11

En el mismo momento en que el carruaje se detuvo ante la mansión Bradford, Robert supo que algo no iba bien. Parecía como si todas las lámparas y velas de la casa estuvieran encendidas, porque la luz escapaba por todas las ventanas. Antes de que la señora Brown y él hubieran recorrido la mitad del camino adoquinado que llevaba a la entrada, las dos hojas de la gran puerta de roble se abrieron. Carters apareció bañado de luz, con los rasgos, normalmente inexpresivos, marcados por la inquietud.

Robert sintió temor. ¿Y ahora qué? ¿Le habría pasado algo a Elizabeth? ¿Al bebé? Casi propulsó a la señora Brown hasta el vestíbulo.

– ¿Qué pasa? -preguntó a Carters, obligándose a no sacudir al hombre por las solapas-. ¿La duquesa?

– No, lord Robert. -Una furia inconfundible brilló en los ojos de Carters-. Pero alguien ha intentado robarnos de nuevo.

– ¿Hay algún herido?

– No, señor. Y tampoco se han llevado nada. El villano trató de entrar en la habitación de la señora Brown por el balcón, pero se asustó cuando Clara se puso a gritar. Acababa de preparar el lecho de la señora Brown y se estaba ocupando del fuego cuando la vidriera que da al balcón se abrió. Y ahí estaba, vestido de negro de los pies a la cabeza, según ha dicho ella. Nunca en toda mi vida he oído a una mujer gritar así. Nos asustó a todos, claro, pero peor fue el susto que se llevó la pobre Clara.

– ¿Y luego qué ha pasado? -preguntó Robert.

– Fui el primero en llegar al dormitorio, y me encontré con Clara gritando y blandiendo el atizador. Al parecer había asustado al villano, que saltó por la barandilla hasta el suelo. Para cuando conseguí enterarme de lo que había pasado, el tipo ya había desaparecido.

– ¿Dónde está Clara ahora?

– Se ha acostado, señor. La cocinera le preparó una tisana para calmarle los nervios. Casi se desmaya después, pero Clara nos ha salvado de otro robo.

– Ciertamente -murmuró Robert-. ¿Cuándo ha ocurrido?

– No más de media hora después de que ustedes partieran, señor. En cuanto dejé a Clara con la cocinera, envié a buscar al magistrado. El señor Laramie habló con Clara y luego se marchó. Me pidió que le dijera que le informaría de cualquier novedad, y que me asegurara de que todas las puertas y ventanas estuvieran cerradas. He registrado toda la casa. Estamos seguros.

– Muchas gracias, Carters. -Robert se volvió hacia la señora Brown, que había permanecido en silencio durante su conversación con Carters. Estaba tan inmóvil como una estatua, con el rostro sin color y los ojos convertidos en dos estanques gemelos de inquietud. Robert notó el ligero temblor que le agitaba el labio inferior y la manera en que se retorcía las manos.

Ocultaba algo, maldición, y él ya estaba más que harto. No la había presionado la noche anterior, pero esa noche las cosas serían diferentes.

– Creo que debemos tener otra conversación, señora Brown -dijo suavemente.

Allie estaba ante la chimenea del salón, mirando fijamente las llamas, tratando de absorber el calor para alejar el frío que le había calado hasta los huesos al oír las inquietantes noticias de Carters.

Dios, no se había acabado. El anillo, la caja. Ya no los tenía, pero aún había alguien que quería algo de ella. O simplemente que la quería… fuera de escena.

Se agarró las manos con fuerza, pero fue incapaz de detener el temblor que las sacudía. No podía recordar una época de su vida en la que se hubiera sentido más asustada. O más sola. Y no sólo asustada por su propia seguridad. El peligro no la amenazaba únicamente a ella. Lord Robert ya había resultado herido, y la casa había sido asaltada y robada. Si iba a Bradford Hall, ¿sería posible que su presencia pusiera en peligro a Elizabeth y a su familia?

No podía correr ese riesgo. Sin duda, lo mejor sería que se volviera a América. Inmediatamente. Su corazón se oponía a esa idea, pero no podría perdonarse si alguien más resultara dañado por su culpa. Y a causa de su conexión con David. Porque ésa era la única explicación posible. La persona que quería algo de ella tenía que ser alguien del pasado de David. Alguien que la había seguido desde América. La invadió una sensación de amargura.

«Así que ahora vas a robarme algo más, David. La oportunidad de ver a Elizabeth.»

Lágrimas ardientes le llenaban los ojos. Dios, se sentía tan sola, era un punzante dolor que nunca antes había experimentado. Y estaba muy cansada de estar sola.

– ¿Se encuentra bien?

La profunda voz de lord Robert sonó directamente a su espalda. Se volvió y se encontró mirando a unos ojos no tan cargados de furia como había esperado, pero sin duda preocupados.

Lord Robert extendió los brazos y le colocó las manos sobre los hombros. El calor de sus amplias palmas atravesó la tela del vestido.

– Es evidente que no se encuentra bien -dijo con suavidad-. Y también es evidente que pasan más cosas de las que me ha explicado. -Apretó las manos y su voz adquirió un tono más seco-. Sea lo que sea, no sólo la pone a usted en peligro, sino también a mí y a todos los que están en casa de mi hermano. No quiero que nadie resulte dañado.

– Yo tampoco lo quiero -murmuró ella-. Y por eso, lo mejor que puedo hacer es regresar a América. En el primer barco disponible.

