14

Después de que la duquesa madre, Caroline, su esposo y Robert visitaran a Elizabeth y al nuevo miembro de la familia, Allie se detuvo en el umbral del agradable dormitorio de paneles de nogal, intentando contener las lágrimas ante la imagen que veía. Elizabeth sentada en la cama, apoyada sobre una montaña de blandos almohadones con bordes de encaje y con el cobertor color marfil a la altura de la cintura. Se la veía limpia y fresca, sin ninguno de los signos externos del parto. El cabello color caoba estaba recogido en una sencilla trenza y vestía un exquisito camisón amarillo pálido. Aunque no se podía negar que parecía cansada, la rodeaba un aura maternal que le daba un aspecto de serena belleza. Sonreía al pequeño fardo de color rosa que sostenía en los brazos. El duque se hallaba sentado en el borde de la cama, rodeaba con su fuerte brazo a Elizabeth, y mantenía la cabeza junto a la de ella. La mirada del duque alternaba entre su esposay su hijita recién nacida con evidente adoración. Era un hombre enamorado de las dos mujeres de su vida.

Hacía rato que el sol se había puesto, y la única iluminación del cuarto provenía de las ardientes llamas de la chimenea y de los candelabros colocados sobre la mesilla. El parpadeante resplandor enmarcaba a los orgullosos padres en una hermosa estampa dorada de felicidad, ante la que Allie se sentía feliz y envidiosa al mismo tiempo, y que le hizo verse como una intrusa que interrumpía un momento íntimo. Aunque su amiga la había hecho llamar, Allie decidió marcharse y volver más tarde, pero en ese momento Elizabeth alzó la vista.

Los años desaparecieron al encontrarse sus miradas, y un caleidoscopio de imágenes llenó la mente de Allie. Elizabeth y ella de niñas, chapoteando en el lago. Riéndose en una comida. Jugando con Patch y los revoltosos perros de Allie. Subiendo con las sábanas al pajar para dormir allí. Compartiendo secretos y sueños, risas y lágrimas. Y el brusco final de su amistad.

«Por mi culpa», pensó Allie.

Observó a Elizabeth mientras ésta le pasaba su precioso paquetito a su esposo. Luego Elizabeth se volvió hacia ella y le sonrió. Y extendió los brazos.

Allie supuso que debía de haber movido los pies, porque de lo siguiente que fue consciente fue de estar inclinada sobre la cama, abrazando a Elizabeth, ambas llorando, riendo y volviendo a llorar.

Finalmente, Allie se apartó y miró aquellos ojos del mismo color que los suyos, sonrientes y llenos de lágrimas. Casi no podía hablar por el gran nudo que sentía en la garganta.

– Elizabeth… me alegro tanto de verte. Te… te he echado tantísimo de menos…

La sonrisa de Elizabeth hubiera podido iluminar toda la habitación.

– Lo mismo digo. Pensaba que no ibas a llegar nunca, y cuando por fin lo has hecho, ni siquiera he podido bajar a recibirte.

Una temblorosa sonrisa le curvó los labios.

– Lo entiendo perfectamente. Al fin y al cabo, los bebés tienden a llegar cuando les da la gana.

– Así es. Y ahora, me gustaría presentarte a nuestra hija… Lily.

– Como tu madre -repuso Allie suavemente. Fue hacia el otro lado de la cama con la intención de mirar dentro del paquetito rosa, pero el duque se lo pasó. Mirando hacia abajo, Allie ahogó un suspiro. Un minúsculo angelito con una boca perfecta dormía, con las pestañas como medias lunas sobre las mejillas. Una manita cerrada reposaba junto al sedoso rostro.

Al ser la hermana mayor, Allie estaba acostumbrada a los bébes, pero habían pasado bastantes años desde la última vez que había tenido a uno en los brazos. El cariño y la añoranza la invadieron e inclinó la cabeza para aspirar el aroma único de los bebés.

– Bueno, hola, Lily-susurró-. Creo que eres la damita más hermosa que he visto nunca. -Allie tocó con el índice la suave manita de Lily. Los minúsculos deditos se abrieron y se volvieron a cerrar agarrando el dedo de Allie. El corazón se le derritió-. Oh, y qué fuerte eres. Y muy afortunada, porque tienes un papá y una mamá estupendos que te quieren mucho. -Alzó la mirada hacia Elizabeth y el duque-. Es maravillosa. Me siento tan contenta por vosotros.

