. Veo que ocurre, pero ignoro el motivo.

– Te diré qué atrae a las mujeres -se inclinó hacia la cabecera de la cama-. Definitivamente mi forma de besar.

– ¿Qué has dicho?

– Mis besos -repuso divertido-. Nunca se cansan de que las bese.

– Vaya, eso es algo que debe enorgullecerte. No olvidaré grabar en tu lápida, cuando te hayas ido, las siguientes palabras: «Al menos, sabía besar».

Mitch soltó una carcajada y Danni soltó el biberón para mirarlo. Con suavidad, él volvió a metérselo en la boquita antes de preguntarle a Britt:

– ¿Qué quieres que escriban en tu lápida?

– Era lista y supo cuidarse -contestó sin titubear.

– ¡Qué par! -rió después de pensar un momento-. La mayoría de la gente quiere que sus lápidas digan: «madre querida» o «buen padre y esposo» o «fue honrado». Y nosotros estamos hablando de besos y de amor propio. ¿No te parece que somos muy superficiales?

– Habla por ti, no creo que yo sea superficial -apoyó a la criatura en su hombro y le dio unas palmaditas para que eructara-. ¡Pero tú! Piensas que besar lo es todo.

– ¿Cómo sabes que estoy equivocado si no lo has probado?

– Probado, ¿qué? -preguntó a su vez.

– Besarme -respondió-. ¿Quieres ver si puedo hacerte cambiar de opinión?

– No -Britt se ruborizó.

– ¿Qué edad tienes? ¿Unos veinticinco? Britt no contestó.

– Seguro que tienes ya unos diez años de experiencia en besos. Podría besarte para que me dieras tu opinión.

A Britt empezaba a resultarle insoportable la forma en la que se estaba desarrollando esa conversación. Estaba poniéndose nerviosa. Además, nunca besaría a Mitch, no tenía motivos para hacerlo.

– No tengo experiencia en los besos -replicó-. Nunca ha sido uno de mis pasatiempos favoritos. De hecho, casi no he besado.

Mitch la miró sorprendido.

– ¿Por qué será? -preguntó quedo.

Britt deseó no haber revelado esa información. Era algo de lo que nunca hablaba con nadie, ni siquiera con otras mujeres. ¿Por qué, entonces, se lo había dicho con tanta facilidad a él? Tendría que tener más cuidado en el futuro.

– Porque no creo en ese tipo de cosas -dijo para explicar sus sentimientos-. Hay cosas mejores en la vida que salir con un estúpido que no piensa en otra cosa que no sea compartir la cama.

– Quieres decir que nunca has tenido una relación con un hombre?

Britt comprendió que su declaración la hacía parecer como una persona inadaptada, pero tenía la suficiente valentía como para rechazar ser parte de los estereotipos. Se trataba de su vida y ésta no la avergonzaba.

– Nada serio.

– Sé que no es porque no les parezcas atractiva a los hombres -frunció el ceño y movió la cabeza como si no pudiera creer lo que había oído-. Seguro que intentas mantener siempre a los hombres a distancia.

– ¿Y a ti qué te importa? -preguntó a la defensiva.

Mitch se preocupó realmente por ella. Era muy bonita, inteligente y tenía muchas cualidades que deberían permitirle disfrutar de la vida. ¿Cómo podía desperdiciarla de esa manera?

– Debes vivir con plenitud, Britt. Tienes que aceptar la experiencia y probarlo todo. No puedes ocultarte de la vida.

– ¿De lo contrario? -se burló en tono sarcástico-. ¿Sería infeliz?

– Bueno… sí.

– Por favor -no era la primera vez que oía esas palabras-. Algunas de las mujeres más infelices que conozco comenzaron a probar demasiado pronto y a los veintiún años terminaron con dos hijos y un esposo al que no soportan. ¿Feliz? Comparada con ellas, vivo en el paraíso.

Mitch enmudeció; pensándolo bien, ella tenía cierta razón. Conocía a muchas mujeres como la que ella había descrito y también a muchos hombres sufriendo por haberse dejado llevar por la pasión.

La observó con el ceño fruncido y se preguntó qué más podría decir Britt al respecto y si él realmente deseaba iniciar una campaña para que ella cambiara de modo de vida. Sabía que si lo lograba, él correría algunos riesgos que todavía no estaba dispuesto a correr. Valoraba su libertad como cualquier otro y de alguna manera, ella había insinuado que también valoraba la suya.