Lord Robert pareció quedarse helado durante unos instantes. Una mirada indescifrable le cruzó los ojos y sus dedos le apretaron los hombros con más fuerza.

– No -dijo con tono enfático-. Eso no sería lo mejor. Podemos resolver el problema. Quien sea que esté detrás de todo esto será arrestado. Mientras tanto, Bradford Hall es un lugar muy seguro, y en cuanto lleguemos, me ocuparé de que se tomen medidas de seguridad especiales.

La convicción de lord Robert le hizo dudar de su decisión. Dios sabía que no quería marcharse. Claro que si se fuera, no se vería obligada a revelar los humillantes detalles de su matrimonio. Podría poner rumbo hacia su hogar sin que él los llegara a conocer.

Lord Robert la sacudió ligeramente por los hombros, para captar su atención.

– Debe abandonar la idea de partir. No sólo Elizabeth nunca me lo perdonaría si la dejara irse, sino que usted no puede realizar ese viaje sola. Si después de ver a Elizabeth, sigue decidida a acortar su estancia en Inglaterra, lo arreglaremos para que alguien le haga compañía durante el viaje. -Los atractivos ojos azul oscuro de lord Robert se clavaron en los de Allie-. Pero usted no me parece la clase de mujer que huye.

Esa afirmación le pareció tanto un cumplido como un reto, y fortaleció su decisión de no permitir que David le robara nada más. Los argumentos de lord Robert para convencerla de que permaneciera en Inglaterra eran sólidos, mientras que la idea de partir la llenaba de una sensación dolorosa a la que no sabía poner nombre.

– Me quedaré -declaró. En cuanto esas palabras cruzaron sus labios, sintió como si se hubiera sacado un gran peso de encima.

Lord Robert se vació los pulmones con una larga exhalación, y aflojó las manos, que la agarraban por los hombros.

– Excelente. Pero ahora debe explicarme qué está pasando. Le prometo hacer todo lo posible para proteger tanto a usted como a mi familia, pero no podré lograrlo si no lo sé todo.

Todo. Tenía razón, naturalmente. Había más cosas en juego que su propia seguridad. Su silencio colocaría a lord Robert en una peligrosa situación. En realidad, ya lo había hecho. Si le ocurriera alguna otra desgracia…

No. No podía permitir que eso sucediera.

Lord Robert volvió a sacudirla ligeramente por los hombros.

– Déjeme ayudarla. Confíe en mí.

Allie reprimió la carcajada sacástica que se le formaba en la garganta. Pero aunque se mofara de la idea de confiar en él, su corazón le recordaba que aquel hombre se había mostrado digno de confianza, al menos en lo referente a protegerla. La había rescatado de sus raptores y había velado por ella desde su llegada.

«Déjeme ayudarla.» Allie cerró los ojos un instante. Tener un aliado… alguien con quien hablar. En quien confiar. En quien poder apoyarse. Pero ¿qué pensaría lord Robert de ella cuando supiera la verdad? La idea de ver el calor y la admiración desvanecerse de sus ojos la entristeció. Pero le debía la verdad. Puesto que la seguridad de lord Robert estaba amenazada, no tenía otra alternativa.

– Es una historia bastante larga -dijo. Lord Robert la siguió mirando inmutable.

– Dispongo de todo el tiempo que necesite. -Le soltó los hombros y le apretó suavemente las manos para tranquilizarla-. Venga. Sentémonos. -La acompañó hasta el sofá. En cuanto se sentaron, Allie lanzó un largo suspiro.

– ¿Elizabeth le ha contado algo sobre… mi marido?

Lord Robert pareció sorprendido.

– No. Sólo que había muerto.

– ¿Le mencionó cómo había muerto?

– No. Supuse que de algún tipo de enfermedad.

– David murió en un duelo. -Deseaba apartar los ojos para escapar de la penetrante mirada de lord Robert, pero se obligó a seguir mirándolo directamente-. Lo mató el marido de su amante.

Fue evidente que lord Robert tardó varios segundos en asimilar esas palabras, pero su reacción de sorpresa fue inconfundible. Incapaz de soportar la compasión que vio formarse en sus ojos, Allie se puso en pie y comenzó a recorrer la sala de arriba abajo.

– Yo no tenía ni idea -prosiguió Allie-. Un instante pensaba tener un marido que me amaba tanto como yo a él, y al siguiente descubro que está muerto. Antes de poder asimilar la noticia, me enteré de que me había sido infiel… casi desde el momento en que nos casamos.

En cuanto hubo comenzado, las palabras parecieron brotar de ella como si hubiera abierto una herida supurante y el veneno se estuviera derramando.

– Aún no me había recuperado de aquel golpe cuando averigüé que el adulterio era el menor de los pecados de David. Mientras recogía sus pertenencias, encontré su diario. Lo leí y descubrí con qué clase de hombre me había casado.

Allie se apretó el estómago con las manos para intentar calmar el temblor interno que sentía.

– Era un ladrón. Un chantajista. Un criminal. En el diario había una lista, muy detallada, de cientos de objetos que había robado y luego vendido. Y de las sumas que había extorsionado. -Una nueva oleada de dolor la recorrió al recordar y sintió que se le tensaba la garganta-. Me enfermó. Literalmente, me enfermó. Todas las comodidades de las que había disfrutado siendo su esposa, nuestra hermosa casa, los muebles, mi exquisito vestuario, todo lo había conseguido a expensas de otra gente.

Se volvió hacia lord Robert y extendió las manos.