El duque se puso en pie.

– Muchas gracias -dijo-. Y ahora, con vuestro permiso, me retiro para que podáis hablar en privado. Me parece que tengo que ganar una partida de billar. Pero primero acompañaré a mi hija al cuarto de los niños. -Miró a su esposa, y Allie pudo ver que hubiera preferido no apartarse de su lado. El duque apretó la mano de Elizabeth-. Volveré pronto. -Allie le entregó a Lily, incapaz de reprimir una tierna sonrisa ante el hermoso contraste… el hombre alto y de anchas espaldas llevando en brazos aquel paquetito rosa.

Cuando la puerta se cerró, Elizabeth dio unas palmadas sobre la cama.

– Siéntate a mi lado. Tenemos mucho de que hablar. -Allie dudó un instante.

– Aunque me gustaría mucho, debes de estar exhausta…

– Cansada, sí. Pero demasiado eufórica para poder dormir.

Allie se sentó sobre la cama y durante todo un minuto las dos jóvenes simplemente se miraron.

– Te sienta muy bien ser duquesa -dijo Allie por fin. Elizabeth se acercó más a ella.

– Ser duquesa es terrorífico, pero me estoy acostumbrando. Caroline y mi suegra tienen mucha paciencia, y Austin también.

– No creo haber visto nunca a un padre más orgulloso.

Elizabeth rió.

– Por lo que me ha dicho Robert, Austin casi hizo un agujero en el suelo de tanto ir arriba y abajo.

Al oír el nombre de Robert, Allie sintió que el calor le ascendía por la nuca.

– Parecía bastante alterado, es cierto. -Entonces, antes de que la conversación se desviara hacia un camino que ella no deseaba recorrer, sobre todo sin antes decirle a Elizabeth lo que necesitaba decirle, respiró profundamente y comenzó-: Elizabeth, necesito disculparme contigo… Ni siquiera sé cómo expresarte la pena que siento.

– Allie, no lo hagas -repuso Elizabeth amablemente-. Ya te has disculpado en las cartas. Lo entiendo perfectamente. Amabas a David. No hay nada que perdonar.

Allie miró a Elizabeth a los ojos, y los vio cargados de compasión y comprensión. Estaba a punto de ahogarse de remordimiento y vergüenza, y apretó las manos para evitar que le temblaran.

– Sí, sí que lo hay. Me comporté de una forma horrible contigo, y tú tenías razón. -Una lágrima cayó desde sus ojos hasta el cobertor-. Si te hubiera hecho caso… respecto a David…

Lentamente, con dificultad al principio pero cada vez con mayor determinación, le contó toda la historia de la traición de David, su descubrimiento de cómo era él en realidad y sus esfuerzos por reparar el mal que había hecho. Elizabeth la escuchó atentamente, sin decir nada, pero ofreciéndole todo su apoyo y simpatía a través de sus expresivos ojos. Cuando Allie terminó, dejó escapar un suspiro prolongado y cansado. Sentía la piel del rostro tensa por las lágrimas secas y el cuerpo exhausto como si hubiera corrido varios kilómetros. Pero su corazón estaba más ligero; se había librado de un gran peso.

– Sé que aceptaste mis disculpas por carta, Elizabeth, pero merecías que te las presentara en persona. Eras mi mejor amiga y sólo querías lo mejor para mí. -Movió la cabeza y miró hacia el suelo-. Me avergüenzo tanto de no haber sabido ser lo mismo para ti.

– Allie, por favor. Escúchame. Mírame. -Allie alzó la cabeza y miró a Elizabeth a los ojos, que rebosaban compasión-. Has pasado por una situación terrible. No la empeoremos haciéndola durar más. Nuestras diferencias quedan en el pasado, y por lo que a mí respecta, todo está perdonado y olvidado. Lo que necesitas es perdonarte a ti misma. Y permitirte olvidar. -Su mirada se posó en el vestido de luto de Allie.

– Pero yo no quiero olvidar -repuso Allie firmemente-. Si lo hago, corro el peligro de cometer el mismo error. -Respiró hondo-. Ahora que te lo he contado todo, necesito preguntarte…; ¿Tú sabías lo de David? Me escribiste que me lo explicarías cuando viniera a verte… y aquí estoy.