Britt estaba pensando en otra cosa. No tenía mucho que decir sobre las relaciones sentimentales y prefería dejarlas en el trasfondo de su mente. Cuando su niña terminó de comer, Britt se puso de pie con Donna en brazos, y miró a su alrededor mordiéndose el labio.

– No soporto que tengan tan poco espacio en un canasto -dijo por fin-. Se me ha ocurrido algo -se volvió animada-. Coloquémoslas en unos cajones.

– ¿Qué? -preguntó horrorizado. Instintivamente abrazó con más fuerza a Danni.

– No seas tonto, no he sugerido que cerremos los cajones -lo amonestó moviendo una mano-. Sacaremos los cajones.

Mitch debería haber imaginado que Britt volvería a hablar de las cunas. Suspirando, tuvo que aceptar que Britt Lee era una mujer decidida.

Britt no esperó a que Mitch estuviera de acuerdo. Dejó a Donna en la cama, se volvió y sacó un cajón; volcó el contenido en el suelo sin fijarse que se trataba de su ropa interior.

– Perfecto -comentó contenta mientras deslizaba la mano sobre los bordes para cerciorarse de que no tuvieran astillas-. Forraré los lados con toallas. Luego tendremos que buscar algo que sirva de colchón. Por lo que he leído, los problemas aparecen cuando bajan el rostro sobre algo demasiado blando que les impide respirar.

Sacó otro cajón y comenzó a buscar en el armario.

Mitch sonrió. Le gustaba su entusiasmo y su forma de enfocar un problema para solucionarlo. Sin duda, podría ser una amiga estupenda.

Cuando Britt terminó, los cajones habían dejado de parecerlo. Colocaron las camitas una al lado de la otra, en el suelo y acomodaron a las pequeñas.

– En el libro he leído que es mejor tumbarlas de espalda -comentó Mitch mientras acostaba a Danni.

– ¿De espaldas? ¿Estás seguro?

– Sí. Dicen que antes se les aconsejaba a las madres primerizas que los tumbaran boca abajo, pero por lo visto se ha demostrado que es preferible que se tumben de espaldas.

Qué dirán el año que viene? -miró a las niñas con preocupación-. Ya no sé qué debo hacer.

Mitch se encogió de hombros.

– Las acostaremos de lado. Si las apoyamos con mantas y mantenemos éstas alejadas de sus caritas, estarán cómodas.

– De acuerdo. Está bien.

Las criaturas no tardaron en estar acomodadas en sus camitas nuevas y las dos gorjeaban de manera perezosa. Mitch estaba de pie, al lado de Britt y las observaba. Se sentía satisfecho, pero cuando trató de rodear los hombros de Britt con un brazo en gesto amistoso, ésta se alejó con un movimiento brusco.

– Lo siento -murmuró él, pero Britt ya no lo miraba y había empezado a recoger los pañales usados.

«De modo que es cierto», se dijo Mitch. Britt se consideraba intocable. ¿Qué le había pasado para que huyera como una animalito asustado?

Se volvió para ayudarla a ordenar la habitación pero antes de poder comenzar, su atención se desvió por algo. Fijó la mirada en el suelo, donde estaba el montón de ropa interior que Britt había dejado en el suelo al vaciar el cajón. Aquellas prendas de nylon y encaje eran la ropa interior más sensual que había visto en su vida. Eran sencillas y bonitas, como pedazos de niebla y rocío al calor del sol en tonos de malva y lavanda. Nunca hubiera imaginado que aquella mujer usaría ropa interior tan romántica.

– Muy revelador -murmuró.

– ¿Revelador? -Brin se volvió para ver de qué estaba hablando y rió con desdén mientras recogía la ropa-. No son reveladoras, simplemente tienen encaje.

– Quería decir que revelan mucho acerca de ti.

– ¿La que realmente soy? De verdad, no te compliques la vida. Soy exactamente lo que parezco. '

– No lo sé -Mitch la miraba pensativo-. No lo creo. Pienso que debajo de tu aspecto tranquilo, con la ropa que te pongas para ir al trabajo, hay mucha pasión reprimida.

– ¿Cómo sabes qué me pongo para ir al trabajo?

– Te he visto.

– Psicoanálisis a distancia -replicó-. Deberías trabajar como reportero.

Britt bajó la intensidad de la luz y salieron de puntillas de la habitación. Pero los gritos comenzaron en cuanto cerraron la puerta. Los dos se quedaron quietos, sin atreverse a respirar. Britt lo miró preocupada.