– No lo sabía -susurró-. No lo sabía. Y cuando lo descubrí, ese conocimiento casi acabó conmigo. Tantas emociones se mezclaron en mi interior que pensé que iba a perder la razón. Pasé una semana entera encerrada en mi alcoba. Primero llorando por lo que había perdido, mi marido, mi seguridad, mi futuro. Luego llorando por haber sido una idiota. Había confiado en David absolutamente, con todo mi corazón. Y él me había engañado por completo. Había engañado a todos. Excepto a Elizabeth. Ella intentó avisarme. Me advirtió de que no lo conocía lo suficiente, pero no la quise escuchar…

Se detuvo el tiempo suficiente para respirar hondo varias veces, y luego prosiguió:

– Después de una semana de lágrimas y autocompasión, no lo resistí más. Entonces la rabia reemplazó a la pena. Rabia hacia mí misma por ser una idiota ingenua. Y hacia David por todos sus engaños y sus mentiras.

Se volvió hacia lord Robert y continuó paseando por la sala, mientras las palabras fluían cada vez más rápidas.

– En cuanto dejé de sentir lástima por mí, decidí que no dejaría, que no podía dejar que David me robara el respeto hacia mí misma. Había robado todo lo demás, pero no iba a quedarse con eso. Y únicamente existía una manera de que llegara a sentirme bien en mi piel de nuevo. Decidí devolver todo el dinero que David había robado.

»Con ese fin, poco a poco fui vendiéndolo todo. La casa, los muebles, mis joyas y finalmente hasta mis vestidos. En cuanto se vendió la casa, me trasladé. Los chismes y el escándalo que rodearon la muerte de David a manos del marido de su amante… bueno, no se puede imaginar lo mucho que me amargaron la vida. Me instalé en un pueblo en las afueras de Boston. David había vivido en esa ciudad varios años, y según constaba en su diario la mayoría de la gente a la que había robado residía por aquella zona. Vivir cerca me permitió asegurarme de que el dinero llegaba a aquellos a los que necesitaba devolvérselo. Como Brown es un apellido muy corriente y no dije a nadie que el nombre de mi difunto esposo era David, todo el mundo me trataba con el respeto debido a una joven viuda. Ganaba un poco de dinero cosiendo. Con esa independencia y con la sensación de hacer algo útil para reparar el daño que David había causado… comencé a sanar.

Los recuerdos acudieron a su mente. Las modestas habitaciones donde vivía. Las largas noche que finalmente dejaron de parecer tan vacías. El respeto a sí misma regresando lentamente cuando, uno a uno, iba pagando anónimamente a las víctimas de David.

– Encontré un objeto entre las pertenencias de David -continuó- que no mencionaba en el diario. Era una cajita oxidada que contenía un anillo con un escudo de armas. Me pareció raro que no hubiera consignado ese objeto, sobre todo por la meticulosidad con que había anotado todos los bienes que había robado. Candelabros, joyas, cajitas de rapé. Con la excepción de una docena de objetos, lo vendía todo en cuanto lo robaba, por lo que yo sólo podía devolver el dinero que había conseguido por ellos y no los objetos. -Se le escapó una risa sin alegría-. Aunque no podía explicarme por qué no se mencionaba ese anillo en el diario, tenía muy buenas razones para suponer que era robado. De ser así, quería devolvérselo al verdadero propietario. Y si en realidad pertenecía a David, pensé en venderlo y luego donar el dinero para caridad. Quería deshacerme de todo lo de él.

Dejó de pasear y miró a lord Robert. Éste seguía sentado en el sofá, inclinado hacia delante, con los brazos apoyados en las piernas y las manos entrelazadas, mirándola intensamente. Había preguntas rondando en su mirada, pero permaneció en silencio, esperando a que ella continuara su relato.

Allie se aclaró la garganta y, caminando de nuevo, prosiguió.

– Consulté con un experto anticuario de Boston, pero sólo pudo decirme que el anillo era antiguo, de origen inglés y que probablemente pertenecía a alguien de la nobleza. Lo que significaba, naturalmente, que David debía de haberlo robado antes de zarpar hacia América. Dejé el anillo para lo último y decidí combinar mi búsqueda del propietario con una visita a Elizabeth. Me costó tres largos años localizar y pagar a las víctimas de David, pero finalmente lo logré. Lo único que me quedé fue el anillo de casada, que ya no llevaba puesto, y las ropas de luto, que llevaba puestas todos los días. No podía permitirme comprar otros vestidos, y el negro mantenía a raya a cualquier posible pretendiente. Y tanto el anillo como el vestido me servían para recordarme diariamente lo que había perdido… y eran una dura advertencia de no permitirme nunca más llegar a una situación similar. -Se detuvo ante la chimenea y miró las llamas con los puños apretados contra los costados-. Nunca más -susurró fervientemente-. Nunca más.

– ¿Está Elizabeth al corriente de todo esto? -preguntó lord Robert.

Allie se volvió para mirarlo y negó con un movimiento de cabeza.

– Nadie lo sabe. Lo único que sabe Elizabeth es lo que le conté en mi primera carta, en la que le dije que David había muerto en un duelo. Merecía saber que no se había equivocado con él, por tanto le expliqué las circunstancias que lo condujeron a la muerte. Le rogué que me perdonara y le pregunté si podía visitarla, para disculparme en persona. Ella me contestó perdonándome sin más e invitándome a venir a Inglaterra.

– ¿Y su familia? ¿No se lo explicó a ellos?