Elizabeth la miró con ojos solemnes.

– Me temo que es difícil de explicar. Y puede que aún te resulte más difícil de aceptar.

Allie alargó la mano y tocó la manga de Elizabeth.

– Puedo aceptar la verdad, Elizabeth, sea la que sea. He aprendido de la manera más dura que son las mentiras y el engaño lo que nos destruye… no la honestidad.

– No me gustaría volver a arriesgar nuestra amistad.

Allie sintió la culpa como si fuera una bofetada.

– Dudé de ti una vez, Elizabeth. Es un error que no volveré a cometer.

Elizabeth asintió con la cabeza, luego exhaló un suspiro de asentimiento.

– ¿Recuerdas que algunas veces yo resultaba ser bastante… perspicaz?

– ¿Bastante perspicaz? -A pesar de la seriedad del momento, Allie sonrió ligeramente-. Nunca olvidaré cuando Jonathan y Joshua nacieron. No sólo adivinaste que mamá iba a tener gemelos, sino tambiér el día en que nacerían y la hora exacta. Y aquella ocasión en que supiste que Katherine se iba a caer del caballo. Me doy cuenta que intuías algo sobre David, pero…

– Fue más que una simple intuición, Allie. Noto cosas. Veo cosas En mi cabeza. Cosas que ocurrirán y cosas que han ocurrido. No lo puedo explicar, pero te juro por mi honor que es cierto. Nunca te lo había dicho, ni a nadie, porque las visiones son fugaces y poco frecuentes. Temía que la gente pensara que estaba loca. -Sus ojos se cargaron de tristeza-. Sabía que David te haría daño. No sabía de qué manera, pero sabía que había hecho cosas malas, que era un mentiroso.

Allie la escuchó, absorbiendo las palabras. No le cabía duda de que debería sentirse sorprendida por lo que le confesaba Elizabeth, o incluso escéptica, pero no era así. Lo cierto era que le habían pasado tanta; cosas extraordinarias en los últimos días que lo que Elizabeth le confiaba casi le parecía normal. Siempre había sabido que Elizabeth en muy perspicaz. Lo único nuevo era saber cuán perspicaz era.

Elizabeth alargó los brazos y apretó con fuerza las manos de Allie entre las suyas. Pasaron casi un minuto en silencio.

– Enamorarse no es un error, Allie -dijo Elizabeth finalmente.

Allie lanzó una carcajada seca y amarga.

– Soy la prueba viviente de que sí puede serlo.

Algo en la intensa mirada de Elizabeth le produjo la inquietante sensación de que le estaba observando el alma, y de repente tuvo miedo de lo que su amiga pudiera ver.

– Elegiste al hombre equivocado. No lo volverás a hacer.

– No, no lo haré. Porque no volverá a haber otro hombre. -Una imagen del sonriente rostro de Robert se formó en su mente, y sintió un nudo en el estómago-. Nunca.

– Pero no debes abandonar el amor. Eso sí que sería un error terrible y lamentable. -Dudó durante unos segundos, y luego preguntó-: Confío en que Robert haya sido una buena compañía.

El calor que sentía en las mejillas aumentó hasta igualar las llamas del infierno.

– Sí.

Elizabeth la miró directamente a los ojos. -Es todo un caballero.

La mente de Allie trabajaba a toda velocidad. ¿Sabría Elizabeth qué secretos ocultaba Robert?

«No debería importarme. Su pasado no es de mi incumbencia.» Pero no podía desoír la curiosidad que la apremiaba, y ésa podía ser una oportunidad perfecta para saciarla.

– Todo un caballero quizá lo sea -dijo, adoptando lo que esperaba que fuera un tono indiferente-, pero tiene sus secretos.

La expresión de Elizabeth era indescifrable.

– Sí, yo también lo he notado. ¿Te ha hablado de ello?

Así que tenía razón. Esos secretos existían. Había estado segura, pero que Elizabeth se lo confirmara fue como un golpe.

– No, no lo ha hecho.

– Pero tú quieres saber de qué se trata -afirmó Elizabeth tranquilamente.

– No. Sí. -Allie sacudió la cabeza-. No lo sé. No importa lo que sea. Es el hecho de que, al igual que David, tiene secretos, y eso ya me dice algo acerca de él. -Buscó en los ojos de Elizabeth-. ¿Sabes lo que oculta Robert?