– ¿Debemos dejar que lloren un rato o entramos para tranquilizarlas?

– ¿Me lo preguntas a mí?

Permanecieron junto a la puerta muy atentos. Los llantos aumentaban de intensidad y se miraron intrigados.

– No lo soporto, tengo que entrar -dijo Britt finalmente.

Mitch suspiró, pero la siguió. Las dos diablitas se contorsionaban. Era evidente que no les había gustado que las dejaran solas en la oscuridad y que no tenían ganas de dormir.

– Ahora que tenéis cunitas no queréis dormir -dijo Mitch moviendo la cabeza.

– No podemos dejarlas aquí -Brin levantó a Danni.

Mitch frunció el ceño. No estaba seguro de que estuvieran haciendo lo correcto. Además, estaba agotado. De hecho, añoraba su propia cama.

– ¿Qué haremos? -preguntó.

– Caminar con ellas en brazos, supongo -respondió Britt-. ¿Qué otra cosa podemos hacer?

Mitch levantó a Donna y también comenzó a pasearse de un lado a otro. Las niñas se calmaron, pero tenían los ojos abiertos de par en par.

– Dime una cosa, ¿cuándo duermen los padres? -preguntó Mitch pasados unos quince minutos agonizantes.

– Tengo entendido que no duermen.

– Tienen que dormir en algún momento -repuso con fingido enfado-. ¿Cómo ha podido ocurrir esto? -preguntó Mitch al cabo de un rato.

– ¿El qué? -murmuró Britt mirándolo.

– Cómo ha podido una madre abandonar a dos criaturas en el pasillo de un edificio?

– Seguro que estaba desesperada.

– ¿No crees que debería haber venido para ver si estaban bien?

– Si ha vuelto, se ha equivocado de apartamento -contestó Britt.

– Puedes poner una nota que diga: «Para recabar información sobre las gemelas, pregunte al otro lado del pasillo».

– Muy bien -lo anotó, cogió un rollo de cinta adhesiva y salió para colocar el letrero-. Hecho. Ya me siento mejor.

¿Tendría algún sentido? Janine comenzaba a parecerle cada vez menos real y las niñas más reales. Observó a Mitch que seguía paseándose con la criatura en brazos, y lo compadeció.

– ¿Por qué no tratas de mecer a la tuya en esa silla rosa de la sala? -sugirió-. Se mece un poco.

Mitch lo intentó, pero Donna no quería que la mecieran. Quería jugar y se contorsionó en brazos de Mitch hasta que la dejó otra vez en la cama y la hizo retozar mientras le cantaba una sencilla tonada.

– Escucha -dijo Mitch después de llamar a Britt-. Mira, está intentando cantar -emitió unos sonidos que la niña trató de imitar riendo. Mitch miró a Britt encantado-. ¿No es maravillosa?

– Las dos lo son -Brin asintió enternecida-. Pobrecitas -añadió acariciando a Danni que ronroneaba en sus brazos. Era terrible que las hubieran abandonado…

Tarareó quedo y fue con la niña en brazos a la cocina para ordenar un poco y poner a hervir agua para el té. Mientras tanto, Danni se acurrucó en sus brazos con el ceño fruncido, lo observaba todo. Britt tuvo que aceptar que la situación le gustaba. Era bonito proteger de esa forma a una pequeña.

– Eres muy dulce -murmuró y le dio un beso en la cabecita.

Volvió a la sala y vio que Mitch estaba en la mecedora con Donna en su regazo. Los dos estaban dormidos. Britt se detuvo para observar atentamente su rostro. Se fijó en todos los detalles: los pómulos pronunciados, los músculos del cuello y se estremeció.

Mitch era muy atractivo. ¿Cómo era posible no reaccionar a su encanto? Lo observó un momento más. A pesar de que estaba dormido, abrazaba a la criatura con ternura. Bajó la mirada hacia Danni y vio que ésta también se había dormido.

Colocó a Danni en la cama y volvió a buscar a Donna, pero antes tuvo que despertar a Mitch.

– Mitch. Mitch.

– ¿Dime? -parpadeó.

– Donna está dormida. Dámela y vete a la cama.

– Está bien -se frotó los ojos.

¡Qué alivio! Las dos niñas finalmente dormían. Britt se inclinó para tomar a Donna y le sonrió a Mitch.

– Vete a la cama -le dijo mirándolo con más cariño del que hubiera demostrado si Mitch estuviera bien despierto-. Vete a tu apartamento. Yo me encargaré de todo.