– Sólo que David me era infiel, lo que, naturalmente, todo el mundo supo después de su muerte. Nadie conoce el resto de la historia. -Alzó la cabeza ligeramente-. Excepto usted. Y tampoco nadie más conoce mi situación económica. Si se lo hubiera dicho a mi familia, habrían insistido en ayudarme. Pero devolver el dinero a esa gente… era algo que tenía que hacer yo sola. -Sacudió lentamente la cabeza-. No espero que lo entienda.,.

Una sombra cubrió el rostro de lord Richard.

– Lo cierto es que la entiendo perfectamente.

Allie dudaba sinceramente que eso fuera cierto, pero sus ojos se encontraron y la empatía de su mirada era innegable. Sintió curiosidad, pero se forzó a dejarla a un lado y finalizar su propia historia.

– Cuando pude pensar en viajar a Londres, casi no tenía dinero para el pasaje. Pero no deseaba retrasar el viaje por más tiempo y tener que soportar la travesía por el océano en invierno. Y tenía que venir. Tenía que averiguar más cosas sobre el anillo para poder dejar atrás la última pieza de mi pasado, y también necesitaba ver a Elizabeth. Para disculparme con ella. Por las cartas que habíamos intercambiado, supe que me había perdonado por tratarla horriblemente, pero quería, necesitaba expresarle mi arrepentimiento en persona. -Apretó las manos con más fuerza sobre la cintura-. Me porté de manera odiosa. Era mi mejor amiga, y sólo se preocupaba por lo que era mejor para mí, pero la aparté de mi lado. Ésa es la razón por la que he venido a Inglaterra. Ella había estado viviendo con mi familia después de la muerte de su padre. Pero cuando me advirtió contra David, le dije que se marchara.

Su voz se redujo a un susurro, y casi no podía hablar por el nudo que tenía en la garganta.

– La acusé de querer a David para ella. La acusé de tener celos de mi felicidad. Le dije que no quería que asistiera a mi boda ni que siguiera formando parte de mi vida. Cuando dejó a mi familia, no tenía a dónde ir, así que se embarcó hacia Inglaterra para visitar a una tía. -Allie cerró los ojos-. Ella me avisó… Dios, si la hubiera escuchado. -Suspiró profundamente-. Como mi capital era tan escaso, me puse al servicio de lady Gaddlestone como acompañante, y ella me pagó el viaje. Pero una vez a bordo del barco, las desgracias que le expliqué se sucedieron. Tuve la intensa sensación de que alguien me vigilaba. No podía esperar a salir de allí. -La recorrió un estremecimiento-. Pero los sucesos extraños me han seguido hasta aquí, como bien sabe. Pensé que se habría acabado, ahora que ya no tengo ni el anillo con el escudo de armas ni la caja.

– Pero es evidente que no se ha acabado -repuso él con voz severa-. Que alguien haya intentado entrar esta noche demuestra claramente que sea quien sea aún quiere algo. ¿Tiene alguna idea de lo que puede ser?

Por un instante pensó en ocultárselo, pero decidió que no tenía ningún sentido, puesto que ya le había hecho partícipe de todos los demás secretos humillantes.

– No queda nada… excepto esto. -Fue hasta el sofá, abrió su bolso y sacó el papel-. Lo he encontrado hoy mismo. Escondido en un doble fondo de la caja del anillo.

– ¿Qué dice?

– No lo sé. Está escrito en alguna lengua extranjera. Me temo que pueda ser información referente a David… información que no quisiera que nadie más conociera, por eso no lo puse de nuevo en la caja antes de entregársela a lord Shelbourne.

– ¿Puedo echarle un vistazo?

Le tendió el delicado papel sin decir palabra. Lord Robert fue hasta la chimenea y se agachó para que la luz de las llamas iluminara el papel.

– Creo que podría ser gaélico -dijo un minuto después. Allie sintió un nudo en el estómago.

– Yo también lo pensé, y en tal caso, seguramente tiene que ver con David. Él conocía ese idioma.

Lord Robert asintió con la cabeza de forma ausente.

– Esta palabra… qué extraño. -Señaló una palabra-. Parece que pone «Evers».

Allie se agachó junto a él y miró fijamente las palabras apiñadas y desvaídas.

– Sí, es cierto. -Algo le pasó por la cabeza, pero no pudo retenerlo-. ¿Significa algo para usted?

– Sólo que es el apellido de mi amigo Michael. -De repente lo recordó.

– Ah. El boxeador que nos curó las heridas.

– Sí. -Continuó examinando el papel. Durante casi un minuto el único sonido que rompió el silencio fue el crepitar de las llamas anaranjadas en el hogar.

– Mire esta palabra -dijo lord Robert finalmente, señalando otro grupo desvaído de letras-. Juraría que se parece al nombre de la ciudad irlandesa donde Michael nació. -Se volvió hacia ella. Sus ojos se veían negros a la luz de las llamas-. Me gustaría enseñarle esta carta a Michael.

Allie abrió la boca para protestar, pero lord Robert prosiguió antes de que ella pudiera hablar.

– Él es irlandés, quizá pueda traducir la carta. Le doy mi palabra de que es discreto.

Allie iba a negarse, pero una abrumadora sensación de cansancio se apoderó de ella. Deseaba de tal manera que todo aquello acabase…

– Muy bien -aceptó con voz cansada.

Robert vio que las fuerzas parecían abandonarla. Dejó la nota sobre la mesa de caoba, se puso en pie y extendió los brazos para ayudarla. Ella miró las manos durante unos instantes, y Robert pensó que iba a rechazar su ayuda, pero Allie las tomó y le permitió ayudarla a incorporarse.