– No creo que nadie sepa toda la historia excepto Robert, por lo tanto es él quien te la debería explicar. Te sugiero que se lo preguntes.

Elizabeth apretó con más fuerza las manos de Allie y un ceño de preocupación se formó en su frente.

– ¿Algo va mal? -preguntó Allie, al ver esa expresión.

– Percibo… peligro. Nada concreto, pero lo siento. -Apretó aún más las manos-. Debes tener cuidado, Allie. Prométeme que no saldrás sola. Prométemelo.

Preocupada por la agitación de su amiga, Allie la agarró por el hombro.

– Te lo prometo. Por favor, no te preocupes.

– Acabo de ir a ver a Lily-se oyó la voz del duque desde la puerta-, y sigue durmiendo como un ángel.

Allie sacó suavemente la mano de entre las de Elizabeth y se levantó de la cama.

– Gracias por tu comprensión y tu perdón -le susurró. Elizabeth la miró con ojos preocupados. -Los tienes ambos. Siempre. Y mi amor.

– Es mucho más de lo que me merezco, pero lo acepto agradecida.

– ¿Vendrás a verme mañana?

– Si te encuentras con fuerzas, claro.

– ¿Y recordarás tu promesa?

– Sí. -Allie se inclinó y besó a Elizabeth en la frente-. Buenas noches. -Se despidió también del duque y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

Inmediatamente, Austin cruzó la habitación y tomó las frías manos de Elizabeth entre las suyas. Se sintió intranquilo al ver su expresión.

– ¿Algo va mal? -preguntó-. ¿No te encuentras bien?

– No, estoy bien.

– Pero algo no va como debiera. -Le observó fijamente el rostro y se tensó-. Has tenido una visión. Elizabeth asintió lentamente.

– Sí, al tocar las manos de Allie. -Le apretó las manos y lo miró inquisitivamente. Sabes el peligro que han corrido Allie y Robert.

– Robert me ha informado, sí.

– Y me lo has ocultado.

– Me lo ha explicado esta tarde, Elizabeth.- Se llevó a los labios la mano de su esposa y le besó los dedos-. Y tú estabas un poco ocupada.

– El peligro no ha pasado, Austin -susurró-. No sé cómo, pero algo va a ocurrir pronto…

Austin se sentó sobre la cama y la sujetó por los hombros.

– ¿Qué es lo que va a pasar? ¿Qué has visto? -Elizabeth tragó saliva, con los ojos cargados de lágrimas.

– Muerte.

Austin sintió como si el corazón dejara de latirle. Cuando la había conocido, había dudado de la increíble habilidad de su esposa para ver el pasado y el futuro, pero ya no dudaba. Ese don no sólo le había salvado la vida, sino también las de William, Claudine y Josette. Austin sabía que la terrible palabra que ella había pronunciado se convertiría en verdad a no ser que se tomaran medidas para evitar que sucedieran los acontecimientos que había visto.

– ¿Quién va a morir?

– No lo sé… no lo vi claramente. Pero he sentido muerte. Muy intensamente.

– ¿Se lo has dicho a Allie?

– Le he hablado de mis visiones, sí. Le he dicho que presentía peligro y que tuviera cuidado. -Cerró los ojos un instante y movió la cabeza, evidentemente asustada y frustrada-. Se aproxima una amenaza… No puedo determinar su carácter exacto. Pero se acerca. Y lo que sí sé… -Extendió los brazos y agarró a Austin por el brazo-. Austin, Allie está en un grave peligro. Y Robert también.

Robert se hallaba en el oscuro salón, mirando a través de la vidriera. Las nubes ocultaban la luna y, por las ráfagas de viento que hacían temblar los cristales, supuso que se avecinaba una tormenta. Removió lentamente el coñac en la copa que tenía en la mano, luego inclinó la cabeza y se tragó el fuerte licor. El reloj de la chimenea dio la hora. Las dos de la madrugada. Hacía rato que debía haberse retirado, como habían hecho todos los otros hacía horas. Pero sabía que no podría dormir, y no podía soportar la idea de estar en la cama, excitado, pensando en ella en su lecho a sólo dos puertas de distancia. Era mejor que se quedara abajo, a una distancia segura. Cerca del coñac. De hecho, otra copa parecía una gran idea.

Mientras se servía, la voz de Austin se alzó desde el umbral en sombras.