Levantó a Donna y la llevó a la improvisada camita.

– Tranquilas -murmuró-. Haced el favor de dormir unas horas. Es lo único que os pido.

Britt se puso de pie y se dirigió a su habitación donde descubrió que Mitch había seguido su consejo. Cuando le había dicho que se fuera a la cama, no hablaba de la de ella. Pero él estaba ahí profundamente dormido, tumbado en su cama de matrimonio.

– No quería decir eso -murmuró y se acercó, pero se detuvo antes de despertarle. Estaba agotado.

Le quitó los zapatos a Mitch y lo tapó con una manta. Recogió algunas cosas y se volvió para verlo de nuevo. Definitivamente era muy guapo.

Y ella estaba muy cansada. ¿Debería ir a dormirse en el sofá?

No, eso era una tontería. Mitch estaba durmiendo. Ella podría quitarse la blusa, la falda y las medias y deslizarse debajo de las sábanas. No había ningún problema.

Se colocó, apagó la luz y se quitó las horquillas. Ya estaba lista para conciliar el sueño. Estaba a punto de dormirse cuando la voz de Mitch la sobresaltó hasta tal punto que casi se cayó de la cama.

– Buenas noches -balbuceó como si estuviera borracho.

– Buenas noches -respondió con el corazón desbocado. Acostarse al lado de un hombre dormido era una cosa, pero al lado de uno despierto era otra muy distinta. ¿Qué debía hacer?

Sin embargo, no tenía motivos para preocuparse porque Mitch controlaba perfectamente la situación. Había habido momentos en los que Britt lo había atraído. Normalmente, cuando una mujer se acostaba con él, él tenía ciertas expectativas. Con ella sería diferente.

Serían amigos y no amantes. Incluso en su estado de semiconsciencia, lo recordaba. Pero se preguntó cómo sería la relación entre los dos. Todo era nuevo para él, pero necesitaba aclarar la situación. ¿Cuáles serían las reglas a seguir? Y más que nada ¿qué haría con su nueva mejor amiga?

– Brin -dijo con la voz pastosa-, ¿qué tipo de películas te gustan?

– ¿Películas? -preguntó con la mirada fija en la oscuridad-. No voy al cine.

– ¿No vas al cine? -se incorporó apoyado en un codo y la miró intrigado-. ¿Qué quieres decir?

Britt se volvió de lado para darle la espalda y siguió mirando la semioscuridad.

– Leo. No me decepcionan con tanta frecuencia.

Mitch hizo una mueca y se frotó la cara. Leía libros. No se podía hacer eso con una amiga. No daría resultado. Bostezó.

– ¿Qué me dices del desayuno? ¿Sales a desayunar? o…

– No desayuno -respondió impaciente preguntándose qué le pasaba a ese hombre.

– ¿Qué? ¿Y te consideras un amante de lo sano?

– No he sido yo la que ha dicho que lo sea -murmuró deseando que Mitch volviese a dormirse-. Has sido tú.

– Entonces, ¿qué te gusta hacer? -volvió a bostezar.

– Leer y trabajar.

Leer y trabajar. Mitch volvió a tumbarse y fijó la mirada en el techo. Él no podría hacer ninguna de esas dos cosas con ella. No tenía más remedio que enseñarle a llevar una nueva vida.

– Te llevaré a la playa -dijo quedo.

– ¿Qué?

– A la playa. Te enseñaré a practicar el deporte de la tabla hawaiana.

– Nunca -quedó boquiabierta.

– Sí. Espera y verás -suspiró y a los pocos segundos su respiración dio a entender que dormía de nuevo.

Britt se mantuvo quieta con los ojos bien abiertos y se preguntó qué diablos había querido decir. Mitch no se parecía a ninguno de los hombres que ella conocía. Esbozó una sonrisa. Debería saborear ese momento. No creía probable que volviera a compartir una cama con un hombre tan apuesto.

Pero ella no había planeado estar en la cama con nadie. No tenía necesidad de ello. ¿Para qué servía una relación con un hombre? Se necesitaba cuando se quería tener hijos y educarlos. Ella no pensaba tenerlos. Tenía su trabajo. Tenía su vida. No necesitaba nada más.

De pronto descuidó la guardia y permitió que un recuerdo acudiera a su mente. Inmediatamente cerró los ojos y se obligó a no pensar en ello. Su vida tal como estaba era perfecta. El pasado estaba muy lejano y no tenía por qué recordarlo.

Decidida, cerró los ojos e inmediatamente concilió el sueño.

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