Tan sólo los separaba medio metro. En las manos de Robert, las de Allie parecían pequeñas y estaban frías, y sus ojos… enormes en su pálido rostro, ensombrecido por fantasmas del pasado y por el cansancio. Se la veía física y emocionalmente exhausta.

Robert sintió una tirantez en el pecho, y toda la furia que había mantenido a raya mientras escuchaba el relato de la joven lo bombardeó. Una violencia como nunca había sentido se despertó en su interior y lamentó profundamente no haber estado nunca cinco minutos a solas con David Brown. Acababa de descubrir por qué había desaparecido la muchacha del retrato. Y no pudo evitar maravillarse ante la determinación y la fuerza interior que había permitido que una pequeña parte de aquella joven se conservara viva.

Sin embargo, al mirarla en ese momento, su furia desapareció con tanta rapidez como se había encendido, apagada por una gran compasión. Por todos los demonios, lo que había tenido que soportar esa mujer… y cuánto había luchado. Y qué difícil le había resultado explicárselo.

Súbitamente, la joven se tensó y se soltó.

– Otra de las razones por las que me mudé -explicó- fue para distanciarme de mi familia. No sólo no deseaba que el escándalo los rozara más de lo que ya lo había hecho, sino también fue porque no pude aguantar su compasión por más tiempo. Sabía que me querían, pero siempre que me miraban lo único que veían era a «la pobre Allie». Todos me miraban con la misma expresión que tiene usted en su rostro ahora. -Alzó la barbilla, con una mirada firme-. No quiero su compasión.

– Lo entiendo. Pero no puedo evitar lamentar lo mucho que ha sufrido. Si le hace sentirse mejor, le puedo asegurar que la compasión sólo ocupa una fracción muy pequeña de mis sentimientos en estos momentos.

Allie frunció los labios y alzó la barbilla un poco más.

– Me imagino q ue se siente muy indignado.

– Claro, siempre me indigna saber no sólo que gente como David Brown existe sino que también hacen daño a los demás… a gente amable y confiada, como usted.

– Me refería a indignada conmigo. Por ser tan estúpida como para amar a un hombre así. Por no ser capaz de ver su verdadero carácter.

– No, Dios, no. -Extendió los brazos y la tomó por los hombros-. Usted no hizo nada malo. Usted fue la víctima, de una forma muy cruel. Siento la mayor admiración por usted, por la forma en que ha compensado a las víctimas. Es usted muy valiente.

Una carcajada seca y sarcástica salió de entre los labios de la joven.

– ¿Valiente? Estoy aterrorizada constantemente. Insegura de… todo.

– Pero sigue adelante. Tratando de hacerlo lo mejor posible. Ser valiente no significa no tener miedo, significa superar esos miedos. Ir hacia delante a pesar de esos miedos. Enfrentarse a ellos. -Al ver que ella seguía sin parecer convencida, Robert prosiguió-: No puedo decirle lo mucho que admiro su fuerza. Todo lo que ha luchado para compensar crímenes que no eran suyos.

Había confusión en los ojos de Allie.

– Retornar cosas que no eran mías y devolver dinero que David había robado, para eso no hace falta fuerza.

– ¿De verdad? Sinceramente, ¿cuánta gente cree usted que hubiera hecho lo mismo? ¿Sobre todo si se hallasen al borde de la miseria? -La mirada de Robert recorrió el encantador rostro de la joven, sus pálidas mejillas, y el corazón le dio un vuelco-. Creo que es la mujer más valiente y más fuerte que he conocido jamás. Y le doy mi palabra que quien sea que está detrás de esos accidentes, raptos y robos será atrapado. No permitiré que nadie más le haga daño.

Múltiples expresiones pasaron por el rostro de Allie al mismo tiempo. Sorpresa. Duda. Inseguridad. Y finalmente gratitud. Pero todas ensombrecidas por una vulnerabilidad que hacía que Robert deseara rodearla con sus brazos y protegerla de quien fuera lo suficientemente estúpido para intentar lastimarla de nuevo. El labio inferior de Allie temblaba ligeramente, y la mirada de Robert se dirigió hacia la boca… su carnosa y hermosa boca.

El deseo lo golpeó con fuerza, ineludible. Era tan dolorosamente hermosa. Un rubor repentino cubrió las mejillas de Allie. Era evidente que había reconocido el ansia que ardía en la mirada de, Robert.

Éste permaneció inmóvil durante segundos, ofreciéndole la oportunidad de alejarse de él, pero ella continuó donde se hallaba. Aquel atractivo rubor lo llamaba como el canto de una sirena, y lentamente, como en un trance, Robert alzó la mano y le rozó suavemente la mejilla con la yema de los dedos.

Terciopelo. Su piel era como terciopelo color crema. ¿O era el satén más suave? ¿O seda? No lo sabía, pero la piel de la joven era sin duda de la más suave de las materias. Un ligero suspiro escapó de entre los labios de Allie, de nuevo llamando la atención de Robert hacia ellos. Y de repente, Robert no pudo pensar en ninguna razón que le impidiera ceder ante el deseo que lo había perseguido desde incluso antes de conocerla. Aquella mujer no estaba de luto por su marido… su corazón era libre.