– También me tomaré uno, si me lo sirves.

Robert contuvo un suspiro. Demonios, había más de cincuenta habitaciones en Bradford Hall. ¿Por qué tenía Austin que escoger ésa para rondar? Sólo había una persona cuya compañía anhelaba, y no era Austin. Por mucho que quisiera a su hermano, prefería estar a solas con sus pensamientos. Sin hablar, sirvió otro trago.

– Por Lily. Y por su madre -dijo Austin en voz baja, alzando la copa. Sintiéndose grosero por desear que su hermano se fuera de su propio salón, Robert tocó con su copa la de Austin, y el tintineo del cristal resonó en la habitación.

– Por Lily y por Elizabeth -repitió. Y vació la copa de un trago, luego regresó al ventanal y miró hacia la oscuridad-. Una hermosa esposa, una hija, un hijo sano… Eres un hombre afortunado, Austin.

– Lo soy. -Robert lo oyó avanzar por la sala. Segundos después Austin estaba junto a él en la ventana-. Afortunado… y preocupado. -Robert se volvió hacia él rápidamente.

– ¿Elizabeth? ¿Lily?

– No. Tú. Y la señora Brown.

– ¿Ha pasado algo que desconozco?

– No exactamente…

– Noto que hay un «pero».

– Me temo que sí. Elizabeth ha tenido una de sus visiones. Cuando tocó a la señora Brown.

La seria mirada de Austin y su tono grave hicieron que todos los músculos de Robert se tensaran.

– ¿Qué ha visto?

La expresión de Austin se volvió aún más seria.

– Muerte. Y peligro. Alguien va a morir, Robert. No sabe quién. Pero sabe que tanto tú como la señora Brown estáis en peligro.

Robert se quedó helado. Allie en peligro. Las palabras de Austin resonaron en su cabeza. «Alguien va a morir.»

Antes de que Robert pudiera contestar, Austin fue hasta el sofá, recogió algo y regresó a la ventana. Alzó la mano y le mostró una pistola.

– No te separes de esto. ¿Llevas un cuchillo?

– Siempre.

– Bien. No vayas a ninguna parte solo. Si Elizabeth ve alguna cosa más, te informaré inmediatamente.

Robert tomó la pistola y la sopesó. «Alguien va a morir»

Una torva determinación lo invadió.

«Ese alguien vas a ser tú, canalla, quien quiera que seas.» Se aclaró la garganta y miró a Austin.

– Te agradezco el aviso. Y el arma. Tienes mi palabra de que nada malo le pasará a Allie.

Austin alzó las cejas lentamente.

– ¿Allie?

Era imposible interpretar incorrectamente la pregunta formulada con esa palabra. Robert no parpadeó.

– Sí. Allie. Confío en que no tengas ninguna objeción. -Era una afirmación, no una pregunta.

– No. Ninguna objeción. Creo que yo, más que nadie, puedo entender el atractivo de una hermosa mujer americana. Sólo estoy un poco sorprendido, porque no hace mucho que la conoces.

– ¿De verdad? ¿Y cuánto hacía que conocías a Elizabeth antes de estar seguro?

Una mirada avergonzada cruzó el rostro de Austin.

– Sobre un minuto y medio. Claro que tardé varias semanas en admitirlo.

Robert suspiró teatralmente.

– Siempre he sospechado que eras un poco lento. Calculo que sólo tardé unos cuarenta y tres segundos. Pero únicamente lo he aceptado hace unas horas.

– Aun así, creo que ése es un nuevo record familiar.

– Sí. Y uno que preferiría que quedara entre nosotros, como mínimo hasta que me declare a la dama.

– Entendido. Pero deberías saber que Elizabeth seguramente notará tus sentimientos. Y sospecho que Caroline se lo imaginará. Nuestra hermana tiene un olfato infalible para descubrir esos asuntos sentimentales.

– Lo tendré en cuenta. -El reloj de la chimenea dio la media hora-. Si me disculpas, será mejor que me retire. Ha sido un día muy largo.

Se desearon buenas noches, y Austin decidió quedarse para tomar otra copa. Robert subió las escaleras. Tenía que mantener a Allie a salvo a toda costa. Y la mejor manera de lograrlo era estar exactamente donde ella estuviera.

Se dirigió hacia el dormitorio de la joven.

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