Le pasó un brazo por la cintura y la acercó lentamente hasta que sus cuerpos estuvieron pegados. Los ojos de Allie se abrieron ligeramente, pero el asentimiento y el deseo que brillaban en las profundidades marrón doradas de sus ojos eran imposibles de confundir. Robert aspiró profundamente, y el perfume de la joven le envolvió como el aroma de un vino embriagador. Inclinó la cabeza y rozó con sus labios los de Allie.

«Por fin.»

Se lo tragó el mismo torbellino de emociones que había sentido en el muelle, y durante varios segundos fue incapaz de moverse, mientras las palabras resonaban en su cabeza. Si le hubiera sido posible, se habría reído de su intensa reacción. Dios, pero si casi ni la había tocado…

La atrajo con fuerza hacia sí. Ninguna mujer, jamás, le había hecho sentirse así. Era como si estuviera hecha precisamente para él y para nadie más. Allie se puso de puntillas y se apretó contra él, presionando sus magníficas curvas y haciendo que se desvaneciera cualquier tonta esperanza que Robert hubiera albergado de mantener el control. Un gemido le subió por la garganta. Le tocó la comisura de los labios con la lengua y Allie los abrió para él con un ronco suspiro que hizo que la sangre le ardiera en las venas.

Sabía como el vino caliente. Suave y cálida, deliciosa y estimulante. Mientras Robert exploraba los oscuros misterios de su boca, ella exploraba la de él con igual fervor, y sus lenguas se rozaban con una fricción exquisita. Una imperiosa necesidad, ardiente y cada vez más apremiante, lo atravesó, y si hubiera sido capaz de pensar con claridad, se habría horrorizado ante su falta de sutileza.

Dedos impacientes se hundieron en el cabello de la joven, haciendo saltar las horquillas, y una cortina de cabello con aroma a flores cayó sobre las manos de Robert. Suave, Dios, era tan suave. Y olía tan bien. El espeso cabello oscuro de Allie le ondeaba entre los dedos como fría seda, en sorprendente contraste con el fuego que ardía en su interior. Un fuego que la reacción de Allie no hacía más que avivar. Porque la boca de ella reclamaba la suya con la misma impaciencia. Porque sus manos se perdían en el cabello de Robert con la misma ansia.

Un gemido vibró entre ambos. ¿Suyo? ¿De ella? Que Dios le ayudara, pero ya no lo sabía. Desesperado por sentirla más, le deslizó las manos por la espalda hasta que abarcó con ellas las redondas posaderas de Allie. Todos sus músculos se tensaban en un anhelo de sentirla más cerca, y maldijo la barrera de ropa que impedía que sus pieles se tocaran.

Cuando recuperó algo parecido a la cordura, junto con un atisbo de delicadeza, no supo cuánto tiempo había durado aquel frenético apareamiento de labios y lenguas. Suavizó su beso, y de algún modo encontró la manera de separarse de sus labios y de explorar las delicias del fino cuello. Con besos ardientes la recorrió desde el mentón hasta la base del cuello, donde notó el acelerado pulso. Tocó ese punto con la lengua, saboreando el largo y profundo gemido que vibraba en el cuello de Allie.

– Esa fragancia -le susurró junto a la oreja-. ¿De qué es este increíble aroma que llevas? -Le atrapó el lóbulo entre los dientes y tiró suavemente.

– Madreselva -repuso ella con voz entrecortada y acabando con un ronco gemido.

Madreselva. Ese seductor aroma que se le había quedado grabado en la mente tenía un nombre. Madreselva. Demonios, si hasta sonaba seductor. Sensual. Como la mujer que tenía entre los brazos.

Lentamente, Robert alzó la cabeza y contempló a Allie. Brillantes mechones de pelo castaño le caían sobre los hombros con un salvaje abandono. Tenía los ojos cerrados y el rostro ardiente de excitación; los carnosos labios estaban húmedos e hinchados a causa de los frenéricos besos. La próxima vez iría más despacio, pensó Robert. La saborearía. Se tomaría tiempo para memorizar cada exquisito matiz. Sin duda estaría horrorizado por haberla casi devorado si no fuera por el hecho de que ella había sido tan voraz como él. Cierto, habían calmado su mutua hambre, pero la próxima vez…

¿Próxima vez? Se detuvo a considerar la importancia de esas palabras. Sí, próxima vez, porque sabía, sin la menor sombra de duda, que habría una próxima vez. La idea de no volver a tocarla… era impensable. Besarla había sido como regresar al hogar después de un largo viaje. Como encontrar refugio después de estar perdido bajo la tormenta. Cierto que había dudado, que incluso se había burlado de la posibilidad de que esa mujer le hiciera sentir ese algo especial. Pero, Dios, no podía seguir dudando o mofándose. Un simple beso lo había dejado prácticamente de rodillas. La deseaba. Con una fuerza que, literalmente, lo hacía temblar.

Los ojos de Allie se abrieron parpadeando, y Robert se tragó un gemido al ver su expresión lánguida y soñadora. Eran como terciopelo marrón y sus profundidades estaban cargadas de deseo. Por primera vez desde que podía recordar, Robert se hallaba sin palabras. Ninguna ironía, ninguna broma le tiraban de la lengua. Había sospechado, no, demonios, lo había sabido, que si la besaba no sería un simple beso.

Allie, con un gemido de placer, emergió lentamente de la neblina sensual que la envolvía. Se sentía tan maravillosamente viva. Le cosquilleaban todos los nervios, enviando oleadas de deseo. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que la habían besado. Y nunca la habían besado así… como si quisieran absorberla. Como si no la pudieran tener suficientemente cerca. Saboreándola en profundidad. Y que Dios la ayudara, no había querido que él se detuviera. En el momento en que la había tocado, después de decirle lo valiente y fuerte que pensaba que era, había sido como si ella fuera un montón de astillas secas y él una cerilla encendida. Había ardido bajo el asalto de besos que en un segundo habían cambiado de suaves a devoradores.

Las grandes manos de Robert aún le rodeaban las posaderas, y las manos de Allie seguían enredadas en el cabello de la nuca del hombre. Sus ojos finalmente se toparon con los de él, y se quedó sin aliento ante el intenso calor que despedía su mirada. Se movió ligeramente entre sus brazos, rozando su excitación. Robert tragó aire, y el ardor la inundó de nuevo. Fiero y anhelante.

Y no deseado.

Recobró la cordura como si la hubieran golpeado con una toalla mojada. ¿Qué demonios estaba haciendo?

«Besándole. Como has querido hacer desde aquella primera noche, cuando te hizo cantar aquel tonto dúo.»

Sí. Y dejarse llevar por la tentación sólo había servido para demostrar lo desaconsejable de la decisión. Porque un solo beso la había inflamado y había resucitado un torrente de deseos y anhelos que creía haber enterrado. Pensamientos y sensaciones que no había querido ni esperado volver a sentir. Pero ahí estaban, llamando desde su interior con más fuerza e insistencia de la que nunca antes habían tenido. Y eso la aterrorizaba.

Sacó los dedos de entre el cabello de Robert y se alejó de él con dos temblorosos pasos. Las manos de Robert resbalaron lentamente de sus posaderas. Resultaba casi imposible mantener la distancia y mirarlo cuando toda la cautela de su interior le gritaba que huyera cuanto antes. En ese mismo instante. Antes de que se rindiera a los deseos de su cuerpo y se lanzara sobre el hombre.

Su parte cobarde deseaba que él fuera el primero en hablar. En decir que lo que había pasado era un error… una locura que no se volvería a repetir. Pero cuando el silencio se alargó, decidió que tendría que ser ella quien comenzara.

– Lord Robert…

– Robert -repuso él con una media sonrisa-. Creo que ya podemos tutearnos oficialmente… Allie.

La forma en que pronunció su nombre, con esa voz ronca, hizo que un estremecimiento le recorriera la espalda. Se aclaró la garganta y comenzó a hablar en lo que esperaba que fuera un tono enérgico.

– Acepto la parte de responsabilidad que me corresponde por lo que acaba de suceder. Creo que ambos estaremos de acuerdo en que ha sido un error. Un error que no se volverá a repetir.

– Oh, pero es que no ha sido ningún error -repuso Robert en una voz tranquila y completamente en desacuerdo con la seriedad de su mirada. Extendió el brazo y la tomó de la mano, y Allie sintió un agradable estremecimiento en todo el brazo-. Y se volverá a repetir. Seguro que te das cuenta.

Allie quería contradecirlo, quería abrir la boca y refutar esas alarmantes afirmaciones. Pero las palabras se negaban a salir.

– Tú también lo has sentido -susurró Robert, con la mirada clavada en la de ella-. Lo mismo que yo. Ese algo especial. Estoy seguro. Quizá no quieras admitirlo o no estés preparada, pero lo he sentido en tu respuesta, lo he saboreado en tus besos. Está ahí, entre nosotros. Y no va a desaparecer. Claro que no, sólo va a ir a más.

La sinceridad de Robert y su evidente aceptación de algo tan completamente inaceptable la dejaron paralizada. Se humedeció los labios.

– Si lo olvidamos…

– Imposible. -Le apretó la mano y se acercó más a ella-. ¿Y por qué querrías olvidarlo?

– ¿Por qué? ¿Cómo puedes preguntarlo? -Era imposible disimular la angustia que había en su voz-. Mantener una relación con otro hombre… -Su voz se apagó y un estremecimiento la sacudió.

– Yo no me parezco en nada a David. -Un músculo le temblaba en el mentón. Entrecerró los ojos-. Pero tú crees que sí. Me lo has dicho. Dos veces. Y yo me lo tomé como un gran cumplido. -Un sonido de incredulidad se le escapó de entre los labios. Le soltó las manos y se apartó de ella con una expresión entre sorprendida y enfurecida ¿Puedo preguntar qué he hecho exactamente para que pienses tan mal de mí?

– No quería decir que pensara que eras un criminal…

– Muy amable por tu parte -murmuró secamente.

– Pero me lo recordabas en otras cosas. En cosas que son difíciles de describir.

– ¿Nos parecemos?

– Físicamente, no. David era muy apuesto.

– Ya veo. Bueno, el ruido que acabas de oír era mi orgullo masculino cayendo al suelo.

Allie se sintió avergonzada.

– No quería dar a entender que… a lo que me refería era… ¡oh, diantre! -La irritación reemplazó a la vergüenza-. La verdad es que mientras que David era muy apuesto, tú aún lo eres más. Pero es tu forma de actuar lo que se parece. Tienes la misma personalidad despreocupada, divertida y el aire de no tomarte las cosas en serio.

– Te ruego que me permitas disentir. Hay muchas cosas que me tomo muy en serio.

– Tal vez. Pero no importa. Me niego a arriesgarme de nuevo. De ninguna manera. Por ningún hombre. Está claro que nunca nadie ha traicionado tu confianza.

– No de la manera que te han traicionado a ti.

– Entonces es imposible que entiendas la humillación y el desespero.

Algo brilló en los ojos de Robert.

– Conozco la desesperación -dijo suavemente-. Pero lo que nos haya ocurrido en el pasado no tiene ninguna relación con esta… atracción que sentimos el uno por el otro. Quiero enseñarte algo. -Del bolsillo del chaleco sacó un papel. Lo desdobló con cuidado y se lo tendió.

Allie miró el papel y se quedó sorprendida. Era un dibujo. De ella.

– Elizabeth me lo dio -le explicó Robert-, para que pudiera reconocerte en el muelle. Creo que te envió un retrato mío por la misma razón.

– Sí. -«Y lo he contemplado todos los días.»

– He mirado este dibujo todos los días, Allie -murmuró él.

La mirada de Allie volvió a él. Antes de que pudiera reaccionar ante sus palabras, que de forma tan extraña reflejaban sus propios pensamientos, él prosiguió.

– Y me quedé encantado con esta mujer desde el momento en que la vi.

Allie contempló a la risueña joven del retrato y se le hizo un nudo en la garganta. Le devolvió el dibujo.

– Esa mujer ya no existe.

– Sí, sí que existe. Sólo está escondida. -Extendió la mano y le recorrió la mejilla con el dedo-. Sólo tenemos que sacarla a jugar. Una confusa mezcla de temor y anhelo la recorrió. -¿Y por qué querrías hacer una cosa así?

– Porque quiero conocerla. Creo que me gustaría… Es más, sé que me gusta. Y pienso que yo le podría gustar.

«Que Dios me ayude, ciertamente le gustas. Demasiado.»

Robert volvió a doblar el dibujo y se lo guardó en el bolsillo.

– Puedes no hacer caso de tus sentimientos, si quieres, resistirte a ellos, si así lo deseas, pero te prometo que no serás capaz. No por mucho tiempo.

La pura arrogancia de esa afirmación, junto con el hecho de que ella temía que tuviera razón, la irritó. El orgullo le hizo enarcar las cejas.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro?

– Porque a diferencia de lo que te ha ocurrido a ti, yo no me he asustado de lo que nuestro beso me ha hecho sentir. Porque no puedo ni siguiera imaginarme el no seguir explorando ese sentimiento. Porque tú crees que soy apuesto y yo creo que eres absolutamente hermosa. Y porque, aunque sea la última cosa que haga, te demostraré que no soy como David. -Se aproximó a ella hasta que casi se tocaron. Entonces se inclinó y le susurró directamente al oído, y su aliento hizo que la sensible piel de Allie se estremeciera-. No podrás pasar por alto lo que hay entre nosotros, Allie, porque no te dejaré. Y nunca más volverás a dudar de que puedo ser un hombre muy serio.

Después de cerrar la puerta de la alcoba, Robert se apoyó contra el panel de madera y exhaló largamente. El exquisito gusto de Allie permanecía aún en su lengua, y el recuerdo de su aroma floral le excitaba los sentidos. Que Dios le ayudara, la deseaba. Y estaba decidido a tenerla.

Pero volvió a oír las palabras de la joven: «No quería decir que pensara que eras un criminal…»

Apretó los ojos para alejar la culpabilidad que lo atormentaba. ¿Qué diría, cómo reaccionaría, si llegara a enterarse de los crímenes de su pasado? Imágenes del incendio, del daño que había causado, de Nate, acudieron a su mente, y se pasó las manos por el rostro para alejarlas. Había negado ser parecido al ladrón de su difunto marido, y era cierto, pero ¿se creería ella eso si tuviera conocimiento de sus peores momentos?

Los años habían pasado, pero aún recordaba con total claridad aquella noche. Fue en un pub en las afueras de Londres. Recordaba su sorpresa al ver a Cyril Owens, el herrero del pueblo cercano a Bradford Hall. Cyril borracho, fanfarroneando ante un grupo de marineros sobre la muchacha que había poseído recientemente, y de cómo había utilizado su particular tipo de encanto para «convencerla». Asqueado, Robert se había alejado. Pero entonces Cyril había mencionado el nombre de la muchacha. Hannah.

Robert comprendió horrorizado a quién se refería. Hannah Morehouse, la hija de Nate. Nate Morehouse era algo más que uno de los mozos de cuadra más fieles de Bradford House, era mucho más que un simple sirviente. Robert lo admiraba y respetaba, lo consideraba un amigo. Recordó que Nate le había mencionado lo preocupado que estaba por Hannah, por lo callada y tímida que se había vuelto en las últimas semanas. Y Robert acababa de descubrir por qué.

El impulso de agarrar a Owen por el cuello y apretar fue muy fuerte, pero logró contenerse. Había formas mejores de servir a la justicia. Así que fue a ver a Nate y le explicó lo que había oído. Luego aseguró al desolado padre que él se encargaría de la situación, a su manera, y le juró que se haría justicia. Dios, había actuado como un joven estúpido e impetuoso.

«Todo por mi culpa…»

Se pasó las manos por el cabello y exhaló un largo suspiro. Se le hizo un nudo en el estómago al imaginar la reacción de Allie ante esa historia, especialmente dada su desastrosa experiencia con David.

Era un peligro que no estaba dispuesto a correr.

Aún no. Por supuesto, deseaba poder decirle la verdad. Deseaba no estar atado por una promesa. No podría evitar por siempre contarle la versión de la historia que todo el mundo sabía, pero seguramente podía retrasarlo un poco más.

Sí, seguro que no había nada malo en esperar un poco más.

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